Alejandra Pizarnik y la necesidad ineludible de la escritura

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Alejandra Pizarnik y la necesidad ineludible de la escritura

Aparentemente es el final. Quiero morir. Lo quiero con seriedad, con vocación íntegra”. Alejandra Pizarnik escribe esta entrada en su diario el 13 de febrero de 1971. La sinceridad que transpiran sus palabras conmueve y asusta. Su decisión de transponer la vida a la escritura (y viceversa) la elevó a la categoría de mito en la poesía argentina, pero Pizarnik es uno de esos escritores cuya leyenda oscurece su obra. Desde 1972, la fecha de su muerte, se la ha considerado una “poeta maldita”: mujer, judía hija de inmigrantes, tendente a la depresión, de carácter huraño y, posteriormente, suicida. Todos estos datos han alimentado la confusión entre el yo poético y el creador, idealizando la vida de la autora. Igual que sucedió con Rimbaud o Artaud, la figura literaria está envuelta en un aire de genialidad y juventud, adornando una vida extravagante y desenfrenada. Pizarnik expresa su deseo de publicar sus diarios a Ana Becciu (la posterior editora de los mismos) un día antes de su muerte. Se trata de veinte cuadernos manuscritos, seis legajos de hojas mecanografiadas y varias hojas sueltas con correcciones hechas a mano. El caso de otros diarios de escritores publicados póstumamente podría parecer una violación de la intimidad del autor, pero Pizarnik conservaba todos sus escritos, los ordenaba y los reescribía, consciente de su valor. Sus diarios revelan su método de escritura y los escribía con plena intención literaria. Quizá pudo estar inspirada por los diarios de otros escritores, como Virginia Woolf y especialmente Kafka, cuyos Diarios fueron el libro de cabecera de Pizarnik, que leía constantemente y los subrayaba y estudiaba. En Diarios Pizarnik no relata su día a día íntimo, sino su yo creador, una suerte de narrador de su poética. Escribe no sólo para documentar, este ejercicio es un hecho literario y no un simple archivo. Desde las primeras páginas expresa su voluntad de morir y este deseo, proclamado, escrito y validado año tras año por la escritura traza un único camino para Pizarnik: el suicidio. La muerte es una constante no sólo en los Diarios, sino en toda su obra poética, una idea romántica y morbosa de ese destino trágico que ha hecho que varios críticos la consideren “enamorada de la

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muerte”. “En cuanto al escribir, sé que escribo bien y eso es todo. Pero no me sirve para que me quieran” 9 de octubre de 1971. Pizarnik entiende que su escritura es más importante que su vida, y que debe trascender. A principios de la década de los 60 viaja a París y es en esta época cuando empieza a hablar de crear lenguaje. Esta búsqueda la separa de todo: la familia, el amor, las amistades… Todos estos conceptos se vuelven secundarios para Pizarnik, que no admite distracciones para lograr ese lenguaje. Y por ello sufre. Por medio de los Diarios intenta paliar esa soledad, por lo que llevan incluida una función terapéutica. Se da un rechazo al mundo, pero también la inquietud por saberse no partícipe de él. La sensación de desarraigo crece en Pizarnik hasta convertirse en un sentimiento de orfandad que la acompaña a lo largo de toda su poesía. Cuando se leen los Diarios llama la atención el número de veces que la palabra “angustia” aparece en escena. La angustia nace de esta contradicción. Se llama a sí misma “abandonada”, “huérfana”, “inadaptada”… en una constante lucha entre aceptar y rechazar al mundo. Hija de inmigrantes judíos y exiliada de sí misma, la escritura se convierte para Pizarnik en una suerte de patria. Los Diarios son su lugar de anclaje, el único lugar donde puede existir como escritora y como Alejandra. “LA FALTA DE TIEMPO. O presiento mi muerte cercana o me volví loca” 16/VIII, sábado, 1969. Los escritos autobiográficos de Pizarnik no son una confesión, sino una manifestación a gran escala de su “yo” creador. La vida de la autora está plagada de anécdotas, de amistades con grandes escritores (como Silvina Ocampo, Olga Orozco o Julio Cortázar) y de extravagancias. Sin embargo no podemos leer esto de su mano. Los Diarios son un recordatorio de quién es cuando escribe, de la importancia de documentar la propia escritura, y también un desahogo a sus obsesiones, muchas de ellas sobre sus lecturas, y sobre la elaboración de textos a largo plazo. En sus últimos años le obsesionó la idea de crear un texto largo en prosa, una especie de novela de sus diarios, pero en tercera persona. El sentimiento de asfixia ya apremiaba, pero ella veía este

objetivo cada día más lejano. Esta falta de tiempo era a la vez maldición y bendición: veía cercana su muerte, pero lejana su obra. El simple acto de fijar la fecha cada día en sus diarios le daba una ilusión de anclaje. “Pensé que, teniendo la máquina de escribir, ya no necesitaría más estos morbosos cuadernillos. Mas creo que no es así: escribo como siempre, por lo de siempre: me estoy ahogando” 25 de noviembre de 1955. La redacción de los diarios comienza en el año 1954, y los mantiene durante casi dos décadas. En 1965 se dedica a reescribir las entradas correspondientes a sus años de estancia en París. Son estos fragmentos los que ha editado este mismo año Ana Becciu, publicados por el Centro de Editores del Centro de Arte Moderno de Madrid. Fragmentos de un diario. París 1962-1963 es una edición facsimilar de 100 ejemplares que revela su obsesión por la escritura y la estrecha relación entre su vida y su obra. “Estos morbosos cuadernillos”, estaban destinados a ver la luz desde ya temprana fecha. Esta reescritura que llevó a cabo indica la visión de Pizarnik de su escritura autobiográfica como parte importante de su Obra. Reforzaron su faceta de escritora, le sirvieron de práctica, de exploración personal y de instrumento de tortura, pues últimamente la conducen al patíbulo. La obsesión por la creación literaria queda patente en todos sus escritos, pero especialmente en los personales: diarios, cartas, notas de cuadernos, entrevistas… “El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe. Sucede esto: sufro. Son las 19,30 h. Tengo miedo. Se ha perdido lo que nunca se tuvo” 25 de julio de 1962. Bajtin, en Teoría y estética de la novela, estudió la autobiografía antigua, y al analizar uno de sus tipos, el retórico, señaló que allí ni había nada íntimo, privado, personal, secreto o introvertido. El hombre estaba abierto al exterior y no guardaba para sí nada porque todo era absolutamente público. Hasta el Romanticismo no se hizo válida la exaltación de lo interior y privado, del yo. Pero los Diarios no constituyen una autobiografía. En la autobiografía se da un relato coherente y estructurado de la vida del autor, pero en el diario predominan las anotaciones espontáneas y la inmediatez. Los Diarios son

una crónica de los días creativos de Pizarnik: escribió sobre por qué, cómo y cuándo escribía, tanto poemas como críticas, reseñas o incluso cartas, y le sirvió de reflexión metaliteraria para conocer sus propios procesos de escritura y los mecanismos de su poética. Mientras la autobiografía es ordenada, el diario se caracteriza por la fragmentariedad. La unidad temática del diario es la existencia cotidiana del autor, es decir, el “argumento” es el mero hecho de que el escritor existe. El narrador se presenta a sí mismo como alguien cuya identidad se valida con la literatura. El diario pizarnikiano es el lugar de aprendizaje y trabajo, y le sirve para aprender a escribir y crear los medios necesarios para ese nuevo lenguaje. “Si hablo tanto de mi cuerpo y si tanto medito en él es porque no hay nada más. Me siento muerta, en el colmo del objeto. Me miro en el espejo. ¿Para qué? ¿Para quién? Tengo miedo y estoy muerta” 17 de junio de 1962. Algunas entradas del diario reflejan sus complejos por su aspecto externo. Es una imagen destructiva y alterada que implica un vaciado de sí misma. Habla de un cuerpo exiliado, casi ajeno, que la tiene atrapada. Uno de los motivos claves de su poesía son las jaulas, y también los pájaros. Su corporeidad es un recuerdo constante de que está viva, por eso reafirma tantas veces que desea morir. “Escribir todo el día. Todo el día buscar los nombres. Construir mi figura. No digo transfigurarme. Aunque salga una torpe estatuilla de barro, risible, ridícula” 12/ III/1965. Las entradas del diario están pensadas para ser leídas, pero rebosan sinceridad. Se escribe como diario íntimo, pero se imagina un lector, con lo que las entradas están muy cuidadas y acaban ficcionalizándose en cierta forma. Encontramos en sus textos autobiográficos una obsesiva preocupación por encontrar su propia representación, una identidad que la valide como personaje de esa novela que se estaba gestando. Pero el personaje no apareció, Pizarnik estaba condenada por su propio individualismo, la novela hubiera estado compuesta de una sola visión. El diario fue el sostén de su obra artística, y a medida que escribía, se iba conformando su identidad de escritora, y se iba desdibujando su identidad como Flora Alejandra Pizarnik.

Verónica Enamorado

Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas. “La carencia”, Alejandra Pizarnik

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