¿Alemanes antipáticos?

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Descripción

¿Alemanes antipáticos?



En 1958 dos autores entonces poco conocidos, Eugene Burdick y William J.
Lederer, publicaron una novela, The Ugly American, que era una dura crítica
a la política norteamericana de cara a un país ficticio del sudeste
asiático. La caracterizaban rasgos tan poco deseables como la
incompetencia, la corrupción y la arrogancia. Se convirtió en un best-
seller. Al año siguiente la publicó Grijalbo bajo el título, literal pero
no excelente, de El americano feo. Probablemente no tardarán en aparecer
obras, de ficción o no, que reconstruyan la antipática atmósfera por la que
atraviesan una buena parte del electorado alemán, un sector de sus partidos
políticos de centro derecha (CDU/CSU) y de extrema derecha y varios de sus
abanderados, entre ellos el ministro federal de Finanzas Wolfgang Schäuble.
A lo mejor surge incluso una pareja como Burdick y Lederer.

Este va a ser mi último post antes del verano. Todo el mundo tiene
derecho a vacaciones (aunque no todos puedan tomarlas) y servidor va a
concentrarse por las mañanas un libro que se me resiste y, por las tardes,
a leer algo que no tenga nada que ver con él.

En este post quisiera suscitar una cuestión que viene preocupándome
desde hace años. No aspiro a originalidad alguna. Todo lo que puede
preguntarse, por el momento, sobre la crisis griega ya se ha planteado. Los
análisis en profundidad vendrán después.

En el reciente debate generado en Alemania sobre si convenía o no
aprobar el principio del tercer rescate a Grecia una minoría, pero no
diminuta, se pronunció en contra. Está respaldada por un segmento muy
sólido de la población. Su exponente más conocido es nada menos que un
ministro del gobierno federal de coalición. En las negociaciones dejó caer,
como si no tuviera importancia, que una mejor alternativa estribaba
expulsar a Grecia temporalmente de la eurozona. Luego ha repetido en
público esta posición que ha levantado cierta indignación entre los
socialdemócratas alemanes. Al menos de momento Schäuble no ha sido
desautorizado. ¿Se convertirá en un líder de opinión de los alemanes feos?


Muchos alemanes lo son porque parecen haber olvidado su propia
historia. Se encuentran en todas las clases sociales y, por supuesto, entre
los círculos dirigentes (con el Bundesbank en primer lugar). Ahora bien, si
hay una nación o un pueblo que no tienen derecho a olvidarla, ni siquiera
en el transcurso de las generaciones, es Alemania. Muchos países han
querido asentar su hegemonía sobre el continente. Pocos lo han logrado y
menos aún por mucho tiempo. En Alemania concurren dos circunstancias: fue
el último país que lo intentó y el más efímero (ni siquiera cinco años).
Aún así se las apañó para sembrar un reguero de destrucción y muerte que
culminó en los horrores de la Shoah.

Naturalmente las generaciones actuales no tienen la culpa de ello
pero no están eximidas del deber de olvido. Los alemanes fueron, en los
años treinta y parte de los cuarenta, muy, muy antipáticos. Precisamente la
integración europea se diseñó con dos propósitos esenciales: desterrar la
guerra entre los países que en ella participan y fomentar su crecimiento
económico, su bienestar y su solidaridad. El primer objetivo se ha
alcanzado plenamente. En los otros dos se han conseguido avances
formidables. Alemania ha prestado a ello una contribución impagable.

Este palmarés se ha erosionado considerablemente desde el impacto de
la crisis económica. Los nacionalismos y populismos han reverdecido. A
veces de forma grotesca. En Alemania, de manera insidiosa. Lo más parecido
que en Alemania hay a un santo laico, Jürgen Habermas, ha dado un grito de
alarma: ¿asistiremos ahora a un tercer intento alemán en Europa de asentar
la hegemonía política, después de haber logrado la económica?

Hábilmente Schäuble, y con él una parte del establishment político alemán,
han argumentado que lo que la eurozona necesita es un nivel de integración
más elevado. Saben perfectamente que, dejando las cosas a su inercia, el
proceso no avanzará. Sería, ciertamente, una buena salida: en la medida en
que el invento europeo de compartir soberanía ha ido avanzado, los
problemas, incluso lo más intratables, han encontrado solución. Quizá no a
gusto de todos, pero sí de forma tal que con ella todos han aprendido a
vivir y a convivir.

El otro día, Hollande recogió el guante. ¡Hay que "comunitarizar" la
gobernanza de la zona euro a través de la creación de una vanguardia que
señale el camino! Lo hizo en el 90 cumpleaños de Jacques Delors, uno de los
pocos franceses que supo cohonestar el interés francés con el comunitario.
Pero dado que la política francesa se ha caracterizado en numerosos
aspectos por el mantenimiento del grado más elevado posible de autonomía
consistente con los compromisos integubernamentales dentro de la UE, hay
lugar para la sospecha. Sobre todo porque detrás acechan las fuerzas que
desean derrumbar la UE en todo lo posible.

Alemania y Francia son los dos países claves para el futuro de Europa. Mi
sospecha es que Francia seguirá maniatada en el próximo futuro, con
elecciones presidenciales en 2017, y una Marine Le Pen con su amenazante
Frente Nacional. Es decir, corresponde a Alemania o bien dejar pasar el
tiempo y que la situación se pudra más o dar un salto adelante. En otros
tiempos, hoy lejanos, los alemanes encontraron figuras que lo dieron:
Adenauer, Schmidt, Kohl. Y sus dificultades no fueron entonces menores que
las que hoy existen.

Las cosas pueden empeorar. ¿Quién pone su mano en el fuego de que el tercer
rescate a Grecia vaya a ser un éxito? Lo más probable es que no lo sea.
Grecia se acerca peligrosamente a la situación, que nunca hemos esperado
ver en Europa, de un "estado fallido" o, al menos, "cuasi-fallido" que no
ha sabido adaptarse a un entorno en rápida mutación. ¿Pero lo ha hecho
Alemania? Mi impresión es que no. Que su capacidad para detectar las
rigideces estructurales griegas no la dirige con la urgencia necesaria a la
mejora de la gobernanza de la zona euro ni a las inflexibilidades de su
economía y de su sociedad. Es el clásico ver la paja en el ojo ajeno y no
la viga en el propio.

De no hacer algo quizá se cumpla la advertencia que los socialdemócratas
lanzaron en el Bundestag el otro día. Alemania consolidaará lo que ha
perdido en cuarenta ocho horas: una buena parte del "goodwill" que tanto
trabajo le costó conseguir a lo largo del tiempo como uno de los alumnos
más aplicados de la clase. Y se olvidará que la idea de un núcleo duro
conformado por una vanguardia la defendía Schäuble, con la aquiescencia de
la clase política alemana, no hace tantos años. Tiempos, tiempos.

Con esta última nota deseo a todos mis amables lectores las mejores
vacaciones posibles en estos tiempos de incertidumbre. Volveré el 8 de
septiembre.
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