Alem, Leandro - De puño y letra

Share Embed


Descripción

| LEANDRO N. ALEM |

50 AÑOS DE HISTORIA Discursos, Intervenciones Reflexiones Fidel Castro Ruz

|2|

| DE PUÑO Y LETRA |

DE PUÑO Y LETRA LEANDRO ALEM |3|

| LEANDRO N. ALEM |

Compilación y organización: Eduardo Rivas. Primera edición: Enero de 2014.

@donenedenada [email protected]

Estrella de piedra Ediciones

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

|4|

| DE PUÑO Y LETRA |

A Manuel. A Eugenia.

|5|

| LEANDRO N. ALEM |

|6|

| DE PUÑO Y LETRA |

INTRODUCCIÓN

Leandro Alem se destacó por múltiples factores, y una de ellos fue por su oratoria. A lo largo de las páginas siguientes reproducimos algunos de las principales obras del líder radical procurando que ellas manifiesten su ideario. Se incluye además un informe que Alem realizara sobre la Revolución del 90, en el cual analiza las causas principales de su fracaso. Asimismo, también forma parte de este volumen los discursos de Alem durante la discusión legislativa de la capitalización de la Ciudad de Buenos Aires. Así, repasamos los principales discursos de Don Leandro Alem, aquel a quien cuando preguntaban por la N de su firma, cuando reseñaba Leandro N. Alem respondía ene de nada.

|7|

| LEANDRO N. ALEM |

|8|

| DE PUÑO Y LETRA |

¡ADELANTE LOS QUE QUEDAN!

|9|

| LEANDRO N. ALEM |

| 10 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO SOBRE LA ORGANIZACIÓN DEL BANCO DE LA PROINCIA DE BUENOS AIRES, EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, EL 16 DE JUNIO DE 1873.

Sr. Alem.- Hay dos escuelas, o mejor dicho, dos sistemas para la manifestación del pensamiento y de los sentimientos: uno, por el cual se procede con circunloquios, con ambages y hasta con sonrisas, no obstante la expresión adversa y hasta hiriente que se revela en la voz y en los labios del que habla; y el otro el que procede con franqueza, diciendo la verdad, llamando las cosas por su propio nombre, o lo que suele llamarse ruda franqueza militar. Yo pertenezco a esta última escuela. He hecho esta pequeña digresión porque pienso, señor Presidente, hablar muy claro al ocuparme del procedimiento que ha observado la Comisión de Hacienda respecto al proyecto cuya resolución pende en este momento de la Cámara. Como el señor miembro informante ha dicho que la Comisión ha cumplido con el mandato que recibió de la Cámara y ha pedido que su despacho sea considerado sobre tablas, yo me voy a permitir decir algo respecto al procedimiento de la Comisión. Pasaron a la Comisión de Hacienda, señor Presidente, tres proyectos tendientes a evitar la crisis o la especie de crisis, como ha dicho el señor diputado, que existe actualmente: uno de ellos emanaba del Poder Ejecutivo; otro emanaba del presidente de la Comisión de Hacienda, a quien se le atribuyen conocimientos especiales en materia económica, y a mi juicio con razón; y el otro firmado por dos señores diputados, que no eran ni el Poder Ejecutivo ni economistas. Sin embargo, señor Presidente, yo creo que esta Comisión, para cumplir con su deber, debió haberse ocupado de todos los proyectos de cuyo estudio fue encargada, tomando en consideración todas las ideas de quienquiera que emanasen, sin fijarse en las firmas que llevaran los proyectos. Esta era mi convicción y, con dolor, he visto que la Comisión de Hacienda en esta circunstancia no ha creído oportuno seguir este procedimiento; que se ha ocupado especialmente de dos proyectos: del que emanaba del Poder Ejecutivo y del que emanaba del presidente de la Comisión de Hacienda, a quien, como he dicho, se le considera competente en la materia. El hecho de haber prescindido absolutamente la Comisión de Hacienda del proyecto firmado por los señores diputados a que antes me he referido, revela un soberano desprecio para las ideas sostenidas por esos señores Diputados... Cuando se leyó ese proyecto en este recinto, señor Presidente, se pidió el apoyo de los miembros de la Cámara para que pasase a Comisión, a fin de que la Comisión de Hacienda se ocupase de él conjuntamente con los demás proyectos que tienden a evitar la crisis. Tal fue la mente de la Cámara, porque tal fue el pedido de los diputados que presentaron ese proyecto.

| 11 |

| LEANDRO N. ALEM |

Yo he observado paso a paso el procedimiento de la Comisión de Hacienda, y debo decir, francamente, que he extrañado cuando he visto que se esquivaba tratar este asunto, esquivándose de cambiar ideas a su respecto, hasta que al fin me convencí de que se trataba de hacer una absoluta prescindencia, como efectivamente se ha hecho. No se diga, señor Presidente, que ese proyecto era puramente de carácter administrativo. No, señor, era un proyecto que daba una nueva organización al Banco y que resolvía de una manera más radical -no digo que se resolviera bien o mal, pero sí de una manera más radical-, todas las cuestiones que toca el proyecto en discusión. Ese proyecto importaba cambiar el Banco de Depósitos en Baco de Emisión; trataba de la conversión del papel moneda y trataba una porción de cuestiones económicas de grande importancia y las resolvía de una manera radical. Vuelvo a repetir; no sé si era bien o mal, porque eso no debo decirlo yo, pero las resolvía. Sin embargo, la Comisión ha creído que no debía estudiarlo, ni tomarlo en consideración. Yo digo que por respeto a la Cámara misma, cuando dos diputados presentan sus ideas respecto a una cuestión, cualesquiera que sean esas ideas deben ser consideradas; debe tomarse en cuenta, cuando menos, la buena voluntad de esos diputados y no venir por cuestiones de amor propio a hacer un soberano desprecio de un proyecto como el que hemos presentado, porque, vuelvo a repetir que eso importa mirar con el más profundo desprecio a esos diputados. Por consiguiente, yo quisiera que la Comisión dijese si ella cree realmente que están de más aquí esos diputados, y espero que la Cámara resuelva esa emergencia para tomar mi resolución. En este concepto, pido que la Cámara resuelva antes de ocuparse de la moción que acaba de hacer el señor diputado Rom, que vuelva a la Comisión ese proyecto a fin de que dictamine sobre él.

| 12 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"IMPARCIALIDAD DEL LEGISLADOR", EL 15 DE SEPTIEMBRE DE 1873.

Sr. Alem.- Si yo no tuviera una idea formada de los hombres, extrañaría la oposición que se ha hecho por algún señor diputado al dictamen de la Comisión, porque cuando se hace oposición un hecho para que se trate sobre tablas sin pensarlo ni leerlo, se deja traslucir cierta opinión verdaderamente preconcebida ese respecto. Sin embargo creí, después de oír las explicaciones minuciosas del señor miembro informante, que cualquier espíritu por exigente que fuera tenía necesariamente que adoptarlas como exactas para aprobar su dictamen, y no creí, sin embargo, ír esta oposición tan acalorada al dictamen de la Comisión, que es a todas luces justo y equitativo. No obstante esa opinión, como he dicho, que se deja traslucir de las palabras del señor diputado, yo creo, señor Presidente, que aquí en este recinto solemne, donde se dictan las leyes y se establece el derecho de las cosas, hay quien ventila los asuntos con entera independencia; capaz de ponerse arriba de la esfera donde se ciernen los espíritus fascinados por la exaltación o por el prestigio de pasiones arraigadas, y es por eso que he extrañado esa exaltación, aquí donde las cuestiones deben votarse y resolverse con el ánimo sereno, como corresponde al legislador, con el espíritu tranquilo y justo que corresponde a los representantes del pueblo, que no son una facción, un bando, ni un partido. Con las funciones de este elevado Cuerpo se rozan todas las altas cuestiones que se relacionan con la humanidad, se resuelven sus derechos civiles y políticos con la imparcialidad de que son capaces los hombres que no tienen más credo que la justicia. Aquí no hay divisa de ningún género, no hay color especialmente determinado; no hay más que una aspiración, que es hacer el bien tal como lo permita la justicia y el derecho. Señor Presidente: yo pienso, y creo, que conmigo han de pensar todos los hombres de reposo, que aquí en este recinto a cada diputado débese reconocer la moralidad política a que tiene derecho a aspirar por sus condiciones morales y materiales; y cuando venimos a ocupar este recinto, los que investimos este carácter de diputados del pueblo, los que somos encargados de ese poder soberano e invisible, de todas las reglas de Gobierno, nuestro primer deber consiste en elevar nuestro espíritu a las altas regiones de la imparcialidad, y despojarnos allí, a las puertas el templo de la ley, de todas nuestras pasiones, de todas nuestras simpatías, de todos nuestros movimientos de espíritu, que tienden a acercarnos con particular afección a las | 13 |

| LEANDRO N. ALEM |

cosas o a los hombres para tener propio el corazón humano, para no ser otra cosa que la justicia y el derecho. Si echamos una mirada rápida sobre el movimiento político social, sobre esas luchas ardorosas que se producen en los países democráticos para hacer predominar las opiniones, para hacer sentar a aquellos que las encarnan en el solio elevado de las primeras magistraturas, hemos visto y debemos creer que en todos ellos impera el propósito de la justicia y de la verdad, cualesquiera que sean las afecciones personales. Y es por eso que he extrañado esa oposición al dictamen, porque sólo el interés de partido puede hacer ciegos a los hombres ante la ley misma de la verdad. Señor Presidente: yo creo que un legislador, en este asunto legislando, no debe tener pasiones o debe por lo menos hacer que se sofoquen, para hacer que de su boca no se escuche más que la palabra austera del derecho; y si alguna pasión fuera en él inculpable, sería ese sentimiento noble de indignación que se produce en todo corazón bien puesto, en todo espíritu bien templado, en presencia de la atrocidad de un crimen tan inicuo como el de Chivilcoy. Yo sé cumplir mi deber, señor Presidente; soy un legislador, no soy un afiliado a ningún bando político; vengo a examinar los hechos con la imparcialidad que debe tener el espíritu de un legislador. Por eso me ha sorprendido sobremanera esta defensa tan obstinada de las elecciones de Chivilcoy; defensa que puede ser hecha de muy buena fe, pero no es, indudablemente, nacida de un espíritu despreocupado, sino del resultado de una inteligencia severa, esclarecida por el examen de los hechos. No, señor Presidente; la pasión predomina en esta discusión. Si alguna duda yo hubiese tenido respecto de la elección de Chivilcoy, ella hubiese sido desvanecida, no tanto por el informe del miembro informante sino precisamente por la acalorada defensa que se ha hecho de la elección. No hay, señor Presidente, peor defensa para una causa, que la que se hace dejándose traslucir ciertas ideas que implican predominio en el espíritu, de propósitos particulares; dejando traslucir el conocimiento de hechos que debieran estar reservados para las confidencias en el local de reunión partidista. Pero no hacerlos conocer aquí, en el recinto de las leyes, donde sólo debe hablarse en nombre de los intereses generales. El acto de ir a los comicios, señor Presidente, es una función política que debe estar perfectamente garantida, y a mí me basta saber que hubo justo motivo para que los ciudadanos amantes del orden no pudiesen concurrir a las urnas electorales sin peligro de sus vidas, para condenar ese atentado. Y esto es evidente, evidente como el drama sangriento que se produjo en las vísperas de las elecciones. Se está partiendo de la base de que la Comisión ha inspirado su dictamen en las protestas, que pueden o no ser exactas; pero eso no es cierto. La Comisión lo ha explicado perfectamente bien: ha prescindido de las protestas, no ha querido ver quiénes fueron los protestantes; se ha basado en las conclusiones del sumario que ha mandado levantar el Gobierno. Es allí donde la Comisión ha ido a buscar el punto de apoyo de su dictamen, y es allí donde ha visto que en la | 14 |

| DE PUÑO Y LETRA |

noche, víspera de la elección, entraron grupos de los bandos que al día siguiente debían librar combate para hacer triunfar sus ideas -de cuyo combate resultó el drama sangriento que conocemos-, y ese combate ha producido la batalla que se anunciaba para el día siguiente según estaba decidido. Pero no es posible, señor Presidente, exigir a la mayoría del pueblo, a la mayoría de los ciudadanos pacíficos y de orden, a los que quieren que impere la ley, a los que no quieren que impere la voluntad despótica de los facciosos, que renuncien al ejercicio de sus derechos. A los que piensan de modo contrario, poco les importa que la justicia y el derecho caigan bajos la planta de la arbitrariedad. Este es el caso: en las vísperas de las elecciones, dos grupos -yo no trato de designar bandos ni de establecer ni de salvar responsabilidades: eso que lo hagan los partidistas; yo no soy partidista aquí- decía, dos grupos se disputaban el triunfo de las ideas respectivas. Se trabó un combate sangriento, combate que se prolongó hasta el otro día al amanecer, no obstante una declaración que hay de una carta muy original que revela la previsión de las ideas de la autoridad de Chivilcoy. Bien, señor; los ciudadanos que no habían tomado parte en el combate de la noche anterior, los que sabían que se iba a prolongar por todo el tiempo que durase el sufragio, teniendo en cuenta la excitación de las pasiones; esos ciudadanos, digo, ¿podían cumplir racionalmente la función política que iban a desempeñar en las urnas electorales sin poner en inminente peligro sus vidas? Es imposible. Esos ciudadanos que no van inspirados de otro móvil que el de contribuir a la formación de los Poderes del país, para que lo conserven y amparen en el ejercicio de sus derechos, esos ciudadanos en vista del espectáculo sangriento que a su vista tenían, no podían ir a la matanza en vez de caminar hacia el lugar destinado a depositar su voto. La Cámara, indudablemente, no debe preocuparse como los espíritus timoratos que ven visiones, que lo aumentan todo a través de su preocupación; pero sí debe examinar con espíritu reflexivo, firme y justiciero, si hay o ha habido motivo para que los ciudadanos aun suponiéndolos animados del mejor espíritu- se abstuvieran de ir a buscar la muerte al precio del ejercicio de una función que debía serles garantida, como corresponde al más precioso de los derechos políticos. Se contesta a esto, señor Presidente, que esa abstención de los ciudadanos implica la renuncia a sus derechos; que los renunciaron en nombre del miedo; que no votaron, en fin , porque no eran valientes y que, por consiguiente, el fallo de la Cámara aprobando la elección no debía ser detenido a causa de que la cobardía de unos cuantos les impidiera presentarse en el lugar de la lucha; es decir: los que razonaron así querían que la elección se aprobara a pesar de su nulidad, la elección cuyo registro viene manchado de sangre. No, señor Presidente; la Cámara no debe callar ante semejante argumentación; al contrario, debe hacer oír su voz protestando contra un sistema de elección que importaría nada menos que el ostracismo de los hombres honrados, para favorecer a los que mediante golpes de audacia, más o menos sangrientos y escandalosos, quieren escalar los puestos públicos alejando del lugar del depósito del sufragio, a aquellos hombres que animados siempre de | 15 |

| LEANDRO N. ALEM |

buenas intenciones son una garantía del ejercicio de los derechos políticos a que están llamados en estas ocasiones todos los buenos ciudadanos que desean el imperio del orden, de la justicia y del derecho. (Intervienen en el debate varios señores diputados. Se vota sobre si el punto está suficientemente debatido y resulta afirmativa. Se aprueba en seguida en general el dictamen

| 16 |

| DE PUÑO Y LETRA |

PREMIOS POR LA CONQUISTA DEL DESIERTO, EL 23 DE JULIO DE 1879.

Alem. — Yo creo, señor Presidente, que para dilucidar esta cuestión, no se requieren grandes discursos, y es por eso que voy a expresarme brevemente. Así es que anuncio a mis honorables colegas, desde luego, que no les molestare con un largo ni pequeño discurso, ni cosa que se parezca a pronunciar un discurso. Creo que es tanto mas fácil la resolución de esta cuestión, cuanto que, dado el giro que el debate ha tornado, noto que mi honorable colega que ha dejado la palabra, ha hecho una confusión, saliendo en gran parte de su discurso, de la situación que estamos llamados a dilucidar. A mi juicio, de lo que debemos tratar aquí, señor Presidente, es, en primer lugar, si es constitucional el proyecto. En segundo lugar, si es justo acordar ese premio y si es conveniente entrar en ese orden de ideas. En cuanto a la cuestión bajo el tópico constitucional, creo que han sido ventajosamente refutados los argumentos del señor diputado Pizarro. La cuestión ha sido planteada en estas breves palabras. Todo lo que concierne al ejercito nacional, esta bajo la dirección del gobierno nacional; como la guardia nacional, una vez movilizada y entregada al servicio de la Nación., forma parte del gobierno nacional, claro es que esta a cargo del gobierno general. Se han invocado otros argumentos, que en mi opinión no tienen fuerza alguna, porque yo no pertenezco a la escuela autoritaria; pertenezco a la escuela racional, y si bien creo que los antecedentes pueden servir para llamar a atención sobre las cosas, nunca he creído que sean bastantes para decidirme en pro o en contra de ninguna cuestión. Detesto a esa escuela porque es la escuela del servilismo, de la injusticia, y muchas voces la rémora de las ideas más saludables de progreso.

| 17 |

| LEANDRO N. ALEM |

Para mi los precedentes no pueden ser nunca una razón decisiva, y el que ha citado el señor diputado Pizarro, no creo quo pueda servir para formar la conciencia de los señores diputados en esta cuestión. Efectivamente, se premio a la guardia nacional que combatió en la guerra del Paraguay, por la Provincia; en aquellos momentos de entusiasmo, en que el brillo de la comportación del ejército nacional y la grandeza de aquella cruzada hizo olvidar todo. Sin embargo, había entonces las mismas razones constitucionales para combatir esa idea; pero nadie se ocupo de ellas, por las circunstancias que antes he mencionado. Como he dicho antes, la cuestión constitucional ha sido muy bien tratada por el señor diputado López, con argumentos que de ninguna manera han sido refutados por ninguno de los que le han contestado; y por consecuencia reputo innecesario detenerme en este punto. Voy, pues, a entrar en otro orden de ideas. No se trata aquí, señor Presidente, de remediar circunstancias apremiantes, de pagar sueldos a la guardia nacional en campaña; no se trata de socorrer a la miseria ni atender a la desgracia, que para eso estoy yo siempre pronto. Se trata simplemente de acordar un premio. Y es preciso que la Cámara se aparte de la diferencia inmensa que existe entre estas cosas: se trata de acordar un premio, de dar una medalla, de dar mil pesos a titulo de premio por servicios distinguidos; premio que, bajo el punto de vista constitucional,, ha sido combatido ya. Así es que no voy a entrar a fundamentar la cuestión. Yo creo, señor Presidente, que aun cuando este premio fuese constitucional, no debiéramos acordarlo, que no merecen premios esos servicios —lo digo con toda franqueza y afrontando la responsabilidad de mis palabras—, porque creo que solo merecen premio los servicios distinguidos. Y no trato de ninguna manera de desconocer los grandes resultados de la empresa. No, señor Presidente, los reconozco todos; pero digo que no tiene el merito intrínseco que se atribuye, que esa empresa en si no ha requerido ninguno de esos grandes esfuerzos, ningún rasgo notable de patriotismo ni de abnegación; que no ha dado lugar a que se escriba ninguna pagina brillante en la historia de los servicios prestados a la Patria, como para que los representantes del pueblo o los poderes públicos hagan esta manifestación de entusiasmo para que sirva de estimulo a los grandes servidores del país. Se ha dicho que esto es el huevo de Colon. No, señor, no es el huevo de Colon; la cuestión frontera en el sentido en que se ha resuelto, había estado ya concebida desde muchos años. No se ha escrito aquí el nombre modesto del que ha escrito la resolución del problema mucho antes del Carhue y del Río Negro. Sin embargo, yo he visto escrita la resolución de ese problema en las paginas que lanzo al publico el coronel don Álvaro Barros, lo que demuestra que la cuestión de la resolución de la frontera no es el huevo de Colon, puesto que ya estaba diseñada esta campana por muchos ciudadanos que tenían sus vistas en ese sentido. Lo único | 18 |

| DE PUÑO Y LETRA |

que falto, como lo ha dicho el mismo señor diputado Pizarro, fue voluntad firme, inquebrantable, que se empeñara en llevar a cabo la empresa. .. Yrigoyen.— Desde la época de Rosas. . . Alem.— Ahora le voy a decir por que a mi juicio no merece premio. ¿En que consiste esta grande empresa? Hablemos claro. ¿Se han dado grandes batallas? ¿Ha habido que sostener grandes luchas? De ninguna manera. ¿Por que? Porque la cuestión era de buen sentido. ¿Podía creerse, ni por un momento, señor Presidente, que cuatro, seis, ocho o diez mil indios que podían presentarse, pusieran en jaque al ejército regular de la Nación? No, señor Presidente: esta ha sido una especie de guerra de policía y nada más. Nuestra guardia nacional en la frontera, nuestro ejercito de línea, no han hecho otra cosa que perseguir partidas de bandoleros, de cien indios por aquí, de doscientos por alla, que invadían robando haciendas y asolando las poblaciones. No eran fuerzas capaces de batirse con un ejército regular, aunque fuera doble o cuádruplo su número. No, señor, no podemos tampoco hacer honor a nuestro ejercito, a nuestra disciplina. Era esa especie de fantasma, el desierto, lo que se tema; el desierto inaccesible, el desierto impenetrable para nosotros y que era recorrido por esas gavillas de bandoleros que se llevaban nuestras haciendas, que saqueaban las poblaciones, que hacían cautivos y que volvían a internarse en ese mismo desierto en donde se creía que no podíamos penetrar. Pero eso no era cierto. Se podía penetrar en el desierto. Yo mismo, hablando con el doctor Alsina, que había abordado esta cuestión como hombre de buen sentido, le he oído decir que no era tan difícil resolver esta gran cuestión; que en su mayor parte era cuestión de administración. Todos los señores diputados recordaran aquellos famosos partes que pasaban casi todos los jefes de frontera y que casi todos, con muy raras excepciones, decían lo mismo: "Entraron los indios por tal punto. Lo sentimos. Fuimos a perseguirlos. Nos faltaron los caballos y no pudimos continuar la persecución". Efectivamente: era cuestión de administración, porque nunca había caballos, porque las proveedurías no marchaban bien, a causa de que se negociaba con los mismos indios, a quienes se les compraban los efectos robados, y era necesario que hubiese caballos y que el ejército fuese provisto de lo que necesitaba para permanecer en el desierto. El doctor Alsina se apercibió de esto y dijo: que haya caballos, que se provea al Ejército y que se persiga a los indios en el desierto. Así sucedió, señor Presidente. El doctor Alsina se fue al Azul, se preparo con los elementos necesarios. Tomo el ejército. Se fue a Carhue. Y quedo el problema resuelto.

| 19 |

| LEANDRO N. ALEM |

Entonces se vio que el desierto no era impenetrable, que no era inaccesible, que podía hacerse la guerra tomando la ofensiva, destacando partidas en todas direcciones y que los indios tenían que entregarse como se han estado entregando. Todo consistía en tener caballos y los elementos necesarios para avanzar en el desierto, do manera que nuestros soldados no pereciesen por falta de demen tos necesarios y movilidad y de provisiones. Todos sabemos que momentos antes de morirse, el doctor Alsina estaba haciendo los preparativos necesarios para avanzar mas sobre el desierto, que el desbande de los indios había comenzado y que no tardarían mucho en entregarse completamente. Indudablemente que la campaña ha sido grande y que ha sido también grande el resultado. Pero esta ha sido una empresa como hay muchas, de fácil solución, que no ha requerido ni una gran laboriosidad, ni ningún gran esfuerzo, ni ninguno de esos rasgos heroicos que solo suelen producirse por los espíritus superiores y que, sin embargo, producen grandes ventajas. Por consecuencia, yo creo que nosotros no debemos premiar los servicios hechos por la guardia nacional, como quien premia un nuevo descubrimiento, una invención, o la revelación de una industria, porque se trata, simplemente, de una empresa que ya se había descubierto que era fácil, por más que antes se hubiera considerado difícil. No ha sido, pues, el huevo de Colon. Y yo creo que no debemos premiar lo que ya estaba descubierto que era fácil. Lo que nosotros debemos premiar es el merito intrínseco; los grandes esfuerzos que solo pueden llevarse a cabo por espíritus superiores, que se han levantado sobre el nivel de la generalidad. Pero voy a tocar otro punto que ha tocado también el señor diputado López, y que tiene para mi mucha importancia. Me refiero a esta escuela que estamos formando, esta escuela corruptora que relaja los vínculos morales que deben ligar a los ciudadanos al cumplimiento del deber, debilitando este sentimiento. De aquí proviene que por cualquier causa lanzamos una manifestación de simpatía o un premio; de manera que todos los días estamos viendo en la Cámara que todos los individuos que han hecho algún servicio, se creen con derecho a venir a pedirnos premios, jubilaciones o pensiones, porque han servido ocho o diez anos con honradez o rectitud, y generalmente se cree que se comete una gran injusticia no acordando el premio. Siguiendo este camino, llegamos a este resultado: que el cumplimiento del deber es una cosa tan rara que merece un premio; de manera que siguiendo en esta escuela, es hombre honrado el que no hace dilapidaciones, el que ha sacado del bolsillo —permítaseme esta frase vulgar— un reloj que no le pertenecía. Yo creo que esto es ridículo; y me parece que mi palabra, tratándose del ejercito, es insospechable, porque lo he defendido siempre con verdadero cariño y con toda sinceridad durante los cuatro anos que he ocupado un asiento en el Congreso Nacional. Allí, | 20 |

| DE PUÑO Y LETRA |

consecutivamente, he levantado mi voz en defensa del ejército, porque comprendo lo que es esa carrera, lo que importan sus servicios y la abnegación que es necesaria para consagrarse a ellos. Por consecuencia, yo combato este premio, únicamente porque esta en contra del orden de ideas que domina mi espíritu. Y voy a terminar, porque, como he dicho al principio, no voy a hacer un discurso. Yo creo que no debemos acordar este premio, porque me parece que hasta seria ridículo premiar a los que en Carhue han estado cavando zanjas, porque era ese y no otro el servicio que se hacia allí por la guardia nacional, mientras la tropa de línea estaba cuidando que no entrasen los indios, dejando sin premiar a otros que han pasado antes muchos anos en servicio de la frontera, sufriendo mayores penurias y peligros. El servicio de la frontera ha sido siempre penoso, y si penoso era en Carhue, mas penoso era antes, y me parece que no hay razón alguna para premiar a los que ni siquiera servicio militar han hecho, porque, como he dicho antes, el servicio de la guardia nacional se reducía a hacer la excavación de la zanja. Se dice que el Gobierno Nacional dará un premio al ejército de línea y que no lo dará a la guardia nacional. Si así lo hiciera cometería una injusticia. Pero de todos modos esa no puede ser una razón que pueda influir para determinar nuestro voto en ningún sentido. Yo, señor Presidente, hubiese llegado hasta a cederles los mil pesos; pero no a titulo de premio, sino a titulo de socorro para remediar sus necesidades, porque, como ha dicho el señor diputado Pizarro, creo que esas guardias nacionales están aun impagas de sus haberes. Así es que hubiese modificado el articulo en ese sentido, pero tengo el convencimiento que no lo van a recibir. Recuerdo que para la guerra del Paraguay se dio también premio en dinero a los guardias nacionales, premio que nunca recibieron, y con estos ha de suceder lo mismo. En primer lugar, porque los mas nunca vendrán a reclamarle» personalmente, lo que podría ser una garantía de que les aprovecharía; y en segundo lugar, porque los que se sientan dispuestos a recibirlo, nombrarán apoderados, estos lo reclamarán seguramente, pero es probable que los agraciados no reciban el dinero. Así, pues, convencido de que por este medio no hemos de poder hacer el bien que deseamos a estos servidores de la patria y que haríamos una erogación de seiscientos mil pesos inútilmente —pues que si alguien los recibiera no serian los guardias nacionales sino unos cuantos estafadores— me quedo en este caso por la negativa.

(Hacen uso de la palabra varios señores diputados, originándose un extenso debate. Pronuncia una extensa exposición el señor diputado Vidal, el que termina con los siguientes conceptos)

| 21 |

| LEANDRO N. ALEM |

Vidal.— Pero juzgando la cuestión con el criterio que lo hace el señor diputado Alem, se puede llegar a una conclusión monstruosa: que las campanas de la guerra de la independencia de la Republica, no merecen distinciones para sus próceres. Era aquel un hecho que se venia elaborando en la conciencia de todos los que habían nacido bajo el sol de la Republica; era necesario sacudir el yugo del coloniaje y vivir libres e independientes. Vino un momento en que el hecho se produjo; tal vez ayudado por acontecimientos extraños, fatales. Fernando VII, prisionero; Napoleón, invadiendo el mediodía de España; las fuerzas españolas aquí, debilitadas y sin saber a quien obedecer; todo se desarrollaba al par que germinaba el sentimiento patriótico. El movimiento se produjo, ¿y acaso los hombres de aquella época no tiene derecho a ser llamados próceres? Alem.— Es claro, porque eran cuatro mil hombres combatiendo contra treinta mil y haciendo inmensos sacrificios que en ninguna parte se han hecho. Moreno.— No es la forma en que se producen los sucesos, sino los sucesos mismos los que determinan su importancia. Alem.— Mala escuela filosófica es la fatalista. Moreno.— La escuela que el señor diputado combate y que combato yo también, tiene graves peligros porque todos los extremos se tocan, porque todos son malos. Es indudable que es una escuela mala, perniciosa, aquella que hace que cada acto de la vida que no importa otra cosa que el cumplimiento del deber, de motivos para discernir premios; pero tenga presente el señor diputado que los pueblos mas libres del mundo, como la Inglaterra, tienen instituciones, corporaciones, establecimientos humanitarios que llevan la acción de su admiración por hechos consumados, no solo dentro de los limites de su territorio, sino en todas partes del mundo. Mas de un ejemplo tenemos en la Republica Argentina de hombres que han prestado servicios mas o menos modestos, como salvar náufragos que pedían auxilio en medio del mar y que han recibido de los Estados Unidos, del Gobierno ingles, del Gobierno austriaco, manifestaciones honrosas por el servicio prestado. Alem.— Es claro, porque tenían un rasgo de superioridad al que no estaban obligados sino por un deber simplemente moral.

| 22 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSOS DE LEANDRO ALEM CON MOTIVO DE LOS DEBATES SOBRE LA CUESTIÓN CAPITAL EN LA HONORABLE LEGISLATURA DE LA POVINCIA DE BUENOS AIRES.

SESIÓN DEL 12 DE NOVIEMBRE DE 1880

Sr. Alem.- Hace un momento he oído la lectura del dictamen de la Comisión de Negocios Constitucionales y la palabra del señor Presidente sometiéndolo a la deliberación de la Cámara. Su informe estaba hecho y conocido de antemano, esto es, las consideraciones fundamentales, las razones atendibles se habían aducido por los promotores de la idea en las Cámaras de la Nación y en la de Senadores de la Provincia, lanzadas a todos los vientos de la publicidad por los órganos de la prensa al servicio de esos S. S. acaba de complementarlas ahora el señor Ministro de Gobierno. Así, pues, sólo esperaba que por su órgano competente, se sometiera este proyecto a la deliberación de la asamblea para manifestar yo también mi opinión, que le es contraria, o mejor dicho, para fundarla, puesto que ella es conocida, refutando al mismo tiempo toda esa argumentación que en aquellos cuerpos deliberantes se había desarrollado. Aunque estoy, señor Presidente, muy habituado a la vida y a los debates parlamentarios, debo decirlo con franqueza, emociones de distinto género, sentimientos encontrados agitan necesariamente mi espíritu en este momento, y la cámara me va a permitir una breve manifestación que a mi persona se refiere, por los especiales y poderosos motivos que en seguida indicaré. En primer lugar, señor Presidente, por los sucesos que se han producido, por la forma en que se han desenvuelto, por las personas que han intervenido en ellos y por las manifestaciones públicas a que me he visto obligado antes de ahora, puede decirse que me encuentro a la expectativa del público, con motivo de esta cuestión, y debo necesariamente desconfiar de mis débiles fuerzas, atenta su gran importancia. Estoy, por otra parte, colocado frente a frente, no diré de mi Partido en obsequio a la verdad y haciéndole justicia; pero sí, de un círculo importante de ese Partido, el que ha militado con | 23 |

| LEANDRO N. ALEM |

más actividad en los últimos acontecimientos, y se ha hecho dueño de la situación oficial de esta Provincia y de la República. Yo conozco, señor Presidente, la intolerancia de todos nuestros Partidos y círculos políticos, cuando alguno no quiere seguir ciegamente las evoluciones que promueven los que en una situación dada los dirigen. La conozco bien, y si todavía no se ha lanzado públicamente alguno de esos anatemas con que se pretende abrumar a los débiles o a los que no están perfectamente resguardados por sus antecedentes, es porque para algo sirven esos antecedentes y los sentimientos bien conocidos de un hombre, en una situación solemne como esta. Pero siento va, los efectos de la guerra sorda que a mi alrededor se promueve. No se me ocultan las especies de mala intención que se hacen circular, ni las imputaciones ofensivas que sobre mi conducta se lanzan. A estas últimas contesto como debo contestar: con el más soberano desprecio, y vengo con mi conciencia perfectamente tranquila y mi espíritu sereno; y no han de ser, por cierto, aquellas evoluciones impropias, ni esas contrariedades las que debiliten su temple ni quiebren el poder de sus convicciones. Me he formado en la lucha y por mis propios esfuerzos, como es notorio en esta sociedad en cuyo seno he combatido, o mejor dicho, con la cual he combatido para apartar de mi camino los obstáculos que a cada momento se oponían. Larga y ruda ha sido, señor Presidente, la contienda; palmo a palmo he disputado y he conquistado el terreno en que hoy estoy pisando, y así he podido observar muchas manifestaciones del corazón humano, que me hacen considerar sin rencor y aún sin sorpresa, situaciones como la que se produce en este momento respecto de mí. Y para decirlo todo de una vez, contestaré con las mismas palabras que les dirigía a los que, hace cinco años no más, pretendían avasallarme en una emergencia semejante: he de sobreponer siempre mis ideas y la independencia de mi carácter a las conveniencias de una posición, y como en la vida política este derrotero franco y abierto suele ser peligroso, siempre estoy esperando el choque de pasiones mal encaminadas o de intereses ilegítimos, que sólo entre las sombras pueden desenvolverse; pero yo voy allí con mis sentimientos y mis convicciones, allí donde creo encontrar el bien y no hay un solo hombre honrado, como yo le considero en la alta acepción de la palabra, que haya recibido una ofensa de mi parte, y no hay una situación difícil en que mi Patria se hubiera encontrado que no haya recibido el débil contingente de mi fuerza para salvarla: esto me basta para mi satisfacción. Sin embargo, promedia en esta emergencia una circunstancia que me causa verdadera pena. Están en ese círculo político algunos amigos bien apreciados por sus buenas condiciones, los que necesariamente tendrán que caer envueltos en los cargos que se han de deducir de la severa exactitud con que examinaré los sucesos que se han producido, en su carácter, en sus propósitos y en sus móviles y tendencias. ¿Será mía la falta, señor Presidente? No soy yo quien ha variado de rumbos, no soy yo quien arroja a los vientos, en girones, la bandera a cuya sombra hemos formado todos nuestra personalidad política y a cuyo título conducíamos las vigorosas legiones del Partido autonomista, a la lucha constante, a la fatiga, a la batalla y al sacrificio muchas veces. | 24 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Dígase lo que se quiera por los que siempre tratan de disculpar y defender los procedimientos inexplicables de los poderosos, no ha sido ésta una de esas nomenclaturas caprichosas que suelen darse los círculos políticos militares como divisa de combate; ha sido una verdadera bandera en cuya blanca faja estaba inscripta la idea liberal democrática que inspiraba a sus hombres; ha sido un verdadero programa que envolvía principios y tendencias diametralmente opuestas a las que combatimos. Nadie, señor Presidente, debe desentrañar una ofensa de mis palabras, porque no ten intención de hacerla; nadie debe darse tampoco personalmente por aludido en el examen que haré de todos nuestros Partidos políticos, penetrando hasta el fondo de su escenario algunas veces, para apreciar sus procedimientos, la veleidad de sus propósitos, la versatilidad de sus opiniones y todas sus evoluciones y combinaciones impropias, en las cuales debemos buscar la verdadera causa del mal, y sobre las cuales debemos hacer la reacción que ahora se intenta sobre nuestro sistema y sobre nuestras instituciones democráticas, cometiendo el más lamentable de los errores. No he de teorizar mucho tampoco, señor Presidente, porque a los que tratan hoy de levantar y establecer los buenos principios y las sanas doctrinas se les llama idealistas y utopistas por los hombres prácticos: vale decir algunas veces, y respecto de algunos los hombres positivistas. Yo voy a ser práctico también, pero no en este último sentido, esto es, voy a examinar, repito, todos los sucesos y todos nuestros Partidos en su verdadero carácter, con sus propósitos y sus tendencias, penetrando en todos los detalles de nuestra vida política práctica para llegar a la conclusión, que luego he de señalar, y porque quiero también arrojar al viento de este modo esa especie de arenilla dorada con que se envuelve o se pretende envolver una verdadera y amarga droga, que se presenta no solamente al pueblo de Buenos Aires, sino a todos los pueblos de la República. Cuando se tratan cuestiones, que con tanta gravedad, afectan al porvenir del país, es necesario llegar hasta el fondo de ellas, ir a todos sus detalles, y examinarlas bajo todos sus puntos de vista. Tratarlas de otro modo, de una manera superficial, es perjudicarlas, faltando a nuestro deber y engañando al mismo pueblo de quien recibimos tan alta misión. Con estas palabras más o menos comenzaba el señor Diputado Achával aquel ruidoso discurso que pronunció contra la capital en Buenos Aires en el Congreso Nacional el año 1s75, y yo las renuevo y presento la idea que ellas entrañan por la aplicación indiscutible que tienen en este caso. Bien, señor Presidente, a nadie puede ocultársele el carácter y la importancia de esta ley, o mejor dicho, de la cuestión que está sometida a la deliberación de la cámara: es un punto esencialmente constitucional que no solamente afecta las instituciones de la Provincia de Buenos Aires, sino que su solución puede comprometer también, como he dicho, el sistema de gobierno que hemos pintado, y el porvenir de la República Argentina. Es un principio de la buena jurisprudencia, como bien lo decía un convencional del 73, que la ciencia del legislador no consiste principalmente en conocer los principios del derecho constitucional y aplicarlos sin más examen que el ele su verdad teórica; consiste también en combinar esos mismos principios con la naturaleza y peculiaridades del país donde deben aplicarse, examinando cuidadosamente las circunstancias por que atraviesa, los antecedentes y acontecimientos sobre los que se puede y debe calcular, sin descuidar tampoco los | 25 |

| LEANDRO N. ALEM |

elementos morales y materiales de la sociedad en que se legisla, para armonizar los intereses y pretensiones discordantes de los diversos pueblos que forman la Nación. Algo más: en cuestiones como esta, es necesario no i perder de vista y tener siempre presente hasta el carácter, la índole, y las pasiones de lote hombres que más influyen en una época o en una situación dada, y nunca de mayor exactitud esta observación que en las actuales circunstancias y en el presente caso. Bien, señor Presidente, lo primero que más ir presiona al espíritu desprevenido y que con serenidad quiere prever todas las consecuencias que la solución de un problema político, como éste, puede traer para el país, son precisamente las circunstancias, la situación en que se ha promovido, trabajado, desenvuelto, y casi terminado, esto que se llama una evolución de Partido. Recién salimos de una situación de fuerza que ha pesado no solamente sobre la Provincia de Buenos Aires, sino también sobre toda la República, y la circunstancia de que en este momento la cámara discuta sin esa presión, no perjudica ni puede perjudicar la gravedad de mis observaciones. Diez días han transcurrido recién desde que se ha levantado el estado de sitio, y veinte desde que se alzó la intervención, y es evidente que los efectos de una situación 'semejante, no desaparecen con ella, y mucho menos aquéllos que ya se han producido.

Preguntémonos cómo vino esta evolución. Lo repito otra vez y lo recuerdo a la H. Cámara, que ella se ha promovido y desenvuelto durante aquella situación y por los poderes oficiales que la hacían. No la critico ni la condeno porque estaba autorizada y determinada por la misma Constitución, porque era necesaria una fuerza legal para avasallar la fuerza irregular que se levantaba contra las autoridades constituidas de la Nación; pero el hecho se produjo y lo apunto para desprender sus consecuencias inevitables. Y fue durante esta situación que tuvo lugar la elección de Diputados al Congreso en varias Provincias, y fue bajo el estado de sitio y la intervención en Buenos Aires, esto es, bajo la dirección de la autoridad nacional, decididamente empeñada en concluir esta cuestión como ella la presentaba y la quería, que se ha elegido y constituido la Legislatura de la Provincia. Y si bien pensamos las cosas, necesario era también precipitar esta elección para reconstruir los poderes públicos provinciales del tutelaje de la Nación, recuperando su autonomía esta Provincia, cualesquiera que fuesen los vicios y las sombras que sobre ese acto se proyectaran. Pero digan ahora todos los hombres de verdad, poniendo la mano sobre su conciencia, si una Legislatura que nace y se constituye de este modo, teniendo hecha en la Provincia toda su estructura oficial el ejecutivo de la Nación, que a todo trance buscaba la solución que estoy impugnando, digan con toda sinceridad si esta Legislatura está revestida de la alta autoridad moral que para pronunciarse sobre cuestión de tal importancia y trascendencia se requiere, a fin de que sus resoluciones tengan todo el prestigio y el respeto de la opinión pública? ¿Digan, por fin, todos los señores Diputados si se creen perfectamente autorizados, a la vista de estos antecedentes, para invocar el voto de sus conciudadanos y afirmar que interpretan fielmente la voluntad del pueblo en esta cuestión? | 26 |

| DE PUÑO Y LETRA |

(Aplausos y bravos en la barra). Sr. Presidente.- Son prohibidas las manifestaciones de aprobación o desaprobación. Si el hecho se repite haré desalojar la barra. Sr. Alem.- Y es tan cierto que esta situación pesaba sobre todos: sobre los vencidos, los vencedores, y sobre los neutrales, que a nadie se le oculta la misma dictadura, que ha estado ejerciendo el Comité ejecutivo del Partido autonomista, triunfante en este momento, sobre todo ese Partido, y tenía que ejercerla. No era posible dar satisfacción a todas las manifestaciones y aspiraciones de la opinión; era necesario más bien que deliberar, obrar, y llevar la acción a todas partes, reconstruir todos los poderes de la Provincia para sacarle el gobierno extraño que tenía, y entonces el consejo ejecutivo, asumiendo sobre sí la responsabilidad en el acto, fue el único, puede decirse, que confeccionó todas las listas que el Partido se vio obligado a aceptar. No es posible sostener tampoco que los espíritus estén perfectamente tranquilos y serenos y en condiciones, por consiguiente, para deliberar y resolver con todo acierto y previsión. ¿Habrán desaparecido ya completamente todas esas desconfianzas, esas prevenciones, y aun puedo decir esos odios que estás luchas engendran fatal y necesariamente? No, señor Presidente, no es posible, como bien lo decía el señor Ministro de gobierno, hace un momento. Todavía no se han cicatrizado las heridas causadas en los últimos combates, todavía se conocen las señales de la tierra removida para inhumar los cadáveres que el plomo de los hermanos había producido en esas grandes luchas. (Calurosos aplausos en la barra). Sí, señor Presidente; estarán un poco amortiguadas todas esas pasiones, pero es indudable que su influencia se ha de sentir todavía dañando a todos los espíritus, y una ley como esta, que debe ser el resultado de un estudio reflexivo, completamente reflexivo, reposado y concienzudo, para que dé los resultados apetecibles, esto es, para que consolide el orden y la paz, armonizándolos con libertad, para que apague todas las prevenciones, haga desaparecer radicalmente todas las reacciones: una ley como ésta, decía, cuando se dicta en aquellas condiciones, no puede ser una ley de benéficos resultados, tiene que ser la expresión violenta de la situación violenta en que se encuentran todos los espíritus (aplausos en la barra) si no, vamos a examinarla en su origen. ¿Quién fue el promotor de esta ley? El Congreso de la Nación, a quien correspondía su iniciativa. ¿Y cómo lo resolvió? Deliberaba y legislaba todavía en medio del humo de los combates y aún puedo decir que combatiendo él también. Los sucesos que se habían desarrollado, las circunstancias especiales porque atravesaba el país y la autoridad nacional, hacían de ese Congreso una asamblea guerrera. Y no hay que olvidar | 27 |

| LEANDRO N. ALEM |

tampoco, señor Presidente, que sus medidas tenían principalmente en vista a ésta Provincia, a cuyo pueblo, apreciando mal los sucesos y cometiendo un grave error, se consideraba en rebelión, acompañando al ex gobernador Doctor Tejedor y al círculo, político exaltado que lo rodeaba. ¿Tendría el Congreso en esos momentos la serenidad, la calma y la reflexión que se necesitan para resolver problemas políticos que no pueden ni deben ser motivados por conveniencias transitorias, sino que deben consultar los intereses generales y permanentes de la República con la vista fija en su porvenir? El que está en lucha y en combate no puede proceder sino al impulso de las pasiones que esa lucha produce. Para que no se crea que estoy exagerando, voy a recordar las mismas palabras del miembro informante de la comisión de negocios constitucionales, en el Senado de la Nación, del señor Doctor dardo rocha. El señor Senador por Buenos Aires se quejaba amargamente de la presión que sus compañeros de comisión y todos los señores del Senado habían hecho sobre su espíritu para discutir el dictamen de esa misma comisión sobre que informaba entonces, sin recoger todos los datos que él creía necesarios para fundar su opinión. Al informar en el seno de la asamblea manifestó estas quejas, diciendo que era hasta cierto punto una impropiedad, tratándose de una cuestión tan grave como ésta, con los antecedentes históricos que tiene, que los compañeros no le hubiesen dejado siquiera veinticuatro horas más para estudiarla. Agregaba estas palabras: no acuso a nadie, no acuso a mis honorables colegas, no acuso siquiera a los que hayan podido influir en que se decida pronto esta cuestión; pero tengo que reconocer que en el torbellino en que están las pasiones en este momento, confundiéndolo y perturbándolo, hubiera sido mejor esperar un poco más, porque “cuando se quiere ir de prisa es necesario andar despacio.” Sin embargo, él mismo, considerado hombre de estado y de inteligencia clara, aconsejaba la resolución de esta cuestión histórica y que tantas perturbaciones ha producido en el país por la forma en que hoy se presenta otra vez, él mismo, repito, aconsejaba la resolución en medio de aquel torbellino de pasiones, que por lo que se ve ejercían también la misma influencia sobre su espíritu. Agreguemos, señor Presidente, que la rama más numerosa y más popular del Congreso, la cámara de Diputados, funcionaba apenas con la mitad de los representantes del pueblo argentino, faltando la diputación de Buenos Aires, directamente interesada en este asunto, y la de otras varias Provincias. ¿Cómo podía, pues, ese Congreso, sin incurrir en un grave error y decir una inexactitud, cómo podría afirmar que representaba en ese momento, y para tan seria cuestión, la opinión de la República? (Aplausos en la barra). | 28 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Las circunstancias anormales porque atravesaba esta Provincia y toda la Nación, impedían necesariamente el ejercicio franco del derecho y la manifestación libre y espontánea de todas las opiniones; -y cuando por una parte se legislaba en esta situación y por la otra se elegía y se constituía la Legislatura Provincial en las condiciones indicadas-, puedo aventurarme a decir que no hay previsión, ni prudencia, ni sabiduría en resolver cuestiones como la presente, viciando en su origen la solución y arrojando sobre ella las más fundadas sospechas. Estas soluciones solo deben buscarse y hacerse en situaciones perfectamente normales y tranquilas, para conocer bien el voto popular y para que todas las aspiraciones legítimas se manifiesten cómodamente sin el menor obstáculo ni entorpecimiento. ¿Por qué tenemos, señor Presidente, uña Constitución tan bella en esta Provincia de Buenos Aires, y de la que con razón se ha dicho que es la última y más adelantada expresión de la ciencia política, de la ciencia del gobierno libre? Porque la Convención que la sancionó en 1873 surgió en una situación como la que yo deseo para resolver esta cuestión, porque entonces pudieron manifestarse libremente todas las aspiraciones legítimas, y allí los Partidos, deponiendo las armas y arrojando sus divisas de combate de la política militante, llevaron a sus principales hombres y éstos fueron impulsados solamente por los nobles y elevados sentimientos que inspira el anhelo de la prosperidad de la Patria, deliberando y resolviendo con toda previsión y con espíritu perfectamente tranquilo y sereno. Y es así como debe procederse siempre, porque de otra manera, esos Partidos se harían verdaderamente criminales, anteponiendo sus intereses o sus conveniencias, siempre transitorias, a las conveniencias generales y permanentes del país. (Aplausos en la barra). Yo he oído decir, señor Presidente, que no obstante los acontecimientos que acabo de recordar, la opinión general está pronunciada en favor de la solución propuesta, y con esto, que se levanta como uno de los principales argumentos, se pretende disculpar la precipitación con que se procede. Pues bien; yo, convenido de lo contrario, desde luego les contesto y me avanzo a decir que no hay tal opinión pronunciada. ¿En dónde está esa opinión y en qué consiste esa opinión? Veámoslo por un momento. ¿Quieren decirme que los artículos de algunos diarios al servicio del poder oficial y del círculo político preponderante que ha promovido esta evolución, representa la opinión genuina, espontánea y fiel, -si así puedo hablar- del pueblo de Buenos Aires?

¿Acaso no nos conocemos todos y no sabemos lo que importan y lo que valen los artículos de un diario en estas cuestiones? Por regla general, solo traen la opinión del que los escribe o del círculo más o menos pequeño a cuyo servicio está. Cada diario se hace y se presenta el intérprete de la opinión pública, y así, señor Presidente, del mismo modo yo puedo invocar los otros que están combatiendo esta solución.

| 29 |

| LEANDRO N. ALEM |

Dejemos, pues, de lado esta hipótesis y veamos lo que significan esos pocos pliegos o solicitudes que se han leído en sesiones anteriores. Hace algunos días, señor Presidente, en un conciliábulo o en una reunión de varias personas de los comprometidos a sostener esas ideas, se dijo por alguno: “pero es la verdad que nosotros no tendremos que contestar cuando se nos interrogue, con qué motivo y fundamento invocamos la opinión del país, y es necesario, por consiguiente, hacer algo en este sentido para no quedar mal parados”. He ahí el origen de esos pliegos: jugó el telégrafo y partió la orden para los que gobiernan ciertas localidades, y como por encanto aparece y se despierta la opinión allí y llegan a secretaría esas solicitudes con algunos centenares de nombres. Bien, señor Presidente; no nos digan ni nos llegan estas cosas a los que tanto hemos gastado nuestras fuerzas y aún diré nuestras ilusiones en la política militante de nuestros Partidos, y que conocemos por consiguiente, en qué consisten, lo que importan, valen y significan esas manifestaciones transmitidas por el telégrafo desde lejanos puntos, anunciando que una gran reunión de tantos cientos y miles de ciudadanos proclamó tal candidato o se adhirió a tal combinación. Felizmente, para ella, la comisión de negocios constitucionales, que según se ve, quiere proceder con seriedad, comprendiendo la farsa que allí se contiene, ha dejado en su archivo a esos pliegos, atribuyéndoles así el mérito que les corresponde. Hace pocos meses, no más, nosotros negábamos y sosteníamos enérgicamente que la opinión de este pueblo no acompañaba al Doctor Tejedor en su política violenta y en sus actos irregulares, y efectivamente, señor, no le acompañaba. Iluda era la lucha con sus defensores, y cuando adoptábamos las medidas necesarias para impedir la ejecución de sus planes perjudiciales, nos llovían pliegos de firmas y solicitudes para impedir nuestras resoluciones, adhiriéndose decididamente a la política de aquel gobernante. Y nosotros, señor Presidente, seguíamos imperturbables y sosteniendo que el pueblo rechazaba al Doctor Tejedor y su política, y menospreciábamos esas farsas, todas esas llamadas manifestaciones populares y escritas, promovidas, o mejor dicho, hechas en la campaña por los agentes del gobernador, que a su nombre se liarían dueños de aquellas localidades. Así, pues, señor Presidente, si aceptamos esta opinión pública contenida en estos pliegos, tenemos necesariamente que confesar nuestro error y reconocer que fuimos irritantemente injustos, y que el Doctor Tejedor ha sido el gobernante y el candidato más popular de Buenos Aires. Quiero, por fin, entrar al último argumento de esta especie que se presenta con ruido. El comercio de esta ciudad se encuentra decididamente pronunciado en favor de esta cuestión, nos repiten a cada momento y en todos los tonos. A la verdad, señor, que el asunto es grave, uno de los que más a preocupado a nuestros hombres públicos, y acaso el que más perturbaciones ha traído a nuestra vida política, por los principios que pueden comprometerse según el modo y la forma de la solución. ¿Y en dónde están esas grandes manifestaciones, que de una opinión consciente y serena deben producirse en estos casos, atento los antecedentes de tan trascendental cuestión? Pienso que nadie las ha visto, y que nadie puede señalarlas. | 30 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Por otra parte, debo decirlo con toda franqueza, sin esquivar la responsabilidad de mis opiniones. Cuando se discuten y se quieren resolver estos grandes problemas de la política y de nuestra vida institucional, muy poco pesa e influye en mi espíritu, y muy poco debe pesar en el ánimo de nuestros pensadores y de nuestros legisladores, la opinión que se indica. El comercio de esta ciudad, señor Presidente, es verdaderamente cosmopolita, y en su mayor parte extranjero, que no se preocupa ni emplea su tiempo estudiando y examinando aquellos problemas para comprenderlos bien, haciéndose cargo de todas las consecuencias que pueda producir la solución que se dé. Y así lo hemos visto dirigirse a nosotros mismos, en el período anterior, con repetidas solicitudes para el mantenimientos de los batallones de línea y de todos los elementos bélicos de que hacía uso el Doctor Tejedor; y así lo hemos visto un poco más allá aplaudiendo la dictadura del coronel Latorre en Montevideo y haciéndole grandes manifestaciones para que la continuase, porque Latorre le repetía lo que ahora le dice el poder oficial, interesado en esta cuestión: “aquí tenéis la paz, aquí tenéis el orden radicado”. Pero más tarde, señor Presidente, sentirán las consecuencias de su error; y así las sintieron en Montevideo, viendo languidecer la industria y desaparecer el movimiento comercial, porque la paz no es productiva de este modo, ni es el orden saludable que por estos medios se produce. Habrá quietismo y silencio, porque el orden verdadero se tiene armonizándolo con la libertad, con el ejercicio franco y el respeto mutuo del derecho, con la relación armónica entre los gobernantes y gobernados. De ninguna manera soy antipático al elemento extranjero ni le juzgo mal, ni pretendo hacerle una ofensa al expresarme de este modo. Si él llega hasta estas regiones y viene hasta este país a desenvolver sus intereses y sus industrias, natural es también que tome alguna afección por nosotros. No acuso, pues, su intención; pero yerra, señor Presidente, porque ni conoce bien la historia de nuestra vida política, ni se ha detenido a meditar sobre ella, ni está obligado a gastar sus fuerzas estudiando los problemas de su organización. ¿Dónde está, pues, esa opinión tan influyente y de tanto peso que se invoca? Si de tal modo estuvieran convencidos de ella, y contaran con la voluntad del pueblo de Buenos Aires ¿por qué los autores de esta evolución política han usado medios tan irregulares y procedimiento tan violentos para ejecutarla y consumarla? No es un misterio para nadie los tratos y contratos que iniciaron los poderes nacionales con las cámaras rebeldes, absolviéndolas de toda culpa y pecado si les entregaban la ciudad. El negocio no pudo concluir muy pronto, y parece que algunas dificultades se presentaron por éstos, y entonces se retira la absolución y reapareciendo el delito, los rebeldes van a la calle. Y es doloroso decirlo, señor Presidente, una de las razones fundamentales que se adujeron en el Congreso fueron los entorpecimientos que esas cámaras ofrecieron en el primer momento para hacer la entrega o la cesión en la forma que el poder nacional lo quería. Yo mismo y todo el que quiso oírlo, lo escuchó en la cámara de Diputados, saliendo de los labios de miembros importantes de ese cuerpo, como los Doctores Achával y Rojas.

| 31 |

| LEANDRO N. ALEM |

Se procede en seguida a la reconstrucción de este poder público Provincial, en la forma y del modo como ya lo he señalado, y entonces, invadiendo una duda el espíritu de los principales promotores de la idea, resuelven suspender sobre nuestra frente la espada de Damocles. Estas cámaras proceden del Partido autonomista, que por sus tradiciones y su bandera es contrario a esta solución, y como es muy difícil que todo un Partido de principios abdique de un momento para otro, de su antiguo credo, no obstante que algunos de sus hombres principales acepten ahora como bueno “este acto nacional”, es necesario tomar todas las precauciones y oprimirlo, - y se sancionó la ley de la Convención. Ahí la tienen, nos dijeron, quieran ustedes o no quieran, la ciudad de Buenos Aires será territorio nacional, y entonces no será solamente reformado el artículo 3º de la Constitución, sino que se hará tabla rasa, borrando todos aquéllos sobre las condiciones en que Buenos Aires se incorporó a la Nación. Sr. Luro.- El señor Diputado Alem está un poco fatigado y podríamos suspender la sesión para mañana, pasando una nota al Senado. (Apoyado). Se levanta la sesión a las 6 p. M.

SESIÓN DEL 15 DE NOVIEMBRE DE 1880.

Sr. Presidente.- Continúa con la palabra el: Sr. Alem.- En los primeros prolegómenos que de mi discurso expuse en la sesión anterior, comencé por establecer esta proposición indiscutible, que no admite absolutamente réplica: la solución de una cuestión de esta naturaleza, de esta importancia y de esta trascendencia, que elabora, por así decirlo, el último resorte de nuestra organización política, y ha marcado rasgos tan sensibles sobre el libro de nuestra historia; la solución de una cuestión de esta naturaleza, decía, tiene que ser el resultado de un estudio reflexivo y concienzudo, con espíritu completamente sereno y desprevenido, tiene que ser el producto de todas las opiniones, franca, espontánea y libremente manifestada en una situación normal, en que nada las estorbe ni las incomode, para que de esta manera pueda señalar sus efectos saludables en el presente y en el porvenir, respondiendo a los intereses y a las conveniencias generales y permanentes de la República y a las legítimas aspiraciones de los pueblos. Entré a demostrar en seguida con algunas consideraciones que al efecto desarrollé, que en este caso faltaban precisamente todos esos elementos para discernir con exactitud, y hacer una resolución perfectamente acertada. Versó, pues, mi exposición sobre esos tópicos principales: la situación de fuerza en que se había elegido esta Legislatura; la circunstancia extraordinaria en que había legislado el | 32 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Congreso; la falta de voto y de opinión popular que había en favor de esta cuestión y que ninguno de los dos cuerpos deliberantes podía invocar. En esos momentos, esto es, cuando la sesión se levantó, iba a citar unas palabras muy significativas del señor Senador Pizarro en el Congreso de la Nación, y que demostraban cómo esa misma asamblea se consideraba sin títulos, por decirlo así, para invocar la opinión pública, y especialmente cómo ella comprendía que la voluntad del pueblo de Buenos Aires no estaba con esta solución. Se sabe que él fue uno de los sostenedores del proyecto de Convención, con el cual únicamente quería obtener la solución de este asunto, combatiendo el que ahora se ha presentado a la deliberación de la cámara. Decía ese señor Senador, que esto no era más que un paliativo, una especie de narcótico para adormecer al Congreso; que la Legislatura de Buenos Aires no ofrecía absolutamente garantías para esta cuestión. Y fundaba su opinión en estas consideraciones. “A esto y exclusivamente a esto queda reducido el proyecto en debate. Sin embargo, si yo comprendo que las ideas de uno, de dos, de tres individuos pueden modificarse de un momento a otro, de suerte que algunos de los que ayer tan vivamente impugnaban la federalización de Buenos Aires, sean hoy los paladines ardientes, los defensores más concienzudos y convencidos de la conveniencia de este acto nacional, no puedo persuadirme que un Partido político abdique de la noche a la mañana de su credo, en cuestiones tan graves y trascendentales como esta, para ponerse todo al servicio de una causa que ha combatido la víspera.” “Aquí comienzan mis temores y mucho menos puedo fiar u tan débil garantía, el éxito de esta importante cuestión, cuando considero que este Partido, en el poder, para dar buen resultado a este principio -que no figuraba en la inscripción de su bandera y que se puede hoy decir la ha arrebatado a la bandera de sus adversarios- tiene que comenzar por amputarse dolorosamente la representación del poder mismo que está llamado a dictar esta ley, que el Congreso no dicta, lo repito.” “La Legislatura de Buenos Aires, dictada esa ley, tiene que ver disminuido el número de su representación en proporción a la representación correspondiente a la ciudad; tiene que ver disminuida su representación de igual modo en el Congreso de la Nación y vería escaparse de sus manos, fuertes y poderosos elementos.” He ahí, señor, lo que sostenía anteriormente: no se fiaban de la opinión, porque comprendían que ella no estaba con el proyecto; y pensando que esta Legislatura, emanada de ese Partido que había tenido como bandera la idea democrática y liberal de la autonomía de la Provincia, no abdicaría fácilmente de su antiguo credo, el Congreso suspendió sobre nuestra frente la espada de Damocles, pronunció una verdadera amenaza y quiso hacer presión sobre nuestros ánimos, de manera que tuviéramos que resolverla quisiéramos o no quisiéramos. Para concluir sobre este punto, diré una última palabra y quiero desde luego preguntar: ¿con qué títulos, con qué fundamentos invocaba el mismo Congreso la opinión de los pueblos de la República, repitiéndonos que era una exigencia nacional, la solución que proyectaba y al fin | 33 |

| LEANDRO N. ALEM |

resolvió? En esos momentos, en que cuatro Provincias estaban bajo el estado de sitio, y el resto de la República se agitaba al soplo de la guerra y estaba en movimiento militar producido por sus mismos gobernadores, sin necesidad, y aun sin requisición del gobierno nacional; cuando de todas partes venían los ciudadanos en batallones, regimientos y divisiones al campamento de la Nación sometidos por consiguiente, a la disciplina y a la regla militar ¿era allí, en esos cuerpos militarizados, donde el Congreso iba a buscar la opinión pública y a inspirarse sobre esta cuestión histórica? No es posible sostener semejante proposición, y sin embargo, se resuelve, y aún se condena el debate. Varios órganos de la prensa, al servicio de la fracción del Partido autonomista que ha promovido esta evolución desde las regiones oficiales, maltratándome un poco de paso, nos repetía anteayer y ayer en cada párrafo: que era inútil toda discusión; que era completamente ineficaz el debate, pues no tendría otro resultado sino postergar, por algunos días más, la sanción de este proyecto, resuelta y decretada ya. ¿Por quién habrá sido decretada, señor Presidente? Yo lo ignoro. Tal vez otros señores Diputados, con mejores datos, puedan contestar. Pero yo tengo que hablar mucho todavía, y he de desarrollar extensas consideraciones, estableciendo con el libro de nuestra historia en la mano, la inconveniencia de resolver esta cuestión del modo y en la forma y en los momentos en que se propone y se ha traído al debate. He de demostrar también que aun en el caso de que esta Legislatura se encontrase en mejores condiciones morales bajo el punto de vista que antes he indicado, ella está constitucionalmente inhabilitada para pronunciarse. Señalaré en seguida las pobrísimas condiciones, tanto en el orden político como económico, en que queda Buenos Aires: pero como ésta no sería una razón decisiva, si la evolución proyectada respondiese a los intereses generales de la República, en presencia de los que debiéramos ahogar los porteños los sentimientos y las afecciones que esta localidad tiene que levantar en nuestro espíritu, porque son los sentimientos del hogar; quiero por fin establecer, de una manera indudable, todos los peligros que se envuelven para el porvenir de la Patria en este verdadera reacción que se hace contra nuestras instituciones democráticas, y el sistema de gobierno que liemos aceptado como el régimen más perfecto para que aquéllas se radiquen y produzcan sus efectos saludables. Acabo de invocar, señor Presidente, el libro de nuestra historia y es necesario abrir sus páginas, siquiera sea un momento, a fin de poner a la vista de los que en ellas se encuentran para esta evolución, rectificando de paso la afirmación verdaderamente atrevida del señor miembro informante en la cámara de Senadores, cuando nos repetía en el más alto tono y con la mayor firmeza, que la solución propuesta era una exigencia de los pueblos desde sesenta años atrás. Error y muy grave, señor Presidente; y si los señores Diputados y todos los que han promovido y sostenido este pensamiento ahora, quieren encontrar allí, siquiera sea una atención a la falta que se les imputa por las circunstancias, las condiciones y los procedimientos en que han envuelto la medida, pronto perderán la ilusión que se han hecho y tendrán que reconocer la inconveniencia del acto. En esta cuestión y en la forma en que se presenta, se entrañan, por así decirlo, las dos tendencias que más han preocupado a nuestros | 34 |

| DE PUÑO Y LETRA |

hombres públicos y más han trabajado nuestra organización política: la tendencia centralista unitaria, y aún puedo decir aristocrática, y la tendencia democrática, descentralizadora y federal que se le oponía. Siempre que esta cuestión ha surgido, pretendiendo una solución como la presente, al momento también han aparecido en lucha aquellas dos tendencias; y la razón es sencilla. Para el régimen centralista y unitario, ciadas las condiciones de nuestro país y el estado de las otras Provincias, la capital en Buenos Aires es necesaria, es indispensable, tiene que ser uno de los resortes principales del sistema; y para la tendencia opuesta, para el principio democrático, y el régimen federal en que aquél se desarrollara, la capital en este centro poderoso, entraña gravísimos peligros y puede comprometer seriamente el porvenir de la República constituida en esa forma y por ese sistema. La lucha ha sido inevitable y es sobre ella que tengo que traer al debate los antecedentes necesarios; pero yo he de hacer historia verdadera y no romances históricos como los que he oído, apreciando los sucesos con imparcialidad y por los datos recogidos por los mejores escritores argentinos. Puede decirse que esta lucha se presenta con sus caracteres más pronunciados y sensibles desde 1815, en cuya época la gran centralización que hacía el Director General Alvear, empezó a producir una seria alarma en todos los pueblos de la República, y en la misma Buenos Aires que, como se sabe, arrojó del poder al director y a la asamblea, declarando que en adelante no quería ser más el asiento de las autoridades nacionales. Todos los pueblos enviaron calurosas felicitaciones al cabildo de Buenos Aires por aquel movimiento revolucionario, impulsado indudablemente por el sentimiento descentralizador, y del propio gobierno. Vino, en seguida, el Congreso del año 16, instalado en Tucumán, y trasladó posteriormente a Buenos Aires en donde residía el círculo principal del unitarismo, compuesto de hombres muy distinguidos, sin duda; sintió al momento la influencia entonces poderosa de esos caballeros, que tenían la dirección de los negocios públicos y de la ruda contienda que para la emancipación se sostenía contra la monarquía española. Esa asamblea no fue solamente unitaria, sino que fue también monarquista. Sus planes no pudieron quedar ocultos, y la indignación que ellos produjeron en el pueblo intimidó e hizo retroceder a sus autores. La proyectada nueva monarquía fracasó, pero el círculo unitario, persistiendo en sus ideas centralistas y creyéndose todavía con poder e influencia suficientes para establecer y hacer aceptar el régimen de sus simpatías, dictó la Constitución del año 1819, sin atribuir gran importancia al sentimiento popular que ya se manifestaba de un manera sensible en favor del sistema federal. ¡Cuáles fueron las consecuencias de este error! Todo el Congreso trabajaba y sancionaba la nueva Constitución y del Congreso desaparecieron al impulso de aquel sentimiento, declarando esa misma asamblea, que no había interpretado bien las aspiraciones de los pueblos, que debieran convocar y elegir nuevos representantes a fin de constituir el país de acuerdo con esas aspiraciones. | 35 |

| LEANDRO N. ALEM |

Vino después aquel momento doloroso y contemplamos ese cuadro lleno de sombras, aquella brumosa tarde que se llama el año 20, en nuestra vida política. Apartemos la vista de ese cuadro y lleguemos al Congreso de 1824. Todo se presentaba en esos momentos con aspecto verdaderamente halagador, respondiendo a los propósitos de organizar la República. Instalada la nueva asamblea, dicta la ley fundamental, cuyos términos recogía de la que había dado la Legislatura de Buenos Aires, y por la cual se aseguraba a las Provincias su gobierno propio, estableciendo que se regirían por sus instituciones locales, mientras el gobierno trabajaba y sancionaba la nueva Constitución. Pero algo ofuscaba a aquellas inteligencias distinguidas, que olvidando las dolorosas lecciones de la experiencia, inician, preparan y desenvuelven una nueva reacción centralista, adoptando los medios más irregulares y los procedimientos más violentos y vituperables para consumarla. Rivadavia era el jefe y el caudillo de ese círculo que aun conservaba bastante influencia en este centro poderoso. Rivadavia fue nombrado Presidente constitucional y con carácter permanente, antes de que la carta orgánica fuese sancionada y por el término que después se fijaría en esa Constitución; y ese nombramiento se precipitó de tal modo, que la asamblea unitaria no quiso esperar la integración antes ordenada, precisamente para ese acto y la resolución del problema que agitaba y preocupaba a todos los pueblos, cual era el régimen a que debiera subordinarse el gobierno de la República a constituir. Dado el primer golpe, era necesario proceder en el mismo sentido, sin dejar lugar a los movimientos espontáneos, ni ocasión para que la opinión pública volviera de su sorpresa y aún puedo decir de su aturdimiento. En ese mismo día Rivadavia asume el mando y sin perder horas presenta en seguida el famoso proyecto de ley sobre capital de la República en Buenos Aires. Las autoridades de la Provincia contestan, el pueblo se agita y se indigna, pero el círculo unitario, impulsado por aquel espíritu atrevido, y verdaderamente notable, decreta la muerte política de la Provincia para entregar al gobierno directo y a la acción inmediata del poder central, todos los elementos necesarios a fin de dirigir y reglar a todas las Provincias que debían componer la Nación, adiestrándolas, fecundizándolas, y enseñándoles la subordinación de las cosas y de las personas: tales eran los términos del mensaje. Como era natural, la agitación crecía; pero los centralistas no podían detenerse. Habían echado ya los fundamentos del régimen que querían establecer, y sólo faltaba el último paso en el camino que habían emprendido. La Constitución se sancionó, pues, el año 26. La obra estaba consumada; pero como los cimientos eran deleznables porque no hay nada sólido ni estable en el orden político, apartándose de la opinión pública, y contrariando las tendencias y los sentimientos de las sociedades, para que se legisla, su fin estaba también decretado de antemano. | 36 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Las aspiraciones del pueblo argentino, esto es, de las colectividades que debía formar nuestra nacionalidad, repugnaban abiertamente un sistema que abatía su autonomía y les quitaba su gobierno propio. El círculo centralista vio el vacío a su alrededor -su obra era condenada públicamente y su poder se quebraba por instantes-. El sentimiento autonómico y la idea federal y descentralizadora, se levantaban imponentes. El centralismo tuvo, pues, que declararse vencido. Cayó Rivadavia y con él desapareció el Congreso, reintegrando antes a la Provincia de Buenos Aires en su autonomía y en los derechos que le arrebatara y revocando de este modo su anterior y violenta sanción, porque el voto general de los buenos, el clamor de todas las Provincias y los intereses más sagrados de la República así lo exigían; elocuente manifestación de una asamblea imprevisora y que debiera servirnos de ejemplo en estos momentos... Vencido por la opinión pública el círculo centralista, fue exaltado al poder el coronel don Manuel Dorrego, la encarnación más brillante entonces del sentimiento popular y de la idea federal, y asumiendo la dirección de los negocios generales llevó la calma y la tranquilidad a todos los espíritus. Pero cuando las tendencias luchan, esa contienda es ruda y agotan todas sus fuerzas los combatientes. Un caudillo prestigioso en el ejército de línea, perteneciente al círculo unitario, regresando de los campos de Ituzaingó, cae de sorpresa sobre el coronel Dorrego, que abandonando la ciudad, va a rendir por fin su vida en el pueblo de navarro. Pero ahí estaba Rosas acechando desde algún tiempo, y astuto, inteligente y ambicioso, recoge la bandera caída de las manos inertes de aquel malogrado patriota, y a su sombra y a su título, conduciendo las legiones populares, derrota sin gran esfuerzo al general Lavalle, y aprovechando las circunstancias especiales del país, se hace el árbitro de la situación general. Rosas venció, señor Presidente, al último caudillo unitario que bregaba todavía en 1828, pero con sus instintos después conocidos, y sus propósitos de una dominación absoluta y sin control, abatió en seguida todas las formas y todos los sistemas, porque no tuvo otra ley y otra norma de conducta que su voluntad caprichosa. El despotismo no es un sistema de gobierno, porque es la degeneración de todos los sistemas. Hagamos, pues, un paréntesis en estos recuerdos históricos, como aquel fue un paréntesis en nuestra vida republicana. Rosas tenía que caer y fue al General Urquiza, caudillo igualmente voluntarioso, a quien cupo la suerte de derrocarlo. Los propósitos del general vencedor no se ocultaron mucho tiempo. Una revolución le alejó de Buenos Aires. Director provisorio y rodeado de buenos argentinos, que buscaban la organización de la República, convocó la Convención de 1853. La Constitución fue sancionada y en ella aparece, por segunda vez, determinada en nuestra legislación política, la capital de la Nación en Buenos Aires. Y aquí es necesario, señor Presidente que nos detengamos un momento para descubrir e inquirir los motivos de aquella resolución. En primer lugar, el General Urquiza sería Presidente de la República, inevitable en ese primer período. Nadie resistiría su candidatura en las otras Provincias; y el General Urquiza, gobernante absoluto de la Provincia de su nacimiento, con influencia verdaderamente decisiva en esos momentos, sobre el resto de la República, excluyendo a Buenos Aires, y con profundos resentimientos para esta última, a quien llamaba desleal y desagradecida y revoltosa, quiso hacerla sentir también su acción y su voluntad predominante, declarándola territorio nacional | 37 |

| LEANDRO N. ALEM |

para tener su gobierno directo e inmediato, eliminando al mismo tiempo y de este modo, aquel obstáculo único que él comprendía se podría cruzar en el rumbo de sus propósitos de dominación sobre toda la República. El General Urquiza, llamándose federal, era tan centralista y absorbente como Rosas, que se atribuyó el mismo título, y como sus tendencias no podrían realizarse gobernando a la República desde Entre Ríos o el Paraná, desde luego dirigió sus miradas hacia Buenos Aires, pretendiendo apoderarse de este centro poderoso por sus elementos materiales y morales y cuya influencia legítima tiene que ser siempre una valla para los avances del poder extraviado. Así fue por segunda vez declarada capital de la República la Provincia de Buenos Aires, sin su consentimiento, sin que fuera consultada y al impulso de todas aquellas pasiones que agitaban el espíritu de un caudillo triunfador y preponderante, en esos momentos. Buenos Aires permanece segregada. Se libra la batalla de cepeda, y en presencia de aquel doloroso acontecimiento, el sentimiento de la fraternidad impulsa nuevamente a los argentinos a la organización definitiva de la República, grabando previamente el pacto del 11 de noviembre de 1859. Todos reconocieron que Buenos Aires debía examinar la Constitución del 53, puesto que no había tomado participación en ella, siendo uno de los principales estados de la confederación, y la primera de las reformas que esta Provincia discute y presenta, es laque se refiere al artículo 3º, en que se declaraba capital, abatiendo su autonomía y su personalidad política. Aquí, en este mismo recinto, la Convención especial de 1860, compuesta de hombres muy notables y distinguidos, se pronunciaba decididamente contra la solución que hoy aparece de nuevo; y tan firme era el propósito y tan inquebrantable la resolución, que varios señores convencionales llegaron a sostener que esa reforma ya estaba hecha por el pacto mencionado, que aseguraba a Buenos Aires la integridad de su territorio y la legislación exclusiva sobre todos sus establecimientos ¡públicos, de modo -decían ellos- que llevar y presentar una reforma al artículo 3º sería desvirtuar hasta cierto punto la fuerza de aquel convenio y exponerse a que la Convención nacional la rechazara y por ese mismo rechazo quedase Buenos Aires otra vez en la condición anterior.

Sin embargo la reforma se llevó, pero se llevó como abundamiento, incorporándose también a la Constitución y como parte de ella, el pacto del 11 de noviembre. Bien, señor Presidente; esas reformas fueron aclamadas por la Convención nacional de santa fe, y puede decirse que por los mismos hombres que siete años antes habían grabado ese artículo 3º, declarando a Buenos Aires la capital de la Nación. El General Urquiza ya no era Presidente. El General Urquiza no tenía necesidad de gobernar directamente a Buenos Aires. Pero la unión no estaba bien consolidada, porque los recelos, las desconfianzas y las prevenciones que los hechos anteriores dejaron en el espíritu de todos, no habían desaparecido completamente. Estallaron nuevamente las pasiones y otra batalla se libró. | 38 |

| DE PUÑO Y LETRA |

El General Mitre fue el triunfador en Pavón. Cayó el Presidente Derqui, abandonado por el mismo Urquiza, y Mitre fue el árbitro de la situación. Mitre se propuso derrocar todo un orden de cosas existente; era la espada brillante que todo lo dominaba entonces, y quiso afianzarla también con el gobierno directo e inmediato de esta influyente Provincia. Reaparece la cuestión capital, primeramente con motivo de la convocatoria del nuevo Congreso a Buenos Aires, y desde luego todos los que ya habían aceptado franca y lealmente el régimen federal, no obstante las tradiciones unitarias de algunos, se levantan enérgicos y decididos combatiendo el pensamiento que ya revelaba el General Mitre, y en elocuentes y viriles alocuciones, como las de mármol y otros Senadores de la Provincia, apuntan los serios peligros que la centralización traería para el régimen adoptado y por el cual se había pronunciado desde mucho tiempo atrás el sentimiento de los pueblos. Se reúne el Congreso, y el Presidente Mitre, tan influyente en esta ocasión como lo era en 1853 el General Urquiza, hace sancionar en 1862 la ley que federalizaba a Buenos Aires por algunos años. Enérgica y brillantemente combatida fue por los oradores distinguidos, como Gorostiaga y otros señores Diputados; pero la influencia del ejecutivo triunfó al fin. Sin embargo, esa ley tuvo que buscar en seguida los archivos del Congreso derrotado por la opinión pública de esta Provincia. Creo inútil describirlo, porque estará fresco el recuerdo de aquel solemne movimiento popular, de aquella memorable lucha, en que un pueblo inteligente, celoso de las instituciones democráticas y comprendiendo el rudo golpe que ellas sufrirían con el sistema elegido para que fácilmente se desenvolvieran y se perfeccionaran, supo contener con laudable virilidad los propósitos del reciente triunfador. Y de allí precisamente surgió el gran Partido autonomista, a la sombra de cuya bandera, abandonada por algunos de sus antiguos sostenedores, estoy en este momento combatiendo la evolución que entraña la tendencia completamente contraria a los principios que en ella inscribimos en 1862, y debemos confesarlo caballerescamente: la opinión pública fue respetada, no apareció la espada de Damocles sobre nuestra frente, y, desde entonces, señor Presidente, con las nuevas derrotas que la tendencia centralista había sufrido en 1860 y en 1862, ya se hizo conciencia pública, se hizo conciencia nacional de que Buenos Aires no podía ni debía ser, ni sería la capital de la República, no solamente por el derecho que tenía a conservar su autonomía y la influencia legítima que sus antecedentes y sus elementos le dan, sino también porque esa solución a la cuestión pendiente envolvía gravísimos peligros para el porvenir de la República, minando por su base, como antes lo he dicho, el re gimen de gobierno por que tanto habían batallado los pueblos que la componían. Y así veremos que en los diversos proyectos que desde esa fecha en adelante surgen en los Congresos jamás asomó, ni siquiera de una manera indirecta, la idea de traer nuevamente al debate esta cuestión, esto es, en la forma en que hoy se presenta, con la mayor imprevisión, a mi juicio. La última disensión que tuvo lugar en 1875, brillante y laboriosa, fortalece la afirmación que acabo de hacer: la opinión general rechazaba la federalización de Buenos Aires. | 39 |

| LEANDRO N. ALEM |

Quiero detenerme aquí un momento porque son de gran importancia los datos que me ofrece aquel debate, y por las personas que en él intervinieron. Con motivo de un proyecto que designaba la capital en el Rosario, si mal no recuerdo, se reunieron las comisiones de negocios constitucionales y de legislación, compuestas de muy distinguidos miembros de la cámara, pues figuraban entre ellos personas como los Doctores José María Moreno, Carlos Pellegrini, Tristán Achával, Delfín Gallo, Ruiz Moreno, Alcobendas, Villadar, Vicente Fidel López, etc. Las opiniones de aquellos caballeros se dividieron de tal modo, que no pudo formarse mayoría sobre un proyecto y se llevaron cuatro dictámenes a la cámara, pero nadie pensó en la solución que hoy se propone. Unos aconsejaban la capital en el Rosario, otros en córdoba, otros en la capital nueva, y los últimos el aplazamiento. Y fue con motivo de este último dictamen que el Diputado Achával tuvo una cavilosidad, y creyendo que el aplazamiento respondía al pensamiento de establecerla más tarde en Buenos Aires, pronunció aquel ruidoso discurso contra ese pensamiento que el suponía, lanzando de paso las más injustas recriminaciones a este pueblo. Semejante idea no había ocupado un instante la mente de los señores interpelados, y ellos en primer lugar y todo el Partido Autonomista en la Cámara se levantó protestando contra las suposiciones del señor Achával. Tengo a la vista las enérgicas palabras del miembro informante, Doctor José María Moreno, y voy a permitirme leerlas. Decía aquel Diputado: “cuando ha venido esta cuestión de la capital a conmover los espíritus todos, Buenos Aires ha resistido la federalización, contrariando los esfuerzos del hombre que tenía más poder y más prestigio, puesto que era un reciente triunfador. Un Partido poderoso se levantó, y hoy no hay un sólo hijo de Buenos Aires que quiera radicar en su suelo la capital de la República. ¡No!” De la misma manera y en el mismo tono contestaban Alcobendas, Gallo, López, Lagos García, Ruiz Moreno, Pellegrini, y por fin, todos, señor Presidente, los que allí representábamos a Buenos Aires, porque yo también formaba parte de esa asamblea en aquella época. A la lectura que acabo de hacer de las palabras del miembro informante, sólo agregaré las del señor Diputado Pellegrini, por las significaciones que hoy tienen, en vista de la persona de que ellas emanan. Fue un bello discurso aquél, que concluía en la forma siguiente. Leo las palabras del Doctor Pellegrini, sobre las que llamo la atención de la cámara. Dicen así: “Y tendría otras razonas que agregar, pero no quiero molestar más a la cámara, aunque podría rebatir con éxito el discurso del señor Diputado, que debió terminar con esto: no es llegado el momento de resolver la cuestión capital, porque aun hay, bajo las cenizas, chispas que pueden incendiar la República. Es necesario esperar a que esas chispas se apaguen; para entonces tratar la cuestión con la seriedad que requiere, consultando solamente los altos intereses de la Nación, y no los de una Provincia.” El orador se refería al movimiento insurreccional que había estallado en septiembre del año anterior. Un año después de haber entrado la República en sus corrientes normales, -si puedo expresarme así- habiéndose constituido el Congreso y funcionando en situación perfectamente | 40 |

| DE PUÑO Y LETRA |

tranquila, atentas las manifestaciones exteriores, el Doctor Pellegrini encontraba todavía algunas chispas debajo de las cenizas, sospechaba que no podían haber desaparecido completamente todas esas prevenciones y desconfianzas que la lucha inmediata dejara en el espíritu de los argentinos, y comprendiendo que una solución como ésta, debía ser el resultado que una opinión serena y fácilmente manifestada, nos indicara a todos, acompañaba decididamente a los que en la comisión habían dictaminado por el aplazamiento, impulsados por los mismos sentimientos y por las mismas ideas. Y si aún había entonces chispas debajo de las cenizas, ¿qué podríamos decir ahora, señor Presidente, sintiendo nuestro corazón lastimado por los dolores de aquellos sucesos luctuosos que hace tres meses, no más, conmovían a toda la República y especialmente a esta Provincia? Si entonces el Congreso argentino no se creía en condiciones de interpretar fielmente la opinión de los pueblos, a fin de dar una solución que respondiera a sus legítimas aspiraciones, ¿cómo se podrá sostener ahora que este Congreso que ha dictado esta ley funcionando en las circunstancias y del modo como deliberaba y resolvía, y esta Legislatura, elegida en la situación anormal en que se hallaba la Provincia, sometida al estado de sitio y a la intervención, tengan títulos perfectos y limpios para invocar aquella opinión y resolver con acierto la cuestión que tantas vacilaciones ha llevado, antes de ahora, al espíritu de nuestros más notables estadistas? Seamos consecuentes y previsores, y sobre todo no hagamos evoluciones de Partido cuando son los intereses permanentes, las altas conveniencias de la Patria que deben inspirar a los que pretendan las consideraciones de sus conciudadanos con la dirección de los negocios públicos. Aquí termino, señor Presidente, mi reseña histórica. He ahí señalados a grandes rasgos los antecedentes de esta cuestión. Todos ellos le son desfavorables, porque si la federalización de Buenos Aires, sólo ha venido tres veces de una manera directa a conmover la opinión, que siempre le fue adversa, no hay duda alguna que con ella se ligan íntimamente las dos tendencias cuya lucha he recordado, siendo abatida en todo tiempo la centralizadora y unitaria, que reaparece en este momento con la solución que se nos propone. ¡Y es el Partido autonomista el que hace esta evolución! Ese Partido que se formó precisamente para combatirla, ese Partido que seis meses, no más, antes de ahora, ratificando, por así decirlo, sus doctrinas y sus creencias, contraía en este mismo recinto, por medio de sus legítimos representantes el más solemne compromiso. Recuerden los SS. DD. que en esa fecha, un colega de asamblea perteneciente al Partido llamado “conciliado” y a quien nosotros calificamos de un caviloso impertinente, el Doctor Luis Varela, diciéndose conocedor de planes ocultos del círculo que apoyaba la candidatura del General Roca, nos anunciaba el propósito reservado, de nacionalizar a esta Provincia, una vez que aquella candidatura triunfase. Todos, señor Presidente, nos levantamos protestando contra eso que llamábamos un atentado a las instituciones y a la autonomía de Buenos Aires; asegurando que no habría un solo autonomista que omitiera esfuerzo a fin de rechazar semejante pensamiento, si existiera, y que no podíamos explicarnos en un círculo que se agrupaba a la sombra de la misma bandera. | 41 |

| LEANDRO N. ALEM |

No es remoto el incidente, y su recuerdo debe estar grabado en la mente de los que me escuchan; y no ha de ser, por cierto, mi frente la que se cubra con los tintes del rubor por faltar a tan sagrado compromiso. (Aplausos). Pero si nada valen esos compromisos, ni el programa que tantas veces hemos exaltado ante la consideración de nuestros compatriotas, si es fácil para algunos separarse de todo esto, siquiera se tuviesen presentes las circunstancias porque atraviesa el país y los antecedentes de esta cuestión. Sin embargo, a nada y a nadie se le escucha ni se atiende. Es necesario hacerlo ahora, se nos dice, y aprovechar esta situación, porque si ella se pierde, esta solución no vendrá más en adelante. ¿Cuál es entonces esa opinión tan decantada? Si es realmente una exigencia de los pueblos, si el voto de esta Provincia les acompaña a los que así nos hablan, ¿para qué arrojar estas sombras sobre una solución tan trascendente? ¿Por qué no se espera una situación tranquila, en la que esa opinión pueda manifestarse sin obstáculo y dominarnos a todos con sus poderosas influencias? “si no se hace ahora, si no se aprovecha la ocasión, la evolución queda perdida.” ¡Cómo entristecen el alma estas manifestaciones, señor Presidente! Es un golpe de sorpresa el que se quiere dar entonces; es algo parecido a un golpe de estado, sin razón y sin derecho. Quieren consumar el hecho de cualquier modo y a todo tranco, y una vez consumado, él se aceptará o se liará aceptar también de cualquier modo y a todo trance; y a esto se le llama una habilidad política de los hombres prácticos. El hecho, señor Presidente, en estas condiciones, es la fuerza; el hecho siempre es feo y al fin tiene que producir resultados deleznables. Nada bueno, ni duradero, ni saludable, se puede hacer sin razón, sin derecho y sin justicia, porque sólo es propio del derecho permanecer eternamente bello y puro, según la brillante expresión de un filósofo moderno. El hecho -dice aquel escritor-, que no es otro sino Víctor Hugo, y hablando de uno de los acontecimientos más grandes de Francia, o mejor dicho, de los hábiles que entorpecieron sus buenos resultados el hecho, aun el más necesario en apariencia, aun el mejor aceptado por los contemporáneos, si sólo existe como hecho y si no contiene ningún derecho, o muy poca cantidad de derecho, está destinado infaliblemente a ser, con el decurso del tiempo, deforme, horrible y aun monstruoso. Si queréis examinar hasta qué grado de fealdad puede llegar el hecho, mirado a la distancia de los siglos, ahí lo tenéis a Maquiavelo. Maquiavelo no es un genio malo, ni un demonio, ni un escritor vil y miserable, es simplemente el hecho. No es solamente el hecho italiano, es el hecho europeo, el hecho del siglo diez y seis. Parece horrible y lo es, efectivamente, al frente de la idea moral del siglo diez y nueve. Y esta india del hecho contra el derecho dura desde el origen de las sociedades.

| 42 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Poner fin a este duelo, amalgamar la idea pura con la realidad humana, hacer que el hecho entre pacíficamente en el derecho y el derecho en el hecho; y esto es, que la fuerza sólo sea siempre el apoyo de la razón y de la justicia. He ahí la obra de los sabios, de los hombres previsores y bien intencionados que sinceramente se preocupen de las altas conveniencias de la Patria. Pero una cosa es la obra de los sabios -continúa el filósofo- y otra es la obra de los hábiles. Apenas se produce un acontecimiento extraordinario, apenas viene una situación anormal, ahí están los hábiles apresurándose a sacar el resultado de sus combinaciones especiales, que siempre tienen preparadas a cualquier evento. “los hábiles, en nuestro siglo se han adjudicado ellos mismos el calificativo de hombres de estado, de suerte que esta palabra ha venido a ser en cierto modo, una palabra de caló. Efectivamente, no hay que olvidar que allí, donde no hay más que habilidad hay necesariamente pequeñez; decir los hábiles, vale decir las medianías.” Desaparece la convulsión, recobra la ley su imperio y es necesario pensar en el “poder” y establecerlo en buenas condiciones. Perfectamente. Hasta aquí los sabios están de acuerdo con los hábiles, pero ya comienzan a desconfiar un poco de ellos. ¿Qué es el poder? Y, ¿cómo debe levantarse de una manera legítima para que no se hiera la justicia y no produzca futuras y funestas reacciones? Los hábiles ya no escuchan. Van directamente a su objetivo; quieren aprovechar las circunstancias y consumar sus planes de cualquier modo.” Severa es la crítica del filósofo, señor Presidente, y entre nosotros, o mejor dicho, en nuestro lenguaje vulgar y pintoresco, podría bien comprenderse en aquellas palabras: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. ¿Habrá pescadores en esta tormenta? Sí, los hay, sin que se encubra una ofensa en estas palabras, porque no tengo intención de hacerla. Sí, los hay, repito, y son los partidarios de los gobiernos fuertes, como ellos, le llaman y en seguida yo les examinaré en sus propósitos y en sus resultados; son los defensores de la escuela autoritaria en su expresión extrema, y son también, por otra parte, aquellos que hace mucho tiempo, y sin razón y sin justicia, miran de mal ojo, por así decirlo, y con la peor voluntad, esta legítima influencia que tiene Buenos Aires en el movimiento político de la Nación. Han encontrado la ocasión de abatirla y quieren pescarla, señor Presidente. Pero esto no es modo de constituir sólidamente el país. Cometen un grave error y sus consecuencias no pueden ser buenas. Obtendrán momentáneamente sus resultados, pero dejan una causa permanente para futuras y muy tristes reacciones. Tendrán que hacer un gobierno de fuerza y no un gobierno de opinión, y “con la fuerza se conquista pero no se convence, se domina pero no se gobierna”. Descubro, por fin, señor Presidente, en el examen que de lodos estos sucesos estoy haciendo, desde que se inició esta evolución, que ella ha venido a título de pena por aquellos, que de cualquier modo y a todo trance quieren consumarla. Hacen responsable al pueblo de Buenos | 43 |

| LEANDRO N. ALEM |

Aires de la política extraviada del Doctor Tejedor. Le juzgan rebelde y egoísta, le consideran enemigo de sus hermanos. Es una gran injusticia. Buenos Aires no tiene, en primer lugar, ese espíritu conspirador que se le atribuye y nunca el sentimiento estrecho del localismo le impulsó. Siempre ha sido bueno, generoso y cordial con sus hermanos. A la vista tenemos, señor Presidente, ejemplos innumerables de su buena voluntad y desprendimiento. Aquí en donde abundan los elementos para la vida pública, en donde sobran los hombres con condiciones y aptitudes para desempeñar todos los puestos y todos los cargos que halagan el espíritu y llenan legítimas aspiraciones, ¿no vemos todos los días que sin preocuparse del lugar en que nacieron van a todas las administraciones públicas los hijos de las otras Provincias? ¿No les damos intervención en todo y a todos no les abrimos las puertas y les facilitamos el camino para que lleguen a donde puedan llegar los primeros hijos de la Provincia? ¿No los llevamos a los tribunales de justicia, a las cámaras nacionales y a las asambleas de la misma Provincia? ¿Dónde está, pues, ese egoísmo y ese exclusivismo? Hay una gran injusticia, repito, y no se le debe tratar de esta manera, como muy bien lo decía el Doctor del valle en la cámara de Senadores, con motivo de una cuestión, cuya importancia no se puede comparar con la que ésta tiene, pues sólo se trataba de la reincorporación de algunos Diputados. El rebelde ha caído -decía el orador con la brillante elocuencia-, las armas se han depuesto, la ley ha recobrado su imperio, la autoridad nacional ha sido desagraviada y acatada. La Provincia no es culpable; ese pueblo no ha sido hostil a la Nación. Seamos, pues, justos y aun generosos, obremos sin pasión y no le tratemos como una Provincia conquistada, como a un país enemigo, como los prusianos trataron a la Francia. Efectivamente, el pueblo de Buenos Aires no es culpable de nada de lo que ha sucedido, pues ni siquiera es responsable de la gobernación del Doctor Tejedor, a la que se atribuyen estos últimos trastornos. ¿Acaso no sabemos cómo se produjo ese acontecimiento? Recuérdese bien que fueron los poderes oficiales de la Nación, marcando al que gobernaba entonces la Provincia, los que iniciaron y apoyaron aquella evolución, por la cual subió este señor a ese puesto. Impulsaron, llamaron y atrajeron a dos fracciones de los Partidos en que se agitaba la política del país, y haciéndoles aquella célebre política de conciliación en la frase pero de hostilidad en el fondo, los lanzaron en busca de un candidato. Ellos lo encontraron, y con el propósito de hacerse mal mutuamente, llegaron a elegir uno que se lo arrojaban como una brasa de fuego. ¿Quién se quemaría primero? (Risas en la barra.) Esta evolución impropia produjo sus resultados naturales. Hecho gobernador aquel señor, que bien comprendía el propósito de sus flamantes partidarios y respecto a cuyo cariño no se hacía ni podía hacerse muchas ilusiones, se puso a pescar también. (Risas en la barra.) | 44 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Fue el primero el círculo autonomista que empezó a halagarle con ciertas promesas, despertando en su espíritu la ambición de la presidencia. Probablemente el Doctor Tejedor no encontró mucha solidez en aquellas promesas y se dirigió al otro círculo que tampoco las escaseaba. Y de impropiedad a impropiedad, se llegó a producir una verdadera perturbación en el seno de los mismos Partidos, dañando la alta política que debiera servirles de norma. Al fin se cosecharon los frutos, y fueron los intereses generales del país que sufrieron las tristes consecuencias de aquellas irregularidades. Voy a terminar, señor Presidente, sobre esta faz de la cuestión; esto es, la inoportunidad en que se ha traído al debate y los procedimientos inaceptables con que se pretende su resolución. Y al concluir, quiero recordar otra vez a la asamblea, las condiciones especiales en que se encuentra para abstenerse de una solución tan trascendental como la que se propone; y lo que digo de esta Legislatura lo digo también de la que acaba de desaparecer. Si aquélla, elegida en situación semejante, bajo la presión que el pueblo sufría por la mano del Doctor Tejedor, ni la presente, que ha surgido en las circunstancias extraordinarias que acabo de indicar, podrían decir que conocen y fielmente interpretan la opinión del pueblo para resolver este problema histórico. Y si en aquella hubiere aparecido la cuestión, como hubo de aparecer, del mismo modo que aquí lo hago, allí hubiera levantado también mi voz para sostener estas ideas y combatir enérgicamente esta solución. Sr. Beracochea.- Podríamos pasar a cuarto intermedio. Así se hace y después de algunos instantes continúa la sesión. Sr. Presidente.- Tenía la palabra el señor Diputado Alem. Sr. Alem.- Voy a examinar la segunda de las hipótesis principales que pienso traer al debate, y a establecer desde luego que esta Legislatura como cualquiera otra, está constitucionalmente inhabilitada para pronunciarse en esta cuestión, atentas las prescripciones de la carta orgánica que en seguida apuntaré. Debo abrir esta faz del debate, estudiando la cláusula de la Constitución Nacional que a él se refiere y que dice lo siguiente: “Las autoridades que ejercen el gobierno federal residen en la ciudad que se declarase capital de la República, previa cesión hecha por una o más Legislaturas provinciales del territorio que haya de federalizarse”, bien: ¿cuál es el alcance y significación de esta cláusula? En primer lugar sostengo que no es ni puede ser imperativa. Facultado el Congreso, como era natural, para fijar la capital de la República, y pudiendo suceder que eligiese territorio de los estados, careciendo de territorios nacionales o no encontrándolos convenientes los estados o las Provincias se reservaron el derecho de acceder o de negar a la requisición del Congreso, y no se comprende fácilmente la reserva de un derecho sin poder determinar el medio y la forma de ejercitarlo. Se consideró, o mejor dicho, se reconoció que esta era materia constituyente de las Provincias, una de las prerrogativas de su soberanía no delegada, pudiendo por consiguiente, en sus límites, establecer el modo de ejercitarla.

| 45 |

| LEANDRO N. ALEM |

¿Y quién podrá desconocer, ni poner en duda, que en todo aquello que las Provincias como personalidades políticas, no han entregado a la colectividad general, esto es a la Nación, tienen facultad perfecta para estatuir y organizar según lo crean conveniente, puesto que es de su institución propia, garantida por la misma Constitución Nacional? Acaso conviene, señor Presidente, hacer un breve examen comparativo, respecto al origen de nuestra ley orgánica nacional, y a la forma de nuestra organización política, con la de los Estados Unidos del norte, que nos ha servido siempre de ejemplo. Es en este punto precisamente en que se nota una de las pocas diferencias que existen entre ambas organizaciones, y que nos obliga a interpretaciones y conclusiones distintas también. Los norteamericanos, alarmados por la primera organización deficiente, y temerosos de la exageración, por decirlo así, del sentimiento autonómico que manifestaban algunos de los estados, se propusieron e hicieron una verdadera ficción al establecer definitivamente la nacionalidad. Los estados desaparecieron en ese momento como personalidades políticas, y era solamente el pueblo americano que establecía diversas administraciones, una para los negocios generales de la República y otra para los asuntos internos y particulares de las colectividades que la formaban y que recuperaban entonces su personalidad política. Querían que la Nación fuese simultánea con los estados; no quisieron establecer preexistencias de ningún género. No hay más que leer con un poco de atención a sus principales publicistas como Stori, Curtís, Tiffany y otros, para convencerse de la exactitud de esta exposición. Entre nosotros las cosas han pasado de distinto modo. La preexistencia de las Provincias está reconocida y fue aceptada desde el primer momento de nuestra organización definitiva. Por todos los acontecimientos que se habían producido, las colectividades que hoy forman la República Argentina, eran perfectamente autonómicas, y fueron ellas que mandaron sus representantes al Congreso constituyente, a fin de establecer los vínculos definitivos de la unión, que hacía mucho tiempo deseaban y necesitaban para constituir especialmente una nacionalidad fuerte y respetable en el exterior, no obstante las funciones que también se atribuían o se le encomendaban en la vida interna, respondiendo a los intereses generales. Era el pueblo argentino que se reunía, puesto que allí estaban todos los pueblos de los estados que iban a labrar la vinculación de la que debía ser y llamarse República Argentina; pero no hay que olvidar que los representantes iban por elección y voluntad de las Provincias y en virtud de pactos preexistentes; manifestación que desde el preámbulo de la carta orgánica nos enseña el reconocimiento que se hizo de la previa existencia de los estados, respecto de la República que vinieron a componer. Así, pues entre nosotros la Nación ha sido un resultado, combinación de las fuerzas morales y materiales de las colectividades para objetos y fines determinados, de modo que sus poderes son poderes de excepción con más rigor todavía que en los Estados Unidos del norte. | 46 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Tan cierta es la doctrina que sostengo y la diferencia que señalo, que ella viene marcándose con mayor claridad, a medida que observamos las cláusulas relativas de ambos estatutos políticos. Después de lo que ya he notado en el preámbulo, de que arrancan los dos la base fundamental, porque el preámbulo -para algunos, insignificante- es sin embargo la fórmula en que se envuelve el propósito y el pensamiento general de un estatuto como aquellos; además del que ya he notado, decía, tenemos la cláusula que con más intimidad se relaciona a esa fórmula, cabeza y principio de la obra, y es aquella que se refiere a la soberanía interior de los estados. La carta americana, siguiendo el pensamiento general que estableció, dice que esos estados podrán ejercitar todas las facultades que no le han sido negadas por la Constitución, y la cláusula argentina, como podrán verla los SS. DD. establece que las Provincias se reservan toda la soberanía que no han delegado por medio de la Constitución. Se reservan lo que ellas no han delegado, o expresamente por algún motivo especial, han querido establecer en pactos anteriores, que de este modo, quedan incorporados a la “carta”. Siempre, pues, se viene reconociendo la preexistencia de las Provincias, y de esta circunstancias tienen que surgir conclusiones diferentes. Una de las reservas expresamente establecidas, es precisamente aquella que se refiere a la cesión o desmembración de su territorio, que como he dicho antes es una de las prerrogativas de su soberanía interior. No siendo el artículo en cuestión imperativo como no podía serlo, atentos estos antecedentes, creo muy difícil que se aduzca alguna razón atendible a fin de impedir al pueblo de las Provincias que él determine la forma y el modo en que debe ejercer aquel atributo de su soberanía. Sus instituciones internas, repito, están garantidas por el mismo pacto general de la unión; es decir, por la carta orgánica, y esta garantía sería hasta cierto punto ilusoria, si las Provincias no pudiesen desarrollarlas y hacerlas funcionar del modo como ellas lo creyesen más conveniente. Si al formular “la carta” se mencionó a la Legislatura en el referido artículo, fue precisamente porque se consideraba y era la rama más popular del poder y que con mayor razón representaba la opinión y la soberanía social; y fue también entonces, obedeciendo a otro motivo poderoso y que confirma mi doctrina, porque las Legislaturas eran en esa época “cuerpos” con facultades omnímodas; eran legisladores electores y constituyentes, de tal manera que tenían en sí delegada toda la soberanía popular, por la misma carta orgánica de las Provincias. La Constitución de Buenos Aires se encontraba en las mismas condiciones; por ella la Legislatura tenía la facultad de corregirla, alterarla y reformarla totalmente si lo juzgaba bien proceder así; y no hay que olvidar tampoco, señor Presidente, que fue precisamente Buenos Aires quien introdujo el artículo 3º de la Constitución Nacional con las reformas a que fue autorizado por el pacto de noviembre.

| 47 |

| LEANDRO N. ALEM |

Ahora bien: el pueblo de esta Provincia adelantó mucho, después, en materia de gobierno propio. Se creyó en condiciones y con aptitudes para pronunciarse directamente y resolver sobre los asuntos que más afectaban su alta vida política, su orden institucional. Su antigua Constitución fue reformada por la notable Convención de 1873, y entonces quitó a la Legislatura aquellas grandes facultades que antes tenía, dejándola vínicamente con las necesarias para legislación ordinaria; y estableciendo expresamente que en todo lo que se refería a su orden institucional, debiera ser consultado del modo y en la forma que allí mismo se determinaba. La Constitución sólo podría ser corregida, modificada y reformada previo su consentimiento expreso, dado por medio de un plebiscito cuando se trata de una sola cláusula y por medio de una Convención cuando la reforma fuese de mayor importancia. Creo inútil recordar y más inútil leer a los SS. DD. los artículos referentes a esta cuestión, puesto que tienen la carta a la vista. Con la cesión de la ciudad para convertirla en territorio nacional, se modifican y aun se borran varios artículos de esa Constitución. Esta ciudad es la capital de la Provincia, declarada en esa carta; esta ciudad tiene por ello asegurado su gobierno propio, un régimen municipal perfectamente establecido; y examinando con más detención aquel estatuto, resulta que por esta solución proyectada por la comisión de negocios constitucionales, se modifica y se perjudica también el sistema judiciario y el que se refiere a la instrucción superior. ¿Qué haremos de todas esas cláusulas, que se alteran unas y se borran otras completamente? Recién recuerdo, señor, y pido perdón a la cámara por este desaliño en mi exposición, que ya en aquellos tiempos, cuando la Legislatura tenía esas facultades supremas, algunos hombres públicos en este mismo recinto en 1860, les negaban el derecho de dar una resolución como la que se propone, diciendo con mucha razón, que no era lo mismo modificar o reformar el estatuto que hacer desaparecer la personalidad del estado, entregándolo para territorio nacional, pues no era posible que fuese la intención y la mente del pueblo al constituirse. Si entonces surgía ya esta doctrina, sostenida con mucho brillo, por cierto, ¿cómo podremos defender ahora que una Legislatura constituida solamente para la legislación ordinaria y a la que expresamente se le quitan aquellas facultades, pueda borrar la autonomía de Buenos Aires, puesto que si tiene derecho para entregar la ciudad, lo tiene igualmente para ceder toda la Provincia? Que toda la Constitución, o mejor dicho, la organización que se ha dado a Buenos Aires recibirá un golpe rudo con ese proyecto, no hay que dudarlo. Y contéstese con franqueza, ¿si esta Constitución tan adelantada se hubiese dictado, prescindiendo de la ciudad, la capital histórica de Buenos Aires y no de la República como se dice? Claro es que no, señor Presidente, porque lo que impulsó a los convencionales fue precisamente la situación y las condiciones en que se había levantado y se hallaba este gran centro, corazón y cerebro de la Provincia, como muy bien se ha dicho, emporio de riqueza material, intelectual y moral, que lanzaba sus rayos benéficos por todos los ámbitos del estado. | 48 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Tan rudo será el golpe, que la Provincia restante no tendrá ni los recursos necesarios para establecer y desarrollar convenientemente la mayor parte de las bellas instituciones que esa carta ha creado. Apenas si su renta alcanzará a treinta y tantos millones, según el cálculo general de los recursos, y en el servicio de la deuda interna que sube a veinte millones, y en el gasto de la policía, de acuerdo con el mismo proyecto, que acaba de presentar el poder ejecutivo para la campaña y es de doce millones, si mal no recuerdo, tenemos insumida ya toda su renta. ¿Y cómo haremos en lo demás? ¿Agobiaremos al pueblo con impuestos? Y aunque los alzáramos, señor Presidente, no sería posible obtener el resultado necesario para dar a la Provincia todo el desenvolvimiento que señala su Constitución. Yo he oído aducir como argumento decisivo, que el artículo 3º de la Constitución de la Provincia da solución a esta cuestión, esto es, que por ese artículo queda perfectamente facultada la Legislatura para ceder la ciudad de Buenos Aires y se atienen los SS. DD. que esta proposición sostienen, porque se lo he oído decir muchas veces al señor miembro informante de la cámara de Senadores, a la letra de ese artículo que dice lo siguiente: “los límites territoriales de la Provincia son los que por derecho le corresponden con arreglo a lo que la Constitución Nacional establece, sin perjuicio de las cesiones o tratados interprovinciales que puedan hacerse, autorizados por la Legislatura.” He aquí el gran caballo de batalla para sostener la habilidad constitucional en que se encuentra la Legislatura. ¡Pero este es un gravísimo error, señor Presidente! Este error se ha producido por esta causa: (y permítaseme usar de la palabra, porque a nadie ofendo) por desidia, por no haberse tomado el trabajo de ir a buscar la doctrina de la ley, por no haberse tomado el trabajo de revisar los debates de la Convención. Hay aquí muchos señores legistas, y personas que aun cuando no sean legistas, conocen los principios generales del derecho y deben reconocer que para interpretar y aplicar fielmente una ley, es necesario, antes que todo, buscar su origen, las causas determinantes, los motivos y los propósitos que tuvieron los autores. Veamos un momento cuáles tuvieron los convencionales al consignar este artículo 3º de la Constitución de la Provincia. Esta fue, precisamente, una de las cuestiones más debatidas en la Convención del 73. Se nombraron dos comisiones especiales para que dictaminasen, en las cuales figuraban personas muy ilustradas y distinguidas, como los señores Mitre, Vicente F. López y Luis Sáenz Peña. ¿Y saben los señores Diputados por qué vino ese debate y esa solución? Fue por las cuestiones de límites con las Provincias fronterizas y como una transacción entre los que querían fijar en la carta los que correspondían a Buenos Aires y los otros que se oponían, dejando grandes facultades al Congreso sobre este punto.

| 49 |

| LEANDRO N. ALEM |

Las opiniones divididas arribaron a ponerse de acuerdo en ese artículo, estableciendo que los límites de la Provincia eran los que por derecho le correspondían, y respondiendo su segundo período a las otras cuestiones que acabo de indicar. Entiendo que a la sazón Buenos Aires estaba en controversia con una o dos de las Provincias vecinas. Allí sólo se tenía en cuenta y sólo se hablaba de esos territorios desiertos y sobre los cuales podría surgir las dudas o los pleitos, pero nunca de los centros poblados, pertenecientes ya y de una manera indudable al cuerpo autonómico, si puedo expresarme así, a la Provincia legalmente funcionando y constitucionalmente reconocida. Para esas cesiones y concesiones recíprocas fue autorizada la Legislatura; para esos tratados fue autorizado el mismo P. E. Con la interpretación que quieren dar los SS. DD. al artículo que examino, tendríamos que juzgar de la manera más desfavorable a los distinguidos convencionales del 73. Ellos, que reconociendo las aptitudes en que ya se encontraba el pueblo que los eligió y siguiendo fielmente su voto y sus aspiraciones, le dejaron a su ejercicio directo aquellas funciones de su soberanía, para pronunciarse sobre todo lo que afectaba o podía afectar su vida institucional, ¿habrían incurrido en esta tan deleznable e imperdonable contradicción? Cuando habían escrito un capítulo especial sobre esta materia, no es posible consentir en que ellos mismos consignaran un precepto destruyéndolo todo, y en virtud del cual se pudiera ceder la ciudad o toda la Provincia, haciendo desaparecer su personalidad política. Esto es algo más que reformar la “carta”. Los SS. DD. han debido tomarse un poco más de trabajo, estudiar con más reposo este asunto e ir a buscar la mente del artículo en los debates de la Convención, antes de presentarnos argumentos de esa naturaleza. Ahora, señor Presidente, paso a otro punto sobre el cual quiero llamar la atención de la H. Cámara, y es el relativo a la facultad que el mismo Congreso haya podido tener para dictar esta ley. Tenemos en el artículo que se refiere a las atribuciones del Congreso Nacional, un inciso que dice terminantemente: “corresponde al Congreso la legislación exclusiva sobre todo el territorio de la capital’ que se declare. Bien: por el artículo 103, que ha incorporado a la carta orgánica los pactos con que Buenos Aires fue a la unión, esta Provincia tiene legislación propia y exclusiva sobre todos sus establecimientos públicos radicados especialmente en la ciudad, y por consiguiente la cláusula que autoriza al Congreso para ejercer legislación exclusiva sobre la capital, queda completamente desnaturalizada por ese proyecto; y como por ese proyecto no se hace otra cosa sino repetir otro artículo de la Constitución, se deduce lógica y claramente que cuando se hizo la reforma en el año 60, ya se tuvo el firme y decidido propósito de que la ciudad de Buenos Aires no fuese jamás la capital de la República. | 50 |

| DE PUÑO Y LETRA |

De manera, pues, que esos dos artículos del estatuto están en pugna completamente con la solución que a esta cuestión se le quiere dar, y con ella se viene a echar por tierra una serie de prescripciones constitucionales. Si no hay duda de que por la nueva Constitución de la Provincia, el pueblo se ha reservado la facultad de pronunciarse sobre todo lo que a la reforma se refiere; si no hay duda de que el artículo 3º de la Constitución Nacional no es imperativo, sino que sólo establece la facultad que las Provincias se reservaron para que ellas la ejerciten del modo como su carta orgánica lo determine; si el artículo 3º de la Constitución Provincial tampoco viene a destruir, como no podía razonablemente suceder, lo estatuido en la misma respecto a su reforma, como se pretende por la interpretación mala que se le quiere dar, pues la doctrina y los antecedentes de la Convención del 73 hacen insostenible y aun absurda esa interpretación, ¿cuál es entonces el fundamento legal, la doctrina en que han apoyado sus ideas los señores miembros de la comisión para presentarnos ese dictamen? En cuanto a mi última observación, respecto a las facultades del Congreso para legislar exclusivamente sobre el territorio de la capital, peor sería contestarme que así sucederá, porque entonces habría que celebrar las exequias al banco de la Provincia, si ésta no conserva su legislación exclusiva sobre todo lo que se refiere a ese establecimiento, cuyos privilegios, que tanta importancia le han dado, desaparecerían al momento. Tendrá que salir inmediatamente de la ciudad, o será nacionalizado. Pero en todo, señor Presidente, se ha procedido de una manera irregular en este asunto, y es por eso que se han comprometido gravemente muchos preceptos constitucionales, como el que recuerdo ahora y voy a leer a la cámara: Dice el artículo 35: “los poderes públicos no podrán delegar las facultades que le han sido conferidas por esta Constitución (la de la Provincia) ni atribuir al P. E. Otras que las que le están expresamente acordadas”. ¿Qué significa entonces este proyecto que autoriza al P. E. para hacer los arreglos con el poder central, sobre las condiciones en que debe entregarse la ciudad? Yo no lo sé, señor Presidente. Si la Legislatura se cree autorizada, sería también la Legislatura la única que debiera determinar el modo y las condiciones en que se hace la cesión, y de ninguna manera el P. E., porque así lo estableció la Constitución Nacional en su artículo 3º, creyendo que la Legislatura podía entonces hacerlo, en razón de que era constituyente. De manera, que aun colocándome en esa hipótesis, siempre sería una facultad exclusiva de la Legislatura, y es esta la que debería establecer el modo y las condiciones de la cesión, porque fijar las condiciones en un acto de esta naturaleza, es de grande importancia y trascendencia; de esas condiciones puede depender el acto mismo y de ella dependerá la vida comunal que le quede a la ciudad. Sin embargo, esta Legislatura, que se cree habilitada para pronunciarse, delega en el P. E. Lo que no puede delegar, por esa misma Constitución a que se atiene e invoca. Yo no quiero, señor Presidente, fatigar mucho a la asamblea, porque comprendo que es muy incómodo oír a un mismo orador durante 3, 4 o 5 horas, y por consiguiente, voy eliminando muchos tópicos que pudiera traer al debate, pero no puedo prescindir de los que para mí | 51 |

| LEANDRO N. ALEM |

tienen una importancia capital. Así es que voy a separarme ya de la parte constitucional, creyendo que las consideraciones que he presentado no han de ser satisfactoriamente levantadas. Voy a entrar ahora a una de las partes más escabrosas, más difíciles y más sensibles de esta cuestión. La Provincia de Buenos Aires, con la sanción de este proyecto, quedará en pobrísimas condiciones políticas y económicas. Si estos perjuicios no refluyesen también en mal de la Nación, sino que por el contrario, le reportaran beneficios que tanto se pregonan, entonces debiéramos ahogar todos los porteños estos sentimientos del hogar, en presencia del interés general del país; pero estoy perfectamente convencido de que los perjuicios que sufrirá la Provincia de Buenos Aires, no los necesita la Nación para consolidarse y conjurar peligros imaginarios, sino que, por el contrario, tal vez ellos comprometan su porvenir, puesto que de esta manera se va a dar el más rudo golpe, como ya lo indiqué y lo demostraré más tarde, a las instituciones democráticas y al sistema federativo en que ellas se desenvuelven bien; porque de esta manera, señor Presidente, arrojamos alguna negra nube sobre el horizonte, y acaso si hasta esta hora hemos salvado de aquellos gobiernos fuertes que se quieren establecer por algunos, es muy posible que una vez dada esta solución al histórico problema político, que en tan mala situación y en tan malas condiciones se ha traído al debate, tengamos un gobierno tan fuerte que al fin concluya por absorber toda la fuerza de los pueblos y de los ciudadanos de la República. (Aplausos). Examinemos cómo queda la Provincia de Buenos Aires una vez que se desprenda de esta ciudad, para ver cuál será la importancia de su personalidad política. En el orden político, a nadie se le oculta que la verdadera influencia de la Provincia ha estado siempre en este gran centro, en este emporio de riqueza material y de importancia moral e intelectual. Por eso y con razón se ha dicho siempre que era su corazón y su cerebro influyendo de una manera notable sobre la campaña. De aquí parte el movimiento político y electoral en las cuestiones de orden y de interés general; aquí vienen a residir los principales hombres de aquella y a desenvolver sus legítimas aspiraciones; es aquí donde está la mayor suma de ilustración, donde la opinión es más poderosa y de más prestigio y fuerza moral, y es aquí, por fin, donde se tratan, se discuten y dilucidan las más importantes cuestiones y los más graves problemas políticos y económicos, siendo el centro a donde convergen todas las fuerzas y todas las ambiciones legítimas. Pero si esta influencia que ejerce la ciudad sobre la campaña, llevando, por así decirlo, su pensamiento y su aspiración, puede ser hoy admitida y saludable, no será lo mismo, señor Presidente, cuando ésta deje de formar parte de la Provincia y se convierta en territorio nacional, bajo el gobierno directo y la acción inmediata del poder central de la Nación. Hoy se ejerce esa influencia en la misma familia, y ese prestigio que se hace sentir en todas partes y en el movimiento político y general de la República, refluye en este caso, en bien de | 52 |

| DE PUÑO Y LETRA |

toda la Provincia, y asegura y garantiza mejor la autonomía general y los derechos de la misma campaña que entregada a ella sola no tendrá entonces todo este poder que la haga respetar en cualquier emergencia. La influencia que la ciudad ejerce sobre la campaña no desaparecerá, al menos por muy largo tiempo, pero en adelante ella será nociva en las corrientes de nuestra vida política, porque vendrá del poder central, será la influencia nacional que necesaria y fatalmente perjudicará la autonomía de la Provincia que queda y se forma con el resto del territorio. Tendremos una Provincia simplemente pastoril, pues se sabe que es la única industria que la campaña alimenta y tendrá durante mucho tiempo por sus condiciones; una industria, señor Presidente, cuyo desarrollo y conservación depende muchas veces de la dirección que toman algunas nubes o del modo cómo se presenten las estaciones. Con otras dos o tres epidemias como la que se acaba de sufrir, seguramente que la riqueza ganadera habrá recibido tan rudo y sensible golpe que su importancia habrá desaparecido entre nosotros. “Las tierras, los campos; queda un gran territorio”, se repite a cada momento. Los campos valen cuando se ocupan y hay quien los ocupa, los utilice y los cultive. Debilítese la industria que hay -única que habrá durante mucho tiempo-, y ya veremos lo que valen esos campos. Nadie puede dudarlo, porque se presenta a la vista de todos, que el gran movimiento industrial y comercial está y se siente y se desarrolla en este centro, que lo mantendrá todavía durante una larga serie de años. Ese movimiento es insignificante en la campaña y no podrá tampoco progresar, precisamente por el motivo que en su favor invocaba la comisión del Senado, por la inmediata vecindad de esta capital. Es una verdad de observación, señor Presidente, que las grandes capitales todo lo atraen, lo llaman y lo absorben y lo influencian. La vida de la campaña será dominada en muchísimo tiempo, por esta influencia avasalladora, porque se cree, señor Presidente, y con razón, que en estas capitales se vive mejor, se encuentra lo mejor y aun se progresa en mejores condiciones. Y aquí debo observarle de paso al señor Ministro de gobierno que son muy alegres los cálculos que en la sesión anterior nos hacía. En un breve andar del tiempo, nos decía ese señor, la Provincia de Buenos Aires tendrá otra capital superior a la ciudad de que ahora se desprende. Error muy grave, señor Presidente. Centros como éste no se improvisan ni se levantan por encantamiento. Ni en un siglo, señor Presidente, se realizaría la esperanza del señor Ministro. Esta ciudad, que se ha colocado en la altura que hoy tiene, al calor y al impulso por la acción y el trabajo de centenares de años, no ha de encontrar fácilmente otra rival que con tan poco esfuerzo y con tanta rapidez se le coloque al frente. Y ella misma ha de ser uno de los | 53 |

| LEANDRO N. ALEM |

principales obstáculos que necesaria y fatalmente tendrá la nueva y proyectada capital. Todavía hay aquí mucha fuerza, mucho campo, muchos elementos y mucho calor para el progreso; y el progreso atrae, o mejor dicho, produce el progreso. La exuberancia de vida y de elementos a que se refería el señor Ministro, y en que se fundaban sus esperanzas y sus cálculos, es una base deleznable para la argumentación. ¿Cuándo se sentirá en esta ciudad que va en el camino de París y de Londres? No es fácil presumirlo. Y los elementos exuberantes, ¿se irán todos a la Provincia de Buenos Aires, o se distribuirán en todas partes, que es lo natural y acaso lo conveniente? ¿Y no sucederá otra cosa, señor Presidente? ¿No se extenderán entonces los límites de esta capital y se arrancará otra porción a la Provincia invocando esa necesidad? En este orden de ideas en que me he colocado en este período de mi exposición, tomo las mismas razones aducidas por los sostenedores del proyecto, y apoyo con ellas mis observaciones. Si la capital de la República se va al Rosario o a Zárate, o al Paraná, nos dicen, ninguna persona de mediana posición, ningún hombre distinguido se ha de trasladar allí, y la autoridad nacional sólo tendrá los segundones en su torno. Pues apliquemos el argumento a la Provincia. Establezcamos su capital a una larga distancia de esta ciudad federalizada y para librarla de su influencia, y yo digo entonces lo mismo, que ningún hombre, ni joven, ni maduro, que tenga algún valor, algún mérito propio, y con sus intereses radicados aquí y con sus afecciones nacidas desde el hogar, se ha de trasladar a la nueva ciudad, que no tendrá, por consiguiente, los elementos necesarios para levantarse del modo como sueña el señor Ministro. Y si la establecemos inmediata a esta capital, vivirá dentro de ella, será una especie de sucursal, si me es permitida esta frase. Pero siempre ha de ser -nos dicen los sostenedores del proyecto-, siempre ha de ser la influencia de este pueblo, la influencia porteña la predominante en la capital, y por consiguiente, en toda la vida política de la Nación. Aquí hay dos graves errores de distinto género; en primer lugar, para alcanzar y comprender bien los efectos que debe producir una ley y la aplicación que ella tendrá, es inevitable inquirir cuidadosamente los móviles y propósitos que trae su sanción. ¿Por qué ha venido ahora y de tan violento modo esta solución? A nadie se le oculta que se ha tomado como razón principal el último drama luctuoso que una política extraviada promovió. Se han manifestado algunos espíritus muy alarmados, y en todos los tonos se lamentan de la influencia perniciosa de esta Provincia, que pesa demasiado en la balanza y pone en peligro la nacionalidad. Yo rechazo absolutamente todos esos juicios; pero necesito traerlos al debate, para mis conclusiones. | 54 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Si esta influencia es nociva y perjudicial, y si para abatirla se quiere realizar esa evolución, haciendo territorio nacional a esta ciudad, que se considera el centro más poderoso de la Provincia, ¿de qué manera podemos esperar entonces los efectos que se nos prometen? Esto seria inexplicable, y es desde luego incomprensible que a una influencia juzgada de aquel modo se la mantenga, y se la respete, y aun se la levante más, perjudicando completamente los propósitos y las razones de la ley cuya sanción precipitan. Se quiere dorar la droga, como dije al principio de mi exposición. La influencia morirá completamente en todas partes. En la ciudad federalizada -porque aquí es donde se levanta con más fuerza el espíritu conspirador, según los autores de la evolución, y es necesario avasallarlo de todos modos- y en el resto de la Provincia, puesto que se le quita su centro principal, para entregarla a la acción inmediata del poder central, reconociendo ellos mismos la debilidad del cuerpo político que queda después de sufrir esta importantísima desmembración. La autonomía de la Provincia vivirá continuamente amenazada y perjudicada, para evitar precisamente que un desarrollo rápido en sus fuerzas morales y políticas vuelva a traer los mismos inconvenientes que ellos ven en la influencia porteña, altanera, pretenciosa y egoísta, a su modo de entender y de sentir. Aquí me he separado un poco del orden en que pensaba exponer mis consideraciones, pues he adelantado uno de los tópicos que se refiere a la condición en que quedará la población de la ciudad federalizada. Seguiré un momento más dirigiendo mi vista a la campaña, esto es, la Provincia de Buenos Aires después de sancionada esta ley. Su renta ya la he señalado en globo: tal vez sea un poco más; pero el aumento no será sensible sin duda alguna. Y esa renta absorbida en dos o tres servicios, no más, no podrá dar lugar al establecimiento y al desarrollo de todas las otras instituciones necesarias y aun ordenadas por la Constitución. Habrá necesariamente que aumentarla, de cualquier modo, o suprimir o alterar profundamente todas o algunas de aquellas instituciones. ¿Cómo se aumentará en una Provincia pastoril? No habrá otro recurso, señor Presidente, que la contribución territorial y el impuesto al semoviente, al ganado en pie, del que hasta ahora íbamos librándolo, porque es la única industria que la campaña tiene. Sí, señor Presidente; no hay otro medio de hacer los recursos: o se acude al empréstito o al impuesto. ¿Pensarán contraer algunos más? No será muy feliz la idea, por cierto; y por otra parte, ¿habrá quien lo conceda y se crea bien garantido por la Provincia, en las condiciones en que quedará, después de desprenderse de su más poderoso centro? Veinte millones -he dicho- que sólo importa el servicio de la deuda interna, y es necesario pensar y recordar que la mayor parte de los dineros que han causado esta deuda han sido invertidos en la ciudad que se entrega.

| 55 |

| LEANDRO N. ALEM |

Le queda la propiedad de los establecimientos -se dice- pero no se comprende o no se quiere comprender que la Provincia para levantar y desarrollar sus “instituciones” tendrá que construir en su nueva capital otros tantos edificios; si no quiere vivir adentro de ésta. ¿Les parece bien que mande aquí a su juventud educanda, a sus enfermos, a sus procesados, a sus tribunales y finalmente a sus principales reparticiones? A mí me parece muy mal, y creo que pensará del mismo modo aquel que la desee conservar autónoma y libre de toda influencia extraña. Estudiemos ahora, siquiera sea someramente, la condición en que quedará la ciudad. En cuanto a su influencia pregonada, ya he apuntado las consideraciones principales para destruir ese argumento. Este es tal vez el único centro, señor Presidente, que se halla en aptitud de hacer la vida libre y el gobierno propio. Acostumbrado está a su sola dirección, y en breve tendría un gobierno comunal garantido por la Constitución, perfectamente establecido y desenvuelto. Todo lo pierde ahora; puesto que pierde la facultad de gobernarse y dirigirse por sí mismo, eligiendo los mandatarios que fueren de su agrado y respondiesen a sus sentimientos y aspiraciones. Tendrá un gobierno protector, mientras que las otras colectividades serán siempre libres de organizarse según su posición y su voluntad. No se pretenda argumentar, con la participación que tomará en las elecciones generales para la presidencia de la República y la composición del Congreso, porque su representación en este caso es tan insignificante respecto del resto de la República, que no puede tener mínima influencia. Todas las otras colectividades participan también en estos actos; pero su vida interna queda libre y bajo su dirección; sus negocios domésticos, por así decirlo, son manejados por ellas mismas. Solamente para los negocios generales de la República confían su voto al poder central. Y ha de ser grave y sensible en breve andar del tiempo, no más, para esta sociedad que ya ha gustado de las ventajas y de los saludables efectos del gobierno propio, verse dirigida en su vida íntima por hombres que ella no elige, y que no conocerán generalmente sus sentimientos, sus hábitos, sus aspiraciones y tendencias. Estoy cierto, señor Presidente, -y sin que esto importe una ofensa para nadie- que si esta sociedad no hubiese tenido su propia dirección hasta ahora, no se hubiera desenvuelto en las condiciones en que lo ha hecho; no hubiese levantado todas esas bellas instituciones que hacen su honor y gloria; no tendría ni el sistema de educación e instrucción que hoy tiene; ni su sistema judiciario, ni su régimen municipal, etc., que siendo prescripciones constitucionales habrían de ponerse en práctica, las que aun no se hubiesen realizado. Y digo que a nadie debe ofender esta manifestación de mis ideas al respecto, porque los hombres tienen los hábitos, los sentimientos, las preocupaciones y las tendencias de las sociedades en que han nacido y desarrollado su existencia; y muchas de las instituciones de Buenos Aires, no solamente son desconocidas, sino que son también mal consideradas por los otros pueblos, en los que el progreso y el espíritu moderno no han ejercido todavía su influencia saludable. Se nos quiere halagar con las promesas de su engrandecimiento material y esto también se pregona en todos los tonos. No quiero negar el hecho, señor Presidente; pero debo | 56 |

| DE PUÑO Y LETRA |

contestarles a esos señores que yo prefiero -porque lo creo más digno de una sociedad como de un individuo-, que yo prefiero, decía, vivir con menos lujo y con menos pompa, siempre que me dirija yo mismo y tenga libertad para gobernarme y elegir los que deban administrar mis legítimos intereses. Sí, prefiero una vida modesta autónoma, a una vida esplendorosa, pero sometida a tutelaje. No es tampoco el progreso material el que exclusivamente hace el bienestar de un pueblo, y al que debemos confiar y entregar todas nuestras aspiraciones. Esto tiene su lado malo, y muy malo. No conviene materializar tanto las sociedades, aflojando los resortes morales de su espíritu. Tenemos ejemplos muy lamentables en que aleccionarnos. La vida política es necesaria e indispensable para un pueblo libre; la vida política que se alienta, por así decirlo, y se desenvuelve eficazmente en los Partidos. Estos van a desaparecer, señor Presidente, sólo habrá un círculo viviendo y obrando al calor oficial; y como dice bien un observador moderno y distinguido: “un pueblo en donde no hay Partidos políticos, es un pueblo indolente, incapaz o en decadencia, o es víctima de una brutal opresión”. Los Partidos se manifiestan mejor, allí donde la vida política es más rica y más libre. La historia de la República romana y el desenvolvimiento de la Inglaterra y de la Unión americana se explican especialmente por las luchas de sus Partidos. Son los esfuerzos, los celos y las rivalidades de los Partidos, que engendran las buenas instituciones y modifican las existentes con reformas saludables, poniendo de manifiesto las riquezas latentes de un país. Es un grave error creer, como algunos creen, que los Partidos son una debilidad o una enfermedad de las sociedades modernas. La causa de los males que suelen sufrir. Los Partidos son la expresión y la manifestación necesaria y natural de los grandes resortes ocultos que animan a un pueblo; son el resultado y el producto de las diversas corrientes del espíritu público, que mueven la vida nacional en el círculo de las leyes. Por fin, señor Presidente, sobre esta faz de la cuestión y recordando siempre el propósito de esta ley, ¿cómo quieren algunos de sus sostenedores que aceptemos la sinceridad de sus deseos manifestados por levantar la influencia de Buenos Aires? Se halaga a las otras Provincias con esta evolución, diciéndoles que así se avasallará esa influencia perniciosa que las agita y que tan injustas prevenciones y recelos causa en su espíritu; y por otra parte, se le dice a Buenos Aires, y a los que combatimos el proyecto, que somos unos ofuscados y no vemos la preponderancia que este centro tomará sobre toda la República y con ella aquel prestigio, cuyo abatimiento se les promete a las otras. ¿En qué quedamos, pues? Son inconciliables estos términos. O se engaña a las otras Provincias y se les tiende una red, o se les hace burla irritante a este pueblo. Debo decirlo con franqueza, somos nosotros los ofendidos: y ya lo he demostrado extensamente en consideraciones anteriores. Sr. Beracochea.- Hago moción para que pasemos a cuarto intermedio, porque el señor Diputado está algo fatigado. | 57 |

| LEANDRO N. ALEM |

Sr. Presidente.- Invito a la cámara a pasar a cuarto intermedio. Así se hace. (Prolongados aplausos en la barra.) Sr. Presidente.- Continúa la sesión. Puede seguir usando de la palabra el señor Diputado Alem. Sr. Alem.- Cuando pasamos a cuarto intermedio estaba señalando los perjuicios que sufrirían, la Provincia que nos quedará, sancionada esta ley, y la ciudad que se federaliza. Y esta no es una opinión inconsistente y aislada, porque no es posible admitir que tantos hombres de inteligencia distinguida que han combatido constantemente esta solución, ciudadanos que querían verdaderamente a la Provincia, y que habían dado pruebas inequívocas de sus simpatías y de sus afecciones por esta “tierra” de su nacimiento o de su adopción, no es posible admitir, decía, que todos esos señores hayan vivido ofuscados durante tanto tiempo, resistiendo esta medida que a su juicio era funesta para Buenos Aires, y de muy peligrosas consecuencias para toda la República. Estas resistencias tan pronunciadas, por cierto, que no han sido esos movimientos que se llaman populacheros, para indicar que vienen de las últimas capas de la sociedad o de los Partidos, esto es, de la opinión inconsciente, de la opinión poco instruida; ellos eran promovidos e impelidos por pensadores respetables, por hombres que habían gastado su vida estudiando la organización política que tenemos, y los problemas sociales que debieran hacer prosperar tanto en la Provincia como a la Nación. Podía citar cincuenta nombres, señor Presidente, que al momento vienen a mi memoria, federales y unitarios de tradición antigua, pero que habían aceptado lealmente nuestro sistema y lo veían desarrollarse con agrado en bien de la República: Alsina, Sarmiento, Gorostiaga, Mármol, Montes de Oca, Sáenz Peña, López, Ugarte, Quintana, Frías, Navarro, Oroño, Ruiz Moreno, Alcobendas, Moreno, Rocha, Avellaneda, Del Valle, Pellegrini, Gallo, Alcorta, Gané, Lagos García y otros jóvenes como estos últimos y otros más proyectos, como los primeros, todos ellos han trabajado y dirigido esas resistencias y esos movimientos, invocando los mismos motivos que yo traigo a este debate. ¿Habrán modificado todos su opinión ahora? Sólo sabemos de algunos, el menor número. ¿Y por qué la han modificado? ¿No les agrada ya el sistema para cuya conservación es indispensable la autonomía de Buenos Aires? Hablen, pues, con franqueza: propongan la Constitución unitaria y vamos a la discusión del principio. Buenos Aires lo desea -dicen ellos-. Buenos Aires quiere perder su gobierno propio, quiere convertirse en territorio nacional en una República federalmente constituida y en la que los otros estados conservan su personalidad política, su autonomía. Buenos Aires se considera incapaz de dirigirse; algo más, y teniendo presente los móviles de la evolución, Buenos Aires se cree un pueblo decadente y malo, que entregado a sí mismo produciría grandes perjuicios a la nacionalidad argentina. ¿Aceptará Buenos Aires esta injuria que se le lanza? | 58 |

| DE PUÑO Y LETRA |

No puedo creerlo; y aquí recuerdo las palabras de un notable publicista francés, cuando se le proponía el cesarismo para consolidar el orden político interno de Francia: “¿será posible, decía, que la Nación de la luz, de la audacia y de las grandes esperanzas, se haya convertido en la mansión de las sombras, del escepticismo y de la desesperación?” Así diría yo, señor Presidente; no es posible que este pueblo, que tiene la conciencia de sus aptitudes para gobernarse a sí mismo, para responder a las exigencias del espíritu moderno y civilizador, para afrontar vigoroso todos los peligros que a la Patria amenazaren en cualquier momento; no es posible, repito, que este pueblo admita semejante injuria que se reconozca inepto y se declare incapaz para vivir de sus propios impulsos y que necesite al fin, ser empujado por la espalda con el sable de la Nación, para cumplir los grandes deberes que el honor y la integridad de la Patria imponen a los buenos y a los dignos hijos que alimentara en su seno. (Aplausos). Sr. Presidente.- Son prohibidas todo género de manifestaciones. Si la barra repite el hecho haré desalojarla. Sr. Alem.- Señor Presidente: sospechando la fatiga de mis honorables colegas después de oír tanto tiempo a un solo orador, voy a terminar sobre este tópico, entrando al análisis del pensamiento fundamental que entraña el proyecto, demostrando la violenta reacción centralista que se hace contra el sistema federal que tenemos, con perjuicio de las instituciones democráticas de que tanto nos orgullecemos hasta este momento. He de examinar también toda la argumentación que en su favor se ha desarrollado por sus más ardientes defensores, sin dejar mínima duda respecto a su inconsistencia, y aun puedo decir a su impertinencia, señalando, por fin, los gravísimos inconvenientes que en el orden político y social trae envueltos esta medida centralizadora; y sin que esto sea un rasgo de vanidad y recordando las palabras de un notable orador, desde luego apercibo a la comisión para que defienda mejor su dictamen, y prevengo a todos los que me oyen, que voy a destruirlo. Sr. Beracochea.- ¿Me permite el señor Diputado? Tengo entendido que el señor Diputado tiene que hablar mucho todavía; la hora es avanzada; en este debate debemos ser ante todo leales: los que se oponen a las ideas propuestas por el señor Diputado, tendrán necesidad, tal vez, de recoger apuntes, quizá de leer su discurso para poderlo contestar como desean: fundado en estas breves consideraciones, hago moción para que levantemos la sesión, continuando en la próxima. Sr. Luro.- En la última sesión hice moción para que se suspendiera el debate hasta hoy. El señor Diputado que acaba de hablar, invoca la lealtad de los opositores al Diputado que estaba contestando al señor miembro informante de la comisión. En nombre de esa misma lealtad, señor Presidente, yo me opongo a que se suspenda esta sesión. El tiempo de que podemos disponer es muy breve: creo que no se ha de usar esta arma, por más que el Diputado Alem y los otros miembros que lo acompañan en sus opiniones tengan que hablar. Sólo por fatiga podemos pasar a cuarto intermedio, pero no suspender la

| 59 |

| LEANDRO N. ALEM |

sesión, cuando solamente hemos trabajado tres horas: podemos prolongar hasta las seis y media o siete de la tarde y dejarla para el día siguiente. Entiendo que todos los miembros de la cámara que deben contestar las observaciones del señor Diputado Alem, que son, por otra parte, demasiado conocidas de antemano, tienen sus apuntes preparados, necesitan muy breves instantes para coordinar sus ideas, y creo que perderíamos lamentablemente el tiempo aceptando la indicación que se ha hecho. Sr. Beracochea.- Está apoyada la moción, que se vote. Sr. Presidente.- Se va a votar esta moción; en el concepto de que continuará el día próximo. Sr. Piñeyro.- No hemos oído bien lo que se va a votar. Sr. Presidente.- Si se levanta la sesión. (Se vota y resulta negativa.) Sr. Presidente.- Continúa la sesión. Sr. Alem.- Cierto es que no todos se atreven a confesar la reacción, y sostienen algunos que la evolución proyectada tiende precisamente a consolidar el régimen federativo, estableciendo el equilibrio necesario, porque esta influencia porteña pesa demasiado ya. Es para abatir esta influencia que se entrega a la dirección inmediata del poder central de la gran ciudad, la ciudad principal de la República, poniendo por consiguiente en manos de aquella autoridad, esta gran suma de elementos eficaces, en todo orden de ideas, que guarda en su seno la codiciada ciudad del plata. Un momento sobre esta teoría del equilibrio. Ella halaga mucho, señor Presidente, a los partidarios del gobierno fuerte. Este es el programa que levantan de continuo los que no quieren gobernar, sino dominar-, este es el programa, en una palabra, que con frecuencia usan los déspotas para desenvolver sus planes sombríos. ¿Qué significa este equilibrio en el régimen interno que tenemos? ¿Acaso consiste únicamente en las relaciones recíprocas de los estados de la unión? Dada la naturaleza de nuestro sistema de gobierno, ¿en qué debemos fijarnos más? Creo firmemente que en la respectiva posición de los estados federales con el poder central, porque ésta es una verdad incontestable; cuando el poder general por sí solo, tenga más fuerza que todos los estados federados juntos, el régimen quedará escrito en la carta, pero fácilmente podrá ser, y será paulatinamente subvertido en la práctica, y al fin avasallado completamente en cualquier momento de extravío. El poder supremo de la República federalmente constituida, que reconoce personalidad política en las diversas colectividades que la forman, debe ser relativamente fuerte, y disponer, nada más, que de los elementos necesarios para los fines generales de la “institución”, porque | 60 |

| DE PUÑO Y LETRA |

no es admisible que todos los estados se alzaran sin razón y sin justicia contra esa autoridad, funcionando legítimamente. Pero si en su mano tiene y centraliza la mayor suma de elementos vitales y de fuerzas eficaces, la República dependerá de su buena o mala intención, de su buena o mala voluntad, de las pasiones y de las tendencias que le impulsen, la dictadura sería inevitable siempre que un mal gobernante quisiera establecerla, porque no habría otra fuerza suficiente para controlarlo y contenerlo en sus desvíos. Estas consideraciones son tanto más exactas en este caso y entre nosotros, atendiendo al estado y las condiciones en que se encuentran las otras Provincias, incapaces todavía de inspirar respeto al mandatario extraviado, ni de ejercer una influencia saludable que lo detuviera en sus primeros pasos o en la ejecución de sus pensamientos. El único estado que en esta situación se presenta, es precisamente Buenos Aires, a quien se debilita de esta manera, y para fortalecer más al poder central con los elementos que se les desprenden. Mal camino lleva el equilibrio que se busca, y erróneo, a todas luces, es el propósito que se tiene en vista. Esta teoría del equilibrio, como la entienden y la quieren aplicar, los autores de la evolución que combato, me trae el recuerdo de los comunistas que también quieren equilibrar en el orden social. Son verdaderos niveladores. Las fortunas deben ser iguales -dicen éstos, porque los ricos ejercen una influencia nociva en la sociedad, y hacen una verdadera presión sobre los pobres que componen el mayor número. Así queremos hacer ahora nosotros, en el orden político de la República. “Buenos Aires ya está muy rico y la influencia que su posición le da, causa desconfianza y prevenciones en las otras Provincias, y puede hacer que peligre, alguna vez, la nacionalidad argentina.” Desde luego resalta la exageración de estos temores -aun aceptando su sinceridad- y el medio de equilibrar no deja de ser original y extravagante. Yo comprendería ese equilibrio y lo aplaudiría, con medidas eficaces para mejorar el estado de las otras Provincias, para levantar su situación moral y material; pero empobrecer al rico para hacerlo de igual suerte a los otros, en vez de enriquecer al pobre para que nadie se resienta en el organismo general; proceder de esta manera, decía, es practicar el comunismo en política y obrar con la mayor imprevisión en la República Argentina. Esta teoría del equilibrio, por fin, señor Presidente, entraña una verdadera resistencia a la ley soberana del progreso y destruye completamente los más laudables esfuerzos y los más nobles estímulos ¿para qué gastar fuerzas y actividad en hacer y levantar una posición que debe dar también una legítima influencia? ¿Para qué la Provincia mutilada de Buenos Aires se ha de entregar a una labor asidua que la coloque en el andar del tiempo a la misma altura de que por esta evolución desciende, si al fin ese poder y esos prestigios, considerados otra vez como perjudiciales y peligrosos, sufrirán la misma suerte que en este momento se les designa?

| 61 |

| LEANDRO N. ALEM |

He dicho, señor Presidente, que todos esos temores que se manifiestan, son imaginarios, y que el peligro consiste precisamente en la tendencia y el propósito que entraña esta evolución, y debo examinar, en breves momentos, las condiciones en que por nuestra “carta” está el poder central, con todos los elementos de que por ella misma dispone. Nuestra “carta nacional” es más centralista que la norteamericana y la suiza. Nuestra legislación es unitaria, como no lo es en la primera, y las facultades respecto del ejército no están en la segunda. Y puedo aventurarme a decir que nuestro ejecutivo es más fuerte todavía que el mismo ejecutivo de Inglaterra, no obstante ser monárquica aquella Nación. El Presidente de la República Argentina es el General en Jefe de un respetable ejército de mar y tierra, y puede colocarlo en donde él lo juzgue conveniente. Este ejército no tiene límite señalado por la Constitución y el Congreso puede aumentarlo a su juicio. El Tesoro nacional está bien provisto, pues tiene las rentas principales que producen los estados, siendo su mayor parte lo que procede de Buenos Aires, acaso un sesenta o setenta por ciento de las que esta Provincia produce. El Ejecutivo nacional compone su gabinete a su voluntad y lo mantiene del mismo modo, sin que haya fuerza legal que se lo pueda impedir. Las Provincias no pueden levantar ni mantener tropas de línea, ni armar buques; y por fin, el gobierno nacional tiene el derecho de intervención en aquellas. Yo pregunto y espero que se me conteste con espíritu desprevenido, si es posible con todo esto a la vista, sostener como se ha dicho, que es frágil y vacilante la base de la autoridad nacional ¿si es posible que marchando como se debe marchar y aplicándose la ley imparcialmente pueda alguna vez peligrar la existencia de esa autoridad y la nacionalidad argentina, por disturbios y acontecimientos, aun más graves de los que se acaban de producir? No, señor Presidente, la autoridad nacional tiene todas las atribuciones y todos los elementos necesarios para conservarse en cualquier emergencia, para guardar el orden y abatir todo movimiento irregular. ¿Y no lo acabamos de ver ahora mismo? Un espíritu violento y apasionado, dirigiendo los negocios públicos de esta importante Provincia y disponiendo de todos sus elementos eficaces, promueve una Convención. La autoridad nacional, muy culpable en el desarrollo que esos sucesos tomaban, abandona en un día la ciudad y se traslada a las soledades de la Chacarita, dejando en poder del rebelde, porque quiso dejarlos, poderosos elementos bélicos de la Nación; y en quince días no más, se encuentra rodeado de un ejército poderoso, y en los primeros pasos que avanza sobre aquél, todo ha quedado concluido. Pero si no hay peligro respecto a la nacionalidad argentina y al libre ejercicio de las funciones nacionales, ese peligro será muy grande para las libertades públicas y las autonomías provinciales, el día que se entregue al poder nacional este centro poderoso, quedando bajo su acción y gobierno inmediato, no podrá ser en adelante un obstáculo a los avances que un gobernante mal dirigido o apasionado intente, y consumará fácilmente. Dominando previamente en esta capital, por medio de sus agentes y allegados, ¿quién podrá contenerlo después? | 62 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Es una tendencia natural del poder a extender sus atribuciones, a dilatar su esfera de acción y a engrandecerse en todo sentido; y si ya observamos ahora, cómo se arrojan sombras, de continuo, sobre la autonomía de algunas Provincias, influyendo sensiblemente la autoridad nacional en actos de la política y del régimen interno de aquéllas, ¿qué no sucederá cuando se crea y se sienta de tal manera poderosa y sin control alguno en sus procedimientos? Creo firmemente, señor, que la suerte de la República Argentina federal quedará librada a la voluntad y a las pasiones del jefe del ejecutivo nacional. Mi palabra no está sola al sostener estas ideas. La gran mayoría de nuestros distinguidos publicistas y oradores, de la anterior y de la nueva generación, las ha sostenido y presentado antes que yo. Siempre que en nuestros parlamentos ha surgido esta cuestión y ha sido combatida y rechazada la solución que nuevamente se propone ahora, ha sido precisamente invocando estas mismas consideraciones. Y para no fatigar a la cámara con lecturas, sólo he de hacer en este momento algunas de las que se refieren al último debate, brillante y laborioso, que tuvo lugar en 1875; y me fijo en éste, principalmente, por las personas que en él intervinieron. El Doctor don José M. Moreno, decía en el informe que ya recordé: “que no era obedeciendo a una tendencia centralista que Buenos Aires había resistido siempre ser la capital de la República, sino por el contrario, siguiendo las ideas y los principios federales que ya habían hecho mucho camino en este pueblo.” Eso es lo que deberíamos hacer, una vez constituidos federalmente, decía el Doctor López: imitar a los Estados Unidos, estableciendo una capital modesta, como allí se tiene, y que es lo que conviene al sistema adoptado, porque el poder nacional no necesita de una capital brillante y poderosa, y ni es siquiera compatible el gobierno directo de un gran centro. En algunas bellas páginas, escritas sobre el gobierno propio, el mismo señor desarrollaba estas ideas, que la cámara me permitirá se las repita, con la lectura de un sólo párrafo: “Lo que es cierto y natural (escribe el Doctor López), es siempre bueno, y en este caso se halla la forma federativa y el gobierno de propios, combinado con ella por una analogía de principios y de esencia... A este respecto ya no podemos hacernos ilusiones. Buenos Aires no puede ser propiedad de la Nación, como lo es Santiago de Chile, no puede ser la Nación como lo es París, y este es el nudo fatal y ciego que necesitamos desatar por los resortes del gobierno de sí mismo, si queremos entrar en la vía de un desenvolvimiento franco y libre de los elementos de nuestra grandeza. Mientras no lo hagamos no hay término medio entre el aprisionamiento del gobierno nacional dentro de los edificios de la ciudad de Buenos Aires, o el sometimiento de ésta, con todos los instintos prepotentes de su riqueza y de su extensión, a los intereses y a las hombres del orden nacional. Cuando lo primero, Buenos Aires estará satisfecho en su orgullo y tranquilo en las garantías que le prestarán los jefes populares de su municipio: es Roma o Atenas, señora absoluta de los aliados. Pero tendrá que estar sacrificándose para someter las resistencias. Tendrá que agotar sus riquezas y sus rentas para mantener a sus aliados en una eterna guerra | 63 |

| LEANDRO N. ALEM |

civil; tendrá que arrasar las Provincias que se rebelen contra esa estampa más o menos receptiva del gobierno federal; nuestro gobierno Provincial será el agente, la caja y el cuartel del poder nacional; y quedaremos eternamente condenados a someter con la fuerza, con más o menos legitimidad, las pasiones y ambiciones locales de las otras Provincias, a las exigencias del rol de tutores fundamentalmente anti-federal en que le habrá constituido esa fuerza de las cosas mal concebidas y mal practicadas.” Otro de los más brillantes oradores de la nueva generación, el Doctor don Delfín Gallo, concluía su notable discurso en aquel ruidoso debate, con las siguientes palabras en que condensaba todo su pensamiento: “¿Cuál debía ser, pues, el punto en que debía establecerse la capital de la República? ¿Debía ser la ciudad de Buenos Aires, la antigua capital tradicional, la capital del Partido unitario? ¿Debía ser la capital eminentemente federal, la capital de los Estados Unidos, es decir, la capital nueva, con ideas, tendencias y origen esencialmente nacionales? La capital en Buenos Aires, señor Presidente, fue resistida desde el primer momento, y fue resistida precisamente por Buenos Aires mismo; lo que viene a probar completamente en contra de lo que decía el señor Diputado por Córdoba, de que Buenos Aires se encontraba directamente interesado en mantener la capital en su seno, a consecuencia de esa exigencia de centralismo de que Buenos Aires se había hecho un campeón interesado. Buenos Aires, pues, fue el que resistió principalmente a la resolución de la cuestión capital, en el sentido de establecer a ésta en su territorio, y la resistió porque en Buenos Aires habían hecho camino las ideas federales, y porque se comprendía que la capital de un estado federal no podía establecerse en un centro populoso como la ciudad de Buenos Aires, por-que era ir derecho al unitarismo.” En esto estaban de acuerdo los mismos que en aquella discusión luchaban frente a frente. El Doctor don Tristán Achával, que, como se sabe, es una de las ilustraciones de córdoba, federal de convicciones firmes, federal de sangre pura, que nunca había arriado su bandera, hasta este momento, levantaba su voz, algo nerviosa, en ese debate, por la agitación que le producía la cavilosidad de que era víctima, y se expresaba en estos términos: “La federalización de la ciudad de Buenos Aires, único centro de vida relativamente a su campaña desierta; inmensamente rica y poderosa en todo género de recursos relativamente a ésta pobre y débil; la federalización de esta ciudad, decía, habría importado la federalización de toda la Provincia de Buenos Aires, y federalizar esta Provincia era poner la cabeza de un gigante sobre el cuerpo de un pigmeo; era hacer de la capital la Nación; era llevar toda la vitalidad del cuerpo a la cabeza, era centralizarlo todo en ésta, era ir poco a poco al régimen unitario. ¿Por qué no se llevó, pues, a cabo la federalización de Buenos Aires, se me objetará, si tan perfectamente respondía al régimen centralista? La razón es sencilla. El sentimiento democrático se había apoderado ya de Buenos Aires y dividiole en fracciones políticas que son vitales para aquél. | 64 |

| DE PUÑO Y LETRA |

La fracción que no estaba en el poder, comprendió bien que si la federalización de Buenos Aires por una parte, importaba marchar directamente al régimen centralista, por otra importaba radicar y hacer inmovible el Partido que estaba en el poder; importaba crear una aristocracia, hiriendo de muerte el principio democrático. Ante esta perspectiva, el sentimiento de propia conservación del espíritu democrático, sugirió a la fracción local, que se llamó desde entonces Partido autonomista, una tenaz resistencia a la federalización de Buenos Aires. Y esta resistencia, este Partido, al salvarse él, al salvar los principios de la democracia, salvó también el sistema federal que hoy estaría sustituido por una dictadura, y salvó la Constitución de mayo, que hoy sería letra muerta. Esa es la verdad.” A riesgo de molestar a la cámara, quiero terminar sobre este tópico con la opinión de tres hombres, cuya competencia nadie puede poner en duda. Sarmiento, el distinguido estadista, en la Convención de 1860 y en un notable folleto escrito anteriormente, pronunciándose decididamente contra esta solución, preguntaba: “¿Podría ser Buenos Aires la capital de la República? No; y esto vamos a probar. ¿Es útil a la República que Buenos Aires sea un simple estado federal? Sí; y trataremos de demostrarlo... ¿Por qué hemos creído que Buenos Aires debía ser la capital de la confederación? ¿Por qué había sido de la colonia y de la República unitaria? Esta es sin embargo, la razón teórica por la cual no hubiera de adaptarse a una federación. Una gran metrópoli, había dicho ya Mc. Intosh, puede ser considerada como el corazón de un cuerpo político, como el foco de su poder y talento, como la dirección de la pública opinión, y por tanto, un fuerte baluarte en la causa de la libertad, o como una poderosa máquina en manos de un opresor. Rosas no había oído las palabras de Mc. Intosh, pero la tiranía es instintiva en todos tiempos y lugares. Buenos Aires ha dejado de ser máquina de tiranizar, dejémosla, pues, baluarte de la libertad. Si las exigencias transitorias de la política -escribe el constitucionalista Estrada- han podido aconsejar y permitir este estado de cosas, es la verdad que la solución científica, mirando al porvenir, es opuesta a esta situación.” Se refiere a la permanencia de la autoridad nacional en Buenos Aires. Por fin, el malogrado y distinguido Ugarte, sosteniendo las mismas opiniones, se expresaba, más o menos, con estas bellísimas palabras, en un notable discurso que tengo a la vista: “en eso, precisamente, consiste la excelencia del sistema federal -decía el orador-, en que no absorbe toda la vitalidad de la Nación en una localidad determinada, en que deja circular por todas partes el movimiento, la vida y el calor. No absorbamos, pues, toda la vitalidad de la República en el local privilegiado de esta capital, dejemos que a todas partes vaya el movimiento y la vida, que en todas partes se sienta la iniciativa y la acción”. No acabaría, señor Presidente, con las citas de opiniones análogas; pero para fortalecer la mía bastan las que he traído hasta ahora al debate, entre las que se encuentran algunas emanadas de los que hoy apoyan esta evolución y por cuyo motivo no he querido dejarlas en el archivo. | 65 |

| LEANDRO N. ALEM |

Podrán decir que el sistema no les agrada ahora; pero no creo tengan el valor de sostener que se equivocaron respecto a la tendencia que entraña esta solución, porque eso sería imperdonable e inadmisible, tratándose de hombres que han aspirado a la dirección de los negocios públicos, que la han obtenido de sus conciudadanos, y que tenían, por consiguiente, el sagrado deber de preocuparse y meditar profundamente sobre todos estos problemas políticos, sobre todas las cuestiones que de tal manera afectan los intereses y las conveniencias generales del país. No lo niegan muchos de ellos confesando la reacción centralista y unitaria que promueven y quieren consumar a todo trance, nos aducen una serie de consideraciones que no resisten al más ligero examen. El Partido autonomista no fue impulsado ni luchó por los principios que proclamaba -nos han dicho algunos de los prohombres de la situación, pretendiendo apartar de este modo los cargos que podían dirigírseles por la versatilidad de sus opiniones-; esto es, el Partido autonomista no fue sincero ni leal, levantó un programa y un credo que no profesaba, para engañar a sus compatriotas. No tuvo otro fin ni otro propósito sino combatir una personalidad, temiendo que pudiera establecer una dictadura. Yo no me explico ni comprendo, señor Presidente, cómo se presenta este argumento en esta situación y en estas circunstancias. Combatimos la ley que proponía el General Mitre por temor de una dictadura; combatimos al General Urquiza y rechazamos la Constitución del 53, por análogos motivos. La federalización de Buenos Aires podía ser en manos de aquellos señores un instrumento de opresión y era siempre un peligro y una amenaza para nuestras instituciones liberales. ¿Y por qué no ha de ser también en poder del General Roca? No pretendo atacar la persona, ni he de avanzar un juicio respecto a las condiciones de su carácter. No soy su amigo ni su enemigo, y no tengo motivos para conocerle bien; pero señalo el hecho por su analogía y pertinencia, y no creo tampoco que el General Roca esté formado de alguna pasta especial que haga inadmisible mis observaciones. Y si bien meditamos las cosas, el General Roca se encuentra en peores condiciones de las en que se hallaba Mitre y Urquiza para fundar aquellas sospechas en el ánimo de los que le combatían. El General Urquiza era el vencedor en Caseros, era el libertador que abatiera el despotismo de Rosas, sentido en Buenos Aires, más que en otra parte de la República, y tenía derecho a la gratitud. El General Mitre era el caudillo victorioso con las armas de esta Provincia. Un gran Partido le había acompañado en la jornada de Pavón, y le rodeaba de sus afecciones y levantaba su nombre en medio de los aplausos. La gloria militar influye mucho; y sin embargo gran parte de esos mismos compañeros en la lucha, promoviendo un poderoso movimiento de opinión, se colocaron frente a frente del caudillo triunfador, en defensa de las instituciones democráticas, para las cuales veían un grave peligro en los planes que aquel pretendía consumar. | 66 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Bien, señor Presidente, para nadie es un misterio que la candidatura del General Roca ha sido completamente impopular en Buenos Aires, como lo fue también la del Doctor Tejedor. El pueblo rechazaba las dos; sus partidarios de afección se contaban en el círculo de sus amigos íntimos personales, porque no debemos tomar en cuenta algunas adhesiones de última hora que recibió la primera, dirigidas por aquéllos cuyas ambiciones impacientes y febriles les han hecho cometer tantos errores y tan mal les van colocando ante la opinión sensata del país. No digo, señor Presidente, ni puedo decirlo, que inmediatamente tendremos una dictadura. No digo tampoco que el General Roca pretenda establecerla, y dueño de los poderosos elementos que por esta evolución se le dan, sienta agitarse su espíritu al impulso de pasiones condenables y se lance en un sendero extraviado; pero es evidente que se labra la base y se echan los cimientos, para que en cualquier momento un gobernante mal intencionado pueda avasallar el orden institucional que tenemos, dominando por su sola voluntad sin que halle obstáculo serio en su camino. ¿Rosas habría podido ejercer su dictadura sobre toda la República sino hubiese sido el gobernador de Buenos Aires, teniendo bajo su acción inmediata y a su disposición todos los elementos de esta importante Provincia? Es claro que no, señor Presidente, como no pudo ejercerla el General Urquiza desde el Paraná, como no habría podido establecerla el General Mitre, si esa hubiese sido su intención. Seamos francos alguna vez. Cuando el mismo General Sarmiento, -hombre público respetado por todos y admirado por muchos-, subió en estos últimos tiempos al ministerio y quiso dominar los sucesos que empezaban a desarrollarse, alarmando a todos por el giro que tomaban, los mismos que hoy sostienen esta evolución para hacer un gobierno fuerte, pusieron la voz en el cielo contra las doctrinas autoritarias de aquel señor, “que se lanzaba sobre los derechos y las autonomías provinciales”. Liberales y demócratas mientras estamos abajo, autoritarios y aristócratas cuando nos exaltamos al “poder”. Una de las cosas que más han trabajado a nuestros Partidos y aún a nuestra sociedad, -decía el distinguido publicista Doctor López-, es la política de la mentira. Yo no quiero decir tanto; pero sí acuso esa falta de sinceridad, tanta inconsistencia en las opiniones tanta versatilidad en los procederes y en las ideas. Así vemos hombres jóvenes, en la aurora de su vida, y en cuyo espíritu debieran levantarse las altas concepciones del derecho, de la justicia y de la verdad, seguir las diversas evoluciones de los círculos sin detenerse un instante a meditar sobre ellas; así los vemos también entusiastas y ardientes liberales en los comienzos de su vida pública, defendiendo las autonomías de todas las colectividades y los derechos del pueblo, y apenas han subido algunos escalones y ya no creen tener necesidad del apoyo de esas masas populares que tanto halagaban, se convierten en los más decididos autoritarios y aristócratas, contra todos esos movimientos que entonces les llaman populacheros en son de desprecio, “y es necesario, es inevitable ponerles la mano encima para contener sus desbordes y sus anarquías”. (Aplausos). | 67 |

| LEANDRO N. ALEM |

Sr. Pellegrini.- ¿Me permite el señor Diputado? Es indudable que el señor Diputado Alem debe estar fatigado, y como no hay interés alguno en seguir la sesión hasta una hora avanzada, hago moción para que se suspenda la discusión y continuemos en la próxima. (Apoyado). (Se vota si se levanta la sesión y resulta afirmativa. Eran las 5 de la tarde).

SESIÓN DEL 17 DE NOVIEMBRE DE 1880.

Sr. Alem.- Cumpliendo con el deber que mis convicciones me imponen, es posible, señor Presidente, que no sea tan breve como desearía, en este último período de mi exposición temiendo naturalmente fatigar la atención de la cámara, y especialmente la de mi inteligente e ilustrado colega que en la sesión anterior nos manifestó conocer de antemano todas las consideraciones que yo había desarrollado y probablemente desarrollaría en adelante. Yo no soy por carácter ni envidioso ni egoísta; pero debo decirlo con franqueza, que hay algo que si no despierta en mi espíritu la envidia, por lo menos un deseo íntimo de poseerlo cuando lo veo en otros, y es el talento y la ilustración. Yo, que estoy en la labor constante hace siete años teniendo por obligación que preocuparme de todos estos problemas políticos, de todas estas cuestiones constitucionales, que he militado activamente en un Partido tocándome de cerca la mayor parte de los sucesos, sin embargo, he tenido que dedicar varias lloras a la meditación y al estudio de esta cuestión, desprendiendo conclusiones que francamente no conocía antes de ahora; mientras que este mi honorable e inteligente colega, que no se ha inmiscuido por regla general en estos asuntos, que no ha podido preocuparse de estas pequeñas cuestiones que afectan a la Patria, porque ha necesitado su tiempo para emplearlo en sus numerosos asuntos particulares, ha conseguido de una sola mirada abarcarlo todo, y con la clara visión del porvenir en su espíritu, desde luego reconocer y apreciar en su verdadero carácter y en sus consecuencias todos los sucesos que se desarrollarán. Pero (y sin que esto importe una ofensa a los demás colegas), es posible que todos no se encuentren en iguales condiciones, y por consiguiente abrigo la esperanza de que algunos me dedicarán todavía un poco de atención. Sr. Luro.- Yo el primero, señor Diputado. Sr. Alem.- Cuando suspendí mi exposición en la sesión anterior, entraba al análisis de los fundamentos que se habían aducido en favor del dictamen que está sometido a la deliberación de la cámara. He oído y leído, señor Presidente, toda la argumentación que se ha desarrollado en los cuerpos deliberantes que han tratado esta cuestión antes que nosotros, y quiero decirlo también con toda franqueza, que jamás he oído defensas más pobres que salgan de cabezas verdaderamente inteligentes. | 68 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Tengo a la vista la que pasa y corre como la principal, la que hizo el señor miembro informante en el Senado de la Nación, Doctor don dardo rocha, y sorprende, señor, la lectura de esta débil producción emanada de una inteligencia vigorosa y robusta, como se ha reconocido por todos y en primer lugar, lo digo sinceramente, por mí. Verdad es también, señor Presidente, que era un poco difícil la situación del señor Senador por Buenos Aires, teniendo que informar en un proyecto que daba tan rudo golpe a las instituciones de la Provincia; y tanto más difícil apartándose de las ideas que había sostenido durante 38 años; y tanto más violenta, debiendo combatir estas mismas ideas, cuya bondad, sin embargo, no podía desconocer. ¿Qué razones lo impulsaban a proceder de este modo? No puedo avanzar hasta allí, pretendiendo descubrir sus móviles íntimos. No tengo derecho a penetrar en los secretos de esa conciencia, que tan conturbada se revelaba en ese momento. Debemos respetar y respetemos, señor Presidente, las situaciones desgraciadas en que suelen encontrarse los hombres en la vida. Las primeras consideraciones, y acaso las fundamentales con que se quiere hacer impresión sobre la opinión pública, se han condensado en una sencilla fórmula, que ha pasado a ser una especie de centinela, en dos bellas y cadenciosas estrofas y con mucha sonoridad de frase: “La paz, la nacionalidad argentina; la capital tradicional, la capital histórica, la capital del gran Rivadavia”. Para las gentes que no se preocupan mucho de estas cuestiones políticas y constitucionales, el argumento puede ser de impresión en los primeros momentos. ¿Quién no desea la paz? Y cuando se les dice desde las regiones oficiales que este es el único medio de asegurarla, la contestación no es dudosa: “pues hagan ustedes la evolución”. Y algunos no se han de explicar tampoco, satisfactoriamente, cómo ha sido posible que se resistiera tantas veces la “capital tradicional”, la capital del gran estadista, a cuya memoria se acaba de hacer una ovación. Pienso que no he de tener mucho trabajo para desvanecer esas impresiones, poniendo de manifiesto la inconsistencia de la argumentación que las produce. La paz y el orden que convienen a los pueblos no es el que se hace por evoluciones violentas de Partido, separando la vista del pasado y del porvenir. La paz fructífera, el orden verdadero viene de las situaciones normales y tranquilas que una política prudente y previsora debe traer; es y tiene que ser el resultado del funcionamiento fácil y cómodo de todas las instituciones con el ejercicio franco de todos los derechos garantidos, apartando paulatinamente todas las causas que al presente y en el futuro puedan producir alguna perturbación.

| 69 |

| LEANDRO N. ALEM |

Tendremos con esta evolución la tranquilidad aparente, de algunos años, tal vez; pero ¡cuidado que esa tranquilidad no se convierta en un quietismo obligado, en un silencio sombrío, para evitar y sofocar las reacciones a que se precipitarán los pueblos, cuando sientan los efectos de aquellos gobiernos fuertes, que disponiendo de toda la fuerza de la Nación se hagan sordos a la voz de la justicia y a todos los reclamos legítimos! Yo he de demostrar, señor Presidente, que la paz se puede obtener de otro modo y con mayor solidez, sin peligro para el porvenir de nuestras instituciones; y puedo avanzarme a decir que esa paz ya está hecha, y quedaría asegurada sin esta evolución impremeditada e irreflexiva, y que no hay Partido, ni caudillo, ni fuerza humana entre nosotros capaz de destruir la nacionalidad argentina. El espíritu conspirador desciende rápidamente y ha seguido esa marcha descendente desde algunos años atrás. Las revoluciones, en adelante, serán moneda falsa que no la recibirán fácilmente los pueblos de aquéllos que se la presenten. El General Mitre gobernaba la República teniendo jurisdicción en la ciudad de Buenos Aires. Una serie de conspiraciones y de revoluciones agitó a las Provincias, obligándole a esa política de intervenciones continuas, que aquí nos alarmaba, levantando nuestros reproches y nuestras impugnaciones. Todos aquellos caudillos turbulentos han desaparecido, y desaparecieron de la escena antes de desaparecer del mundo, porque ya no encontraban adherentes. Presidió Sarmiento, con un gobierno amigo en esta Provincia; pero tuvo que sofocar todavía las revoluciones de Entre Ríos, y aquí, señor Presidente, no debemos detenernos mucho, porque nadie ignora cómo estaban avasalladas las libertades públicas en esa Provincia. Vino la revolución del 74, en la que tomando participación algunas fuerzas de línea, fue a librar batallas hasta Mendoza; pero los pueblos la abandonaban y prestaban su apoyo a la autoridad nacional. Una serie de evoluciones políticas, impropias, que salían desde las regiones oficiales, dio pretexto al último movimiento insurreccional, promovido por el gobernante que esos mismos poderes oficiales hicieran, y todos sabemos, señor Presidente, cuál ha sido su importancia, como sabemos también que él pudo ser abatido desde el primer momento en que se anunció. Corrientes, ligada según se dice, por un pacto, retrocedía de sus pasos y se rendía a la vista del decreto nacional que se lo intimaba. Los círculos más exaltados se han convencido ya que la revolución no es el medio más eficaz para el triunfo de sus propósitos, porque los pueblos los abandonan, no quieren más movimientos de violencia, y prefieren muchas veces sufrir algunos vejámenes de sus gobernantes a las consecuencias de una lucha armada que todo lo conmueve y lo perjudica. El sentimiento de la paz domina todos los espíritus, y se ha impuesto sobre todos los facciosos. Los últimos acontecimientos han causado un profundo desengaño.

| 70 |

| DE PUÑO Y LETRA |

¿Y quién podrá sostener, señor Presidente, con sinceridad y sin pasión, que la revolución o resistencia (como él la llamaba) del Doctor Tejedor, acompañado en la lucha por el círculo más apasionado y comprometido en las últimas evoluciones de la política militante, quien podrá sostener, decía que esa revolución, si revolución puede llamarse a ese movimiento precipitado, sin plan ni rumbos, ponía en peligro la nacionalidad argentina y comprometía su porvenir? El pueblo permaneció impasible. Todos los trabajos que se hicieron para conmover a Entre Ríos fueron infructuosos, porque los caudillos populares, a quienes se halagaba, querían también permanecer tranquilos. Se han producido, señor Presidente, algunos fenómenos con motivo de estos últimos sucesos, que deben llamar necesariamente nuestra atención. El 15 de febrero, día de gran agitación y de serias alarmas, cuando los batallones de “rifleros” desfilaban por una calle y las tropas de línea por otra, se veían al mismo tiempo las procesiones de las “sociedades alegres”, que iban al “entierro del carnaval”, y los clubs sociales abrían sus puertas para los bailes anunciados y los salones se llenaban. Nadie pensaba en la guerra, ni quería la guerra, ni creía que pudiese estallar, llevándose las cosas con un poco de tino. Cuarenta o cincuenta mil almas se reunieron en seguida celebrando aquel meeting de la paz, que interponiéndose entre las dos candidaturas en lucha, parecía decirles: retroceded, porque no tenéis derecho ni título para conmover al país con vuestras ambiciones. ¿No hemos visto también a este comercio, tan celoso, seguir tranquilo e imperturbable en sus operaciones, y admirando todos la fijeza del precio del oro en la bolsa? ¿No hemos visto, por fin, a la gran mayoría de la población de esta ciudad observando tranquilamente y aun visitando por curiosidad esas trincheras que se levantaban por los revolucionarios, con la firme creencia de que esa situación acabaría de un momento para el otro? Cuando el Doctor Tejedor consultaba a los principales hombres del Partido en que quería apoyarse para resistir a la autoridad nacional, el jefe reconocido, el General Mitre, le contestaba sinceramente: “la resistencia durará tanto tiempo cuanto el gobierno nacional demore en su ataque”. ¿Qué significa todo esto, señor Presidente, sino lo que acabo de afirmar? Que el sentimiento de la paz domina ya todos los espíritus y a todos se impone, que la época de las revoluciones ha llegado a su término y la nacionalidad argentina nada tiene que temer. Todo esto es perfectamente explicable, porque es natural. Es la marcha necesaria de la vida, en los pueblos como en los individuos. Paulatinamente han ido desapareciendo aquellos resabios que mal nos impulsaban. Progresamos y adelantamos en el aprendizaje de nuestra vida libre e institucional. El horizonte se clarea; y ¿veníamos precisamente en estos momentos, a precipitar la solución de un problema tan grave y cuyos antecedentes le son tan desfavorables? | 71 |

| LEANDRO N. ALEM |

Cuando todo nos anuncia la calma futura, porque vamos transponiendo la vida escabrosa de la jornada, ¿arrojaremos nosotros mismos un obstáculo que nos detenga y acaso nos obligue a retroceder? Pero si aún y después de todas estas observaciones, los espíritus impresionables siguen vacilantes y teniendo nuevas perturbaciones con motivo de los elementos anárquicos que se puedan mantener aquí, tenemos en nuestra mano, señor Presidente, los medios de conjurar completamente el peligro. Este aparece en Buenos Aires por confesión de los sostenedores de la federalización. No se resuelve la medida por temor de las otras Provincias, que se consideran más fieles a la Nación, por una parte, y atenta la debilidad relativa de sus fuerzas también. Una Provincia como ésta, con setecientos mil habitantes y con todos los elementos que encierra en su seno, gobernada por un hombre del carácter del Doctor Tejedor, -se dice- es un peligro para la nacionalidad argentina. Bien; nada más tenemos que hacer sino cumplir fielmente nuestro programa y llevar a la práctica los preceptos constitucionales que descentralizan el poder en la Provincia, estableciendo las municipalidades y las justicias de paz, como la “carta” lo estatuye. Entreguemos al gobierno propio todos los departamentos o distritos, emancipémosles del tutelaje de los gobernadores, démosles la autonomía a que tienen derecho por la ley fundamental, y se hará completamente imposible un nuevo Tejedor. Todos esos centros, que componen la personalidad política de la Provincia, dirigidos por ellos mismos y responsables de sus actos, dueños de sus elementos y libres de la acción inmediata del poder central, serán entonces una verdadera y sólida garantía de la paz. Teniendo que hacer su gobierno inmediato y dependiendo de su buen juicio y del acierto con que procedan sus más caros intereses, ya veremos levantarse el elemento conservador tomando una intervención influyente, y al mismo elemento extranjero que se encuentre en aptitud por los términos de la ley. Antes que todo se preocuparán y cuidarán de esos intereses, eliminando la intriga política y las evoluciones impropias que ella engendra. Todo y cualquier gobernante que pretenda lanzarse en aventuras guerreras y comprometer el orden y la paz de la Provincia, al impulso de sus ambiciones personales o de sus sentimientos extraviados, se encontrará impotente y desarmado, porque las comunas libres no le han de seguir en sus propósitos ni le han de entregar sus elementos. Él no puede tampoco avasallarlas como ahora, que son gobernados por sus agentes, árbitros de la situación en la localidad respectiva, de manera que sólo necesita poner el dedo en el telégrafo para imprimir el movimiento y la dirección que quiera. Y es tan cierto esto, que a nadie se le ocurrirá sostener que si la descentralización se hubiera practicado antes de ahora, el Doctor Tejedor habría podido promover el movimiento insurreccional que al fin le obligó a descender de su puesto. No hubiese tenido en sus manos los medios de ejecutarlo, aun cuando lo hubiera proyectado, porque no dispondría de los elementos principales que necesitara, y le sirvieron entonces. La poderosa fuerza policial de la ciudad sería dirigida y

| 72 |

| DE PUÑO Y LETRA |

gobernada por la corporación municipal, y del mismo modo en las otras localidades, elementos que, como se sabe, fueron la base de su resistencia y de sus planes. Aquí tenemos, señor, una prueba elocuente de las consecuencias y de los inconvenientes de la centralización. Los convencionales del 73, hombres distinguidos que habían gastado mucha parte de su vida en la dirección de los negocios públicos y en el estudio de los problemas políticos, aleccionados por dolorosas experiencias, se preocuparon, como era natural, y desde el primer momento, de la solución de estas cuestiones sobre gobierno propio, para darle la mayor garantía. Gobernantes voluntariosos y mal inclinados, habían hecho sentir más de una vez sobre el pueblo, los perniciosos efectos de la centralización. Interviniendo en todas partes, llevando su acción a todas las localidades, gobernándolas a su voluntad por medio de sus agentes, su autoridad era inquebrantable y todo lo dominaban y lo podían avasallar, sin encontrar resistencias eficaces. La descentralización era reclamada por el pueblo que sintiéndose con aptitudes para dirigir por sí mismo los negocios comunales, no quería permanecer bajo la tutela de un poder que todo lo absorbía. La Constitución del 73 respondió a esas legítimas aspiraciones y sancionó la autonomía de las comunas, emancipándolas de aquella intervención nociva, que ahogaba la iniciativa y debilitaba su actividad, librando su suerte y su destino a la voluntad de un gobernante. Así aseguraba la libertad con el orden. Ni una ni otra quedaban dependientes del mal gobernante. Las colectividades comunales, dueñas de sí mismas y responsables de sus actos, serían las primeras en trabajar una situación normal que les asegurase sus derechos, impulsando el progreso y el desenvolvimiento de sus legítimos intereses. Descentralicemos, pues, en la Provincia, y habremos conjurado todo peligro para el porvenir; pero no centralicemos al mismo tiempo en la Nación “Pero la solución que damos a este problema político, nos contestan los sostenedores, es la solución que la historia y la tradición nos aconseja: Buenos Aires es la capital tradicional e histórica de la República Argentina”. Esto no es exacto, y parece increíble, señor Presidente, que algunos espíritus distinguidos hagan tan lamentable confusión de ideas. En primer lugar, es un malísimo sistema tomar la tradición como razón suprema y decisiva para la resolución de estos problemas de alta filosofía política. Es de la escuela conservadora y aún puedo llamarla estacionaria, que se levanta todavía al frente de la escuela racional y liberal. La tradición, tomada en ese sentido quiere mantenernos con la vista fija en el pasado, únicamente, sin dirigirla un momento al porvenir; quiere ligarnos con vínculos inflexibles a situaciones y épocas que han desaparecido, levantando una barrera en el camino del progreso y desconociendo las exigencias modernas.

| 73 |

| LEANDRO N. ALEM |

No es el sistema que nos conviene adoptar si queremos avanzar francamente en el sendero que nos señalaron nuestros mayores cuando luchaban entusiastas e iluminados por grandes esperanzas, para quebrar la dominación monárquica y legarnos una Nación viril, que fuera ejemplo en este continente a los pueblos que quisieran vivir en libertad. “Para mantener las instituciones libres en su verdadero espíritu -escribe uno de los más distinguidos publicistas americanos-, es indispensable hacer una lata distribución del poder político, sin ninguna consideración a las circunstancias que hayan dado origen a la formación del gobierno. Este es un gran problema de filosofía política y no una simple cuestión accidental en la historia de una clase particular de instituciones”. Pero tampoco es exacto, señor Presidente, que Buenos Aires sea la capital tradicional de la República Argentina, federalmente organizada. Sería y era realmente la capital del Virreinato, esto es, la capital monárquica. La República Argentina, personalidad política nueva en la familia de las naciones independientes, no existía durante la monarquía española, cuando era una porción, por así decirlo, de los dominios de aquella. Las colectividades o los pueblos que hoy componen nuestra nacionalidad, emancipándose unos tras de otros, tomaban un nuevo ser, o mejor dicho, aparecían recién a la vida propia, con una personalidad política. La monarquía fue el caos para nosotros, y de allí nada se puede deducir ni desprender razonablemente. Ninguna vinculación legal, que tome punto de partida en la monarquía, puede invocarse respecto a los pueblos que formaron más tarde la República Argentina. Con la emancipación, con la nueva vida, aquella vinculación desapareció. Las necesidades y las exigencias de la ludia heroica que sostenían para asegurar su independencia y su libertad, les mantenía necesariamente unidos y bajo la dirección accidental y provisoria de aquel que con mayores elementos podría afrontar la cruzada benéfica para todos; pero siempre se reconocieron recíprocamente sus derechos y su autonomía, limitándose a una simple invitación cuando querían legalmente vincularse. Y Buenos Aires el primero, señor Presidente, que aceptaba esas ideas y respetaba aquellos derechos. Son tan exactas estas apreciaciones, que constituyéndose separadamente el Paraguay y las Provincias del Alto Perú, fueron por todos respetadas y han permanecido independientes. Era indudable que a las Provincias convenía una vinculación seria para formar entre todas una Nación fuerte y respetable en el exterior. Colectividades relativamente débiles, necesitaban del apoyo recíproco para desenvolverse bien, y la analogía de sus propios intereses les impulsaban en ese sentido. Buscaron, pues, de continuo aquella unión legal, pero queriendo conservar la mayor suma de su autonomía, si me permite esta frase, se inclinaron decididamente a una organización federal. | 74 |

| DE PUÑO Y LETRA |

No sería eficaz una federación pura, y aceptaban el sistema mixto de la América del norte y de la suiza. Transaban, como allí, la idea federal y la idea unitaria; pero la primera, con su tendencia descentralizadora, quería predominar siempre en la combinación. Sólo se constituía un poder general y superior, a fines expresamente determinados, dejando a las Provincias con todos los derechos autonómicos, cuya delegación no fuese indispensable a la autoridad central. Como ya se ha visto, todas las organizaciones unitarias que se intentaron al principio, fueron abiertamente rechazadas por los pueblos, siendo la causa de graves y lamentables perturbaciones que fatalmente retardaron la unión. La organización unitaria exigía como cabeza el centro más poderoso, y Rivadavia se la dio: Rivadavia cayó con su sistema. Malas pasiones y peores propósitos impulsaron a un caudillo militar y preponderante en 1853 a grabarla en la Constitución federal, que bajo sus auspicios se dictaba, y esa Constitución tuvo que ser corregida borrándose aquella cláusula. El General Mitre la intentó en 1862, y un solemne movimiento de opinión le contuvo en sus primeros pasos. ¿Cuándo ha sido, pues, Buenos Aires, la capital de la República Argentina, reconocida y aceptada por los pueblos, si cada vez y siempre que han querido organizarse definitiva y legalmente la han resistido combatiendo tenazmente la tendencia centralizador a que en esa solución se entraña? Podríamos decir, más bien, que la capital fue tradicionalmente rechazada por la República Argentina. Yo reconozco que ha sido la capital de la monarquía y del círculo unitario, cuyo jefe era el señor Rivadavia. Tampoco son un misterio las ideas monarquistas de esos señores. Tal vez querían concentrarlo todo en sus manos por las responsabilidades de la lucha que dirigían y para imprimirle una dirección más firme; tal vez comprendían que en un gobierno monárquico o aristocrático, ellos harían la clase privilegiada y siempre directiva de los negocios públicos. Pero no obstante sus altas condiciones, sus ideas y sus tendencias fueron vencidos siempre por esas masas populares que procediendo al impulso del sentimiento íntimo de la libertad que se despertaba en su naturaleza vigorosa, salvaron el principio democrático y la revolución emancipadora, negándose a recibir un nuevo dueño. Pero si Buenos Aires fue la capital monárquica y la capital unitaria, esa es precisamente la razón teórica, como lo dice el señor Sarmiento, para rechazarla en el régimen federal. Y es inexplicable, repito, semejante confusión de ideas en espíritus bien preparados, invocar las tradiciones y las soluciones de sistemas completamente antagónicos para aplicarlos en una República federalmente constituida. Lo que es necesario políticamente en aquellas constituciones, tiene que ser un grave inconveniente en la que con índole opuesta se forma. Unas quieren concentrar el poder político, y es de su esencia hacerlo así; y la otra tiende a distribuirlo latamente entre las diversas colectividades cuya autonomía reconoce. Son términos que no se concilian; que se repugnan y se rechazan.

| 75 |

| LEANDRO N. ALEM |

Si hemos combatido constantemente un régimen porque no se armonizaba con nuestros sentimientos y nuestras aspiraciones, porque le considerábamos inconveniente y contrario a las instituciones que deseábamos implantar y bajo cuyos auspicios queríamos desarrollar nuestra vida social y política, es verdaderamente inexplicable y aun chocante, buscar en las condiciones en que ese sistema se complementaba el fundamento para la resolución de un problema que viene precisamente a elaborar el último resorte de nuestra organización política. Pero es-que necesitamos y queremos un gobierno fuerte, nos contestan. ¿Y qué significa esto de los gobiernos fuertes? ¿Qué alcance tiene la frase; hasta dónde va el propósito de la evolución? Yo no la entiendo bien, señor Presidente, ni puedo explicármela de una manera satisfactoria. En un país constituido, que tiene por su carta orgánica perfectamente constituidos los poderes y deslindadas las atribuciones, yo no comprendo otro gobierno fuerte, sino el de la ley severa e imparcialmente aplicada con los elementos necesarios para hacerla respetar. ¿Tiene el poder central esos elementos? Acabo de examinarlos en mi exposición anterior, poniéndolos a la vista de todos. Un gobierno que dispone de la gran parte de la renta de la Nación, y con facultades ilimitadas para mantener un ejército permanente, que puede colocarlo y distribuirlo a su voluntad, es un poder muy respetable, señor Presidente, es una “autoridad” que siempre se hará obedecer en el ejercicio de sus atribuciones. Nada tiene que temer procediendo legítimamente; toda y cualquiera transgresión que se pretenda, será sin gran esfuerzo reprimida. Acabamos de verlo en estos últimos sucesos. La tendencia autoritaria se desenvuelve entre nosotros de una manera alarmante. Son los partidarios de esa escuela que atribuyen al “poder social” derechos absolutos e independientes, sin pensar que sólo es un encargado de armonizar y garantir los derechos de los asociados. Son los que pretenden la infalibilidad en la “autoridad suprema”, puesto que sus órdenes deben ser obedecidas y acatadas sin observación ni control de ninguna especie, “allí donde el “poder” habla y procede, allí estará necesariamente la razón”. Es el que debe dirigirlo todo, que debe impulsarlo todo, porque es el que mejor piensa y obra también. No es ésta nuestra teoría, ni ha de ser por cierto, la de todos aquellos que, amando sinceramente nuestras instituciones democráticas y no reconociendo entre nosotros más soberano que el pueblo, de quien los gobernantes son simples mandatarios, buscan soluciones distintas a las de aquellos señores, a fin de que esos gobernantes no abusen ni usurpen los derechos de su mandante. No desnaturalicemos, pues, las instituciones por las que tanto hemos luchado y tantos sacrificios han hecho nuestros mayores.

| 76 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Con las vacilaciones inevitables y naturales en un pueblo nuevo, ellas se han ido radicando paulatinamente, y en vez de hacer una reacción infundada, debemos todos propender a que se desenvuelvan y se perfeccionen, separándoles todo obstáculo en su marcha progresiva. Y el medio más seguro de conservar una forma establecida -dice un notable publicista que acaba de escribir un bello libro sobre la teoría del estado-, es evitar todo abuso de la autoridad para que ella no degenere. “El poder legítimo tiene poco que temer mientras proceda con justicia y con derecho y no piense sino en el bien público. Es él, quien por sus desvíos e irregularidades, suele minar de continuo sus propios fundamentos, desprestigiando su autoridad moral. Y el abuso del “poder” es tanto más temible a medida que disponga de mayores elementos. Más el “poder es fuerte, más la corrupción es fácil. Para asegurar el poder legítimo, es necesario impedir a todo trance que él exagere sus facultades, y es indispensable buscarle el contrapeso que prevenga el arbitrario. Es un mal amigo de los gobernantes el que llama a toda contradicción seria y firme una rebelión o una traición. Un hombre de estado sabe aprovechar las mismas fuerzas contrarias para corregir sus abusos, librarse de errores y redoblar sus esfuerzos en el sentido del bien público”. Más el poder es fuerte, más la corrupción es fácil dice el publicista, y sus abusos son tanto más temibles a medida que dispongan de mayores elementos. ¿Se han detenido a meditar un momento, los sostenedores del proyecto sobre la estructura que por nuestra carta tiene el “poder” que por esta evolución se levanta con más fuerza? Uno de los problemas que más han preocupado siempre a los pueblos libres y que quieren realmente vivir en régimen de libertad, dice el publicista argentino Doctor Vicente López, en unas bellas páginas que andan por ahí, y que tal vez le han sido inspiradas por la lectura de los interesantes libros de los señores Fischel y Bagehot uno de los problemas, decía, que más han preocupado a los pueblos que desean ser libres y hacer el gobierno propio, es la naturaleza del “poder ejecutivo” y el mecanismo que ha de dársele, para que su acción se desenvuelva de manera que no se haga sentir en el gobierno más influencia eficiente que la opinión pública. Es el ejecutivo el que realmente gobierna, no obstante la separación e independencia que se establece en las cartas orgánicas “distribuyendo y deslindando las facultades de los diversos poderes que constituyen la autoridad gubernativa”. Las funciones judiciales son meramente pasivas y en un orden perfectamente limitado. El departamento legislativo establece los principios y dicta las reglas generales. Es el ejecutivo que administra, ejecuta y hasta interpreta la ley al aplicarla; el que hace sentir su acción en todas partes y a cada momento, obrando a su propio juicio. Administrar, interpretar y aplicar la ley, es gobernar efectivamente. Es el ejecutivo que invierte la renta, distribuye los servicios, elije y nombra la gran parte ele los empleados y se encuentra, por consiguiente, en actitud de halagar casi todas las aspiraciones, de prodigar favores, conquistar voluntades y satisfacer una multiplicidad de intereses y pretensiones de todo género.

| 77 |

| LEANDRO N. ALEM |

Su influencia puede desarrollarse de una manera poderosa, porque como he dicho antes, es su acción y su mano que se ve, que aparece y se siente en todas partes y a cada momento en las corrientes de la vida política y social. Tan es así, señor Presidente, que se habrá observado cómo entre nosotros, para la generalidad de las gentes que no se detienen a meditar y estudiar nuestro mecanismo político y nuestra organización constitucional, el gobierno, en el sentido lato de la palabra, es el poder ejecutivo, tanto en el orden Provincial como en el nacional. La acción y la influencia de los otros departamentos o las ramas del “poder público” pasan desapercibidas y sin dejar grandes impresiones en el espíritu del pueblo. Ahora bien, señor Presidente; el gobierno representativo, el gobierno del pueblo por el pueblo en esa forma, para que no desnaturalice su misión y sea el agente eficaz de las instituciones liberales, tiene que ser un gobierno de opinión. La influencia de esa opinión pública debe hacerse sentir constantemente en sus deliberaciones. Si los poderes públicos quedan completamente entregados a su voluntad y pueden fácilmente prescindir de aquel control, las instituciones escritas serán subvertidas con la misma facilidad en la práctica. El gobierno representativo democrático, reconociendo la soberanía del pueblo y desenvolviéndole en sus verdaderas tendencias, no consiste únicamente en la elección de los mandatarios, dejándolos después completamente libres para obrar según sus juicios y sus propias inspiraciones. La opinión pública, esa entidad anónima, pero soberana, según la misma y bella expresión del señor Ministro de gobierno, tiene el derecho de vigilar constantemente a esos mandatarios y ejercer una verdadera y legítima superintendencia. Si los gobernantes pudieran y tuvieran el derecho de prescindir de aquella influencia y obrar según su propia y soberana voluntad, no sería en definitiva el pueblo que dirigiría sus más grandes intereses, pues despojado así y absolutamente de su soberanía, -durante el plazo más o menos largo, fijado al período de aquéllos-, sus legítimas aspiraciones y exigencias tendrían que limitarse a una súplica, esperando una gracia del omnipotente. Cómo debe ejercerse la influencia de la opinión, especialmente sobre ese “poder” cuya acción es tan sensible y eficaz en los intereses sociales, es la cuestión que presenta el publicista citado. Tres son los países que deseando asegurar las instituciones liberales, la han resuelto de distinto modo. La Inglaterra y la Suiza en Europa, y los Estados Unidos en América; la primera estableciendo el ejecutivo parlamentario y la segunda haciéndole colegiado y anualmente elegido por la asamblea, y los Estados Unidos haciéndolo unipersonal y por elección del pueblo en cada período, que es fijo e inalterable. El gobierno de gabinete, que también así se dice en Inglaterra, es tal vez y sin tal vez, el que está más vinculado a la opinión pública y el que más obedece a sus influencias y a sus cambios, como cambian y se renuevan sus intereses, sus necesidades y sus exigencias. Los señores Diputados deben saber que el gabinete depende allí del movimiento parlamentario, y dura tanto tiempo cuanto le acompaña la mayoría. Una vez que ésta le | 78 |

| DE PUÑO Y LETRA |

abandona, ya no tiene derecho a gobernar y es del seno de esta mayoría que surge el nuevo Ministro. Se cree y con razón, porque ésta es la presunción aceptable, que la mayoría parlamentaria representa e interpreta la opinión del país, en los momentos en que se manifiesta, y allí solo tienen título para gobernar los que han conseguido o atraído esa opinión: el “poder” viene a ser un premio para los que han bien interpretado y respondido a las legítimas aspiraciones que el pueblo siente, según la corriente de ideas en que se encuentra. Y he dicho que son ellos los que solamente tienen derecho a gobernar, porque, como lo sabrán también los señores Diputados, es allí donde realmente “el rey reina, pero no gobierna”, “el monarca, -dice un escritor inglés-, dirige los honores, pero la tesorería dirige los negocios públicos”. La composición del ejecutivo suizo y la forma de su elección, a tan breve plazo, la vincula también un modo serio a la opinión pública. Su influencia se puede ejercer y se hace sentir fácilmente. La Constitución americana y la nuestra que le sigue, han entregado al pueblo directamente la elección de su ejecutivo impersonal, y digo directamente porque se entiende y se hace en la práctica imperativo el mandato que reciben los electores. Pero una vez nombrado el Presidente de la Nación, la opinión pública no tiene una forma orgánica, un resorte constitucional que la mantenga con una influencia verdaderamente eficaz sobre su elegido, obligándole a seguir en sus corrientes o a separarse del puesto en que ya no inspira confianza o no ha manifestado las aptitudes necesarias para desempeñarle debidamente. El jefe del ejecutivo es el árbitro de su situación y de su política, si puedo hablar así, durante el período de su administración. Escuchará o no atenderá los ecos de aquella opinión en la forma extraoficial que lleguen a sus oídos, porque encastillado en su puesto de plazo fijo e inalterable, como dice el escritor argentino, podrá seguir sin responsabilidad efectiva su política personal y sus propias inspiraciones. Sus Ministros son sus agentes, que dependen solamente de su voluntad, y muy poco o nada tienen que temer, tampoco, aspecto de su puesto, mientras sean del agrado y de la confianza de su jefe. No digo que aquella opinión sea siempre impunemente menospreciada, y que su poder moral no se haga sentir algunas veces sobre el ánimo del gobernante, conteniéndole en sus extravíos; pero es la verdad que no tiene un medio perfectamente eficaz para imponerse e impulsar el movimiento político y administrativo, como en el mecanismo inglés. Debemos, pues, cuidar mucho de que ella se conserve, siquiera sea con esa fuerza moral, evitando a todo trance que pueda ser fácilmente sofocada y dominada por el “poder”. Acaso se me dirá que ahí está el legislativo para controlar, acusar, y destituir al mal gobernante; pero, señor Presidente, ¿acaso no conocemos la ineficacia de esas medidas y las grandes dificultades que se tocan para adoptarlas? El juicio político, considerado como medida extrema, como remedio supremo, sería y será casi siempre rehuido porque produciría una verdadera conmoción en el país. También para fundarlo se requieren actos verdaderamente delictuosos, y el gobernante sin cometerlos, puede llevar una política extra-viada, divorciarse | 79 |

| LEANDRO N. ALEM |

con la opinión pública y herir los intereses del pueblo. Y por fin, señor Presidente, cuando el ejecutivo lo quiere avasallar todo y se resuelve a imponer su voluntad contando con los elementos necesarios, fácilmente se anula la acción del Congreso; y nunca le falta tampoco un círculo más o menos importante que lo apoye viviendo de su calor y de sus favores. ¿Cuándo hubo entre nosotros un juicio político? ¿Cuántos Presidentes y gobernadores han sido acusados y destituidos? Nadie me citará un ejemplo, y no es porque todos nuestros gobernantes hayan procedido como buenos. Lo señores Diputados deben recordar que hemos tenido algunos un poco desafectos a los procedimientos regulares. ¿Cuándo ha sido un Ministro derrocado por un parlamento? Sus medidas son rechazadas, sus proyectos derrotados, sus actos censurados muchas veces; pero los señores Ministros, encastillados también en sus puestos, no se preocupan mucho de esas manifestaciones contrarias y elocuentes de los representantes del pueblo. Por último, señor Presidente, es preferible y mejor evitar el abuso y no esperar a que se produzca para castigarlo. Los americanos, con su buen sentido y siempre previsores y celosos de sus instituciones democráticas, salvan los inconvenientes señalados tendiendo a descentralizar y evitando todo aquello que pueda darle una preponderancia nociva al gobierno central, y especialmente al “poder” más temible en ese caso, al poder ejecutivo. Y nosotros, que tenemos experiencias más dolorosas, procedemos, sin embargo, en sentido contrario: queremos fortalecer más y más, de todos modos y a todo trance el poder que tantas veces nos ha hecho sufrir esas experiencias. Dadas las condiciones en que se encuentra todavía la República Argentina -el único centro en donde la opinión pueda manifestar esa fuerza moral, ejerciendo un benéfico control-, es ésta tan populosa e ilustrada ciudad, la misma que se entrega a la acción inmediata de ese “poder”, que así podrá abalallarla paulatina o rápidamente, sin gran esfuerzo, por cierto. ¿Qué nos queda después de consumada esta evolución incomprensible? ¿De qué modo se podrá defender el pueblo -sin lanzarse en las vías violentas- contra las irregularidades y extravíos de un “poder” que tan fuerte se hace, poniendo en sus manos los elementos que debieran servir para bien encaminarlo? Recordando sierre los móviles y propósitos de esta ley, que viene para quebrar esta influencia considerada nociva, -que tiene la Provincia de Buenos Aires, y especialmente su gran ciudad-, desde el momento en que ésta se convierta en territorio nacional, habrá desaparecido también la única palabra influyente, la única opinión que puede manifestarse con conciencia ilustrada en los problemas políticos de nuestro país. (Aplausos). Estoy seguro, señor Presidente (y hablo así porque he meditado las cosas, porque he observado mucho los sucesos que se han desarrollado de algún tiempo a esta fecha), estoy seguro, decía, que la ciudad de Buenos Aires no ha de tener durante mucho tiempo un gobierno comunal perfecto, un régimen municipal en las condiciones que lo establece la | 80 |

| DE PUÑO Y LETRA |

“carta” de la Provincia, porque vendrían contra sus propósitos los autores de esta evolución mal entendida. Si es en esta ciudad donde principalmente se anida el espíritu conspirador y hostil a la Nación, si es de aquí de donde parten los rayos que pueden arrojar en un abismo al país, este pueblo no puede ni debe tener una vida libre, mientras no “se corrija” y olvide su “altanería” y “absorbentes pretensiones”. Con un régimen comunal que la deje un poco libre para recuperar un tanto su influencia y desenvolver sus “terribles” aspiraciones, la medida que se resuelve ahora se haría al fin contraproducente, y la autoridad nacional se vería de continuo envuelta en graves peligros y conflictos. La ciudad de Buenos Aires dormirá por mucho tiempo el sueño de los condenados, y no exagero, señor Presidente, al decir que ella será tratada como fue tratado París por el primer imperio y la restauración, nada más que al recuerdo de la célebre comuna revolucionaria. (Aplausos). Señor Presidente: siento mi espíritu inquieto; temo por el porvenir de nuestras bellas instituciones, a las que profeso un singular cariño. Haremos un gobierno demasiado fuerte, porque lo dejaremos sin control eficaz y entregado a sus propias inspiraciones y sentimientos. Esto es siempre peligroso, porque es la tendencia natural en toda fuerza humana a ensancharse y desarrollarse ilimitadamente. Hay algo, decía el célebre Fox, que ofusca, que marea y no permite siquiera distinguir lo legítimo de lo ilegítimo, lo justo de lo injusto, y este algo es el poder. No es el hombre que hace al poder despótico; es, precisamente, la naturaleza del poder que le corrompe y hace tiránico al hombre, porque no todos los espíritus, señor Presidente, pueden librarse de ciertas influencias misteriosas que vienen envueltas en ese placer de las eminencias, en esas voluptuosidades del mando y en esos goces que se sienten en la dominación; y cuando un hombre se encuentra en la cumbre, en estas condiciones, necesita, para no extraviarse, toda la moralidad, toda la elevación de sentimientos y la austera virtud republicana de un Jorge Washington, y los Washington, señor Presidente, no aparecen sino cada tantos siglos... Necesito un momento de descanso. Sr. Presidente.- Invito a la cámara a pasar a cuarto intermedio. (Así se hace). Sr. Alem.- Seamos, pues, verdaderamente prácticos y no llagamos estas evoluciones aprovechando circunstancias anormales, sin estudiar cuidadosamente nuestra vida política en todos sus detalles. ¿Quiénes son los que han querido siempre traer a sus manos los elementos poderosos de esta Provincia, capitalizándola? | 81 |

| LEANDRO N. ALEM |

Un monarquista y tres generales triunfadores en guerras civiles; tres espadas dominadoras, tres caracteres habituados al mando sin control y sin observación, por la propia educación que reciben. La severidad de la ley y de la disciplina militar forma necesariamente aquellas tendencias dominantes; la educación hace una segunda naturaleza, y mientras más alta es la jerarquía, más la tendencia se acentúa y el “mando” se ejerce de una manera absoluta. Yo no soy enemigo de los militares, y más de una prueba de mi aprecio les he dado defendiendo en el Congreso Nacional sus legítimas aspiraciones; pero comprendo, señor Presidente, cuán peligrosa suele ser la gloria de un militar afortunado. Napoleón I; suprimiendo la libertad en Francia, era, sin embargo, aplaudido y admirado por su pueblo, a quien tenía ofuscado con el brillo de su gloria, conduciéndole lleno de entusiasmo a la batalla y a la muerte, para dominar a los otros del continente. El General Jackson -hombre de carácter atrabiliario y violento y de capacidades muy medianas, en un pueblo mucho menos impresionable y accesible a esos entusiasmos- fue, sin embargo, elegido dos veces Presidente de la unión americana, nada más que por haber ganado una batalla ante los muros de la Nueva Orleans. Con profundo dolor he oído uno de los últimos argumentos que se hacían para sostener esta evolución, y que entrañaba una verdadera y terrible ofensa para la propia Patria. “Si echamos la vista sobre el continente americano, decía el miembro informante en el Senado nacional, vemos que de aquel opulento Virreinato de la España, son dos las nacionalidades que propiamente existen, la nacionalidad que representa el gobierno de Chile sobre el Pacífico y la nacionalidad que representa el imperio del Brasil sobre el Atlántico. Las dos únicas nacionalidades que hoy se manifiestan acentuadas, como he dicho, Chile y el Brasil, y las dos han soportado dos grandes guerras nacionales con sus perturbaciones internas, y a las dos las hemos visto salir triunfantes.” ¿Tan pronto se habrá olvidado, señor Presidente, y por sus propios hijos, el brillante papel que ha desempeñado la República Argentina en aquel terrible drama de la guerra del Paraguay, adjudicando únicamente al Imperio del Brasil el honor y la gloria de la jornada? ¿No fueron los argentinos los primeros en el peligro, enseñando a las tropas bisoñas y poco viriles del imperio la condición de la batalla y el camino de la victoria? La República Argentina derramaba allí a torrentes la sangre generosa de sus hijos, y gastaba sus tesoros, y sofocaba al mismo tiempo una serie de rebeliones que algunos espíritus extraviados promovían, queriendo aprovechar esa situación extraordinaria. Su vigor y su vitalidad alcanzaba para todo. Mantenía enhiesta la bandera en aquellos famosos “esteros” y salvaba sus instituciones de los conflictos que las amenazaran en su propio seno. Quién sabe, señor Presidente, si hubiéramos tenido un poder en las condiciones en que hoy se busca, quién sabe cuál sería nuestra situación actual: hubiéramos salvado indudablemente el honor en el exterior, pero acaso hubiésemos perdido las libertades en el hogar querido que nos levantaran nuestros ilustres mayores. (Aplausos en la barra). | 82 |

| DE PUÑO Y LETRA |

“Las complicaciones externas que nos amenazan, hacen necesaria una concentración del poder para vigorizar su acción, se nos observa también por aquellos señores, Buenos Aires es el punto negro; en las otras Provincias, la fidelidad nacional acaba de ser probada.” Otra injuria para este noble pueblo, señor Presidente. Buenos Aires siempre ha sido el primero en las grandes cruzadas de la Patria; el primero en la gloriosa epopeya de la emancipación; el primero en esa memorable campaña del Paraguay. Allá iban llenos de contento y entusiasmo sus “guardias nacionales”. Aquí no aparecieron resistencias ni “motines” ni era necesaria la fuerza de línea para custodiar los “contingentes”. Y fueron los primeros, repito, esos brillantes guardias nacionales los que iniciaron el combate en Yatay con aquel famoso regimiento “San Martín”. ¡Los que presentaron su pecho descubierto en el “paso de la Patria” a los fuegos terribles de un enemigo oculto en las espesuras de los montes, y que formando brigada con las aguerridas “tropas de línea” regresaban diezmados por la metralla del “boquerón”, después de haber clavado la bandera de la Patria sobre las trincheras enemigas! (Bravos y aplausos en la barra). No, señor Presidente, no necesitamos modificar nuestras instituciones, ni cambiar nuestro sistema para afrontar una guerra exterior. Ya la hemos sostenido, la más penosa de los tiempos modernos en este continente, y ya se ha probado lo que es la República Argentina en sus difíciles momentos. Nuestro sistema es bueno; las desgracias y los disturbios que lamentamos algunas veces, provienen de las desviaciones que se hacen por los que tienen principalmente el deber de cuidarlo y practicarlo con lealtad. Es en el sistema federal, en el que pueden con más amplitud y facilidad desarrollarse las instituciones democráticas y el gobierno de propios. Es el que mejor responde a las legítimas aspiraciones de las colectividades, y puedo decir, señor Presidente, el único que perfectamente se armoniza con la naturaleza humana y con su propia dignidad, porque no es verdaderamente meritorio el individuo o el pueblo, sino cuando vive de su propio aliento, desarrolla por sí solo sus fuerzas y carga con las responsabilidades de sus actos. Son las desviaciones, decía, las que producen aquellas vacilaciones y arrojan aquellas sombras. Esos gobernantes, inmiscuidos continuamente en las combinaciones de la política militante, no solamente descuidan sus deberes primordiales, sino que suelen ser los primeros en abrir el mal camino y desnaturalizar las instituciones con los procedimientos irregulares a que aquellas combinaciones les impulsan. Hay fenómenos que impresionan verdaderamente. Provincias que guardan en su seno grandes riquezas naturales, que pueden desarrollar bien su actividad y vivir, como he dicho, de su propio aliento, vienen sin embargo, a pedir diariamente subsidios al “poder central”, porque aquellos que debieran y pudieran impulsarlas, por las condiciones en que se encuentran y los elementos de que disponen, son los primeros que se excusan, y con un egoísmo que asombra, se exoneran de toda contribución y de toda carga en la Legislatura que ellos mismos forman y de que hacen la parte principal. | 83 |

| LEANDRO N. ALEM |

¿Cuál es el resultado? Que así marchando y viviendo de la protección y al calor del “poder central”, éste ejerce, necesariamente, una influencia nociva a la autonomía de esos estados. Y no es un misterio para nadie que de la “Casa Rosada” y por medio del telégrafo se hacen algunas veces gobernadores y congresales. El Presidente de la República sabrá de antemano quiénes serán los Diputados y quiénes los Senadores. (Aplausos). Sr. Presidente.- Intimo a la barra guardar orden. Sr. Alem.- Los partidarios de la centralización se equivocan en los resultados que esperan, cometen un grave error filosófico en sus apreciaciones. La concentración del poder no produce ese vigor y esa mayor vitalidad en un país. Tendrá a su disposición mayor cantidad de elementos, pero la fuerza de éstos se debilitará paulatinamente, porque así se debilita su propia iniciativa y su propia actividad, que es el impulso verdadero del progreso. La centralización, atrayendo a un punto dado los elementos más eficaces, toda la vitalidad de la República, debilitará necesariamente las otras localidades; y como dice y bien Laboulaye, es la apoplejía en el centro y la parálisis en las extremidades. Y es necesario que los hombres públicos, los políticos previsores no olviden que la apoplejía en política suele llamarse revolución. Si, concentración y revolución son dos palabras de una misma data, son dos nombres de una misma enfermedad. La misión del legislador moderno es precisamente en sentido contrario al en que van los autores de esta evolución; consiste en desenvolver la actividad del individuo, de la familia, de la asociación, del distrito, del departamento y de la Provincia en toda la República, teniendo presente que el estado es un organismo viviente y que la fuerza de todos sus miembros es la fuerza del cuerpo entero. La centralización tiene, además, este gravísimo inconveniente: que como trae todos los elementos y la vitalidad del país a un solo punto, cuando ese punto vacila, cuando hay un sacudimiento, toda la Nación se conmueve profundamente: no tiene fuerzas convenientemente distribuidas; allí está todo, allí está el corazón; allí se da el golpe a toda la nacionalidad. “Siempre que encontramos un gran imperio, decía el Senador rocha, encontramos una gran capital”; y nos llevaba a Nínive, a Babilonia, a Roma, en la antigüedad, y a París, a Londres, a Berlín en los tiempos modernos. Bien, ¿qué ha sucedido? Lo que tenía que suceder necesariamente: cuando todo está concentrado, cuando todo el imperio está en esa gran capital, de cualquier modo que se corrompa, de cualquier modo que se descomponga, se habrá descompuesto todo el imperio. Dominad, invadid, conquistad la capital, y habréis concluido con la Nación entera. | 84 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Ahí lo tenéis: una vez roma avasallada, todo el imperio cayó; una vez París dominado por los prusianos, la Francia apareció impotente. El golpe de estado de Napoleón III en París decidió de la suerte de la Francia. “la centralización es la tendencia moderna -nos dicen como el último y supremo argumento- y nosotros no tenemos por qué apartarnos de los movimientos de las naciones civilizadas del continente europeo”. Siempre nos llevan a tomar ejemplos allí. Se observa en esta ocasión un fenómeno singular. Somos una República federalmente constituida y hemos tenido siempre por modelo aquella cuya organización copiamos. Siempre, en cualquier caso y en cualquier duda hemos ido a inspirarnos en sus ejemplos y a ilustrarnos en sus comentadores. Esto era natural, puesto que habíamos adoptado el mismo sistema; y ahora que tratamos precisamente de hacer la última solución y por la cual puede resentirse todo el sistema, según la forma y las condiciones en que la hagamos, es el momento en que abandonamos al maestro y nos separamos completamente de sus doctrinas. Vamos a inspirarnos en la monarquía y llegamos hasta a invocar, como se ha hecho en esta cámara, la opinión y los sistemas de los déspotas más voluntariosos y sombríos, cuyos nombres registra la historia de las naciones. Pero tampoco es exacta, señor Presidente, aquella afirmación; no hay tal tendencia centralizadora en loa pueblos. La evolución de la Alemania y de la Italia, que la vienen repitiendo desde 1860, es un hecho que tiene su explicación, sin violencia. El señor Mármol ya se los observaba entonces, con razón. En un continente monárquico y al frente de “imperios” poderosos, guerreros y conquistadores, la Italia y la Alemania reconstruían su antigua unidad. Y así mismo habría mucho que decir respecto a la espontaneidad del acto en la segunda, atento el poder militar que ostentaba la Prusia y la política que desenvolvía. Eran pequeñas monarquías que se agrupaban y hacían una monarquía más grande, y nada más. No había modificaciones en el régimen interno de los pueblos. Se ha hecho, pues, una confusión lamentable con esa necesidad de las grandes agrupaciones que sintieron las comarcas débiles y siempre alarmadas ante esa célebre política del equilibrio continental, de esa ironía sangrienta, programa de los déspotas que quieren avasallarlo todo, y levantan el derecho de conquista: de esa política funesta que trae los desgarramientos de la noble y mártir Polonia y las santas alianzas de los reyes contra los derechos de los pueblos. Preguntemos todavía a la Hungría si quiere permanecer bajo la dominación austriaca; preguntemos a esa infeliz Polonia si quiere seguir triturada; interroguemos a la Irlanda si no quiere ser autónoma.

| 85 |

| LEANDRO N. ALEM |

¿Pensamos nosotros, por ventura, reconstruir el antiguo Virreinato, anexándonos a Montevideo, al Paraguay y a Bolivia? Podría haber alguna exactitud en el argumento, si se nos dijese y se nos demostrase que son los pueblos los que quieren desprenderse de los pocos derechos que tengan y entregar al poder supremo las limitadas facultades y prerrogativas de que gocen. No hay tal tendencia centralizadora, repito. En economía, como en política, estrechamente ligadas -porque no hay progreso económico si no hay buena política-, una política liberal que deje el vuelo necesario a todas las fuerzas y a todas las actividades; en economía como en política, decía, la teoría que levantan los principales pensadores, los hombres más distinguidos del antiguo y del nuevo continente, teoría que se va inoculando -por decirlo así- en el seno de todas las sociedades, se puede condensar, y ellos la sintetizan en esta sencilla fórmula: “no gobernéis demasiado”; o mejor dicho y mejor expresada la idea: “gobernad lo menos posible”. Sí, gobernad lo menos posible, porque mientras menos gobierno extraño tenga el hombre, más avanza en libertad, más gobierno propio tiene y más se fortalece su iniciativa y se desenvuelve su actividad. Las Repúblicas antiguas, las Repúblicas de la Grecia, no comprendieron el sistema, no descubrieron el secreto para levantar y perfeccionar sus instituciones; y así las hemos visto ser víctimas algunas veces del despotismo y decaer prematuramente. Allí el ciudadano era libre, pero dentro del estado, al cual estaba inflexible ligado y al cual pertenecía exclusivamente. La libertad es una fuerza, dice Laboulaye, que puede dirigirse al bien como puede dirigirse al mal; oprimida, estalla necesariamente; dejadla andar, que ha de producir benéficos resultados, según la mano que la dirija. Los americanos han comprendido bien esta idea, tratando la libertad política como a la libertad natural, porque es la misma libertad; y es el “individualismo”, político y religioso, el secreto y la causa de su bienestar y de su prosperidad; esto es, la autonomía, comenzando desde el individuo, garantida en sus “‘manifestaciones regulares”, pero nada más que garantida, sin la protección ni el tutelaje nocivo del poder supremo. Espero que la cámara me disculpe por esta pequeña digresión, y reanudando el hilo de mis ideas, vuelvo a la tendencia que se manifiesta en todos los pueblos, completamente contraria a la que suponen los defensores del proyecte en discusión. Es el principio democrático y la tendencia centralizadora que asoma en todas partes; es la libertad que sigue luchando contra sus opresores. Y así la vemos aparecer desde Rusia, con las terribles explosiones del nihilismo, consecuencia necesaria de una opresión tremenda; y así la vemos en Alemania, luchando del mismo modo contra el militarismo que todo lo abate, como nos lo pone de manifiesto el distinguido Doctor Lucio López en sus bellísimas correspondencias. Francia arroja el imperio corrompido y entra decididamente en un régimen más liberal, estableciendo la República. Los respetos que inspira la casa de Saboya y los recuerdos de | 86 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Víctor Manuel en Italia, contienen el desarrollo de un Partido que desea la misma suerte de la Francia. En América, probablemente desaparecerá el imperio en el Brasil, con don pedro ii, pues los progresos del Partido Republicano son muy sensibles ya. En Chile, hombres distinguidos como bastarda y cuya palabra es escuchada con respeto, combaten con la misma decisión el sistema centralista, que ha sido la causa -según ese hombre público- “porque no han podido completar allí su revolución política y social, al emancipare de la monarquía española”. Todo esto es muy natural, señor Presidente, porque se armoniza con la naturaleza del hombre; y no es posible ni verosímil que los pueblos, en vez de reclamar su autonomía, sus libertades y sus derechos usurpados, quisieran despojarse de los pocos que se les haya dejado por los que asumieron su dirección. ¿Y quieren conocer ahora los señores Diputados los efectos de la centralización en Francia, lo que sucede con ese París que nos presentan como ejemplo? Tengo a la vista los escritos de varios y distinguidos hombres públicos de esa Nación; pero me limitaré a leer algunos párrafos de aquel que en estos momentos, precisamente, ocupa la presidencia del gabinete y cuyas ideas llevará a la práctica indudablemente en esta ocasión. El señor Ferry, entre otras, presentaba las siguientes observaciones, hace muy poco tiempo. “estos hechos, observados alrededor de la misma capital -decía el actual Ministro- dan una idea exacta de los inconvenientes de la centralización, y los abusos más grandes son los que provienen de la concentración en París de una cantidad de negocios, respecto a los que ni es posible, siquiera, adoptar las resoluciones necesarias. No solamente la autoridad central no puede estar siempre perfectamente instruida de las necesidades, hábitos y aspiraciones de las Provincias, para librarse de graves errores en sus resoluciones, sino que quiebra y se priva ella misma como los gobernados, de las garantías que se deben buscar para el buen éxito de los negocios públicos, en la responsabilidad de todos. Como en todos los actos ella interviene y decide, es a ella a quien se dirigen todos los reproches; pero como estas legítimas quejas no son seguidas de ningún resultado, porque no tienen ningún apoyo eficaz, la responsabilidad se hace ilusoria y la fuente de los abusos no puede ser cegada. La “centralización política” en Francia es alarmante. Las Provincias ven desaparecer todos los días los últimos restos de su antigua personalidad. Viniendo toda la vida al corazón, al fin se producirá la plétora. ¿Por qué nuestras cátedras de Provincia no gozan de la menor consideración? ¿Por qué nuestros tribunales de departamento parecen sin voz ni acción, ni hacen impresión ni doctrina en ninguna parte con sus resoluciones? ¿Por qué no se citan ni se tienen en cuenta para nada nuestros “diarios” provinciales? ¿Por qué nuestros títulos académicos, de cualquier ciudad que vengan, sólo se prestan a la risa? ¿Quién liará imprimir un libro más allá de cierto radio de la capital? Es que la Francia se encuentra toda ella en París; es que no se permite, en ninguna parte, pensar de otro modo sino como se piensa en París; es que las recompensas son mejores y más comunes en el asiento brillante de la capital y su atracción es inmensa; es, en una palabra, que por la centralización, París ha podido creer que él es la Francia entera, o por lo menos la cabeza y el corazón de la Francia y que tiene el derecho de sentir y pensar por ella. Quejaos, después de todo esto, de la venida de tantos Provincianos, privando de su cooperación a sus respectivas localidades. ¿En dónde encontrarán mayores elementos para | 87 |

| LEANDRO N. ALEM |

sus emulaciones y sus aspiraciones, que en París? París lo hace todo; todo lo arregla, todo lo estimula, todo lo premia.” Suspendo aquí la lectura porque no quiero fatigar la atención de la cámara; pero no parece sino, señor Presidente, que estas líneas hubieran sido escritas para que me sirvieran en este debate, contestando a los partidarios de las grandes capitales y a los que nos presentaban, como ejemplo, precisamente a ese París que todo lo absorbe. Del mismo modo y en el mismo sentido, combatiendo la tendencia centralista, se manifiestan otros distinguidos escritores y hombres públicos de distintos países, como Bluntschli Ferrara-Batbbie, Laboulaye, Amari, Dameth, Prevost, Paradol, Ganhil y cincuenta más que podría citar. Es cierto que la centralización (dice uno de ellos con alguna espiritualidad) logra fácilmente someter las acciones exteriores de los hombres a cierta uniformidad, a la que concluyen aficionándose, por lo que en sí vale, prescindiendo de las cosas a que se aplica, como esos devotos que adoran la estatua olvidando la deidad que ella representa; mantiene a la sociedad en un “statu quo”, que no es, propiamente hablando, ni una decadencia ni un progreso; trae al cuerpo social una especie de somnolencia, que los gobernados se acostumbran a llamarla orden y tranquilidad pública; en una palabra, sobresale en el arte de impedir, no en el de hacer. Cuando se trata de conmover profundamente la sociedad o de imprimirla una marcha rápida y vigorosa, casi siempre la abandona su fuerza. Por poco que necesiten sus medidas del concurso de los individuos, causa entonces sorpresa la debilidad de aquella máquina. Entonces acontece que la centralización, algunas veces, al verse reducida al último extremo intenta llamar en su ayuda a los ciudadanos; pero les dice: obraréis como yo quiera, mientras yo quiera y en el sendero que yo quiera; os encargaréis de estos detalles sin aspirar a dirigir el conjunto; trabajaréis en las tinieblas, y más tarde conoceréis mi obra por sus resultados; y no es en tales condiciones como se obtiene el concurso de la voluntad humana, porque necesita tener libertad en sus movimientos y responsabilidad en sus actos. Es tal el hombre que prefiere permanecer inmóvil a marchar sin independencia hacia un objeto que ignora. La centralización no es la fuerza eficaz, señor Presidente, no vigoriza, tampoco, la acción del “poder” como se piensa por los señores sostenedores de este proyecto. En los momentos difíciles, en las grandes ocasiones aparece la debilidad de esa máquina, según la expresión de aquel publicista. Acaban de ver los señores Diputados los efectos de la centralización, observados por aquellos escritores en sus respectivos países; y para terminar sobre este punto, quiero llamarles un momento la atención sobre los Estados Unidos de la América, allí en donde está la imagen de la vida, acompañada algunas veces de bruscos accidentes, pero llena de movimiento y de laudables esfuerzos. Es la descentralización que produce estos efectos; y no quiero que sea mi palabra desautorizada la que los señale; traigo la del bien conocido Laboulaye, que, como los señores Diputados saben, ha hecho un detenido estudio sobre aquella próspera Nación para presentarla de ejemplo a su país. Lo que más se admira en los Estados Unidos -dice aquel distinguido publicista- no son los efectos administrativos, sino los efectos políticos de la descentralización. Allí se hace sentir la | 88 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Patria en todas partes; es un objeto de solicitud desde la aldea hasta la unión entera. El habitante se aficiona a cada uno de los intereses de su país como a los suyos propios; se glorifica con la gloria de la Nación, en los triunfos que ésta obtiene, cree reconocer su propia obra y se cree elevado y se regocija de la prosperidad general de que aprovecha. Profesa a su Patria un sentimiento análogo al que se siente hacia la familia, y por una especie de egoísmo es como se interesa también por el Estado. El europeo sólo ve en el funcionario público la fuerza; el americano ve el derecho. Así, pues, puede decirse que en América nunca obedece el hombre al hombre, sino a la justicia y a la ley. El americano, tomando parte en todo lo que se hace en su país, libre en su actividad individual y colectiva, se cree interesado en defender todo lo que en él se critica, porque entonces no es solamente a su país o a su gobierno a quien se ataca, sino a sí mismo. Así se ve recurrir su orgullo patrio a todos los artificios y descender a todas las puerilidades de la vanidad nacional. Nosotros no queremos ahora imitar a los Estados Unidos, queremos imitar a París, queremos hacer la gran capital que atraiga todo a su seno y sea toda la República. Y si allí se sienten de tal manera, como los señala Ferry, los efectos de la centralización, ¿cómo no se producirán entre nosotros atento el estado poco halagüeño de las otras Provincias? Aquí vendrá todo lo que valga, todo lo que algún mérito tenga, se ha dicho como argumento para sostener la medida. Sí; aquí vendrá todo lo que valga, se centralizará la civilización también, y ¿saben los señores Diputados lo que esto significará? El brillo, el lujo, la riqueza, la ilustración, la luz en un solo lugar, y la pobreza, la ignorancia, la obscuridad en todas partes. Y ya vendrán también aquellas odiosas e irritantes distinciones, con sus funestas consecuencias sociales; aparecerán las gentes “principales” separando a las gentes “plebeyas”; el “elemento civilizado, condenando al “elemento ignorante”; las clases distinguidas y privilegiadas, repudiando a las “clases de baja esfera”; y en este estado de Rosas la opresión casi inevitable sobre los últimos, y el principio de aquellas funestas cuestiones sociales de que nos íbamos librando felizmente. Deseo terminar, señor Presidente, mi larga exposición, y en muy breves instantes me haré cargo de la última observación que se nos hace a los que combatimos el proyecto. “No debéis alarmaros tanto, se nos dice, por las instituciones liberales, pues no correrán tanto peligro. La aristocrática Inglaterra las estableció y las conserva”. Es cierto; pero también es cierto que la aristocracia inglesa se encuentra en condiciones especialísimas y es única en el continente europeo. Sus tradiciones son gloriosas y honorables, atrayendo el respeto y el aprecio del pueblo. Es ella que ha luchado constantemente contra el despotismo de la corona y en defensa de las libertades públicas. No debo investigar su sinceridad y su desprendimiento. Ella no quería ser avasallada por los tiránicos monarcas; defendía sus propios derechos y deseaba levantar su influencia, y para contener los avances de aquéllos necesitaba y buscaba el apoyo popular, pero haciendo causa común con ese pueblo, en la lucha, levantaba también sus derechos y arrancaba a los déspotas las garantías legítimamente reclamadas. (Aplausos). Ha sido la aristocracia inglesa que obtuvo la “magna carta” de Juan Sin Tierra, que hizo reconocer el derecho del pueblo para votar sus impuestos, y que desde la dinastía de los | 89 |

| LEANDRO N. ALEM |

Plantagenet, siguiendo por la de los Tudor y los Estuardos ha mantenido lucha constante contra los tiranos. Son estas tradiciones que la conservan todavía influyente sobre el elemento democrático. Se hace una fuerza intermediaria, se coloca del lado del pueblo para salvarse ella misma cuando la corona quiere avasallarlo todo, y se pone del lado del monarca cuando el movimiento democrático aparece queriendo dominar. Por otra parte, señor Presidente, yo prefiero mi régimen republicano democrático, con todas las dificultades e inconvenientes que los aristócratas y autoritarios le atribuyen. La Inglaterra está muy lejos todavía de practicar los verdaderos principios de la igualdad civil y política, pues en alguna ocasión el pueblo inglés se ha visto obligado a promover un movimiento insurreccional, para que se cumpliera la ley en miembros de aquella aristocracia orgullosa y prepotente, que se habían hecho reos de grandes crímenes y que se disculpaba: porque las víctimas no eran de su clase. En cuanto a la condición política en que se encuentra el pueblo, “es una verdadera desgracia, dice un escritor liberal, el señor Welhver, haber nacido pobre en Inglaterra. Todas las puertas de la vida pública le están cerradas; el pobre no es un ciudadano inglés.” Fischel le dirige también la misma increpación. ¿Pretendemos también nosotros, o mejor dicho, los que sostienen la evolución que combato, pretenden una aristocracia como la inglesa, para mantenerla en las mismas condiciones? ¡Cuántas ilusiones se hacen, señor Presidente! Esa aristocracia, por no ser simplemente ridícula, se haría verdaderamente opresiva y despótica, porque no hay cosa que hiera más a un individuo o a una clase que desconocerle los títulos y las condiciones para ocupar la posición que pretende. No hay que desesperar, señor Presidente, de nuestro estado de cosas. Todas esas vacilaciones y disturbios que alarman tanto a ciertos espíritus impresionables, es una consecuencia necesaria de nuestro aprendizaje en la vida libre. Somos un pueblo joven todavía; apenas contamos 70 años de existencia, y vamos en el camino del progreso. El señor Ministro de Gobierno, entrando en el terreno de las exageraciones y las hipérboles, nos ha pintado un cuadro desgarrador y sombrío de la República Argentina. El abismo está a una línea de nuestro pie, según sus palabras, que si fuesen oídas y creídas en el exterior, cuánto mal nos causarían. Yo no soy pesimista; las sombras del escepticismo tampoco han invadido mi alma. Creo que progresamos y progresaremos, en medio de todas las dificultados del aprendizaje, y que no debemos desmayar por esas contrariedades, porque esa es la ley de la naturaleza humana; luchar incesantemente, vencer todos los obstáculos, sondar esos abismos en que vacila el pie, y seguir imperturbable en la obra de su perfeccionamiento, que es la obra de su bienestar. Las sociedades, cuya vida puede simbolizarse en ese judío errante de la leyenda hebraica, andan y avanzan siempre en medio de las borrascas que de continuo las conmueven. Cierto es | 90 |

| DE PUÑO Y LETRA |

que algunas veces suelen vacilar fatigadas y desangrando el corazón; pero después de cada sacudimiento parece que se levantan con más fuerza; cuando la tormenta pasa, casi siempre los rayos de un sol más puro vienen a iluminar la frente del obrero. (Aplausos y generales manifestaciones de aprobación). Así hemos visto a los Estados Unidos, que después de soportar y dominar la más terrible guerra civil de los tiempos modernos, se levantan llenos de bríos y borrando la única mancha que había en el libro de su historia -esa odiosa institución de la esclavitud-, asombran nuevamente al mundo con sus gigantescas obras. Así hemos visto a la Francia, que después de los últimos y tremendos desastres -arrojando la detestable monarquía que sobre ella pesaba, y abatiendo a la “comuna incendiaria”-, aparece otra vez en la escena de las grandes naciones con un régimen más liberal, y vuelve a ser el luminar del mundo en el dominio de las artes y las letras. Y así hemos visto, por fin, a nuestra misma Patria, a esta República Argentina tan criticada por sus propios hijos, que después de una larga dictadura, dominando todos los movimientos irregulares que laceraban su seno, y habiendo soportado las inmensas fatigas de la más ruda campaña guerrera que se haya sostenido en Sudamérica, sigue siempre vigorosa y llena de esperanzas por los senderos que le señala el espíritu moderno, con su mirada fija en el porvenir y en y en el sagrado testamento de nuestros venerables mayores. (Aplausos). En breves instantes terminaré, señor Presidente. Tal vez he sido demasiado extenso, abusando de la bondad de mis honorables colegas; pero la importancia del asunto y la trascendencia que yo le atribuyo, me servirán de excusa. Varias otras consideraciones podría presentar a la cámara, y especialmente en el orden económico, sobre el cual no me he detenido con la extensión que en los otros tópicos lo he hecho; pero ellas han de venir más tarde al debate, y no fuera de oportunidad. Sobre lo que he dicho en el segundo período de mi exposición, respecto a las pobres condiciones en que se encontrará, durante muy largo tiempo, la Provincia de Buenos Aires despojada de esta gran ciudad, quiero solamente indicar ahora a mis honorables colegas y de una manera especial, aquellas en que se ha de ver, a poco tiempo no más, su principal establecimiento de crédito, ese banco verdaderamente histórico, palanca poderosa de su industria y su comercio. Como ya lo ha hecho notar la prensa diaria, el primer golpe que ha de sufrir será el retiro de esa gran suma que representan los depósitos judiciales, porque la legislación y los tribunales de la Nación ordenarán necesariamente una caja nacional para los de pósitos y consignaciones. Ya vendrán también las leyes protectoras del banco nacional y sus emisiones favorecidas. El banco de la Provincia tendrá al fin que huir de aquí, cediendo su lugar al otro. Las consecuencias se alcanzarán fácilmente por todos. ¿Qué será de su papel moneda, y en fin, de todas sus notas? ¿Cuál será su movimiento entonces?

| 91 |

| LEANDRO N. ALEM |

Señor Presidente: al tratar este asunto bajo el punto de vista de su oportunidad, he negado que la opinión de este pueblo acompañe a los sostenedores del proyecto. He sostenido después, y creo haberlo demostrado, que la Legislatura Provincial se encontraba constitucionalmente inhabilitada para sancionar o rechazar ese proyecto, porque era ose pueblo quien debía pronunciarse, por medio de una Convención especial, según lo estatuye la “carta orgánica”, a causa de las reformas que ella tendrá que sufrir con la cesión. Yo no quiero incurrir en la misma falta que acuso a los otros; quiero que se consulte al pueblo y que éste manifieste su voluntad. Mis ideas son radicales al respecto; pienso que la federalización de esta gran ciudad será siempre un grave mal; pero soy sincero republicano y si aquella voluntad popular se pronuncia por la cesión, inclinaré mi frente ante su fallo soberano. Los sostenedores del proyecto invocan esa pública opinión; pues que se atengan a ella como yo lo hago, respetando al mismo tiempo la Constitución que han jurado sostener. Con estas ideas he formulado un proyecto, de acuerdo con mis honorables y distinguidos colegas los Doctores Beracochea y Solveyra y el señor Martínez, que desde luego lo someto a la deliberación de la cámara, para el caso en que el otro fuese rechazado: o el siguiente: Artículo 1º Convóquese una Convención Constituyente de la Provincia, a la que se someterá la consideración de la ley sancionada por el H. Congreso Nacional, declarando capital de la República a la ciudad de Buenos Aires y su municipio. Art. 2º Esta Convención será integrada con el número de miembros que establece el art … de la Constitución de la Provincia. Art. 3º La Convención Constituyente deberá expedirse dentro de sesenta días, contados desde su organización. Art. 4º Si la Convención aceptase en todas sus partes la ley del H. Congreso sobre la capital de la República, lo hará saber inmediatamente al Excmo. Gobierno de la Nación, y continuará funcionando para introducir en la Constitución de la Provincia las reformas necesarias consecutivas a la cesión del municipio y otras que considere convenientes. Art. 5º Si la Convención Constituyente propusiese modificaciones a la ley del H. Congreso, aceptando la base fundamental de la cesión del municipio, se comunicarán esas modificaciones al Excmo. Gobierno de la Nación, suspendiendo la Convención Constituyente sus tareas basta que los poderes nacionales manifiesten su aceptación o rechazo: si las modificaciones fuesen aceptadas, la Convención continuará sus tareas para reformar la Constitución de la Provincia en lo que fuese necesario. Art. 6º Para ser convencional se necesitarán los mismos requisitos que la Constitución de la Provincia establece para el cargo de Senador y Diputado, siendo incompatible dicho cargo con todo empleo rentado de la Nación y de la Provincia. Art. 7º. Si la Convención constituyente rechazare la ley del H. Congreso sobre la capital de la República, se comunicará así mismo al Excmo. Gobierno de la Nación, cesando aquélla en sus funciones. | 92 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Art. 8º Comuníquese, etc. Leandro Alem.- Juan B. Martínez.-Guillermo Solveyra.- P. Beracochea. Es posible que se nos dirija una observación: que el Congreso Nacional ha sancionado otro proyecto señalando un plazo a la Legislatura de la Provincia, vencido el cual, y si ésta no se pronuncia o si rechaza la cesión, será convocada una Convención nacional para decidir definitivamente; pero aquí no habrá caso de Convención, señor Presidente. Hay una fuerza mayor que impide a la Legislatura la aceptación o el rechazo del proyecto; ella se pronuncia como puede y debe hacerlo: consultando al pueblo. El Congreso no ha tenido presente esa circunstancia, y no es posible ni admisible que él pretenda que nosotros violemos el “estatuto” garantido por la misma Constitución Nacional. El Congreso creyó a la Legislatura con facultades para decidir sobre este asunto, como lo creyeron muchos; pero desde el momento en que aparece esta dificultad inallanable, puesto que procede de la “carta orgánica” de la Provincia, que ha podido perfectamente establecer el modo y la forma en que sus instituciones se desenvolverán, y en que se han de ejercitar los derechos y facultades reservadas; no hay otro camino recto, ni otro procedimiento regular sino el que acabo de proponer. La Legislatura se pronuncia, pues, en la forma que puede hacerlo, y no hay caso de Convención nacional. Así, señor Presidente, cumpliremos nuestro deber y salvaremos nuestras responsabilidades, porque mañana, cuando nos interroguen nuestros compatriotas en medio de las reacciones violentas y de los disturbios y desgracias que esta solución precipitada e irreflexiva ha de producir, nosotros no podremos contestar como el ilustre romano, pues habremos violado la ley, habremos perjudicado los derechos y los legítimos intereses de esta Provincia y habremos, por fin, comprometido seriamente el porvenir de la República, asestando un rudo golpe a sus instituciones democráticas, bajo cuyos auspicios se desarrollarán todas nuestras fuerzas morales y materiales, toda nuestra vigorosa actividad, para que la gloriosa Nación de mayo ocupe el puesto culminante que le corresponde en el continente sudamericano, respondiendo a las nobles aspiraciones que animaron a esos ilustres varones que tan brillantes páginas grabaron sobre el libro de nuestra historia, y de las cuales deben enorgullecerse siempre, las presentes y las futuras generaciones. He dicho. (Prolongados aplausos). Hacen uso de la palabra los Diputados señores; Hernández, Riera, Rodríguez, Ugalde, Luro, Paulsen, Del Castaño y Dillon, pretendiendo refutar el discurso del señor Diputado Alem, quien, tras un breve cuarto intermedio, vuelve a hacer uso de la palabra para contrarreplicar.

| 93 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 94 |

| DE PUÑO Y LETRA |

SESIÓN DEL 22 DE NOVIEMBRE DE 1880.

Segunda exposición del Doctor Leandro Alem Terminación del debate sobre la cuestión capital (federalización)

Sr. Alem.- Sin fatigar mucho la atención de mis colegas, voy a ocuparme de las pocas observaciones que se han dirigido a mi anterior discurso, ampliando y explicando, al mismo tiempo, algunas de las consideraciones que no se han entendido bien. Apreciando en lo que debo las benévolas manifestaciones que me ha hecho el señor Diputado Hernández, con motivo de ese discurso, y tributándole por mi parte el elogio que me rece su bella alocución; rechazando, como debo también, la incivilidad de aquellas expresiones que desgraciadamente se han oído en la cámara, no dignas, por cierto, de esta asamblea, sino de los corrillos que hacen en las bocacalles los mozos de cordel... Sr. Castro.- Menos dignas son las causas que las producen. Sr. Alem.- Lo que es verdaderamente indigno e inmoral son esos compromisos sin conciencia que han venido a... Voy directamente al objetivo que me ha impulsado a tomar la palabra por segunda vez. Pero debo desde luego lamentar, señor Presidente, que en un debate que había ascendido a las regiones serenas en que se presentó en los primeros momentos, hayan venido a proyectarse algunas sombras: la primera, aquella a que acabo de hacer referencia; la segunda, esa escena que tuvo lugar hace un momento, provocada para hacer reír a los asistentes de la barra, a costa de la seriedad de este debate, acaso en mengua de la dignidad de la cámara. Yo voy, sin embargo, a seguir esta discusión en el mismo tono en que la comencé. No he de contestar absolutamente a ninguna interrupción que tienda a producir un incidente enojoso en este recinto. No he de tener mucho trabajo tampoco al examinar las observaciones que a mi exposición se han dirigido; en primer lugar, porque ya en gran parte me lo ha evitado mi ilustrado colega el Doctor Beracochea, y además, porque si bien recordamos todo lo que se ha dicho desde el principio de esta evolución y desde las regiones oficiales en que se desenvolvió, se notará que es una misma palabra que viene pasando entre sus partidarios; esto es, una misma serie de ideas y de argumentos, que con diversas variantes aparecen en los diversos acuerdos deliberantes en que se ha tratado esta cuestión. Así, pues, casi todo mi trabajo va a consistir en desnudar, por decirlo así, y si se me permite esta figura un poco violenta, en despojar de sus nuevos atavíos a esos que pretenden presentarse como nuevos huéspedes en este debate. Quedarán en transparencia, serán conocidos los antiguos habitantes de la casa, que andan recorriendo el camino desde el Senado nacional hasta la cámara de Diputados de la Provincia. | 95 |

| LEANDRO N. ALEM |

Hay en los prolegómenos de mi discurso anterior dos consideraciones que, si bien en el primer momento parecen de segundo orden, no dejan de tener fuerza para la resolución de esta cuestión. Y así lo han comprendido los señores sostenedores del dictamen de la comisión, puesto que en ellas se han detenido no muy breves momentos. Tenían que hacerlo así, porque antes que todo, como lo he dicho y lo repito, para conocer el alcance, las consecuencias y los efectos de una ley, es necesario estudiar sus propósitos y sus móviles determinantes. Yo dije desde el primer momento: esta ley que se dicta en circunstancias anormales, no puede invocar la opinión pública en su favor. Lo decía, señor Presidente, porque ningún poder público, en un régimen democrático como el nuestro, puede prescindir de esa opinión que, aunque no tenga un resorte o un organismo legal como imponerse en él, siempre debe inspirar respeto, de cualquier manera que ella se pronuncie y se haga sentir. ¿Con qué se contesta a esta importante observación? Vuelven a la escena esos ya célebres pliegos de firmas, y la adhesión de algunos “diarios”. Pues yo cuento también con los otros diarios que combaten la evolución, y son de diversos colores políticos; y en cuanto a las firmas, curioso sería, señor Presidente, averiguar su autenticidad, y más curioso todavía si entregásemos esos pliegos a un calígrafo para que de-terminase cuantos caracteres de letras encontraba en ellos. La Provincia tiene ochocientos mil habitantes, y por lo menos ochenta mil ciudadanos hábiles para votar. ¿Cuántas firmas hay en esos pliegos, remitidos en su mayor parte por agentes del poder ejecutivo? En fin, señor Presidente, esto no merece la pena de dedicarle más tiempo, y voy a confundir a los sostenedores del proyecto con una proposición que desde luego les presento: denme quince días, no más, de plazo y la mitad de los elementos oficiales de que disponen, y yo me comprometo a traerles un número cinco veces mayor de firmas, protestando contra esa evolución. Y yo no quiero esos elementos para usarlos; los pido para garantirme simplemente. No era posible que la opinión se pronunciase en contra, cuando esta Legislatura se elegía. La intervención tenía hecha su estructura oficial en la Provincia; y ahora mismo, señor Presidente, estando los poderes nacionales y provinciales empeñados en esta solución a todo trance ¿de qué manera podrá manifestarse la voluntad popular con eficacia? ¿Haría una revolución después de los últimos sucesos? Esto sería empeorar la situación y arrojar, desde luego, una sombra sobre una buena causa. No le queda más remedio que una resignación evangélica. Examinando los motivos impulsivos de esta ley, dije también que ella venía a título de pena, porque el pueblo de Buenos Aires era juzgado como rebelde y hostil a la Nación. El señor Diputado Hernández me contestaba que venía a título de premio, y de estas consideraciones, señor Presidente, tienen que desprenderse conclusiones que mucho interesan a la ciudad federalizada, de ellas dependerá la condición en que quede su vida comunal y política. | 96 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Lamento profundamente, señor, que a la violencia se agregue la burla y aun el sarcasmo. Un Congreso que huye de esta ciudad por las manifestaciones inconvenientes de un círculo exaltado, y un ejecutivo nacional que emprende el mismo camino y busca asilo en el campamento de la “Chacarita”, ambos heridos y profundamente impresionados; los dos juzgando perniciosa la influencia que le atribuyen a esta Provincia, vienen, sin embargo, después de todos aquellos sucesos y sobre el campo de la victoria, a conceder un premio a la ciudad rebelde y ofensora, y a levantar más todavía esa influencia que tanto les alarmaba. Guarden silencio más bien, señor Presidente, si no quieren ser francos como lo ha sido el señor Diputado Ugalde, declarando que en su opinión es efectivamente perjudicial la influencia que ha desenvuelto esta Provincia, y es, por consiguiente, necesario abatirla con esta evolución. Alguna vez se debe resolver este problema, nos decía el señor Diputado Hernández, eligiendo como se ha visto este momento que ha de ser histórico y se ha de gravar con caracteres indelebles en el libro de los sucesos argentinos, a juicio de aquel señor. “Unas veces no se ha hecho porque estábamos en la paz, y otras veces no se hace (refiriéndose a los opositores) porque estamos en la guerra, o porque se produce una situación anormal.” Sí, señor Presidente; alguna vez es necesario hacerlo; pero yo les pregunto a todos los que quieran meditar un momento sobre las consecuencias que pueden desprenderse de una resolución como ésta ¿cuándo se debe dar, si en la paz o en la guerra? Cúlpese a los que no la dieron en la paz, pero no se venga a fustigar a los que no quieren resolverla en una situación violenta y anormal, temiendo, y con razón, las reacciones que fatalmente producirá en el porvenir no muy lejano. ¿Por qué este apresuramiento, señor Presidente? Para asegurarse, dice, la autoridad nacional que hace poco tiempo, no más, tuvo que retirarse al campamento de la Chacarita. No tenemos necesidad de proceder con esta precipitación, precisamente en estos momentos. Dejemos el tiempo necesario para que la calma y la reflexión vengan a todos los espíritus. ¿No tenemos en la Provincia un gobierno harmónico y homogéneo con el gobierno nacional, de tal manera que el jefe del ejecutivo es uno de los Ministros, puede decirse, del Presidente de la República? ¿No viene enseguida, señor Presidente, otro gobierno igualmente armónico, puesto que no hay duda alguna que triunfará la candidatura de ese caballero, que ha sido y es en esta Provincia el agente principal de los negocios políticos del General Roca? Yo le voy a decir al señor Diputado Hernández por qué no se ha hecho en la paz esta solución, y poiqué se quiere hacer en la guerra. Y digo en la guerra, porque todavía tienen que sentirse los efectos de la situación de fuerza que hace pocos días ha desaparecido, y porque en esa situación se ha desenvuelto, elaborado y casi terminado esta evolución. Me expreso en estos términos, porque todos han oído a los señores sostenedores del proyecto y a los miembros de la comisión de negocios constitucionales, hablar ya de mayoría y minoría en esta cámara. | 97 |

| LEANDRO N. ALEM |

Luego esto está concluido, pues si de antemano se sabe que hay mayoría y minoría en la cámara, la evolución no ha venido a esperar una solución dudosa aquí; ella quedó terminada con la elección de la Legislatura. No se hizo en la paz y no se quiere hacer en la paz, porque en una situación normal y tranquila, la opinión se pronunciaría decididamente en contra, y esto lo saben bien aquellos que quieren aprovechar las circunstancias. Algunas veces, decía también el señor Diputado Hernández, algunas veces se han dictado leyes designando otra localidad para la capital de la República, los Presidentes las han vetado. Esto, creo que ha sucedido una o dos veces, en estos últimos tiempos, y de aquí arrancaba mi colega otro argumento en favor de sus ideas. En primer lugar, la opinión de uno o dos hombres no puede hacer fuerza en el ánimo de los que proceden buscando solamente la razón, la justicia y las conveniencias generales, y el argumento es tanto más frágil en ese caso, puesto que con él se revela que la opinión del Congreso era contraria. ¿Y por qué se vetaron esas leyes? Siempre invocando la necesidad de una meditación más seria sobre el asunto; pero el verdadero motivo íntimo, señor Presidente, -y a nadie se le oculta esto-, era la violencia que se hacían esos señores en salir de ese centro de placeres y comodidades, en donde se lleva una vida tan agradable, cuando hay recursos suficientes, cuando uno es Presidente o Ministro y está radicado aquí por distintos vínculos. Y así hemos visto que esos mismos Presidentes, al terminar su período, proponían la cuestión para que ella se resolviese como el Congreso lo creyese conveniente; “el que venga atrás, que se moje”, decían ellos, y pido disculpa a la cámara por esta frase vulgar. (Risas). El Presidente no quería salir de sus comodidades; el Congreso comprendía perfectamente que la opinión rechazaba la capital en Buenos Aires, y deseando resolver el problema, la designaba en otra localidad que la consideraba conveniente; pero pasaron los tiempos, cruzáronse estas circunstancias extraordinarias, algunos de los corifeos del Partido autonomista hicieron sus arreglos, la opinión estaba inhibida de manifestarse, y entonces un propósito mal concebido impulsó a los dueños de la situación. La ciudad de Buenos Aires se federalizará; pero para anular la influencia legítima que ejerce en el movimiento político nacional. Un dilema fatal -cuyos dos términos deben ser rechazados- se presentará después de esta evolución. Una oligarquía Provinciana vendrá a dirigirlo todo y a fin de que no se levante una oligarquía porteña. Hace poco tiempo hablaba con algunos amigos congresales, hijos de otras Provincias, y les decía: ésta es una tendencia marcada al unitarismo; ¿quieren ustedes ese sistema? Nadie ganaría más en él que Buenos Aires, que sería el centro directivo de toda la República. Así mismo, con esta evolución incomprensible, el día que venga un Presidente porteño un poco voluntarioso, con su círculo respectivo, ya verán las Provincias lo que les sucederá, y ellas serán las primeras en lamentar este error. Ya sabremos también tomar las precauciones necesarias contra ese peligro, -me contestaron-. Y yo no acuso mala intención en estos amigos; ellos ven | 98 |

| DE PUÑO Y LETRA |

realmente un peligro en ese acontecimiento y procederán en consecuencia. El elemento porteño será doblegado, su influencia no se hará sentir; pero como él se cree con títulos y condiciones para estar en otra posición, la lucha, sorda al principio, se producirá fatalmente, y en el seno de la misma capital tendremos el espíritu de localismo agitándose. Y si alguna vez, por evoluciones inesperadas que suelen aparecer en la política, o por algún suceso anormal, el elemento porteño, así herido, llegase a tomar el poder, las primeras en poner el grito en el cielo contra esta capital absorbente serían entonces las otras Provincias, y ¿quién sabe hasta dónde nos conducirían los acontecimientos que con ese motivo se produjeran? Por eso he dicho, señor Presidente, que los dos términos del dilema son condenables. Yo no quiero, oligarquías de ninguna especie. Que se desenvuelvan todas las aspiraciones legítimas y la República marche sin obstáculo hacia el porvenir que divisa. El señor Diputado Hernández, prescindiendo completamente de las consideraciones que en el orden político y constitucional aduje en mi anterior exposición -porque, según él, sólo debemos ocuparnos de las cuestiones económicas, de lo que produce dinero, fueron sus palabras, si mal no recuerdo,- prescindiendo, decía, de todas aquellas razones, se detuvo, sin embargo, largos momentos sobre la parte histórica. Yo debo decirle previamente, que no es posible prescindir ni de la Constitución ni de la política, que no habrá buen orden económico, ni buenas finanzas, si no hay buena política. “Hacedme buena política, decía el barón Louis a Casimiro Perier, después de 1830, y os haré buenas finanzas”, y tenía mucha razón aquel hombre público. La buena política se traduce en la paz, en el orden verdadero armonizado con la libertad, en el ejercicio franco de todos los derechos y de todas las aspiraciones legítimas, en el juego regular de todas las instituciones, practicadas con lealtad por los mandatarios del pueblo. Y es en esta situación cómoda y fácil en que las sociedades pueden prosperar, vigorizando su actividad y desenvolviendo todas sus fuerzas morales y materiales. Y es la buena política, finalmente, la que rechaza evoluciones violentas como ésta, y aconseja a los círculos y Partidos políticos, prescindan de sus intereses transitorios ante las cuestiones en que se comprometen los intereses generales y permanentes del país. Pero el señor Diputado Hernández, al prescindir de la política y de la Constitución, nos trajo una cuestión de derecho, que no la he comprendido bien, dígolo con franqueza. Nos habló largo tiempo de los “derechos imprescriptibles” que tenía Buenos Aires a ser la capital de la República, por una cédula de un monarca español, cuyo nombre no recuerdo ahora. Yo no §é si Buenos Aires tiene algún litigio al respecto, sostiene alguna gestión sobre mejor derecho para la capital; quería por esto perder su gobierno propio y entregarse al poder central en una República federalmente constituida; y a fin de establecer esos derechos desenvuelve su legajo de pergaminos empolvados para exhibir aquella cédula de los reyes.

| 99 |

| LEANDRO N. ALEM |

Si tal pleito existe, desde luego le prevengo al abogado que la prueba le será inmediatamente tachada, porque se ha dictado un código político, republicano y federal, que no admite para resolver estas cuestiones los documentos emanados de las monarquías. Hablemos, pues, seriamente, y tratemos seriamente estos asuntos. Aquí no hay tales cuestiones de derechos prescriptibles o imprescriptibles. Aquí se trata de un problema político, para resolverlo como convenga a los intereses generales, de acuerdo con el sistema de gobierno que liemos adoptado. Ningún estado tiene derecho a buscar y obtener soluciones que a él solo convengan, prescindiendo de los intereses generales, y mucho menos invocando tradiciones de la monarquía que combatimos, para librarnos de su dominación absoluta y hacer una nueva vida. Parece que el señor Diputado Hernández no es muy decidido por estas cuestiones de principios, y por consiguiente no se ha preocupado mucho de ellas, pues he notado que en vez de entrar a los hombres en los principios, si puedo hablar así, amolda los principios a los hombres. Yo hice la historia de la lucha de dos tendencias, sosteniendo y demostrando que la tendencia centralista-unitaria, buscando siempre y naturalmente una solución como esta que los reaccionarios nos presentan ahora, había combatido y sido derrotada por la tendencia descentralizadora-federal. El señor Diputado Hernández tomó otros rumbos, y causándome alguna sorpresa en el primer momento, nos dijo sostendría todo lo contrario, y nos demostraría cómo era el Partido Federal y no el unitario el que había querido siempre esta solución. Nos miramos sorprendidos con el colega que está a mi izquierda, y abriendo tamaños ojos nos preguntamos: ¿en dónde habrá descubierto estas “historias nuevas” el señor Diputado? ¡Y nosotros que habremos perdido lastimosamente nuestro tiempo estudiando los libros de esos farsantes titulados publicistas e historiadores argentinos! Con verdadera emoción y volviendo los oídos, escuchamos al señor Diputado... Al fin respiramos con libertad, señor Presidente, y volvimos el crédito a nuestros publicistas. El señor Diputado Hernández había tomado a los hombres “por su cuenta”, y según el título que se aplicaban, era la naturaleza del sistema o la tendencia de la solución. Sin embargo, comenzó por reconocer que el primer movimiento federal acentuado fue en 1815, promovido por el cabildo de Buenos Aires, que declaró no quería ser en adelante la residencia de la autoridad nacional, movimiento aplaudido por todas las Provincias. Reconoció enseguida que fue el ultraunitario Rivadavia, con su círculo influyente todavía, quien estableció en 1826 la capital en Buenos Aires; sin que se pueda ni deba olvidar la enérgica protesta que con su elocuente palabra hicieron en el Congreso patriotas como Moreno, Funes, Castro, Gorriti, López y varios otros. Pero llegando a 1853, ya pierde el rumbo mi honorable colega. | 100 |

| DE PUÑO Y LETRA |

El General Urquiza era federal -nos dice-, así se titulaba, al menos. Y bien, el General Urquiza, bajo cuyos auspicios se sancionó la Constitución federal, hizo declarar a Buenos Aires capital de la República; y de aquí concluye también que la solución debe ser buena para el sistema. Y no exagero, señor Presidente, pues estas fueron sus palabras: “he demostrado -nos decía al terminar sobre ese punto- que ha sido el Partido Federal que en 1853 resolvió la capital en Buenos Aires, combatiéndola los unitarios como Alsina y otros, y por consiguiente queda también establecido que conviene al sistema federal”. ¿Pero qué tiene que ver ni hacer los sistemas -si puedo hablar así- con las calificaciones o los títulos que los hombres se adjudiquen ellos mismos? ¿Acaso ignora el señor Diputado cuáles eran los propósitos y las tendencias del vencedor en Caseros, preponderante entonces sobre el círculo que lo rodeaba? ¿Acaso ignora el señor Diputado cómo gobernaba a Entre Ríos, sin otra norma ni otra ley que su caprichosa voluntad? El señor Diputado, menos que otros, puede ignorar estas cosas, puesto que ha sido uno de los elementos activos en el movimiento revolucionario de aquella Provincia, para derrocar al déspota. Rosas también se llamaba republicano y caudillo de la federación, y no ha podido haber mayor absolutista, pues tenía centralizados todos los poderes en su mano. Napoleón I se decía el gran demócrata y amigo de los pueblos, y suprimía la libertad en Francia, y llevaba la conquista a todas partes. Según el modo de discurrir del honorable colega, resultaría que la democracia era opresora y conquistadora. Así, pues, lo que ha quedado realmente establecido es que la solución que hoy se nos propone ha sido especialmente buscada por monarquistas, los ultraunitarios, los déspotas y los que querían desde aquí “dominar” a la República, levantando una oligarquía siempre subversiva de las instituciones democráticas, como lo pretendió el General Mitre en 1862, y que la tendencia descentralizados y el sentimiento autónomo de los pueblos, ha salvado hasta ahora a la República federal. Alsina, unitario por tradición, como eran mármol y otros, habiendo aceptado el sistema federal por el que se pronunciara siempre la voluntad de los pueblos, combatieron el propósito del General Mitre, porque comprendían, sin esfuerzo, que las instituciones democráticas corrían serio peligro quitando el gobierno propio al centro principal de la República, que en mejores condiciones se hallaba para practicarlas bien, desenvolverlas y defenderlas, sirviendo de contrapeso a la autoridad central de la Nación. Ese peligro no existe ahora, observa el señor Diputado, porque sólo se trata de ceder esta ciudad, que representa unas pocas leguas de territorio, y la Provincia queda con cantidad mucho mayor. El señor Diputado sigue con poca felicidad en estas apreciaciones. No debemos fijarnos “en la cantidad sino en la calidad de la tierra. Aquí está la cultivada y es aquí donde se halla la mejor cosecha”. | 101 |

| LEANDRO N. ALEM |

La ciudad de Buenos Aires, por su poder moral, por la influencia legítima que le dan los elementos eficaces que guarda en su seno, es la parte principal y culminante de la Provincia, y la única tal vez que puede hacer el control necesario con las manifestaciones de su opinión ilustrada y respetable. Cuando esta evolución apareció en las regiones nacionales, algunos de los que fuimos opositores desde el primer momento, llegamos a decir a sus promotores que tomasen dos, cuatro, seis departamentos de campaña, si querían, pero que dejasen autónoma a la ciudad. Les ofrecíamos, como se ve, una porción mucho más grande de territorios, y con centros poblados que podían perfectamente servir de base a una buena capital. Todo fue inútil, señor Presidente, querían la gran ciudad a todo trance, y nos decían francamente que con nuestra proposición no llenaban el propósito, pues la verdadera influencia, el verdadero poder de la Provincia de Buenos Aires estaba en su populosa y brillante capital, y como el objetivo en vista era abatir esa influencia peligrosa, necesario era dirigir el golpe al corazón. ¡Esta influencia peligrosa que siempre aparece como un fantasma! Yo les preguntaría a las otras Provincias: ¿qué es preferible para todos, si conservar esta influencia y este poder, que nunca podrá dominarlas, puesto que ahí está la autoridad nacional con su gran fuerza para contenerle en cualquier momento de exaltación y de extravío, pero que siempre será un control eficaz sobre los desvíos de ese poder superior; o entregar todos estos elementos a la acción inmediata de aquel, que haciéndose entonces más fuerte que todos los estados federados, puede avasallarlos completamente, según sean las pasiones y los propósitos que impulsen a los gobernantes? Con espíritu desprevenido, la contestación no sería dudosa. En todo hay sus pequeños inconvenientes, pero el temor de algunos desvíos que pueden ser al momento corregidos, no es motivo para traer una situación que lo deje todo a merced del superior. También la prensa tiene sus licencias y sus desbordes; ¿y sería ésta una razón para suprimir su libertad y separar de la escena pública a ese “guardián” de los derechos del pueblo, a ese censor constante de los malos mandatarios? Cuando el señor Diputado Hernández nos anunció que iba a tratar la cuestión bajo su faz económica y a desarrollar extensas consideraciones sobre ese tópico, francamente, yo esperaba algo más sólido de lo que ha resultado. Con la paz, todo progresa, nos decía; Buenos Aires y la República han de prosperar, vendrán la inmigración y los capitales, el comercio y la industria tomarán rápido vuelo, etc., etc., y aquí quedó reducida su disertación económica, en el fondo. Quien niega que la paz sea benéfica a los pueblos y que con ella se desarrollen todas sus fuerzas morales y materiales. ¡Vaya una novedad! Pero es que yo les he demostrado que la paz se puede asegurar de una manera más sólida, sin traer nuevas causas de perturbaciones y de reacciones futuras, como se traen por esta | 102 |

| DE PUÑO Y LETRA |

evolución impremeditada y violenta. Les he puesto de manifiesto las condiciones en que se encuentra el poder nacional y los eficaces elementos de que dispone; les he analizado la marcha descendente del espíritu revolucionario, de tal modo que ya se puede decir: “la paz está asegurada, el período de las revoluciones terminó”; y, por fin, les he señalado los medios que tenemos a la mano para conjurar el peligro que todavía encuentran en el poder de esta Provincia, que es el punto negro, según ellos, en el cuadro de la nacionalidad argentina. Pongamos en práctica, como es nuestro deber, las instituciones descentralizadoras de la Constitución Provincial y no habrá gobernante, por mal inclinado y voluntarioso que sea, que se atreva a lanzarse otra vez en aventuras guerreras. No dispondría de los elementos eficaces, porque las comunas independientes no se los entregarían. Es sensible, señor Presidente, que mi honorable colega haya pisado en el mismo terreno en que se deslizó el señor Ministro de gobierno, y para traer argumentos a un debate en que nos les acompaña la razón, hayan adulterado los hechos, mal apreciado los sucesos y descripto unas escenas sombrías y terribles, en mengua de la propia Patria. Felizmente, el extranjero que vive aquí cómodamente, perfectamente garantido, gozando de amplias libertades y desarrollando fácilmente sus industrias, escribirá a sus corresponsales y consignatarios que no tomen en cuenta estas manifestaciones, porque son fantasmagorías de imaginaciones “vaporosas”, o golpes de oratoria para hacer impresión en un debate parlamentario. No justifican, por cierto, a los sostenedores del proyecto que de ese modo se expresan y claman por un “gobierno fuerte”, no los justifican, decía, los bruscos movimientos que en la democracia suelen producirse algunas veces. En la vida libre y mientras se educan bien los pueblos, son inevitables aquellos sucesos, que paulatinamente van desapareciendo y a medida que la educación se perfecciona. Ese es el argumento que siempre nos presentan los enemigos de aquel régimen liberal; pero si nos lanzásemos en ese orden de ideas, llegaríamos a preferir el “gobierno fuerte” de la Rusia al descentralizador de los Estados Unidos. Los franceses de Luis XIV -dice un historiador argentino- señalaban los “escándalos” y las “matanzas” de Inglaterra como una prueba de la superioridad olímpica de su gobierno absoluto. Los escándalos de la Inglaterra eran esas nobles luchas que el pueblo sostenía en defensa de sus libertades, contra los déspotas que querían avasallarlas. No habiendo tomado apuntes, señor Presidente, como lo habrá notado la cámara, acaso sea un poco desaliñado en esta réplica; y así, recién recuerdo, en este momento, aquellos entusiasmos de los señores Diputados sostenedores del proyecto, por lo que ganaría Buenos Aires siendo el brillante asiento de las autoridades supremas de la Nación. A veces creo que los señores Diputados no comprenden el régimen de gobierno en que viven. La afirmación que ellos hacen sería exacta en pleno sistema unitario; y entonces no solamente convendría a Buenos Aires, sino que habría necesidad de esa solución. Pero en el régimen federal que hemos adoptado y que reconoce personalidad política y gobierno propio a las colectividades que forman la nacionalidad argentina, viene a producirse una desigualdad | 103 |

| LEANDRO N. ALEM |

irritante, puesto que Buenos Aires pierde esa personalidad, y será dirigido en sus negocios internos por autoridades que no elige, mientras las otras Provincias conservan su situación autónoma. Así, pues, en esta reacción unitaria es Buenos Aires quien sufre sus efectos inmediatos, sin tener en cuenta, por ahora, los graves peligros que entraña para todos los estados de la confederación, por las condiciones en que coloca al “poder central”, de tal manera prepotente, que no habrá valla para contenerle en sus abusos cuando se lance en un sendero extraviado. Si, pues, los señores Diputados hubiesen meditado un poco más sobre todas estas cuestiones que se comprometen en la evolución que tanto les encanta, no se verían en el caso de recibir estas observaciones, ante las cuales tienen que guardar el más profundo silencio, como lo han guardado hasta ahora, porque no admiten réplica absolutamente. Otro de los benéficos efectos que el señor Diputado Hernández atribuía a la sanción de esta ley, era una buena administración y una buena legislación para la ciudad federalizada y la Provincia mutilada que nos queda. De aquí se desprenden diversas consideraciones. En primer lugar, la incapacidad de esta población para elegir buenos mandatarios, y probablemente, también, la falta de personas competentes e idóneas para esos puestos. Los negocios de la ciudad -dice el colega- absorben la atención de los poderes públicos de la Provincia. Quitándosela, será mejor administrada la campaña. Es el caso de que a una persona rica se le despojase de una parte de sus bienes, so pretexto de que no podía administrarlos convenientemente, y para que mejor cuidase de los restantes. Pero los señores Diputados no recuerdan que, según su modo de pensar y apreciar las cosas, en muy breve período de años la Provincia mutilada tendrá otra capital superior a la que se le arrebata por esta evolución, y otra vez aparecerán las mismas dificultades. ¿Qué liaremos con esa nueva capital, con esa gran ciudad que se levantará imponente, peligrosa y amenazante en todo sentido, como es la que ahora se entrega al poder nacional? Dejémonos de aspavientos y fruslerías -que cada uno viva de sus propios elementos y de sus propias fuerzas-; y si queremos realmente una buena administración y nos interesamos con sinceridad, por la campaña, pongamos en práctica, como es nuestro deber y ya lo he demostrado, las “instituciones de nuestra carta orgánica”, dando su gobierno propio a todas las “comunas”, para que ellas libremente y bajo su responsabilidad administren sus negocios domésticos y sus principales intereses. “En todas partes la ciudad o el centro principal -agregaba el señor Diputado- es también el centro directivo y el asiento de la autoridad suprema en el país, y solamente nosotros resistimos esta solución, para organizamos definitivamente.” Por supuesto que al momento nos llevaba el honorable colega al continente monárquico, para que tomásemos el ejemplo. Allí debiéramos inspirarnos, según él, en regímenes y sistemas completamente antagónicos al nuestro. Las monarquías deben darnos las soluciones convenientes para nuestro régimen republicano federal. Es verdad que el señor Diputado se ocupa muy poco de los principios y quiere ser también hombre práctico. | 104 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Desea un gobierno fuerte, ¿y en dónde mejor que allí buscaría los ejemplos y las soluciones a sus deseos y a sus propósitos? Si todos los señores Diputados que nos han hablado en el mismo sentido, hubieran tenido tiempo para dedicarse a ciertas lecturas, sabrían también que en toda Constitución monárquica, por liberal que sea, como la de Inglaterra, por ejemplo, hay la parte eficiente y la parte que se llama imponente, de impresión y de aparato, como lo explica el señor Bagehot. Son esas formas majestuosas, brillantes y aún teatrales, como dice el escritor, que fascinan a las muchedumbres y en las que éstas ven toda la Constitución. El monarca -jefe supremo en el orden político, civil y hasta religioso como en Inglaterra, impecable, inviolable y superior a todos los súbditos, porque es la teoría esencial en la monarquía- debe estar rodeado de todas esas formas brillantes y majestuosas, para no descender ante la consideración de aquéllos. ¿Y en dónde podría estar el trono con su corte y todo su aparato, sino en el punto principal y culminante de la Nación? La modesta capital de la República en América, no es compatible con la condición monárquica. A propósito, señor Presidente, tanto nos asedian, por decirlo así, con aquellos ejemplos, que a veces pudiéramos sospechar la tendencia de levantar poco a poco alguna brillante monarquía, para buscar en seguida alguna parodia de un Bismark o de un Gortchakoff que nos tuviese suspensos de sus grandes planes sobre algún equilibrio continental, sin que debiéramos preocuparnos mucho de estas pequeñeces de la vida interna. El jefe sabría dirigirnos y reglar todos nuestros actos. Viviríamos como él lo considerase conveniente, siempre prontos a ejecutar sus misteriosas concepciones. Dejemos a las monarquías que sigan su rumbo, señor Presidente, y observando nuestra vida en todos sus detalles y apreciando imparcialmente los sucesos, busquemos el remedio entre nosotros mismos. Menos política, más administración, decía el señor Diputado, y en esto estoy de acuerdo con él. Yo diría de otro modo si se me permite la frase: menos politiquería y más rectitud. ¿Acaso están libres de toda culpa, en los últimos sucesos que han dado pretexto a esta evolución, algunos de sus principales promotores? ¿No les dejaron ellos mismos tomar un vuelo inconveniente, y acaso con un plan político, o mejor dicho, con un plan electoral? Acaso no esperaban que la agitación y la alarma crecieran, para desenvolverle entonces sin gran dificultad. Después, señor Presidente, cuando volvió al ministerio el notable señor Sarmiento y resolvió que la Constitución se cumpliera, pidiendo el apoyo del Congreso para disolver esos batallones de línea que mantenían las Provincias, comenzando por casa, como él decía, ¿no fueron esos mismos señores que hicieron fracasar el pensamiento del Ministro, aduciendo como motivo la exageración de las medidas propuestas? ¿Por qué no desechaban lo inconveniente y sancionaban lo que era justo y razonable; esto es, la disolución de los “cuerpos irregulares”? Con razón, pues, les decía hace pocos meses uno de los órganos más respetables de la prensa, y del mismo color político de los que dirigían la situación de la República, el ilustrado “nacional”, dirigido y redactado por hombres ventajosamente conocidos: “os alarmáis ahora | 105 |

| LEANDRO N. ALEM |

de vuestra propia obra. ¿Cómo queréis desarmar aquí, si los dejáis armados allá; cómo queréis ser respetados, si mináis vuestra propia autoridad, entrando en combinaciones electorales y en maniobras de mala política? Tened rectitud, tened probidad y las cosas marcharán de otro modo.” Es la hora muy avanzada, son las dos de la mañana y quiero terminar, señor Presidente, haciéndome cargo en breves instantes del último argumento del señor Diputado, que replicó a mi anterior discurso. Veamos, pues, lo que sucederá con eso que él llamaba la sociabilidad argentina. Aquí vendrán, decía, todos los hombres distinguidos de todas las Provincias, y formarán estrechos vínculos entre sí. No lo dudo; aquí vendrán todos los que valgan y todos los que aspiren, privando a sus respectivas localidades de su eficaz cooperación, y aquí vendrán muchos de ellos a vivir del favor oficial y a corromperse, porque la vida en las grandes capitales es muy costosa, y no todos los espíritus tienen un alto temple. Aquí estará todo el brillo, toda la riqueza, todo el talento, toda la luz, y después miremos un momento en torno de la República. ¿Qué quedará, señor Presidente? Ya lo indiqué en mi anterior exposición, la pobreza, la ignorancia, la obscuridad por todas partes, y aquellas distinciones odiosas e irritantes. ¡Yaya un modo original de desenvolver la sociabilidad argentina! Yo temo mucho, señor Presidente, a esas funestas cuestiones sociales, que son un verdadero peligro y una amenaza constante en los países de régimen centralista y aristocrático, y que los impulsan muchas veces en verdaderas aventuras guerreras. Acaso ha sido una de las causas que ha precipitado a chile en su actual e inicua “campaña”, que si le ha salido bien hasta ahora, porque encontró un enemigo desprevenido, pudo también sucederle lo que a napoleón iii, en su postrer aventura. Cumplo mi promesa, y termino, señor Presidente. Es inútil que fatigue por más tiempo la atención de los que me oyen. Se conoce de antemano el resultado que dará la votación. Los señores Diputados sostenedores del proyecto han sido francos en esto, nos han señalado desde luego, como una minoría insignificante, a los que le combatimos. Pues yo les voy a decir al terminar y con la misma franqueza, que no he pretendido convencer a ninguno de ellos. Yo he hablado para todos, menos para la Cámara. Sr. Castro.- Así parece. Sr. Alem.- ¡Siempre ha de ser el señor Diputado el que me interrumpe! ¡Como si entendiera algo de estas cosas! Sr. Castro.- Lo mismo que el señor Diputado. Sr. Alem.- Yo he hablado para todos, he dicho, menos para la cámara, y no he hablado siquiera para estos momentos, sino para el futuro. | 106 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Sr. Castro.- Los hechos van a probar lo contrario. Sr. Alem.- Como el señor Diputado ha de ser del circulito oficial... Uno de los motivos por qué pedí la palabra fue para conocer, por los datos que debería darme la comisión, las condiciones en que se entregaría la ciudad. Todos han visto lo que ha sucedido. No sabemos a qué atenernos después de tantas consultas y “cuartos intermedios”. En fin, sucederá lo que dios quiera; pero el hecho es que la ciudad se entrega inmediatamente y la evolución se consuma. Este momento será histórico, repiten los señores Diputados. Efectivamente, será histórico. Lo que queda por saber es, qué página le dedicará la historia, y cómo serán juzgados los legisladores que hacen evoluciones de Partido en las grandes cuestiones, en que sólo debieran consultarse las altas conveniencias de la Patria. He dicho. (Grandes aplausos generales).

| 107 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 108 |

| DE PUÑO Y LETRA |

RENUNCIA DE LEANDRO N. ALEM COMO DIPUTADO NACIONAL, LUEGO DE LA FEDERALIZACIÓN DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES EN 1880, DEL 11 DE DICIEMBRE DE 1880.

Buenos Aires, diciembre 11 de 1880. Al señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados. Ayer he recibido la nota del señor Presidente comunicándome que esa Honorable Cámara resolvió no aceptar mi renuncia en la sesión del lunes próximo. Cualesquiera sean los motivos que hayan determinado ese acto de la H. Asamblea, ruego al señor Presidente se sirva comunicarle que mi resolución es inquebrantable, por las razones especiales y poderosas que me la imponen. Por otra parte, creo firmemente que mi mandato ha terminado desde el ocho del corriente mes, en que la ciudad de Buenos Aires, que formaba la primera sección electoral, ha dejado de pertenecer a la Provincia, pasando a ser territorio nacional, en cumplimiento de la ley que así lo estableció. Con estas ideas debo, pues, prevenirle al señor Presidente que no puedo continuar, ni continuaré, formando parte de esa Honorable Cámara. Dios guarde al señor Presidente. Leandro N. Alem.

| 109 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 110 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL MITIN ORGANIZADO POR LA JUVENTUD, EN EL JARDÍN FLORIDA, EL 1º DE SEPTIEMBRE DE 1889.

Conciudadanos: Quiero, ante todo, saludaros con el mayor entusiasmo, y luego, de inmediato, pedir a esta altiva y generosa juventud que me perdone por el juicio que de ella me había formado, pues confieso que no hace muchos meses, y en una carta que dirigía a un antiguo y valeroso compañero de las luchas cívicas y actualmente en Europa, le expresaba la profunda decepción que me inspiraba la actitud de la juventud tratándose dé la cosa pública. Ya no hay jóvenes en la República, le decía; los ideales generosos, las iniciativas patrióticas no cuentan con su apoyo ni con su entusiasmo; los que se titulan jóvenes no lo son sino en la edad, porque cuando se les habla de la Patria, de los sacrificios patrióticos o del cumplimiento de los deberes cívicos, reciben esas palabras con un solemne desprecio, considerando que tales asuntos sólo pueden preocupar la mente de los ilusos, de los líricos, cuando no dicen de los tontos; y agregan que en nuestros días la política ha cambiado de giro y que hay que ser más prácticos, adoptando otra política basada en el positivismo, y titulándose, los que de tal manera piensan y proceden, hombres prácticos, grandes políticos, sabios y de talento... Fue, señores, en presencia de estos hechos que mi espíritu entrevió los grandes males que surgían del falseamiento de las instituciones, y que yo creía que la juventud miraba indiferente y por eso me expresaba en palabras tan amargas con respecto a la situación política del país. Pero ahora, y en presencia de este movimiento reaccionario iniciado por la juventud, he comprendido mi error, y al comprenderlo me complazco en exhortar a esta misma juventud valiente y decidida, a continuar con orgullo la senda que señalaron con su sangre y con su ejemplo todos nuestros gloriosos antepasados. ¡Ah! Señores. Nada satisface más íntimamente y retempla mejor el espíritu, que recordar con acentuada veneración los esfuerzos desinteresados y patrióticos de aquella juventud, que abandonando la cuna de sus más caras afecciones, cortando algunos el curso de sus carreras universitarias, y despreciando todos sus intereses personales, corría, llena de bríos y de santo

| 111 |

| LEANDRO N. ALEM |

patriotismo a formar en las filas del ejército, que se coronaba de gloria en las batallas libradas por la libertad y el honor nacional. Yo nunca olvidaré la noble y altiva conducta de la juventud argentina, cuando corrió presurosa hasta los campos sangrientos del Paraguay; y allí, entre los fulgores rojizos del combate exterminador, cada joven luchaba heroicamente y moría con sonrisa plácida, saludando con su última mirada las fajas gloriosas de nuestra bandera. Y bien, señores; al terminar, os confieso que mi corazón se llena de alegría en presencia de este movimiento varonil; noble y levantado de la juventud, que así demuestra que posee la más grande cualidad del hombre: el carácter. Conservadlo siempre puro, moral y justiciero; no desfallezcáis en esta grande obra que iniciáis llena de fe y de entusiasmo, y si alguna vez necesitáis la ayuda de un hombre joven de largas barbas blancas, pronunciad mi nombre, y correré presuroso a ocupar mi puesto con el ardor, la fe y la esperanza de los primeros años.

| 112 |

| DE PUÑO Y LETRA |

CARTA DIRIGIDA POR EL DR. LEANDRO ALEM A LOS CORRELIGIONARIOS DE BALVANERA, EXCUSÁNDOSE DE NO PODER CONCURRIR AL FESTIVAL QUE SE REALIZÓ EN EL TEATRO DORIA, LA NOCHE DEL 20 DE OCTUBRE DE 1889.

Distinguidos compatriotas: Siento verdadero pesar al comunicarles que, por inconvenientes imprevistos y de último momento, no me es posible asistir a esa reunión; y pido a ustedes y demás conciudadanos iniciadores, quieran tener la bou dad de aceptar mis excusas. Desde aquí, sin embargo, yo estoy con ustedes, adhiriéndome calurosamente a los nobles y elevados propósitos que los conducen, y aplaudiendo del mismo modo el bello movimiento de ese vecindario, que con toda abnegación y virilidad, supo siempre sostener sus convicciones en aquellas gran des ludias de la democracia, cuando todos íbamos impulsados por sentimientos y aspiraciones honrosas, buscando solamente la estima de nuestros conciudadanos con la noble emulación de hacer el bien para la Patria querida. Salud, pues, a todos los verdaderos y sinceros patriotas, y creedme que en los momentos arduos de la lucha, si ella se acentúa, he de ocupar sin vacilaciones, el puesto que mis correligionarios me señalen. Salud.

| 113 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 114 |

| DE PUÑO Y LETRA |

CARTA DIRIGIDA POR EL DR. LEANDRO ALEM A LOS CORRELIGIONARIOS DE SAN JUAN EVANGELISTA, EXCUSÁNDOSE DE NO PODER CONCURRIR A LA VELADA QUE CELEBRABA ESE CLUB LA NOCHE DEL 15 DE DICIEMBRE DE 1889, EN EL TEATRO IRIS.

Estimados compatriotas: Con gran sentimiento tengo que faltar a la reunión, por el mal estado de mi salud en estos momentos, y pido a ustedes tengan la amabilidad de disculparme. Desde aquí y complacidamente yo los acompaño, aplaudiendo con toda la efusión de mi alma la digna actitud de ese noble y viril vecindario y el patriótico entusiasmo con que vienen a ocupar su puesto en las filas de los altivos y los independientes. Es indudable ya que los rayos de un nuevo y bello día iluminarán muy pronto los grandes horizontes de la Patria, porque cuando los caracteres empiezan a templarse y se disponen de esta manera a la lucha por el derecho, sin vacilar ante las grandes fatigas y peligros que seguramente se presentarán en la cruzada, puédese, desde luego, anunciar que la idea salvadora, la benéfica reacción iniciada por el elemento joven, ha de conmover, en muy breve andar del tiempo, todos los corazones bien puestos que alienten en el seno de la República. Es necesario hablar con toda franqueza. La dolorosa situación por que atraviesa el país no es únicamente el resultado de los desvíos y malos actos de nuestros gobernantes; pues entra también por mucha parte en ella, el enervamiento del espíritu público con el olvido de nuestras sagradas tradiciones. Hay en el poder una tendencia natural a ensancharse y desarrollarse ilimitadamente, y cuando tarda mucho en aparecer esa resistencia enérgica, esa oposición resuelta, abnegada y purísima, destinada a contener los efectos de la política imperante, nociva, y a restablecer el equilibrio que se rompe, la postración completa e ignominiosa es casi inevitable. Pero felizmente, vuelvo a decirlo, asoma para la Patria, la aurora de un nuevo y bello día, y entonces, cuando la bandera de nuestras glorias resplandezca bajo los rayos de un sol más

| 115 |

| LEANDRO N. ALEM |

puro, los vecinos de esa parroquia podrán decir con verdadera y legítima satisfacción: para esta grande obra, nosotros también hemos derramado el rocío de nuestras almas. Saludo a todos con verdadero aprecio.

| 116 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO PRONUNCIANDO EN EL MITIN DE LA UNIÓN CÍVICA, REALIZADO EL 13 DE ABRIL DE 1890, EN EL FRONTÓN BUENOS AIRES.

Señores: Se me ha nombrado Presidente de la Unión Cívica, y podéis estar seguros que no he de omitir ni fatigas, ni esfuerzos, ni sacrificios, ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado. La misma emoción que me embarga ante el espectáculo consolador para el patriotismo de esta imponente asamblea, no me va a permitir, como deseaba y como debía hacerlo pronunciar un discurso. Así, pues, apenas voy a decir unas pocas palabras, pero palabras que son votos íntimos, profundos, salidos, señores, de un corazón entusiasta, y dictadas por una conciencia sana, libre y serena. Una vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires. Sí, señores; una felicitación al pueblo de las nobles tradiciones, que ha cumplido en hora tan infausta sus sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un derecho, no es solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es algo más todavía, señores, es el grito de ultratumba, es la voz airada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuenta del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron. La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta, populares, o llámeseles Partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano le dan la conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes.

| 117 |

| LEANDRO N. ALEM |

Los grandes pueblos, la Inglaterra, los Estados Unidos, la Francia, son grandes por estas luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que es la ley de la democracia. Son ésas luchas, esas nobles rivalidades de los Partidos, las que engendran las buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo. Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay libertad y donde impera una Constitución. ¿Y podemos comparar nuestra situación desgraciada, con la de los pueblos que acabo de citar; situación gravísima no sólo por los males internos, sino por aquellos que pudieran afectar el honor nacional cuya fibra se debilita? Yo preguntaría: ¿en una emergencia delicada qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus destinos y entregado a gobernantes tan pequeños? Cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política se identifica con la Patria, la ama profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque en ella cifra las más nobles aspiraciones. ¿Pero se entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta parte? Ya habéis visto los duros epítetos que los órganos del gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes ideales, befan a los líricos, a los retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión a entorpecer el progreso del país... ¡bárbaros! Como si en los rayos de la luz... Como si en los rayos de la luz, decía, pudieran venir envueltas la esterilidad y la muerte. ¿Y qué política es la que hacen ellos? El gobierno no hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país. ¿Y qué hacen estos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada, para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis la desastrosa situación a que nos han traído. Es inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de Ministros; y expresándose en una frase vulgar: “esto no tiene vuelta”. No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir, respeto a los derechos; buena política quiere decir, aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir, protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir, exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas. Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo... Pero con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos. Y con patriotismo no se puede tener troncos rusos a pares, palcos en todos los teatros y frontones, no se puede andar en continuos festines y banquetes, no se puede regalar diademas de brillantes a las damas, en cuyos senos fementidos gastan la vida y las fuerzas que debieran utilizar en bien de la Patria o de la propia familia.

| 118 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Señores: voy a concluir, porque me siento agitado. Esta asamblea es una verdadera resurrección del espíritu público. Tenemos que afrontar la lucha con fe, con decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas; nuestro culto, bastardeado; nuestro templo empezaba a desplomarse, y, señores, ya parecía que íbamos resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio. Hoy, ya todo cambia; este es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades, y vamos a ser dignos hijos de los que fundaron las Provincias Unidas del Río de la Plata.

| 119 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 120 |

| DE PUÑO Y LETRA |

MANIFIESTO DE LA JUNTA REVOLUCIONARIA DEL PARQUE, 26 DE JULIO DE 1890.

Al Pueblo: El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular, consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo de gobierno propio; y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la Patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino. La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual. El país entero está fuera de | 121 |

| LEANDRO N. ALEM |

quicio, desde la Capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay República, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa. El presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones. El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales. Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio. Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros. En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva. El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; no ha habido elección de gobernador que no haya sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, | 122 |

| DE PUÑO Y LETRA |

San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre. En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando considerablemente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado. Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para de que no se puede gobernar la República sin responsabilidad y sin honor. Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande. El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo | 123 |

| LEANDRO N. ALEM |

derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas. El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota. El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la Patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe. Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos. Por la Junta Revolucionaria Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López.

| 124 |

| DE PUÑO Y LETRA |

EXPOSICIÓN SOBRE LA REVOLUCIÓN DE 1890.

Organizados los clubes parroquiales en la capital, disuelta a tiros la reunión de San Juan Evangelista, y constituida la coalición política de la Unión Cívica en el “meeting” del 13 de abril, pensé que había muchos elementos de importancia ya preparados para imprimir una dirección enérgica a la política opositora. Tenía la convicción de que los gobernantes sofocarían por la violencia cualquier movimiento electoral pacífico de la oposición, pues ése era su sistema y lo que pasaba en todas las provincias, ya daba comienzo también en la capital, con los abusos incalificables de la política durante la inscripción, y con el atentado de San Juan Evangelista. No había, pues, que esperar que nos dejaran libertad para votar; y entonces no quedaba otro remedio de hacer prevalecer la opinión pública, de una violencia en sentido contrario, en defensa de la Constitución, de las leyes y de todo cuanto más caro hay en un pueblo, que los gobernantes vilipendiaban con cinismo. ¿Éramos ciudadanos de una República o siervos de una camarilla de explotadores? Tal era el problema que se planteaban los hombres de bien, y que nosotros debíamos solucionar pronto. Observé que el movimiento del 13 de abril había sido imponente; que el pueblo respondía a las exigencias supremas de la Patria. Vi que la juventud independiente tenía el carácter y la entereza necesarios para cumplir con su deber y con el programa de resistencia y de combate que ella misma había trazado con mano firme. Hablé con los presidentes de los clubes parroquiales para cerciorarme de la consistencia de esos clubes y saber el ánimo en que se encontraban; resultando que el espíritu de resistencia revolucionaria era general, porque el malestar también era común. Conferencié con algunos hombres de las provincias, como los señores Santiago Gallo, de Tucumán; Delfín Leguizamón, de Salta, Guillermo Leguizamón, de Catamarca; los doctores Mariano N. Candioti, Agustín Landó y Lisandro de la Torre, del Rosario; los señores Ataida y H. Román, de Córdoba, y otros encontrando en ellos y en los pueblos de sus provincias, según me informaron, la posibilidad de secundar un movimiento revolucionario que se iniciara en la Capital. Escribí con el mismo propósito al doctor Guillermo San Román, de la Rioja, y me contestó que esa provincia respondería al plan revolucionario.

| 125 |

| LEANDRO N. ALEM |

El malogrado y valiente Julio Campos y Álvaro Pintos, de La Plata, deseaban promover allí el movimiento simultáneamente. Yo era de esa opinión, pero tuve que desistir por consideraciones que presentaron los miembros de la Junta. Hombres influyentes de la Capital, con quienes hablé en el mismo sentido, encontraron que era una necesidad prepararnos para la lucha armada. Debe ser entendido que no a todos les hablaba claramente de una revolución, sino que averiguaba la disposición de su ánimo para resistir por la fuerza en caso necesario la opresión y la violencia del gobierno. Encontrando tanta aceptación el plan revolucionario en el elemento civil, por estelado, no había más que proceder a la organización de los clubes, con el propósito indicado. Siempre pensé que triunfante una revolución en Buenos Aires, las situaciones provinciales odiadas por el pueblo caerían solas cuando les faltara el brazo que las sostenía contra la opinión pública. Esta convicción que tenía de nuestro país fue confirmada por el movimiento revolucionario del Brasil, el cual se limitó a dominar la Capital, y se adhirieron en seguida las provincias a pesar del prestigio que conservaba la monarquía, y de las cualidades personales del monarca, muy opuestas a las que adornaban a nuestro jefe de Estado. Pero, no obstante esta opinión arraigada, consideré conveniente que las provincias se preparan por secundar la revolución, sacudiendo con su propio esfuerzo los gobiernos que las oprimían y esquilmaban. Algunas provincias del centro y norte de la República estaban prontas para alzarse en armas, esperaban la voz del mando, que no les fue dada por el motivo que expondré más adelante. Por otra parte, debe advertirse que las provincias me pedían elementos que yo no podía proporcionarles, armas especialmente y por esto también fue necesario limitar la acción.

EL EJÉRCITO

Desde que usted me vio para formar la coalición política que fue aclamada el 13 de abril, yo tenía la convicción de que con el pueblo solo sería difícil hacer triunfar un movimiento revolucionario, contra tantos elementos de fuerza con que contaba el gobierno. Pensaba que debíamos organizar vigorosamente el elemento civil en la capital y las provincias; pero creía en extremo necesario buscar la participación del ejército en esta gran obra regeneradora, contra la cual el gobierno esperaba lanzarlo. Tenía buenas relaciones en el ejército, conocía su espíritu y los sentimientos levantados de muchos jefes y oficiales. No podía convencerme de que un ejército que contaba con elementos tan sanos, sirviera de guardia pretoriana a gobernantes tan pequeños. Mi idea, pues, desde un principio fue ésta: preparar el espíritu del pueblo para la revolución y buscar el apoyo del ejército. Así el movimiento conservaría su carácter popular, interviniendo el ejército en su auxilio; y la lucha armada sería menos sangrienta y más rápida. Llevada a cabo en esta forma, pueblo y ejército de mar y tierra habrían consumado una revolución | 126 |

| DE PUÑO Y LETRA |

imponente, en defensa de las instituciones y de cuanto mas caro tenemos los argentinos. La gloria de la jornada sería común, y quedaría este precedente histórico, que el ejército no era una máquina automática creada para provecho personal de gobernantes corrompidos, sino el guardián de las instituciones y del honor nacional. Con este sentimiento, el día mismo del “meeting” del 1º de setiembre, una persona caracterizada me indicó que un empleado de policía quería verme con mucha urgencia. Le observé que debía asistir al “meeting”, indefectiblemente y temiendo que quisiera revelarme algún atentado contra los jóvenes independientes, le insté que lo invitara a pasar por el Jardín Florida a la hora de la reunión. No pude verme con él hasta el día siguiente. Hablé con el empleado de policía, a quien yo conocía perfectamente, y me dijo que un grupo de oficiales del ejército con quienes estaban en relación deseaba ponerse al habla con los opositores al gobierno, pues ellos creían que había llegado la hora de probar que el ejército no era máquina de opresión sino milicia de libertad. Después traté de ponerme en comunicación con estos oficiales, pero ya se habían desorganizado, no se valían del mismo intermediario. Recuerdo este ofrecimiento militar, porque fue el primero que recibí del ejército. Cuando hubo terminado la procesión cívica del 13 de abril, nos retiramos con el doctor Del Valle al Club del Progreso, y allí vino el comandante Joaquín Montaña a comunicarnos esta noticia importante; que acababan de comunicarle unos oficiales distinguidos del ejército que había un grupo de oficiales con mando de tropa, opositores al gobierno, quienes deseaban ponerse al habla con nosotros, representándolos los capitanes Castro Sunblad, Lamas, el teniente Berdier y el subteniente Uriburu. Muy contentos con noticia tan halagüeña, convinimos en que los citara para el día siguiente en casa del doctor Del Valle. No me fue posible concurrir a la cita, porque a esa hora tuve una reunión importante con la junta Ejecutiva para dar impulso vigoroso a los trabajos. De la conferencia vinimos en conocimiento que había una agrupación de oficiales de los diversos cuerpos de guarnición, una especie de logia, formalmente juramentados y decididos a fusionar con el pueblo contra el gobierno vergonzoso que nos afrentaba. El doctor Del Valle tuvo varias conferencias con esos oficiales que ensanchaban sus trabajos, y poco tiempo después me puse directamente en relación con ellos en casa del poeta Joaquín Castellanos, cerciorándome que eran jóvenes muy distinguidos y patriotas. La reunión fue animada; me comunicaron todos los datos que tenían referentes al espíritu de los cuerpos, a la cantidad de oficiales comprometidos, al mando que tenían, etc. les pedí que continuaran los trabajos con actividad porque los acontecimientos se iban a precipitar, y convenía no tener en suspenso una conspiración en la que jugaban con la vida. De esta entrevista salí muy satisfecho, y creo que a ellos les pasó lo mismo. Quedamos en que nos veríamos dentro de cuatro o cinco días en la misma casa. Recuerdo que a esta primera reunión concurrieron el mayor Drury, los capitanes Lamas, Castro Sunblad, Fernández, Facio, y los tenientes Berdier, Pereyra, Ruiz Díaz, Pinto y Uriburu, y otros más cuyos nombres no recuerdo. Contemporáneamente había tenido una conferencia con el coronel Julio Figueroa, en casa del señor Ángel Ugarriza, y allí, hablando de la posibilidad de un movimiento revolucionario contra | 127 |

| LEANDRO N. ALEM |

el gobierno de Juárez, el coronel Figueroa me dijo por el conocimiento que tenía del ejército, era su opinión que más de un cuerpo vivaría al pueblo alzado contra ese gobierno bochornoso. Y tratando más detenidamente del estado de cada cuerpo de la guarnición, me dijo que creía con seguridad que el 9º de línea respondería al movimiento revolucionario, pues estaban mandadas las compañías por oficiales muy decentes y patriotas. Quedamos en que él se encargaría de ver a esos oficiales y comunicarme el resultado. A los pocos días me dijo que podíamos contar con el 9º, que ya había hablado con los oficiales, encontrando en ellos espíritu más decidió, que los capitanes de compañía eran muy queridos en el cuerpo, por sus condiciones y por haberse formado allí, unos llevaban catorce años y otros dieciocho de vida común con los soldados; que estuviera seguro que ese batallón secundaría el movimiento revolucionario, por lo cual él mismo lo mandaría. Me permití dudar de la confianza con que me aseguraba el concurso del cuerpo, y entonces me ofreció ponerme en relación directa con los comandantes de compañía. Tuvimos esa entrevista, a la cual asistieron los capitanes Sarmiento, Señorans y un teniente de la otra compañía, en representación del capitán que faltaba. Allí quedé convencido de la verdad de cuanto me había dicho el coronel y de la decisión patriótica de los oficiales del 9º de línea. Aun cuando el jefe y segundo jefe no habían sido vistos todavía, ya podíamos contar seguramente con este cuerpo, pues aparte de la decisión resuelta de los oficiales y de su influencia en el batallón, el coronel Figueroa tenía mucho prestigio, era muy querido, lo había mandado ocho años y respondía con toda seguridad del concurso del 9º. Era tal la confianza que tenía en ese batallón, que había visto para el movimiento revolucionario hasta cabos, sargentos y soldados. Entre los oficiales con quienes hablé en casa de Castellanos había algunos del 1º de artillería; pero aquel cuerpo tenía ocho compañías, y era muy importante ver el mayor número de capitanes. El señor Natalio Roldán, me puso en comunicación con su malogrado hijo, el valiente y distinguido capitán Manuel Roldán, quien se adhirió con entusiasmo al movimiento revolucionario, y por su intermedio vi a otros oficiales más de artillería. Hablé también con el capitán Rojas, que se comprometió conmigo, asistió a varias reuniones, y luego faltó haciéndonos fuego en los combates de julio. Tuvo lugar una segunda reunión de oficiales más numerosa que la primera, en casa de Castellanos, y allí me convencí que ya podíamos contar seguramente con casi la totalidad de los oficiales del 1º de artillería, del 1º y 5º de infantería, de Ingenieros, con los cadetes de Palermo, concertados por Hermelo, aparte del 9º y de los capitanes Calandra y Ratto, con dos compañías del 4º, vistos por el coronel Figueroa. Todo esto sin contar con que estaban minados los cuerpos de la guarnición, que no eran revolucionarios. En esta conferencia comuniqué a los oficiales la resolución que formaba de lanzarnos al movimiento revolucionario, en vista de los poderosos elementos con que contábamos, pues ya disponíamos también de la escuadra, como se verá luego. Esa noche convine con los oficiales en la formación de grupos civiles para fortalecer la salida de los cuerpos y aprehender a los jefes, organizaciones civiles que ya había encargado yo con antelación. Hasta entonces se habían hecho trabajos para explorar la situación del ejército y ver con que elementos se contaba, pero me parecieron éstos tan poderosos ya, que anuncié a los oficiales la resolución

| 128 |

| DE PUÑO Y LETRA |

trascendental, asegurándoles que los miembros de la junta, de los cuales sólo conocían al doctor Del Valle, estarían en la misma resolución. Ellos, lejos de mostrarse algo embarazados por el giro grave que tomaban los acontecimientos, rivalizaron en expansiones, su entusiasmo y satisfacción por que lleváramos adelante con mano firme el plan revolucionario. Quedaron los oficiales de cada cuerpo en nombrar sus respectivos representantes, y me hicieron presente la necesidad de que un jefe de alta graduación mandara el movimiento militar. Les contesté que había varios jefes de alta graduación en nuestra causa, y que oportunamente los conocerían. Después, como usted recordará hubieron dos o tres reuniones de oficiales revolucionarios en su casa, adoptándose resoluciones importantes. El 10º de línea se obtuvo por trabajos del mayor Soler, capitán Rosas y Racedo, capitán Osorio y el teniente Misaglia. Una vez que fue trasladado preso al cuartel del 10º el General Campos, se hizo de todo punto necesario, imprescindible, conseguir este batallón. Convenía mucho para el plan revolucionario conseguir su apoyo, y esta necesidad se hizo más apremiante, desde que el cuartel del 10º era la prisión del jefe que debía mandar las fuerzas militares. Si el batallón no podía adherirse al movimiento saliendo sigilosamente, debía tratarse de sublevarlo para que quedara en libertad el General Campos. Felizmente el día 25 de julio el capitán Rosas Racedo, en una conferencia con Del Valle, Montaña, capitán Osorio y Missaglia, avisó que los trabajos entre los oficiales estaban muy adelantados, y que creía sacar el cuerpo para la revolución, lo que se puso en conocimiento del General Campos. El batallón de Cabos y Sargentos debía entrar también en la revolución, pero falló y no concurrió a la cita. Deseando poner en relaciones a los oficiales de todos los cuerpos entre sí, y con el jefe superior que mandaría las fuerzas revolucionarias, las convoqué a una reunión en casa del doctor Copmartin, calle Belgrano, cerca de la policía. Allí concurrieron como cuarenta o cincuenta oficiales, los jefes superiores coronel Figueroa y el General Campos. A esta conferencia asistí con el doctor Del Valle, como a las subsiguientes, luego que se resolvió echarnos a la calle, según la frase que empleábamos. La reunión fue demasiado numerosa, pero no imprudente, por hacerse a las barbas de la policía, donde sus agentes jamás se imaginarían que se tramaba una revolución armada, pues para esta clase de entrevistas es costumbre buscar puntos solitarios y alejados, que la policía vigilaba mucho. Los oficiales se estrecharon las manos con efusión, con sinceridad, con esa sinceridad de los conspiradores que se coaligan para una obra grande y patriótica. Informaron al jefe de todos los elementos con que se contaba en cada cuerpo, y del plan para sacar los batallones de los cuarteles; oyeron las indicaciones de aquél; y todos se retiraron convencidos que eran impotentes los elementos del ejército que entraban en la revolución. Campos salió satisfecho de la entrevista.

LA ESCUADRA | 129 |

| LEANDRO N. ALEM |

El joven Ricardo Oliver me puso en relación con el mayor Ramón Lira, quien se sentía movido también por este sentimiento patriótico de oposición radical hacia el régimen imperante. Hablamos de política, y no ocultó su antipatía al gobierno de Juárez; le pregunté cuál era el espíritu que animaba a la oficialidad de la armada, y me dijo que creía que habían de simpatizar, como el, con la causa de la Unión Cívica. Entonces le pedí que viera a sus compañeros de la escuadra, y se cerciorara de sus afecciones políticas, y que con habilidad inquiriese si estarían dispuestos a acompañar a la Unión Cívica “¿Para qué doctor?”, me preguntó. “Para secundar el programa de la Unión Cívica e ir hasta donde ella vaya”, le repuse. Nos miramos fijamente y quedamos entendidos. A los pocos días vino y me presentó al alférez de fragata Leopoldo Pérez, anunciándome que ya contaba con varios oficiales de la escuadra, cuya lista me entregó, animados de sus mismos sentimientos políticos opositores al gobierno de Juárez, y que secundarían la Unión Cívica. Quedaron en continuar los trabajos en los buques que faltaban, y en comunicarme el resultado. En la misma hora en que me puse en relación con el mayor Lira, el doctor Martín M. Torino y don Alberto Honores me abordaron con franqueza en el comité sobre si preparaba un movimiento revolucionario, porque ellos estaban dispuestos a prestarme toda su ayuda si tal era mi plan de campaña. Conociendo a estos caballeros, no vacilé en comunicarles que, efectivamente, preparaba un movimiento revolucionario, y que aceptaba su concurso. Torino me dijo, a los varios días, que el 2º jefe de la cañonera Maipú, don Guillermo Wells, el comisario y otros oficiales del buque, entrarían en un movimiento armado, y que deseaba ponerme en relación con ellos. Aceptó el ofrecimiento y tuve una conferencia con los oficiales referidos en un altillo del Mercado Modelo. Me dijeron que podíamos contar con la Maipú, prescindiendo del jefe. Honores me ofreció presenta al mayor O´Connor, comandante del Villarino, porque estaba seguro que le era simpática la causa de la Unión Cívica, y la idea revolucionaria. Le di cita en una casa del sur de la ciudad, y antes de que llegara el día indicado, Lira, Pérez, Wells y otros oficiales de marina, me anunciaron que las adhesiones eran numerosas y que convenía tuviese con ellos una conferencia. Les cité para la misma casa donde debía verme con O´Connor, una hora antes. Perfectamente de acuerdo con el mayor O´Connor sobre la campaña política revolucionaria emprendida, llegó la hora en que se aparecieron los demás oficiales y el mayor Lira, experimentando todos una agradable sorpresa y entregándose a efusiones amistosas. Lira y los oficiales que había visto, ignoraban que estuviera O´Connor ni la oficialidad de la Maipú, y éste y los oficiales del buque nombrado, a su vez, no sabían que Lira y los demás oficiales hubiesen entrado en relaciones con la Unión Cívica. Así es que la sorpresa fue muy agradable para todos; para mí porque veía congregados jefes y oficiales distinguidos de la armada, comprometidos a ponerla al servicio de la revolución; para ellos, porque se confortaron al ver que estaban casi todos en el plan revolucionario. Ya también estaba conseguida la división de torpederas con su 2º jefe por los trabajos de Lira y Pérez. Estaban en el movimiento de la Unión Cívica. El Plata, las torpederas la Paraná, la Patagonia, la Maipú y el Villarino, es decir, estaba la escuadra con la revolución. Les pedí que | 130 |

| DE PUÑO Y LETRA |

se pusieran de acuerdo para nombrar los jefes de los buques y de la escuadra y que me comunicaran pronto los nombramientos. Al día siguiente me dijeron que el mayor O´Connor sería el jefe de la escuadra y el mayor Lira el 2º jefe, y quienes mandarían los buques.

JEFES

Después del “meeting” del 13 de abril, encontré un día, por la calle Florida, a los coroneles Julio Figueroa y Mariano Espina, quienes me preguntaron cuál era la actitud que asumía la Unión Cívica en presencia de los escándalos gubernativos, cada día más desvergonzados. Que era necesario preparar el pueblo para un movimiento serio, al que muy probablemente seguiría el ejército, o al menos no hostilizaría. Insistieron en que no mirara al ejército como enemigo del pueblo, siguiendo una creencia general de que el presidente dispondría discrecionalmente de las fuerzas creadas para defender las fronteras y el honor nacional. Tomé la palabra a estos jefes y les dije que estábamos organizando previamente los elementos populares y que en oportunidad solicitaría su concurso. El general Manuel J. Campos era muy conocido como opositor radical y vehemente al gobierno del doctor Juárez Celman; terminado el meeting del 13 de abril, fue llevado preso por la policía, lo que contribuyó a aumentar su antipatía a los gobernantes. Sabía por el doctor Del Valle que el General Campos era hombre dispuesto para un movimiento subversivo contra Juárez; yo también había hablado, en general, con él de la necesidad de hacer algo serio para salvar el país; pero sin concretar ninguna fórmula, ni menos comunicarle todavía los elementos con que contaba para un movimiento armado contra el gobierno que todos condenábamos. Pedí al doctor José Juan Araujo que, con la habilidad necesaria, hablara con el general Domingo Viejobueno de política opositora, y según como lo tratara, concertase una entrevista de este jefe conmigo. En seguida me informó que lo había encontrado muy bien dispuesto y que tal día nos veríamos. La conferencia fue breve, porque al momento adhirió a la idea revolucionaria, y entonces le dije que era conveniente tuviésemos una conferencia con el General Campos en casa de éste, en la cual le comunicaría los elementos con que contaba. En seguida hablé con Campos, fijando día para la conferencia con Viejobueno. Allí les expuse todos los elementos con que contaba para el movimiento revolucionario, y meditando con suma seriedad y cautela, pusieron en duda que los oficiales sacaran los cuerpos contra los jefes, dijeron que los oficiales se dejaban llevar con frecuencia por su entusiasmo, y no medían todas las dificultades de una empresa llena de peligros. Conviniendo conmigo que era una base muy sería la que teníamos en el ejército, me aconsejaron que continuásemos los trabajos en los cuerpos y que pusiera la oficialidad en contacto con uno de ellos, con Campos, porque no convenía que se hiciera notable la participación de Viejobueno, Jefe del Parque. Entonces fue cuando dispuse aquella reunión de oficiales en casa del doctor Copmartin, de la cual salió muy satisfecho el General Campos. Vio que la oficialidad era distinguida y que estaba resuelta hasta llegar al sacrificio. Estos dos jefes eran de la misma graduación, generales de brigada; y por la circunstancia del puesto de feje del Parque, tan delicado e importante, que ocupaba | 131 |

| LEANDRO N. ALEM |

Viejobueno, el cual no convenía, bajo ninguna forma, exponernos a perderlo, haciendo intervenir a éste demasiado en los trabajos revolucionarios, y por la extrema miopía que padece este distinguido general, convinieron ellos que Campos tuviera el mando de las fuerzas. Ya le he dicho que en casa de Ugarriza me puse de acuerdo definitivamente con el coronel Figueroa y cuál fue el valioso contingente que trajo a la revolución el 9º de línea, dos compañías del 4º, y su consejo y ayuda en los trabajos revolucionarios, pues desde entonces formó parte del grupo o junta que preparaba la revolución. El doctor Del Valle habló con el general de división don Joaquín Viejobueno, quien adhirió al movimiento de la Unión cívica, aunque sin tomar una participación muy directa. Como era general de división, a el correspondía el mando del ejército revolucionario, él lo hubiera obtenido; pero una circunstancia imprevista y que debíamos atenderla con toda necesidad, hizo que, al estallar la revolución, el general Joaquín Viejobueno tuviera que salir de Buenos Aires. Esta circunstancia hizo que continuara en el mando de las fuerzas el General Campos. Tuve también una entrevista con el general Racedo; este jefe no deseaba tomar parte en el movimiento revolucionario de la capital, sino conseguir uno o más buques de guerra y algunas tropas de línea, para convulsionar el litoral, especialmente Entre ríos, donde tenía elementos populares organizados. No obstante su propósito, influyó con el comandante Ruiz, jefe del 5º para que nos acompañara en la revolución; y con el mismo objeto decidió al comandante Casariego, jefe del batallón de ingenieros, quien no pudo entrar por haber sido preso. Quedó el general Racedo en ver al comandante José García, feje del 9º de línea, pero no pudo hacerlo. Don Natalio Roldán y yo hicimos ver al capitán Mon, 2º jefe del 9º, con su propio señor padre, para que entrara a la revolución. El cuerpo quedó listo para ponerse en movimiento, hasta con su 2º jefe. Momentos antes de estallar la revolución como a las 3 de la mañana, recién los oficiales del 9º y el mayor Mon informaron al comandante García del plan revolucionario, adhiriendo este jefe al movimiento. El mayor Bravo, 2º jefe del 5º, me ofreció su concurso, porque le gustaba la causa, y porque sabía que los oficiales estaban en la revolución. Tuve dos conferencias con él, en casa de Miguel Páez. Ya sabíamos que este distinguido jefe había mandado ofrecer sus servicios y que estaba en la revolución desde el principio, según lo aseguraron a su nombre los oficiales del 5º. En los últimos días que precedieron a la revolución, el general Racedo habló con los comandantes Ruiz y Casariego. Como he dicho, ellos aceptaron entrar al movimiento y ofrecieron su espada, pero ya los oficiales de los cuerpos habían abrazado la causa revolucionaria. Estaban en el plan revolucionario, y me habían prestado su ayuda los coroneles Morales, Irigoyen, comandante Joaquín Montaña, y mayores Vázquez, Carranza, Soler y Drury. Concurrieron al Parque cuando estalló la revolución, los generales Napoleón Uriburu, Eduardo Racedo, los coroneles Mariano Espina, Martín Guerrico y Julio Campos, el comandante López, el comandante Córdoba, mayor Ricardo A. Day y varios jefes más de guardias nacionales y de línea, cuyos nombres no recuerdo en estos momentos, pero que ya son conocidos del pueblo. Las peripecias del distinguido mayor Vázquez, son muy conocidas. | 132 |

| DE PUÑO Y LETRA |

PLAN DE LAS OPERACIONES MILITARES

La revolución hubo de hacerse de día, y ya estaban tomadas todas las disposiciones para lograr un éxito que yo creí siempre seguro, cuando fue necesario cambiar de hora y de teatro, porque la oficialidad consideraba imposible o muy peligroso el sacar de día algunos cuerpos sublevados de los cuarteles, mucho más cuando habría que tomar medidas violentas contra los jefes si se presentaban a impedir la adhesión del ejército. Yo insistía en que la revolución fuese de día, entre otras razones poderosas que después se dirán, porque así tendría su verdadero carácter popular, debiendo operar primeramente el elemento civil atacando la Casa Rosada y el Congreso y apresando a las autoridades. El ejército vendría entonces en su apoyo. La revolución estuvo, primero, combinada para hacerla de día a las 3 de la tarde. Tenía tomadas varias casas en puntos estratégicos, y el combate debía librarse en la Plaza de Mayo. Se haría una interpelación ruidosa al Ministro de la Guerra, lo que atraería al Congreso al doctor Pellegrini y a los generales Roca y Levalle. Como se trataría de un asunto tan sensacional, el presidente asistiría a su despacho. Así que en la Plaza de Mayo estarían todos los personajes que debíamos prender, y estaba toda tan bien combinado que ninguno iba a escapar. Tenía organizados varios grupos populares a Rémington. Estos grupos, distribuidos convenientemente, llevarían, en el momento oportuno, el ataque a la Plaza de Mayo. Las divisiones serían mandadas por el coronel Morales, comandante Montaña y Mayor Felipe Vázquez y otros más. El doctor Miguel Goyena representaría a la Junta Revolucionaria en el ataque a la Casa de Gobierno, y el doctor Mariano Demaría tendría igual representación en la columna que atacara al Congreso. Los cuerpos revolucionarios saldrían de sus cuarteles antes de que el pueblo llevara el ataque a la Plaza de Mayo para llegar oportunamente, más que a pelear a presentar armas al pueblo levantado contra un gobierno bochornoso, como sucedió en la revolución del Brasil. Tenía listos diez hombres con buenos caballos para impartir órdenes. El General Campos, yo y demás miembros de la Junta estaríamos en el estudio de Del Valle, casi en la plaza, para dirigir el movimiento en el teatro mismo de los sucesos. Estaba todo tan bien combinado, que creo hubiésemos triunfado, al menos, hubiéramos tomado prisioneros a los hombres que podían organizar la defensa del unicato. La oficialidad, como le he dicho, se opuso al fin a este plan, porque creía muy difícil sublevar, en pleno día, algunos cuerpos revolucionarios. Después convinimos hacer estallar el movimiento a las 9 de la noche, atrayendo a un teatro, con algún espectáculo extraordinario, o durante las fiestas julias, al presidente y demás hombres que necesitábamos apresar. Tomé casas en las cercanías de la Opera y el Politeama. En la hora convenida, estallaría la revolución, atacando al teatro los grupos civiles; nos apoderaríamos de los personajes aunque se desmayaran las damas con el primer sobresalto, porque en seguida aplaudirían al pueblo. Los cuerpos saldrían oportunamente de sus cuarteles para llegar en el momento preciso, | 133 |

| LEANDRO N. ALEM |

detener la policía y ocupar la ciudad. Pero también desistimos por dificultades para sacar los cuerpos en las primeras horas de la noche, y cuando ya empezaba a vigilarnos mucho la policía. Este plan hubiera dado buenos resultados, aunque era ya más difícil el apresamiento de los personajes, caso de que no fueran. El plan definitivo de las operaciones militares fue confeccionado en la penúltima reunión que tuvimos con los oficiales representantes de los cuerpos en casa del doctor Castro Sunblad, a la cual asistieron éstos, el General Campos, los coroneles Figueroa e Irigoyen, el doctor Del Valle y yo. En la subsiguiente y última conferencia se comunicó el día que debía estallar la revolución. El plan era el siguiente: a las 4 de la mañana saldrían los cuerpos de sus cuarteles marchando en seguida con rapidez al Parque, lugar de reunión de todos nuestros elementos. Reunidas las fuerzas revolucionarias en la plaza del Parque, inmediatamente se desprenderían dos columnas compuestas de infantería y artillería; una de ellas llevaría el ataque a la Policía Central, donde estaba el cuerpo de bomberos y vigilantes escogidos, si no se entregaban, se les batiría. La otra columna atacaría en sus cuarteles a los cuerpos de línea afectos al gobierno, intimándoles rendición, o batiéndolos en seguida, si no se sometían. Ambas columnas de ataque, debían obrar con suma rapidez y energía, porque de su éxito dependía el apoderarnos de la ciudad, después de batir las fuerzas enemigas. El Parque sería defendido por alguna infantería de línea, artillería y los cívicos, con lo que se creyó suficiente para resistir un ataque posible. Una vez tomada la policía y rendidas o dispersadas las fuerzas gubernistas, debíamos ocupar inmediatamente la Casa de Gobierno, el telégrafo, las estaciones de ferrocarriles y todas las posiciones estratégicas; en una palabra dominar toda la ciudad. Posesionados así de la capital de la República, partirían en seguida a Córdoba y al Rosario algunos cuerpos de línea para favorecer las revoluciones de las provincias. La escuadra, cuando observara las señales convenidas, haría algunos disparos de cañón sobre el cuartel de Retiro y sobre la Plaza de Mayo y Casa de Gobierno, debiendo cesar su fuego por señales igualmente convenidas. Este plan no se modificó hasta el 26 de julio en el Parque por indicaciones del General Campos, como verá usted más adelante. La prisión de los doctores Juárez y Pellegrini y de los coroneles Roca y Levalle nos había preocupado mucho, creyéndola de gran importancia. Se trataba de impedir que los dos primeros organizaran la contrarrevolución en la capital o en las ponencias. Valiéndose de su título legal, que el ministro de la Guerra usara su influencia en la guarnición de la Capital, y que el general Roca moviera sus adeptos del interior y dispusiera de sus elementos en el ejército. Cuando se iba a hacer de día la revolución, yo había tomado todas las medidas para la aprehensión de estos hombres, y garantía a los miembros de la Junta, que serían ellos tomados en la Casa de Gobierno y en el Congreso. Pero cuando se decidió hacer estallar el movimiento a las cuatro de la mañana (de noche todavía), hice presente a la Junta, en la penúltima reunión referida, todas las serias dificultades que imposibilitaban la prisión de esos | 134 |

| DE PUÑO Y LETRA |

señores. Les dije: que no había podido encontrar ninguna casa cercana a la del Presidente y del Vice, que la casa de Juárez era una fortaleza, cuidada por fuerza armada a Rémington en la comisaría del lado, y que en la misma casa había fuerzas de la prefectura, igualmente armadas y bien municionadas, que la policía vigilaba constantemente los alrededores de esa casa, no permitiendo que nadie se detuviera por allí, ni dejaba pasar grupos, y arrestaba a quien suponía sospechoso, que en tal situación sólo con fuerzas disciplinadas y tomando lugares estratégicos, podría tomarse dicha casa, después de pelea reñida, que era imposible apostar gente en las cercanías para que atacaran en el momento oportuno, que si nos esforzábamos en llevar un ataque a la referida casa, corríamos el peligro que se descubriera el movimiento y las fuerzas gubernistas nos atacaran en el acto, dificultando la marcha de nuestros cuerpos, que en presencia de estos inconvenientes insalvables, creía preferible no ocuparnos en el primer momento de estos hombres, dominar rápidamente la ciudad según el plan adoptado, y en seguida, tomarlos en sus casas o donde se hubieran ocultado. En cuando a las prisiones de los generales Roca y Levalle, les hice presente la desconfianza que tenía en que pequeños grupos aislados pudieran apresarlos; pero que, a pesar de esto, tenía tomadas casas en lugares convenientes donde podrían ocultarse los hombres encargados de esa misión tan delicada, para obrar en el momento oportuno. Recuerdo que llegué a decir a los miembros de la Junta respecto de la prisión de estos cuatro personajes: “Si la revolución se hace de noche, no respondo de ninguna prisión. Asaltar de noche con pequeños grupos aislados cuatro domicilios, de los cuales algunos eran fortalezas, echando puertas abajo, con una vigilancia y una policía como la que teníamos, era punto menos que imposible para obtener buen resultado. Acaso sólo hubiéramos conseguido producir la alarma, despertar al enemigo y entorpecer la marcha y el movimiento de nuestras fuerzas”. Pesando los miembros de la Junta las consideraciones que les hice, dijeron: “poco importa que no sean aprehendidos en el primer momento, pues, dueños de la ciudad, en seguida los tomaremos; en todo caso, agregaron, aun cuando viniera la guerra civil por escapar alguno de estos personajes, ella es preferible a la situación vergonzosa en que vivimos”. Respecto del doctor Pellegrini, se consideró, últimamente, que como quedando en libertad Juárez, el no ejercía la presidencia de la República, y sólo quedaba el hombre, si no había posibilidad de encontrar casa, se dejara de lado. Quedó convenido entonces, en la Junta revolucionaria, que era imposible contar con seguridad con las prisiones, y que se hiciera lo posible para arrestar, cuando menos, a los generales Roca y Levalle, por las razones indicadas. Se consiguió tomar casas próximas a los edificios de estos jefes, para que allí se apostaran los grupos cívicos, que debían prenderlos. Ordené a Fermín Rodríguez que transmitiera las siguientes instrucciones a los jefes de esos grupos: Si dadas las cuatro de la mañana del día 26 de julio, o en el momento en que hubieran sentido la revolución, salían de sus casas los generales Roca y Levalle, los prendieran inmediatamente, conduciéndolos al Parque en seguida; si abrían las puertas de sus casas, que penetraran en ellas para arrestarlos y conducirlos luego al lugar indicado. Sólo que los jefes resistieran con armas, harían uso de las suyas para rendirlos. Estas fueron las instrucciones terminantes que ordené a Rodríguez trasmitiera a los jefes de esos grupos. ¿Porqué Roca y Levalle no fueron presos? Lo ignoro. No dije una palabra de que | 135 |

| LEANDRO N. ALEM |

esperaran para obrar la señal de un cañonazo, o que se retirara el vigilante de la esquina. Todo ello es una solemne mentira, pues fácilmente se comprende que hubiera sido verdadera insensatez despertar al enemigo con cañonazos al aire. Esto es cuanto ha pasado respecto de las prisiones de los jefes referidos, y de los doctores Juárez y Pellegrini, repitiendo que no se han tenido en cuenta en el plan concertado para llevar el ataque al enemigo en los primeros momentos, y que con ellas y sin ellas, el ataque estaba resuelto. Los comisarios tenían orden del jefe de policía de reconcentrarse al Departamento cuando sintieran movimientos subversivos. El jefe les había trasmitido esta orden reservadísima: es inminente que estalle, de un momento a otro, una revolución; cuando Ud. la sienta, se reconcentrará al Departamento sin pérdida de tiempo, arreando los caballos y trayendo los vehículos que encuentre en su marcha. En el lugar de la reconcentración, se pondrá Ud. a las órdenes del infrascrito, o de quien le presente una orden firmada por mí, y si no se le presenta esta orden, obrará según su criterio. Guarde Ud. la más estricta reserva del contenido de esta comunicación, no debiendo hablar palabra de ello, ni a los empleados de mayor confianza, ni a sus propios colegas. Yo tuve copia de esta orden, tan luego como se dictó. El Ministerio de la Guerra había hecho levantar un plano, recomendando la mayor reserva, para saber con exactitud cuál era el menor tiempo, con indicación de cales a recorrer, que necesitaría cada cuerpo de la guarnición para llegar desde su cuartel a la Plaza de Mayo. También tenía yo copia de este plano. Por esta medida deduje que los jefes de los cuerpos de la guarnición habían recibido orden de reconcentrarse a la Plaza de Mayo, cuando sintieran la revolución. La escuadra debía proceder cuando se le hicieran del parque las señas convenidas, que eran tirar cohetes y globos. El doctor Miguel Goyena era el encargado de esta operación, me consta que valiéndose del doctor Liliedal hizo llevar al Parque los cohetes y las bombas, las cuales se tiraron y fueron vistas del Andes (aquel no estaba todavía en la revolución) y de la Maipú. La nave capitana estaba lejos, y por eso no pudo ver las señas. La acción de la escuadra era de poca eficacia para el movimiento revolucionario de la Capital, y tan poca importancia le dieron los miembros de la Junta, que cuando les informé de que contaba con la Escuadra, no le reconocieron influencia material inmediata. La participación de la escuadra, aun cuando para las operaciones militares de la capital no nos fuera tan útil, era de gran efecto moral, dominaría el puerto y los ríos, podría impedir la venida de tropas del interior, la escapada de Juárez y Pellegrini por agua, y servirnos para conducir expediciones militares al litoral. Pero no se le asignó papel de importancia en el movimiento revolucionario de la Capital. Se le ordenó que efectuara algunos disparos al cuartel del Retiro, donde había un cuerpo del gobierno, y otros a la Plaza de Mayo, Casa de Gobierno y bajo de la Aduana, porque se calculaba que en alguna de las dos plazas se concentrarían los cuerpos del gobierno, si escapaban al ataque que debíamos llevarles a sus cuarteles, y porque cerca de la Aduana | 136 |

| DE PUÑO Y LETRA |

estaba un cuerpo enemigo. Pero no debía hacer estos cañonazos, sino cuando se hicieran las señales convenidas, porque podrían ser innecesarios para nuestras operaciones y perjudiciales para el vecindario. Ya ve usted que poca participación debía tomar la escuadra en el movimiento militar revolucionario de tierra, y cómo el plan de guerra de la ciudad, no podía ni debía jamás esperar que la escuadra rompiera las hostilidades contra las fuerzas del gobierno, pues debían ser batidas en detalle sin dejarlas reconcentrar. Yo concurría al Parque de tres a cuatro de la mañana del 26 de julio, y allí debían ir trescientos o cuatrocientos hombres decididos; lo cual se ejecutó con la exactitud y destreza que exigía una cita revolucionaria de honor en medio de una activa vigilancia policial. Resuelta la revolución de noche, las organizaciones o agrupaciones civiles quedaron sin misión inmediata, debiendo concurrir al Parque en los primeros momentos, como efectivamente concurrieron. Unas agrupaciones populares debían ayudar la salida de los cuerpos y prender a los jefes si se presentaban, otras estarían listas para acudir al Parque cuando aclarase el día. No quisimos ensanchar mucho las agrupaciones de civiles, por el peligro de confiar a tantos el secreto revolucionario, y exponerlo a posibles indiscreciones. El movimiento principal y eficaz debían realizarlo los cuerpos comprometidos, que obedecían como máquina a sus oficiales, y estos, por discreción y porque les iba la vida, guardarían la mayor reserva de todo. Es falso que la Junta revolucionaria hubiese resuelto que se cortaran los hilos telegráficos y que se interceptaran las líneas férreas. Lejos de eso, como la ejecución del plan militar nos haría dueños de la ciudad inmediatamente, de las estaciones de ferrocarriles y oficinas telegráficas, lejos de pensarse en interrumpirlas, se dispuso que no se obstruyeran para comunicarnos en seguida con las provincias, y poder enviar las expediciones militares referidas antes. Yo tenía organizado un cuerpo de telegrafistas y empleados competentes, bajo la dirección del ingeniero Krausse, para tomar inmediatamente la administración de esas oficinas y hacerlas servir a los fines revolucionarios; sin embargo en los últimos momentos se ordenó cortar el telégrafo. Tan creíamos dominar la ciudad en los primeros momentos y expedicionar a las provincias, que el coronel Irigoyen fue ya listo para dirigir la primera expedición al interior. El gobierno revolucionario fue designado por la Junta en una de las reuniones que procedieron a la revolución. La Junta, por mayoría, me designó para presidente, a Demaría para vicepresidente, y a los doctores Goyena, Lastra, Torrent y general Joaquín Viejobueno, para ocupar los cinco ministerios del gobierno provisorio. El doctor Costa fue designado primero para el ministerio del Interior, pero no aceptó. El doctor Tedín fue designado para Justicia y sustituido después por su parentesco con el doctor Zavalía. En vísperas de la revolución, para atender como era debido tantos detalles importantes, el doctor Del Valle se hizo cargo de todo lo que se refería a la Escuadra. Yo tenía que estar en todo, y verlo todo, recorrer la ciudad de un extremo a otro, bajo una vigilancia policial más fastidiosa que hábil; atender y allanar cuantos inconvenientes se presentaban, cuidad de la organización civil y de los cuerpos comprometidos. | 137 |

| LEANDRO N. ALEM |

Si la repartición policial me seguía los pasos fastidiándome muchas veces, no por su habilidad, sino por la grosería del espionaje, yo, a mi vez, sabía cuanto pasaba en esa repartición, sin el aparato del espionaje. La policía me seguía sin descanso. Yo la despistaba, cambiando tres o cuatro veces de carruaje en cada viaje comprometedor, dejando el coche lejos de la casa donde iba. Entraba último a las reuniones de jefes y oficiales, que iban de particular, y salía primero que todos. Algunos agentes que llegaban en su pesquisa hasta la casa donde había entrado, me seguían cuando me retiraba, hasta que iba a dormir, sin vigilar los que pudieran quedar en la casa de donde venía. Los conjurados entraban de a uno o de a dos, y se retiraban lo mismo cada cuarto o media hora. El día que iba a la cita más peligrosa, salía en carruaje con mi familia a paseo; en lugar conveniente tomaba otro coche y me dirigía al lugar de la entrevista. Los agentes se alejaban desde que me veían salir con mi familia; y si había alguno demasiado tenaz, yo sabía burlarlo hasta que los despistaba completamente. La policía tenía conocimiento de la organización de los grupos civiles; yo fomentaba mucho esas agrupaciones, para desviar la vigilancia policial de los cuerpos de línea, porque consideraba que las tropas veteranas que habían entrado en la revolución eran suficientes para dominar la ciudad, aunque los grupos civiles no acudieran bien organizados en el primer momento. Los gubernistas contaban en los cuerpos de línea, porque tenían mucha seguridad en los jefes, y cuando llegaron a desconfiar de éstos, ejercieron vigilancia en los cuarteles, especialmente para observar a los mismos jefes. De los oficiales no se cuidaban, porque creían tener el cuerpo segurísimo, desde que el jefe pertenecía en cuerpo y alma a la situación; aparte de que los oficiales conspiradores eran muy cautos en su proceder y en sus conversaciones. El inmenso personal de policía no descubrió nada de la organización militar de la revolución, a pesar de la traición de Palma, visto en mala hora sin mi opinión y sin mi conocimiento; la capital estaba en plena tranquilidad, y los vigilantes en sus puestos acostumbrados, como si no se moviera un solo hombre en son de guerra, cuando llegó a la plaza central del Parque una división de mil trescientos hombres de línea, con un regimiento de artillería. Los rondines policiales y los vigilantes encontrados por los cuerpos que venían al Parque eran desarmados y conducidos en calidad de prisioneros. El doctor H. Irigoyen, de acuerdo con la Junta, cambió ideas con varios funcionarios de policía que le merecían confianza de conducirse con honor, aceptaran o no el movimiento, dirigiéndose especialmente al cuerpo de Bomberos, que podía ser más útil, y como es notorio, entre esos funcionarios figuraban los distinguidos capitanes Bullinós, Algañaráz y teniente Dalmedo, que tan noblemente cumplieron su deber. La acción de estos elementos no fue eficaz por el cambio de plan de las operaciones militares. Yo no quise hacer trabajos revolucionarios en esa repartición, porque tenía desconfianza de los empleados policiales, en general. Consideraba suficiente el pueblo, toda la artillería que estaba en la Capital, la mayor parte de la infantería, y la Escuadra. Aparte de todos estos elementos, nosotros teníamos la elección de hora para atacar, lo que equivalía a poderlos sorprender cuando quisiéramos, como efectivamente sucedió. Cuando se hubo de hacer estallar de día la revolución, se comprendió la necesidad de una divisa que no pudieran usar fácilmente los gubernistas, y cuyos colores no se confundiesen con | 138 |

| DE PUÑO Y LETRA |

los de una bandera extranjera; se adoptó el blanco, verde y rosa. A Fermín Rodríguez encargué de este trabajo delicado, y él, según me dijo, hizo confeccionar las divisas por su propia señora. Una vez que se resolvió hacer de noche la revolución, fue necesario proveernos de faroles de colores combinados, para reconocernos y evitar un choque entre nuestras propias fuerzas. Oportunamente se ordenó el reparto de esos faroles a los cuerpos y si algunos no los trajeron al Parque, será porque, en la confusión quedaron olvidados en los cuarteles. Yo tenía como trescientas carabinas Rémington con buena dotación de municiones, proporcionalmente distribuidas en puntos estratégicos y de allí eran cambiados a otros cuando se alteraba el plan del movimiento, valiéndome para estas operaciones peligrosas del doctor Liliedal y de Fermín Rodríguez. La policía no los descubrió jamás, a pesar de sus innumerables agentes y de las arbitrariedades que cometían.

RECAPITULACIÓN DE LOS TRABAJOS REVOLUCIONARIOS

Ahí tiene usted expuestos, a grandes rasgos, los trabajos revolucionarios, los elementos con que nos lanzamos a la lucha armada, y el plan de campaña militar adoptado por la Junta, con el que creíamos contar seguramente, y por mi parte sigo creyendo que si se hubiera ejecutado tal como se acordó, la victoria habría sido nuestra, pero, como se verá más adelante, el cambio radical de estrategia, en el momento supremo, al llegar la columna revolucionaria al Parque, fue la causa verdadera del fracaso del movimiento armado. Como usted ha podido observar, me han ayudado eficazmente para preparar esta grande y justísima revolución, los caballeros que componían la Junta revolucionaria, siendo el doctor Mariano Demaría, el doctor Aristóbulo Del Valle y yo, los primeros que resolvimos preparar un movimiento armado, los miembros de la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica, casi en su totalidad, el doctor Liliedal, señores Natalio Roldán, doctor Martín M. Torino, Ángel Ugarriza, Albano Honores, los jefes y oficiales del Ejército y de la Escuadra, cuyos nombres omito porque ya le he designados muchos y porque no tengo memoria de todos, y sentiría incurrir en alguna omisión que fuese mal interpretada, y porque ya son todos conocidos por los partes oficiales y publicaciones hechas. Estoy plenamente satisfecho de casi todos los que han tomado parte en esta revolución, he contemplado con gusto la unión de la juventud civil y militar con los hombres prestigiosos, con jefes distinguidos y con el pueblo en defensa de una causa justa y eminentemente patriótica; todos han sabido cumplir dignamente con el supremo deber. No solamente se han portado bien en el momento de la lucha, sino que he admirado su temple moral, cuando inmediatamente después de la capitulación, todos reaccionaron y me ofrecieron su concurso para derribar al juarismo con una segunda sacudida revolucionaria, más enérgica y dirigida con mayor experiencia de los hombres y de las cosas; usted recordará que estaba adelantada la reparación del segundo movimiento, cuando la renuncia de Juárez vino a desarmarlo. Es allí donde se prueba el temple de los hombres, en el infortunio, en el desastre más lamentable de una revolución que tenía elementos sobrados para triunfar. Le repito, estoy muy satisfecho de los revolucionarios de julio, son ciudadanos dignos de merecer un buen gobierno, y ellos lo exigirán y lo obtendrán. | 139 |

| LEANDRO N. ALEM |

Cuando la traición de Palma y la salida del 1º de línea hicieron postergar el movimiento revolucionario, tuve que hacer frente con serena energía a las impaciencias de los unos, a las protestas amargas de los otros, al desagrado general, y a este aviso que comprometía seriamente la causa de la Unión Cívica, que los grupos de oficiales, y especialmente los de artillería, retiraban su compromiso. Tenía la seguridad de que íbamos a un descalabro seguro si cedía a las exigencias obstinadas de los impacientes, porque yo abarcaba todo el campo de acción, tenía en mis manos todos los hilos, conocía los movimientos y las fuerzas del gobierno, el estado exacto de nuestras tropas, y todo esto lo miraba con la seria frialdad de un hombres maduro, que siente sobre sus hombres el peso inmenso de todas las responsabilidad de un movimiento revolucionario. Los jóvenes impacientes miraban y conocían sólo una fase de los acontecimientos, y crean que el valor, el arrojo y el entusiasmo todo lo vencen y lo dominan. Pero esta lucha que tenía con mis propios amigos en cada postergación, aun cuando me fatigaba y me obligó, más de una vez, a imponer mi autoridad del presidente de la Unión Cívica, y el jefe de la Revolución, me animaba mucho, porque me hacía ver hasta que extremo estaba decidida a la acción la juventud civil y militar. Recuerdo que en una de esas ocasiones los miembros jóvenes de la Junta Ejecutiva me interpelaron formalmente por la demora en el movimiento y porque no les daba más intervención en los trabajos revolucionarios, conseguí aplacarlos y quedaron satisfechos. En seguida viene el teniente Pintos a pedirme, a nombre de los oficiales de los cuerpos, que precipitara el movimiento revolucionario, porque, de no hacerlo así, ellos retiraban su compromiso, no me afectó tanto la amenaza, sino la pasión exigente con que Pintos me hablaba. Yo bien presumía que la amenaza no era más que una estratagema para hacernos obrar pronto; pues aquella juventud patriótica creía que, si no se precipitaba el movimiento, ellos no tendrían tal vez la gloria y el honor de ayudarla con la eficacia que podían hacerlo desde los cuerpos. Tranquilizado parcialmente Pintos, todavía me restaba entrevistarme con el capitán Roldán en casa de su señor padre, y tendría que hacer desistir de su retiro de la revolución a la oficialidad de artillería. En esto llega al comité el mayor Drury a rogarme casi con desesperación que nos echáramos a la calle en son de guerra, pues tenía la seguridad que los cuerpos de la guarnición nos secundarían; hablé algo con este amigo, y luego pedí a Montaña que concluyera de apaciguarlo. Por la noche me notificó el capitán Roldán que los oficiales de artillería, del valiente 1º de artillería, se retiraban de la causa revolucionaria, por la demora y por la última postergación. Empiezo a argumentarle cariñosamente en esta forma: “¿Ustedes no son patriotas, entonces? ¿Quieren que la revolución estalle sin pies ni cabeza? ¿Qué haga sacrificar estérilmente tantas nobles vidas en una pelea descabellada? ¿Se imaginan que yo postergo la revolución por temor o por capricho? ¿No ven que hay fuerza mayor que se opone? ¿Que tal vez se haga el pronunciamiento antes de una semana? Pareciera que ustedes todo lo hacen depender de un instante, como si no pudiera tal vez triunfar con más seguridad en otro momento. Convengamos, capitán, en que los oficiales iniciadores, lo que quieren es el honor de la iniciativa militar que ha organizado las fuerzas de línea nuestras, aunque sea un sacrificio estéril, y esto no es lo que la Patria exige de sus hijos. Me parece, agregué, que ustedes no piensan separase de la causa del pueblo, sino hacer presión sobre mi ánimo para que precipite | 140 |

| DE PUÑO Y LETRA |

el movimiento, lo cual no conseguirán, pues bajo mi dirección la revolución no estallará sino cuando tenga casi la seguridad del triunfo; lo demás es impaciencia peligrosa, que nos expone a grandes sacrificios estériles, a retrogradar nuestra causa de principios y a consolidar en el poder a los mercaderes que nos proponemos derribar. Conmovido y llenando de alegría a su noble padre, me interrumpió: “No nos separaremos de usted, doctor, efectivamente, queríamos precipitar los sucesos, creyendo que se postergaba el estallido por negligencia o por desconfianza en los cuerpos. Estoy seguro que los oficiales de artillería seguirán la causa del pueblo, como la sigo yo desde ya”. Al día siguiente me comunicó que todos los oficiales de su regimiento seguían la revolución. El espíritu revolucionario era poderoso, hasta la tropa de los cuerpos estaba entusiasta por la causa del pueblo. Sin que ningún oficial hubiera comunicado nada a los soldados, éstos sabían que se conspiraba contra el gobierno; les gustaba la causa, y se entusiasmaban leyendo con placer los diarios opositores más radicales, que compraban con su propio dinero y oían luego al lector en círculo. Este espíritu revolucionario estaba en el ejército, en la policía, en el comercio, en las clases conservadoras, en los centros sociales, en la capital, en las provincias, animaba a los viejos, a los jóvenes, y hasta a las mujeres y a los niños. Todo clamaba por que se derribara con las armas el infame unicato. Ya conoce usted estos trabajos revolucionarios, cuya historia completa requiere un grueso volumen. Por ellos la causa de la revolución contó con el pueblo, que pronto iba a revelar su entereza para el combate; con el regimiento 1º de artillería de línea; con los batallones 1º (en viaje al Chaco), 5º, 9º y 10º,Ingenieros, dos compañías del 4º, los cadetes mayores del Colegio Militar; y con casi toda la escuadra nacional. Quedaban en contra, a favor del Gobierno, el 6º y 11º de caballería, el 4º, 6º, 8º, 2º de infantería, cuerpo de Bomberos y la Policía, que contaba con 3.080 vigilantes, muchos de pelea aunque dispersos en las comisarías. Nos pareció en la Junta que, como nosotros teníamos que llevar el ataque cuando lo juzgáramos oportuno, era también otra ventaja el poder sorprender al enemigo, porque, así inutilizaríamos muchas fuerzas adversas batiéndolas en detalle y de sorpresa. Hecho el balance de las fuerzas revolucionarías y gubernistas, no vacilamos en considerar bastante seguro el triunfo, y nos lanzamos a la Revolución. En política el movimiento revolucionario iba a ser radical; ningún mal funcionario del tiempo de Juárez quedaría en su puesto conspirando contra el bienestar público. La Capital, la Nación y las provincias experimentarían ese cambio benéfico, en todas las ramas administrativas, y el Congreso y las Legislaturas de los Estados serían compuestas por verdaderos y genuinos representantes del pueblo. El juarismo había envenenado todo nuestro ambiente y era necesario un huracán para purificar esa atmósfera que nos rodeaba, que nos asfixiaba, que nos envilecía. Era el momento supremo en que la entereza argentina nos ponía de pie y nos mandaba a derribar a cañonazos un régimen de opresión y de vergüenza. La revolución iba a implantar en las esferas del gobierno el imperio de todas aquellas reglas fundamentales que hacen el bienestar de los pueblos civilizados y la grandeza de las naciones; la revolución iba a realizar en todas sus partes el programa de la Unión Cívica, y créame que al frente del gobierno provisorio habría tenido, la fuerza de ánimo suficiente para cumplir con mí deber gobernando con arreglo a ese programa y a nuestras leyes. | 141 |

| LEANDRO N. ALEM |

CAMBIO DE PLAN MILITAR EL 26 DE JULIO

La mañana del 26 de julio estaba impaciente en el Parque por la demora de la columna donde debía venir la artillería, pues ignoraba si habrían, sobrevenido serias dificultades o si, el enemigo hubiese atacado la columna. Recordé que el 11 de caballería vigilaba con mucha prevención al 9º, y que tal vez hubiese impedido su salida o se habrían trabado en combate. Sabía qué en la comisaría de Smith estaban más de cien hombres, elegidos, con caballos listos, para vigilar la artillería. En semejante expectativa, envié a mi ayudante Ricardo Oliver a que pasase por el cuartel del 10º, se fijara si estaban allí el batallón, y luego observara si se sentía la marcha de la columna que esperaba, pues como venía la artillería, se haría sentir desde gran distancia. Volvió Oliver y me informó que no estaba el 10º en su cuartel, y que se sentía rumores como de marcha de la columna esperada, en dirección de la Recoleta. Aquellos eran momentos de solemne expectativa y de verdadera ansiedad. Podía descubrirnos y sorprendernos la policía. ¿Cuál era la suerte de nuestros batallones? ¿Habrían salido felizmente a la hora señalada? El reloj estaba en la mano a cada momento. El coronel Irigoyen, que había bajado para observar los alrededores, nos anunció poco antes de las cinco, que el 5º e Ingenieros llegaban al Parque. El 5º venía con un gran grupo de civiles organizados por Torino y Honores, y encabezados por éstos y el teniente Bravo. Al poco rato, al aclarar, llegó la columna revolucionaria a la plaza del Parque, después de una marcha sin ningún inconveniente, pues ni el 11º había agredido al 9º, que salió del cuartel muy temprano para el ejercicio de tiro, ni la artillería había sido atacada por nadie. Los cadetes del Colegio Militar salieron sin ser sentidos. Cuando llegó la columna con la artillería el Parque estaba ya defendido por el 5º, el cuerpo de Ingenieros, sacado por el teniente Ruiz Díaz, una compañía del 4º mandada por el capitán Calandra, que vino de la Casa de Gobierno, y además como cuatrocientos cívicos arriba de la azotea. Todos bien armados, municionados y listos para el combate. La llegada de la columna del norte y cerca de la cual habían sido disputados los doctores Del Valle, López e Irigoyen, al mando del General Campos, nos llenó de satisfacción, pues a pesar de los inconvenientes habían salido con felicidad de los cuarteles los cuerpos, y llegaban al punto de reunión sin haber hecho un tiro. Igual suerte habían tenido las demás fuerzas que estaban en el Parque. Todo me revelaba que habíamos sorprendido completamente al enemigo, que tal vez no se había apercibido del movimiento revolucionario, y en esta creencia me confirmó la circunstancia de que las fuerzas nuestras desarmaron y trajeron como prisioneros a los vigilantes y rondines policiales que encontraron en la marcha. El comandante Ramón Falcón, que estaba autorizado para representar al jefe de policía y tomar el mando de los vigilantes, caso de no encontrarse el jefe en la Central, si llegaba a estallar un movimiento revolucionario, sintiendo algún rumor extraño se presentó al Parque a tomar el mando de las fuerzas que lo guarnecían. Se le dijo que sé aceptaría sus servicios si venía a plegarse a la revolución contra Juárez, y como protestara contra la invitación, pasó preso y desarmado a una pieza interior. Esto me demostraba que el movimiento se hacía con toda suerte, y que en una o dos horas más dominaríamos toda ciudad, ejecutando el plan de campaña aprobado por la Junta anteriormente. | 142 |

| DE PUÑO Y LETRA |

La primera parte del plan revolucionario, aquella que ofrecía serias dificultades y peligros que tal vez hicieran fracasar el movimiento, se había ejecutado matemáticamente y con toda felicidad. Quedaba el segundo y supremo esfuerzo, esto era, atacar inmediatamente al enemigo en la Policía y en sus cuarteles, batiéndolos en detalle y quizá por sorpresa. Veía entonces muy seguro el éxito de la revolución. Gritos de alegría partieron de todos lados cuando llegó la columna al mando del General Campos y en verdad que había sobrada razón para alegrarse. Salí a recibir al General Campos cuando enfrentó la puerta del Parque, y una vez que me informó del movimiento ejecutado con suerte y acierto, le dije que correspondía ahora llevar al instante el ataque al enemigo, cumpliendo el plan aprobado, El General Campos me hizo las siguientes objeciones. Que era necesario que los cuerpos entre sí se conocieran, y se estableciese la verdadera solidaridad entre esos cuerpos. Que hasta podían comer algo allí las tropas. Que ciertas informaciones lo autorizaban a suponer, muy fundadamente, que el 4º y el 6º de infantería de línea, se someterían a la revolución si se les pasaba una intimación enérgica y patriótica. Que ignoraba el lugar donde se encontrarían en ese momento las tropas fieles al gobierno, y temía que si enviaba columnas del ejército, revolucionario en su persecución, fuesen, atacadas por retaguardia y batidas. Que tal vez las fuerzas que se desprendieran del Parque, viéndose aisladas, se desbandasen, aumentando estos temores la circunstancia de hallarse varios cuerpos sin sus jefes. Que, creía que las tropas del gobierno se pasaran en seguida a la revolución, o que muy en breve se les podría rendir fácilmente, evitándose efusión de sangre. Que esperáramos que contestasen a la intimación que me pidió les pasara a los jefes de cuerpos y al jefe de policía. Que si no se entregaban pronto, los haría pedazos con los elementos de que disponíamos. No me preguntó absolutamente nada de la prisión de Roca y Levalle; ni fundó sus objeciones a seguir el plan trazado, en esa circunstancia de la falta de prisión de los generales referidos. Yo asentí a las modificaciones del plan militar revolucionario, que en aquel momento supremo, me hizo el general de nuestro ejército, invocando la serie de argumentos referidos y otros por el estilo; y en consecuencia envié las intimaciones a los jefes de cuerpos de gobierno y el jefe de policía. Reconozco que fue un error de graves consecuencias, el haber aceptado yo estas modificaciones al plan militar combinado con todo acierto de antemano; pero como se trataba de operaciones de guerra, a las que el general del Ejército ponía tantas objeciones terminé por ceder. Para mí, el fracaso de la revolución consistió en no haberse ejecutado él plan militar hecho por la Junta Revolucionaria. Comprendiendo ahora la inmensa trascendencia que tuvo esa modificación del plan referido, veo que debí someter a una junta de guerra esa modificación tan radical del movimiento revolucionario, y no aceptar yo solo semejante responsabilidad. Por el cambio de plan, de dueños de la ciudad que debíamos ser tan luego como llegaran las fuerzas al Parque y, atacaran inmediatamente a la policía y las tropas gubernistas, apenas dominamos la plaza del Parque y sus adyacencias, dejando la ciudad en poder del enemigo, que reaccionó en seguida de la sorpresa y nos llevó el ataque, sitiándonos más tarde. Lamento que los jefes subalternos no me reclamaran del cambio ni me pidieran junta de guerra. Después he sabido que reclamaban a Campos la ejecución del plan, y él les contestaba como a mí, que pronto iba a llevar el ataque decisivo. Entiendo que igual contestación dio a otros miembros de la junta que aisladamente le interrogaron. | 143 |

| LEANDRO N. ALEM |

Las fuerzas del gobierno nos atacaron de 8 1/2 a 9 de la mañana, habiéndoseles dejado más de dos horas, a causa de las modificaciones del plan propuestas por el General Campos; nos atacaron formando línea de cantones ocupados por vigilantes, y nosotros hicimos otro tanto, quedando ya reducida la revolución a defenderse en el Parque y sus inmediaciones. Empezó el fuego bastante fuerte, y yo creía que sería el combate decisivo, porque no conocía las líneas militares. No hablé con el General Campos en las primeras horas del combate; después me dijo que el combate iba bien; que pronto concluiría la batalla, porque tenía dominado al enemigo. Así se perdió el 26 hasta que al anochecer cesó el fuego de ambas líneas. El 26 a la noche, observé que entraban al Parque nuestras fuerzas de artillería, mejor dicho, me lo hizo observar el coronel Espina, y preguntándole al General Campos la causa de esta operación, me contestó que tenía fundados motivos para creer de que al amanecer las fuerzas del gobierno traerían un ataque decisivo, que deseaba facilitarles el ataque retirando las fuerzas y que con igual propósito había hecho retirar las fuerzas avanzadas. Creía que encajonado el enemigo en una calle o en una plaza, le sería fácil combatirlo. Pareciéndome raro el plan, le observé que juzgaba inconveniente el retiro de las piezas; pero él me replicó: “Déjeme, doctor, facilitarles el ataque, y verá cómo, en cuanto se encajonen los hago pedazos”. Durante el 26 y en la misma noche estaba seguro que si el enemigo nos traía un ataque decisivo, la victoria sería nuestra; por esto no hice más objeciones al general, sobre la reconcentración de la artillería dentro del Parque. Como yo no recorría las líneas militares, ignoro por qué no avanzaban rápidamente nuestro tropas cuando el enemigo retrocedía o era batido. Los informes que recibíamos del General Campos eran muy buenos. Creo que no se tomó el Arsenal porque en el Parque debía haber 560.000 tiros, y porque no se dominó ampliamente la ciudad, como estaba convenido en el plan hecho por la Junta, para lo cual había suficientes municiones en el Parque.

FALTA DE MUNICIONES.

Según los informes que tenía la junta, en el Parque debían existir 560.000 tiros de Rémington. El domingo 27 empezó el combate muy temprano, con un ataque que nos trajo el enemigo. Un fuego vivísimo se continuó en las primeras horas. En un principio yo creí que traerían el asalto de que había hablado el General Campos la noche del 26, y que todo concluiría pronto; pero me desagradó el que se prolongara el fuego tan nutrido hasta cerca de las diez de la mañana. Ese mismo día me dijo el General Campos que tenía que comunicar a la Junta algo muy grave. Acabo de saber, nos dijo, que estamos sin municiones; que las que hay sólo alcanzarán para sostener el fuego a la defensiva apenas durante dos horas, y si quisiéramos avanzar no tendríamos más que para cincuenta minutos de combate. Pregunté: ¿Qué municiones tendremos? Habrá como de 35 a 40.000 tiros, me contestó, que se acabarán en ese tiempo de fuego. ¿Cuántas se han gastado?, volví a preguntarle. Como de 120 a 130.000 tiros ayer y lo | 144 |

| DE PUÑO Y LETRA |

que va hasta ahora. ¿Pero, le dije, no había en el Parque 560.000 tiros? Según informes del general Viejobueno me repuso habría esa cantidad; pero según me acaba de informar el señor Pedro Sequeiros, encargado de los depósitos del Parque, resulta que sólo existían 200.000 tiros. Al momento vi que era una falta grave en un jefe militar que no hubiera verificado los elementos de guerra cuando llegó al Parque, pero no quise hacerle recriminaciones en ese momento supremo de rudo batallar (porque el fuego de fusilería y cañón seguía con mucha violencia). Tratamos en la Junta de llevar un ataque definitivo al enemigo, entonces, cuando teníamos diezmadas sus fuerzas y carecía de artillería; pero el General Campos insistió en que semejante ataque sería infructuoso, porque, a lo mejor, se acabarían las municiones, habiéndose conseguido tan sólo un derramamiento de sangre inútilmente. No hagamos, nos dijo, derramar sangre estérilmente; es imposible el triunfo por falta de municiones 1; aun cuando arrolláramos en el primer momento al enemigo, luego quedaríamos con los brazos cruzados, sin más municiones; y yo, les prevengo, que no cargaré con esa responsabilidad; no mandaré el ataque. Creí que cambiar de jefe en ese momento supremo, cuando tendría que saberse la causa del cambio que era producido por negarse el General Campos a llevar ataque decisivo por falta de municiones, traería, seguramente, el desconcierto y la dispersión en nuestras filas, y no me atrevía a nombrar otro jefe. La situación era angustiosa y desesperante. El combate seguía recio, y según los informes y la opinión del General Campos, dentro de dos horas no podríamos responder a los fuegos enemigos. ¿Qué hacer? Entonces, se dijo, veamos un pretexto para ganar tiempo y poder buscar municiones. De ahí vino el armisticio, pedido por nosotros para enterrar los muertos, ocultando la verdadera causa de la suspensión de las hostilidades. Había que aprovechar el tiempo y buscar con toda actividad municiones. En esto se ocuparon cuantas personas se creyeron aptas. Gregorio Ramírez, el doctor José María Rosa, el doctor Arévalo, el doctor Liliedal y usted mismo. Se enviaron cuatro comisiones a la escuadra, el doctor Abel Pardo, que cayó prisionero, los hermanos Páez y De la Barra, con encargo de traer las municiones que hubiese a bordo de los buques. Estos comisionados se comunicaron con la Escuadra. A pesar de todos los esfuerzos para buscar municiones, sólo se consiguió una cantidad escasa para lo que necesitábamos. Ahí tiene usted cuanto ha pasado respecto a la falta de municiones.

FIN DE LA LUCHA Ya he explicado a usted lo que aconteció con las prisiones de los generales Roca y Lavalle. Como lo había pronosticado en la Junta repetidas ocasiones, sucedió que no se arrestó a ninguno de los dos. Ignoro si fue porque los grupos encargados de esa misión delicada no supieron cumplir con su deber, o si esos arrestos dejaron de hacerse por alguna intervención pérfida. En tal situación, la Junta revolucionaria resolvió el lunes 28, reunir una junta de guerra de los jefes y oficiales con mando de cuerpos. Reunida esa junta de guerra les expuse todo lo que había, y les dije cual era la opinión del General Campos, quien les explicaría militarmente | 145 |

| LEANDRO N. ALEM |

nuestra situación, previniéndoles que la Junta revolucionaria haría lo que resolviese la junta de guerra, pues se trataba de operaciones militares; que una comisión mediadora estaba esperando nuestra última palabra, la cual dependía de la resolución que adoptara la junta de guerra, sobre si debía llevarse ataque decisivo, continuarse las hostilidades, o capitular. Concluí insistiendo en que esperaba su resolución, pues la junta revolucionaria haría lo que los jefes resolvieran. La junta de guerra deliberó largo rato; el General Campos insistió en que era inútil toda resistencia; en fin: la junta da guerra, por gran mayoría, adhirió a la opinión del General Campos, creyendo que toda resistencia sería estéril, pues ya el gobierno había recibido poderosos refuerzos y entre ellos el regimiento 2º de artillería que estaba en Río IV. Allí tuvo, lugar una discusión entre el mayor Day y el General Campos, reclamando también Espina, pero fue aquélla la opinión general. Pensamos exigir que todo quedara como antes de la revolución, cuerpos, jefes y oficiales, pero los jefes se opusieron a que pidiéramos nada para ellos; sólo nos dijeron que tratáramos de conseguir que no se dieran de baja a los ofíciales, ni se disolvieran los cuerpos. Nuestra proposición fue ésta: que no se siguiera procesos por los hechos de la revolución, y que los cuerpos y oficiales quedaran como antes del 26 de julio. Como se sabe el gobierno pactó el desarme aceptando estas bases menos la continuación de los oficiales en los cuerpos, lo que se nos hizo creer sería momentáneo. La acción inmediata de la Escuadra en el movimiento revolucionarlo era limitada; produciría más efecto moral que material. Ni el confeccionar la Junta el plan militar, ni cuando se modificó por indicación del General Campos, se tuvo la Escuadra como base de las operaciones de guerra. Al terminar, creo que no debo pasar en silencio un incidente importante. El lunes por la mañana se presentó en el Parque el señor don Máximo Paz, anunciándose a Hipólito Irigoyen. Iniciando nuestra conferencia, Paz me manifestó que iba a ofrecernos su interposición a fin de que la contienda tuviese una solución decorosa y equitativa, sabiendo que nos encontrábamos en situación muy mala. Antes de proseguir, me pareció conveniente llamar a los doctores Del Valle y Goyena para continuar la conferencia. Reunidos todos, el señor Paz repitió su ofrecimiento, y entonces, por nuestra parte, se le pidió inmediatamente que, con las fuerzas de Buenos Aires de que disponía, se pronunciase por la revolución; que así ésta se salvaría sin duda alguna, y con ella se salvaría la Patria, recibiendo un timbre de gloria aquella noble provincia y él, Máximo Paz. Mi corazón está con ustedes -nos contestó-, la revolución es santa, pero graves consideraciones políticas me lo impiden. Insistimos con argumentos fundamentales, pero todo fue inútil. Comprendiendo que su resolución era firme, yo me levantó dejándolo con los doctores Del Valle y Goyena, quienes después de algunos momentos, volvieron con las mismas tristísimas impresiones. El mismo día (el lunes), a la tarde, se presentó el presidente de la Cámara de Diputados, don Máximo Portela, y lleno de contratiempo y entusiasmo, nos anunció que las fuerzas de La Plata venían en camino y en apoyo de la revolución, pidiéndonos que enviáramos un miembro de la junta en su compañía para recibirlas. Mucho dudamos por lo que había sucedido y queda dicho, pero era tal el entusiasmo y la convicción de Portela, que inmediatamente se comisionó | 146 |

| DE PUÑO Y LETRA |

a los doctores Mariano Demaría e Hipólito Irigoyen con el objeto indicado, llevando instrucciones del caso para proceder en combinación y como correspondía. El desengaño fue terrible; las fuerzas venían a ponerse a las órdenes del gobierno nacional. La última esperanza quedó desvanecida. Que la historia pronuncie su juicio y su fallo. Cuando tuvo lugar el desarme y retirada de las fuerzas, usted sabe bien lo que pasó. ¡Cuántas escenas o incidentes conmovedores! Estuve hasta el último momento y he podido presenciar muchos. ¿Para qué contarlos ahora? No es fundamental para esta narración histórica. Contesto, ahora, su última pregunta, respondiéndole ,en mi opinión, el fracaso de la revolución de julio fue debido, casi exclusivamente, a no haberse ejecutado el plan militar combinado por la Junta revolucionaria quedando a la defensiva y sitiados en la plaza del Parque, en lugar de dominar rápidamente la ciudad y en seguida la República. Reconozco la responsabilidad del desastre, y que no sea víctima de verdaderas mistificaciones con que se engaña al público, fijando su atención en fruslerías y detalles sin valor, rodeados de misterio y completamente desfigurados. Yo tuve la nobleza de aceptar, solo, la responsabilidad del desastre de la revolución más popular que se haya hecho en nuestro país. Ahora es tiempo de que distribuyamos el fardo de esas responsabilidades, sobre todo cuando no se sabe apreciar mi conducta y se pretende mistificar al pueblo.

| 147 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 148 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO PRONUNCIADO EN LA MANIFESTACIÓN REALIZADA EN SU HONOR, EL 12 DE AGOSTO DE 1890.

Conciudadanos: Me creo relevado de analizar la justicia y la legitimidad de la revolución como recurso superior de las sociedades, cuando atraviesan por la situación a que habían llevado a la nuestra sus malos mandatarios. Al ser colocado al frente de este movimiento de reacción, con la visión clara de mi responsabilidad y mi deber, comprendí que la hora de realizar ese recurso supremo había llegado, para despejar las sombras, que de día en día y en acción vertiginosa se extendían sobre el horizonte límpido y hermoso de la Patria. La revolución, señores, era inevitable desde que todos los resortes constitucionales, todos los medios de reparación, que constituyen los derechos y las libertades del pueblo, habían sido aniquilados y desconocidos por sus gobernantes. Habiendo consultado a toda la República en sus hombres más puros y pensadores, al mismo tiempo que al ejército y a la armada en sus miembros más distinguidos y caracterizados, adquirí el convencimiento de que la convicción serena de su frente era la expresión, la reclamación del sentimiento argentino cuya sanción y confirmación es notoria en todas sus manifestaciones. Desde entonces, señores, me consagré por completo a la realización de este mandato, que en eco vibrante ha llegado de momento en momento de todos los ámbitos de la República. Y con toda modestia, pero en cumplimiento de mi deber, presento a la consideración pública -para que forme juicio sobre si he sabido interpretar o estar a la altura de tan importante misión- los amplios y honorables elementos que organicé en prosecución de esta reclamación de la Patria, con todo el tino y prudencia que la situación requería, en medio del más vivo espionaje y seguido en todos los momentos.

| 149 |

| LEANDRO N. ALEM |

Si la revolución, señores, no tuvo éxito en el combate, por circunstancias complejas, debo también confesar ingenuamente, que mucho influyó su propia exagerada gentileza, y me es simpático confundirme en esa responsabilidad. La revolución debió estallar en casi la totalidad de la República; pero halagado por la idea de que triunfara sin la más mínima efusión de sangre, si fuera posible, habíamos preferido que solo aquí tuviera lugar, creyendo que la situación que alcanzara determinaría la suerte de toda la República. Yo, señores, me congratulo íntimamente de haber contribuido a que el pueblo argentino se halla levantado unísono con la energía y virilidad de su carácter a protestar, como corresponde, de sus oprobiosos mandatarios, quedando de hoy en más de pie, firme y sereno con la conciencia de su deber, porque a mi juicio, < este el verdadero y fundamental triunfo de la revolución. Sí, señores; lo único que nubla mi espíritu es el recuerdo de los que han caído víctimas de tan sagrado deber y para los que pido la gratitud argentina, aunque comprendiendo que algún sacrificio era indispensable para reparar tan deplorable situación. La revolución iba a estallar otra vez, iniciándose enseguida, mucho más grandiosa que lo que acababa de ser; pero la resolución del Presidente la ha desarmado legítimamente, desde que ella no tenía otro objeto que apartar las obstrucciones que se le hacían al pueblo en el ejercicio de todos sus derechos. Y es necesario no olvidar que la parte principal de la acción le corresponde al pueblo; como es necesario no olvidar tampoco, que los hombres de bien deben unirse; que la opinión pública debe vigorizarse por la cohesión para hacer prevalecer la voluntad nacional en las emergencias futuras de la vida política, ya que la obra emprendida por la Unión Cívica debe ser continuada con la misma actividad y energía del presente, porque el rayo de luz espiritual que el creador ha impreso sobre nuestra frente como Nación, nos impone sagrados y altos deberes en el concierto humano, siendo ésta nuestra tradición gloriosa; y si nuestros padres han concurrido con sus esfuerzos a la conquista del derecho y de la libertad en mía gran parto del continente sudamericano nosotros tenemos el deber de enseñar y difundir ese derecho, conservando siempre celosos el sentimiento de esa libertad en todas sus manifestaciones, perfeccionándonos de día en día, constituyendo una moral propia en todas las esferas de la vida, que sirva de enseñanza y de fuente inspiradora para todos los pueblos, porque nuestra vida política debe ser un certamen de honor y de competencia, y cuando nos hayamos organizado bajo estos severos preceptos morales, y hayamos tomado el puesto que nos está señalado en la marcha del mundo, recién entonces podremos experimentar la dulce y retempladora melancolía que produce la conciencia del deber cumplido en su más alto concepto! He dicho.

| 150 |

| DE PUÑO Y LETRA |

COMUNICACIÓN DEL DR. LEANDRO ALEM AL COMITÉ DE MENDOZA, EL 12 DE AGOSTO DE 1890.

Buenos Aires, agosto 12 de 1890.

Al señor Presidente del club Unión Cívica de Mendoza, Doctor Agustín Álvarez.

Estimado compatriota: He tenido la satisfacción de conversar con el señor José Salas, delegado de ese Comité, sobre la cuestión política en general y particularmente sobre Mendoza y las demás Provincias, y a su pedido voy a condensar en esta nota mis ideas, apuntando al mismo tiempo los procedimientos que en mi opinión deben ponerse en práctica para alcanzar este bello propósito: la organización cívica del pueblo para ejercitar todos los derechos que nos acuerda la Constitución, con entera independencia de las autoridades establecidas. Nuestro país pasa en estos momentos por una prueba difícil, de u cual puede salir triunfante aplastando para siempre la opresión brutal y practicando desde luego el gobierno propio y descentralizado, que nuestra carta fundamental establece, o si los desfallecimientos anteriores continuasen, seguir vegetando bajo el yugo afrentoso del poder personal que imponía el gobierno caído, ejercitado por cualquier otra personalidad. El momento de expectativa y esperanza ha llegado, después de una sacudida terrible de nuestra capital, organizada por la Unión Cívica, que cansada de sufrir mentiras, claudicaciones y rapacidades, estalló airada el 26 de julio, en consorcio con gran parte del ejército y la armada, poniendo a un dedo del abismo el gobierno impopular que existía. La fuerza de la revolución fue tan poderosa, que después de una capitulación, cuyas causas son conocidas y que sólo debía ser una breve tregua, el ensoberbecido jefe del unicato cayó estrepitosamente del mando en medio del regocijo general. | 151 |

| LEANDRO N. ALEM |

Aun cuando se haya derribado un Presidente, la máquina opresiva y corruptora del oficialismo ha quedado armada en las Provincias, y es la energía del pueblo la que debe desmontarla ahora pieza por pieza. El pueblo de las Provincias debe apresurarse a reconquistar sus derechos políticos y su libertad civil también desconocida, convencido que no tiene más salvaguardia que sus propios esfuerzos. No tengo la menor duda de que el Comité que presido prestará eficaz ayuda a todas en esta obra de redención, que exige la destrucción del inmoral mecanismo, que nos ha hecho retroceder moral y políticamente, un cuarto de siglo. La renuncia del Doctor Juárez ha traído al poder al vicepresidente, que ha prometido honradez administrativa, libertad de sufragio e imperio de la Constitución, compartiendo las tareas del gobierno entre sostenedores del régimen caído y representantes de la opinión pública. Recién se ha inaugurado la nueva presidencia y hasta ahora sólo tenemos promesas de reparación, que necesitan ser confirmadas por los hechos. Pero cualquiera que sea la marcha del nuevo gobierno, el pueblo debe entender que su destino depende de sus propios esfuerzos, y que su salvación sólo podrá alcanzarla organizándose rápida y vigorosamente para aconsejar y alentar a los buenos gobernantes, o para obligar a los malos que respeten la ley y se sometan a los fallos de la opinión pública. El pueblo «tiene hoy la conciencia de su poder y de su dignidad, y se apresta con viril energía a impedir que se repitan las vergüenzas del pasado. Ocupa el foro y de allí no será desalojado, ni por la fuerza, porque es dueño de sus derechos, ni por la corrupción bizantina, porque la bandera de la Unión Cívica es la ley y la virtud, la justicia y la moralidad. Esto que ha conseguido el pueblo de la capital en pocos meses de trabajos políticos, deben también realizarlo las Provincias, y ya varios estados comienzan a organizar Comités de la Unión Cívica en todos los centros poblados. La República sabe que el nuevo Partido ha inscripto en su bandera de principios la honradez administrativa, la libertad de sufragio, el régimen municipal, la autonomía de las Provincias y el castigo del fraude electoral y de las malversaciones del tesoro público. Este programa amplísimo, progresista e impregnado de un espíritu esencialmente nacional, lejos de lesionar los derechos e intereses de ninguna Provincia, hará la felicidad de todas, puesto que se propone realizar las más adelantadas conquistas del derecho político. En breve la junta ejecutiva de la Unión Cívica sancionará su estatuto imitando el que rige los grandes Partidos de norte América. Allí se reglamentará la mejor forma de reorganización cívica, para garantir la genuina y honrada representación del pueblo en las funciones gubernativas. Mientras tanto urge que los ciudadanos independientes de todas las Provincias, organicen centros políticos que secunden la acción de este Comité con la bandera impersonal y regeneradora del nuevo Partido que se propone extirpar todos los vicios y los escándalos, haciendo imperar en su lugar la Constitución, la probidad y la justicia. | 152 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Es necesario que todos se convenzan de esta verdad: que el pueblo es el único artífice de su destino. La libertad necesita ser conquistada y conservada por la conducta digna y perseverante del mismo pueblo, y si éste en vez de merecer o exigir con entereza gobiernos libres y honrados, se presta dócilmente a la explotación de círculos menguados o de sus gestiones personales, siempre peligrosas, tendrán el gobierno creado por su inepcia y por su cobardía; es decir, tendrán el gobierno que merezca su propia indignidad. La aurora de un nuevo día nos alumbra, se ha dicho con entusiasmo en presencia de la nueva situación creada por los últimos acontecimientos; pero también es cierto que la aurora no es más que un momento: el despertar del día, correspondiendo al pueblo argentino más que a sus gobernantes, velar porque esa luz de esperanzas continúe iluminando con nítidas claridades el cielo de nuestra Patria, e impidiendo enérgicamente que nuevos nubarrones la obscurezcan. La Unión Cívica entra decidida y activamente a la organización del pueblo bajo su bandera regeneradora en toda la República, y espera que sus esfuerzos no serán estériles porque ha llegado la hora de la reacción suprema, y se trata del bien de todas las Provincias, de la Nación entera. Con el propósito de vigorizar hasta donde sea posible la organización de esos centros, puedo desde luego anunciar a usted, que pronto partirán comisiones especiales a todas las Provincias. Quedo con este motivo de Vd. su compatriota y amigo.

| 153 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 154 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL GRAN MITIN DEL ROSARIO, EL 24 DE AGOSTO DE 1890.

Conciudadanos: Bien venidos seáis a ocupar el puesto que vuestro deber os señala; bien venidos seáis a tomar participación en esta verdadera revolución política y social. Este país había llegado al extremo de ver comprometido 'el honor nacional. No existía más que la dignidad ultrajada, la libertad perdida, la dilapidación entronizada, la esclavitud constituida, y las voces de ultratumba de nuestros mayores nos pedían estrecha cuenta de nuestro silencio, de nuestra conducta, de nuestra debilidad, de sus sufrimientos ante el escarnio y la befa y el absolutismo de los poderes públicos. Hubo un sacudimiento general; despertó la opinión, y el pueblo se ha dispuesto a romper las cadenas que le oprimían: por eso vemos ese estallido de entusiasmo, esa explosión de sentimientos que a todos nos unen en la llama vivificadora del patriotismo. ¡Desgraciados los pueblos que se hallan animados por el sensualismo! ¡Desgraciados los pueblos que no tienen ideales! Por no tener ideales cayó la antigua roma con toda su corte de bajezas y de inmoralidades; por no tener ideales cayó el Perú en la postración más abyecta; por no tener ideales Francia fue esclava de los reyes y pasto de los palaciegos; por no tener ideales la República Argentina ha sufrido la ignominiosa presidencia de Juárez. Porque en momentos de angustia olvidamos estos sagrados ideales, porque hicimos de nuestras comodidades materiales, concentración de nuestros sentidos y aspiración única de nuestros 'espíritus, nos hemos visto vejados, ultrajados y deshonrados en nuestras afecciones más caras, sin que a duras penas asomase- el sonrojo en nuestras mejillas y palpitaran de vergüenza nuestros corazones. Al fin miramos a nuestro rededor, consultamos nuestras conciencias, levantamos nuestras frentes, sacudimos nuestro letargo, nos inspiramos en nuestras convicciones, dirigimos los ojos | 155 |

| LEANDRO N. ALEM |

hacia la bandera de la Patria, y el pueblo ha recuperado su dignidad y se halla dispuesto a sostenerla, aleccionado por el pasado. En esta regeneración política y social, el ejército ha hecho causa común con el pueblo. El ejército está constituido para defender las leyes y las instituciones, no para servir de pedestal a las tiranías; y por eso el ejército, que es argentino, y por lo tanto patriota, al ser hollados los fundamentos de la nacionalidad, al contemplar menospreciadas las libertades y suspendidas todas las garantías, al ver mancilladlo cuanto más noble y más digno y mas santo conservan los códigos del país, al vislumbrar la ruina moral y económica de la República, precipitada por un hombre y una camarilla dueña y señora de vidas y haciendas, se levantó en cumplimiento de su deber y fue a la lucha a pelear y a morir por la causa del pueblo, que era su causa: por la ley y por la libertad! Nos hallamos en los principios de la senda colocada frente a nuestros ojos, y es necesario recorrerla hasta el fin, en todas sus escabrosidades, a costa de todos los sacrificios, como corresponde a nuestra historia y a nuestros antecedentes nunca desmentidos ni manchados. Dejad esa tendencia de esperarlo todo de los gobernantes y grabad en vuestra conciencia la convicción de que este proceder rebaja el nivel moral de los pueblos. Cuando un hombre esté en el poder, necesita el consejo, el apoyo, el cariño y el aliento de sus gobernados, que han de ser sus amigos, no sus vasallos; pero si ese hombre se olvida que se debe al pueblo y no respeta derechos ni constituciones, el pueblo tiene la obligación de recordarle los deberes de la altura, e imponerle su soberanía, si no por la razón, por la fuerza.

| 156 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"RADICALISMO", EL 5 DE JULIO DE 1891.

El radicalismo es una palabra de fresca data en nuestro vocabulario político. Nació después del 26 de julio. Hasta entonces los que combatían al gobierno en nombre de la moral y de la Constitución se titulaban opositores o cívicos, y esa divisa bastaba y sobraba para que el pueblo supiera lo que se ofrecía y el gobierno entendiera lo que se reclamaba. Hoy han cambiado los tiempos y con los tiempos el valor de las palabras, a tal punto que pedir ahora lo elemental en materia de libertad y garantías electorales es una intransigencia tan grande, y una temeridad tan impertinente, que ya no puede hacerse con la sencillez de los tiempos viejos. Para tan poca cosa es necesario titularse radicales. No es otro el origen del radicalismo de la Unión Cívica. No se ha modificado un principio, no se ha alterado una sola de las declaraciones que constituyeron el programa primitivo, y sin embargo, por una imposición inevitable de las circunstancias, para sostener hoy lo que se sostuvo ayer es necesario llamarse de otro modo. Da pena encontrar una explicación tan sencilla para algo que debía ser mas complicado, porque ella revela con dolorosa trasparencia la obra de relajamiento y de corrupción que han intentado sobre el carácter nacional los que han predicado a toda costa y con olvido de todos los deberes tolerancia para un gobierno incalificable nacido a la deslealtad y la intriga, consolidado por el concurso de prestigios ficticios, que han vivido mintiendo eternamente para conseguir ocultar la realidad de la obra pérfida con las apariencias de promesas y declaraciones tan solemnes como falsas. Ya puede ahora apercibirse el pueblo de como lo han enga- nado. Sus derechos son tan ilusorios como en tiempos de Juárez y si no se resigna a que su candidato llegue al triunfo bajo el vergonzoso patrocinio de gobernadores y ministros, tendrá que conformarse, quiera o no quiera, echarlas de radical y de radical radicalismo si es que acaso un día no se e ha ocurrido aplaudir a un senador también radical, en cuyo casa es demagogo, intransigente populachero, y energúmeno. Demagogia, ¿Por qué? | 157 |

| LEANDRO N. ALEM |

¿Porque se predica la lucha legal? ¿Porque se quiere que el pueblo este alerta y no enervado para que rija el mismo sus destinos y no tomen si tutela protectora de oficio que lo negocian y lo aprovechan? ¿Porque no se acepta como bueno lo que se rechazo ayer como pésimo? ¿Porque no se proclama la infalibilidad de un gobierno que reincide en todos los vicios que se combatieron como vergonzoso? ¿Porque se resiste oficializaciones de candidatos populares y reconocimiento de derechos electorales a gobernadores y ministros? No se encierra otra demagogia en la propaganda del civismo radical. Pero es mucha candidez tomar el calificativo a lo serio. Es otro su origen. Como es un calificativo evidentemente impopular el que consiga arrojarlo sobre el enemigo lleva una buena ventaja en la jornada. Juárez invento la oposición sistemática con idéntico objetivo. Quería empañar la bandera opositora con un tinte de intransigencia estrecha y de inservibilidad egoísta ante los desastres nacionales, y alejarle las simpatías de los elementos conservadores que velan por la causa del orden. Los enemigos de Juárez que hoy gozan la herencia, si bien maldicen su recuerdo, siguen sus ejemplos, y este maravilloso descubrimiento de la "demagogia" no es sino la transformación en beneficio propio de la "oposición sistemática" olvidada. Y además de demagogia, intransigencia. Intransigencia ¿por que? Porque no se cree en Roca, porque no se cree en Pellegrini, porque se piensa que las que han vivido engañando el pueblo en provecho propio, no se arrepienten en un día. Intransigencia porque se tiene asco de codearse con los ladrones públicos y de reconocer como legitimas las mas escandalosas usurpaciones de los derechos políticos. Día a día se están produciendo hechos notorios que exhiben sin dejar sombra de duda lo que va a ser el porvenir si se consolida con una política de transacciones al actual gobierno. Desde agosto hasta ahora los tenemos repitiéndose a cortos intervalos, como avisos providenciales para sostener siempre la atención alerta. Las sangrientas inscripciones del Rosario, donde los marineros, de la "Bermejo" y los soldados del 3º de línea dejaron un atrio sembrado de muerto y herido crimen hasta hoy impune— las elecciones de Córdoba, las elecciones de Mendoza, los salvajismos de Corriente, los actuales atentados de Catamarca y las distintas conciliaciones provinciales, vuelta siempre en perjuicio del pueblo, autorizan a proceder como procede la Unión Cívica, sin temor de incurrir en errores ni en exageraciones. Afortunadamente, la luz, se va haciendo y día a día se disipa la ilusión de que a la libertad y al bienestar por caminos cortos que los del derecho.

puede llegarse

Esa es nuestra bandera; la misma que flameara en los albores de la Unión Cívica, la que cubrió a los combatientes del Parque, la que alzara, con su triunfo o caerá con su derrota. | 158 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Si para estar con ella hay que llamarse radicales, somos radicales y lo somos casi con orgullo. Es el radicalismo de la consecuencia y de la convicción política. Eso es siempre honroso.

| 159 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 160 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"QUE

TRANSEN

ELLOS,

NOSOTROS

JAMÁS",

DISCURSO

MANIFESTACIÓN DE LA JUVENTUD EN HONOR DEL DR. BERNARDO DE IRIGOYEN, EL 6 DE JULIO DE 1891. PRONUNCIADO EN LA

Venís a decir al país que se acabaron los unicatos para este pueblo; que Buenos Aires no es personalista ni acuerdista, que la moral es una, lo mismo que la verdad y que no es posible dividir las en dos mitades; que el gobierno es del pueblo y para el pueblo y vosotros que constituís el pueblo pensante, pedís un gobierno de formas concretas sin elementos perjudiciales. La lucha política que ahora se quiere ahorrar al pueblo, es la que dio días de gloria y de civismo a Roma, la que dio parlamento libre a Inglaterra, instituciones y vida perfecta a los Estados Unidos y la lucha que se quiere suprimir no puede nunca producir males tales como los que produce el alejamiento y el enervamiento. Los disturbios no hubieran sido tales puesto que no teníamos enfrente elementos constituidos capaces de cerrarnos el paso a los comicios, con la opinión ni con la fuerza, mientras que ahora se nos propone una formula brutal. Nos dicen: o transáis o no os dejamos votar, porque contamos con el oficialismo. Que transen ellos: ¡nosotros jamás! Iremos a la lucha a disputar el triunfo del voto libre; nos sostendremos firmes sin retroceder. Avanzaremos, por el contrario, palmo a palmo; palmo a palmo disputaremos el terreno, y si hubiere catástrofe ellos la habrán producido y ellos cargaran con la responsabilidad.

| 161 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 162 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"INTERVENCIONES FEDERALES", EL 6 Y EL 9 DE SETIEMBRE DE 1891.

Sr. Alem.- Siguiendo un tanto la manera forense, he dividido mi exposición en dos partes: los hechos y el derecho. Acabo de exponer los hechos, a saber: la violación de la ley electoral cometida por el gobernador Guiñazú, en puntos fundamentalísimos, como es la formación del jurado que debía recibir los votos, de tal manera, que nombrando a sus devotos, paniaguados, o como quiera llamárseles, tenía seguro el triunfo del candidato que él indicara. Los artículos a que me he referido, los pongo a la disposición de la Cámara. La intervención de la fuerza nacional y provincial, y la violación de la ley de elecciones, dan por resultado una coacción clara y evidente del acto electoral, causando la intimidación del Partido Popular, al extremo que, la mayor parte de los comicios tuvieron que disolverse, y hubo necesidad de formar mesas dobles, mesas populares, dando, según los datos que tengo aquí, y que pondré a la disposición de la Cámara, el resultado siguiente: en todas partes donde se formaron mesas populares y no se dispersaron por la violencia, el partido popular triunfó con la inmensa mayoría de cinco por uno en los registros. De tal manera ha sido la elección para el partido oficial, que en un departamento cuyo nombre no recuerdo, hubo un diputado elegido por cinco votos, mientras la mesa popular recibía cincuenta en favor de otro candidato. Ha habido dispersión de mesas y votantes, balazos en la víspera de la elección, o en el momento en que se practicaba el acto, sangre inocente derramada, manchando, ¡qué coincidencia fatal!, los registros del diputado a la Legislatura, ciudadano Civit, sangre que parece reflejar sus rojizos resplandores, sobre el diploma que viene hoy a presentar al Senado. Medios de comprobación pedía el señor senador informante de las comisiones en mayoría. Ahí está, señor presidente, la denuncia, como he dicho antes, de la prensa entera de la República. Sí; lo afirmo sin temor de réplica posible: de toda la prensa de la República, prensa imparcial en su mayor parte, respecto de este asunto.

| 163 |

| LEANDRO N. ALEM |

Ahí están esas mismas doscientas firmas que suscriben la solicitud de intervención, doscientas firmas de la parte más distinguida del pueblo de Mendoza, ahí están los partes mismos de los agentes de las fuerzas públicas, como es el del oficial del grupo que mató a ese ciudadano; ahí está, por último, el mismo telegrama impávido, permítaseme la palabra, del gobernador Guiñazú, en que comunicó al ministro del Interior la muerte de ese mismo ciudadano y felicitándole, por sobre esa muerte, del triunfo de su partido. ¿Quieren más medios de comprobación los señores senadores? ¿Qué clase de fórmulas jurídicas se exige para un cuerpo como éste, que es un verdadero jurado, sobre todo en el orden político, ciencia y conciencia? ¿Puede haber la más mínima duda de que se ha ejercido coacción estando allí las fuerzas de línea y de policía desplegadas, rodeando los comicios, en contra, en violación de la ley? Si alguna duda pudiera quedar, ella se desvanece con este decreto que pongo en la mesa del secretario. Yo no sé qué medios de convicción podría tener este cuerpo para persuadirse de que el acto ha sido completamente ilegal, en una palabra, de que el pueblo de Mendoza no pudo concurrir libremente a los comicios y de que esos ciudadanos que han ido a sentarse al recinto de la Legislatura ilegal, de que esa Legislatura no son la emanación directa del sufragio popular, sino individuos nombrados por el gobernador Guiñazú, o por el jefe del Regimiento 4 de línea. Las buenas finanzas, con la buena situación económica, tienen que venir del desenvolvimiento franco y vigoroso y entusiasta, puedo decirlo, de todas las fuerzas sociales; tiene que venir de la confianza plena que haya en el pueblo de que no ha de ser extorsivo en ninguna de todas sus manifestaciones en la vida política y social; de la confianza, por consiguiente, en la estabilidad de una situación normal y constitucional, todo lo cual tiene que provenir de la confianza que debe haber por los hechos producidos, del respeto a la ley, a las instituciones, en una palabra, a la Constitución y a todas las garantías que nuestra Carta orgánica nos acuerda. Este caso de Mendoza, como decía, tiene y debe tener una gran trascendencia, una gran repercusión, puede influir mucho, señor presidente, mucho puede influir en la situación de la República, aunque a primera vista algunos no lo crean, y el Senado debe cuidarse mucho y mucho en estos momentos para mantener con rigurosa severidad todo aquello que afecta a las instituciones y al cumplimiento de la Constitución, y todo aquello que puede también afectar a su propia composición. En estos momentos en que la tendencia centralista está concentrada de una manera alarmante, en que hay una propensión en el Poder Ejecutivo a inmiscuirse en todo, a deliberar sobre todo, a pensar que todo lo hace mejor que los demás, a hacer, en una palabra, un gobierno casi pastoril o patriarcal; en estos momentos en que es indudable que en todos los actos que se están produciendo en las provincias, aquí con la elección de un Senador, allá con la elección de un Gobernador, hay un sistema y un propósito político, el Senado, que es el Juez del Presidente y de los Ministros, el único Juez ante quien pueden ser traídos en cualquier caso, debe comprender cuál es su posición. | 164 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Es sobre este cuerpo precisamente que el Ejecutivo debe tener su vista fija, por la razón que acabo de exponer; porque por la autoridad que inviste sus sanciones pueden ampararlo en sus desviaciones, y porque por el número reducido que tiene, puede perfectamente, sin propósito deliberado, autorizar una dictadura. El Senado, como he dicho antes, es el Juez del Presidente y de los Ministros: el Senado con una tercera parte de sus miembros, puede, de acuerdo con el Ejecutivo –no digo de acuerdo deliberado–, entorpecer todo el movimiento legislativo del país, por la forma de nuestra Constitución. Para insistir sobre un veto del Ejecutivo, saben los señores senadores que se necesitan dos tercios de votos de cada Cámara; por consiguiente, con una tercera parte de la Cámara menos numerosa, puede estar paralizando la sanción de todas las leyes que no sean de su agrado y todo el movimiento legislativo. La situación política, decía, es muy delicada; el caso de Mendoza no es excepcional o un hecho aislado; es el eslabón, es el anillo o los hilos de una cadena que envuelve o está oprimiendo a todos los pueblos de la República; el caso de Mendoza no es más que la ejecución, en un momento dado, o mejor dicho, en el momento oportuno, de un plan y un sistema político imperante, sistema político que es el que conserva el malestar del país.

| 165 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 166 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"TEMAS ELECTORALES", DISCURSO EN LA CÁMARA DE SENADORES DE LA NACIÓN EL 20 DE OCTUBRE DE 1891.

Sr. Alem.- Estando ausente, señor Presidente, leí los telegramas sensacionales que se publicaban en los diarios de las provincias, respecto al desarrollo de los sucesos políticos de la actualidad. Lo primero que llamó mi atención fue lo que acaba de manifestar el señor senador por Buenos Aires. Después de la renuncia de su candidatura, hecha por el general Mitre, vi que el Presidente de la República había corrido presuroso, en compañía del general Roca, a pedirle que desistiese de su resolución, sosteniendo una larga discusión y no venciendo el propósito del general. En seguida vi el telegrama que había mandado el Presidente de la República a los partidos del acuerdo, diciéndoles que se mantengan firmes, que no había peligro ninguno, que el acuerdo seguía y que el candidato que se había retirado y el partido continuarían apoyando con sus fuerzas morales y materiales la política del acuerdo; que ella haría surgir otro candidato, en busca del cual iba el Presidente de la República. Por último vi otro telegrama anunciando que el Senado de la Nación se reunía el domingo con el objeto de solucionar también la cuestión electoral. Yo me preguntaba: ¿qué es lo que pasa en la Capital? Yo no sabía cómo estaban las gentes aquí, qué perturbación de ideas y sentimientos se habían producido: el Presidente de la República buscando soluciones electorales, pidiendo a los candidatos que no renunciaran, diciéndoles a los partidarios que permanecieran firmes al frente del enemigo, el otro partido. ¡Y el Senado de la Nación también tratando de cuestiones electorales! Yo me decía: esto no tiene explicación. He venido aquí, y ahora me apercibo de que había estado hasta cierto punto, en un error respecto a la resolución del Senado; y digo en un error, por cuanto no procedía éste en la forma que anunciaban los telegramas, es decir, que el Senado le daba también una solución a la cuestión electoral, y hasta dejaban entender que había presentado un candidato. Felizmente no ha i n currido en eso. | 167 |

| LEANDRO N. ALEM |

Yo voy a votar en contra de esta minuta, y aun hubiese votado en contra de la presentada por el señor senador Rocha. Yo creo que las cosas deben seguir su curso natural y que todas estas intromisiones, en cualquier forma que se hagan, por parte de los poderes públicos, no dan un resultado eficaz, sino contraproducente. Veo que en esa nota se habla de grandes peligros, de grandes catástrofes o cataclismos, algo así parecido, con motivo de la contienda electoral, y que es necesario que los poderes públicos se inmiscuyan de alguna manera para orientar a los partidos y a los hombres, en una atribución que les es exclusiva, que es el funcionamiento político de más trascendencia que tienen los pueblos, los ciudadanos, puesto que se realiza cuando el pueblo gobierna por sí mismo, y en el cual, por consiguiente, no necesita ni requiere tutelaje. ¿Cuáles son los peligros? ¿Cuáles son estos cataclismos? ¿Por qué se aperciben a la lucha democrática los ciudadanos de la República Argentina? Hay dos partidos, uno frente al otro; van a las urnas. Perfectamente: ese es el único medio de que mantengamos nuestras instituciones; es el único medio de que la vida política y cívica se haga; es el único medio de evitar esta postración que nos iba anunciando ya una gran descomposición, precisamente por no haber vida política ni lucha cívica. ¿Cuál es el peligro de que dos partidos organizados luchen? ¿Que haya disturbios en algún atrio? ¡Pero eso es del resorte exclusivo de los agentes de policía! ¿No ha habido partidos organizados durante mucho tiempo en la República? ¿No se han producido estas luchas, más o menos ardientes, cuyo resultado no es precisamente este orden institucional que tenemos, por el cual la voluntad del pueblo argentino ha querido asegurarse el ejercicio de sus derechos, de su prosperidad, de su libertad, como más o menos deficiencia? Porque, al fin y al cabo, ha sido indudablemente una Constitución embrionaria la nuestra y con arreglo a la cual había que desenvolverse según las exigencias modernas. Esta es la verdad de las cosas; esta Constitución y toda la legislación política que ha venido complementándola, no son sino el resultado de los partidos organizados, de estas luchas democráticas que hoy están alarmando tanto al país. ¿No hay dos partidos organizados frente a frente? ¿Con quién es la lucha entonces? | 168 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Hay un partido popular que tiene su candidato proclamado a todos los vientos, con su programa expuesto a todos los vientos también; nada oculta, es franco, trabaja a la luz del día, es sincero; no le convienen ambages ni las ambigüedades de la política de mentira, que es lo que ha perjudicado siempre a nuestro país. ¿Hay otro partido en las mismas condiciones de lucha? No hay otro partido. ¿De quién es el otro candidato? Ahí viene el punto negro. Si no hay otro partido, ¿el otro candidato de quién es? Digámoslo claro: es del oficialismo, es de los gobernadores de las provincias, manejadas por el Presidente de la República. Tendrán móviles más o menos buenos, no lo discuto: ellos pretenderán que tienen derecho para apoyar candidatos, y sin embargo, eso es mucho pretender y demasiada ignorancia suponer que tal derecho es compatible con nuestras instituciones. Puede ser que presenten un candidato bueno, pero seguramente ha de ser candidato de los gobernadores. Digámoslo con franqueza: es la lucha lo que se quiere evitar; pero la lucha de dos partidos organizados nunca puede perjudicar a ningún país; por el contrario, ha de traerle beneficio. Lo que se quiere evitar es la lucha del partido popular con los gobernadores y con el oficialismo, que quieren impedirle el acceso a los comicios, y, por consiguiente, se teme que la lucha sea ardiente, que esté dispuesto a no dejarse sojuzgar, porque el oficialismo le dice: "O transáis y aceptáis el partido de imposición, o no os dejamos votar". Esto es lo que hay, hablando claro, y lo que se debe decir en momentos solemnes como este. Entonces, pues, si desaparece el peligro en el primer momento, habiendo dos partidos de principios, que es lo que he sostenido siempre, no tiene misión la autoridad; si no hay estos dos partidos, y sólo está el oficialismo de las provincias, con el oficialismo nacional, esa minuta es -permítaseme la frase- completamente ridicula. ¿Le vamos a decir al señor Presidente de la República que no tiene derecho a apoyar, ni de proponer, ni de discutir candidatos? ¡Pero si debe saberlo tanto como nosotros! Se lo está diciendo todos los días la prensa ilustrada del país; se lo están diciendo todas las manifestaciones de la opinión. ¡Si esto es de buen sentido! ¿Para qué se lo vamos a decir nosotros?

| 169 |

| LEANDRO N. ALEM |

El sabe perfectamente que hace mal si se inmiscuye en estas cosas; él debe sentir la reprobación de todo el mundo, y precisamente por esa conducta ha fracasado su gobierno. ¡Cuántos beneficios hubiera producido, y cuánto se habría elevado su personalidad política si hubiese sabido colocarse a la altura de la situación y comprendido las exigencias del país! Luego, pues, teniendo estas ideas y estas convicciones, creo que en esa nota hay algo más que ridiculez; prevengo a los señores que la firman y que la han presentado, que salvo completamente sus intenciones y sus móviles, pero sostengo que es una fórmula no solamente ridicula, sino ambigua y hasta falaz. Hacer esta manifestación al pueblo de la República es como decirle que se van a garantizar sus derechos y, a la vez, que van a continuar los avances del oficialismo, pues en un renglón se afirma lo primero y en el que sigue se dice que hay grandes temores de perturbación; que hay peligro; que el pueblo abusa de la libertad que la Constitución le da (¡está abusando porque se defiende!) y, entonces, es necesario que el Senado haga algo para apoyar la autoridad del Presidente de la República. ¿Cree el Senado que esto va a causar quietud, que va a calmar los ánimos, que va a dar esperanza de libertad? Está completamente engañado. Va a dar un resultado contraproducente, puedo asegurarlo. Desde el momento que esta minuta se pase al Poder Ejecutivo, es muy posible que produzca una verdadera alarma en todos los pueblos de la República, porque están perfectamente convencidos de que será una política de opresión y de violencia la que se ejercerá en los actos electorales; y entonces el Senado, que hasta ahora ha sido prescindente, va a tomar una participación, una responsabilidad en cuestiones que no son de su incumbencia. El Presidente de la República, el Senado y todos los poderes públicos saben lo que ocurre en el país: es un movimiento de opinión que se produce; el pueblo quiere que se respete su derecho, quiere libertad; nada más. Deje que siga su curso, que siga su corriente natural. ¿Por qué se le va a aconsejar que proceda de esta manera o de esta otra? ¿O se va a ejercer tutelaje sobre los ciudadanos y los partidos? ¡Si no debe haber tutelaje en ningún sentido! Los tutelajes en estas cuestiones, señor Presidente, son deprimentes, y en lugar de llevar las cosas por su corriente natural, siempre se producen desviaciones. Ahí está la ley fría, severa e imparcial. Si el pueblo abusa de su derecho, tendrá su correctivo. Déjelo que siga su curso, y no se ha de descuidar por cierto con los gobernadores ni con el Presidente para aplicarles también el correctivo que merezcan. El sabe lo que pasa, y si las autoridades abusan de sus atribuciones, ¿cree el Senado que esta minuta será un moderador que pueda contenerlas?

| 170 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Si sabe que están abusando; si tiene conciencia de que están inmiscuyéndose en una cuestión que no es de ellos, sino atribución exclusiva del pueblo; si están haciendo política partidaria; si los gobernadores y el Presidente forman un club político electoral, ¿para qué sirve esta minuta? Para que suceda lo que ha ocurrido con otras: para que se deprima la autoridad del Senado, tomando el Presidente la nota y arrojándola al canasto (donde creo que hay muchas), o interpretándola, escudriñándola bien, sacándole lo que entre líneas debe haber, pueda presentarse en seguida al Senado haciéndolo responsable de los nuevos abusos que puede cometer. No quiero hacer una discusión. Son éstas las razones que tengo para votar en contra. Podría extenderme en muchas otras consideraciones; pero, como no hay un debate producido, no quiero hacerlo. Si eso sucede, es posible que vuelva a tomar la palabra y hable más largo y tal vez más claro.

| 171 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 172 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"DISCURSO EN EL SENADO DE LA NACIÓN", EN 1891.

Voy a abreviar cuanto me sea posible y voy a tratar también de salir de esta cuestión escabrosa de la política. Se ha dicho, con razón, que hay un malestar en el país, y se ha agregado que la revolución está en todas partes. Ciertamente, hay un gran malestar en el país, y la revolución está en todas partes;lo que falta averiguar es la causa de este malestar y quiénes son verdaderamente los revolucionarios. Para mí, los revolucionarios son los que conculcan las leyes, los que tratan de subvertir nuestro sistema, los que avasallan las libertades públicas y los que ponen, por consiguiente,al país en una situación anormal e inconstitucional, que tiene que producir necesariamente este estado de inquietudes y de agitaciones, este malestar que se siente. Los que combatimos el sistema que aún impera, no somos propiamente los revolucionarios; somos los conservadores: de nuestra revolución puede decirse lo que decía Macaulay de la revolución inglesa, comparándola con la francesa. La Revolución francesa conmovió la sociedad entera y llevaba completamente una innovación profunda en el orden político, en el orden social y en el orden económico;la revolución inglesa no hacía otra cosa que defenderse de las usurpaciones, del despotismo de la Corona; esto es, buscaba el restablecimiento de sus libertades y de sus instituciones; buscaba la situación normal de que la había arrancado Carlos II con sus obcecaciones,con los malos consejos que había recibido, con todas las usurpaciones que había hecho en el Parlamento. Es posible que cuando no hay el franco ejercicio del derecho al desenvolvimiento normal de las actividades individuales y colectivas, cuando las garantías que la Constitución acuerda, cuando el derecho más sagrado, base de nuestro sistema republicano,que lo es el derecho del sufragio, cuando todo está desconocido y avasallado, ¿es posible que haya bienestar en el país, es posible obtener la paz que se busca? No se obtendrá la paz verdadera, no se obtendrá la paz benéfica y fructífera, que es la que procedede una situación normal, del ejercicio franco del

| 173 |

| LEANDRO N. ALEM |

derecho; podrá obtenerse el quietismo obligado, podrá obtenerse el silencio sombrío, el silencio y la paz de las tumbas. Y por eso es, señor presidente, que se siente este malestar, por eso es que todos esos gobernantes, como he dicho antes, en guerra abierta contra el pueblo, están, como los criminales, viendo a cada paso y a cada momento y en todas partes, la sombra del agente de justicia. Por eso sueñan con conspiraciones y con grandes complots; por eso inventantantas fábulas, y por eso comunican al Ejecutivo Nacional tantas patrañas. Soy revolucionario ––debo confesarlo con franqueza––, soy revolucionario en el alt oconcepto de la palabra; no hago profesión de la Revolución ––sé perfectamente que es un recurso extremo y un derecho supremo de los pueblos––; es la ley natural: Lexnon inscripta, lex nata est, como decía Cicerón. Es la defensa legítima que se hace por los pueblos como se hace por los individuos; y este derecho está reconocido por todos los constitucionalistas, porque cuando un poder extralimita sus funciones, cuando quiebra por su base el sistema político que rige los pueblos, sistema que ellos se han dado para garantía de sus derechos y de sus libertades, ese poder ha perdido su autoridad, ha salido de la fuente de la ley, y por consiguiente, se ha colocado en las condiciones de un verdadero agresor. He ahí un hecho innegable. El partido popular es el partido más poderoso, es la única fuerza organizada que existe en toda la República. No hay, señor presidente, a sufrente otra organización política en tales condiciones; no hay tal partido gubernista. ¿Dónde están, si no, sus centros? ¿Dónde están esas manifestaciones poderosas de la opinión? En ninguna parte las veo. ¡Cuánto tiempo y cuánto trabajo se está empleando para restablecer, o mejor dicho,para elaborar tal vez, permítaseme la frase, para fabricar ad hoc un partido especial, con propósitos políticos determinados! El partido popular es el único que existe en toda la República. ¿Y por qué el partido popular hasta ahora ha podido desenvolverse libremente? ¿Por qué el partido popular no ha podido en ninguno de sus actos electorales triunfar en ningún Estado de la República?¿Habrá sido por cobardía de los pueblos? ¿Habrá sido por negligencia o porabandono? Estamos observando lo que pasa día a día y a nadie se le ocurre eso. Está luchando brazo a brazo; pero es, señor presidente, que está luchando con el inmenso poder de la Nación. El señor senador por Santa Fe quería hacerme un cargo, diciendo que yo disculpaba al pueblo de Mendoza por no haber tenido la altivez y la energía necesarias para resistira doscientos hombres de línea. No eran doscientos hombres de línea los que habíaen Mendoza; no eran cincuenta hombres de línea los que había en Catamarca; noeran doscientos hombres de línea los que había en Córdoba; no eran veinte hombres delínea los que había en tal otra provincia. Es que, tras esos doscientos hombres de línea,estaba todo el Ejército de la Nación; es que estaba toda la autoridad de la Nación contra ese partido, y cuando el pueblo sabe y tiene conciencia plena de que doscientos hombres de línea están a disposición del Gobernador que quiere ganar una elección y formar una Legislatura, o que quiere dejar a un sucesor en su puesto, es inútil, señor presidente,exigirle que vaya a un sacrificio estéril, porque si en el primer momento logra avasallar esas fuerzas más o menos débiles por su número, sabe que, | 174 |

| DE PUÑO Y LETRA |

inmediatamente,la autoridad nacional comprometida, e irreflexivamente comprometida, irá sobre ellos y los anonadará completamente. Pero hoy aconseja el patriotismo, se decía, aceptar esta situación, aunque sea de hecho,y es prudente y patriótica la conducta del Ejecutivo Nacional distribuyendo las armas de la nación por todas partes para sostener a esos agentes que, como he dicho antes,están en guerra abierta contra el pueblo. El hecho, la fuerza, para de ahí sacar los resultados que convengan a políticas determinadas. Yo no entiendo el patriotismo de esa manera; no creo que transando con situaciones de esa naturaleza, transando con los que conculcan las leyes, transando con la inmoralidad política, pueda nunca resultar un bien para el país. Eso puede convenir y ser la política de los hombres hábiles, de los hombres prácticos que suelen llamarse hombres de Estado y que yo podría decir que son los pescadores de río revuelto. Siempre aparecen, en situaciones como la que atravesamos esos hombres prácticos,esos políticos sabios, aceptando los hechos consumados, aceptando las situaciones establecidas,no importa cuál sea su origen, no importa cuáles sean los principios que estén comprometidos. Yo sostengo y sostendré siempre la política de los principios: caiga o no caiga, nunca transaré con el hecho, nunca transaré con la fuerza, nunca transaré con la inmoralidad, nunca transaré con los conculcadores de las instituciones y de las libertades públicas. Nunca esperaré el desenlace de ciertas situaciones para entrar en ellas; he de luchar siempre como fuerte y como bueno, sean cuales fueren los resultados, porque para mí la idea moral es la única que puede regenerar la sociedad. Sí, estoy de acuerdo con el señor senador por Santa Fe: este pueblo estaba en una gran postración; había indudablemente elementos para el incondicionalismo, incondicionalismo que no ha sido de éste ni del otro año, sino que ha venido germinando desdela administración que nació en 1880, que fue la que inició todos estos ataques a nuestras instituciones, y todos los ataques a la moral política y a la moral administrativa,administración de la cual alguna vez formó parte el señor senador por Santa Fe. Sí; este pueblo estaba preparado, yo lo he dicho en una ocasión solemne, para la opresión; la corrupción estaba en todas partes y la peor de las corrupciones, porque descendía desde las altas esferas gubernamentales y penetraba y se infiltraba por así decirlo, en todas las clases sociales: esa funesta corrupción que todo lo desconcierta y aniquila, que lacera todos los corazones, que destempla todos los caracteres, que gangrena todas las inteligencias; esa corrupción funesta que deja a los hombres sin ninguna noción de lo justo,de lo honesto, de lo lícito, y que, haciendo del interés personal y de los goces material esel único objetivo de la vida, arrastra a los pueblos como cadáveres al pie de todas las ambiciones y de todas las tiranías. Para atacar este mal vinieron el movimiento reaccionario del 13 de abril y el revolucionario del 26 de julio, íntimamente ligados, porque, dígase lo que se quiera, la revoluciónde julio no es más que el producto del movimiento popular del 13 de abril, en el frontón de Buenos Aires.

| 175 |

| LEANDRO N. ALEM |

Estoy conforme con el señor senador en que una vez que se haya despertado la opinión pública y se haya producido esta resurrección del espíritu cívico, debemos alentarlode todas maneras; pero debemos hacerlo, no con la propaganda y las doctrinas de él, sino con la doctrina nuestra, para que se mantenga firme en el sostenimiento de sus derechos, fustigando y reprobando a los que conculcan las leyes, persiguiendo a todoslos degenerados y prevaricadores, a todos aquellos, en fin, que de cualquier modo puedan minar nuestras instituciones y labrar el descrédito de la Nación ante la consideraciónde propios y extraños. Sí, señor presidente, es preciso educar a los pueblos, y para ello lo que hace más falta, indudablemente, es el carácter en las clases dirigentes, en aquellos que nos creemos capaces de dirigir a los pueblos, y encaminarlos al bien. ¿Qué vale la inteligencia sin el carácter? Nada. Y de lo que se resentía en ciertos momentos el pueblo de la República era precisamente de eso, del destemple de los caracteres. En este pueblo privilegiado de la inteligencia y del valor, en este pueblo en el quese puede ver en cada oficial de nuestro Ejército la tela y la talla para un héroe en el campo de batalla, en cada estudiante de nuestras aulas las reverberaciones de un poderoso talento, había, sin embargo, falta de caracteres. El carácter es una fuerza, el carácter es la verdadera potencialidad de la personalidad humana; la inteligencia no es más que la claridad, no es más que la luz: es un foco que vierte la claridad, repito, pero que por sí solo no levanta ni siquiera una mata de hierba. La máquina a vapor no alumbra pero va, arrastra, vence todos los obstáculos, avasalla todos los inconvenientes: ése es el carácter. Todos los reformadores, todos los jefes de religiones, todos los jefes de sectas, como bien lo ha dicho el señor senador por Santa Fe, han descollado y se han colocado en esa condición no tanto por su talento sino por su carácter: Moisés, Jesús, Mahoma, Buda, no han sido, señor presidente, grandes inteligencias: han sido grandes caracteres.

| 176 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"INTRANSIGENCIA", EL 1º DE FEBRERO DE 1892.

Todos los días, formulamos el proceso con hechos concretos, que no se desmienten. ¿Que se nos contesta? ¡Intransigentes! Pero es claro; como se va a transigir con el vicio, con el abuso, con la opresión. La bandera principista debe sostenerse, el carácter no debe deprimirse. El oficialismo lo ha corrompido todo, allí están los bancos oficiales sin dinero, porque favoritos impúdicos se los llevaron; ahí están los gobiernos de provincia en poder de candidatos impuestos. Así se pierden hasta las nociones morales. La prensa dice que hay una liga del litoral, que se rompe o no; que un gobernante es acuerdista que no admite listas mixtas, que quiere esto, que repudia aquello. Como si fuera lo normal en la vida política. Se llega a más: se noticia al público que un gobernador manda su coche y su edecán a recibir a su candidato y lo hace alojar en la Casa de Gobierno. Es necesario reaccionar, es necesario salvar al país de estas vergüenzas. Es necesario, que se tenga presente que en otros tiempos, Adolfo Alsina, ocupando la vicepresidencia de la República, fue acusado por un periodista de haber recomendado para una diputación de campaña, y respetuoso con la opinión, busco el juicio que lo vindicara. Así se procede. Otra vez, Sarmiento, el soberbio Sarmiento, tuvo que dar explicaciones porque fue acusado de querer imponer al pueblo, enviando fuerzas de línea a los atrios. Pero esos respetos para la opinión son nimiedades para los gobernantes infatuados, que saben que sus desmanes deben castigarse, porque hemos de persistir en la lucha, sin tregua y sin descanso alguno, hasta conseguir el triunfo de la causa de la justicia. Nada tengo que recomendar. Sabéis que solo exijo sacrificios y solo ofrezco sacrificios. Estáis tranquilos, tenéis conciencia del deber cívico. Cumplidlo.

| 177 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 178 |

| DE PUÑO Y LETRA |

DISCURSO EN LA PRIMERA CONVENCIÓN NACIONAL DE LA UCR, EL 17 DE NOVIEMBRE DE 1892.

Señores convencionales:

Os saludo complacido en nombre del Comité Nacional, al inaugurar este acto político de nuestro partido, constituyendo esta Asamblea que n, por los momentos, las circunstancias, las cuestiones sobre que debe pronunciarse -por su notable composición y por la decisión y firmeza con que todos los centros cívicos de la República que ella representa han respondido a la convocatoria-, tiene que atraer -como atrayendo esta desde luego- la mirada observadora y atenta de propios y extraños; y que -con legitima satisfacción debemos decirlo- acentuara también, con líneas sensibles y profundas, las levantadas tendencias, los enérgicos contornos y los patrióticos propósitos que con la mas alta previsión, al mismo tiempo se haya presentado algún partido político en el gran escenario de la vida publica argentina. Ya sabéis para que señores -después de largo tiempo de labor incesante y de fatiga diaria, de preocupación constante y de sacrificios indecibles, de anhelos y ansiedades por el bien de la Patria- ya sabéis señores, os decía, para que habéis sido convocados y os encontráis reunidos. Dándole una organización permanente y definitiva, debéis al mismo tiempo fijar la marcha política del gran partido al que pertenecéis, en vista de la situación en que se encuentra colocada la República, después de los acontecimientos sensacionales que se han producido desde el momento en que el pensamiento de la reacción moral que forma la leyenda de nuestra bandera, se inicio -acontecimientos que son de publica notoriedad y que doloroso pero necesario es decirlo- se han producido con mengua de nuestras nobilísimas tradiciones, con sombras para el luminoso timbre que el honor nacional ha estampado siempre en todos los actos y en todas las manifestaciones del desenvolvimiento progresivo de la Patria, en su orden interno y externo, con mengua, en fin señores, de aquellas nobles y conmovedoras energías y aquella grande y soberana altivez cívica que distinguieron a esos venerables de la epopeya histórica, que con su virtud, su abnegación y su fortaleza, nos dieron una brillante y robusta personalidad.

| 179 |

| LEANDRO N. ALEM |

No es larga ni pesada la tarea en el sentido del trabajo material, ni esto tendrá significación para nosotros. Lo que el partido y el pueblo espera y desea ver en esta ocasión, por mas de un concepto solemne para la causa de los derechos y de los intereses generales, es vuestra opinión, vuestro voto, vuestra resolución y vuestra actitud, como legítimos representantes y fieles interpretes de los sentimientos y de las aspiraciones que iniciaron y produjeron el movimiento regenerador expresado en aquel breve, conciso y hermoso programa del 1° de septiembre del 89, y que nosotros si, nosotros exclusivamente, hemos guardado puro e intacto si puedo expresarme así. Aquí esta lo trascendental de vuestra misión; pero tampoco pienso que ha de ser, ni pueda ni deba ser para esta Asamblea, materia de graves dudas ni de profundas conclusiones y deliberaciones. Las causas que han producido la depresión de la vida y de la personalidad moral entre nosotros con el enervamiento de la actividad cívica y la declinación del carácter, trayendo como consecuencia necesaria el mas profundo desorden en el funcionamiento de nuestras instituciones, el vicio y la corrupción en la administración de los intereses públicos, el sensualismo repugnante y el escepticismo sombrío en todas las manifestaciones de las corrientes sociales, con las decepciones, las debilidades, las claudicaciones y las apostasías que nos han asombrado mas de una vez, trabajando y minando todo esto, por su base, los fundamentos de nuestra organización, con el descrédito mas deplorable ante la consideración del mundo; las causas, decía, de tanto mal, de tanto duelo, han sido ya perfectamente estudiadas, discutidas y señaladas en esta contienda que la reacción cívica moral ha sostenido y sigue sosteniendo a la sombra de la bandera que nosotros mantenemos enhiesta con sentimiento profundo, con espíritu inquebrantable y brazo vigoroso. Si, señores: esa idea moral, esa tendencia renovadora por así decirlo, que apareció el 1° de septiembre del 89, como una brillante fulguración hiriendo las espesas brumas que cubrían los horizontes de la Patria, que atrajo y condensó el 13 de abril del noventa todas las buenas voluntades y todas las nobles aspiraciones, en torno y al calor de una gran esperanza, la esperanza y el anhelo de una nueva era, de una nueva vida, de un nuevo espíritu que debiera informarnos, impulsarnos y conducirnos, indicaba indudablemente una evolución histórica para la República, siguiendo las leyes sociológicas a que están sujetos individuos, pueblos y colectividades políticas. Si, un nuevo espíritu y una nueva vida. ¡Nuevas generaciones con ideales y tendencias que iluminaron y agitaron toda la República, se presentaban enérgicas e impetuosas, defendiendo las gloriosas tradiciones y protestando contra todas esas funestas teorías y doctrinas malsanas, que habían paulatinamente socavado nuestra existencia política y social, anunciando una verdadera y terrible descomposición! La política de la astucia, de la mentira y de la intriga; la teoría del éxito, del positivismo y del hecho consumado, todo esto proclamado y practicado ya de una manera franca y desenvuelta, sin reservas ni reticencias, demostraban de una manera clara como eran profundas las causas del mal. La política podía marchar y marchaba efectivamente en completo divorcio con la moral, la justicia y la honradez. Era un juego como cualquier otro juego; era una manifestación, | 180 |

| DE PUÑO Y LETRA |

una demostración, un acto de habilidad, cuando no era un acto de audacia brutal para alejar a los otros jugadores. Triste y doloroso espectáculo por cierto, y sus consecuencias no se hicieron esperar mucho tiempo. ¡Cuanto desorden, cuanta vergüenza y que espantoso desconcierto! No era posible soportar mas y desde lo intimo del alma, haciendo vibrar las fibras mas sensibles del corazón, salió aquella protesta airada y enérgica, que como la voz profética de un salvador le dijo al pueblo: “la Patria esta en peligro, levántate si, retémplate, sacude esa inercia, ese marasmo que te envuelve y te deprime; basta ya de cobardías y de humillaciones; modifica si es necesario tu ser moral, domina tus vicios y tus malos hábitos y preséntate otra vez, con la frente coronada por aquella aureola de los inmortales días de la Patria de Mayo…” Si, señores, lo repito otra vez, espíritu nuevo, nueva vida, evolución histórica. Y esta ha sido, como decía al principio, la alta previsión y la gran clarividencia de nuestro partido; y aquí es el momento de decirlo que ha sido también el desconocimiento de estos hechos, mejor expresado, el desconocimiento de las verdaderas causas, del pensamiento genésico, de la tendencia impulsiva de este gran resurgimiento de la vida cívica, que ha llevado a muchos de nuestros hombres públicos a colocarse en la triste condición en que hoy se encuentran, habiendo abandonado la causa popular para confundirse entre las filas de los que arrastraron a la Patria hacia el borde del abismo… Y este es el juicio más favorable que podríamos sentir a su respecto, porque ¿quien sabe si no fueron simplemente débiles y pusilánimes, reconociéndose incapaces de soportar las fatigas y los sacrificios de la gran cruzada? Y por último, señores, quien sabe, si aun comprendiendo la gran trascendencia y la naturaleza de la noble contienda con pasiones y ambiciones estrechas, sin mucho en el espíritu, ni capacidad para actuar y colaborar eficazmente en estas grandes conmociones sociales, sin pensamiento fijo en el futuro; “personalidades accidentales”, muchas de ellas allá se fueron al “momento propicio”, con la teoría del éxito unos con la teoría posibilista, y del hecho consumado los otros. ¿Que importa que el hecho consumado sea un atentado contra las leyes fundamentales del país, sea una inmoralidad que toda conciencia honesta debiera condenar, que importa, si la posición se adquiere, que importa para ellos el juicio público y la estima de los ciudadanos? ¿Que importa para ellos lo que el severo e imparcial historiador ha de decir? Para el criterio sensualista el voto histórico es una irrisión... Y bien señores: la gran lucha que a ligeras líneas os acabo de enseñar, sigue tenazmente empeñada. El partido popular se ha batido hasta ahora heroicamente causando la admiración de todos por su entusiasmo, su decisión y su patriótica perseverancia. Algo así como la luz de una suprema esperanza le conduce. Clara tiene sin duda la visión del porvenir, como la conciencia de sus deberes y de sus responsabilidades por los solemnes compromisos que ha contraído ante el país, digo más, ante las presentes y futuras generaciones. Mucho ha sufrido porque no se ha omitido ningún medio por inmoral y repugnante que fuera con el propósito de batirlo y dominarlo; mejor dicho, con un verdadero afán rabioso por | 181 |

| LEANDRO N. ALEM |

ahogar y extirpar, desorganizándolo, los gérmenes vitales y fecundos que trae en su seno, anunciando que llegara la aurora de un nuevo día, la era de la reparación anhelada. Todo, todo se ha empleado con ese propósito; la persecución sin tregua, la insidia, el vilipendio, la calumnia y hasta el asesinato. Pero allá íbamos siempre y allá vamos; nosotros todos, los que pertenecemos y nos hemos entregado con toda nuestra voluntad y todas nuestras grandes y nobles pasiones a la causa popular; allá íbamos y allá vamos y allá debemos ir siempre altivos, inflexibles e imperturbables, con la mas poderosa y avasalladora de las fuerzas, que es la de una convicción profunda, con la fe inalterable en la bondad y en la justicia de la causa que se defiende. Y dígase lo que se quiera y pese a quien pese, la Unión Cívica Radical se ha impuesto y a ella exclusivamente se deben las cínicas modificaciones que en nuestra viciosa y viciada situación política se han producido. Ha sido nuestro partido el que ha dado un golpe mortal al personalismo deprimente, causa y origen de los unicatos e incondicionalismos corruptores, ha sido nuestro partido el que sincera y lealmente ha buscado, proclamado, promovido y establecido, por así decirlo, la solidaridad nacional, la confraternidad, la armonía, el sentimiento de la Patria, levantándolo al unísono, en todos los pueblos que componen la gran confederación; y ha sido finalmente, nuestro partido que con su propaganda tenaz, con su persistencia intransigente y con la semilla que va sembrando, en todo terreno fértil que encuentra, el que ha conseguido, siquiera sea refrenar los desbordes de un cinismo sin ejemplos, obligando a los mismos autores de nuestras desgracias a replegarse en formas menos repugnantes aunque siempre con la misma intención y los mismos propósitos. Pero no hay que hacerse ilusiones. Estamos todavía al principio de la jornada. Y si el 1º de septiembre del 89, y el 13 de abril del 90, los nobles iniciadores de la reacción cívica lanzaron aquel grito supremo y hasta angustioso, anunciando que la Patria estaba en peligro, ahora, en vista de lo que ha sucedido, de las condiciones de los medios, de los elementos y de las ambiciones con que se ha constituido, y se acentúa y se desenvuelve la situación política ac-tual, razón y deber tenemos para decir al país con la misma energía y la misma sinceridad, que ha informado siempre nuestras manifestaciones y ha determinado nuestra actitud: la Patria esta en peligro. Nunca, creo, que en nuestra agitada vida política, se hayan producido los escándalos y los abusos con que se han establecido los poderes públicos que hoy actúan en la República. La lucha era ardiente, pero noble, leal y abnegada de parte del partido popular, resurgimiento de la actividad cívica, manifestación clara y enérgica del anhelo nacional, con todas las impulsiones y con todas las proyecciones que constituyen la base de nuestro sistema institucional. Ahí estaban nuestros propósitos, ahí estaban nuestras tendencias, y los móviles que nos levantaba. Todo lo confiábamos a la opinión pública y al veredicto de la Nación. El momento era solemne y la Unión Cívica Radical hizo el gran llamamiento toda estaban allí del mismo modo, por los mismos medios, “con igual derecho y para los mismos fines”.

| 182 |

| DE PUÑO Y LETRA |

Y esta exhibición de sus desbordes y esa lucha repugnante que estamos presenciando entre los círculos sensualistas y oficiales, todos ramas de un mismo tronco; ¿podrán señores, alguna vez, formar la base de la reparación anhelada? Aquí, en todo esto, en este cuadro sombrío, nunca. ¿Donde esta entonces, palpitante, tangible por así decirlo, esa reacción salvadora que, comunicando nueva vida al organismo, aliente en los pueblos la esperanza, tiñendo el horizonte con aquellos colores que podrían infundirnos la fe que necesitamos y debe levantarnos a la altura de los grandes destinos que nuestra potencialidad y nuestras ingénitas virtudes nos señalan en el gran concierto de las naciones civilizadas? No, señores; no hay nada que satisfaga ni que aliente siquiera el anhelo y el sentimiento publico, haciéndole entrever la posibilidad de la justicia y de la verdad institucional. No, las victorias que esos círculos del oficialismo en pugna, obtienen recíprocamente sobre sí, son verdaderas derrotas para el país; y cuando de esas victorias no resultan senadores elegidos, unos por las fuerzas (sus parientes) los otros por contrato, la nueva presidencia tiene que someterse a la ley de sus factores que con los puños llenos de verdades relativas, llenos de lodo, acechan sus movimientos para sonrojarlo y obligarlo a callar, si olvidando su origen espurio, pretende, en favor de su circulo predilecto, revisar el de los que le dieron vida y le constituyeron. Y esta es su dura ley. Nacida del fraude -que sus autores se empeñaron en rodear de caracteres odiosos y deprimentes-, su existencia carece de toda base fundamental; como sus palabras y sus actos carecen y carecerán de toda autoridad moral ante el país. Los prestigios del talento y de la honradez personal, son manifestaciones completamente ineficaces y deficientes en el orden político, si falta esa autoridad moral, si la idea no esta servida por un poderoso carácter; y no constituyen, señores, el carácter, las nerviosidades de la ambición, creada por falsas posiciones que “suelen ser la obra y la resultante de un poder reflejo”. En tales casos no hay acción consciente ni concurrente y mucho menos ordenada en el desenvolvimiento tan accidentado de la vida pública. Es entonces el caso de la común y tradicional figura: que la nave marcha sin timón. Debemos luchar sin desfallecimiento. Se lucha por la tumba de nuestros padres, por la cuna de nuestros hijos y por el honor de la Patria. Clarean ya en el horizonte, los albores del triunfo; esforcemos un poco mas el patriotismo argentino, y la Unión Cívica habrá llenado del todo sus grandes deberes para con la República y sus instituciones.

| 183 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 184 |

| DE PUÑO Y LETRA |

"EL PROTECCIONISMO Y EL PUEBLO", EL 27 DE AGOSTO DE 1894.

Los fenómenos de la vida económica que se producen en toda Nación que quiere seguir paso a paso la senda del progreso, se imponen -como ha dicho bien un sabio alemán- lo mismo al observador y al economista, que al ser más indiferente o menos ilustrado de los que pueblan el mundo culto. No existe jornalero alguno, por insignificantes que sean sus luces intelectuales, que no sienta necesidades; que, a esa sensación no se una el vehemente anhelo de satisfacerlas y por último que más tarde o más temprano, no se resuelva airado contra las dificultades que se opongan a sus deseos. ¿Quién puede, por lo tanto, negar que el sistema proteccionista exagerado es la valla fatal que se levanta contra él para que pueda realizarlos? Por donde quiera que se explaye la mirada, no ve otra cosa que expoliación, monopolio y desequilibrio, éste producido por la desproporción que existe entre el jornal o el sueldo que gana y la carestía de la vida, y aquellos por que se les obliga a adquirir los productos de las llamadas industrias nacionales, un veinte, un treinta o un cincuenta por ciento más caros que los que le costarían los similares extranjeros, si el costo de éstos no estuviera recargado por derechos aduaneros esencialmente prohibitivos. Al volver a su hogar, fatigado por el trabajo rudo del día, sólo podrá apagar su sed con los vinos así llamados, por la facilidad con que, como tales, se presentan a favor de la guerra de las tarifas, mantenida contra los vinos importados, y satisfacer su apetito con un mezquino pedazo de carne de pulpa, pues ¿quién ignora que el precio de la carne -sin ser artículo importado- no está hoy al alcance de todos los bolsillos? Querrá, recordando la patria ausente, regalarse con un tarro de conservas alimenticias procedentes de ella y no podrá realizarlo, porque esas conservas, cuestan, como vulgarmente se dice "un ojo de la cara", y tendrá que sufrir resignando su impotencia, o adquirir las indígenas, al mismo precio, o tal vez un veinte por ciento más caras, que el que podrían costarle las importadas. ¿Quiere cubrir su cabeza con un sombrero europeo? ¡Imposible! Ya no vienen sombreros de Europa más que para los potentados, para los que pueden pagar por ellos veinticinco y treinta presos. Tiene que usar forzosamente los del país, que se expenden generalmente encubiertos bajo la máscara extranjera, hecho que viene haciéndose con la doble idea de favorecer al | 185 |

| LEANDRO N. ALEM |

intermediario entre el producto y el consumidor, o para que se vea la hilacha del producto. Como no puede pasarse sin calzar sus pies, apelará al primer zapatero que encuentre en su camino y ¿qué le sucederá? Que tendrá que mandar a hacerse los zapatos con cuero del país, en cuyo caso expondrá a llevar, al mes, los dedos a la intemperie, o con cuero extranjero, lo cual triplicaría el precio de costo. ¿Debemos seguir en este camino? ¿Debemos penetrar en mayores detalles? No lo creemos, sino que, antes por el contrario, juzgamos que son suficientes los raciocinios hechos para llegar al corolario a que nos proponemos llegar, Deo volente. Hay algo más grave todavía par que nos quejemos de los fuertes derechos con que se gravan los artículos de principal consumo, al ser introducidos en el país, y para que procuremos las mayores ventajas y concesiones posibles; sin que por eso seamos de opinión de que deben de abandonarse a sus propias fuerzas y recursos aquellas industrias que pueden ser, en plazo más breve o más dilatado, manantial de riquezas y fuente de prosperidad para la República. El aserto no puede ser más erróneo. La ciencia económica, no el empirismo, aconseja que inmediatamente que se vea la llaga en cualquier sistema económico, se aplique el cauterio. En la épocas de normalidad financiera, no hacen falta los financistas para gobernar el timón de la hacienda pública, sino ciudadanos de buen sentido y de mejor intención que los ad usum patriae. Los financistas se han hecho para las grandes crisis, para los períodos de desequilibrio; para los momentos de desolación y angustia, para los días en que de resultas de esas crisis y de esos desequilibrios financieros, el orden social puede verse amenazado. Fue suficiente que en Norte América produjera una crisis bancaria -oportuna y sabiamente conjurada- el bill proteccionista a que dió nombre su autor Mr. MacKinlay, para que inmediatamente que escalaron el poder otros hombres, se cambiara rotundamente de sistema. Nosotros debemos hacer lo propio, en vista de que la crisis que atravesamos no es, como se quiere hacer creer, un cuarto de hora ingrato en la larga vida de la República. La crisis que consume nuestro organismo, que anula toda iniciativa, que desmorona todo cálculo y que aleja al inmigrante, lo mismo que al crédito, público y privado, está en pie desde hace cuatro años, y a cada día que transcurre, presenta proyecciones más vastas, al extremo, de que son muchas las personas que temen, con serios fundamentos, que degenere en social, mientras no se ataquen de frente las dos principales causas que la originan: la fluctuación constante que sufre en su valor venal la moneda fiduciaria y la cesación absoluta del sistema proteccionista, ciego, exagerado y absurdo que nos rige. Sin ambos casos no se restablecerán las corrientes migratorias de que tanto hemos menester, para poblar nuestras tierras y aún para levantar las próximas cosechas; ni tras ellas vendrían, como es lógico suponer, los capitales que el país necesita para su completo desarrollo, para que dejemos de ser -como se ha dicho muy razonablemente- una nación embrionaria. No; el abaratamiento de los artículos indispensables para la vida, no condenaría a muerte a ciertas industrias embrionarias, porque cuanto más barata fuera la vida para el obrero, mayores serían sus esfuerzos para que la industria en que ganaba su sustento llegara a todo su apogeo. ¿Es justo, es legal, es equitativo, despojar a la colectividad, para que vivan, prosperen y se enriquezcan media docena de industrias? Y, es aquí donde viene, como anillo al dedo, el corolario de que hablamos, o para que se nos entienda mejor, donde cuadra perfectamente el | 186 |

| DE PUÑO Y LETRA |

estudio de las consecuencias lógicas a que puede dar lugar, la prosecución del sistema proteccionista. No habrá una sola persona medianamente sensata, que nos niegue uno de los efectos de la fijación de los derechos de aduana a oro, y la elevación gradual de las tarifas aduaneras ha producido, conjuntamente con la desvalorización del billete, la carestía de vida, y por lo tanto el desequilibrio y la miseria en el hogar del pobre; sin que esta causa, grave de suyo, haya inducido a los propietarios de las industrias a elevar el precio de los jornales, al propio tiempo o en la misma proporción que elevaban el de los productos de sus industrias. El precio del oro ha declinado, en poco más de dos meses, muy cerca de ochenta puntos, sin que el jornalero haya visto que se abarataban, en proporción, las cosas más indispensables para la vida: los alquileres de las viviendas y los artículos de consumo. Su desesperación ha sido y es grande, y si los que han contado con medios para trasladarse a Europa no han vacilado en hacerlo, los que quedan no vacilarán a su vez en protestar contra el régimen actual que le despoja de cuanto recurso pudiera proporcionarse, para atender a las contingencias que traen consigo, o una vejez prematura o la imposibilidad física de trabajar. Hay algo más todavía: el exceso de trabajo y una alimentación insuficiente, son origen de enfermedades sin cuento y de que el hombre se inutilice para el trabajo mucho antes de llegar a la edad provecta. Sin descender a otros detalles que juzgamos inútiles para justificar las inquietudes que abrigan algunos, frente a frente de la actitud que comienzan a asumir las clases obreras, terminaremos por hoy, diciendo que si los jornales actuales no bastan ni aún para salvar al jornalero de una muerte más o menos inmediata, causada por la insuficiencia de alimento, por las malas condiciones de higiene y ventilación de las viviendas que ocupan; ¿qué sucederá el día en que se agrave la crisis, bien por suspensión del pago de la deuda, bien porque continúe en boga el sistema proteccionista, bien por la pérdida de las cosechas, o bien, finalmente, por una epidemia en nuestros ganados? Max Nordau lo ha dicho: "los desheredados de la fortuna son la intrépida vanguardia del ejército que tiene sitiado al arrogante edificio social".

| 187 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 188 |

| DE PUÑO Y LETRA |

SOMBRAS.

Fantasmas que giráis sobre mi frente, negras visiones que agitáis mi alma, ¿qué queréis? ¿quién os manda del abismo para llenar de sombras mi morada? ¿sois, acaso, funestos mensajeros Que a presagiar venís nueva desgracia? ¿no queréis que en la vida me ilumine ni el débil resplandor de una esperanza? ¡mirad! ¿no véis la tenebrosa lucha En que mi noble corazón desangra? Pues bebiendo por horas el acíbar Ni un quejido he lanzado... ¡ni una lágrima! ¡Ah! Si venís con el siniestro intento de que incline mi frente en la batalla, i volved sombras impías al abismo porque es muy grande la virtud de mi alma! Desde el primer instante en que mis pasos al tumulto social se aproximaban, sentí sobre mi frente candorosa el hálito fatal de la desgracia. Y al buscar del hermano la sonrisa, desdeñoso y cruel me dio la espalda, y huérfano y errante entre el tumulto las sombras de las tumbas me rodeaban. Pero, adelante; -dije- que en la lucha se retemplan mejor las grandes almas, cuando inspiradas por la voz de cristo al porvenir dirigen sus miradas. Fantasmas que venís en torno mío para eclipsar la luz de la esperanza, volved a sepultaros al abismo: ¡yo no inclino mi frente en la batalla! | 189 |

| LEANDRO N. ALEM |

| 190 |

| DE PUÑO Y LETRA |

TESTAMENTO POLÍTICO, 1º DE JULIO DE 1896.

He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir: ¡sí, que se rompa, pero que no se doble! He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña... ¡y la montaña me aplastó! He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado... Y para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Entrego decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre, el resto de mi vida. Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha, en general en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar... Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado, en un solemne recogimiento. Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente. En estos momentos el Partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción en bien de la Patria. Esta es mi idea, este es mi sentimiento, esta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales: ¡Adelante los que quedan! ¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este Partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores! | 191 |

| LEANDRO N. ALEM |

¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellos le dieron origen y ellos sabrán consumar la obra: ¡deben consumarla! 1º de julio de 1896.

| 192 |

| DE PUÑO Y LETRA |

TABLA DE CONTENIDO INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................................... 7 DISCURSO SOBRE LA ORGANIZACIÓN DEL BANCO DE LA PROINCIA DE BUENOS AIRES, EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, EL 16 DE JUNIO DE 1873. .................................. 11 "IMPARCIALIDAD DEL LEGISLADOR", EL 15 DE SEPTIEMBRE DE 1873. .................................................. 13 PREMIOS POR LA CONQUISTA DEL DESIERTO, EL 23 DE JULIO DE 1879. ............................................... 17 DISCURSOS DE LEANDRO ALEM CON MOTIVO DE LOS DEBATES SOBRE LA CUESTIÓN CAPITAL EN LA HONORABLE LEGISLATURA DE LA POVINCIA DE BUENOS AIRES........................................................... 23 SESIÓN DEL 12 DE NOVIEMBRE DE 1880 ........................................................................................................ 23 SESIÓN DEL 15 DE NOVIEMBRE DE 1880. ....................................................................................................... 32 SESIÓN DEL 17 DE NOVIEMBRE DE 1880. ....................................................................................................... 68 SESIÓN DEL 22 DE NOVIEMBRE DE 1880. ....................................................................................................... 95 RENUNCIA DE LEANDRO N. ALEM COMO DIPUTADO NACIONAL, LUEGO DE LA FEDERALIZACIÓN DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES EN 1880, DEL 11 DE DICIEMBRE DE 1880. ................................................ 109 DISCURSO PRONUNCIADO EN EL MITIN ORGANIZADO POR LA JUVENTUD, EN EL JARDÍN FLORIDA, EL 1º DE SEPTIEMBRE DE 1889. .............................................................................................................. 111 CARTA DIRIGIDA POR EL DR. LEANDRO ALEM A LOS CORRELIGIONARIOS DE BALVANERA, EXCUSÁNDOSE DE NO PODER CONCURRIR AL FESTIVAL QUE SE REALIZÓ EN EL TEATRO DORIA, LA NOCHE DEL 20 DE OCTUBRE DE 1889. ................................................................................................ 113 CARTA DIRIGIDA POR EL DR. LEANDRO ALEM A LOS CORRELIGIONARIOS DE SAN JUAN EVANGELISTA, EXCUSÁNDOSE DE NO PODER CONCURRIR A LA VELADA QUE CELEBRABA ESE CLUB LA NOCHE DEL 15 DE DICIEMBRE DE 1889, EN EL TEATRO IRIS. ...................................................................................... 115 DISCURSO PRONUNCIANDO EN EL MITIN DE LA UNIÓN CÍVICA, REALIZADO EL 13 DE ABRIL DE 1890, EN EL FRONTÓN BUENOS AIRES. ............................................................................................................. 117 MANIFIESTO DE LA JUNTA REVOLUCIONARIA DEL PARQUE, 26 DE JULIO DE 1890. ............................ 121 EXPOSICIÓN SOBRE LA REVOLUCIÓN DE 1890. .................................................................................. 125 EL EJÉRCITO ........................................................................................................................................... 126 LA ESCUADRA ........................................................................................................................................ 129 JEFES ................................................................................................................................................... 131 PLAN DE LAS OPERACIONES MILITARES ......................................................................................................... 133 RECAPITULACIÓN DE LOS TRABAJOS REVOLUCIONARIOS ................................................................................... 139 | 193 |

| LEANDRO N. ALEM |

CAMBIO DE PLAN MILITAR EL 26 DE JULIO..................................................................................................... 142 FALTA DE MUNICIONES............................................................................................................................. 144 FIN DE LA LUCHA..................................................................................................................................... 145 DISCURSO PRONUNCIADO EN LA MANIFESTACIÓN REALIZADA EN SU HONOR, EL 12 DE AGOSTO DE 1890. .................................................................................................................................................. 149 COMUNICACIÓN DEL DR. LEANDRO ALEM AL COMITÉ DE MENDOZA, EL 12 DE AGOSTO DE 1890. .... 151 DISCURSO PRONUNCIADO EN EL GRAN MITIN DEL ROSARIO, EL 24 DE AGOSTO DE 1890.................. 155 "RADICALISMO", EL 5 DE JULIO DE 1891. ........................................................................................... 157 "QUE TRANSEN ELLOS, NOSOTROS JAMÁS", DISCURSO PRONUNCIADO EN LA MANIFESTACIÓN DE LA JUVENTUD EN HONOR DEL DR. BERNARDO DE IRIGOYEN, EL 6 DE JULIO DE 1891. ............................ 161 "INTERVENCIONES FEDERALES", EL 6 Y EL 9 DE SETIEMBRE DE 1891. ................................................. 163 "DISCURSO EN EL SENADO DE LA NACIÓN", EN 1891. ........................................................................ 173 "INTRANSIGENCIA", EL 1º DE FEBRERO DE 1892. ............................................................................... 177 DISCURSO EN LA PRIMERA CONVENCIÓN NACIONAL DE LA UCR, EL 17 DE NOVIEMBRE DE 1892. ..... 179 "EL PROTECCIONISMO Y EL PUEBLO", EL 27 DE AGOSTO DE 1894. ..................................................... 185 SOMBRAS. ......................................................................................................................................... 189 TESTAMENTO POLÍTICO, 1º DE JULIO DE 1896. .................................................................................. 191

| 194 |

| DE PUÑO Y LETRA |

| 195 |

Si quieres ser verdaderamente libre en la vida, lee y piensa, que es lo más económico, prácticamente gratis y nunca serás esclavo de nada ni de nadie. Eduardo Rivas II

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.