Agricultura intensiva de exportación, inmigración y transformación rural. El caso del Campo de Cartagena, 1990-2010 (Murcia). Torres, F y Gadea, E. 2012.

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Descripción

AGRICULTURA INTENSIVA DE EXPORTACIÓN, INMIGRACIÓN Y TRANSFORMACIÓN RURAL. EL CASO DEL CAMPO DE CARTAGENA, 1990-2010 (MURCIA) FRANCISCO TORRES PÉREZ Universitat de València 1 MARÍA ELENA GADEA MONTESINOS Universidad de Murcia 2 La globalización del sistema agroalimentario ha transformado profundamente la actividad agrícola y, con ella, los territorios en los que ésta se desarrolla. En esta comunicación pretendemos profundizar en las consecuencias de la reestructuración del sistema agroalimentario en el contexto del Campo de Cartagena (Región de Murcia), zona emblemática de agricultura intensiva de exportación que se ha venido conformando como un buen "laboratorio" para analizar los vínculos entre reestructuraciones económicas y migraciones internacionales hacia espacios rurales. Para ello, se analiza la configuración del modelo de agricultura industrial en la región, el papel de las migraciones internacionales en su desarrollo, el proceso de inserción social de los jornaleros extranjeros en las últimas décadas y, por último, el impacto que estos procesos han tenido en el mercado de trabajo agrícola y en los municipios de la zona, en términos demográficos, de vida vecinal y de estratificación social.

PALABRAS CLAVE Agricultura intensiva de exportación, inmigrantes internacionales, etnofragmentada, transformaciones rurales, región de Murcia.

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estructura

Departament de Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València, Avd. Tarongers, s/n, 46022 València. [email protected] 2 Departamento de Sociología y Política Social, Universidad de Murcia, Campus Universitario de Espinardo, 30100 Murcia. [email protected]

F. TORRES Y Mª E. GADEA

1. Introducción La globalización del sistema agroalimentario ha transformado profundamente la actividad agrícola. La creciente subordinación de la agricultura a la agroindustria y la industria alimentaria, su inserción en cadenas globales de producción, distribución y consumo de productos agroalimentarios, la hegemonía de las grandes empresas y las corporaciones transnacionales dentro de estas cadenas, la intensa utilización de tecnología o la orientación hacia una demanda cada vez más segmentada (Bonanno, 1994; Friedland, 1994; Etxezarreta, 2006), son sólo algunos de los procesos implicados en la constitución del tercer régimen agroalimentario o régimen alimentario corporativo (McMichael, 2009) desde los años 80 del pasado siglo. Con los cambios en la agricultura derivados de estos procesos, se transforman también las sociedades rurales3. Unas veces, con la aceleración de tendencias que ya estaban presentes desde mediados del siglo pasado (declive de la pequeña y mediana propiedad, diversificación de los mercados de trabajo agrícolas, éxodo rural); otras, introduciendo nuevas dinámicas (orientación de la agricultura hacia los mercados globales, migraciones laborales hacia las áreas rurales). El impacto de la globalización del sistema agroalimentario sobre los territorios rurales ha sido desigual, como desiguales son los desarrollos en los que se basa. Si pensáramos estos impactos como los polos de un continuum podríamos situar, en un lado, las economías agrarias tradicionales (sumidas en una crisis que se antoja irreversible, ajenas a los grandes circuitos de producción y comercialización, sometidas desde hace décadas a fuertes procesos de migración, de pérdida de centralidad de la agricultura y de diversificación de la actividad económica) y, en el otro, los nuevos territorios de la globalización agroalimentaria (dinámicos económicamente, insertos en los grandes circuitos de producción y comercialización de productos agroalimentarios y receptores de importantes flujos de migración laboral). Como señalan Moraes, Gadea, Pedreño y De Castro (2012), estos nuevos enclaves productivos comparten un conjunto de rasgos: están sometidos a una intensa dinámica de concentración y centralización de los factores de producción (tierra, capital y trabajo), su actividad agrícola se encuentra subordinada a las grandes cadenas de distribución de los países desarrollados, su producción se orienta a la exportación, destinada a responder a la demanda de productos frescos dentro de los nuevos hábitos de consumo alimentario de las clases medias y presentan un alto grado de industrialización y de tecnologización de los procesos productivos. En estos nuevos territorios, los elementos que tradicionalmente habían definido a las áreas rurales, en contraposición a las urbanas, pierden capacidad para explicar la realidad. La sociedad rural, caracterizada como homogénea, sedentaria y aislada se convierte en diversa, móvil y conectada. En efecto, en estos espacios, donde la fuerza de trabajo local resulta insuficiente para responder a la intensa demanda de mano de obra que se genera en torno a la agricultura industrial, el funcionamiento de las cadenas globales depende, cada vez más, de su capacidad para movilizar trabajadores procedentes de otras regiones o países. Las lógicas de reestructuración agrícola se traducen, así, en intensos procesos de movilidad del trabajo, de manera que estos territorios se convierten en destino de importantes flujos de migración laboral. La llegada de migrantes, internos o internacionales, revierte los procesos de pérdida de población que en ocasiones acusaban estos territorios, a la vez que los convierte en espacios cada vez más diversos social y culturalmente. Por otro lado, los procesos de reestructuración han transformado profundamente 3

Como señala Oliva (1997), la globalización ha generado una ruralidad segmentada, fruto de los diferentes caminos que los procesos globales han seguido en los espacios rurales. Para dar cuenta de estos procesos y de su impacto sobre los territorios rurales se han acuñado diversos conceptos (nueva ruralidad, ruralidades emergentes, ruralidad globalizada) que, a pesar de las diferencias, comparten un diagnóstico común: la pérdida de centralidad de la actividad agrícola como elemento estructurador de la sociedad rural y, con ello, de las formas de socialidad y de estratificación social que la caracterizaban. Aunque los procesos de cambios son muchos y responden a elementos que transcienden los cambios en la producción agrícola, aquí nos centraremos en una ruralidad específica, la que se conforma en los territorios de la globalización agroalimentaria. Para profundizar en otros aspectos del proceso de globalización y su impacto en los territorios rurales ver Camarero (1992), Camarero y González (2005), Camarero y Oliva (1999), Teubal (2001) y Linck (2001).

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los mercados de trabajo agrícola. El trabajo familiar, incapaz de dar respuesta a un modelo altamente intensivo en mano de obra, se ve relegado en favor del trabajo asalariado. Esta centralidad de la relación salarial ha tenido importantes consecuencias tanto para la composición social de la fuerza de trabajo como para las relaciones de empleo en la agricultura. La comunicación que presentamos pretende abordar estas transformaciones en la Región de Murcia, que en las últimas décadas se ha convertido en uno de los principales enclaves agrícolas del levante español. Dentro de esta región, nuestro estudio se centra en El Campo de Cartagena, zona emblemática de agricultura intensiva que se ha venido conformando como un buen “laboratorio” para analizar los vínculos entre reestructuraciones económicas y migraciones internacionales (Pedreño, 1999), así como la inserción de los migrantes en contextos rurales. La comarca natural del Campo de Cartagena incluye los municipios de Cartagena, Torre Pacheco, San Pedro del Pinatar, San Javier, La Unión, Los Alcázares, Fuente Álamo y algunas pedanías del municipio de Murcia, Nuestro análisis se centra en los municipios de Fuente Álamo, Torre Pacheco, La Unión y San Javier, que concentran la mayor parte de la población extranjera y del empleo en el sector de la agricultura en la comarca. Nuestro análisis se basa en los resultados de diversos estudios realizados en el Campo de Cartagena durante los últimos años. Entre 2006 y 2007 realizamos en la zona dos estudios sobre la inserción de los inmigrantes en los municipios de Torre Pacheco, Fuente Álamo y La Unión (Torres et al., 2007) y San Javier (Gadea et al., 2008a). Posteriormente, en 2010, regresamos a la zona para explorar los efectos que la crisis económica estaba teniendo en el proceso de inserción de los inmigrantes (Torres y Gadea, 2010a).

2. El despegue de la agricultura intensiva en la Región de Murcia. 1985-1999. En la Región de Murcia, situada en el mediterráneo español, la agricultura intensiva se desarrolla a partir de la década de los setenta cuando, de la mano del fin de la autarquía franquista y el inicio de las políticas liberalizadoras, la agricultura tradicional orientada al cereal se ve abocada definitivamente a la crisis. Algunos autores (Pérez Picazo y Lemeunier, 1994; Pedreño, 1999a y 2000) califican este proceso de “nuevo ciclo hortofrutícola”, para diferenciarlo del “primer ciclo hortofrutícola” que se habría desarrollado en las huertas del río Segura en las primeras décadas del siglo XX y que sería el referente del modelo agrícola que ha convertido a la Región de Murcia en la “huerta de Europa” (Pedreño, 1999b). La expansión de este nuevo ciclo hortofrutícola se explica tanto por las ventajas de localización y de dotación de recursos existentes en la región como por factores externos (Segura y Pedreño, 2006). Entre estos últimos, han jugado un papel fundamental el trasvase Tajo-Segura, la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y la formación del Mercado Único Europeo, así como las inversiones realizadas por los gobiernos nacionales y autonómicos para dotar a la Región de vías de comunicación que permiten un rápido acceso a los mercados del centro de Europa.

2.1. Las características de la agricultura intensiva murciana En la configuración de este modelo, basado en la producción de frutas y hortalizas, Segura y Pedreño (2006) destacan siete procesos: - La expansión de las superficies cultivadas por medio de la transformación de los terrenos de secano en regadío. En este proceso el Campo de Cartagena, que se consolidará como un espacio esencial en el desarrollo de la agroindustria murciana, constituye un ejemplo paradigmático del desarrollo de nuevos regadíos mediante actuaciones públicas de colonización, en los años 70, y actuaciones privadas de promoción basadas en la utilización de recursos hídricos subterráneos durante los años 80. - La especialización en la hortofruticultura y, en particular, en un número limitado de producciones que, además, se han disputado el protagonismo en las diferentes fases de

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consolidación del modelo, en el marco de estrategias empresariales encaminadas a desestacionalizar la producción y adaptarse a una demanda cada vez más diversificada y exigente. Uno de los efectos más relevantes de esta especialización ha sido la constitución de espacios agrarios subregionales, que definen subsistemas productivos diferenciados. En los nuevos regadíos del Campo de Cartagena, los cultivos tradicionales fueron sustituidos por nuevas especies hortícolas como el melón y el pimiento que posteriormente, con el desarrollo y la consolidación del modelo, perderían importancia a favor de producciones como el brócoli, la lechuga y el tomate. - La intensificación productiva, sostenida tanto por los procesos de especialización como por la incorporación de innovaciones tecnológicas y organizacionales, que traerán consigo la desestacionalización del producto agrícola, hasta conseguir ciclos anuales de producción, y una transformación hacia modelos de organización del trabajo de carácter taylorista y fordista, que generan “nuevas formas de división del trabajo, de especialización en puestos de trabajo y de asignación de trabajadores a los mismos” (Segura y Pedreño, 2006:378). Como veremos, en esta nueva organización, la etnia y el género han tenido gran importancia, pudiendo hablar de procesos de segmentación sexual, etnosegmentación y división étnica del mercado de trabajo agrícola. - La centralización productiva, con la creciente hegemonía de grandes empresas y cooperativas cultivadoras-exportadoras, intensivas en capital y trabajo, que controlan los procesos de producción y distribución. Este proceso ha generado una polarización de las estructuras productivas entre las grandes y medianas empresas o cooperativas y las pequeñas explotaciones, que pierden capacidad productiva y, poco a poco, van quedando marginadas del desarrollo del modelo. En el Campo de Cartagena, al igual que en resto de nuevos regadíos, el proceso de centralización ha sido especialmente intenso, tanto por la vía de empresas de capital como por la consolidación de medianas explotaciones de carácter familiar. - La integración de las actividades de producción agrícola, transformación de productos agrarios en alimentarios y comercialización. Este proceso aumenta la importancia de las tareas de manipulado del producto agrario y refuerza el poder de la demanda en la organización de los procesos productivos, a través de las especificaciones sobre los productos y de la utilización de sistemas de producción flexible justo a tiempo. - La extraversión, que se expresa en la orientación exportadora del modelo, que dirige sus productos a los mercados europeos; la centralidad de la demanda, a través de los canales de distribución, en la configuración de todos los procesos productivos; y la adquisición de medios de producción, tecnología y fuerza de trabajo producidos en otros países. - Los procesos descritos han generado un modelo que hace insuficiente el trabajo familiar, que ha quedado reducido a las orientaciones menos intensivas y a las explotaciones de menor tamaño. Por ello, la asalarización se revela como un elemento fundamental para el desarrollo y la consolidación una agroindustria que genera “no sólo un destacado aumento de la demanda de trabajo sino también, y especialmente, una profunda reestructuración de la composición de la fuerza de trabajo y del mercado de trabajo” (Segura y Pedreño, 2006:385).

2.2. La asalarización y el jornalero inmigrante La centralidad de la relación salarial en la expansión del modelo generó un fuerte incremento de la demanda de trabajo asalariado “justo en un momento histórico, los años 80 y 90, en que se estaban desactivando las bolsas tradicionales de jornaleros por el trasvase hacia otros sectores económicos” (Segura, Pedreño y De Juana, 2002:87). La agricultura intensiva murciana debió enfrentarse, desde finales de los años 80, a una acuciante necesidad de mano de obra al tiempo que, para ser competitiva, necesitaba mantener estables los costes laborales. Para Segura, Pedreño y De Juana, la respuesta a estas incertidumbres ha venido de la mano de estrategias empresariales

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orientadas a la búsqueda y movilización de categorías sociales vulnerables, que van a constituir “una nueva estructura social jornalera”, que tiene como principales protagonistas a mujeres. En efecto, como señalan los autores, el empleo de los primeros trabajadores marroquíes en la agricultura se inscribe en una estrategia de segmentación respecto a la mano de obra local que acabará por extinguir el movimiento organizativo de jornaleros agrícolas de mediados de los años ochenta, que “se muestra especialmente combativo, con sucesivas huelgas generales para mejorar las condiciones laborales”. Con posterioridad, a raíz de los procesos de regularización de la década de los noventa, serán estos trabajadores marroquíes los que planteen reivindicaciones de mejora laboral. Una situación que “exasperaba a los empresarios, quienes comenzaron a decir que los marroquíes son conflictivos e improductivos por su cultura. Así, se va a proceder a un nuevo giro en la segmentación, sustituyendo a la mano de obra marroquí por la de otros orígenes (ecuatorianos, subsaharianos, europeos del Este, etc.), a veces hasta mediante el reclutamiento organizado, con el fin de obtener la máxima disciplina en los tajos” (Segura, Pedreño y De Juana, 2002:84-90). Los empresarios son conscientes de que la vulnerabilidad de los trabajadores inmigrantes es mayor en los primeros momentos del proceso migratorio, cuando muchos de estos trabajadores se encuentran en una situación legal precaria y las presiones del proyecto migratorio son mayores; por ello, han favorecido la sustitución de unos colectivos por otros. Los procesos de sustitución étnica se han legitimado en factores culturales, aunque es evidente que la lógica que le subyace es la búsqueda constante de empleados “sumisos”. Junto con la movilización de categorías sociales frágiles, se han desarrollado estrategias empresariales que producen y reproducen las situaciones de vulnerabilidad de estos trabajadores y que les impiden ganar poder de negociación. Entre ellas, destaca la reproducción, en la nueva agricultura industrial, de las viejas pautas de la relación salarial del jornalerismo tradicional (eventualidad, pago a jornal, extrema flexibilidad, informalidad, paternalismo, etc.), como forma de contener los costes laborales (Pedreño, 2003). Estas pautas no pueden ser entendidas como un vestigio del modelo tradicional de relaciones jornaleras que, por otro lado, pierde sentido en una agricultura desestacionalizada y organizada de manera industrial; responde, más bien, a la lógica de un modelo que ha hecho de la contención de los salarios una de sus principales estrategias de competitividad en los mercado globales.

2.3. Una inserción segregada Los primeros inmigrantes comienzan a llegar al Campo de Cartagena durante los años setenta, aunque el origen de la inmigración actual puede datarse de finales de los años ochenta. Como acabamos de señalar, entre finales de esa década y principios de los noventa, la necesidad de mano de obra y la ausencia de trabajadores autóctonos para el campo facilitan la llegada de los primeros inmigrantes extranjeros, básicamente, marroquíes procedentes de Oujda, una zona rural situada en la región oriental de Marruecos. Estos primeros inmigrantes, en su mayoría hombres jóvenes en situación irregular, se van instalando en la zona siguiendo las necesidades de la agricultura intensiva (Sempere, 2002). Este perfil de la inmigración se mantendrá, sin grandes cambios, durante la mayor parte de la década de los noventa. En los municipios de la Región de Murcia, como en otras zonas de agricultura intensiva (Martínez Veiga, 2001; Checa y Arjona, 2007), los primeros inmigrantes marroquíes tuvieron una inserción difícil, caracterizada a nivel residencial por la precariedad y la separación física y social de los jornaleros, excluidos de los espacios y servicios públicos de los núcleos urbanos y de las relaciones con la población local (Columbares, 1997; Sempere, 2002, 2004). Un elevado número de ellos vivían en las pedanías y en los parajes, a menudo en condiciones de infravivienda, en chabolas y casas abandonadas. Varios son los motivos que explican esta forma de inserción residencial. En primer lugar, la propia configuración territorial de la región que, al igual que Almería, se estructura en municipios muy extensos y con hábitat disperso, donde las pedanías han constituido, tradicionalmente, el lugar de los jornaleros en el campo, una situación que se

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reproducirá con la llegada de los primeros migrantes4. En segundo, la fuerte movilidad de estos primeros inmigrantes y, por tanto, la provisionalidad de su estancia. En tercero, las formas de reclutamiento de la mano de obra en la agricultura que favorecía la concentración de la población inmigrante cerca de los campos, en las pedanías y parajes, que acababan convirtiéndose en un “dispensario de trabajadores”. En tercer lugar, la necesidad de ahorrar, para pagar la deuda contraída al venir a España o para enviar dinero a los familiares que permanecían en los lugares de origen, lo que hacía que estos primeros migrantes trataran de reducir al máximo los costes de su estancia. Por último, las reticencias de la población autóctona a alquilar viviendas a inmigrantes, especialmente a hombres solos y de origen marroquí que era el perfil predominante en ese momento (Torres, 2007). Este modelo segregación residencial y social, aunque funcional para los empresarios agrícolas y para los trabajadores, no dejó de ocasionar problemas y tensiones, como la constitución de núcleos chabolistas en La Tejera (Torre Pacheco) y El Mirador (San Javier), que afortunadamente no desembocaron en situaciones de abierto conflicto interétnico5.

3. La consolidación del modelo de agricultura intensiva. Los municipios multiculturales. 2000-2007. En la última década, el modelo que describíamos en el apartado anterior se ha consolidado a partir de una profundización en las tendencias señaladas y, especialmente, en la integración de las actividades de producción, manipulado y comercialización y de la orientación exportadora. Esta consolidación ha incrementado las necesidades de mano de obra y, con ellas, los flujos migratorios, animados además por la ampliación de las posibilidades de empleo en otros sectores económicos, particularmente construcción y servicios a otras empresas, como consecuencia del boom inmobiliario y del dinamismo económico de la zona. Esta mayor diversidad de sectores productivos ha facilitado, como veremos, una mayor diversidad de trayectorias laborales de los inmigrantes.

3.1. El vecindario multicultural Con el nuevo siglo, dos cambios mayores modificaron el vecindario inmigrante en estos municipios. Por un lado, la aceleración de los flujos y la diversificación de los orígenes, con el protagonismo destacado de los ecuatorianos, ha generado un vecindario inmigrante más numeroso y heterogéneo que en el pasado. Por otro lado, los nuevos vecinos y vecinas se han conformado como una migración familiar, permanente, con importantes implicaciones sociales en la vida de estos pueblos. Los primeros ecuatorianos se instalaron en Fuente Álamo a mediados de los años 90, aunque a finales de la década de los 90 su número sólo era relevante en este municipio. En dos años escasos, se multiplicó la llegada de ecuatorianos y ecuatorianas que formaban parte del flujo migratorio hacia Murcia y España generado por la aguda crisis que estalló en Ecuador en 19986. En 2001, el colectivo ecuatoriano constituye el primer grupo de vecinos no comunitarios en 4

Este modelo territorial, con sus implicaciones socio-residenciales, es diferente al de otros municipios agrícolas españoles, como los de Valencia o el interior de Cataluña, donde los migrantes se han instalado preferentemente en los núcleos urbanos (Torres, 2002). 5 La Tejera, una nave semi-abandonada y ocupada por más de 100 personas, fue desalojada en 1999. La concentración de infraviviendas en El Mirador se desmanteló en 2001, tras un incendio, y la población fue realojada por el Ayuntamiento de San Javier. 6 Junto a los factores generales que generaron la migración ecuatoriana hacia España, la crisis social de Ecuador, las crecientes restricciones de entrada en Estados Unidos y el mayor atractivo relativo de la Unión Europea, la afinidad lingüística y el boom económico español, hay que añadir en el caso murciano el "efecto Totana" (Sempere, 2004; De Prada, 2005). Las movilizaciones en este municipio del Valle del Guadalentín, en 1998, contra las expulsiones de "sus" inmigrantes ecuatorianos, ampliamente publicitadas por la prensa, nacional e internacional, constituyó un atractivo específico para venir a Murcia.

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Fuente Álamo y el segundo en Torre Pacheco, La Unión y San Javier, y su número continuó aumentando en años posteriores. En 2007, a pesar de la llegada de otros latinoamericanos y de europeos del Este, marroquíes y ecuatorianos constituían el 75,5% del vecindario extranjero de La Unión, el 74,2% del de Torre Pacheco, el 66% del de Fuente Álamo y el 51,3% del de San Javier. En el imaginario popular, los “inmigrantes” se sintetizan en dos grandes grupos: los “moros” y los “ecuatorianos” y, más recientemente, los “latinos” en general. Desde el primer momento, la migración ecuatoriana ha tenido marcadas diferencias con la migración marroquí asentada en la zona. Se ha tratado de una migración de hombres y mujeres, solos y solas o bien en pareja, que rapidísimamente reagrupan a sus familias, con una inserción laboral más diversificada que la de los marroquíes, combinando la agricultura y otras actividades.Asimismo, los nuevos vecinos ecuatorianos han residido desde su llegada en los pueblos, los núcleos urbanos, en mayor número y proporción que en las pedanías, a diferencia de los marroquíes, lo que les ha hecho más presentes en la vida local. Esta diferente inclusión responde a diversos factores, como luego se señalan, pero subraya la importancia del distinto trato social, en términos de relaciones y de “lugar” social que se atribuyen a los vecinos inmigrantes según éstos fueran ecuatorianos o marroquíes. TABLA 1 Evolución del porcentaje de población extranjera, 1998-2011 Región de Murcia 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011

1,1 1,5 2,3 4,7 6,8 9,0 10,3 12,4 13,8 14,5 15,8 16,3 16,5 16,4

Campo de Cartagena

Fuente Álamo

San Javier

Torre Pacheco

6,6 2,2 1,0 9,8 8,9 2,8 1,1 10,1 13,1 6,7 2,3 11,8 25,8 15,9 8,0 15,8 8,3 19,8 12,4 19,4 11,1 23,7 17,1 22,3 12,5 26,7 19,7 20,5 15,0 30,6 24,0 21,6 16,8 31,0 25,5 22,9 17,1 31,2 27,6 24,6 18,4 31,9 29,3 26,2 18,9 30,5 29,9 27,9 19,5 30,9 30,0 29,0 19,5 32,4 30,1 29,6 Fuente: Padrón Municipal de Habitantes, INE

La Unión 0,8 1,1 2,3 3,1 4,3 5,2 6,0 7,4 9,0 9,6 10,9 11,4 12,0 12,1

Además de los ecuatorianos, entre los vecinos “latinos” destacan la presencia de bolivianos y colombianos, si bien con cifras mucho más reducidas y que, en términos generales, han tenido una inserción social similar a la de los ecuatorianos. Asimismo, desde mediados de la primera década del siglo XXI se han asentado en estos municipios ciudadanos de la Europa del Este, fundamentalmente ucranianos, rumanos y polacos. Se trata de una migración con una sex-ratio equilibrada, con mayor preparación profesional y que se ha insertado laboral y socialmente de forma bastante diversificada. El otro gran cambio del vecindario inmigrante, en esta etapa, ha sido su conformación como una migración familiar, de asentamiento, dado el número de familias que se han reagrupado o que se han formado aquí, y que conviven con otro tipo de proyectos migratorios. Este proceso se ha dado de forma diferente según los colectivos. En el caso de los marroquíes, aunque continua siendo un colectivo masculinizado, con los primeros años del nuevo siglo se dio un acelerado proceso de reagrupamiento familiar como muestra la evolución de la sex-ratio. En 1999, las 158 vecinas marroquíes de Torre Pacheco representaban el 7% del total de su colectivo; en 2006, en el período más álgido de este proceso, las marroquíes ascendían a 1.013, el 29,4% de su grupo. En el resto de municipios, también se dieron aumentos similares de mujeres marroquíes. Este perfil familiar

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se ratifica si consideramos los datos de vecinos marroquíes menores de 15 años. En 2006, estos vecinos representaban el 23,8% de los vecinos marroquíes de Torre Pacheco, el 21,4% de los de Fuente Álamo, el 29,5% de los de La Unión y el 17,3% para los de San Javier (Torres et al, 2007: 48 y ss; Gadea et al, 2008a: 16 y ss). La conformación del perfil familiar de ecuatorianos, “latinos” y europeos del Este ha sido distinta. Se ha tratado, desde sus inicios, de migraciones con una sex-ratio bastante equilibrada, y una pluralidad de proyectos migratorios femeninos, individuales o familiares, como primo-migrantes o reagrupadas. Si a finales de la década de los años 90 la situación de la vivienda inmigrante era crecientemente insostenible, entre 2000 y 2007 se ha dado una clara mejora de las condiciones de habitabilidad y de inclusión en la vida vecinal. Nos basamos, para ello, en tres parámetros: la creciente tendencia a una residencia más diversificada y el aumento de la presencia de los vecinos inmigrantes en los núcleos urbanos, la reducción de la infravivienda y la creciente diversidad de situaciones de régimen de tenencia de los vecinos inmigrantes (propietarios y diversas formas de alquiler). TABLA 2 Evolución de la población total, de los vecinos extranjeros y su distribución en los núcleos urbanos y las principales pedanías. 2000-2011

Fuente-Álamo Cánovas Cuevas de Reyllo Fuente-Álamo (*) Palas-Pinilla

Total 10.140 756 911 5.160 1.855

2000 Ext. 673 79 135 340 91

% 6,64 10,45 14,82 6,59 4,91

2004 Ext. % 3.525 26,68 222 25,00 493 39,16 2.118 29,21 392 18,73

2007 Ext. % 4.498 31,24 373 37,26 667 46,81 2.445 30,98 573 25,56

Total 15.873 974 1.619 8.948 2.422

2011 Ext. 5.143 370 844 2.756 705

% 32,40 37,99 52,13 30,80 29,11

San Javier La Grajuela Manga Mar Menor El Mirador Roda San Javier (*) Santiago Ribera

18925 335 1173 1541 183 8659 4926

431 12 80 39 10 140 123

2,3 3,6 6,8 2,5 5,5 1,6 2,5

4.864 164 434 464 79 2.383 1.039

19,70 37,61 24,22 24,47 33,62 20,04 16,44

8.052 195 970 565 135 3.980 1.901

27,61 44,83 39,03 29,11 41,67 27,73 25,03

32.366 386 2.891 1.985 1.046 15.933 8.164

9.740 174 1.331 568 490 4.564 2.266

30,09 45,08 46,04 28,61 46,85 28,64 27,76

Torre-Pacheco Los Camachos Dolores Hortichuela Hoyamorena Jimenado Los Meroños Roldán Torre-Pacheco (*)

22.719 232 1.813 615 343 835 511 3.929 11.102

2.673 123 322 257 38 144 226 318 581

11,77 53,02 17,76 41,79 11,08 17,25 44,23 8,09 5,23

5.500 106 283 323 130 353 275 751 2.484

20,52 57,30 15,85 48,28 29,15 34,24 49,37 16,33 17,77

7.186 118 382 321 332 327 166 1.075 3.559

24,62 62,43 19,55 49,54 47,03 32,67 35,85 21,58 22,89

33.218 183 2.178 586 948 1.170 436 6.062 17.235

9.845 104 496 289 506 442 151 1.949 4.443

29,64 56,83 22,77 49,32 53,38 37,78 34,63 32,15 25,78

14.606 333 2,28 919 6,01 1.574 9,56 18.825 2.283 12,13 La Unión 982 1 0,10 12 1,25 33 3,31 1.044 57 5,46 Portman 649 28 4,31 29 4,39 43 5,95 1.036 69 6,66 Roche 12.975 304 2,34 878 6,42 1.498 10,16 16.745 2.157 12,88 La Unión (núcleo) Fuente: Padrón Municipal de Habitantes, CREM. El (*) corresponde al núcleo urbano, el “pueblo”, de cada municipio.

Las causas de estos cambios en la vivienda inmigrante fueron diversas. A principios del 2000, la mejora económica, la seguridad documental y el reagrupamiento familiar de los vecinos marroquíes más arraigados, facilitó su residencia en los barrios más modestos de los núcleos urbanos. La llegada de los ecuatorianos y su mejor valoración por parte del vecindario diversificó el posible inquilino inmigrante y aumentó el número de vivienda barata ofertada, con pingues beneficios para los propietarios. Además, tanto desde la Mancomunidad de Servicios Sociales del Sureste de Murcia como desde distintos Ayuntamientos se adoptaron medidas y programas para intervenir en las situaciones de infravivienda, facilitar el acceso normalizado al alquiler y mediar entre inquilinos y propietarios (Gadea et al, 2008b)

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La tendencia a una mayor residencia de los vecinos extranjeros en los núcleos urbanos, que nos muestra la tabla 2, es común a todos los municipios. En todos ellos, también, se modula de forma diferente según los colectivos. Así en 2007, la mayoría de vecinos y vecinas marroquíes todavía residían en pedanías, si bien su número había aumentado en los pueblos. Por el contrario, la mayoría de vecinos ecuatorianos, latinos y europeos del Este, residían en las viviendas más modestas de los núcleos urbanos, el centro de estos municipios y de su vida social, casi desde el momento de su llegada7. En paralelo a este proceso, se ha dado una mejora de la habitabilidad de la vivienda inmigrante, con una muy notable reducción de infravivienda. Aunque se mantenían un número importante de viviendas con deficiencias, estructurales y/o equipamiento, otra parte, también muy significativa, se trata de viviendas normalizadas. Esta mejora se veía limitada, en 2006, por el número excesivo de personas que convivían en buena parte de las viviendas habitadas por inmigrantes. El hacinamiento y los altos precios son las dos problemáticas que más se destacaban, antes del impacto de la crisis. Por último, el régimen de tenencia de la vivienda también se ha modificado. Si en la década de los años 90, el inmigrante era por definición un inquilino, en 2007 se daba una heterogeneidad de situaciones. Aunque la mayoría vivía de alquiler, desde el normalizado al subarriendo, ya era notable el número de propietarios y, sobre todo, destacaba su rápido aumento (por las mismas razones de precio, fiscalidad y acceso al crédito que los trabajadores autóctonos). Este proceso de inserción residencial ha generado, según los municipios, las diferencias socioespaciales preexistentes y las dinámicas locales, una diversidad de concentraciones residenciales de vecinos inmigrantes. Por un lado, las pedanías que constituyeron el espacio de asentamiento de la población marroquí en la década de los 90, continuaban manteniendo una alta proporción de vecinos marroquíes, un parque de viviendas bastante modesto y deficiencias de accesibilidad y servicios, como las pedanías de Cuevas de Reyllo, Fuente Álamo, Hortichuela o Los Medroños, Torre Pacheco, y La Grajuela y El Mirador en San Javier. Por otro lado, en los núcleos urbanos de Torre Pacheco y San Javier se han conformado algunos barrios de inmigrantes8. En los núcleos de Fuente Álamo y La Unión, aunque no faltan las concentraciones relativas, los vecinos y vecinas inmigrantes se encuentran más o menos dispersos por toda la trama de vivienda modesta. En todos los casos vivir en el pueblo facilita el acceso normalizado a los servicios públicos y los comercios, posibilita ampliar el campo de relaciones y que el nuevo vecino o vecina se inscriba en el funcionamiento cotidiano de la vida local.

3.2. Las transformaciones de la vida local Como suelen recordar los mayores, el pueblo “no es como antes”, cuando había vecinos de toda la vida y todos se conocían. La convivencia en estos municipios murcianos, como ha sucedido en toda España, se ha transformado en las últimas décadas. Una razón, muy reciente, es la presencia de los nuevos vecinos y vecinas inmigrantes. Otra razón, anterior, son las modificaciones generadas por los cambios socio-económicos, la disociación entre lugar de residencia, trabajo y ocio, la dispersión territorial de relaciones sociales significativas y las nuevas formas de convivencia. Se puede vivir en Torre Pacheco, trabajar en Cartagena y quedar con los amigos en Murcia. Igualmente, el mercado, las plazas y las calles del pueblo se llenan de extraños. En estos pueblos y barrios conviven “situaciones urbanas” y “situaciones no urbanas” (Remy y Voyé, 1992) 9. La presencia de los vecinos inmigrantes ha venido a reforzar y generalizar las 7 La llegada de estos inmigrantes coincide con la ampliación y apertura del mercado de vivienda barata ubicada en los pueblos. Además de su mejor imagen social, los vecinos ecuatorianos ofrecían a los propietarios, de forma real o imaginaria, mayor seguridad dado su perfil familiar y su mejor inserción laboral. Por otro lado, a diferencia de los marroquíes que preferían una casa aunque fuera en pedanía, los ecuatorianos, bolivianos y europeos del Este ocupaban los pisos de las fincas más modestas de los núcleos urbanos (Meier, 2007; Torres et al, 2007). 8 Seria el caso para los vecinos marroquíes de “Cien Casas”, en la Avenida de la Estación en Torre Pacheco, y de los barrios San Francisco y Castejón en San Javier. Si bien se dan, también, concentraciones de los vecinos ecuatorianos estas son menores. 9 Remy y Voyé (1992) cuestionan la dicotomía campo – ciudad y proponen hablar de situaciones no urbanas, que podemos encontrar en las ciudades, y de situaciones urbanas, que podemos encontrar en el campo. Según estos

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“situaciones urbanas” en los diversos ámbitos de la vida cotidiana. Todo ello ha modificado el entorno local. El creciente número de inmigrantes residentes, no sólo en las pedanías sino también en los pueblos, estableció la base para que se ampliaran las situaciones de relaciones vecinales. En pleno proceso de arraigo familiar, entre 2005 y 2007, se daba una dinámica de asentamiento sin mayores problemas, pero también sin mayor interrelación. Así, preguntado por las relaciones vecinales, un vecino autóctono de uno de los “barrios de inmigrantes” de Torre Pacheco comentaba: “Allí (por las “Cien Casas” en Avenida de la Estación, junto al oratorio)… compraron (los marroquíes)…. son familias, son vecinos tranquilos… bien, no molestan… ellos van a la suya y tu vas a la tuya” (Torres et al., 2007: 247)

Este comentario subraya dos elementos que aparecen en otros discursos sobre la convivencia: no se molesta al vecino y cada cual “va a la suya”. Aparte de esta coexistencia, las relaciones vecinales con mayor carga significativa son escasas. Los saludos cotidianos, los comentarios informales, los pequeños favores, se daban bastante poco entre vecinos de diferentes orígenes, entre otros motivos porque las relaciones más intensas requieren una confianza y una familiaridad con el “otro” que se hace con el tiempo (y, en nuestro caso, hablamos de un proceso muy reciente). Esta inserción tranquila no ha estado exenta, en ocasiones puntuales, de tensiones vecinales que podemos agrupar en tres tipos de quejas: el quebrantamiento de las reglas de urbanidad (ruidos y otras molestias), el incumplimiento de normas comunes (la limpieza de la escalera, la utilización de los contenedores de basura, etc.) y las costumbres diferentes que se valoran como molestas, como los olores por condimentos “extraños” (Torres et al., 2007: 248 y ss; Gadea et al, 2008a: 89 y ss). Se trata de situaciones similares a las que se dan en otros pueblos y ciudades españoles con vecindario multicultural (González y Álvarez-Miranda, 2005; Pérez-Agote et al, 2010). En nuestras investigaciones sobre Campo de Cartagena sí parecía apuntarse una tendencia a la “acomodación”, unos ajustando los comportamientos que suscitan más quejas y los otros adaptándose a los nuevos vecinos. Parece que el creciente perfil familiar ayuda en este proceso10. Las plazas y jardines, el mercado y determinadas calles, la puerta de los colegios a la salida de los niños y niñas, son los espacios locales donde se manifiesta de forma más evidente los cambios. Los mercados ambulantes de Torre Pacheco, Fuente Álamo o San Javier, registran una gran actividad que, a diferencia del pasado, hoy es multicultural. Mujeres marroquíes con sus chilabas y con niños, grupos familiares ecuatorianos y mujeres autóctonas pasan de caseta en caseta, haciendo sus compras. Las conversaciones animadas y los saludos frecuentes se dan entre los vecinos y vecinas del mismo grupo étnico. A pesar de las grandes superficies, el mercado callejero semanal continúa siendo un espacio económico y de sociabilidad para todos los grupos de vecinos y vecinas (abastecimiento, encuentro e inclusión en las redes vecinales), pero sin interrelación significativa entre los vecinos de unos orígenes u otros. De formal similar a las relaciones vecinales, esta “convivencia pacífica pero distante” combina la proximidad espacial y la distancia relacional11. El ambiente del mercado es dinámico, activo y acogedor, y las diferentes

autores, una situación urbana se caracteriza por la especialización funcional de los espacios, la alta movilidad espacial, la pertenencia a diferentes redes sociales poco conectadas entre si y a una mayor libertad del individuo. La situación no urbana se caracteriza por la proximidad espacial de las personas, en entornos multifuncionales y donde priman las relaciones primarias, comunitarias y con una fuerte carga significativa. 10 Un punto coincidente en estos municipios es que los vecinos que suscitan más quejas son los grupos de hombres inmigrantes que viven juntos. La presencia de familias constituye un plus de seguridad tanto para los propietarios, son los inquilinos preferidos, como para los vecinos, dado que se consideran suscitan menos problemas. Más allá del perfil familiar, consideramos que las tensiones y molestias vecinales correlacionan con las condiciones de las viviendas y el número de personas que viven en ellas. 11 Un tipo similar de co-presencia caracteriza la sociabilidad pública en los barrios multiculturales de las ciudades españolas (Aramburu, 2002; Martinez Aranda, 2006; Torres, 2011) y, más en general de las ciudades europeas (Toubon y Messamah, 1990; Simon, 1998). La co-presencia con el “otro”, guardando una distancia de cortés

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personas lo comparten sin molestar al otro, con una educada reserva y sin ingerencia en sus asuntos. Cuando se pregunta, de forma explícita, sobre este funcionamiento se caracteriza como “normal”, “sin conflicto” o “sin problemas”. Así, según un comentario, “aquí (el mercado de Fuente Álamo) ya ves… viene todo el mundo, normal, cada uno compra, hace sus cosas… vienen todos los vecinos (inmigrantes y autóctonos)” (Torres et al, 2007: 242)

Se podrían apuntar otros comentarios informales de similar contenido. La inserción de los inmigrantes en el vecindario, en el mercado y en otros espacios públicos, es “normal” porqué no ha alterado la tranquilidad y cada cual “va a lo suyo”, sin meterse con nadie (Torres et al, 2007: 241 y ss; Gadea et al, 2008: 98 y ss). La copresencia en los espacios públicos compartidos se resuelve más en términos de multiculturalismo, presencia de todos, que de interculturalidad, dado que la interrelación entre vecinos de distinto origen es muy escasa. Con todo, el ambiente de estos espacios es de seguridad y confianza, son comunes a todos los vecinos y vecinas y esa “convivencia pacífica pero distante” parecía ayudar, en 2007, a la aceptación cotidiana de los inmigrantes como unos vecinos más. Junto a los espacios públicos comunes, la inserción de los inmigrantes ha generado también espacios públicos etnificados, lugares o “zonas” donde se reúnen los miembros de un determinado grupo de vecinos inmigrantes para estar con los suyos, recrear su sociabilidad y un ambiente propio. A mediados de la década de 2000, las “canchas” de los ecuatorianos en Torre Pacheco, Fuente Álamo y Pozo Aledo (San Javier), y las “zonas moras” de Avenida Estación y Roldan (las dos en Torre Pacheco) y barrio San Francisco (San Javier), la calle o calles alrededor de un oratorio musulmán o tiendas halal, son ya referencias consolidadas en vida local de estos pueblos. El surgimiento de estos espacios etnificados no ha estado exento de recelos y tensiones que, en términos generales, parecían diluirse con un proceso de ajuste mutuo y de familiaridad creciente. Así, los recelos iniciales por la apertura del oratorio y varias tiendas halal, en Avd. Estación en Torre Pacheco, dio paso años después a la aceptación en el imaginario colectivo como la “zona mora” del pueblo (aunque los “zonas moras”, las más modestas en términos de vivienda, continúan siendo las áreas menos apetecibles para los vecinos autóctonos). En el caso de las canchas ecuatorianos el proceso fue más complejo. Inicialmente, las concentraciones de ecuatorianos se conformaron en varías ramblas, jardines, centrales de Torre Pacheco y Fuente Álamo. El alto número de personas, el consumo inmoderado de alcohol en no pocos casos, la venta de comida casera y el volumen de la música, centraron las críticas vecinales. Ante esta situación, los Ayuntamientos respectivos acondicionaron espacios a las afueras de los pueblos o facilitaron su acceso a los vecinos y vecinas ecuatorianos; hoy estos jardines o campas son muy frecuentadas los fines de semana por los residentes latinos. Además, el asentamiento de los vecinos y vecinas ecuatorianos, y latinos en general, y el ajuste de prácticas que se percibían poco positivas (como la ebriedad en público) contribuyeron a diluir las críticas y recelos vecinales12. En 2007, las muy consolidadas canchas ecuatorianas no suscitaban comentarios negativos. Una situación similar, en parte común y en parte fragmentada, se daba en los bares, discotecas y restaurantes. Estos espacios semipúblicos13 son lugares de consumo y encuentro, ocio y diversión, aunque de forma diferenciada según el nivel adquisitivo, las generaciones y el grupo étnico. Por un lado, tenemos una mayoría de bares regentados por autóctonos en los que se observa una presencia normalizada, pero discreta, de inmigrantes latinoamericanos y, en mucha menor medida, marroquíes. También hay locales étnicos, teterías y bares latinos, donde dueños y indiferencia, parece ser una constante de los espacios públicos multiculturales del mundo globalizado actual. Para el concepto de “convivencia pacífica pero distante”, véase Torres (2008). 12 En el inicio de la llegada de los ecuatorianos, la identificación entre las canchas y alcoholismo aparece como una percepción sobredimensionada basada en las prácticas de consumo más visibles de algunos de sus miembros. Con el asentamiento del colectivo, tanto social como vivencialmente, se ha dado un cambio en las prácticas del “buen tomar” (beber alcohol) y un “ajuste” de los comportamientos más criticados, en una búsqueda según varios informantes ecuatorianos de mejor imagen y “respetabilidad” ante el resto del vecindario (Pedreño et al., 2007; Torres et al, 2007: 264 y ss.). 13 Los caracterizamos así dado que son negocios privados pero al mismo tiempo, dado su carácter de establecimiento, están abiertos –o deben estarlo- a cualquier hipotético cliente.

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usuarios son inmigrantes. En estos locales no es frecuente la presencia de vecinos autóctonos, particularmente cuando la clientela mayoritaria es marroquí. Existen, por último, una minoría de bares autóctonos donde mediante carteles “sólo socios”, colocados en lugar visible o en la puerta, excluyen a los vecinos inmigrantes (Torres et al, 2007: 266 y ss; Gadea el al, 2008a: 103)14. Los lugares de ocio nocturno, particularmente frecuentados los fines de semana, constituyen los establecimientos donde se concentran las prácticas de exclusión más explicitas y donde se han dado, en estos años, las tensiones más frecuentes (Pedreño et al, 2007). Otra dimensión básica de la vida local la establecen sus colegios públicos, sus centros de salud y de servicios sociales. A partir del 2000, en estos municipios se dio un proceso relativamente rápido de incorporación de los inmigrantes y de sus hijos e hijas a los servicios públicos que, a mediados de la década, ya se había claramente consolidado. El cambio en diez años se puede caracterizar de espectacular; los impactos no han sido menores. En el curso 2005-2006, el 30,4% del alumnado de los colegios e institutos de Fuente Álamo, el 23,3% de Torre Pacheco y el 18,3% de San Javier, eran de origen extranjero. Sólo La Unión presentaba un porcentaje de alumnado extranjero claramente inferior, el 10,8% del total, similar a la media regional. Un alumnado claramente multicultural que se concentra, en general en los centros públicos, y dentro de éstos en determinados colegios. Por citar un ejemplo, en los colegios públicos de Torre Pacheco, la presencia de alumnado inmigrante oscilaba entre el 25 y el 28% del total en el núcleo urbano para aumentar en pedanías, con un máximo en el CP La Hortichuela, en la pedanía del mismo nombre, con un 67,7% del total del alumnado extranjero, marroquí, en el curso 2005-2006. Una situación parecida se daba en el resto de municipios. Algo similar se puede apuntar respecto los centros de salud y de servicios sociales. Los vecinos y vecinas inmigrantes se habían convertido en usuarios habituales sin que ello quiera decir plenamente normalizados o sin problemas. Estos se trataban de problemas de accesibilidad y conocimiento por una parte de los recién llegados y de recursos y adecuación de actuaciones por parte de los servicios, aunque se han ido reduciendo y/o paliando tanto con el asentamiento de los inmigrantes y su adecuación al funcionamiento de estos servicios como por las medidas de mediación y apoyo implementadas15. En términos generales, este proceso de incorporación de los novísimos vecinos a los servicios públicos ha tenido efectos inclusivos a varios niveles. Además de las prestaciones y servicios que reciben los inmigrantes y/o sus hijos, el hecho de compartir instituciones y servicios con los autóctonos es un elemento de normalización social, que facilita la convivencia y el reconocimiento del inmigrante como vecino más. Sin embargo, en 2005-2007, en pleno boom económico, un par de tendencias apuntaban en sentido contrario. Por un lado, los vecinos autóctonos más modestos y dependientes de servicios sociales tendían a vivir la presencia de los inmigrantes como una competencia por recursos escasos (ayudas económicas, becas guardería y de otro tipo). Por otro lado, los padres autóctonos procuraban no escolarizar a sus hijos en los colegios públicos con una más alta proporción de alumnos inmigrantes, dado que su presencia se consideraba que degradaba la calidad de la enseñanza del centro. 3.3. ¿Municipios multiculturales o “sociedades locales etnofragmentadas”? En 2007, estos municipios del Campo de Cartagena son ya plenamente multiculturales, con vecinos de distintos orígenes, una mayoría de los cuales ya están asentados, viven en familia y constituyen una parte de la población local. Este proceso de inserción de los novísimos vecinos se ha dado “por abajo” en términos laborales, residenciales y sociales, como consecuencia de la 14 Dentro de este cuadro general, común a todos los municipios, tenemos diferencias. En Torre Pacheco los bares “sólo socios” están ubicados en el centro de la población, son locales reformados y “elegantes”, mientras los bares autóctonos abiertos a los inmigrantes son los bares “obreros”. Por el contrario, en San Javier, se dan bares o pubs “sólo socios” en los barrios de concentración de vecindario inmigrante, como San Francisco y Castejón. 15 En este sentido, ha sido importante la actividad desarrollada por la Mancomunidad de Servicios Sociales del Sureste de Murcia tanto por sus servicios generales como por programas específicos de mediación, educativa y sociosanitaria (Gadea et al, 2008b).

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normativa de extranjería, de los cambios en la estructura productiva y las tendencias crecientes a la dualización, la flexibilidad y la temporalidad, de la ampliación de la desigualdad social en medio de un prospero dinamismo económico y del “lugar social” otorgado al inmigrante. En estos municipios, las desigualdades de clase y posición social se combinaban con las consecuencias estratificadoras de la etnicidad (ecuatoriano, “latino”, “moro”), que establecían diferencias en el acceso y distribución de bienes y recursos sociales (empleo fijo, vivienda adecuada, entorno residencial adecuado). La cuestión central era, y continúa siendo, si esta situación es coyuntural, propia de los primo-migrantes, o bien se trata de un rasgo estructural propio de una “sociedad local etnofragmentada”16. Estos rasgos, ¿tienden a atenuarse o bien se consolidan? En 2007, hablamos de un proceso abierto con tendencias y dinámicas contradictorias, unas más inclusivas y otros más excluyentes, que consolidaban la etnofragmentación. La estructura productiva y el mercado de trabajo de estos municipios se caracterizaba, como hemos visto, por la conformación de “sectores” de inmigrantes (agricultura, servicio domestico y limpieza), trabajos con mayor temporalidad y menor capacitación “destinados” a ellos y un sentido común que legitimaba este estado de las cosas. Sin embargo, los crecientes trayectorias laborales más diversificadas, sobre todo de los ecuatorianos y europeos del Este, moderaba el diagnóstico. En términos de residencia y vivienda se habían dado mejoras claras pero subsistían las diferencias residenciales y, sobre todo, se mantenían las malas condiciones sociales de algunas pedanías pequeñas con alta proporción de vecinos inmigrantes (en su inmensa mayoría marroquíes). Por otro lado, esta dualidad caracteriza también a la vida local y la convivencia, con un uso y disfrute en común de los servicios públicos y otros ámbitos relevantes, si bien desde una educada distancia, pero también con el surgimiento de sociabilidades fragmentadas (entre las que los establecimientos “sólo socios”, serían particularmente preocupantes dada su explicita discriminación del “otro”). En conclusión, hablamos de un proceso bastante reciente, muy dinámico y que, en 2007, tenía a favor una situación general de expansión económica, una conciencia social de la utilidad de los inmigrantes y una inserción de estos, en términos generales, tranquila. Con la crisis, algunas de estas condiciones han cambiado.

4. La crisis y sus impactos. 2008-2010 Como en el resto de España, el análisis de la crisis en Murcia y en Campo de Cartagena tiene dos datos básicos de partida. Por un lado, la crisis se manifiesta como crisis de empleo, primera etapa, y como la conjunción posterior de crisis de empleo, políticas de austeridad y prolongada recesión. Por otro lado, los inmigrantes y sus familias afrontan la crisis aquí, en su nueva sociedad y en su nuevo pueblo. En la región de Murcia, se ha estabilizado el número de residentes extranjeros; incluso, en los municipios que comentamos el vecindario extranjero ha aumentado ligeramente entre 2009 y 2011 (tabla 1). No se ha dado un retorno importante, aunque como veremos el retorno y, sobre todo, una mayor movilidad aquí-allá, forma parte de las estrategias de los inmigrantes. 4.1. El impacto de la crisis a nivel regional y en el Campo de Cartagena La Región de Murcia es una de las comunidades autónomas donde la crisis ha destruido más empleo. En 2011, mientras la tasa de paro estatal se situaba en el 21,6%, en el caso murciano se elevaba al 25,4% debido al mayor peso relativo de la construcción, el turismo y de las empresas 16 Tomamos el concepto de “sociedad etnofragmentada” de Pedreño (2005). Sin utilizar ese término, Cachón (2009) e Izquierdo (2009) en el caso español destacan los problemas derivados de una estratificación social reforzada, negativamente, por la etnia o el grupo atribuido. Centrándose en el caso francés, Bastenier (2004) entiende por “sociedad étnica” aquella en que la pertenencia, real o atribuida, a un grupo se afirma como un aspecto clave de los procesos sociales.

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de servicios vinculadas. Como ocurre también a nivel estatal, la incidencia del paro es mucho mayor entre los trabajadores extranjeros, un 36,6% en el caso murciano, dada su concentración en los sectores más golpeados por la crisis, en las categorías laborales de menor cualificación y su mayor índice de temporalidad (Pajares, 2010; Mahía y Del Arce, 2010; Elías, 2011). TABLA 3 Tasa de paro por nacionalidad y sexo. Región de Murcia Española Total 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011

8,01 7,85 7,56 12,63 20,73 23,35 25,41

Total

Hombres

Extranjera Mujeres

Total

Hombres

7,34 4,7 11,32 11,28 10,47 7,58 5,53 10,6 9 7,09 6,88 5,15 9,46 10,06 8,94 10,38 9,19 12,11 19,95 21,04 16,6 16,08 17,31 34,07 40,3 19,75 18,53 21,29 34,99 38,08 22,03 21,31 22,94 36,63 36,92 Fuente: Encuesta de Población Activa, INE

Mujeres 12,98 12,66 12,01 18,34 24,06 29,39 36,13

Entre los trabajadores extranjeros, como se observa en la tabla 3, el paro afecta proporcionalmente más a los hombres que a las mujeres. Esto también ocurre a nivel estatal, si bien en la Región de Murcia la diferencia entre hombres y mujeres, 16 puntos porcentuales en 2009, es más amplia dado que la destrucción de empleo en la primera fase de la crisis se centró en sectores muy masculinizados, como la construcción y los servicios afines, con mayor peso relativo a nivel regional que estatal. Posteriormente, en una segunda etapa, con una recesión consolidada y que afecta a todos los sectores, estas diferencias de la tasas de paro han tendido a reducirse para igualarse en 2011. En los municipios que estamos analiando se dan, también, estas tendencias. Como veíamos en un estudio anterior (Torres y Gadea, 2010a), los trabajadores extranjeros ya estaban sobrerepresentados entre los parados inscritos en años anteriores; con la crisis, esta sobrerepresentación ha aumentado. Igualmente, nuestro estudio mostraba que esta mayor incidencia del paro se repartía de forma desigual según los colectivos y las coyunturas económicas17. En los años del boom económico, los marroquíes era el colectivo que presentaba más paro, un 71% de los parados extranjeros inscritos en diciembre de 2005 eran marroquíes. En la primera etapa de la crisis, el impacto del paro fue mayor proporcionalmente entre los ecuatorianos, bolivianos y rumanos, que entre los marroquíes18. Es una situación distinta a la estatal debida, en nuestra opinión a que los trabajadores marroquíes del Campo de Cartagena habían continuado muy concentrados en la agricultura, precisamente el sector que ha padecido en menor medida el impacto negativo de la crisis en términos de destrucción de empleo19. Por otro lado, el trabajo y el empleo que subsiste se han degradado. En todo período de crisis, los empresarios intentan reducir costes laborales por diversas vías como la disminución de los salarios o de los costes sociales, “sumergiendo” una parte de la producción o incrementando las irregularidades laborales. En nuestra zona de estudio, hemos podido constatar los tres tipos de prácticas. 17 En esta aproximación hemos combinado los datos de parados extranjeros inscritos en el SEF-CARM por nacionalidad, su peso relativo en el vecindario y los grupos de edad, para el período 2005 - diciembre 2008 (Torres y Gadea, 2010.a). 18 Aunque casi habían triplicado su número, en diciembre de 2008, los parados marroquíes inscritos “sólo” representaban el 50,3% del total de parados extranjeros inscritos. 19 A nivel estatal, y desde el inicio de la crisis, han sido los marroquíes, argelinos y senegaleses los que presentan las mayores tasas de paro (Pajares, 2011; Elias, 2011, Colectivo Ioé, 2012). En opinión de Pajares, ello se debe a su sobrerrepresentación en el peonaje de construcción y la incidencia de la temporalidad; el primer factor no operaba en Campo de Cartagena. A nivel estatal, la tasa de desempleo de los marroquíes era del 50,7% en 2011, con un 68,8% para los jóvenes entre 16 y 24 años (Colectivo Ioé, 2012).

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Una de nuestras entrevistadas, gestora de una ETT que surte de mano de obra a “medianas y grandes empresas agrícolas”, señalaba la disminución del salario que percibe el jornalero tanto de forma directa, por la disminución del salario-hora pactado, como de forma indirecta, por ejemplo volviendo a repercutir sobre el trabajador una parte del coste del transporte (una vieja práctica que, en las ETT más “serias”, había desaparecido en la última época de bonanza). Estas rebajas también se habían dado en construcción y, en particular, en servicio domestico. “Los clientes, muchísimos, han bajado los precios. “Si quieres que trabaje contigo, tengo que rebajar esto y esto”, y a nosotros no nos queda más remedio que bajar el precio para poder entrar a trabajar. - ¿Y de qué bajada estaríamos hablando, más o menos? - Exactamente, no te lo puedo decir. Pero, por ejemplo, te pueden decir “ya no pago la hora a 9 euros, sino que la pago a 8,20 o a 8,30 euros la hora” (K) (Torres y Gadea, 2010a)

Respecto a la economía sumergida, su volumen había disminuido en el período 2004-2006, tanto en la Región de Murcia como en el Campo de Cartagena, lo que reflejaba los resultados del proceso de normalización (particularmente importante en la región). Como apunta la aproximación de la tabla 4, la economía sumergida volvió a aumentar en el año 2007, se consolida en 2008, disminuye en 2009, para remontar nuevamente, en 2010 y 2011.20 En cualquier caso, desde mediados de 2008, según todos nuestros informantes era muy perceptible un aumento de la economía sumergida en el Campo de Cartagena. En el caso de muchas empresas agrícolas, se mantienen a los trabajadores fijos y fijos discontinuos, normalmente un número bastante reducido, y para las tareas estacionales y los “picos” de producción se recurre a trabajadores eventuales, sin contrato.

TABLA 4 Aproximación a la economía sumergida en la Región de Murcia para el caso de los trabajadores extranjeros. Ocupados 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011

93.000 111.400 133.300 135.100 113.200 113.600 108.100 Fuentes: EPA y

% economía sumergida 77.807 15.193 16,3 98.270 13.130 11,8 98.479 34.821 26,1 97.100 38.000 28,1 89.848 23.352 20,6 86.224 27.376 24,1 82.754 25.346 23,5 Seguridad Social (media anual). Elaboración propia. Afiliados

Diferencia

En otros casos, cuando se realizan contratos, han aumentado las irregularidades. Ocurre, por ejemplo, con los destajos. Vuelve a ser una práctica habitual la contratación por horas y la realización del trabajo a destajo que aparece como un “acuerdo” entre el encargado de la empresa y/o el furgonetero y los trabajadores de la cuadrilla, acuerdo del que la empresa y la ETT se desvinculan. Así nos lo comentaban: “Nosotros, por lo menos, lo que nos piden no es a destajo, es por horas. No te puedo asegurar que en el campo no haya trabajo a destajo. Lo que pasa es que [...] está la gente en el campo, entre ellos, el encargado, con una cuadrilla trabajando a destajo, y luego el encargado se arregla y saca horas… Se arreglan entre ellos” (K)

20 Los datos de la EPA y de afiliación a la Seguridad Social son de distinta naturaleza. A pesar de ello, siguiendo a Pajares (2009), Izquierdo (2009) y Cachón (2009), el cruce de ambos datos nos permite una aproximación general al volumen de la economía sumergida y nos muestra su evolución. Por otra parte, utilizando los mismos criterios e indicadores, la incidencia de la economía sumergida entre los trabajadores extranjeros es justo el doble que entre los trabajadores autóctonos en todos estos años.

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Por último, entre las irregularidades hay que destacar los retrasos en los pagos y, lo que es más grave, los impagos que en muchos casos parecen responder a problemas de crédito y liquidez, particularmente de pequeños empresarios. En referencia a la crisis y los problemas de crédito, uno de nuestros informantes comentaba: “es una cadena, que uno va dejando pillado al otro, el otro al otro y al final, el que no cobra nada es el trabajador” (E2)

4.2. Las estrategias de los inmigrantes Los migrantes y sus familias, como cualquier otro trabajador, tratan de minimizar las consecuencias de la crisis y desarrollan una diversidad de estrategias unas en el ámbito productivo y otras en el ámbito reproductivo, que están interrelacionadas21. En el ámbito productivo, el margen de maniobra es muy escaso. Por un lado, la movilidad geográfica no parece constituir una alternativa factible, por el carácter generalizado de la crisis. Por otro lado, las posibilidades de movilidad sectorial son muy limitadas, debido a la estructura productiva de la zona. En el Campo de Cartagena, con una industria muy escasa y dado el impacto de la crisis en construcción y servicios, se ha dado un movimiento generalizado de vuelta a la agricultura que, a pesar de mantener su actividad, no puede absorber los excedentes de otros sectores. Esta vuelta a la agricultura afecta sobre todo a ecuatorianos y otros latinoamericanos que, en bastantes casos, habían “promocionado” a construcción y/o empresas auxiliares (en no pocos casos, “el típico furgonetero que se había dado de alta como autónomo… y ha sido barrido” MSL-6). Un indicador del impacto de la crisis lo constituye la vuelta de trabajadores autóctonos a la agricultura aunque, en 2007, en número bastante limitado. Además, si anteriormente casi todos los trabajadores españoles eran encargados ahora ya los encontramos, también, como jornaleros y por los mismos mecanismos que los inmigrantes: sus redes informales de familiares y amigos. Ya había “cuadrillas completas de españoles”. Ante esta situación, las estrategias para afrontar la crisis pasan por la aceptación de peores condiciones laborales. Así, para asegurarse un mínimo de ingresos se están aceptando la reducción del salario hora o la realización del trabajo sin contrato. La urgencia y presión para someterse a estas peores condiciones laborales son mayores para aquéllos y aquéllas que deben renovar el permiso. Para evitar la pérdida de la condición legal, han vuelto a la zona viejas prácticas como el pago de las cotizaciones a Seguridad Social por parte del trabajador u otras. Además, en la primera etapa de la crisis, al igual que sucedió a nivel estatal (Pajares, 2010), en el Campo de Cartagena otros miembros de la familia, particularmente las mujeres, se sumaron a la búsqueda activa de un empleo cuyos ingresos compensen el paro del marido, la reducción de su salario o la incertidumbre. Un indicador, entre otros, fue el importante incremento de mujeres extranjeras demandantes de primer empleo en las oficinas de SEF-CARM de estos municipios, a lo largo de 2008. Ya en la segunda etapa de la crisis, ante las dificultades crecientes de encontrar empleo, una parte de nuevos incorporados de desanima (a partir de mediados de 2009 disminuye la población activa extranjera, a nivel estatal y en la región de Murcia). A pesar de los esfuerzos, muchos hogares han visto reducidos sus ingresos y las estrategias de supervivencia afectan al ámbito reproductivo, “apretándose un cinturón” ya bastante estrecho, y pasar por la reducción del consumo y minimizar el coste de la vivienda, un apartado muy importante del presupuesto familiar. En 2009, en el Campo de Cartagena ya menudeaban los casos de devolución o embargo de viviendas de propietarios inmigrantes que no podían hacer frente a la hipoteca. Además, se había vuelto a generalizar prácticas como el alquiler de una o varías habitación de la casa, a compartir la vivienda con otras familias, o a habilitar cocheras o habitáculos instalados en los patios para ser ocupados, como fórmulas para reducir el importe del alquiler, hacer frente a la hipoteca u optimizar la propiedad conseguida en los últimos años. 21 Siguiendo a Mingione (1993) centramos nuestra mirada en los grupos familiares, que tratan de garantizar su situación material movilizando recursos procedentes de las distintas formas de trabajo de sus miembros o de fuentes externas (redes sociales, organizaciones comunitarias, Estado), se encuentran inscritos en contextos locales determinados y con estrategias productivas y reproductivas (Torres y Gadea, 2010b).

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“ha habido gente que ha vuelto nuevamente a meter a la familia como sea en dos habitaciones y alquilar la habitación restante. En las casitas bajas, las más modestas, se ha vuelto a alquilar la medio habitación que se encontró… la cochera” (MSL-9)

Otro indicador del aumento de la precariedad social entre el vecindario inmigrante, se percibía en los Servicios Sociales y las Cáritas de estos municipios. En todos ellos había aumentado el número de personas inmigrantes atendidas, si bien el aumento más significativo se daba en San Javier, y entre los colectivos destacaba el marroquí. Los técnicos de Servicios Sociales subrayaban, más allá de su número el cambio de las demandas y situaciones. Antes, una inmensa mayoría se trataban de familias que acudían de manera puntual y conseguían afrontar sus necesidades de manera autónoma (Torres et al., 2007; Gadea et al., 2008). Tras dos años de crisis, las demandas que se planteaban se centraban en la cobertura de las necesidades más básicas “necesidades fundamentales… ayudas de emergencia… sí ha cambiado, antes era es que no tengo suficiente dinero, ahora es que no tengo dinero… es que no tengo para nada, si se te ha quedado un subsidio de 400 euros y un hipotecario de 900… es que no sabes por donde empezar” (UTS-M- 4)”

En el Campo de Cartagena, como en el resto de España, no se ha dado un retorno relevante. El escaso atractivo del programa oficial, la incertidumbre en origen y la presencia de hijos socializados aquí, eran las razones más destacadas en 2009 por todos nuestros informantes; los escasos vecinos inmigrantes que se habían acogido al retorno capitalizado eran latinoamericanos. Al margen del programa oficial, con la crisis se habían desarrollado diversas estrategias de supervivencia relacionados con el retorno, de forma selectiva y según los colectivos. Una parte minoritaria de rumanos, como en otros sitios de España, volvieron a su tierra y en no pocos casos han establecido formas de movilidad entre Rumania y Murcia, dado su carácter comunitario. En el caso de los vecinos marroquíes, la proximidad geográfica con Marruecos, hace posible una estrategia de “dispersión transnacional” de la familia como una fórmula para reducir los costes de mantenimiento del núcleo familiar. En estos casos, el cabeza de familia se mantiene aquí y la mujer y los hijos retornan a Marruecos con la familia paterna. Así, se consigue reducir gastos y aumentar ingresos, dado que la vivienda se alquilará a otros compatriotas, reservándose el propietario marroquí una habitación. En otros casos, se pasa del piso en alquiler que no se ha podido mantener a la vivienda compartida con otros compatriotas. Un mediador marroquí comentaba: “Familias que vuelven, eso: la mujer y los críos a Marruecos. Conozco a muchísima gente, y gente cercana a mi que han dejado la casa, se han llevado a los críos, a lo mejor, a Marruecos, y los han dejado allí, con lo que sea –allí, la mayoría, gracias a Dios, tienen casa–, bien con los abuelos, con los padres; y vuelven, dejan la casa, y se van a una cama, a una habitación, a compartir con los compatriotas, con los amigos, y a buscarse la vida” (K-7)

Estas prácticas de “dispersión transnacional” de la familia no se plantea como un retorno definitivo, sino como estrategia temporal para capear los efectos de la crisis. Obviamente, se intentan mantener las autorizaciones de residencia y el cabeza de familia, normalmente en paro, va y viene.

4.3. Un proceso de inserción desestabilizado por la crisis En todos los ámbitos del proceso de inserción de los vecinos y vecinas inmigrantes en sus nuevos pueblos, la crisis representaba –ya en 2009- un serio retroceso respecto a las mejoras conseguidas con mucho esfuerzo, en los últimos años. En el ámbito socioeconómico son los vecinos inmigrantes los que padecían con mayor intensidad los efectos de la crisis en términos de paro y degradación de las condiciones de trabajo, sea cual sea el parámetro que se utilice (bajada de salarios, aumento de las irregularidades o incremento de la economía sumergida). Además, excepto aquellos con permiso permanente, la crisis desestabilizaba su seguridad jurídica ya que tienen mayores dificultades para renovar sus

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permisos. Por otro lado, dada su situación de precariedad y necesidad se había reducido igualmente su ya escasa capacidad de “negociación” con los empresarios. A nivel de vivienda, más allá de los casos extremos de desahucios, la necesidad de reducir gastos compartiendo vivienda con otros grupos familiares o alquilando una habitación, ya había generado un aumento del hacinamiento en 2009 y un cierto repunte de las situaciones de infravivienda. Este deterioro de las condiciones de residencia supone problemas de habitabilidad para los inmigrantes que las padecen; además, las viviendas con deficiencias y hacinamiento facilitan que las tensiones vecinales se amplifiquen. Otro impacto sobre el proceso de inserción lo constituía la paralización de los ciclos vitales o bien su retroceso. En 2009, las demandas de reagrupamiento familiar habían disminuido de forma muy considerable, tanto por las crecientes dificultades para acreditar las condiciones (ingresos y vivienda) como por la incertidumbre generalizada. En otros casos, como las familias marroquíes en las que la mujer y los hijos han vuelto a Marruecos, podemos hablar de retroceso. Bien es cierto que estas prácticas de “dispersión transnacional” familiar no se plantean como un retorno definitivo, sino como estrategia temporal para afrontar los efectos de la crisis. No es menos cierto que, aunque se plantee como temporal, ello no quiere decir que no tenga repercusiones muy negativas sobre el proceso de inserción, particularmente de los hijos e hijas. Además, más allá de las repercusiones de la crisis sobre los vecinos inmigrantes, la actual situación económica y las políticas de salida que se están implementando desestabilizan dos de las condiciones, trabajo y servicios públicos, que habían facilitado una inserción tranquila de los inmigrantes en el pasado más reciente. En estos municipios, el carácter complementario de los trabajadores autóctonos e inmigrantes que había caracterizado la estructura productiva etnofragmentada se pone en cuestión. En 2009, ya era perceptible aunque muy minoritaria la vuelta de trabajadores españoles al campo y, dado la continuidad e intensidad de la crisis ese tipo de situaciones de competencia no podía sino aumentar. Otro problema lo constituye la situación de los servicios públicos. En Servicios Sociales ya era perceptible, en 2009, una mayor demanda y centrada en necesidades básicas. Con la posterior agudización de la crisis esta demanda habrá aumentado y no solo entre los inmigrantes. Las medidas de austeridad y la reducción de gasto público merma las coberturas y facilita el surgimiento de tensiones entre vecinos precarios de unos y otros orígenes. En el caso de la enseñanza, la no renovación de los interinos va a afectar gravemente a los colegios públicos y, dentro de la comunidad escolar, a las necesidades específicas de los hijos e hijas de inmigrantes. Las diversas actuaciones que desde la Mancomunidad de Servicios Sociales y/o el Ayuntamiento de San Javier se realizaban, en materia de mediación, apoyo a los centros y otras, han ido decayendo dado los recortes, autonómicos y estatales, en materia de integración.

5. Conclusiones En las últimas décadas, los municipios agrícolas de la Región de Murcia han experimentado importantes transformaciones de la mano, principalmente, del desarrollo de un modelo de agroindustria orientado a la producción en fresco y de la llegada de población inmigrante para trabajar en los nuevos enclaves productivos agrícolas. La expansión de las tierras cultivadas, con la creación de nuevos regadíos como los del Campo de Cartagena, la intensificación de los procesos productivos y la configuración de una estructura dominada por grandes empresas cultivadoras-exportadoras, generaron una importante demanda de mano de obra para la que la población local resultaba, además de insuficiente, poco funcional, debido a las reivindicaciones de los jornaleros autóctonos para mejorar sus condiciones laborales. En este contexto, las estrategias empresariales de reclutamiento de la fuerza de trabajo volvieron su mirada hacia los trabajadores inmigrantes de origen magrebí, iniciando un proceso de sustitución étnica de la mano de obra agrícola y la consolidación de la Región de Murcia como receptora de importantes flujos de migración internacional.

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El vínculo entre agricultura intensiva y migraciones internacionales ha tenido importantes impactos en la Región de Murcia y, en particular, en los municipios y pedanías agrícolas. El primero de estos cambios tiene que ver, precisamente, con la llegada de población extranjera y la configuración de un vecindario multicultural. Si a lo largo de la década de los años 90, el vecino inmigrante era, en su inmensa mayoría, un hombre joven, marroquí, a menudo en situación irregular y que vivía en pedanías o en casas aisladas en el campo, con el nuevo siglo se da el cambio a una migración familiar y de asentamiento. Por un lado, se aceleraron los flujos y se diversificaron los orígenes, con el protagonismo destacado de los ecuatorianos. Por otro lado, la mejora económica, la seguridad documental y el reagrupamiento familiar de los vecinos marroquíes más arraigados, facilitó su residencia en los núcleos urbanos. Además, la migración ecuatoriana y más tarde boliviana y colombiana, presentó casi desde su llegada un perfil familiar y se instalaron, desde el primer momento, en los barrios más modestos de los núcleos urbanos. Todo ello, transformó estos pueblos en municipios multiculturales. Las dinámicas de movilidad del trabajo constituyen un elemento fundamental para comprender el lugar que los espacios rurales ocupan dentro de la sociedad global y el modo en que éstos se están configurando. Como señalan Pedreño y Riquelme, la presencia de nuevos vecinos extranjeros en los municipios agrícolas “son un indicador más del cambio social que afecta al mundo rural en la sociedad itinerante, en cuanto que lo extranjero se opone a las características de familiaridad, proximidad y relaciones endógenas propias de la sociedad campesina tradicional” (Pedreño y Riquelme, 2007:190). Así ha sucedido en los municipios de nuestro estudio. El número creciente de vecinos inmigrantes, no sólo en las pedanías sino en los pueblos, estableció las bases para que se ampliaran las situaciones de relaciones vecinales. En estos años no han faltado las pequeñas tensiones pero esta copresencia cotidiana se ha resuelto en términos de una “convivencia pacífica pero distante”. Lo mismo se puede decir de los espacios públicos comunes, como las plazas y jardines, el mercado o las puertas de los colegios, que son compartidos por los vecinos de distintos orígenes, desde una educada reserva y sin molestar al otro. Igualmente, la inserción de los nuevos vecinos en los servicios públicos de la zona, compartiendo instituciones y prestaciones con los autóctonos facilitaba su aceptación como unos vecinos más. En estos municipios, el asentamiento de los vecinos extranjeros ha generado la conformación de espacios comunitarios o etnificados, como las “zonas moras” o las “canchas de los ecuatorianos”, que después de ciertas tensiones iniciales fueron acomodando sus prácticas y con el tiempo se consolidaron como un elemento más de la heterogeneidad de estos municipios. No todo ha sido tan positivo, como nuestra la existencia de locales “solo socios”, una clara muestra de discriminación, pero en términos generales, entre 2000 y 2007 se puede hablar de una inserción tranquila, muy favorecida por el boom económico y la conciencia popular de la funcionalidad de los nuevos vecinos. Un segundo cambio a destacar es la transformación del mercado de trabajo agrícola. El trabajo familiar, incapaz de dar respuesta a un modelo altamente intensivo en mano de obra, se ve relegado en favor del trabajo asalariado. Esta centralidad de la relación salarial ha tenido importantes consecuencias tanto para la composición social de la fuerza de trabajo como para las relaciones de empleo en la agricultura. El trabajo asalariado en la agricultura intensiva se ha constituido en la zona como el principal “nicho laboral” para los trabajadores extranjeros, un espacio segmentado sexual y étnicamente que la población autóctona ha ido abandonando, al menos en los puestos de trabajo más descualificados y con mayor precariedad laboral. Al igual que en otros sectores económicos, se ha producido en la agricultura un trasvase de desigualdades (Parella, 2000) hacia categorías sociales construidas como vulnerables en función del género y la etnia. El mercado agrícola del Campo de Cartagena es, hoy en día, un espacio social segmentado sexual y étnicamente. La exigencia de disponibilidad de mano de obra flexible y móvil que demanda este mercado de trabajo ha posibilitado la recreación de las pautas que han caracterizado al jornalerismo tradicional (eventualidad, pago a jornal, informalidad, paternalismo, etc.), construyendo un mercado laboral marcado por la extrema flexibilidad y la precariedad de las condiciones laborales y salariales. La creciente etnificación de los mercados de trabajo agrícola se manifiesta en distintas formas de segregación, vulnerabilidad social y precarización de las condiciones de vida y de trabajo de los

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migrantes. Algo que, además, se extiende al conjunto de las relaciones sociales. Este es precisamente el tercer cambio que queremos destacar aquí: la transformación de los procesos de estratificación social que se producen en estos municipios, unos procesos que hemos calificado de etnofragmentación. La actual crisis económica no hace sino agravar estas tendencias. En la Región de Murcia y en el Campo de Cartagena son los trabajadores y trabajadoras inmigrantes los que con mayor intensidad están padeciendo los efectos de la crisis, no sólo en términos de paro y degradación de las condiciones de trabajo, sino también en el resto de dimensiones del proceso de inserción (Torres y Gadea, 2010a). Estos municipios y el espacio rural que conforman en el Campo de Cartagena, a diferencia de los espacios rurales tradicionales, los podemos caracterizar como heterogéneos, móviles y conectados a distintas tendencias globales, desde las derivadas del mercado global agroindustrial, hasta las migraciones internacionales. Estos municipios se enfrentan, en nuestra opinión, a un doble reto. Por un lado, la agudización con la crisis de los rasgos más desiguales y discriminatorios de la estructura laboral y social etnofragmentada y, en caso de durar ésta y dependiendo de sus efectos, que esta segmentación étnica se reproduzca en el caso de los hijos e hijas de inmigrantes. Por otro lado, la crisis y las políticas de austeridad y recortes sociales aplicadas, hace mucho más difícil el adecuado tratamiento de la diversidad cultural a todos los niveles, desde los servicios públicos hasta la copresencia tranquila en los espacios, dado que disminuye los recursos de todo tipo a ello dedicado y aumenta las bases materiales para que el “otro” sea visto como un competidor por recursos escasos, cuando no como un vecino indeseable.

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