Alfons Puigarnau, \"Resistirse a la Navidad\", La Vanguardia, Barcelona, 27.12.2010, p. 19

June 15, 2017 | Autor: Alfons Puigarnau | Categoría: Social History, Charles Dickens, Christmas
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Descripción

LUNES, 27 DICIEMBRE 2010

Xavier Antich

S

Anacleto, agente secreto

e ha presentado como “la mayor filtración de documentos secretos de la historia” y tal vez lo sea. Al menos, por su cantidad. Más de doscientos cincuenta mil mensajes del Departamento de Estado de Estados Unidos, conseguidos y publicados por Wikileaks y selectivamente difundidos, en las últimas semanas, por cinco periódicos entre los de más difusión del ámbito internacional. Como era previsible, el revuelo armado ha sido considerable. Siempre lo es, la publicación de un secreto. Pues la esencia del secreto es que permanezca oculto y sin revelar. Y buena parte de su poder, si no todo, deriva paradójicamente de su ocultación. Basta pensar, por ejemplo, en la rocambolesca historia de los tres secretos de Fátima que los papas se pasarían unos a otros como si fuera, otro secreto, el código del botón nuclear. La fuerza del secreto, pues, deriva de su inaccesibilidad y, sin embargo, debe confirmarse por la rumorología. Si no se habla de él, y mucho, el secreto, con ser, como puede serlo en ocasiones, importante, no es operativo y su fuerza se desvanece. Oculto y, sin embargo, muy presente, pues debe hablarse de él, ahí radica la doble condición del imaginado poder del secreto. La sociedad de las nuevas tecnologías de la información, se ha reconocido a menudo, ha aportado, entre otras muchísimas cosas, el mito de la transparencia. Todo es accesible y transparente. Y lo que todavía no lo es tardará más bien poco en serlo. No sólo se ha liberalizado globalmente la economía, también la información ha sido liberalizada, cuando menos conceptualmente: ello no quiere decir que lo sepamos todo, ni falta que nos hace, sino, más bien, que los muros de opacidad que garantizaban el secretismo para las informaciones reservadas, hasta hace nada, ya no tienen razón de ser. Al fin y al cabo, todo lo que hasta hace nada era secreto de Estado, información reservada o confidencial, acabará por saberse, aunque en muchas ocasiones no pueda descubrirse de qué modo o por qué extraño mecanismo de circulación. Pues

ahora sabemos que a la información, en nuestras sociedades, le corresponde una nueva naturaleza, que es, precisamente, la de su difusión. No hay información que no vaya a ser, más pronto o más tarde, conocida, difundida, expuesta al espacio público y, por tanto, sometida al escrutinio voraz de una comunidad global que, con razón, ya no puede ni quiere renunciar al acceso a cosas que tienen que ver con ella. Sin embargo, una lectura atenta de los materiales supuestamente secretos que estos días se han dado a conocer, más allá de ciertos titulares, permite algunas consideraciones de cierto interés. Entre las supuestas revelaciones más destacadas por los analistas se encuentran los documen-

tos sobre la guerra de Afganistán, en los que pueden leerse tanto las crónicas sobre víctimas civiles de los ejércitos aliados como los esforzados procedimientos para ocultarlos. También ha sorprendido la convivencia de instituciones oficiales de Pakistán con los talibanes, así como los registros de muertes, torturas y abusos de las tropas liberadoras en Iraq. Del mismo modo, han sido analizados con lupa los documentos en los que el Departamento de Estado y la red diplomática norteamericana ha hablado de Putin, Berlusconi, Chávez o Gadafi, así como sobre los gobiernos de Irán, Turquía, Brasil o China, entre muchísimos otros. También, por supuesto, sobre España, el Gobierno de Zapatero, el tripartito, la presencia de la mafia rusa o de yihadistas, el Estatut e incluso la ley catalana del cine.

Desde ciertos ámbitos, sobre todo procedentes de los custodios de esos supuestos secretos, se ha hablado de crisis de seguridad institucional a escala global, no sin convocar el espantajo de que, con esta filtración, se ponía en peligro a miles y miles de personas. En la orilla opuesta, sobre todo en la facción ingenua, se producía una curiosa reacción consistente en afectados aspavientos ante el descubrimiento del cinismo político de los gobernantes implicados y lo que algunos han considerado como desprecio institucional por los mecanismos democráticos. Y, sin embargo, muchísimas de las informaciones que se han publicado estos días son, en parte, inocuos chismorreos procedentes de una red diplomática de feria. Otras informaciones, sin embargo, sí que afectan a cuestiones de una enorme gravedad. Pero, incluso en estos casos, han acabado revelando lo que ya muchísimos sospechaban y lo que, en demasiadas ocasiones, lamentablemente, ya se sabía. ¿Alguien piensa todavía que la guerra en Afganistán o Iraq se hizo para enseñarles a los afganos y los iraquíes a cultivar un jardín y desarrollar la horticultura? ¿Alguien ignora todavía en qué consiste la política norteamericana ante IGNOT ciertos gobiernos latinoamericanos o ante Irán o China? En los últimos tiempos se ha puesto de moda, y no sólo aquí, un gesto muy feo pero elocuente. Sucede cuando las cámaras de televisión filman a gobernantes y políticos, pero también a entrenadores de fútbol especialmente marrulleros. Estos, intentando ocultar lo que dicen, se tapan la boca con la mano, para que no sea posible, a través de la imagen, leer en sus labios. Lo hemos visto en los parlamentos y los estadios de fútbol, a la salida de los juzgados y en las recepciones con croquetas, en las ruedas de prensa y en los desfiles militares. Lo que ha hecho Wikileaks es apartarles la mano. Y, sin embargo, cuando hemos sabido lo que decían, hemos descubierto que ya era lo que pensábamos. Incluso Anacleto nos ofrecía más.c

Alfons Puigarnau

E

Resistirse a la Navidad

benezer Scrooge es el nombre del protagonista de la novela de 1843 Canción de Navidad de Dickens, del que escribe que “el frío de su interior le helaba las viejas facciones. Le amorataba la nariz afilada, le ponía azules los delgados labios”. La frase de Scrooge –“¡Bah, paparruchas!”– se usa a veces para expresar disgusto por las fiestas navideñas. Celebrar la Navidad tiene un profundo fondo antropológico porque nos pregunta, íntimamente, quiénes somos. Celebrar la Navidad, en muchas religiones y latitudes, significa dar y darse. Al dar y darnos, decimos a la gente quiénes somos. Y, al recibir, se nos comunica la imagen que se tiene de nosotros mismos.

A. PUIGARNAU, profesor de Estética y Teoría del Arte, Universitat Internacional de Catalunya

LA VANGUARDIA 19

O P I N I Ó N

La Navidad es portadora implacable de identidades, en un mundo que se resiste a ser realmente identificado. El personaje de Dickens inspira y a la vez parodia tipos como el Tío Gilito, de Walt Disney; el Señor Conejo de la serie animada Mansión Foster para Amigos Imaginarios; o, en los Simpson, al señor Burns del episodio de los Fonzos. La Navidad tiene una gran capacidad retratística en una sociedad de consumo, donde se ha sugerido que el desprecio de Scrooge por los pobres se inspiró en las concepciones del economista político Thomas Malthus. A veces podemos sentir un particular disgusto por las fiestas navideñas, rechazar la invitación de un sobrino a celebrar la Navidad con él y su familia, dejarnos arrastrar por la tentación de la soledad y el egoísmo. Vamos perdiendo la capaci-

dad simbólica para navegar por los infinitos imaginarios posibles de la Navidad. Unos, porque ya sólo confiamos en la lotería; otros, porque sabemos que sólo nos quieren por lo que tenemos, y no por lo que somos. Pero puede que un día de estos suene el timbre y aparezca el Fantasma de las Navidades pasadas (neurosis navideña), presentes (tirria por la felicidad ajena) o futuras (miedo porque la gente se alegrará de nuestra muerte futura). Podemos entonces ver nuestra propia tumba antes de despertar y descubrir que aún estamos a tiempo de cambiar nuestro destino. Todavía es posible regalar un palo de escoba con el que cabalgar y conquistar nuevos mundos; o hacer unos títeres de papel, de policía y de ladrón, que nos devuelvan nuestra verdadera imagen y el auténtico sentido de la Navidad.c

Joana Bonet

Crónica de Fin de Año

E

n el discurso público, 2010 será el año en el que se ha resquebrajado profundamente el Estado de bienestar. Cierto es que varios de sus parámetros han variado gracias al progreso, como el aumento de la esperanza de vida o el derecho de los inmigrantes a la sanidad y educación públicas. El paradigma liberal de la desregulación nos ha arrastrado hacia lodos espesos, además de desintegrar idearios comunes que ahora tiemblan ante aquello que la izquierda siempre denuncia cuando entra en crisis y busca un nuevo relato: la política del miedo. En verdad el miedo esta ahí, agazapado en la esquina, midiendo, en clave borgiana, el tamaño de nuestra esperanza, pero no es un miedo ideológico sino un dolor difuso. Los estudiantes ingleses se han convertido en la espina del poder: salen a la calle para protestar por el recorte sangrante de servicios públicos y becas. “Enarbolar la idea de nueva política y reclamar el fin del duopolio de los viejos partidos han hecho, por un tiempo, a Clegg más popular que Churchill, pero en política es peligro-

Hoy en las casas ya no se nace ni se muere, ni se hace pan; son búnkers para aislarse de la incertidumbre so pretender poseer la autoridad moral”, leo en The Guardian, que acaba de seleccionar 20 cosas que aprendimos en el 2010, entre las que destaca la constatación de que “la nueva política es la política de siempre”. Las herencias del linaje se sacuden el polvo del desván, dispuestas a abrir una amplia brecha entre los nuevos ricos y los nuevos pobres. El centro americano se desploma, y a Obama parece faltarle el aliento para combatir a las bolsitas de té mientras aumenta el número de videntes por todo el mundo. El progreso combate la magia: desde cápsulas de café con retrosabores hasta la vida artificial investigada por Craig Venter. No es cierto que todo esté inventado. El individuo hoy es un auténtico portátil, con una biblioteca a cuestas en su iBook y una hemeroteca en su iPad, pero, a pesar de su aparente autosuficiencia, nunca se había generado tanta bibliografía acerca de la felicidad. O al menos su búsqueda. Todo esto sucede en el mundo de afuera, mientras estos días la gente se reúne alrededor de una mesa, consciente más que nunca de la idea de territorialidad, no la del terruño ni la de la identidad grupal, sino la que protege de la intemperie. Hoy en las casas ya no se nace ni se muere, ni se hace pan. Su función es mucho más uterina: un búnker para aislarse de la incertidumbre. Heidegger analizó la etimología del término wohnen (habitar) para concluir que sus connotaciones eran mucho más profundas que el simple detenerse latino (morare, manere, stare), y que presuponía una condición anhelada: estar en paz. Ese es el deseo plasmado en una colección de pequeñas rutinas que estos días interpretamos puertas adentro. La casa, el hogar, la familia, conjurados con el bálsamo de la tradición para representar ese lugar al que ya no siempre se podrá regresar.c

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