Afanes incumplidos del sueño estructuralista. Lenguaje, lógica y formalización en Lévi-Strauss y Lacan.

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Descripción

AFANES INCUMPLIDOS DEL SUEÑO ESTRUCTURALISTA
Lenguaje, lógica y formalización en Lévi-Strauss y Lacan

En:

EL ESTRUCTURALISMO EN SUS MÁRGENES
Ensayos sobre críticos y disidentes: Althusser, Deleuze, Foucault, Lacan y
Ricoeur

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Tel.: (5411) 4804-4147
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ISBN: 978-987-1074-92-1

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Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Rodríguez, Fernando Gabriel
El estructuralismo en sus márgenes / Fernando Gabriel Rodríguez
y Mauro Vallejo. - 1ª ed. - Buenos Aires : Del Signo, 2011.
234p. ; 22.5x15.5 cm.
ISBN 978-987-1074-92-1
50-1
1. Psicología. 2. Psicoanálisis. I. Vallejo, Mauro II.Título
CDD 150.195


















































"Por una parte, el estructuralismo se
ofrece, justificadamente, como la crítica
misma del empirismo. Pero al mismo tiempo no
hay libro o estudio de Lévi-Strauss que no
se proponga como un ensayo empírico que
otras informaciones podrán en cualquier caso
llegar a completar o a refutar." (Derrida,
1966)


"La filosofía es una batalla contra el
hechizo que el lenguaje produce en nuestra
inteligencia." (Wittgenstein, 1953: § 109)


"Supuesto el panestructuralismo (…), hay que
añadir ahora una precisión importante: que
todas las estructuras son reducibles a una
misma lógica fundamental, a un código
binario, y no sólo las estructuras
explicativas sino también las reales, no
sólo en la cultura sino también en la
naturaleza" (Gómez García, 2008: 183)


"Muchas veces, para ser verdaderamente
'científico', no hay que ser más
'científico' de lo que la situación
permita." (Eco, 1976)



Si el estructuralismo ya supone una aventura intelectual mayormente
disuelta en las oleadas de un reflujo que ha fagocitado y metabolizado sus
puntos de vista radicales (integrándolos a líneas de investigación que han
realizado sus expectativas de rigor y modelización formal), si los que
todavía se reivindican estructuralistas son una excepción y, por citar un
nombre, el fallecido Lévi-Strauss había marcado que el camino proseguía en
las neurociencias, entonces cabe una recapitulación que indague el
cruzamiento de sus tesis principales con las de linajes filosófico-
científicos que dieron, en el siglo XX, versiones distintas, dramáticamente
divergentes, del lenguaje y de la condición humana. Se trata aquí
sucintamente de ilustrar la médula de los conceptos que trazaron el perfil
del estructuralismo y de llevarlos hasta confrontar, por una parte, con
distintas posiciones del campo de la filosofía, por otra con las
actualizaciones convenientes que, para el lenguaje, aporta la psicología de
corte empírico. Se apunta a discutir el pecado fundacional de un enfoque
orientado a hacer ciencia 'formal' (en un terreno que intuitivamente se
diría que escapa a esta ambición) y que entendía, como formal, calcar el
molde del lenguaje sobre la totalidad de hechos de la cultura: doble
reduccionismo que encogió a lenguaje la riqueza de los procesos semióticos
y que asumió el lenguaje como un binarismo exagerado y prescindente del
registro comunicativo, del rol de significar, del uso, de hacer cosas con
palabras, por tomar -y honrar- una caracterización que revela al lenguaje
como una herramienta de mayor envergadura que la de ordenar, nombrar y
categorizar (Austin, 1962; Nelson, 1985; Nelson, 1986, Bates, 1976; Bates,
1979).
En primer término se abordan generalidades de lo que constituyó el
núcleo estructuralista, se establece en qué sentido se habla allí de una
estructura, se opone esta opción con otras y se configura una demarcación
que arriba a ese pecado panlingüista que hemos mencionado. En un segundo
apartado se sondea la trayectoria por la que los símbolos, en acepción
inédita: insignificantes, pasaron a dominar, desde un patrón-reticulo
oposicional, una aventura que haría ciencia fuerte de los estudios del
hombre. En tercer tiempo, se ubica esta concepción de lo que sea el
lenguaje (y de su alcance explicativo sobre la cultura) junto con distintas
acepciones que, en 'el siglo del lenguaje', coincidieron en poner su rol en
primerísimo lugar para evacuar problemas ancestrales y ordenar el
pensamiento (Wittgenstein, Heidegger y Chomsky). La idea es aquí medir el
estructuralismo con alternativas teóricas igualmente esforzadas en una
superación del sujeto moderno, alternativas cuyos desarrollos se encuentran
capitaneados por un nuevo examen del lenguaje. La conclusión apunta a
señalar como tropiezo aquel afán que daba a la lingüística los pergaminos
para presidir los estudios del hombre y decidir sobre las relaciones
integrales del entendimiento, la cultura y la naturaleza: afán donde el
mundo se explica por un juego de lugares funcionales sin necesidad de
contemplar el proceso de percepción ni a las capacidades cognitivas más
indisputablemente universales.




1. GENERALIDADES

1.1. Del estatuto que conviene al estructuralismo y las dificultades para
dar con él
De entre los nombres asociados más íntimamente con el paradigma estructural
(valga aquí 'paradigma' en un sentido lato: el que puede tener el
estructuralismo en calidad de apuesta extra-científica), todos toman
partido por la causa (Lévi-Strauss, Lacan, Greimas, Barthes, en más de un
sentido Althusser y Foucault, luego un surtido elenco de figuras con
diverso grado de notoriedad) y sin embargo se separan de ella en uno o más
aspectos de los que hay en juego (obvia excepción de Lévi-Strauss). Estos
aspectos van desde la negación de la historia concebida como progresismo,
partición flagrante natura/ cultura, aspiraciones omniabarcativas en todo
el espectro de los estudios del hombre, pretensiones formalizadoras (y, con
ello, autonomía del signo -o símbolo, o significante- con respecto a
determinaciones exteriores a sus posibilidades de composición), destitución
del hombre (del sujeto y la consciencia) en una explicación que lo desarma
en causas y condicionantes y que desdibuja la figura de la libertad. No hay
un programa claro que defina qué características deben reconocerse para
estar por dentro o bien por fuera de la orientación. El estructuralismo
trabajó a puertas abiertas para que todos probaran la receta (y la vez que
la contaminaran su pureza con una expansión de los conceptos principales).
Los límites porosos y las líneas divergentes de los que se involucraron con
un modo estructural de repensar al hombre toleraban la entrada y salida de
proyectos por momentos consonantes pero por otros momentos antitéticos.
¿Cómo se hace casar que la estructura sea isonómica de ciertas propiedades
cerebrales para Lévi-Strauss con la supremacía de lo simbólico que en un
cierto tiempo enarboló Lacan?
De estos contornos imprecisos resulta que el estructuralismo no deba
llamarse paradigma ni tampoco PIC (Programa de Investigación Científica),
como quiere Milner (2002). La aplicación de esta categoría se enfrente a
objeciones de primer nivel (fuera de que en sí mismo el PIC sea tema de
calientes discusiones epistemológicas). Para empezar, baste poner entre
paréntesis el ítem de las predicciones que Lakatos marca como condición:
las predicciones estructuralistas, dígase en general las que puedan haberse
refrendado con una evidencia empírica objetiva, suelen ser hoy tan
debatibles como ya lo fueron en los tiempos de su concepción, con esta
diferencia: la novedad del planteo estructural se ha disipado y el lapso de
gracia concedido a todo ensayo intelectual para probar sus tesis expiró.
Ni PIC ni paradigma, en realidad, si hemos de conceder a Kuhn una
prerrogativa sobre esta categoría (1962). En su obra, las ciencias sociales
todavía no han superado la pre-ciencia, lo que impide usar este concepto,
paradigma, con un mínimo de propiedad. Para el caso ejemplar de la
psicología, la pretensión de definir lo psi como ciencia social, según la
hegemonía lingüística preconizada por el estructuralismo, comete dos
excesos paralelos: por un lado, al promoverse como la opción excluyente
para la ciencia social, por otro, al delinear con principios autónomos un
territorio humano que es ciencia social. En cuanto a lo primero, muchas
ideas de fondo de los estructuralistas fueron objetadas, al comienzo, por
su metodología imprecisa y luego desmentidas desde la investigación
empírica. Para indicar sólo un aspecto: la llamada ToM, o teoría de la
mente –la capacidad para captar las intenciones de los semejantes y
entenderlos como agentes de experiencia-, impugnaría que el papel decisivo,
en lo que atañe a la cultura humana y la socialidad, deba asignarse al
habla o al lenguaje, en la medida en que el lenguaje, en términos de
sistema reglado, está presente en individuos que padecen síndrome de
Asperger (donde simultáneamente falla la aptitud para hacer 'lectura de
mente')[1]. En cuanto a lo segundo, discriminar lo social –en el nivel de
la psicología y la comunicación- de la carga biológica que predispone al
hombre para hablar (contra el aserto de que el hombre es entrampado en el
lenguaje –nota 26), de los sistemas senso-perceptivos que obligan a
categorizar fuera de cualquier grilla opositiva, esto es, de las imágenes
que impregnan por sí solas la conducta humana (y cuya acción pregnante ha
sido remitida por los estructuralistas al orden del símbolo y a la
combinatoria), esta visión empeña el mundo humano sobre el mostrador de lo
simbólico, que es por su parte concebido de un modo deflacionado:
organizado en relaciones que podrían saltearse los determinantes del
significado y de lo real.
De aquí que no haya paradigma estructural más que para estructuras de
tipo kuhneano, una matriz disciplinar –según propia definición- que no
busca dar cuenta del concepto de Hombre sino de la actividad científica.
Puede agregarse que estas estructuras poseen contenido y que, si este posee
algún tipo de organización interna, como no podría no ser, esta no es
prevalentemente opositiva ni formal ni puede proscribir de sí el rubro
semántico. Los paradigmas están suspendidos de la irracionalidad de los
cambios sociales, de una para-racionalidad (por respetar las protestas de
Kuhn contra la acusación de haber vuelto a sembrar un irracionalismo). La
obra de Kuhn (y la de Toulmin, entre los pioneros) consistió en abrir el
campo de la ciencia hacia costados en los que el contexto llamado de
justificación se halla influenciado por factores extra-racionales, a
destajo de lo que aspiraba a edificar el Círculo de Viena. La estructura
paradigmática kuhneana camina así en el sentido de situar la actividad
científica dentro de fuerzas seculares de las que no puede marginarse. Por
ende ya hay aquí una distinción fundamental: el estructuralismo à la
francesa ha perseguido naturalizar el mundo del sentido y reducir, con
ello, toda comprensión empática o supeditada a la autognosis (Dilthey) por
una armazón combinatoria de rango objetivo, mientras que los paradigmas
tienen por premisa la inclusión de los determinantes de tenor
histórico–social y ciertos avatares del sentido (histórico-sociales) entre
los quehaceres y los meandros de la actividad científica. En cualquier caso
podría asimilarse aquel planteo kuhneano, su concepto de estructura, con el
desarrollo foucauldiano de las epistemai, estructuras ciertamente de tipo
sui generis en relación con los trabajos más cientificistas, pero, si
episteme y estructura comparten aristas de interés, aquella tiene un
diferente alcance y nunca se esclarece -como sí pretende de alguna manera
haber logrado Kuhn- cuál es la clave de sustitución que catapulta de una
instancia histórica en otra siguiente (a este respecto pueden consultarse
críticas feroces de Piaget sobre esta forma de historización de los
conocimientos –ver infra, nota 23).
¿Qué sería entonces aquel estructuralismo de cuño francés, si no un
paradigma ni un programa de investigación, cuando blandía sus estandartes
de estar vinculado con la cientificidad? Diremos pues, a falta de mejores
denominaciones, que constituyó una orientación, un pensamiento que alentaba
proponer parámetros estrictos al trabajo en las ciencias humanas en tanto
que definidas a partir del signo, y en particular del signo del
lenguaje[2]. Un pensamiento, un rumbo y una peripecia intelectual. "No es
una escuela ni siquiera un movimiento (…), pues la mayoría de los autores
que suelen asociarse a ese término distan mucho de sentirse ligados entre
sí por una solidaridad de doctrina o de combate. Apenas es un léxico"
(Barthes, 1964: 255[3]). Ello es al menos más que proponer, como
definición, que hubiera consistido en un momento (Dosse, 1992). Fue también
una agenda en cuyo consecuente desenvolvimiento se mezclan un método y una
filosofía, un concepto del hombre y una cierta navaja de Occam.
El horizonte de esta agenda era ante todo promover rigor en las
ciencias del hombre. Esto sería posible bajo el padrinazgo de los
desarrollos saussureanos y de su continuación por la Escuela de Praga (y
por la pretensión de que el sentido, hasta allí coesencial respecto de la
condición humana, se podía volatilizar por el recurso de la formalización).
Detrás del aura innovadora late una moción cientificista y una metafísica
en la que lo real no se reduce a ciertas estructuras (como si nada más con
la estructura hubiese aparecido un nuevo heurístico metodológico) sino que
es en sí mismo estructural. Como dice Pouillon en un prólogo clásico
(Pouillon, 1966), no habría bastado definir a la estructura como un
agregado de elementos solidariamente organizados de manera tal que la
totalidad suponga algo diverso y superior (se entiende: en grado de
complejidad) que la mera adjunción de partes. Si sólo fuera así, no habría
mayor distancia con las configuraciones perceptuales (las Gestalten) u
otras aproximaciones que abordasen a lo real desestimando la lente
atomística. El estructuralismo de corte francés se localiza en el
atrevimiento de haber postulado, para las ciencias del hombre, un perfil
conceptual-operativo con el que tendrían por fin el estatuto de ciencias
incuestionables, un avance posible al proponer un nuevo objeto, un nuevo
real, las estructuras en tanto imbricadas con la realidad, las estructuras
en tanto que objeto y método a la vez, una particularidad que toca nada
ma´s a la ciencias formales. Las matemáticas del grupo Bourbaki, bajo el
afán de organizar niveles cada vez más grandes de inteligibilidad, eran a
su manera ya estructuralistas, y la estructura es por supuesto un término
de polisemia harto difícil de acotar, pero el nuevo estructuralismo postula
un descubrimiento por el cual los saberes del hombre se colocarán, por fin,
junto a las ciencias indudablemente establecidas. Tal es: lo real está en
sí mismo preso en lo simbólico. Se crea un objeto: real-simbólico, con el
que cabe hacer al modo de la ciencia, rechazando la especulación, y por
cuyo expediente las humanidades se proyectarán al campo del conocimiento
riguroso. Se trata, grosso modo, de un esfuerzo para naturalizarlas, aunque
se haya propuesto un corte sustancial, cualitativo, entre el mundo de la
cultura y el de la naturaleza, ambos comunicados –Lévi-Strauss– por el
puente de un método formal (sin caer en formalismos -cfr. infra).
No está muy claro a veces qué tipo de formalización se invoca, porque
partiendo desde la aptitud demostrativa de la nueva lógica o logística
(como se la llamaba), y hasta el sonado binarismo de Jakobson abarcando
todas las oposiciones fonemáticas (tablas que ilustran, que describen, pero
que no aportan un lenguaje proposicional ni tienen voluntad de demostrar),
median más divergencias que aspectos comunes[4]. La pregunta inminente es
si aquella moción naturalista rindió frutos perdurables. Otra pregunta,
subalterna, es si puede pensarse el estructuralismo como forma de
naturalismo. Si el método parte de la adopción del tratamiento saussureano
de la lengua (que el ginebrino había fundado como objeto de los estudios
lingüísticos), ¿puede afirmarse que el propósito del estructuralismo
hubiera sido algo como un naturalismo? Por una parte, la propensión a
matematizar, a coquetear de un modo un tanto improvisado con los
implementos de las disciplinas duras (Bouveresse, 1999; Sokal & Bricmont,
1997) aproxima sus empeños a los de las ciencias naturales. Por otro, la
lengua es rescatada como hecho social, de una extracción diversa que el
fenomenismo natural. A esto se suma que el afán de matematizar sucede a una
primera tentativa donde lo formal es de otro fuero: el formalismo de las
estructuras fonológicas no debe nada a la abstracción de tipo matemático.
Veremos cómo se produce, allí, un sutil deslizamiento entre dos formas de
abstracción por vía de cierta vaguedad en torno de la calificación
'formal'[5].
Al trabajar el campo cultural, el campo del significado, aquel que
Dilthey había segregado del método natural bajo la rúbrica de
Geisteswissenschaften (donde la clave es una atribución de contenidos
psicológicos de nivel folk para entender la historia y las consciencias de
los hombre que la hicieron), campo que el existencialismo había
reivindicado como el plano más estrictamente humano (donde el hombre es
–Sartre- aquello que hace cada quien consigo desde lo que, en el principio,
otros le hicieron): al disputar entonces el mismo terreno al humanismo
todavía reinante y perseguir una eliminación de su protagonista vertebral,
pues ya ni el hombre ni el sujeto ni la luz de la consciencia cuentan más
que como epifenómeno (todos disueltos en la malla de las fuerzas
inconscientes que sujetan al sujeto a ser tan sólo un tema: subject, o
sujet), el corolario será un presuntivo nuevo estadio de la actividad
intelectual en lo tocante al signo, o símbolo, que en adelante encarnará el
factótum para todo aquello ante lo cual las viejas ilusiones de la
Ilustración quedaron obsoletas. El expediente del lenguaje sirve al
estructuralismo para una refundación de saberes sociales. La primera
víctima de la revolución será el monarca indiscutido del sujeto cartesiano
(más su correlato liberal, el individuo libre dueño de sus actos).
En efecto, la comunidad espiritual que hubiera entre las disciplinas
culturales ahora encuentra un nuevo centro. ¿Que hay de común entre
antropología, lingüística, psicología (en verdad, el psicoanálisis),
sociología, filología, economía o historia, cuando el eje que las
mancomuna, el hombre, la res cogitans, ha sido desbancado? En el punto de
comunión se encuentra lo simbólico entendido como aquel registro del que
surge el orden y la significación. Lo simbólico aporta las claves de
funcionamiento en las que el símbolo, en su calidad basal de una unidad
computativa, digita los movimientos para un juego autónomo de relaciones e
intercambios. (Aquí precisamente, entre estas relaciones e intercambios de
lugares se produce un mestizaje poco transparente entre lenguaje y lógica,
fonología y método deductivo, que empaña la vocación del estructuralismo
por lo que llama formal). Indicativo es, además, que la organización del
material en la malla simbólica siga los lineamientos del sistema sígnico
lingüístico, saussureanización del universo de las significaciones que
tempranamente ha sido replicada[6].
Dicho en un aforismo, para el estructuralismo el diccionario importa
menos que la reglamentación gramatical (sobreentendiendo que esta no
presenta, a veces, otras reglas que las de una oposición que da su sitio a
cada mínima unidad componencial). Esto en concreto parece haber sido un
estandarte de su enfoque y de su praxis. Será abonado por distinto tipo de
herramientas, con la fonología como aquel préstamo mayor, aun si se habla
de lógica y de formalismo en un sentido que alude a la lógica de un modo
tangencial. Hay un problema en aludir a aquella lógica, nacida para
elucidar los contenidos proposicionales, y a la vez ligar su nombre a los
parámetros lingüísticos cuando el lenguaje, de manera muy concreta, era el
obstáculo contra el que aquella se desarrollaba (Frege). En cuanto a los
fonemas, ocurre que su configuración diferencial-opositiva será
inconteniblemente propagada a todos los registros y fenómenos hasta
encajarlos dentro de su molde en ocasiones con violencia procustiana. Como
afirma Pouillon (1966: 15), ningún campo está prohibido al estructuralismo.
La práctica de reducir a oposiciones elementos que valen por su lugar, sólo
por él, puede precipitarse a veces en un entretenimiento cabalístico si no
se atiende a la semántica de las piezas involucradas[7].


1.2. De la entidad del estructuralismo y las dificultades para dar con ella
Desde mediados de los años sesenta, cuando el término estructuralismo están
en boca de todos y aparecen ensayos con estructuras por doquier, cuando la
orientación ha desbordado largamente el encierro de los intelectuales para
difundirse como doxa (así Milner, 2002), surgen publicaciones destinadas a
exponer para el gran público de qué se trata esta renovación que ha tomado
París desde la periferia provinciana (Dosse, 1992). De ellas pueden sacarse
algunas notas de relieve para espiar cómo se concebía a sí mismo el
estructuralismo. Tómese por ejemplo aquel estudio de Piaget (El
estructuralismo, 1968), integrador, sensible a diferencias y a rasgos
comunes. "A menudo se ha dicho que es difícil caracterizar al
estructuralismo, debido a que ha revestido unas formas demasiado múltiples
para presentar un denominador común" (1968/ 1969: 9). Luego de las cautelas
habituales marca que el cogollo pasa por un ideal: ideal de inteligir el
orden no inmediatamente manifiesto de las cosas. Se reconocerá lo vago de
este punto de partida, apenas algo más que una intención. Acto seguido
Piaget puntualiza: el estructuralismo debe confrontar con diferentes
concepciones según sea la disciplina. En matemáticas se opone, por el
expedientes del isomorfismo, a la compartimentación de sus diversas
especialidades. En lingüística se opone al comparativismo que había
postergado, detrás de los métodos y la afición de la filología, su objeto
indisputable, i.e. la lengua. En psicología diverge de aquellos ensayos de
atomización que habían alimentado al conductismo, la psicología de los
laboratorios europeos en general y la escuela reflexológica. En filosofía,
reniega del historicismo y las apelaciones a un sujeto en posición de
ejercer un control sobre aquello que elige o sabe hacer. Luego tenemos su
definición: una estructura es un sistema de transformaciones que responde a
leyes. Conforme con ellas (tomando mayor o menor cuenta de las propiedades
de los elementos) se retroalimenta autorregulativamente, se equilibra sin
recurso a instancias exteriores. Ya aquí tenemos algunas dificultades.
¿Cuál es el estatuto de esto recién definido: es un heurístico, una
metodología, acaso una atalaya filosófica? "En segunda aproximación, aunque
se puede tratar de una fase tanto ulterior como inmediatamente subsiguiente
al descubrimiento de la estructura, ésta debe poder dar lugar a una
formalización. Únicamente hay que comprender muy bien que esta
formalización es la obra del teórico, mientras que la estructura es
independiente de él" (1968/ 1969:10-11). La estructura no es metodológica,
sino ontológica, y en cualquier caso la formalización es una instancia
deseable a la que la ambición científica del estructuralista debe aspirar.
De ello, el estructuralismo será metodológico sólo porque ha desentrañado
una 'materia' estructural[8].
La discusión que sigue atañe entonces al nivel en que se puede presumir
que la estructura es en efecto real, y en todo caso, si la posición se
puede defender tanto para el lenguaje como para, en un pie de igualdad, la
inteligencia, los organismos físicos y la cultura en general. ¿La
estructura, cada cual, es lo más real, lo irreductible de su campo? ¿Cómo
conviven todas entre sí? Para Lévi-Strauss las estructuras se vacían en la
estructura. Para Lacan es la estructura lo que constituye lo simbólico como
el orden rector (lo imaginario posee leyes propias –Lacan, 1975–, no es en
sí mismo estructural sino que se estructura desde el mirador-significante).
En ambos, Lacan y Lévi-Strauss, es el lenguaje resumido en su más
palpitante desnudez lo que articula el universo estructural. Para Piaget,
por el contrario, las estructuras de la inteligencia no se explican como
una sintaxis ni como fonología. Esto señala una ruptura conceptual de
envergadura. Si la estructura o lo simbólico está dado desde el vamos para
ciertos estructuralistas, las estructuras piagetianas se suceden y se
dialectizan entre posibilidades asimiladoras del sujeto y acomodaciones a
la intransigencia anti-idealista del objeto. En ellas no se trata de
encontrar algo que estaba todo allí desde el comienzo, un pre-existente que
se imprime en el sujeto, sino de que éste en sí mismo coordine su acción y
luego representación con la dureza de un fenómeno extra-subjetivo. Aunque
el progreso de estas estructuras pudiera decirse que obra por detrás de la
consciencia, este sujeto cuenta en ellas menos como un elemento que como un
protagonista. Por otra parte, si 'estructura' se entiende en Lacan y en
Lévi-Strauss como un dispositivo que tanto se desenvuelve en un sentido, y
plasma cierta realidad, como puede también retroceder a un punto cero y
adoptar una organización distinta (ir por así decir para adelante y para
atrás), en la psicología genética el proceso de estructuración carece de
regreso. No hay retroceso del nivel de operación formal al sensorio motriz,
y la reversibilidad, que la hay, es intestina a cada grado de organización.
De esta manera se puede apreciar una versión genética y otra anti-evolutiva
de lo que se compromete bajo la noción de una estructura. En ambos casos la
estructura es real, pero de dos modos distintos: de un lado el
enriquecimiento de la inteligencia es subsidiario de los procesos de
adquisición determinados por la temporalidad ontogenética, de otro se ha
suprimido la flecha del tiempo y la historicidad. En la figura de Lacan
quizá puede entreverse un híbrido de temporalidad irreversible (al fin y al
cabo hay una historia del sujeto) y una convicción de que en el tiempo cero
ya está todo preacondicionado y en plena vigencia. Que haya après-coup,
nachträglich, vueltas de pulsión, no puede desdecir que el tiempo incida de
manera histórica.
Son estructuras evidentemente diferentes. Subsiste todavía lo que
ninguno de estos tres nombres discute, esto es, que la estructura es real.
Sobre este particular se había expedido Umberto Eco en La estructura
ausente (1968), donde realizaba un lapidario examen de las implicancias de
que el estructuralismo se atreviera a postular, como la encarnadura de las
cosas mismas, aquel binarismo que les da sustento o, mejor dicho, se lo
quita (pues no hay nada que sub-sista en el sentido de alguna sub-stancia).
Advierte con justeza que postulaciones tales son de extracción filosófica
por mucho que se amparen en ejemplos de constatación empírica. "La buena
filosofía es aquella que sabe que lo es, la mala es aquella que se presenta
con objetividad científica" (Eco, 1968/ 1999: 343). Si la estructura es una
hipótesis científica, debe ser refutable. Para ser refutable debe contener
sus dichos más acá de todo aserto sobre la naturaleza del hecho en
cuestión. Y si detrás de toda hipótesis científica, se sabe, cursa un
lecho de acepciones metafísicas, debe considerarse a vuelta del trabajo
empírico si tales postulados, por principio incontrastables, siguen siendo
sostenibles. Que el mundo esté en sí mismo estructurado es una afirmación
más que epistemológica, trascendental, con lo que estamos ya por fuera de
lo que compete a la labor científica. Si la estructura es real, ¿ella es la
cosa en sí o el resultado del metabolismo gnoseo-subjetivo? El sujeto de
marras podría bien estructurar lo real como la posibilidad de asirlo que le
ha sido conferida, y con esta manufactura aún se podría decir de la
estructura que está allí, que es la matriz humana de los hechos como tales
(estructura-objeto del entendimiento en su versión kantiana). Pero aun así,
no como una estructura en sí sino para nosotros, hay que plantear que allí
el dilema se propone entre si la estructura es una instancia de objetividad
indiscutible, universal, el incoercible efecto de nuestra capacidad de
conocer, o si es una estrategia que, apuntando hacia el fenómeno, admite
que acaso otro dispositivo pueda proponer, mañana, un mejor abordaje. La
posición lévi-strausseana invita a suponer que se acomoda bien dentro de la
primera alternativa: hay estructuras en el mundo porque nuestra mente no
podría menos que estructurar.
Una de dos: o la estructura es un modelo, un método, un ensayo, o es el
andamiaje cognitivo que, hipostático, subyace a todos los fenómenos y se
sustrae de la refutación. "El estructuralismo ontológico, (…) que concibe
el lenguaje como la presencia de una fuerza que actúa a espaldas del
hombre, una cadena de significantes que se impone por medio de sus propias
leyes probabilísticas (…) deja de ser un método (…) y se convierte en
Filosofía de la Naturaleza" (Eco, 1968/1999: 384). En Barthes, Greimas,
Lévi-Strauss, Lacan sobran pasajes en los que la apelación científica se
halla presente, pero a su sombra se despliega la confianza de haber dado
con la roca viva de lo que se trata.
Sigamos con Piaget: su texto es sugerente. Asigna a la estructura tres
particularidades: totalidad (a), transformaciones (b), autorregulación
(c)[9]. En cuanto al primer punto (a), señala que aquella totalidad mentada
no es un emergente, algo que se desprende de las relaciones entre los
particulares, ni tampoco una totalidad que surja de agregados de unidades
simples anteriores e inconexas, sino que existe donde cierta relación entre
los elementos es sinónimo de una unidad total. Esta primera cualidad
requiere de esclarecimiento. Piaget indica que se trata de totalidades de
elementos ya relacionados, de una manera en la que el todo no se sigue de
las partes ni estas de él, lo que supone bicondicionalidad: hay estructura
siempre y cuando haya a la vez constituyentes intersolidarios. Milner lo
escribe así:


"La estructura es el elemento y el elemento es la estructura (…) Se
aprecia aquí hasta qué punto el estructuralismo ignora el bourbakismo y
a través de él todos los usos matemáticos del término 'estructura'. No
por incapacidad sino por una razón de fondo: entre estructura y
elemento hay que descartar, desde un principio, cualquier jerarquía de
tipo conjuntista (…) el medio más seguro de echar a perder el
estructuralismo consiste en pasar por la teoría de conjuntos" (Milner,
2002: 157)[10].

Bajo este aspecto se cuela una ambigüedad que ha hecho correr la
tinta: ¿cuánto de las características del elemento pesa en la coordinación
estructural? Según el sesgo con el que se lea el pasaje de Milner, que el
elemento sea/se identifique con el todo puede sugerir que las
características que aquel tuviera se proscriben del entretejido de
valencias al que está ligado (no importan los contenidos, sino los lugares
que los elementos indistintamente pueden recibir desde las determinaciones
del sistema). Resulta difícil, sin embargo, atribuir a la estructura
piagetiana este tenor. Si se extrajeran conclusiones de una afirmación tan
radical, no habría un sí mismo de aquellos elementos integrantes del
sistema y funcionales, exclusivamente, a operaciones de corte supraordinal.
Esto desborda largamente los debates en torno a la construcción social (o
no) de los conocimientos: desde uno u otro mirador, con mayor o menor
agencia del sujeto en la constitución de su universo (aunque el espacio
para los imaginarios quede recortado en el tipo de pensamiento que aquí
comentamos), tanto si hubiera o como si no hubiera clases naturales, se
impone la percepción de que es posible una objetividad (o bien una
intersubjetividad) sobre las propiedades llamadas intrínsecas (affordances)
de los objetos. Se puede ser relativista-cultural sin caer en un concepto
de estructura que anonada el ser en sí y por sí de los entes del mundo.
Pasemos a (b): transformaciones. Hay grandes diferencias entre el grupo
de transformaciones proposicionales de Piaget (grupo INRC: identidad,
inversión, reciprocidad, correlatividad, parte de aquella psico-lógica, o
lógica operatoria, que plantea la forma 'grupo matemático' para la
descripción de la aptitud intelectual de los adolescentes), el cuadrado
semántico de Greimas y Rastier (1968), las oposiciones por semejanza y
desemejanza de Jakobson (1963) y Lévi-Strauss, la valoración de la
estructura en Benveniste (1966-1974) o Dumézil (1952). Lo más problemático
es que la estructura oscila en algunos autores entre un orden cerrado de
operaciones algebraicas y una clasificación. Por cierto, tampoco la lógica
operatoria de Piaget consiste en cadenas deductivas sino en un sistema de
conjuntos intertransformables de proposiciones, pero al contrario de
algunos ensayos simplemente taxonómicos la diferencia consiste en que su
trabajo ha producido una cartografía del pensamiento natural que sí puede
evaluarse y no reposa sobre una lectura subjetiva[11]. Esto obedece a que
puede llevarse sin dificultad a un plano de contrastación. Cuando el
criterio se elastiza demasiado y las transformaciones son de tan vasta
amplitud que todo puede colocarse de alguna manera en relación, cabe la
suspicacia de que con 'transformaciones' no se esté diciendo una
trivialidad.
Punto (c): autorregulación. Consiste en la aptitud de la estructura
para obrar sobre sí misma, conservando las transformaciones dentro de
ciertas fronteras. La regulación puede ser de dos tipos. Reversible en un
sentido duro, donde 6 + 7= 13 pero 13 – 7= 6, y en otro sentido blando o
temporal, donde se trata de que puede reinstaurarse un estado de cosas 1,
anterior al estado presente 2, en un tiempo t3, esto es, sin volver para
atrás el curso del suceso. Ambas regulaciones satisfacen el principio de
relativa clausura que se ha adjudicado a la estructura, y la duplicidad
permite que la formalización respete el tiempo (no la historia) con que
sólo entienda que el acontecer empírico no es en sí mismo matemático sino
más bien un rubro matematizable.
Posiblemente cualquier estructura de las que se elaboraron durante el
período estructuralista cumpla estas características marcadas por Piaget,
pero surgen inconvenientes a la hora de examinar cómo se satisface aquella
tríada fundamental. La forma de totalizar diverge de Barthes a Lévi-
Strauss, o de los 'todos' plenos a aquellos articulados en torno de alguna
falta (caso de Lacan). Analicemos otro intento que diseña el tópico de un
modo algo distinto. Para Gilles Deleuze (1973) el estructuralismo se
reconoce en algunos criterios básicos que en algún caso resultan
ortogonales al examen de Piaget. Luego de catastrar los nombres que
usualmente eran relacionados con el pensamiento estructuralista
("injustamente o con razón: un lingüista como R. Jakobson, un sociólogo
como C. Lévi-Strauss, un psicoanalista como J. Lacan, un filósofo que
renueva la epistemología como M. Foucault, un filósofo marxista que retoma
el problema de la interpretación del marxismo como L. Althusser, un crítico
literario como R. Barthes, escritores como los del grupo Tel quel…")
plantea una cardinalidad fundante: toda estructura es de lenguaje, "no hay
estructura más que de lo que es lenguaje". El lenguaje es fundador del
campo estructural. In principium erat Verbum, como arguyó Lacan en su
Seminario, peleando más tarde por la mejor traducción de Verbum, que en sus
términos, pro domo sua, equivalía a lenguaje. Lo estructural-estructurable
alcanza hasta donde el lenguaje abarca, "aunque se trate de un lenguaje
esotérico o incluso no verbal". Esta segunda cita implica de inmediato la
exclusión de la obra piageteana, cuyas estructuras no están soportadas por
el signo -ni el signo lingüístico ni ningún otro. Por mucho que la
aparición de la función semiótica conlleve una inyección vital a la
organización del pensamiento, las estructuras sucesivas de la inteligencia
no son por lenguaje, no dependen de él. Habría quizás que sopesar si mejor
que el soslayo de Piaget no hubiera sido una reevaluación del límite de la
estructura. Pero esto era contrario al dictum de la etnología lévi-
strausseana: todo lo cultural entra en las redes del lenguaje.
De todas maneras, lógica y lenguaje son las muletillas o las
contraseñas con que los discursos estructuralistas evangelizaban
territorios bárbaros. Lógica puede ser metáfora de ordenación, esto está
claro, pero en simultáneo está el empeño por neutralizar los contenidos y
operar variables al modo de las ciencias formales (lógica de los mitos, de
los parentescos, del significante, del fantasma, cuantificación del proceso
de sexuación). En relación con el lenguaje, ¿todos los estructuralistas
entienden lo mismo? Ni siquiera en este punto medular parece haber acuerdo
llano. Donde Lacan y Lévi-Strauss consideraban que su núcleo era una pura
posibilidad combinatoria, Barthes iba a multiplicar los planos la
incidencia de los signos, todos igualmente relevantes (ligadura del
significante y el significado, de los signos y el tesoro de la lengua, de
los signos y la actualidad del enunciado) -Barthes, 1964. Aun si la
posibilidad combinatoria está regida por la oposición, cuando se aborda el
eje sintagmático consta una sola prescripción, más bien ausente de
gramaticalidad (por ende ausencia de lenguaje en un sentido propio): serie
lineal hecha de un elemento detrás de algún otro. Se habla de leyes y
gramática cuando las determinaciones promovidas pecan de tibieza y se
mantienen, simplemente, para sostener que es el lenguaje lo que ordena el
mundo.
Si nadie está dispuesto a discutir que no hay lenguaje que no sea
gramatical, ello no quita que haya pensamiento, comunicación y pasiones
humanas que puedan ubicarse más allá de la gramática (en su más lata
acepción). Hay comunicación en la gestualidad protodeclarativa y
protoimperativa, preanunciando lo que será la capacidad para efectuar
atribuciones mentalistas a los semejantes (Baron-Cohen, 1991). La
indicación con el dedo extendido es motivada, surge a instancias del objeto
(con el que se muestra en la contigüidad del índice peirceano) y falta en
ella el rasgo de arbitrariedad: el gesto no se opone, como pide la
estructura, y sin embargo es comunicativo y es convencional (como se da en
el caso del gesto de 'chau'), luego es un hecho cultural. De allí se
quiebra el emparejamiento de gramática y cultura. Esa semántica del gesto,
holística (Goldin-Meadow, 2005) o global-sintética (McNeill, 1992) no
responde por reglas. ¿Será pues pre-humana? Sin ir más lejos la
gramaticalidad de las emisión verbal convive con el gesto, y antes de haber
gramática gesto y palabra holística (palabra frase, entre los 12 y los 18
meses) cohabitan en unidades donde, emparejados, yuxtapuestos, apuntalan la
creación de otros significados diferentes que los que partes representan.
Desde hace largo tiempo se viene acopiando información que favorece
postular una continuidad entre el gesto indicial y representativo con la
paulatina adquisición de patrones morfosintácticos[12]. La discusión
concierne entonces a la determinación de qué tipo particular de molde es el
de la gramática del estructuralismo, que deja a un costado manifestaciones
culturales que escapan de las tabulaciones mínimas por las que se define lo
esencial-humano. ¿Qué reglas de composición interna cabe suponer en ese
estrato, el más fundamental, si no las de una biología empeñada en sacar
adelante una forma de vida que es social antes de todo atisbo de sintaxis o
de oposiciones? Tenemos comunicación humana/cultural en ausencia de signo
articulado, dirigida por una empatía temprana responsable de los
intercambios del adulto y el neonato. Los intercambios son intencionales,
espontáneos y rápidamente se vuelven convencionales por la gesticulación,
sin el auxilio de reglas opositivas o compositivas. La capacidad para
simbolizar es prelingüística y para-lingüística[13].
Esta caracterización del estructuralismo alrededor de lo simbólico
produce, como ya hemos consignado, una baja notable. Piaget hacía
psicología entre el telón de fondo de la biología y aquella vocación de
epistemólogo que siempre confesó. A contramano de la inspiración
lingüística en las otras disciplinas, la epistemología genética se sacude
el yugo del lenguaje sobre el pensamiento. En tiempos en que la
psicolingüística se hallaba en cierne, Piaget informaba del retraso
intelectual de ciegos sobre sordomudos: el déficit -explica- pasa por el
hecho de que la ausencia de vista incide más profundamente que la ausencia
en la organización de esquemas sensorio-motores, con la consecuencia de un
retardo de las estructuras lógicas (Furth, 1965; Piaget, 1968). Piaget
pensaba la estructura en términos lógico-matemáticos, y publicó su Traité
de logique. Essai de logique opératoire en el mismo año 1949 en que Lévi-
Strauss daba a luz su obra sobre le parentesco. La coincidencia no debe
alentar la idea de convergencia, aún si el mismo Piaget pudiera haberse
despistado. La diferencia se revela cuando se compara que Piaget, bajo la
acusación de logicismo (exceso formalista cometido sobre los fenómenos de
alguna disciplina fáctica, por ende, sobre un orden contingente que la
necesariedad del pensamiento a priori no puede abarcar), se desembarazó de
aquella injusta imputación en varias oortunidades, mientras que el resto de
los estructuralista se esforzaba detrás de una logisticación a ultranzaEsa
exterioridad respecto del molde lingüístico, sumada a la necesidad de
incorporar la génesis, fueron determinantes para que Piaget fuera apartado
de los verdaderos estructuralistas[14]. Deleuze apunta que


"En Lacan, también en otros estructuralistas, lo simbólico como
elemento de la estructura está al principio de una génesis: la
estructura se encarna en las realidades y las imágenes siguiendo series
determinables; además, ella las constituye encarnándose allí, pero no
deriva de ellas, siendo más profunda que ellas, subsuelo tanto para
todos los suelos de lo real como para todos los cielos de la
imaginación" (Deleuze 1973: 302).


Empero, la génesis o el tiempo que allí consta es de extracción diversa
que la de Piaget.
El estructuralismo, entonces, pende de la autonomía del símbolo. Este
(o el signo, o el significante) es lo que hermana a las distintas
disciplinas llamadas del hombre y lo que sirve para derrumbarlo, al Hombre
y sus campeones (Sartre el principal, autor de dos estudios llamativamente
opuestos, desde el título, al empeño de los estructuralistas: hablo de La
imaginación y de Lo imaginario). Todo lo cual acaso no haya más que
reemplazado una filosofía por otra, ésta con un rebrillo de saber
científico. En cualquier caso, lo simbólico es el nombre del enclave donde
ir a desentrañar la condición humana en radical fractura con lo natural.
La condición humana es inhumana, en paralelo con que el símbolo no está
en el mundo para simbolizar nada sino para combinarse y, de rebote, algunas
veces, producir la significación. Esta inhumanidad, deconstrucción del
Hombre, es lo que menos se podría haber esperado desde la muerte de Dios, a
consecuencia de lo cual se presagiaba un Superhombre pero en su lugar acude
la ciencia jovial que Nietzsche oteaba sobre el hombro: no el Superhombre
sino paradojalmente un método y una vacancia de sujeto. De esta manera,
donde había sentido, consciencia volente, el Yo, ocurre un desmadejamiento
por el que esas cláusulas eran tan sólo un espejismo que debía exiliarse
con todos los fardos y los fueros de los humanismos. Ahora resulta un Yo,
un sujeto y un sentido que se posicionan como efectos de un principio-
agente a cuyo desenvolvimiento se reducen. Es la estructura lo que, para
retomar la última cita de Deleuze, significa (hace pasar por la malla de
signos) lo real.
Si la estructura es en última instancia de lenguaje esto es porque el
lenguaje, bajo la modalidad de extrema latitud sobre la que se hace preciso
discutir, es en sí mismo la estructura básica y el vaciadero de todas las
estructuras. Ambas categorías se encuentran y se sintetizan en una
designación común: orden simbólico, donde toda gramática, de lengua natural
o artificial, todo sistematicidad y axiomaticidad, el pensamiento racional
tanto como el divagatorio, la mitología, la poética, las artes y la cultura
en su conjunto quedan comprendidas. Lo cultural en su más plena envergadura
se activa de esa matriz de lugares intercambiables que define lo simbólico,
y las culturas, en plural, son nada más aleatorizaciones de la condición
simbólica, todas equivalentes en cuanto a que se reducen, nacen y colapsan
en los avatares de un dispositivo sin intencionalidad ni rumbo (Lévi-
Strauss, 1962). Ni el idealismo hegeliano ni el Diamat de Marx: la
civilización es puro cuento y no se avanza hacia ningún destino. Menos
hacia la libertad.




Como su nota de mayor originalidad el estructuralismo interpone el
lenguaje entre el registro de la imagen y el de lo real. La partición antes
pasaba por discriminar la realidad sensible y mundo suprasensible o
conceptual (el complemento de teoría o Razón que contenía de punta a punta
Ideas y cálculo, categorías del pensamiento puro, silogística y filosofía
política: todo ligado en una dimensión fuera de la naturaleza corruptible).
Al distinguir imaginario y simbólico puro, al colocar, hablando
propiamente, lo simbólico fuera de las imágenes (maniobra en la que también
el concepto es afectado), es la abstracción en su sentido más genuino (la
abstracción que es fórmula, estrategia, esquema) lo que se separa del
significado. Queda esta geografía: un real distinto de la representación
distintos ambos de las formas vanas, lúdicas, compositivas, formas
insignificantes que articulan la estructura y que han homologado el
existencialismo, el mito, el otro mundo de Platón y las pinturas parietales
de Altamira.
Lo simbólico, ahora depurado de su congestión con representaciones,
quizá precisó de que la máquina moderna, el desarrollo de la ingeniería
industrial, mostrara los resortes de su dinamismo (Lacan, 1978). Máquina
significante con capacidad de generar sus propias pautas de combinación con
prescindencia de influjos externos (Lacan: red αβγδ). Todo elemento tal o
cual puede seguirse, en una serie, de algún elemento tal2 o cual2 con que
las determinaciones sintagmáticas lo hagan posible y sin considerar el
lastre de significado que no pesa ni obsta la cadena. Los significados del
signo lingüístico o las propiedades (de la clase intrínseca) que los
objetos conformantes de estructuras pudieran tener (y tienen, porque antes
de hacer a una estructura existen como una entidad, son frases, símbolos,
ropaje, texto, cultos religiosos, figuras de dioses) no se implican en la
consideración estructural. El sentido ocurre -contra la hermenéutica,
enfrentando a la fenomenología (que planteaban un cierto horizonte de pre-
comprensión). El sentido califica como un efecto colateral, parasitario de
aquel mecanismo de pura combinación. ¿Cómo es posible obviar la
significación y producirla? Tómese el canon de la formalización: un sistema
axiomático. Para decir alguna cosa debe tener reglas y un vocabulario -so
riesgo de ser una mera notación incomprensible. Esas constantes y variables
de individuo y de función se hallan estipuladas como primitivos. Con
agregado de reglas de formación (para 'fórmulas bien formadas') constituyen
el lenguaje que, sumado a axiomas y a las reglas de transformación, dará
por fin un sistema formal. Como se ve, hay diccionario en él: una semántica
que fija posibilidades. Cuando un sistema es axiomático y formal (un SAF),
puede proporcionar luego un 'modelo', en el sentido que esta denominación
asume en lógica, esto es, si la interpretación de sus axiomas corresponde
con la realidad (aplicación de la matriz demostrativa al mundo empírico);
caso contrario no se habrá modelizado nada: mala interpretación del SAF. A
diferencia de este derrotero, pasa en las ciencias fácticas que toda
modelización sigue un proceso inverso: resume, en representación de una
porción de realidad, las notas esenciales con las cuales caracterizarla. De
ello tenemos que el modelo es, desde la experiencia, una abstracción y no
una concreción. Cuando pretende el estructuralismo que el lenguaje, en su
modalidad más des-semantizada, sea el arranque para el pensamiento de lo
real, la vacuidad en el lugar de los significados, la ausencia de
propiedades perceptuales y conceptos lleva el pretendido formalismo incluso
más allá de donde está para la lógica y la matemática. En simultáneo, no
está practicando más que una tarea de modelización de aquel segundo tipo,
esto es, formalizando a partir de la realidad.
Esta postulación de asepsia se enfatiza a veces hasta convertirse en un
antirrealismo por el que las condiciones perceptuales/ físicas de los
objetos quedarían supeditadas a lo que acontezca en el seno de la
estructura. Esto va de la mano del protagonismo de los símbolos. Pero
Saussure, santo patrono, nunca llega a tanto: al destacar que en la
estructura sólo cuentan diferencias no descree de los sonidos o del
pensamiento, que ya existen, ambos, con sus respectivas cualidades
positivas. Ese mutuo recorte de conceptos y materia fónica (par convocado a
coincidir en divisiones arbitrarias) sólo funda los signos de la realidad
(signos lingüísticos, para más dato, que son nada más una porción). El
estructuralismo defiende una radicalidad de lo simbólico en la cual pasa
por alto que quizás otros parámetros de significación extralingüística
puedan articular la significación humana en una jerarquía inclusive más
fundamental[15].
Bajo la tesis de que la estructura está de entrada se soslaya que es
por tener ciertas propiedades que las entidades se integran con otras en un
todo estructural. Los fonemas son fonemas y se agrupan con fonemas sin
cruzarse con lexemas o mitemas (salvo en el pensamiento, donde todo es
potencialmente significante –aunque, con serlo, y contra las protestas de
Lacan, el rango de significante no esté exento de las constricciones que
operan los contenidos: la carta circula como carta/letra, pero ha recibido
el tratamiento de una carta/ objeto de papel con algo escrito, no el que
corresponde a objetos de otras propiedades). Con excepción del plano
fonológico, carente de significados, todos los planos en los que se mueve
el estructuralismo presuponen ya un imaginario pleno de sentido antes de la
estructura –imaginario que por cierto sirve a la estructura al proponerle
contenidos. ¿Cómo podría haber significación sino a partir de palanquear en
otra significación? Puede tomarse ejemplos de Lacan, de Barthes o de Lévi-
Strauss, considerarse de qué modo el padre imaginario asciende a ser padre
simbólico, tomar en cuenta las reconstrucciones de S/Z o rastrillar las
componendas de las Mitológicas: se ve que la estructura impone
retrosignificaciones, nuevas significaciones, pero nunca el nacimiento de
la significación o el pensamiento[16]. En este aspecto al menos, la
estructura debe resignar su pretensión fundante. Dicho de un modo todavía
más llano, los elementos de las estructuras son fenómenos o
representaciones o conceptos: para que la estructura no sea un cambalache
estos se agruparán por cierta afinidad. Peras no se conjugan con manzanas
salvo que se las incluya en el conjunto (o la estructura) de las frutas, de
los vegetales, de los alimentos; pero la calificación para integrar una
estructura manda que las propiedades de los candidatos a integrarla sean
reconocidas y excluyentes. Las propiedades de tipo relacional (las intra-
estructurales) están emplazadas sobre las intrínsecas de la manzana que,
teniéndolas, puede ponerse en relación con otras entidades semejantes (y
ordenarse, por desemejanza, fuera del conjunto de las peras). Lo mismo vale
para cualquier tipo de estructuras, que dependen de sus átomos
constituyentes, los fonemas, los monemas, los cenemas, los matemas, los
mitemas, los sememas, semantemas, literemas y toda los miembros de aquella
prolífica familia. A esto siempre se puede replicar que tales propiedades
de la cosa serían como el fono en que se instancian los fonemas, el
fenómeno en estado precategorial, y que el fonema, en cuanto una
abstracción, es recíprocamente inseparable del sistema fonológico de una
lengua concreta: vale decir que surge como tal del mapa de las relaciones
para materializar la significación. Sobre lo cual es oportuno redargüir que
sin ser ya fonemas, tipos de sonidos y no meros fonos, jamás llegarían a
formar parte de esa conjunción con los demás, pues no son meros fonos los
que hacen a tales relaciones. Valen por diferentes pero deben primero ser
fonemas y tener ciertos rasgos particulares. Lo entitativo del objeto y del
fenómeno es a priori de que se lo incluya en una relación de tipo
lingüiforme y debe ser considerado en toda su riqueza material o empírica,
so riesgo de dañar su condición y desvirtuarlo. Si esto es correcto hay en
la base de toda estructura una palmaria positividad, la plataforma del ser
duro e incontrovertible de las cosas y sus propiedades físicas o
fenoménicas.
Huelga decir, a estas alturas, que toda estructura es inconsciente.
Esto en principio indica que no están abiertas a una percepción directa,
pero –a espaldas del truismo- si es un hecho que se trata en la gran
mayoría de los autores estructuralistas de alguna aproximación al
inconsciente de cuño freudiano (Barthes, 1963; Jakobson, 1967; Lévi-
Strauss, 1949; obviamente Lacan), cada uno hace con esta referencia un
modelado diferente. Lo inconsciente lévi-strausseano es el agente
posibilitador de la cultura. Está vacío de imágenes y contenidos: imprime
sus leyes a los elementos procedentes del medio exterior (Lévi-Strauss,
1959). No se confunde con el subconsciente (el reservorio personal de las
vivencias). Cuando Lacan marque las diferencias entre el inconsciente de
Freud "y el nuestro" (1966a), ese plural con el que abarca a los
psicoanalistas que siguen sus pasos puede leerse como si afirmara una
comunidad de concepción con Lévi-Strauss: para uno y otro el inconsciente
se actualiza en el discurso, donde las imágenes y representaciones
subjetivas son estructuralmente dispuestas con acuerdo de ciertos
principios de circulación (ya sean significantes, signos o mujeres)[17].
El inconsciente de Lacan (y de Barthes, que sigue a Lacan de cerca)
presupone aquel de Lévi-Strauss: es un reducto donde lo simbólico se ofrece
a que el deseo, puro pujar tras de la huella del objeto 'a' (objeto
entonces causa del deseo), palpite y se escurra entre significantes.
No obstante, este inconsciente que es, en Lévi-Strauss, universal, si
acaso fuera la estructura del lenguaje natural, el parentesco y los hechos
sociales, debería rendirse a una semiosis pre-verbal, gestual, icónica y en
absoluto del orden gramatical, que allanará durante la primera infancia el
acceso al lenguaje. Esta gestualidad es motivada y no reglada, como ya se
ha discurrido. El infans que señala para un otro (con el cual se comunica)
le da el rol de ser, como él, sujeto de experiencia, alguien capacitado
para interpretar su gesto indicativo. Cuando más tarde indique hacia un
zapato y adjunte a la indicación una palabra aislada (por caso "mamá"),
¿habrá en ello estructura? Menos que tal, da la impresión de que se han
coligado dos ideas sin ley que fuera seriamente digna de este nombre: se
habrá forjado, entre los dos registros verbal y gestual, una unidad
semántica de nivel superior. Si uno no quiere suponer que se haya
confundido madre con calzado ha de entenderse que hay allí una atribución:
un genitivo que sugiere algo como 'el zapato de mamá'. Si ambos
constituyentes son significantes, y nada lo impediría, ¿son opuestos a qué,
y en qué sentido? Aunque no quepa hablar allí de oposición o sistema
cerrado (orden simbólico como la reticulación fundamental de relaciones
diametrales, +/-, presencia/ ausencia), la semiosis de esta etapa muestra
cómo el niño se esfuerza en comunicar con los recursos a su alcance?[18]


2. DE LOS FONEMAS A LOS PARENTEMAS

2.1. La antropología de Lévi-Strauss
En 1949 se publica en París Las estructuras elementales del parentesco,
la tesis doctoral que Lévi-Strauss había defendido en el año anterior. Su
afirmación central es que las relaciones interhumanas están regidas por
leyes combinatorias en las que los elementos ceden el protagonismo a sus
valores de composición o -en otros términos- valen por su lugar diferencial
(y luego operativo) en el reticulado de las relaciones.
El sistema de parentesco supone una red establecida de intercambios
donde el signo que pasa de mano es la mujer, el elemento estimular del
vínculo sexual que se ha dimensionado un tanto misteriosamente como valor
cultural. La mujer circula de un modo reglado entre los hombres de la
sociedad para garantizar, por reciprocidad, la convivencia y la
supervivencia. Este planteo alentó sospechas entre quienes preferían la
hipótesis de competencia intergrupal o del azar a aquella forma de
contractualismo. Firme en su punto, Lévi-Strauss sostiene que dar y tomar
mujeres constituye una función de autorregulación que sirve para cohonestar
a los distintos grupos en una comunidad. La controversia está planteada en
torno a la evidencia empírica. Puede seguirse un complicado ir y venir
acerca de ello en Harris (1968). El defensor del estructuralismo y
traductor del libro inaugural del Lévi-Strauss a lengua inglesa, Rodney
Needham, pretendía que nueve casos tomados de la cultura purum Rodney
Needham eran respaldo suficiente para la teoría de uniones matrilaterales.
Luego sucede el episodio donde el mismo Lévi-Strauss, autor del prólogo a
la traducción, dice que el expediente utilizado por su apologista, separar
la preferencia de la prescripción matrimonial, no tiene relevancia. Aquel
esfuerzo defensor de Needham frente a mediciones que por cierto
desfavorecían la hipótesis de Lévi-Strauss era fallido para el propio
interesado. El paso de comedia levantaba hartas sospechas sobre la bondad
de un método que ni siquiera un defensor había podido usar con pertinencia,
"un método tan mal caracterizado que nadie más lo podría implementar"
(Reynoso 1998: 187). Huelga aclarar que un método que no permita replicar
sus resultados va contra sí mismo. Se podría alegar que no puede achacarse
a Lévi-Strauss que Needham hubiera entendido erróneamente la teoría, pero
cuando se ve cómo él mismo procede para conformar las estructuras de los
mitos o los hábitos de una comunidad parece inevitable conceder que el
método es. Lo menos, muy poco metódico, y que la oposición de términos se
apoya sobre estimaciones arbitrarias (ejemplarmente en Lo crudo y lo
cocido, 1964). De estos bemoles, que dejamos a los antropólogos –en
absoluto pormenores si se tiene en cuenta la exigencia de evidencia
material para la convalidación de hipótesis en el terreno de las ciencias
fácticas–, puede ser útil detenerse en la definición de la estructura que
se esgrime, más allá de aplicaciones y de resultados, porque detentará un
lugar señero entre las múltiples versiones (…"por nuestra parte hacemos del
término estructura un empleo que creemos poder autorizar en el de Claude
Lévi-Strauss" –Lacan, 1966a: 628[19]).
En un texto de 1948, El método estructural en lingüística y
antropología[20], Lévi-Strauss ya había establecido la posibilidad de
sustituir fonemas por otras distintas unidades del campo etnográfico y
fertilizar esta especialidad con una ordenación cuyo horizonte sólo cabía
comparar a la organización que la estructura fonológica había consumado en
el estudio de la lengua. La idea es que si el fonema /p/ cuenta en algún
sentido es porque, en cuanto a la sonoridad, se opone a /b/, que es sordo;
aunque como concepto de sonido p debe existir sin b, como se ve en
espectrogramas, es por el interjuego entre ambos que en su reciprocidad
toman valores distintivos. La relación entre las propiedades disntintivas
del sonido p (en fonética) y su sitio en la estructura fonológica es
proyectada a las relaciones de parentesco (Lévi-Strauss, 1949). Las
categorías parentales existen con anterioridad en cuanto denominaciones,
pero enfocando las relaciones (sistema de las actitudes) emerge una trama
en la que cada una de ellas es valorizada como un engranaje dentro de una
maquinaria de intercambios. Si se oponen elementos simples como actitud
hostil o afín, resultará una grilla donde cada tipo encuentra un sitio en
una malla o haz de posibilidades, algunas habilitadas y otras canceladas
(las mujeres del clan X corresponden a los hombres del clan Y; están
prohibidas a los del propio clan X, los que -siendo un sistema de
intercambio restringido- han de tomarlas del clan Y; si se tratara de un
sistema de intercambio generalizado deberían tomarlas de otro clan, a cuyos
hombres corresponderían mujeres del clan Y). En todo este 'juego de las
esquinas' las oposiciones están a la orden del día. Más tarde, en la época
de Mitológicas (1964-1971), lo crudo o lo cocido favorecen el despliegue de
contrastes modelados sobre el triángulo de las vocales y las consonantes de
Jakobson (1963):

"A "K "
" " "
" " "
" " "
" " "
" " "
"u "i "p "T "
" "
"Crudo "
"Asado "
" " " "(-)"(-)" " " " "
" " "Aire "Agua " " "
" " " "(+) " " "(+)" " " "
" " "Ahumado " " "Hervido " " "
" "Cocido" " " " "Podrido" "
" " " " "



Crudo se opone a cocido/podrido; lo cocido entraña lo asado y lo
hervido; lo hervido es doblemente cultural porque es pasado por el agua y
porque debe emplearse un recipiente que media entre fuego y alimento (el
alimento asado, en cambio, en contacto directo con el fuego, se asocia a lo
crudo en tanto que no-elaborado). Las oposiciones se suceden y se ramifican
encimándose unas y otras por la superposición de los criterios (siempre
siguiendo a la fonología, donde /t/ se opone a /d/ en sonoridad como /k/ a
/g/, y los dos pares de sorda-vibrante se oponen por ser uno dental y otro
velar). La infinitización del binarismo abarca cualquier pauta y omite las
distinciones: diferencia, ausencia, negación, simetría, asimetría,
inversión, enantiosis, transformación, permutación, cambio de valencia
(Reynoso, 1990), sin perjuicio de un segundo fetichismo del triadismo, como
se manifiesta con la representación de tipo triangular, idea que vuelve
desde un texto más antiguo (¿Existen las sociedades dualistas?, 1956 -en
Lévi-Strauss, 1959).
Según Lévi-Strauss, la estructura salta a la vista en cuanto se remueve
el foco de los términos y se lo emplaza sobre relaciones. Allí está
siempre, siempre ha estado, porque es ab origine. Basta con no quedarse en
la apariencia fenoménica y en la entidad corpórea. Siempre podría objetarse
qué características hacen opuestas a dos entidades, porque, se aduce, que
lo crudo posea tales propiedades reales, químicas o fenomenológicas, no
tiene importancia sobre el hecho de lo que los sujetos lo recojan de tal o
cual forma para tejer relaciones y las relaciones son, al cabo, lo que aquí
interesa. Este argumento choca sin embargo con que no se trata, en Lévi-
Strauss, ni de irrealismo ni de antirrealismo (definido como la postura que
sostiene que el lenguaje o las ideas forjan el mundo a su imagen y
semejanza), sino que para él las estructuras no se entienden como
heurísticos sino como la realidad. Con lo que las oposiciones, su
polifacético diseño en distintas culturas, hablan diversas lenguas pero se
reabsorben en una 'gramática' que las abarca a todas. Todas las
manifestaciones culturales de una sociedad componen, cada cual, una
estructura, y todas se reintegran en una macroestructura o estructura de
las estructuras que dará sentido a prácticas y creencias en esa comunidad,
luego cruzada con otras diversas hasta un rango panestructural. El
movimiento de las estructuras, sus combinaciones engullendo las costumbres,
actitudes, producciones y formas de pensamiento, se enlaza con una versión
muy aggiornada, secular, 'científica', del Espíritu humano. Aunque sea una
versión presuntamente limpia de romanticismo, este mentado Espíritu lévi-
strausseano hace trastabillar la convergente pretensión de cientificidad:
toda la ciencia proclamada se empantana en la reaparición de un Absoluto
que, lejos de Hegel, no es quizás menos forzado. Hay manifestaciones
culturales, de las más interesadas en los planteamientos estructuralistas,
que no encajan bien en las grillas de opuestos (Reynoso 1990; 1998).
Este destino correspondentista entre lo real y la cultura ha trasuntado
en Lévi-Strauss el concepto de mana (Lévi-Strauss, 1950). Si el orden de
los símbolos se hace visible en la amplia variabilidad con que se
configuran las diversas estructuras, si le es permitido incluso desvariar
por sobre los distintos elementos conjurados para conformarlas, ello no
riñe con el hecho, teleológico, de que el destino o vocación de esa gran
masa de significantes sea poder asir el mundo o los significados. El mana
(hau, wakan, orenda, etc. en otras culturas) oficia de comodín, salva la
hiancia entre las partes: lo significante y lo significado. Habiendo para
Lévi-Strauss un excedente de significantes para los significados que deben
cubrir (= contenidos del mundo), ese sobrante juega en cierta forma con los
componentes de lo real significantizados y permite tanto el arte como la
mitología. El pensamiento surge de ese mana, de la posibilidad de la
combinación. Luego se aplica a reabsorberlo, a reducir el margen de
metáfora, de mito, de divagación, y concertar al hombre con lo real (saber
científico), sin agotarse –para nada– en ello[21].
Esta parece ser también la posición con que Lacan reparte las
jurisdicciones entre el conocer y la acción pura del significante. "Si nos
ponemos a circunscribir en el lenguaje la constitución del objeto, no
podremos sino comprobar que sólo se encuentra al nivel del concepto, muy
diferente de cualquier nominativo" (Lacan 1966a: 477-8). En el significante
la entidad empírica se resquebraja en múltiples asociaciones por las que
desde cualquier lugar se arriba a cualquier otro en alas de los avatares
caprichosos (en verdad, sobredeterminados) del sujeto psíquico. Se lee en
Saussure (1915) que el vínculo de los signos lingüísticos se da por
relaciones sintagmáticas y asociativas (ligaduras por la forma o por el
contenido). Esta plasticidad para recombinarse, fracturarse y abrogarse en
parte o por entero es lo que, indicará Lacan, ya estaba en Freud. Con un
rodeo muy de su estilo jugará a mostrar cómo la cosa (rem) se ha anonadado
(rien) y causado (causer) un sujeto hablado. La cosa en sí vuelve a quedar
proscripta para dejar en su afánisis la huella en la deriva del
significante. Tanto el concepto, que conoce, como los significantes en
constante recombinación, responden por una matriz sin contenido sobre la
que tanto Lévi-Strauss como Lacan coinciden. Es su potencia asociativa o
articulatoria (metáfora y metonimia) lo que sirve refractariamente al mero
juego de palabras y, por otra parte, al pensamiento de lo real, a recoger,
a título de ciencia, la arquitectura fáctica del mundo[22].
Las elucubraciones en torno de lo simbólico permitirán a Lévi-Strauss
la impuganción de Lévy-Bruhl (1927), quien había sostenido la mentalidad
pre-lógica de las culturas 'primitivas'. En su visión, entre la máxima
abstracción desarrollada por la ciencia occidental y el pensamiento,
anclado en los fenómenos, de esas comunidades que no piensan más que en un
nivel concreto hay fundamentalmente un lazo de continuidad. El pensamiento
del científico y el del 'salvaje' o 'primitivo' son esencialmente de tipo
combinatorio y tanto el uno como el otro crean sistemas donde los opuestos
legalizan posibilidades y exclusiones, abren y clausuran relaciones
potenciales. Ese lenguaje-orden simbólico gesta en la inteligencia su
humanización, es lo que constituye el molde de todas las sociedades sea
cual fuere su organización y desarrollo tecnológico.
Pero si ciencia y pensamiento primitivo tienen en común una exigencia
de orden, hay por debajo unos principios ontológicos, universales y de
arraigo perceptual (de identidad, de no-contradicción…) que pueden explicar
quizás mejor esa fraternidad genérica. Lévi-Strauss tiene razón cuando
sostiene que todos los hombres piensan dentro de un mismo formato
estructural, pero resulta discutible que la homogeinización estribe en
aquel binarismo opositivo que él postula. Y aún queda en blanco lo más
importante: delinear por dónde pasa la diversidad entre los pueblos
animistas o pre-lógicos y los pueblos con ciencia. La explicación de Lévi-
Strauss es que aquella combinatoria de los pueblos 'primitivos' estriba en
lo sensorial, combina símbolos en una clasificación que se halla sugerida
por lo imaginario, lo que ya nos era sabido en la medida en que son pre-
científicos.
De todas formas, no es en la calificación de qué sea lógico donde
resulte acaso más comprometido el estructuralismo. La cuestión principal es
la metodológica si, como quiere Lévi-Strauss (y Barthes y Lacan en un
primer momento), el estructuralismo está anudado con la ciencia. Ya se ha
marcado, por la anécdota de Needham, cómo el método se hace difícil cuando
no están claras las ideas basales ni la forma bajo la que debe ser
implementado. Ahora veremos con qué fundamento es dable transportar al
campo ántropo-psico-sociológico (incluyendo la literatura, el cine, la
ciencia del signo en su acepción más lata) aquel formato fonológico.


2.2. Del método, si hay tal
La extrapolación de esa maniobra de 'grillar' el cuerpo de fonemas de una
lengua a los estudios etnográficos no puede sino despertar una
interrogación abarcativa: ¿hasta qué punto el método no se ha aplicado a un
territorio inapropiado? La analogía lingüística pudiera ser un recurso
empobrecedor: con aplicarse a las comunidades de hombres, un objeto
claramente más complejo que el de la fonología, aporta finalmente una
elucidación simplista en la que puede leerse una desvirtuación de lo que se
ha abordado. Cuando la agrupación de contenidos ocurre en categorías tan
vastas como vivo/ muerto, arriba/ abajo, igual/ desigual (Lévi-Strauss,
1968) cabe preguntar a qué ganancia se postula un método que simplemente
opone. Y es que el modelo fonológico puede no ser idóneo para todos los
fenómenos que ha tamizado: mitos, parentesco, representaciones de diverso
alcance (públicas, privadas), la pluralidad inacotable y siempre
ramificativa de las significaciones. Estos son campos con un número
impreciso, distractivo, en crecimiento y deflación constante de elementos.
De aquí que resulte difícil, para todos ellos, compactar una estructura
clausurada a la manera de la fonológica. Las descripciones fonológicas en
cada caso de una lengua natural son exhaustivas, no habrá fonemas que
queden por fuera, pero al nivel pragmático de las distintas lenguas, con
sus correlatos estructuralistas sobre las diversas manifestaciones
culturales, ¿cómo obtener esa exhaustividad, cómo sería posible inventariar
la suma de los componentes, cómo identificar la suma de variables con
influencia sobre la estructura? La mutua dependencia entre fonemas
oclusivos sordos y sonoros no guarda ninguna relación con lo que es
hacedero en otros fueros donde el establecimiento de las determinaciones se
eternizaría detrás del paso previo de aislar todos los constituyentes. Por
otra parte, la reducción del número completo de elementos a una cantidad
manipulable debe responder primero con aquel criterio que se vaya a emplear
en esa reducción[23].
El entusiasmo por el método obnubila y así puede parecer que cualquier
diferencia sirve al binarismo. Las oposiciones en categorías por sí o por
no coeciona la naturaleza de ciertas variables de tipo continuo. Todo es
discretizadopara ser después binarizado - hasta lo que tal vez puede tener
más que un par de valores. Como dice Reynoso, etiquetar las relaciones
familiares con el signo + y aquellas antagónicas con otro signo – es un
procedimiento que atropella la interpretación de los hechos concretos: la
etnografía nunca tendría problemas de categorización, todos los casos se
resuelven fácil y unívocamente con un signo u otro sin ambigüedades ni
matices intermedios, sin que las parentescos tengan simultáneamente
aspectos positivos, negativos y neutros entremezclados. (…) "cuando la
información etnográfica es contradictoria o indecidible, siempre se puede
escapar por alguna tangente para ponerle a la tribu o a la relación que
sean el signo que se quiera" (Reynoso 1998: 195). Si el método es, como lo
llama Lévi-Strauss, un bricolage, para elevar algo con buen cimiento se
requiere de una ingeniería: lineamientos claros y precisos como sea
posible.
Por lo demás, para la reducción, ¿cómo se reconocen los elementos
relacionales importantes? Los fonemas son importantes en la estructura
fonológica. ¿Qué es importante en la estructura de las relaciones
parentales, o en los mitos? ¿Cómo se constituye un mitema? Se buscan en la
frase, porque el mito es una narración (μύθος), pero por otro lado, los
mitemas surgen muchas veces no del propio análisis del texto sino desde la
inclusión de datos de otra laya, etimologías, informaciones culturales,
interpretaciones de terceras partes… (Reynoso, 1998) Al contrario de lo que
acontece en la fonología, donde los tipos están recortados de manera
natural, en antropología aquellas categorías no se deducen con facilidad de
los fenómenos[24].
Que el parentesco sea un lenguaje no debiera sostenerse de un punto de
vista tan endeble como que sea indiferente intercambiar mujeres y mensajes.
La intención perlocutiva de una frase pronunciada (antes que ilocutiva o
locutiva) no queda aguardando una devolución, mientras que el intercambio
de mujeres obedece, antes que nada, a algo que más valdría ligar al
trueque, a un dar por recibir, o dar a cuenta de llegar a recibir. El habla
egocéntrica, reivindicada de un largo ostracismo (Montero, 2006) aboga por
la disimilitud. Comunicar e intercambiar pueden entrecruzarse pero no
identificarse. A partir de cumplir con esta doble condición, constar de
elementos y prestarse a reglas, Lévi-Strauss define el parentesco como si
fuera un lenguaje con plenos derechos y sus mismas potestades (Lévi-
Strauss, 1949). Parece claro que el lenguaje, contemplando la pragmática y
por sobre todo dependiendo de cierta intención semiótica para justificarse
(¿a qué, si no, estaría sobre la tierra?), se halla reñido con abusos de
este tipo.
Sobre este clase de ecuaciones (mujer=signo) se allana el camino para,
homologando el campo de los signos con el de las estructuras fonológicas,
ir en pos de una formalización que garantizaría estar trabajando al
interior de las jurisdicción científica, aun si la formalización de marras
sospechosamente enlaza los rasgos de los fonemas y las fórmulas de
diferentes matemáticas. Hay de por medio una metáfora: la lógica del
mecanismo de intercambios de mujeres=signo se asimila con la lógica en
sentido estricto de las inferencias deductivas. Tratar los hechos
'tridimensionales' con los instrumentos de la matemática y la lógica no es
por sí mismo un forzamiento; todo lo contrario, se agradece el aporte de
precisión que puedan ofrecer, pero es debido examinar cómo son importados a
lo real. Cuestión de fondo es entender que son aquí instrumentos, y el
estructuralismo nunca admitiría pasar por instrumentalismo. La pretensión
de ser tan sólo un método choca contra la metafísica que lo subyace, en el
sentido de que la estructura "es el contenido aprehendido en una
organización lógica concebida como propiedad de lo real" (Pouillon, 1966/
1969:15). Problema.
Si hay un gran salto entre el trabajo con la lengua por los lingüistas
de Praga y la omnisciente percepción de los hechos humanos definidos por
oposiciones, la aspiración de hacer ciencia formalizada, hibridizando la
fonología y la matemática para aplicarlas en objetos donde es cuestionable
su mínima pertenencia, duplica la apuesta y la equivocidad (Reynoso, 1990;
Martínez & Piñeiro 2009).


2.3. Del lenguaje y de sus proyecciones
¿Hasta qué punto es el lenguaje una herramienta para concebir el
inconsciente, el parentesco, el totemismo o las maneras en la mesa? ¿Qué
mínimo común es necesario para que estas manifestaciones se sostengan de un
lenguaje cuyas reglas inconscientes sólo se detectan, en su universalidad,
por algún tipo de combinatoria? Tal es el mínimo: combinatoriedad. Por
prescindir de una semántica de base la cultura se concibe como un derivado
que, determinista, no lo es tanto por qué cosa incida/ afecte/ condicione,
sino por un ejercicio de enlaces formales. 'Formales' ¿en qué acepción?
¿Lógica o fonológica? Si lógica, debe pensarse luego en lenguajes
demostrativos. Un SAF existe para elaborar un pensamiento aséptico, no
para performar ni dar encarnadura a las demás funciones del lenguaje. Él es
para sí mismo, para demostrar. El estructuralismo tiene una hipoteca con el
mundo de los hechos. La alternativa fonológica no garantiza la comprobación
o testabilidad de sus hipótesis. Sólo bajo una lábil pretensión puede
plantearse que los parentescos y demás fenómenos estructurales sean
lenguajes o variantes de un lenguaje, artificiales o bien naturales, pero
esas estructuras no buscan comunicar, ni son sintaxis en un buen sentido,
ni enlazan demostrativamente unas premisas con su conclusión.
El lenguaje extendido a casi todo desliza esta paradoja: si la
estructura fonológica puede calcarse a los estudios etnológicos, ¿cómo es
que el parentesco y otras estructuras son lenguajes y ella no? Nadie diría
de la fonología que es un lenguaje. Aun cuando existan restricciones
fonotácticas, estas no constituyen de por sí una lengua. Si la gramática y
el parentesco poseen ambos reglas, la consecuencia parece indicar que son
homólogos o están relacionados de alguna forma profunda. Sin embargo, que
algo sea un sistema condiciona necesaria pero insuficientemente para mentar
el lenguaje.
Si descartamos los sistemas deductivos y el reticulado fonológico, el
trabajo de los estructuralistas queda entreverado en artilugios sostenidos
de la voluntad de hallar asociaciones. Logran taxonomías con cierta 'vida
interna' donde la movilidad y los enroques de lugar se amparan en una
objetividad dudosa. (…) "para los críticos, [el estructuralismo] es (…) un
intento de clasificar una mezcla de ideas y prácticas sobre la base de lo
que tal vez sean sus semejanzas más triviales" (Harris 1968: 418). En
realidad, entre las clasificaciones de las ciencias naturales (la tabla
periódica, el sistema de Linneo) y aquella del Círculo de Praga se
pronuncia una disparidad nuclear: mientras que la disposición de la
estructura fonológica supone para cada pieza que puede ocupar un sitio
diferente -no cualquiera- si se mueve o si recibe el coletazo de algún
movimiento, la cartografía del mundo natural asigna a cada especie un nicho
definido y sin movilidad. Las mutaciones no mudan la especie de lugar sino
que hacen espacio a nuevos nichos sin que esto redunde en una
reorganización del todo. Donde surgiera alguna especie nueva deberá
alojársela entre aquellos tipos existentes sin quitarles un espacio propio.
En la fonología, la aparición histórica de algún fonema obliga a un
movimiento general de reacomodación (Trubetzkoy, 1938; Alarcos Llorach,
1961). En esta forma ocurre al estructuralismo que ambiciona ser una
fonología sin que se vea en todos los casos de qué forma escapa de esbozar
taxonomías inertes y específicas (¿de qué modo se mueven los distintos
símbolos de crudo y de cocido?).
Con Saussure la lengua es un hecho social, aquel que corresponde a la
lingüística como su objeto (a diferencia del lenguaje, sobre el que tienen
derecho de opinar filosofía, psicología, sociología, antropología y demás).
Saussure habla de lengua, lengua natural, mientras los estructuralistas
hablan de lenguaje y abarcan con ello todas las variantes de fenómenos
sociales. Esto supone un primer corrimiento, al proyectar un sistema
cerrado hasta unos límites extraterritoriales y mal definidos. Al adoptar
la lengua y sus características (la proscripción de determinaciones
exteriores, el sistema de oposiciones, los valores del significante y del
significado) se extendió la idea de que se estaba en posesión de una
categoría con el poder de someter todas las expresiones culturales,
subjetivas o masivas (Lévi-Strauss, Lacan y Barthes son, en esto, los
mentores más conspicuos –Barthes llegará a afirmar que la semiología tiene
que estar incluida en la lingüística, una proposición contraintuitiva que
revierte el planteo saussureano[25]). La novedad resulta así de que el
lenguaje es a la vez considerado en menos, al nivel de los fonemas, y es
auspiciado por encima de sus posibilidades.
La declaración de Saussure de que en la lengua sólo hay diferencias
pudo despistar a sus epígonos del estructuralismo, que extendieron el
principio a todos los costados de la realidad. Pero que "(…) la lengua no
comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico" (1915:
151) significa que estos componentes poseen entidad por fuera de la lengua,
lo que reconoce haber otros diversos modos de la significación y el
pensamiento. "Lo que de idea o materia fónica hay en un signo importa menos
que lo que hay a su alrededor". La estrategia metodológico-conceptual de
suspender otros factores contextuales del lenguaje para dar a la
lingüística un objeto propio (i.e.: la lengua) cortó las amarras con
cualquier soporte en las acciones y las cosas y arrastró consigo los
conceptos, en particular los naturales, y los pensamientos (las
proposiciones) cuya ordenación no es subsidiaria del signo lingüístico o
del habla (Frege[26]).
Esta objeción se maximiza para aquellas estructuras en las que no puede
obviarse el contenido como un 'dato' por sí mismo. Supongamos que, para el
armado de una frase, se emplearán términos lógicos y descriptivos. Los
primeros, por ejemplo una preposición, no son núcleo del sujeto (oracional)
más que para un metalenguaje. En cambio es lo esperable que los sustantivos
(o los adjetivos sustantivizados, o alguna proposición subordinada
sustantiva) sea sujeto oracional. Pero reconocemos que algo es sustantivo
no por diferencias con otras palabras, no por su sonido (donde un verbo y
un nominativo pueden confundirse por la desinencia: 'cuidad' y 'ciudad'),
sino por el acoplamiento de sonido y de significado. En ello algo es un
sustantivo, un adjetivo o un adverbio. La lengua, pues, requiere de una
clasificación por tipos de signo lingüístico que ineludiblemente descansa
en los contenidos. Lo que ahí se ve es que toda diferencia o negatividad
entre los elementos no lleva directamente hasta el discurso sino con
peligro de que, habiendo reglas, nadie sepa, luego, a falta de algún
instructivo, cómo han de aplicarse. La sintaxis trae consigo clases de
palabra, sólo reconocibles y clasificables por el lastre de significado.
Los estructuralistas se apoyaban, sobre todo, en el valor, pero debían
dar cuenta de fenómenos donde el afuera de la lengua posee una injerencia
no desestimable. El exceso estructuralista se compara al de los malos
investigadores que hacen estadísticas sin dar cuartel y sin mirar de qué
objeto se trata, porque en última instancia todo puede promediarse y
calcularse, como lo sabían los pitagóricos. Es el objeto, sin embargo, el
que debe mostrar hasta qué punto es útil una u otra metodología.
Las gradaciones de arbitrariedad del signo, desde los extremos de la
lengua a su contrario de motivación en los signos visuales (señalética) o
gestualidad icónica, no se escaparon a la vigilancia de Saussure, pero no
fueron recogidos por los estructuralistas, que agruparon los distintos
tipos de semiosis bajo la etiqueta de lenguaje (queriendo decir:
fonología). Es cierto que Saussure dio a la lingüística el lugar central de
la futura ciencia semiológica, pero no desechó otras formas de la
significación.
En la cultura, ¿los significados son realmente, en lo que cuenta
(respetemos el punto de vista que estamos analizando), epifenómenos sin
realidad causal? Lo imaginario queda subyugado por una potencia que le
tuerce el brazo. La paradoja es que si, con Saussure, vamos de la imagen
acústica (significante) a componer, junto con el significado, una amalgama
sígnica convencional, con Lévi-Strauss volvemos del signo lingüístico al
significante y de este a los fonemas, prescindiendo del significado. El
retroceso es presentado como una ganancia del saber científico porque se
alcanza así el nivel formal. 'Forma' del signo que equivoca su naturaleza
con la de otro formalismo al que pide prestados nuevos componentes: lugares
vacantes y elementos vicariantes. Cuando se da por hecho haber trepado
hasta el nivel de lo formal puede hablarse de lógica -aun si el recurso,
por ejemplo, al grupo de transformaciones (Lévi-Strauss) debe contar con la
mayor benevolencia del lector (Reynoso, 1990), y si se paga el precio, en
ello, de ver convertirse la letra-grafema en la letra-variable de un
sistema lógico, o el mosaico de las relaciones interpersonales en un
supuesto modelo (en cuya lógica, si tal, falta lo proposicional).


3. EN CONTEXTO

3.1. El programa científico
¿Cuál es al cabo el balance? ¿Cómo leer el estructuralismo del pasado
siglo? ¿Cuál es su estatuto de saber: ciencia o filosofía? ¿Y si bajo las
pretensiones de una metodología científica no hubiera encarnado sino una
retórica? En efecto, incluso sin restar el nombre de Piaget, acaso ha sido
simplemente un sesgo, aquella orientación del pensamiento que cristalizó en
pseudo-cientificismo, aspiraciones de ser ciencia sin llegar a discurso
científico. Algo ha de haber sonado sospechoso a aquellos no-
estructuralistas que pusieron, cautelosamente, un arco de distancia con esa
propuesta de tan vastas miras. Unos jamás fueron de la partida, otros le
retiraron su voto de afiliación. "El conflicto o el desbordamiento del
paradigma estructuralista va a provocar un movimiento de retroceso en
relación al calificativo de estructuralista. Cada uno se defiende
ardorosamente de haber un día participado del banquete, y presenta su obra
como tanto más singular cuanto que ayer se buscaba al contrario por todos
los medios situar los propios trabajos en el seno de la corriente colectiva
de renovación estructuralista" (Dosse 1992, t.2: 223).
1966 supo ser el año de la mayor prensa y difusión, publicándose los
Écrits de Lacan, Critique et Verité, de Barthes, Sémantique structurale, de
Greimas, Le mots et les choses, de Foucault, Problémes de linguistique
générale, de Benveniste, La religion romaine archaïque, de Dumézil, Forme
et signification, de Jean Rousset, Pensée formale et sciences de l'homme,
de Granger, Du miel au cendres, de Lévi-Strauss y un número monográfico en
Les temps modernes, la revista del devaluado Sartre (un volumen que ya
hemos citado, coordinado por Pouillon). Como si con aquella difusión todo
llegara a un punto culminante y no pudiera subseguir sino un goteo de
desintegración, la nueva década verá a los grandes estructuralistas en un
derrotero libre donde la estructura experimenta mutaciones o es
desatendida. Barthes se vuelca a la literatura, Foucault va a inventar la
biopolítica, Jakobson se inclina a la función la poética, Lacan se orienta
hacia la mathemización, si no matematización, del sujeto del
inconsciente[27].
Quizás no fue otra cosa, pues, que una retórica. En los 60 se fue
difundiendo hasta ser una doxa, como postuló Milner (2002). Sólo que él
discrimina entre la faz doxástica y otra más rigurosa que atendió al
proyecto cientifizador. Sucede que precisamente por su voluntad científico-
naturalista esta segunda ala estructuralista debe responder de una cierta
manera. En las palabras de Milner, existe una dificultad en cuanto a la
definición intensional de lo que una estructura deba ser. De esta
dificultad, no obstante, propone una explicación. "(…) las tentativas de
definición directa que podrían citarse consternan por su banalidad; lo cual
no se debe a una incapacidad de los autores sino a un error de concepción:
en el programa de investigaciones que hizo de ella su axioma, la estructura
no se deja definir; a lo sumo, y como mínimo, se puede mostrar su
funcionamiento" (Milner 2002:156). O también: "uno se da el concepto de
estructura" (ibid. –en una y otra cita itálica agregada). Por axioma se
comprende una proposición autoevidente, o, más contemporáneamente, una
proposición que se ha asumido como punto de partida y está libre de tener
obligaciones con el mundo empírico. ¿A cuál de los dos sentidos de axioma
se apela para declarar que la estructura lo es? En principio, 'estructura'
no es una proposición, y sólo la proposición reviste las funciones de un
axioma. Supongamos por descarte que el axioma rece: 'Hay estructura'. Para
axioma, un poco vago y nadie podría desmentirlo. Nadie podría, porque para
poderlo es necesaria una definición, esto es que los axiomas, más aun si
fueran (como ya no son) verdades intuitivas, no corren por fuera de algún
diccionario básico. Si ya es un hecho tratar al axioma como un enunciado de
corte hipotético, ello lo compromete, en el terreno de las ciencias
fácticas, a una contrastación. Un axioma no se discute, por ende no se
contrasta, pero fuera de aquel contexto donde es por decreto verdadero,
i.e. en el contexto del sistema que comparte junto de otros enunciados,
allí le cabe defender la calificación de verdadero. En otros términos, los
puntos de partida pueden dar lugar a una secuencia de encadenamientos
deductivos sin que nada de ello tenga valor de verdad empírica. En
consecuencia, que Milner resuelva los inconvenientes de la verificación
empírica llamando axioma a la estructura no aporta resguardo a la secuencia
de inferencias que pueda seguir. Teniendo presente que el axioma actual es
una hipótesis, por diferencia con el axioma euclidiano, la estructura no
queda al socaire de las objeciones indicadas porque hubiera recibido, de
Milner, un título honorífico. La liberalidad con que se determina qué es
axioma corresponde, por demás, a las ciencias formales. Es en un SAF donde
está tolerada esta amplitud, visto que el método no toca al mundo empírico.

Pero Milner, aunque primeramente lo desestimó, sí aporta una definición
de la estructura. Recurre a lo que entiende ser la esencia de la
matemática: una combinación de letras, "la posibilidad del manejo ciego de
las letras", "literalidad pura" (Milner 2002:205). ¿Pero qué letras? Entre
las letras del lenguaje y las empleadas en la matemática parece haber más
refracción que espejamiento. En la escritura evocan los sonidos que
conforman las palabras de forma constante, en la ecuación la letra es el
lugar de una variable. No es evidente que se trate de lo mismo. Disuelta en
el mar simbólico, la matemática es igual a cualquier forma de lenguaje, a
cada lengua, al pensamiento conceptual, a la literatura y los impredecibles
avatares de la moda. No se hace así justicia ni a las matemáticas ni a los
demás campos ecuacionados. Se dice apenas que hay un universo o dimensión
simbólica que tiene una presencia decisiva en los hechos del hombre. Lo
cual no es para nada revolucionario (Cassirer: Antropología
filosófica)[28].
Si el estructuralismo constituye ciencia, Milner defiende que es dentro
del marco de lo que la ciencia galileana (i.e. moderna) tiene de esencial,
el par de condiciones al que no podría faltar sin desmentirse: verificación
empírica y matematización. Ningún epistemólogo renegaría de la primera; en
cuanto a la segunda, hay que aclarar algunos puntos. La afirmación de
Milner supone que algo forma parte de la ciencia siempre y cuando (si y
sólo si) se haya matematizado. Si esto se concediera, no conlleva que el
trabajo de matematización llevado a cabo por Lacan o Lévi-Strauss fuera del
todo pertinente. No porque hubieren hecho malas matemáticas, aunque por
cierto no estaría demás interrogar qué tiene de algoritmo el algoritmo
saussureano de Lacan[29]. A otros toca juzgar si estos ensayos de
matematización son serios en lo que hace al rubro técnico (para una crítica
del uso impropio del vocabulario matemático en ciencias humanas pueden
consultarse Bouveresse, 1999; Martínez & Piñeiro, 2009; Sokal & Bricmont,
1997). Un segundo problema es que tal vez se ha matematizado por demás. "No
cabe duda de que es ventajoso introducir elementos cuantitativos en
ciencia, siempre que ello no se haga de una manera exagerada y sin
necesidad; de hecho, hay muchos trabajos en los que se intenta parametrizar
o introducir estructuras matemáticas donde, en realidad, ni están presentes
ni se hacen necesarias" (Klimovsky 2004: 304). ¿Hay algo de lo dicho que
hubiera sido imposible usando de la terminología específica existente en
cada disciplina? Qué se matematiza y cómo es la cuestión central. Si se
descuida este principio, los afanes con más avidez de seriedad y de
objetividad se desviarán hacia la numerología y otros oscurantismos. En
efecto, un nombre de diez letras, dividido a la mitad porque todo hombre es
bípedo, luego elevado al cubo porque se ha nacido bajo el signo de la Luna
que en el calendario tal o cual es tres, da inexorablemente 125 en
cualquier parte del planeta, pero se ha confundido allí el rigor del
implemento con el del procedimiento. "En psicología también es aceptable
ese uso de un lenguaje formal, siempre que se limite a ser un sistema de
notación simbólica que represente a posteriori los conceptos teóricos o las
regularidades empíricas. Cuando la lógica o las matemáticas se consideran a
priori descripciones psicológicas de las operaciones mentales, el
formalismo excede así sus funciones y se transforma en un heurístico
teórico. Es decir, que impone restricciones a la investigación y a la
teoría dudosamente justificables. Tiende a enfatizar ciertos fenómenos, a
ocultar otros e incluso a añadir propiedades ausentes en el dominio
empírico" (De Vega, 1983:511). Finalmente, como el propio Milner reconoce,
los matemáticos de profesión podrían no coincidir en que se llame
matemática a algo tan general como la combinación de letras (Milner 2002:
205)[30].
Sin embargo, las matemáticas son formales y, al menos Lévi-Strauss
defiende que el estructuralismo no es un formalismo. La estructura es real-
formal: no es ilusoria, no es empírica, no es una construcción. ¿Cuál será
en esto la impresión de Lacan, que entre topología y demás pronuncia una
sentencia oracular: "Nuestro ideal es la matemática" (1975). Si el ideal de
la teorización psicoanalítica es la matemática, su objeto no es, en
consecuencia, matemático, sino uno a matematizar. Luego es un saber fáctico
y requiere verificación empírica. La variedad de las distintas estructuras
complejiza la cuestión de establecer cuál es el rol en ellas de la
matemática, que parece cambiar de uno a otro autor. Si estamos en el campo
empírico, lo formalizador ha descuidado que el rigor no pasa por una
matematización a ultranza sino por establecer, entre ella y la porción de
real comprometida, los puentes más adecuados. A beneficio de inventario se
ha hecho referencia a Gödel. Su teorema acerca de la incompletud de un SAF
que quisiera arribar a la teorematicidad de todas las verdades aritméticas
indicaría que la estructura, esto es, lo humano como un todo estructural,
se encuentra en falta. Homologar incompletud, falta de algún significante y
axioma de especificación no puede menos que alertar sobre un error
categorial .
Según Milner, "El estructuralismo se fundamentaba implícitamente en el
galileismo donde la matematización era decisiva, y para llegar a ella era
preciso que entendiese la matematización en un sentido que ningún
matemático reconocía como suficiente. Razonar en términos de literalización
les parecía a algunos abrir una resolución posible de la paradoja: bastaba
apoyarse en la lógica matemática" (Milner, 2002:230). Pero como se indica
allí seguido, la lógica existente no era aquella lógica con que operaban
los fonólogos de Praga (Trubetzkoy, 1938), con lo cual la matematización
lógica no parece tampoco la salida a la paradoja. A esto lo llama un
desequilibrio del programa estructuralista. He aquí otro más fundamental:
el forzado desbalance entre extensión máxima y comprensión mínima. Si la
estructura en general no tiene propiedades que permitan destacar qué cosa
no es una estructura, entonces nada escapa al pulpo estructural, entonces
se complican las aspiraciones de hacer buena ciencia.
Milner propone que el estructuralismo es un paradigma científico
(Milner 2002: 11). Ya he señalado por qué no sería aplicable la categoría
de paradigma. También dice que es un programa de investigación (Milner,
2002: 201). Programa de investigación científico, si tomamos 'científico'
prestado a 'paradigma' (aunque no haya mención de Lakatos)[31]. Es muy
probable que sea un PIC lo que efectivamente Milner tenga en mente.
Seguramente no está al margen de las principales tesis libradas por
Lakatos, tanto como seguramente no ignora que para Lakatos el psicoanálisis
no constituye ciencia. Veamos si el resto de aquella retórica
estructuralista puede ser un PIC. Si la estructura es un axioma-hipótesis,
da pie -a lo sumo- a una teoría, que es en el mejor caso un momento del
PIC. Las teorías se suceden sobre un núcleo duro de admisiones metafísicas
provisionalmente irrefutable, que sólo se abandona si otro PIC se impone
como ventajoso, esto es, cuando su desarrollo teórico anticipa el
desarrollo empírico (entendiendo que el nuevo programa puede predecir
hechos ausentes de las predicciones del PIC anterior)[32]. Cuando una o más
anomalías jaquean el núcleo de algún PIC, una de dos: o cambia el PIC, ante
la aparición de otro mejor, o se engorda su cinturón de hipótesis empíricas
con otras auxiliares que, para no ser ad hoc, deben tener contrastabilidad
independiente de la de la hipótesis fundamental. La verificación de las
hipótesis del estructuralismo está muy lejos de ser algo que reconociera la
comunidad científica (más bien ocurre lo contrario) y el corpus metafísico
nuclear (por el que habría estructuras funcionando como el andamiaje
elemental de los fenómenos) parece haber dejado paso a otro con cinturón de
hipótesis más exitoso. si el estructuralismo fuera un PIC, como parece
establecer Milner, en cualquier caso sería un PIC ya superado por otro
rival. Para todas las disciplinas compartidas entre el estructuralismo y el
cognitivismo (lingüística, antropología, psicología -básica y clínica), el
segundo pareció debilitar la permanencia del primero (Dosse 1992/2: 466-
474).


3.2. El lenguaje de los otros (pinceladas contrastivas)
Este diagnóstico puede asentarse sobre tres puntos fundamentales. Uno
metodológico, la pseudoformalización (en pseudo caben tanto lo incorrecto,
lo apurado y mismo lo desajustado al objeto enfocado). Los otros dos
proceden de su metafísica opuesta a la historia y al sentido. Si es cierto
que el marxismo historicista tuvo lidiar con la lectura de Althusser, la
estructura por sí misma comprendía las formas para temporalizarse. La
invariancia de las reglas permite las variaciones temporales que explican
el paso de un estado de organización a otro. "La estructura es la regla de
las transformaciones históricamente reales, la explicación de un
funcionamiento y un devenir" (Pouillon 1966/ 1967: 16). Así pues, no está
excluido que las instanciaciones de la estructura (los signos de una
cultura, las organizaciones visibles) tengan una orientación temporal
determinada e irreversible. Pero esta mera temporalidad, nunca
historicidad, no podía sin embargo complacer a los historicistas, que
gracias al mayo del 68 regresaron del destierro (Castoriadis, Léfort,
Lefevre, etc.).
La cuestión del sentido promueve una discusión con la filosofía del
lenguaje en su más amplio espectro, y a ella nos ceñiremos, con mayor
detalle, porque el estructuralismo tuvo en el lenguaje la cantera de sus
elaboraciones. Pero la discusión del estructuralismo fue endogámica. Las
propias convicciones impidieron la conversación que habría podido
seducirlo a abandonar el sintactismo en pos del cual se había empeñado
(un sintactismo que había perseguido el Círculo de Viena, trabajando
formalmente, y que para la década de los 60 ya se había frustrado). En La
transformación de la filosofía Kart-Otto Apel postulaba unos determinados
rasgos de comunidad entre los nombres germinales de las dos mayores
tradiciones filosóficas del siglo XX, la fenomenológico-heideggeriana y la
filosofía insular, anglosajona, de corte analítico, representada en la
figura del segundo Wittgenstein (Apel, 1973). Lo hace localizando en ambos,
fuera de enormes diferencias en estilo, orientación y aún concepción de la
filosofía (la cual, en uno y otro, debe refundarse o, mejor dicho, dejar
paso a un nuevo pensamiento), un horizonte (involuntariamente coincidente)
de primariedad antepredicativa, un factum de sentido que aporta las
coordenadas para el posterior imperio del razonamiento. El joven
Wittgenstein no había entrevisto que aquella modalidad veritativa del
lenguaje del período tractariano reducía la plurifuncionalidad de la
palabra, es cierto, pero sí había planteado que existía una dimensión que
hacía corresponder los pensamientos con los estados de cosas
(Sachverhalte), y por ende había arribado al punto en donde se planteaba la
pregunta por el marco del sentido. El salto hasta las Investigaciones
Filosóficas, o la gradual mudanza de una a otra visión, consiste en
presentar la forma lógica en un ámbito de juegos de lenguaje, códigos de
acciones y de verbalizaciones dentro de los cuales queda recortado el campo
del sentido –juegos entre los que la verificación científica es tan sólo
una variante. Wittgenstein postulará un lenguaje edificado desde la
pragmática, donde la codificación semántica se regenera con el ejercicio,
en un momento dado, por una comunidad.
También en Heidegger hay un renunciamiento a la potencia del concepto,
a las esencias de la reducción eidética. Una facticidad originaria hace que
el Dasein pre-comprenda antes de disponer de aparatajes depurados para el
pensamiento. Los distintos objetos son al Dasein articuladores de su ser
echado al mundo antes de que aparezcan como ob-jetos (primero zuhanden
antes que vorhanden).


"… la correspondencia más profunda entre Wittgenstein y Heidegger está
en el reconocimiento de que todas las 'explicaciones' científicas, en
cuanto enlaces lógicos de los llamados 'datos', presuponen ya un
'comprender' originario del 'algo' que puede liberar (freigeben) muy
diversos 'datos' según el juego lingüístico entretejido con la forma de
vida … [o en terminología heideggeriana] de la idéntica originariedad
de los existenciarios 'encontrarse' (Befindlichkeit), 'comprender
(Verstehen) y 'habla' (Rede)" (Apel, 1973: 253).


La duplicidad tradicional con que lidiaba el pensamiento filosófico, a
saber el par opositivo entre el objeto y el conjunto de sus propiedades, se
revela en Ser y tiempo como trivialmente proposicional y reductible a que
se ejerza un previo análisis, el fenomenológico, que llevará el dilema a
recogerse en un punto anterior donde no quepa ya esa alteridad, esto es,
donde la cosa sea total, ella-y-sus-cualidades, y no sea tampoco lo otro
radical del Dasein sino su utensilio. Ese nivel de la verdad del ente
(óntico entonces) estará emplazado sobre aquel en donde el ser se da o se
debe dar en la pureza de un estado develado: el ontológico. Para cumplir
conceptualmente con las sendas peculiaridades que se encuentran a uno y
otro lado de esta partición, cuando se trate de verdad del ente, se apela
al instrumental fijado convencionalmente (las categorías); cuando se trate
en cambio de encararse con aquellos caracteres ontológicos, Heidegger va a
acuñar existenciarios. Estos poseen la pauta de los caracteres ontológicos
del Dasein (que no es para Heidegger un ente más, sino una forma de
entidad cualitativamente desigual, en lo más radical, respecto de los otros
entes –por ser muy precisamente el sitio en que el ser se da como
pregunta).
Esta designación de existenciarios (Existenzialien) corresponde a la
reserva hecha del término existencia para nominar el ser del hombre
–maniobra sobre el sesgo tan heideggeriano de romper el alemán justo sobre
las juntas de su potencial aglutinante, ahora en el seno del latín donde la
voz del caso revela cómo el significado en juego es el de una excentricidad
(ek-sistere). Esta escisión pone el acento en dar, del ser del hombre, una
visión diferenciada: nunca en su sitio aquel en que se encuentra (da) sino
que se haextrañado y se ha entregado a ser uno entre el resto de los entes.
El Dasein padece la incoercible propensión a interpretarse como uno de
tantos. Confunde el qué y el quién, y en esa confusión u olvido existe
hasta que pueda rescatarse de esa posición-caída en la que se ha perdido de
lo que es.
Los existenciarios (comprensión, ser-en-el-mundo, habla, ser útil,
disposicionalidad, etc.) son notas que caracterizan esa peculiar forma del
ser que Heidegger bautiza Dasein. Por ejemplificar hasta qué punto el
Dasein no es sin sus existenciarios, veamos qué es lo que entraña en el de
mundo. Ser-en-el-mundo es una determinación sine qua non, tiene la calidad
de un todo, de un cómo y la del Dasein en sí mismo: por 'mundo' ha de
entenderse la totalidad del ente en la acepción por la que el ente se da al
Dasein como ser zuhanden (al alcance de la mano). Por abarcarlo todo el
mundo abarca al Dasein, lo antecede y lo recibe cuando viene al ser -pero
sin ser él mismo más que el Dasein, porque lo que sea está siempre en
relación de para el Dasein. El mundo es, pues, un horizonte de sentido
irrebasable.
El Dasein se da el ser entre los demás entes intramundanos a los que
resulta asimilado y en los que se olvida de sí mismo en tanto diferente de
ellos. El estado-de-yecto le impone ser lo contrario de lo que se piensa
ser: el Dasein cree tener su esencia en su ser uno al modo de las cosas.
Por otro lado, como Mitsein, se encuentra abrumado por una potencia externa
que regula en acto el horizonte de sentido, aquel conjunto de los otros, el
prójimo impersonal, el Otro (no aquel Mann particular que apenas da una
cara del ser Mensch, sino aquel man que se traduce por el giro anónimo
donde 'uno' significa todos y cualquiera). La originalidad de cada Dasein
choca contra aquella fuerza y/o institución que indica siempre cómo debe
procederse. "En la cotidianeidad del Dasein es lo más obra de aquél del que
tenemos que decir que no fue nadie" (Heidegger, 1927:148). El Dasein es el
Uno en tanto se ha infundido en la indiferenciación del diario actuar y se
ha enredado en esas determinaciones que ya son y que se imponen a la
libertad de su proyecto[33]. "El 'uno', con el que se responde a la
pregunta por el 'quién' del 'ser ahí' cotidiano, es el 'nadie' al que se ha
entregado en cada caso ya todo 'ser ahí' en el 'ser uno entre otros'"
(Heidegger, 1927: 144).
Como señala Rorty (1993), Heidegger irá dejando atrás esta versión
antropo-fenomenológica del Dasein y del habla para concentrar en el
lenguaje todos sus esfuerzos y asumirlo como una cuasi-divinidad. En
sentido contrario, Wittgenstein pasará de lo místico a una comprensión
instrumental de lo que sea el lenguaje. En el camino cae su convicción de
que el lenguaje esté fundamentalmente enlazado con el pensamiento
intelectivo. Para Frege, al pensamiento sólo se accedía por medio de su
exteriorización lingüística. En el Tractatus se produce un quiebre. El
lenguaje ya no será el puente hasta los pensamientos, sino que estos se han
vuelto intralingüísticos. La forma lógica consustanciada a los hechos del
mundo se vierte o se fundamenta en las expresiones del lenguaje que habían
sido hasta ese punto sólo su vehículo. En el contraste "puede verse la
tensión existente entre un positivismo lógico propiamente dicho, que da
un primado a las formas lógicas como algo 'anterior' al lenguaje, y la
posición inversa que por el énfasis puesto en la coherencia del lenguaje
deduce de su gramática las formas lógicas 'puras'" (Leocata, 2003: 156). De
aquí, el lenguaje es coextensivo con los límites del mundo. El sentido es
el lenguaje, que es mi mundo[34]
La historia de Wittgenstein con el Círculo de Viena se ha prestado a
todo tipo de tergiversaciones, desde tomar al padre del Tractatus como un
miembro más, hasta las propias confusiones de los mismos integrantes de la
célula de Schlick, quienes creían seguir a Wittgenstein más cerca que lo
que los hechos demostraron. "Ni Schlick ni Waismann [los únicos con los que
Wittgenstein había admitido entrevistarse] –(...)– advirtieron en 1929 lo
rápida y radicalmente que las ideas de Wittgenstein se apartaban del
Tractatus" (Monk, 1990/1997: 268). En sí mismo, el Círculo de Viena realizó
una personal lectura del Tractatus, acentuando en él un costado
epistemológico a partir de un comentario oral de Wittgenstein que se llegó
a denominar su (de él) 'principio de verificación'. "El sentido de una
proposición es su medio de verificación" (Ayer 1984:38): -lo que equivale a
determinar ese sentido anticipando qué se ha de entender por verificación
del enunciado. Que una proposición tenga sentido significa entonces ya
saber cómo ha de leerse el resultado de la proyección del pensamiento sobre
el hecho que responderá aportando algún valor veritativo. Bajo el principio
de un isomorfismo entre proposición y mundo, se trata de fijar algún
criterio. ¿Cómo sería posible establecer de una proposición si ha sido o no
verificada sin tener para ella algún procedimiento, y específico, que lo
contemple?
"Parece ser que podemos hablar de una fase verificacionista en el
pensamiento de Wittgenstein. Pero sólo si distanciamos el principio del
empirismo lógico de Schlick, Carnap, Ayer, etc., y lo situamos dentro del
marco más kantiano de las investigaciones 'fenomenológicas' o
'gramaticales' de Wittgenstein" (Monk,1990/1997: 272). En efecto, el
mencionado 'principio verificacionista' de Wittgenstein debe más bien
llamarse, para curarlo de los riesgos de asimilación a un término que ya ha
ganado un título y un mérito particular dentro de la filosofía, semántica
de condiciones de verdad, porque esto es nada más lo que se encarna sobre
el hecho potencial o Sachverhalt. El sentido de una proposición estriba en
el procedimiento por el cual se llegará a saber de su valor veritativo. El
criterio de verificación va a transformarse, claramente en Carnap, en una
herramienta empírica. A su positivismo lógico interesará la verificación; a
Wittgenstein tan sólo establecer un horizonte de verdad para los
enunciados.
Cuando a la altura de las Investigaciones Filosóficas Wittgenstein
revise las funciones del lenguaje este ya será aquel medium de la forma
lógica. En un enroque de las prelaciones, ahora se entiende (o pre-
comprende) el universo de la forma lógica entre muchos otros. No es sin
sentido hablar de religión, de estética o moral, como antes le había
parecido. Tiene el sentido de las reglas de uso que hacen consistente a un
discurso cualquiera (sólo es discurso por la consistencia que recoge del
empleo adecuado de las reglas que se instancian por su medio). La
significación, para este Wittgenstein, es mucho más que lógica.




Así tenemos: el lenguaje concebido como esencialmente sintáctico, una
sintaxis lógica (Carnap), una pragmática (segundo Wittgenstein) y como uno
de los existenciarios (Rede). Enfrentando estas posturas con el
estructuralismo hallamos, en Wittgenstein y en Heidegger, una pareja
pretensión de primariedad para el lenguaje, pero entendiéndolo como algo
más que un mero azar de símbolos combinatorios, pues se halla en el mundo
ligado al sentido. Aquella sintaxis carnapiana está pensada
fundamentalmente como reducción formal que, sin ser una opción válida para
las lenguas naturales, supone en primera instancia un desarrollo lógico de
de alta competencia (no una designación de 'lógica' imprecisa. La
primariedad aducida para el lenguaje es, para Lévi-Strauss, Lacan y Barthes
de manera explícita, una premisa que lleva directamente a sostener alguna
forma de sujetamiento. Atravesando por sus engranajes maquinales el sujeto,
u hombre, resulta un efecto: menos que un jugador de juegos de lenguaje. El
Uno (el Otro) es el sujetador, el que quita autenticidad, pero en la idea
heideggeriana no es asunto de significantes. Descentrado, 'por fin
cuestionado', aquel sujeto estructural es el producto de unas relaciones
que lo (sobre)determinan desde una presunta lógica cuyas computaciones se
suceden para habilitar al pensamiento, las costumbres, las artes visuales,
la ciencia moderna y la perturbación mental. El tránsito del parentesco
hacia el lenguaje hace que la sintaxis de las relaciones y transformaciones
se asimile, tomada en su veta de más abstracción, a la de las categorías
lingüísticas y a los sistemas deductivos.
La Rede heideggeriana y los juegos wittgesteineanos de lenguaje
prevalecen sobre la gramática y son un primer factum que destaca sobre los
sistemas disecados de la lógica o de la lingüística. Frente a esto, el
estructuralismo piensa lo judicativo desde coordenadas dentro de las que el
sentido toma su lugar, una instancia a-semántica donde los símbolos primero
se combinan y luego podrán significar. Llamar lenguaje a esa estructura de
formato fonológico nos deja paradojalmente con muy poco: una categoría tan
vasta que todo entra en ella y mina su fertilidad, pues, en efecto, la
fonología así reducida al principio de oposición binaria parece, como
herramienta, demasiado estrecha para recoger sobre su lomo la pesada carga
de ser el lenguaje. De otra parte, aquella lógica aducida, por emplear la
forma del fonema, es sólo lógica por concesión de que hay, en la taxonomía
que allí resulta, una distribución de tónica tertium non datur (un
principio que, como sabemos, las lógicas paraconsistentes han colocado
entre paréntesis). De allí que la gramática, cuando reciba un tratamiento
basado en pautas formales bien establecidas, tendrá aquella fuerza superior
que se le conoció con Chomsky. Cuando los primeros lingüistas franceses
tomen contacto con la obra chomskyana encontrarán una primera aplicación
concreta de lo lógico simbólico al lenguaje. La estructura profunda y la
superficial (una sintaxis lógica esencial y una 'interpretación' al nivel
de la lengua) van a desdoblar lo que los estructuralistas habían concertado
como las dos caras de lo mismo. En paralelo Chomsky reivindica una
exclusividad para el lenguaje que se opone al simbolismo panlingüista de
Lacan, Barthes y Lévi-Strauss. La figura de Chomsky será la encargada de
poner distancia entre los ejercicios y bosquejos de literalización del
estructuralismo y la matematización en regla[35]. A nivel mundial, será
Chomsky quien termine dueño del término 'estructura', por proporcionarle
una definición precisa, una acotada concernencia y una formalización
ajustada a los estándares científicos. En este cambiar de manos, la
estructura se hizo cognitiva (cambio que asombra especialmente si se enfoca
desde el psicoanálisis, donde la opción entre cognitivismo y
estructuralismo es drástica: clínica de las representaciones o clínica del
significante).




Cuestión central, ya desplegada y que coviene retomar: ¿el
estructuralismo renuncia a las propiedades intrínsecas o las soslaya en
beneficio de las relaciones? La propiedad de rojo no depende de un otro
color y sólo trivialmente puede sostenerse que algo es rojo por no ser en
cambio verde o amarillo (no puede pretenderse allí causalidad, esto es: no
puede pretenderse que algo es rojo porque no es no-rojo, como si en la
sensación de rojo hubiera más que un proceso de transducción que ha
convertido longitudes de onda en un cierto percepto)[36]. Se han confundido
criterio de distinción y ontología: que x sea rojo no depende de que sea a
la vez no-azul, sino que podrá ser no-azul a partir de ser rojo –y seguiría
viéndose rojo si no hubiera azul. No es que haya azul o rojo en la
naturaleza, pero no obstante hay algo que objetivamente impacta en las
retinas y eso corresponde a propiedades físicas, propiedades del percepto
que no pueden, en sus relaciones, tomarse por vicariantes ni arbitrarias a
nivel elemental[37].
El cuadrado de Greimas (1966) y quizás Coseriu (1977) son intentos de
aplicar el criterio de oposiciones al significado. La semántica estructural
está emplazada sobre pilares lexicológicos: los espacios semánticos se
recortan sobre el reconocimiento de que los significantes significan, hacen
signo en conjunción con los significados. Hay que apuntar que esta
estructuración (Coseriu, 1977) excluye el designatum (referente) y las
palabras cuya oponibilidad parecería dudosa (preposiciones, conjunciones,
deícticos). Sólo los lexemas entran al dispositivo. Luego el lenguaje,
aquella forma viva que hace lazo y de la que el hombre se vale, queda lejos
de poder ser en sí mismo una estructura (al menos, desde este enfoque).
Puede admitirse que hasta cierto punto, para algunas voces, haya
determinación de los significados por oposiciones, pero entre una
estructura de este tipo, donde el significado de un signo lingüístico se
extiende hasta los límites de otro cualquiera, y la estructura tipo Lévi-
Strauss, donde las extensiones de los diferentes términos se superponen ,
cabe apuntar al menos esta salvedad: esta segunda elegirá los términos de
una manera caprichosa, mientras que en la estructura de estilo Coseriu
están tomados de los usos. De ello que el campo del significado, si llegara
a ser estructural (opositivo), será menos por la libertad para cruzar los
símbolos unos con otros que tomándolos en su denotación o su designación,
tal como ya se encuentran en el código. Y todo con un presumible techo (¿a
qué se opone 'rueda', o 'chocolate'?).
La cuestión amerita revisar, de nuevo, la asimilación del intercambio
tribal de mujeres con el flujo de palabras. Lévi-Strauss las pone en
relación a partir de puntuar presencia/ ausencia de categorías o rasgos:
persona, valor, símbolo, signo. De esto resultan calificaciones
inconmensurables en mujeres y palabras: respectivamente, ­ - + + y + + - -
. Las oposiciones sirven cuando operan en un marco de rasgos comunes. Un
fonema puede ser sordo o sonoro, pero una palabra nunca podría ser persona.
Las oposiciones fonológicas ilustran por qué hay red de diferencias de las
que se vale la articulación; las oposiciones de un etnólogo estructuralista
no parten de un hecho, sino que pretenden crearlo (la estructura de los
parentescos) y para ello oponen, por su cuenta, términos con rasgos
aleatorios.
La prevalencia de las relaciones para el estructuralismo opaca el hecho
de que hay propiedades con las cuales la estructura no podría hacer a
capricho. Quizá otro tanto quepa señalar sobre las propiedades de tipo
relacional. Que x sea más veloz o más alto que y está fuera de las
manipulaciones culturales y son relaciones objetivas que no caen en la
matriz de redistribuciones debidas al símbolo. La ontologización de la
estructura compromete la objetividad del mundo al proponer allí un holismo
sub-semántico, poniendo en jaque el diccionario básico sin el que nunca se
podría entender cómo se empieza a hablar. De hecho la aquisición de la
primera lengua suele comenzar por sustantitvos que nombran las cosas ( y
que suman el 80% del vocabulario de producción en la primera etapa del
aprendizaje[38]). Las fórmulas sociales que acompañan a los sustantivos
indican que el desarrollo de este aprendizaje palanquea mayoritariamente
sobre el referente y la intersubjetividad de tipo secundario (Trevarthen,
1987; 1998) en la que la pragmática tiene la última palabra (o las
primeras)[39].
La percepción condiciona nuestro contacto con un mundo de formas
cerradas, buenas formas, y el condicionante repercute sobre una gramática
de casos que modela cómo referirnos a las cosas (Fillmore, 1968; Brown,
1973). Contra el corte tajante entre naturaleza y mundo cultural, los
ejercicios practicados por los estructuralistas respetan las cualidades de
aquellos objetos que ponen a trabajar en la dinámica de los sistemas que
proponen. Desde el elenco de los rasgos del fonema hasta la oposición de
tipo salado o hervido, pasando por el Nombre-del-padre/ deseo de la madre,
todo confluye para desmentir que el estructuralismo se haya reducido a 'una
combinación de letras'. Que una actitud sea recogida por el antropólogo
como actitud hostil pasa por recoger ya significaciones. No hay
creacionismo cultural en un sentido pleno[40].
En la perspectiva estructuralista los signos funcionan como
artificialidad. Ello es reflejo de haber transformado toda comunicación a
lenguaje verbal. Puede reconocerse a Barthes que haya pocos los signos que
prescindan de u encuadre estructural, pero a la vez hay que situar el hecho
universal de que los signos surjan en el hombre como intencionales,
comprendiendo siempre algún aboutness, fruto de intercambio con terceros y
apuntando a comunicaciones sobre el medio empírico inmediato (Rivière &
Español, 2003). Sobre esta base sígnica y referencial sí puede hablarse de
liberación de algo significante, pero el significante en cuanto que
insignificante no puede plantearse prescindiendo de una norma de
correspondencias con el mundo y de significados convenidos, porque de otra
manera, si todo significante se libera simultáneamente de su contraparte en
el signo lingüístico, ¿cómo arribar hasta el significado? ¿Acaso los
fonemas, por el hecho de estar enfrentados, llegan a significar? No hay
significación ex nihilo, sino apoyada en un sentido previo. Si el Otro no
es el código, como está claro (Lacan, 1966ª: 785), queda por resolver cómo
podría ser más elemental.


¿Cuál es la metafísica de RSI (real-simbólico-imaginario)? No un
trisustancialismo: lo imaginario no es sin lo real. ¿Acaso: un nudo, dos
sustancias, tres registros? La posibilidad de un bisustancialismo topa
contra el hecho de que lo real está en sí mismo tomado por lo simbólico:
sin confundirse, éste se exuda de lo real (recuérdese la aspiración de
reintegrar el hombre al mundo físico, desintegrarlo en él, que hiciera Lévi-
Strauss -1962). De allí que lo simbólico no es ya, como escribió Deleuze
(1968), una especie de orden virtual. Pero que los significantes se recojan
de lo real , como dice Lacan, apunta a sugerir que en sí el lenguaje,
definido por oposiciones, tiene arraigo en nuestra concepción previa del
mundo. Entre esta apoyatura que tendría el orden simbólico en lo real (como
si se dijera su materialización) y la homologación de lo simbólico lévi-
strausseano a la conformación neural media un abismo. Un viejo ensayo
(McCulloch & Pitts, 1943; 1948) había brindado el puente necesario para
equiparar la máquina informática con el cerebro humano en términos de un
'gatillado' on/ off. Después "muchos autores han supuesto, erróneamente,
que el carácter 'todo-o-nada' del disparo de los impulsos nerviosos
constituye una prueba de que los principios del funcionamiento del cerebro
son los de un computador digital. (…) [pero] el aspecto funcional de la
neurona es la variación no-digital en el índice del disparo" (Searle, 1989:
426). Que las neuronas no funcionen como microcircuitos informáticos parece
ser la determinación de lo último en investigación neurofisiológica: "Esta
visión, relativamente simplista y rígida, no se corresponde con los últimos
datos experimentales: en realidad, la información se transmite en nuestro
cerebro de una neurona a otra de forma altamente modulada" (Ansermet y
Magistretti, 2007: 32). Y "dicha transferencia nunca es de naturaleza
binaria ni de intensidad constante" (ibid., 44). Hay un monismo, al cabo,
de lo real, y el emergente –para el estructuralismo– no es, por vez
primera, la consciencia, sino aquello que la condiciona. No el sujeto, sino
lo sujetador.
Supongamos alguna comunidad humana donde no exista la opción legal de
'divorciado'. Allí tendremos que los estados civiles serán 'soltero' y
'casado' (más otros valores eventuales). Para esta comunidad el
'divorciado' puede con los 'casados' al mismo conjunto, porque aunque ya no
viva con su cónyuge ha pasado por el matrimonio; o bien pudiera ir a parar
con los 'solteros', según sean las formas con que se conciba el paso de la
soltería a conyugalidad, acmino de ida o de ida y vuelta. De esta manera,
los mismos fenómenos, reales o empíricos, son recogidos socialmente con
diversa pauta organizacional. Estos recortes están amparados en las
prácticas sociales y están reflejados en la lengua ( o simplemente son
antojos de la lengua), pero ninguno llevaría el asunto hasta los límites de
pretender que en lengua inglesa, por no haber la distinción que el
castellano ofrece para pez/ pescado, todos equivocan la criatura viva y su
cadáver). Gráficamente[41]
" "húngaro " español"malayo "
" "hermano "batya "hermano "sudarä "
"mayor" " " " "
" "hermano "öccs " " "
"menor" " " " "
" "hermana "néne "hermana " "
"mayor" " " " "
" "hermana "bug " " "
"menor" " " " "




















Éste es terreno del valor y no de realidades objetivas o referenciales
(como sucede ser el hecho de que el individuo distanciado de su compañera
se vuelva acreedor de un nombre, y una posición, dentro del marco de esa
sociedad). Pero el punto crucial es que aquel modo en que las propiedades
fácticas son recogidas en el seno de una u otra lengua no debe tomarse como
descripción de un hecho, sino como descripción de aquellas asunciones que
las prácticas de una comunidad precipitaron con estatus institucional. Esto
vuelve plausible, como ya se ha señalado, una semántica estructuralista en
la que es apreciable cómo los lexemas, demarcando recíprocamente sus
alcances, organizan una geografía de significaciones. No obstante, este
trazado no cabe mezclarlo con el mapa del concepto empírico, o empírico-
referencial. Si Lévi-Strauss se desempeña en el nivel de los significados y
valores (crudo y cocido son significados), esto no sólo choca contra el
pretendido trabajo formal, precisamente por partir de unos significados,
sino que además choca con la aspiración de que las estructuras pertenezcan
a lo real. Lacan cuida la diferencia entre el significado y el concepto
(ver la cita de la página 14), pero apostando por la misma aspiración, y al
realizar entonces las oposiciones, éstas solapan los dos diferentes planos:
lo real-conceptual y aquello imaginario que lo sobrenada. La precedencia de
los referentes, de las cosas en tanto que entes zuhanden, útiles, dentro
del ámbito donde el sujeto-es-con (Mitsein), hace que la pragmática sea el
escenario del primer sentido, emplazamiento desde el que lo imaginario se
bifurcará en significados del lenguaje, de una parte, y en el desarrollo de
conceptos que, por la otra parte, ya aparecen antes de asomar una
estructura, en cualquier caso irreductible a la fonología. La alteridad del
Otro dista mucho de ser un tablero de lugares y de piezas indistintas
variando de posición.
Cuando Lacan, más tarde, coloque el lenguaje y la palabra detrás de
lalangue y l'apparole, se habrá operado un giro en donde la estructura y la
gramaticalidad sean subsidiarias del goce y del inconsciente ahora
rediseñado (Soler, 2008). También para Lacan se habrá agotado la fecundidad
de la estructura como marca de la alienación.
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[1] Para la ToM, Carruthers (1996), Gordon (1996), Meltzoff (1995),
Meltzoff (2002), Premack & Woodruff (1978), Wimmer & Perner (1983), entre
una bibliografía que ya recorre varias décadas; para sus relaciones con los
trastornos autistas, cfr. Baron-Cohen (1991), Baron-Cohen, Leslie & Frith
(1985), Leslie (1987) y Frith (1991, 2003).
[2] El signo lingüístico es acuñado por Saussure (1915). El estructuralismo
ha rescatado en él la noción de valor: el signo adquiere el suyo en un
contexto sígnico. Pero si en el estudio de la lengua puede postergarse el
cuidado del referente no está claro que otro tanto pueda hacerse en la
investigación social, en antropología, en el abordaje de la historia. En la
medida en que el lenguaje es asumido como una forma de interacción entre
individuos que obran sobre el mundo, el referente media en toda
comunicación, sea en interés directo de los dichos, sea como el fondo
frente al cual lo dicho se decodifica inteligiblemente. Verdad y falsedad,
la funcionalidad informativa dentro del espectro de funciones del lenguaje
(Jakobson, 1963), incluso el coherentismo de la ciencia han de acabar en
algún punto mirando hacia el mundo, hacia el fenómeno, a lo que presenta
cierta visibilidad.
[3] Barthes dirá que en ese léxico se trata fundamentalmente de una
actividad, actividad de simulacro (propone un objeto sobre lo real) que
abarca tanto al pensamiento científico como a la poética.
[4] Recordemos: bajo el rótulo de binarismo se entiende en lingüística una
pauta que ordena las lenguas por presencia/ ausencia de rasgos
especificativos. Donde se ha revelado más fecundo ha sido en la fonología,
distinguiendo rasgos de sonoridad: vocálico/ no vocálico, consonántico/ no
consonántico, nasal/ oral, denso/ difuso, continuo/ interrupto, estridente/
mate, recursivo/ infraglotal, sonoro/ sordo, tenso/ flojo; y rasgos de
tonalidad: grave/ agudo, bemolizado/ no bemolizado, sostenido/ no sostenido
(Jakobson & Halle, 1967).
[5] La manera de formalizar, en realidad modelizar, se presta a
controversia. Para Milner (2002), el estructuralismo matematiza sin reducir
la thesis a la physis, lo positivo a la naturaleza. Los discutibles
resultados obtenidos por la investigación de corte estructuralista dan la
palabra, de una parte, a los que reivindican la inaplicabilidad del método
de las ciencias naturales a las sociales (defendiendo, por ejemplo, la
hermenéutica) y de otra parte a quienes estarían dispuestos a llevar la
reducción hasta los últimos confines. A medio camino, no queda claro de qué
forma podría no tratarse de naturalismo si, como Milner sostiene, el
estructuralismo está parado sobre la ciencia moderna definida como
acoplamiento de matematización y verificación empírica. Según él, cuando
Lévi-Strauss traza la oposición naturaleza/cultura, "se trataba para él de
señalar que la exigencia de ciencia cuyo programa él establecía no debía
pasar por una renaturalización" (Milner 2002: 202). Sin embargo, Lévi-
Strauss entiende que las leyes sociales se reducen o se espejan en las
leyes del cerebro para procesar información del medio, con lo cual ¿por
dónde pasaría esa diferencia categórica? Menos en Lévi-Strauss que en
otros, el distanciamiento entre lo universal y natural versus lo cultural y
normativo (nómico), tránsito hacia lo humano vía la inflexional prohibición
del incesto, parte de un "Supongamos que…", justo al comienzo de Las
estructuras elementales del parentesco (Lévi-Strauss, 1949). A favor de
Milner, sobran lugares donde Lévi-Strauss sostiene que esa partición sólo
es metodológica. En sus palabras, "Si usted entiende por naturaleza el
conjunto de manifestaciones del universo en el cual vivimos, es muy cierto
que la cultura es ella misma una parte de la naturaleza. Cuando oponemos
naturaleza y cultura, tomamos el término naturaleza en un sentido más
restringido que concierne a lo que, en el hombre, es transmitido por la
herencia biológica. Desde este punto de vista, naturaleza y cultura se
oponen, ya que la cultura no proviene de la herencia biológica sino de la
tradición externa, de la educación. Ahora, usted puede decir: la cultura en
sí misma, el hecho de que haya hombres, de que estos hombres hablen, de que
estén organizados en sociedades que se distinguen las unas de las otras por
diferentes costumbres e instituciones, todo esto es, desde un cierto punto
de vista, una parte de la naturaleza, y está en derecho de plantear –pero
es una visión metafísica- la homogeneidad de la naturaleza" (Charbonnier
1961:185). Pero allí mismo agrega de su propia metafísica ("reintegrar la
cultura en la naturaleza y, por último, la vida en el conjunto de sus
condiciones físico-químicas"): naturalismo en que incluso resuena, contra
la protesta de exclusividad de la cultura, un designio reduccionista.
[6] …"se han de rechazar las conclusiones precipitadas de algunos
lingüistas y semiólogos que han negado el carácter de signo a fenómenos que
no se adaptan al modelo lingüístico. Pero también se han de evitar las
transposiciones fáciles del modelo lingüístico a tipos de signo que no lo
soportan" (Eco, 1973: 105). Lévi-Strauss se defiende, acusado por
Haudricourt y Granai de identificar lenguas con sociedades (habrían
cometido "el mismo error de Gurvitch"), sosteniendo que él ha dicho
simplemente que aquel abordaje con parámetros lingüísticos es de más
profundidad, "lo cual no excluye que haya otros aspectos cuyo valor
explicativo sea menor" (Lévi-Strauss, 1959: 122). La aclaración deja las
cosas como estaban: el lenguaje manda sobre lo demás. Manda sin ser
lenguaje, porque -según se verá- sólo resulta una fonología. "El estudio de
una lengua no sólo conduce (…) a la lingüística general, sino además, más
allá de esta última, nos lleva con un mismo movimiento hasta la
consideración de todas las formas de comunicación" (ibid.).

[7] Había que ser Roger Caillois para echar sobre Lévi-Strauss estos mismos
reproches en el discurso de ingreso del padre estructuralista a la Academia
Francesa, el 27 de junio de 1974: "Esta –la estructura– es descubierta por
una perspicacia combinatoria que descubre oposiciones y congruencias,
connivencias y exclusivas, afinidades y alergias, isomorfismos y…Debo
detenerme. No logré encontrar en ninguna parte una palabra que se opusiera
a esta. (…) ¿ No será que el sistema otorga demasiadas facilidades desde el
principio para llenar el más mínimo vacío? (…) Se ve que el campo está
ampliamente (¿demasiado ampliamente?) abierto. (…) Una teoría que se
presenta como ciencia lo afirma en vano a partir del momento en que la
estructura misma del sistema lo vuelve irrefutable. (…) Es una mera
cuestión de ingenio. La capacidad de absorción que [estas construcciones]
demuestran es infinita e irremediable. Por ende, sólo serán para-
científicas" (Bilbao & al., 2009: 482-3)
[8] Así, la dualidad de structural/ structurel, en francés, exhibe su
fecundidad. "Structural remite a la estructura como sintaxis, structurel
remite a la estructura como realidad [concreta de una organización]"
(Pouillon 1966/ 1969:13).
[9] Coincide con Pouillon, para quien el conjunto organizado de una
estructura consta de dos únicas propiedades: totalidad e interdependencia
(1966/1969:5), preñadas (la tercera) de una "sintaxis de transformaciones
que permiten pasar de una variante [de la estructura] a otra" (1966/ 1969:
8).
[10] Por otro lado habría que suavizar eso de que se ignore, entre los
estructuralistas, todo uso matemático del término estructura. El punto es
que, según Milner (2002), el estructuralismo más genuino comienza a
perderse cuando Lévi-Strauss y Lacan recurren a las matemáticas; sin
embargo, ambos se mantendrán dentro del rótulo, máxime Lévi-Strauss, que
nunca se ha apartado de él.
[11] "La lógica de Piaget contiene ciertas definiciones, pero como su
intención no era construir un sistema deductivo carece de axiomas y de
reglas explícitas de inferencia. Esta lógica, elaborada en un nivel
intuitivo, presenta una serie de estructuras formales sugeridas por la
observación del psicólogo, y que en algunos casos, como el grupo de
transformaciones de la lógica proposicional, corresponde a verdaderas
estructuras algebraicas" (Castorina 1970: 121). Así, tomando por ejemplo el
caso de la disyunción llamada inclusiva tenemos I= p V q, N= p "! q, R= p "
q, C= p Ï% q. Aplicada una operación cualquiera, el grupo producirá una
nueva que le pertenzca. Lo mismo para cada una de las dieciséis operaciones
binarias de la lógica proposicionaunción llamada inclusiva tenemos I= p V
q, N= p q, R= p " q, C= p q. Aplicada una operación cualquiera, el
grupo producirá una nueva que le pertenzca. Lo mismo para cada una de las
dieciséis operaciones binarias de la lógica proposicional. Cuando las
operaciones de estructuración en Lévi-Strauss son presentadas, no es ya el
rasgo formal, ajeno al contenido, lo que se discute, sino que se haya
configurado, por un lado, un álgebra digna del nombre, por otro que esto
condiga rigurosamente con el campo de fenómenos al que se adscribe.

[12] Cfr. Butcher & Goldin-Meadow (1993); Capirci & Volterra (2008);
Capirci, Contaldo, Caselli & Volterra (2005); Capirci, Iverson, Pizzuto, &
Volterra (1996); Goldin-Meadow (2005); Goldin-Meadow, McNeill & Singleton
(1996); Gullberg, De Boot & Volterra (2008).
[13] Español, 2004; Rivière & Español, 2003; Español, 2003, Rodríguez,
2010. Los estudios en primatología pueden mostrar como los símbolos (y los
significantes) gozan de vitalidad entre especies no-humanas tan dispares
como chimpancés, bonobos y delfines, ya sea en su medio natural, ya en una
situación de cautiverio y aprendiendo una lengua de señas o de lexigramas
(Corballis, 2002; Fouts & Tukel Mills, 1997; Savage-Rumbaugh & Lewin, 1994;
Savage-Rumbaugh, Shanker & Taylor, 1998).
[14] "Ahora bien, la función simbólica o semiótica, además del lenguaje,
comprende la imitación bajo sus formas representativas (imitación diferida,
etc. que aparece en el término del período sensoriomotor y sin duda
garantiza el enlace entre lo sensoriomotor y lo representativo), la mímica
gestual, el juego simbólico, la imagen mental, etc., y muy a menudo se
olvida que el desarrollo de la representación y de la idea (sin hablar aún
de las estructuras propiamente lógicas) está unido a esta función semiótica
general y no al lenguaje únicamente" (Piaget, 1968: 73)
[15] Las dos masas amorfas, nebulosas, que se escinden recíprocamente en
unidades sígnicas independientes (masa del pensamiento, "caótico por
naturaleza", y masa del sonido, según nos llega de Saussure) han dado a
suponer que antes del cruce y del recorte no hay conceptos propiamente
dichos. Así: "cada término [signo] lingüístico es un miembro, un articulus
donde se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de
una idea" (Saussure, 1915). La intuición arrima 'fijación' y 'masa amorfa'
para concluir de ello que en Saussure no hay pensamientos previos a la
lengua. Verba significant rei mediantibus conceptibus. ¿Y antes de la
palabra, nada? "Del lado del análisis lingüístico más refinado, Saussure
responde a una exigencia subrayada por los mejores lógicos: aquella que
favorece distinguir entre (a) la referencia concreta (…) y (b) la manera
por la cual el signo propone a nuestra representación subjetiva este objeto
[referencial]" (De Mauro, nota 231, en Saussure, 1915b -traducción propia).
Pero esto nada dice de los términos de lengua no referenciales. ¿No existen
antes de la lengua? "Saussure se contenta con decir que el pensamiento es
lingüísticamente amorfo fuera de la lengua. Saussure, de la misma manera
que no niega que exista una fonación independiente de las lenguas (es al
contrario partisano de los derechos autónomos de una ciencia de la
fonación), no niega que exista un mundo de percepciones, de idealizaciones,
etc. Independientemente de las lenguas y que la psicología puede estudiar"
(De Mauro, nota 227, en Saussure, 1915b -traducción e itálicas propias). De
cualquier modo, con o sin Saussure, las investigaciones sobre formación de
conceptos entre niños preverbales (Mandler, 1992; Mandler, 2000; Nelson,
2000) han descubierto que existen categorizaciones suficientemente
funcionales antes de acceder a las primeras fases de la adquisición
lingüística. Por lo demás, si la lengua es sistema y por sí misma puede
permitirse obviar al referente, quien estudiare la cultura, en tanto la
cultura es material-simbólica, nunca podría omitir de su bitácora el
objeto. Al arrastrar la lengua más allá de sus fronteras, olvidando el
habla y su función realizativa, las ciencias humanas estructuralistas
descuidaron un flanco importante.
[16] El desplazamiento, en S/Z (1970) más allá de los baremos
estructuralistas no oculta la deuda; la intuición del texto está nutrida
del análisis estructural, fuera de que Barthes descrea o se aparte del
problema de la cientificidad.

[17] En Lacan tenemos, a la vez, que el inconsciente es el discurso del
Otro, en varios momentos de su enseñanza, y que "jamás he dicho que sea un
discurso" (Lacan, 1981), dentro de una larga nómina de otras definiciones.
[18] Para ser justos, Lacan es cuidadoso: "nunca dije que eso preconsciente
[habla del tiempo preverbal] tuviese en sí mismo una estructura de
lenguaje" (Lacan, 1981:235). Ella es la significación imaginaria, natural,
biológica: puro intercambio de una información vital. No obstante, en la
gestualidad lo motivado se intersecta con las convenciones culturales sin
que se evidencien las características de una estructura, y la cultura es en
Lacan un heterónimo de la estructura. [Motivado no reviste aquí ni en lo
que sigue la carga semántica de Barthes, para quien indica lo
multiconnotativo, sino todo lo contrario: recoge el significado estándar en
las investigaciones de semiosis preverbal donde equivale a 'generado por el
referente'].
[19] Esta postura y deuda se verá modificada. En 1975 Lacan reconoce a
Quine tener una versión de la estructura diferente a la de Lévi-Strauss
(Lacan, 1976).
[20] (Recogido más tarde en Lévi-Strauss 1959)
[21] Esta noción de mana es también denominada en Lévi-Strauss significante
flotante o valor simbólico cero (Lévi-Strauss, 1950), a instancias del
fonema cero de Jakobson. No debe confundírsela ni con el falo lacaniano
(Basualdo, 2003; Basualdo, 2006) ni con la deriva del significante. El
significante flotante corresponde más bien a la función semiótica entendida
como posibilidad de significar.
[22] Ese destino cartográfico de lo simbólico sobre lo real hace pensar en
la versión figurativa del lenguaje en el más joven Wittgenstein, el
tractariano, para el que el lenguaje refleja en sí mismo lo que llama forma
lógica del mundo. En un segundo tiempo afirmará que la función de la
filosofía debe de ser como una terapéutica que purgará al lenguaje de toda
esa propensión a divagar y a permitirse todas las licencias
(Investigaciones filosóficas). En términos de Lévi-Strauss, hasta donde
pudiera coextenderse entre ambas perspectivas una coincidencia, eso es
precisamente aquel angostamiento que la ciencia ha pergeñado sobre la
mitología y las artes. En el mismo lugar en donde Wittgenstein propone
hacer silencio y, luego, despejar la vaguedad y ambigüedad, la etnología
lévi-straussiana reconocerá como perfectamente lógicos tantos discursos
como la estructura pueda concretar. Bajo su pluma, la lógica se separa de
la racionalidad para significar 'capacidad de forjarse categorías'.
[23] Cfr., sobre el particular, Barbut, 1966.
[24] Curiosamente, Piaget carga contra el Foucault de Las palabras y las
cosas con razones semejantes a las utilizará Reynoso contra Lévi-Strauss,
pero reconociendo por su parte afinidad con la obra del etnólogo.
["Foucault se ha fiado de sus intuiciones y ha sustituido por la
improvisación especulativa toda metodología sistemática. Entonces eran
inevitables dos peligros: en primer lugar la arbitrariedad en los
caracteres atribuidos a una episteme, eligiendo unos en lugar de otros
posibles y omitiendo algunos a pesar de su importancia, y en segundo lugar,
la heterogeneidad de las propiedades supuestamente solidarias, pero
pertenecientes a distintos niveles de pensamiento aunque históricamente
contemporáneos" (1968: 106). La refutación del cuadro sobre la episteme de
los siglos XVII y XVIII parece palmaria: mientras el pensamiento biológico
se mantenía en un agrupamiento taxonómico con ordenación lineal, la
matemática había accedido "al análisis infinitesimal y a unos modelos de
interacción (que nada tienen de lineales)" -1968:106)]. ¿Por qué este mismo
cargo no es llevado paralelamente contra Lévi-Strauss?
[25] Barthes, 1966 y 1967.
[26]La pretensión de un determinismo lingüístico en sentido fuerte ha sido
desechada -fundamentalmente para las categorías concretas. La formación de
los conceptos básicos no está afectada por la lengua. Que la lengua y la
cultura influyan en las zonas donde nuestra percepción es indecisa o no
juega un papel central, tal el caso palmario de los conceptos abstractos,
pero para colores, formas, movimientos y tamaños toda discriminación se
apoya en los perceptos. El registro de tales características ocurre, como
saben los psicólogos, a nivel de la organización de sensaciones, donde la
universalidad de los principios guestaltistas todavía conserva su vigencia.
No es que el lenguaje no tenga incidencia sobre el pensamiento, sino que no
habría motivos para argüir la precedencia de la lengua sobre la cartografía
mental más básica del mundo. Esta anterioridad de lo simbólico, junto con
la aseveración de que el lenguaje sólo puede haber nacido todo de una vez
(en Lévi-Strauss, 1950), llevan el planteamiento hacia un punto de apoyo
del que emerge, como consecuencia, un creacionismo incompatible tanto con
las especulaciones dominantes del campo filogenético como con las del
registro ontogenético (ver nota 36).
[27] En el camino habrá dejado atrás sus préstamos constantemente
practicados al saber lingüístico. "La proposición general formulada por
Lacan, a partir de la cual debe entenderse su utilización de la
terminología lingüística, es que el inconsciente está estructurado como un
lenguaje. La cuestión pertinente es saber si el acceso a ese inconsciente
se ve facilitado por el uso de conceptos que, en todo caso, son apenas
aproximativos o irrelevantes. En este sentido, los lingüistas han sugerido
amablemente a Lacan que no fuerce la utilización de la lingüística para un
tipo de problemas teóricos que ganarían más con un tratamiento derivado de
semiologías como la que construye Prieto." (Sazbón 1976: 39). Lacan
atenderá a estas sugerencias y en su seminario XX, bastante más tarde,
liquidará el asunto sosteniendo que la lingüística le importa un bledo
(sic). Hay que decir, no obstante, que Lacan irá de a poco, durante los
muchos años de su seminario, despejando cierta mescolanza entre aquello que
toca al psicoanálisis y lo que queda más allá, pero en su derrotero las
jurisdicciones por momentos pueden confundirse y el lenguaje queda
asimilado con la ontología. Que "la estructura es real" (Discurso a la
ORTF, 1966b) significa que lo real está per se ya estructurado. La premisa
de una estructura simbólica autónoma y primaria en la gestación del sujeto
permanece intacta como el corazón de su propuesta. Tratándose en Lacan del
sujeto del inconsciente, "el sujeto tomado y torturado por el lenguaje"
(1981: 276), la posibilidad de que bajo la libre asociación quede
proscripto a cero el referente asoma, a veces, fácil de admitir (otras no
tanto), y parece que el mundo de las cosas simplemente desbordara a la
función (y campo) de la palabra (y el lenguaje) en psicoanálisis. Pero
ocurre que el pensamiento mismo es un efecto de estructura, como dice en
Televisión (1973), punto que lleva la estructura y el lenguaje así
entendido más allá del sujeto del inconsciente.
[28] La idea de un álgebra está sugerida, es cierto, por Saussure. La
diferencia entre Nacht y Nächte, tomando su ejemplo, se hace equivaler "con
una fórmula algebraica a/b (…). La lengua, por así decirlo, es un álgebra
(…)" (Saussure 1915: 153) [itálicas agregadas]. No se puede apreciar cómo
este símil se podría llevar más lejos que eso: la mera representación con
letras.
[29] Un algoritmo es una secuencia de instrucciones que en número finito
permite el logro de un objetivo, la resolución de un problema, el
cumplimiento de una función. La red αβγδ de Lacan, que da inicio a los
Escritos, aun cuando satisfaga la mecánica de la definición proporcionada,
peca de no estar comandada por ningún propósito y ser virtualmente
infinita.
[30] Las opiniones están divididas en cuanto a la utilidad de la topología
y los nudos en Lacan, fuera de las inconmovibles convicciones del maestro.
¿Puede pensarse esencialmente al sujeto del inconsciente como una
abstracción del sujeto sufriente de la clínica – puede pensarse este pasaje
sin cerrar, a espaldas de esta reducción, la vuelta al plano de la empiria?
Cuando la modelización se ha distanciado de las propiedades del ente del
caso, cuando la purga ha convertido a la persona en una sucesión de
pulsaciones algebraicas, ¿puede volverse de este vaciamiento al tratamiento
real? ¿Se justifica bien la conversión de un plano de significados a otro
diferente donde aquellas propiedades que revisten importancia son las de
una superficie? La comunicación entre la ontología formal y la del hecho
empírico no siempre pueden maridarse. Más en concreto: ¿cómo legitimar el
paso de la demanda de amor, una cadena de significantes, a la botella de
Klein? La alineación de elementos discretos del discurso ha devenido en un
continuum (para el cual, en tanto tal, entre dos puntos cabe siempre un
nuevo punto). Una maniobra semejante permite a la línea del discurso
retorcerse y apretarse hasta hacer una superficie, pero la superficie hará
siempre lugar, entre dos líneas paralelas, a una nueva línea. ¿Discreto o
continuo?).
[31] Milner sí habla de 'científico' para el programa lingüístico de Praga
( Milner, 2002: 183), faro de todo lo que subsiguió.
[32] Lakatos 1971/19: 25.
[33] Ser-con parece así una cárcel en la instancia más originaria del ser-
en-el-mundo. De esa manera el Otro/ Uno aparece como asemejable a la
cultura en sí y a la coerción que ejerce sobre cada quien, al modo en que
ya había sido descripta en clave sociológica en la obra de Durkheim.
[34] El mundo sigue siendo luego, en el 'segundo' Wittgenstein, sentido
(contra lo Sinnlos o lo Unsinnig), pero el sentido ha desbordado aquel
lenguaje de la forma lógica.
[35] "Era verdad que el doble movimiento de logización de las matemáticas y
de matematización de la lógica habilitaba para definir la matemática en sí
como pura y estrictamente literal. Subsistía no obstnate una dificultad
mayor: ninguno de los procedimientos propios de la lingüística
estructural, presentada como la más consumada de las ciencias
estructuralistas, se dejaba inscribir en un formalismo lógico-matemático
determinado (…). Recíprocamente, ningún segmento de los formalismos lógico-
matemáticos parecía susceptible de implementarse directamente en ninguna de
las ciencias estructuralistas: en calidad de método expositivo a veces,
nunca como método de descubrimiento" (Milner 2002: 230).
[36] Pasar de p V q a ¬p q, donde p: rojo y q: azul (u otro color)
respeta la equivalencia de la implicación material pero no convierte la
disyunción a una condición causal.
[37] Barthes esgrime "que si no hubiera más color que el rojo, el rojo se
opondría, a pesar de todo, a la ausencia de color" (Barthes 1964: 247).
Pero se opondría no en su calidad de rojo sino en representación de la
categoría 'color', lo cual es muy distinto. La rojez no está supeditada a
tener otra-cosa-enfrente. Por otra parte no se ponen nunca valores de una
variable (rojo) y la variable en el mismo nivel. Rojo es un elemento del
conjunto de colores y le pertenece: ¿cómo podría parárselo en pie de
igualdad con el color, como si no existiera entre ambos desnivel? Este
problema de las propiedades no es menor para tasar el estructuralismo.
Según Milner, "Lacan (…) creyó en el minimalismo de las propiedades. Lo
expresó incluso de manera particularmente explícita. Entender que no hay
más propiedades que las inducidas por el sistema es entender, cuando se
define el sistema como estructura, que toda propiedad es tan sólo efecto de
la estructura. Por lo tanto, que la estructura es causa" (1995: 107).
Puesto que Lacan distingue claramente los conceptos del significante, esta
aserción puede muy bien controvertirse, pero también es cierto que Lacan
afirma que la actividad del pensamiento depende de la estructura
(Televisión, 1973).
[38] Para los porcentajes, cfr. Caselli, Bates, Casadio, Fenson, Sanderl &
Weir (1995), Jackson-Maldonado, Thal, Marchman, Bates, Gutiérrez Clellen
(1993), Maital, Dromi, Sagi & Bornstein (2000). En cuanto a si la
adquisición responde más a una programación algebraica o a un aprendizaje,
puede consultarse Crady & Aslin (2003), Jusczyk (1997), Jusczyk (2002a),
Jusczyk (2002b), Jusczyk & Aslin (1995), Jusczyk & Derrah (1987), Karmiloff
& Karmiloff-Smith (2001), Karousou (2003), López Ornat (1999), Seidenberg &
Elman (1999), Serra, Serrat, Solé, Bel & Aparici (2000).
[39] Para los primeros tipos de relación intersubjetiva, Trevarthen (1980,
1987, 1998). Las investigaciones más recientes en semiosis pre-verbal
señalan una progresión del marco significativo de la comunicación de
protofonaciones y gestualidad hacia la gramaticalización (Capirci,
Contaldo, Caselli & Volterra, 2005; Capirci & Volterra, 2008; Karousou,
2003; López Ornat, 1999; Lopez Ornat & Karousou, 2005a y 2005b; )
[40] Cuando Lévi-Strauss propone que el lenguaje tuvo que surgir todo
completo de una vez (1950), esto depende de entenderse por lenguaje un
dominio más vasto, lo simbólico, y tomar al símbolo como un fonema. Puesto
que los fonemas son si y sólo si copertenecen a un sistema, este sistema
debe nacer todo junto. De modo semejante el psicoanálisis ha aventurado que
el lenguaje está allí afuera funcionando antes de que el sujeto ingrese a
escena. Uno estaría tentado de decir que lo que existe afuera son pautas de
interacción con los objetos y los semejantes, algunas simbólicas por
cierto, pero donde simbólico no es para nada ese sistema que se ha
sugerido. Las evidencias parecen contradecir que el niño se encuentre de
golpe dentro del lenguaje (ver nota anterior). Más bien se verifica que el
comienzo de la significación y el proceso de gramaticalización se gesta
suavemente mordiendo en lo real. En cuanto la sintaxis, puede explicarse
como un desarrollo de patrones bajo los que se organiza el habla del adulto
(Serra & al., 2000). En materia de filogénesis no hay elementos para
presumir un salto entre la ausencia y la existencia de lengua gramatical
(Corballis, 2002; Kenneally, 2007). Para la actualidad de estas discusiones
pueden consultarse las conferencias bienales sobre evolución del lenguaje
EVOLANG .
[41] Tomado en préstamo a Sazbón (1976), y éste a Ruwet, N. , Lingúística y
ciencias humanas, en J. Sazbón (ed.): Estructuralismo y lingüística, Nueva
Visión, Buenos Aires, 1969. Ligeramente modificado.
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