Algunas reflexiones en torno de la posibilidad de delimitar el alcance de lo “propiamente moral”: Contraponiendo el enfoque minimalista a la ética de las virtudes

July 3, 2017 | Autor: M. Zavadivker | Categoría: Moral Psychology, Liberalism, Social Cognition, Neo-Aristotelian Ethics
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Descripción

Algunas reflexiones en torno de la posibilidad de delimitar el alcance de lo "propiamente moral": Contraponiendo el enfoque minimalista a la ética de las virtudes
Ma. Natalia Zavadivker
UNT/CONICET
El objetivo de este trabajo es impulsar una reflexión en torno de las dificultades que surgen a la hora de circunscribir o delimitar el alcance del concepto de moralidad, y determinar el ámbito preciso de su aplicación. Esta tarea posee una doble connotación, en la medida en que puede ser abordada apelando a dos estrategias diferentes, ambas necesarias y complementarias: la primera correspondería al terreno de la ética descriptiva y procuraría responder la siguiente pregunta: ¿qué situaciones, prácticas, comportamientos o creencias poseen de hecho relevancia moral para las personas? En otras palabras, ¿qué aspectos del comportamiento humano son objeto de evaluación moral para la mayoría de nosotros? La segunda podría ser calificable de normativa, y estaría asociada al análisis conceptual del término con el propósito de establecer su "adecuado" ámbito de aplicación como resultado de una reflexión racional. Esto último supone que cabe la posibilidad de definir y esclarecer el verdadero significado que debería tener un concepto (vale decir, su posibilidad de referirse adecuada y ajustadamente al fenómeno que pretende abarcar), aun cuando en los hechos las personas evalúen en términos morales fenómenos, situaciones o comportamientos que presuntamente no corresponderían a lo que propiamente deberíamos calificar de "moral". Pero sucede que un esclarecimiento de este tipo sería, al mismo tiempo, subsidiario de una determinada concepción ética, puesto que implicaría la adopción de un código moral determinado, el cual apelaría a algún criterio específico que le permita determinar qué aspectos del comportamiento humano son moralmente evaluables y cuáles no. Dicho criterio sería, en última instancia, una opción valorativa, ya que, para determinar qué tipo de acciones deben ser consideradas como moralmente buenas o malas, debemos contar a priori con alguna concepción del bien, y dicha concepción es en sí misma una asunción ética.
Para ilustrar este fenómeno partiremos de la concepción de bien sustentada por el código ético liberal. Dicho código adopta el criterio más minimalista a la hora de circunscribir los actos morales y distinguirlos de otro tipo de actos (como, por ejemplo, las convenciones sociales, o toda acción correspondiente a la esfera privada del sujeto cuyas consecuencias no afectan directamente a otros). Para la ética liberal sólo son objeto de evaluación moral (vale decir, sólo cabe aplicarles calificativos tales como 'correcto' o 'incorrecto', 'permitido', 'prohibido' u 'obligatorio', etc.) a aquellos actos que redundan en beneficios o perjuicios directos hacia terceros. En otras palabras, sólo pueden ser objeto de condena moral las acciones que afectan de algún modo a otros individuos, ya sea porque le provocan algún daño, implican actos injustos o un avasallamiento de sus derechos. Si bien muchos estudios, tanto antropológicos como del campo de la psicología moral experimental, dan cuenta de que las personas en general juzgan moralmente toda acción que redunde en daños al prójimo (más aun, las transgresiones morales que provocan daño suelen ser percibidas, en términos generales, como más graves que transgresiones de otro tipo, como las convencionales), también hay muchas evidencias que dan cuenta de que las personas juzgamos moralmente (o tomamos como objeto de consideración moral) un espectro mucho más amplio de comportamientos y situaciones. En trabajos anteriores me he ocupado de comparar el código ético liberal con otros dos códigos morales vigentes en las sociedades humanas (Shweder et. al., 1997): el comunitarista, que nos insta a ponderar como moralmente valioso todo el espectro de costumbres, rituales y símbolos emergentes de la propia cultura, y que estaría ligado a la identificación de cada individuo con los valores de un colectivo social del que se siente parte; y el conservador, que asume el carácter trascendente y sagrado de un conjunto de valores, por lo general emanados de un corpus religioso, y pone el acento en virtudes tales como la pureza, santidad, pudor sexual, etc. Cada uno de estos códigos adjudica un peso moral importante a ciertos valores y normas, aun cuando la violación de las mismas no redunde en daños a terceros. También varios psicólogos morales (Nichols 2002, Haidt 2001) comprobaron experimentalmente que el asco que provocan ciertas acciones -como, por ej., el incesto, o escupir en un vaso de whisky antes de tomárselo (Haidt, 2001)- provocan reacciones emocionales que nos instan a juzgar moralmente a los "infractores", aun cuando sus acciones no dañen a otras personas. En este trabajo me propongo abordar el problema de la delimitación del alcance de los juicios morales comparando el código liberal, por un lado, con la ética aristotélica de las virtudes, y, por el otro, con el sentido que subyace a las convenciones sociales. En ambos casos la estrategia será la siguiente: asumiremos como normativamente válido el criterio minimalista según el cual los actos morales deben ser evaluados sólo en función de los beneficios o perjuicios que acarrean al prójimo (o al conjunto de la sociedad), e intentaremos dilucidar si otras concepciones con criterios más amplios en relación al espectro de lo moralmente evaluable también sostienen posiciones implícitamente asociadas a la noción de daño.
De la moral minimalista al maximalismo aristotélico: la ética de las virtudes
La ética aristotélica de las virtudes, al extender el campo de la vida moral a todos los aspectos atinentes al juicio práctico orientado a la meta de alcanzar una buena vida, contempla una enorme diversidad de rasgos de carácter, juicios de valor y comportamientos humanos como intrínsecamente ligados a la dimensión ética. La ética es, para Aristóteles, el arte de alcanzar una buena vida (dicho de otro modo, el de alcanzar la felicidad). De allí que el filósofo apele a una enorme multiplicación de virtudes y vicios ligados a sutilezas del carácter y la personalidad que contribuirían, en cada caso, a allanar u obstaculizar el camino hacia una vida buena. En este caso no examinaré la posibilidad de extender la esfera de la Ética a cualquier juicio práctico orientado al buen vivir, pues hemos partido del supuesto minimalista de que las acciones y decisiones moralmente relevantes son sólo las que afectan a terceros. La pregunta que me haré es si un conjunto de rasgos sutiles del carácter, aunque en sí mismos no parezcan moralmente evaluables -en la medida en que no pueden asociarse a la intención deliberada y voluntaria de beneficiar o perjudicar a otros-, pueden afectar la interacción con los demás, de modo de generar efectos positivos o negativos en otras personas. En tal sentido, si nuestras evaluaciones morales suelen tomar en cuenta tanto las intenciones de los agentes evaluados (deontologismo) como los resultados de sus acciones (consecuencialismo o utilitarismo), quizás cabría la posibilidad de evaluar moralmente ciertos rasgos de la personalidad (lo que Aristóteles llamaba virtudes o defectos), en la medida en que los mismos pueden redundar de hecho en beneficios o perjuicios entre las personas que rodean al agente (especialmente si pertenecen a su círculo íntimo). Así, por ejemplo, las personas con mal carácter, depresivas o con una visión negativa de la vida, alarmistas, demasiado torpes o distraídas, excesivamente susceptibles, muy celosas y posesivas, con poco tacto para decir las cosas, o, por el contrario, demasiado reservadas y con dificultades para comunicarse, etc., pueden no albergar ninguna mala intención hacia sus allegados con los que conviven cotidianamente (familiares, amigos, vecinos, cónyuges, colegas, jefes, empleados, etc.); y sin embargo, generar situaciones que afecten negativamente a su círculo íntimo, e incluso a personas menos allegadas. De allí que los defectos del carácter suelan ser objeto de juicio moral y valoración negativa espontánea, en la medida en que producen de hecho consecuencias negativas en los demás y afectan las relaciones sociales mismas. Por el contrario, personas que ostentan virtudes tales como simpatía, cortesía, buena educación, carisma, encanto personal, gracia, buen humor, perspicacia, inteligencia, serenidad, etc., pueden afectar positivamente los demás (proporcionándoles un momento grato, serenidad, información, diversión, buenos consejos, etc.) aun cuando ninguno de estos rasgos implica necesariamente la posesión de buenas intenciones morales, y cuando dichas personas no hayan tenido el propósito explícito de beneficiar a otros. Dichas personas pueden llegar a ser juzgadas muy positivamente, incluso quizás estaríamos dispuestos a ser indulgentes con ellas si cometen otro tipo de faltas (como violar normas de tránsito o evadir impuestos) y apreciar como moralmente más relevantes sus virtudes en el terreno de las interacciones sociales, que el cumplimiento de las normas mínimas exigidas por la moral liberal para regular las acciones de los sujetos en la esfera pública.

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