Adiós a Sampedro, figura irrepetible de las letras españolas

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Descripción

1 de Mayo de 2013 Número dos

Publicación Quincenal de Crítica e información Literaria Fotografía cedida por Jose Javier Martínez Palacín

Firma invitada El teatro universitario en Alcalá de Henares

Dirección Coordinación

Fernando larraz Margarita paz Verónica enamorado

Miradas De aquí y de allá Alrededores Polifonías Diálogo con las Artes Biblioteca Clásica Voces

cristina somolinos sara gómez cristina ruiz míriam Rodríguez

alexandra chereches

Agenda

teresa coullaut gema cuesta

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Miradas Página 4

biblioteca clásica Página 8 2

diálogo con las artes agenda

Lo más representativo del teatro escolar en la Universidad de Alcalá es la obra de Juan Pérez, catedrático de Retórica desde 1537 que, siguiendo la costumbre de muchos humanistas, latinizó su apellido en Petreius. En nuestra universidad ejerció su magisterio hasta 1544, fecha en la que falleció a la temprana edad de 33 años. Durante el corto periodo de tiempo en el que impartió sus enseñanzas, Petreyo alcanzó gran renombre como latinista y compuso una serie de obras retóricas, poéticas y dramáticas de considerable calidad. De entre todo este conjunto, destacan seis comedias: una original, Ate relegata et Minerva restituta; cuatro inspiradas en originales italianos, concretamente de Ludovico Ariosto y Alessandro Piccolomini: Necromanticus, Lena, Decepti y Suppositi; y la última, una adaptación de la novela de Apuleyo, Chrysonia, de la que únicamente se conserva el prólogo.

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ainhoa rodríguez

Firma invitada

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Así, está documentada desde la primera mitad del siglo XVI la existencia de representaciones teatrales en latín en las universidades españolas (Salamanca, Alcalá, Valladolid, Santiago, Palencia); tales representaciones tenían un carácter eminentemente pedagógico, puesto que precisaban de un intenso ejercicio de la memoria y de dicción de la lengua latina, la cual debía manejar con corrección todo hombre culto de la época. El Cardenal Cisneros, siguiendo su moderno sentido docente y humanístico, incorporó la representación teatral al sistema académico de la Universidad de Alcalá desde su misma inauguración, como práctica para las clases de Retórica y como festejo de las principales solemnidades del curso.

Patricia pizarroso

Teresa coullaut

Difusión

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Fernando larraz

Inéditos

Dirección de Arte

inéditos

s bien sabido que la cultura europea del Renacimiento vuelve sus ojos a la Antigüedad clásica; y que es precisamente el entusiasmo que se despertó en Occidente por el estudio de Grecia y Roma lo que define este momento. Los humanistas redescubren, interpretan y difunden los textos antiguos, y se afanan en hablar y escribir en el más puro latín clásico. Las universidades renacentistas orientan esta admiración por la cultura clásica a la enseñanza de los Studia humanitatis. Y una parte fundamental de estos estudios, la Lengua Latina y la Retórica, encuentra en el género dramático un instrumento esencial para su aprendizaje.

reseñas Página 16

voces Página 24

Así pues, la producción dramática de Petreyo constituye, al igual que el teatro humanístico que se escribe en las universidades de toda Europa, una serie de prácticas escolares para el aprendizaje del Latín. Pero hay un hecho que hace singulares las comedias de nuestro autor, y es que sean traducciones del italiano al latín, en un momento en el que se está produciendo el abandono de la lengua latina frente al apogeo de las romances. Conviene subrayar que aunque no todo el teatro latino renacentista es escolar, una buena parte de él nace como forma de enseñanza de la Retórica y Gramática latinas, y tiene como destino las aulas. Por consiguiente, los autores dramáticos suelen ser profesores de estas disciplinas, que componen sus obras para que sean representadas por los estudiantes con motivo de solemnidades y fiestas, como diversión y ejercicio literario y didáctico a la vez. El teatro universitario no es un teatro popular, puesto que se queda en las aulas, no sale a la calle. Tampoco lo es la comedia erudita italiana de la época o el teatro español de Juan del Encina y Torres Naharro. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XVI, con la Commedia dell’Arte en Italia y Lope de Rueda en España, para que el teatro abra sus puertas al gran público. Es importante destacar que el teatro universitario renacentista está en la base del teatro moderno y en el de nuestro Siglo de Oro en particular.

María del Val Gago Saldaña 3

MiradasReportaje

Adiós a Sampedro, figura irrepetible de las letras españolas

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osé Luis Sampedro se fue el día 8 de abril de la misma manera que había llegado: quedo, discreto, humilde. Nos deja sus ficciones, sus ideas y su voz limpia y pausada. Quizá en los últimos tiempos se haya convertido en una figura más mediática, a raíz del prólogo que escribió para la versión española de ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, y su implicación en el movimiento 15M. Sin embargo, Sampedro nunca ha dejado de escribir, y nunca ha bajado la voz, especialmente cuando ha sido más necesario alzarla. Nace en Barcelona en 1917. Su infancia transcurre en Tánger y ese universo impregna su narrativa como retazos de un paraíso perdido que se descuelgan por sus líneas: el perfume del té, el erotismo desbordado de las odaliscas, la sensualidad de los tatuajes de henna, el olor a cuero de las babuchas y los bordados de las túnicas… Su figura no pasa desapercibida: humanista, literato y economista, fue catedrático de Estructura Económica de la Universidad Complutense de Madrid hasta 1969, subdirector general del Banco Exterior de España y miembro de la Real Academia Española. Su posición como intelectual, sobre todo en los últimos tiempos, es la del ciudadano indignado en medio de esta crisis que nos oprime con su coste. Con libros como Conciencia del subdesarrollo o Las fuerzas económicas de nuestro tiempo nos enseñó que la economía no tenía por qué ser una ciencia “encriptada”. Se le conoce, desde unos años atrás, por su postura contestataria, inconformista y claramente opuesta a los derroteros que la Unión Europea y el gobierno español van tomando. Pero Sampedro era mucho más que eso: autor de inteligencia despierta y aguda, escritor capaz de transportarnos a mundos soñados o a la corriente caudalosa de un Tajo indomeñable, donde los hombres acompasaban su vida al devenir de las aguas. Vivió la Guerra Civil desde los dos frentes, combatiendo primero con los anarquistas y después con el ejército de los sublevados. En 1965, al ser expulsados de la Universidad Aranguren, García Calvo y Tierno Galván, se unió a ellos y otros profesores para fundar el Centro de Estudios e Investigaciones (CEISA), cerrado por el gobierno franquista tres años después. En 1968-69, decidió aceptar un puesto de profesor visitante en la Universidad de Salford (Inglaterra)

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y posteriormente en Liverpool. En 1968 trabajó como lector en la universidad norteamericana Bryn Mawr College. En 1976 vuelve al Banco Exterior de España como asesor hasta su jubilación. En 1977 fue nombrado senador por designación real en las Cortes Constituyentes. En 1990 ingresó en la Real Academia Española, ocupando el sillón F. Durante largos años compaginó su labor docente y de economista con la literatura, a la que se dedicó plenamente tras su jubilación. Su trayectoria como economista, escritor y docente ha sido reconocida en múltiples ocasiones. En 2009 fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla. En 2010 le fue concedido el Premio Internacional Menéndez Pelayo; en este mismo año recibió la Orden de las Artes y las Letras de España. En 2011 se le galardonó con el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 2012 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá. Su obra literaria es prolífica: novelas, cuentos, ensayos, dos obras teatrales... No publicó ningún poemario pero los versos no le eran ajenos. Buena prueba de ello es la irreverente e irónica enmienda que escribió a un artículo de la Constitución española siendo senador: En ese artículo oí que para la agregación han de ser, por condición limítrofes entre sí. ¡Tate!, dije para mí, ripio diabólico es que, al ser limítrofes, pues por fuerza son entre sí.

En su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa en Filosofía y Letras por la Universidad de Alcalá afirma que, en octubre de 1936, quiso matricularse en esta misma carrera, pero las circunstancias lo impidieron y tuvo que desviarse de la literatura, que nunca abandonó del todo. Escribe su primera novela, La estatua de Adolfo Espejo, recién terminada la Guerra Civil, aunque permanecerá inédita durante cincuenta y cinco años. Su estructura narrativa es la de un viaje iniciático en el que el tiempo es como un río que arrastra al protagonista, preludio quizá de su gran obra, más tardía, El río que nos lleva. En 1947 escribe La sombra de los días, que no se publicará hasta

1994. La novela reconstruye la vida de Antonio Castillo: mientras sus padres le esperan, lo que llega es la noticia de su muerte y un paquete que contiene, entre otras cosas, tres cartas y un fragmento de un diario. Mediante los retazos de este pasado perdido, conocemos los ideales del protagonista, sus sueños y el horror. La sombra de los días es la que proyecta la Guerra Civil, que se extiende alargada por los pueblos de España y perdurará varias generaciones.

Congreso en Estocolmo es su primera novela publicada, en

1952. La vivencia de Miguel Espejo, matemático invitado a un congreso en la ciudad sueca, es la de un hombre desubicado que espera una carta con ansiedad. Su tristeza conmueve a Karin, más joven que él, que será la válvula de escape para la frustración sexual y amorosa del protagonista.

El río que nos lleva se publica en 1961 y se inspira en un recuerdo de su adolescencia en Aranjuez: el paso de los gancheros por el Tajo conduciendo la madera desde la Serranía Ibérica. Se estructura en torno a tres hexagramas del Libro de las Mutaciones: KAN, la montaña, representa el invierno; TCHAN, el dragón, trae la primavera y LI, el fuego, es el verano. Este es el tiempo que tardaban los gancheros en llevar la madera desde el Alto Tajo hasta Aranjuez, desde finales del invierno hasta el verano. José Luis Sampedro rinde homenaje a estos hombres que todos los años hacen el mismo recorrido en el que todo es efímero, un viaje en el que no hay vuelta atrás, como el ciclo vital. Mediante la metáfora río-vida presenta este canto a la naturaleza y la libertad. Aunque en 1970 la dictadura de Franco agoniza, aún quedan cinco años de dura represión. Es entonces cuando Sampedro publica El caballo desnudo, una metáfora hiper-

Fotografía cedida por Pedro Martínez Cubo

bólica y satírica de la España de la época. La acción transcurre en 1917 en el ficticio y puritano pueblo de Villabruna, donde el comentario espontáneo de un niño: “¡Tía, mira, ese caballo va desnudo!”, suscita una descabellada cruzada contra la inmoralidad. Las beatas más intransigentes, con la casta Evangelina a la cabeza, crearán la L. I. M. A. (Liga para la Moral Animal) cuyos objetivos son defenderse del Enemigo Malo, para lo cual pretenden vestir a todos los animales, evitando así que doncellas y niños conozcan la pecaminosa tentación de la lujuria. Bajo esta apariencia caricaturesca se trasciende el tiempo y el espacio, se realiza una crítica ácida y humorística de la sociedad española y la moral católica imperante en esta España negra y a veces tan ridícula. Las recalcitrantes y bélicas beatas abogan por defender la castidad mientras los campesinos se ríen abiertamente de la locura que supone vestir a los mulos y a los perros. Su consagración como literato llegará en 1981 con Octubre, octubre; hizo cuatro versiones distintas de esta novela, le llevó diecinueve años escribirla y da inicio a la trilogía Los Círculos de Tiempo, que se completa con La vieja sirena y Real Sitio. Precisamente la circularidad enlaza las tres novelas que en Octubre, octubre se hila mediante los monólogos interiores de cada personaje. Recuerdos, ideas y sentimientos obsesivos recorren las espirales del tiempo que ligan dos otoños. En 1985 se publica la que quizá sea la novela más leída del autor, La sonrisa etrusca, traducida a varios idiomas. El tiempo parece detenerse en ciertos momentos, sorprendiendo a los personajes en un estado letárgico que les confiere una apariencia arcaica, de figuras de terracota rojiza. La visión del mundo que nos ofrece el autor en esta novela

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se configura a través de una dicotomía constante: vejez del protagonista y niñez del nieto al que le une una relación de ternura y cariño primarios; juventud de la pareja que forman su hijo y su nuera contra la vejez que oponen él y Hortensia. Más tarde publica La vieja sirena, en 1990. La novela, ambientada en la Alejandría del siglo III, introduce al lector en el universo maravilloso de los seres imposibles. Su protagonista: una sirena ajada por el tiempo y la experiencia que espía a los humanos y siente el hechizo de sus bailes y su música y que confunde los barcos con peces gigantes que portan sobre sus lomos a sus crías, los hombres. Esta sirena, que anhela abandonar los océanos, le ruega a Venus que la convierta en mujer y la diosa le concede su deseo. A partir de ese momento, la sensual sirena, en forma de adolescente, arribará a las playas y pasará por diversas fases en su vida como humana. La metamorfosis, sin embargo, llevará consigo la pérdida de la memoria sobre su origen divino, que no recuperará hasta muchos años después, cuando descubra por fin el amor. Para entonces, esta sirena desmemoriada y ávida de aprendizaje ha tenido muchos nombres, ha sido esclava, hetaira y amante. La vieja sirena es una novela sobre el erotismo, la dualidad y la feminidad insertada en un espacio mítico con el sabor de los mares alejandrinos de la Antigüedad. Publicada en 1993, Real Sitio cierra la trilogía Los Círculos del Tiempo (formada por Octubre, octubre y La vieja sirena). Una vez más Aranjuez, ciudad de su adolescencia y en la que descubrió su vocación de escritor, sirve de inspiración para esta novela, en la que se narran dos historias que transcurren en épocas convulsas aunque muy distantes en el tiempo, la de Marta, historiadora y bibliotecaria del Palacio Real en 1930, momentos antes de la proclamación de la segunda República, y don Alonso, el Aposenta-

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dor, que vive el clima previo al Motín de Aranjuez. Real Sitio es fruto de una labor de casi cuarenta años en los que el autor ha ido recopilando documentación sobre Aranjuez. Las novelas de Sampedro tienen como soporte una gran labor de documentación, en la que el novelista se basa para desarrollar su historia. El propio autor explicaba el porqué de esta cuestión: “Si no me creo la historia que cuento, dudo de que se la crea el lector y, como yo quiero que se la crea, acumulo una cantidad enorme de documentación, que luego no sale en la novela, pero que me sirve para creérmelo”.

El amante lesbiano llega en el año

2000 y es la obra cumbre en la narrativa erótica de Sampedro. Con una exquisita delicadeza, nos sumergimos en el mundo de sensualidad, odaliscas, medias de seda, ligueros de color rosa y tacones sonoros de Mario, un hombre que ama a las mujeres pero que se siente mujer. Una maestra en el ars amandi le irá despojando de los prejuicios adquiridos, resquebrajando el frágil e innecesario barniz social de la compostura y las apariencias, la hipocresía moral en que ha transcurrido su encorsetada vida para descubrir, finalmente, su verdadera identidad. Desde la perspectiva de un hombre que no desprecia su sexo y cuyo género es femenino, Sampedro nos narra una historia deliciosa y metaliteraria de dobles ficciones. Una de sus últimas novelas es La senda del drago, otra historia de universos fantásticos. Martín Vega viaja a bordo de un imaginario barco llamado El Occidente, donde irá encontrando variados personajes con los que tomará conciencia de la realidad de nuestra época. Metáfora sobre los tiempos actuales, la decadencia de la civilización postmoderna y la debilidad de la religión, El Occidente surca los mares donde navegan otros buques cuyos nombres son plenamente simbólicos: China, India o Islam. Vendrán luego otros libros de carácter

variado, resultado de las vicisitudes de nuestro tiempo: Sobre política, mercado y convivencia (2006), La ciencia y la vida (2008), Economía humanista. Algo más que cifras, del mismo año; Cuarteto para un solista, su última novela, publicada en 2011, y La Inflación (al alcance de los ministros), de 2012. En Cuarteto para un solista Sampedro explora el ensayo novelado; un anciano profesor, interno en un sanatorio, recibe la visita de los cuatro elementos, con los que platica sobre el destino de nuestra especie. Le sorprenderá el abrazo de Agua y Aire, paseará con Tierra y Fuego le ofrecerá calor. Mediante esta alegoría, fiel reflejo de nuestra época, el autor nos muestra su reflexión sobre el mercado y la sociedad de consumo. Nuevamente, el ingenio de Sampedro para mezclar la realidad con la ficción da una vuelta de tuerca a la retórica y la semántica narrativa. Mostrando un entorno simbólico que podría situarse en un topos y un tiempo míticos, consigue hacer llegar al lector no sólo la forma, sino el fondo, el poso residual que se desprende en sus novelas. Su narrativa no puede catalogarse como novela de tesis y, sin embargo, su ideología sencilla y lógica se transparenta en sus historias y sus personajes. Y es que Sampedro, a pesar de sus 96 años, fue un hombre lúcido, actual y plenamente integrado en la historia de su tiempo hasta el último día de su vida. Recordamos hoy la sencillez y cercanía de José Luis Sampedro, su resolución e inteligencia en las entrevistas que concedía, sentado en un sillón que dejaba adivinar su considerable estatura. Erguido hasta el último momento, Sampedro ha sido un escritor de altura con los pies siempre en la tierra. No ha hecho ruido siquiera en el modo de irse. Su viuda, Olga Lucas, declaró: “Quería irse de manera sencilla y sin publicidad”. Pero aún así, nos ha dejado una última sonrisa: “Nos dijo que quería beberse un Campari, así que le hicimos un granizado de Campari

“Si no me creo la historia que cuento, dudo de que se la crea el lector”.

Me miró y me dijo: ‘Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos’. Se durmió y al cabo de un rato se murió”. Sampedro aludía a la muerte con naturalidad; en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá afirma: “yo también soy un muerto, ya lo sé, yo soy un muerto ambulante, pero dispongo de una breve demora. Se me han concedido unos días de permiso más. Pero estoy con los nuevos, no con los viejos”. Eso siempre separó sus novelas del resto: su ternura, su amor y curiosidad hacia la vida, y su optimismo lleno de frescura.

“Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa. A veces se divierte soplando en sus trompetas para nada; otras, en cambio, su corriente reúne a la callada ciertos seres y cosas y deja que pase lo que tiene que pasar”, José Luis Sampedro, El río que nos lleva.

Maite Coullaut Verónica Enamorado Margarita Paz

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Biblioteca clásica Sección de clásicos “El drama ya no tiene corazón de perro, sino corazón de hombre. ¡Y el corazón de hombre es el más detestable que existe!”

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ijaíl Afanásievich Bulgákov es uno de los autores más destacados de la cultura artística de la Rusia del siglo XX. Desde 1927 hasta 1940, año de su muerte, Bulgákov no pudo ver ni una sola palabra suya publicada en prensa. Con un amargo sentimiento anotó en sus diarios después de la Primera Guerra Mundial: “Los países europeos se están lamiendo las heridas, pronto se recuperarán (¡y van a prosperar!), y nosotros... nosotros vamos a combatir y pagar por el desatino de los días de octubre... ¡por todo!”. Las obras de Bulgákov son muy diversas pero el tema más señalado es el de la tragedia del pueblo ruso: “Salvajes, lúgubres y desgraciados, así somos”, escribió en 1923. Pero la “desgracia” no fue por sí sola del pueblo ruso, el escritor opina que “la crearon”. Precisamente estas ideas son las que quiso desarrollar en su novela Corazón de perro. Esta narración provocó una oleada de ataques críticos contra el escritor y estuvo fuertemente controlada por la censura. De este modo, escrita en 1925, Corazón de perro ha sido publicada, en su versión original, solo en 1987. Al igual que todas sus obras, esta es una novela complicada y polisémica en su contenido ideológico y artístico. Así, algunos investigadores han visto a Lenin, a Dzerzhinski y a Trotski en los personajes de la novela. En Corazón de perro, el relato se articula de una manera original, pues el autor no narra de lo general a lo particular sino al revés: primero nos muestra un episodio individual y después nos enseña un conjunto generalizado. La obra presenta un hecho fantástico en el campo de la ciencia: la transformación de un perro en hombre. Así, la historia se basa en el experimento de un médico llamado profesor Preobrajenski (que se puede traducir como “profesor Transformador”). El médico injerta a un perro de la calle la glándula pituitaria de un delincuente alcohólico, y, sorprendiendo a todos, consigue transformar al perro en hombre. El perro callejero, Bola, pasa a ser Poligraf Poligrafovich Bolla. Sin embargo, sigue conservando los hábitos del perro y las malas costumbres del alcohólico Tchugunkin. Entonces, el profesor junto con el doctor Bormental tratan de educarle

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pero todos los intentos resultan ser inútiles, por lo que el profesor devuelve al perro a su estado inicial. En el relato se van alternando distintos narradores. Así, se observa cómo el autor trata de tomar la posición del comentarista independiente, a veces su voz se une con la voz del profesor Preobrajenski o con la del doctor Bormental e incluso con la voz del perro Bola al principio de la novela. Por otro lado, aunque el experimento científico sea pura ficción, el contenido de la obra está estrechamente relacionado con la realidad de los años 20 y las cuestiones sociales de la época. Lo fantástico e irreal no juega un papel importante sino auxiliar. El experimento absurdo (según las leyes de la naturaleza) transmite lo absurdo de la sociedad cuando esta es el resultado de un experimento histórico anormal que se convierte en normal. El perro callejero, ya transformado en Poligraf Bolla, es aplaudido por el nuevo estado soviético: le aceptan e incluso le designan como jefe del departamento de limpieza de los animales callejeros. En la “nueva sociedad” las leyes son ilógicas. El hecho de que un científico tenga un apartamento de siete habitaciones es considerado como un ataque a la libertad, pues sus posesiones han de ser idénticas a las de los demás; en la asociación de los residentes pasan el tiempo cantando canciones corales en vez de tratar los asuntos más importantes; la pobreza y ruina de la vida se perciben como el inicio de una “nueva era”.

“Los países europeos se están lamiendo las heridas, pronto se recuperarán (¡y van a prosperar!), y nosotros... nosotros vamos a combatir y pagar por el desatino de los días de octubre... ¡por todo!” En la novela muchas veces aparece el tema de la satisfacción de las necesidades básicas: el perro callejero se siente feliz al ver un hueso pequeño, por un pedazo de salchicha es capaz de lamer los pies de cualquiera y una vez, al encontrarse en la casa cálida del médico, piensa que ha tenido buena suerte al sacar el “boleto de perro” ganador. Esta necesidad de satisfacer las necesidades básicas no se asocia solo con el perro, sino con la vida de la sociedad rusa en general en los años 20: la gente se acostumbró a vivir en pisos sin calefacción, comer carne podrida en los comedores, ganar una miseria y no preguntarse por la falta de electricidad. El nuevo sistema destruye la identidad del ser humano, el principio de igualdad dice: “¡Repartir todo!”. El profesor Preobrajenski con todo su corazón niega tal sistema, mientras el dirigente de la asociación de los residentes Schwonder lucha por la justicia y el orden revolucionario: los inquilinos deben gozar de los mismos beneficios y por eso, aunque el profesor Preobrajenski sea un genio no puede poseer una casa con siete habitaciones. Por otro lado, el nuevo sistema pretende crear a un hombre nuevo. La imagen de Poligraf Bolla es una parodia del hombre nuevo. Describiendo la vida de Bolla, Bulgákov despliega su novela hasta el nivel social, da la imagen de la vida de aquel entonces y descubre su estructura imperfecta. En la novela es muy importante el hecho de la transformación corporal, es decir, cómo el buen perro Bola pasa a ser un hombre malo, personificado en Poligraf Bolla. Bulgákov borra los límites entre la vida del perro y la vida del hombre en la Rusia soviética de los años 20. Las declaraciones del perro Bola son razonables, tienen lógica. Cuando se convierte en hombre sus primeras frases son obscenidades incoherentes, fragmentos de conversaciones. Su conciencia representa la percepción contraria del mundo. No es casual que la descripción de la operación presente la frase: “Todo el mundo se ha puesto patas arriba”. A pesar de que Bola se ha convertido en hombre, su habla se parece al ladrido de un perro. Poco a poco su voz empieza a acercarse al sonido de la voz humana. Pero como al perro le han trasplantado los órganos de un proletario, su habla después de la operación abunda en vulgarismos y expresiones jergales. El profesor intenta educar al ex-perro. Sin embargo todos sus esfuerzos de inculcar a Bola las costumbres culturales elementales se encuentran con la resistencia de su parte. En el proceso de educación interviene Schwonder, quien le enseña el programa revolucionario, de manera que el lenguaje de Poligraf Bolla estará lleno de tópicos soviéticos, léxico político y consignas. La culminación de la novela es la obtención del empadronamiento, del cargo y luego su grito al profesor Preobrajenski, quien dice:

“El drama ya no tiene corazón de perro, sino corazón de hombre. ¡Y el corazón de hombre es el más detestable que existe!”. El perro Bola se encuentra en un nivel inferior al de Preobrajenski y al del doctor Bormental, pero sin duda, tiene un nivel de intelectualidad superior al de Schwonder y al de Poligraf Bolla. Esta posición intermedia del perro Bola pone énfasis en la posición de la persona en la sociedad, que estaba ante la elección de seguir las leyes de la evolución natural, social y espiritual, o ir por el camino de la degradación moral. La novela toma como pretexto la metamorfosis del perro Bola para mostrar la historia de la sociedad rusa. Así, la obra refleja el sistema estatal y la contraposición con la individualidad. Preobrajenski es representado como una persona de alta educación, con ideas propias y con una actitud crítica ante todo lo que ocurre en el país desde el año 1917, negando la teoría y la práctica revolucionaria. Estas ideas pudo verlas reforzadas con su experimento científico, cuando la experiencia de la creación “de una nueva persona” falló, comprendiendo que rehacer la naturaleza del perro Bola era imposible. Esta conclusión es importante para entender la connotación de la novela: no se puede intervenir no sólo en la evolución natural, sino también en la social. La infracción del equilibrio moral en la sociedad puede llevar a consecuencias terribles. No se puede culpar al profesor Preobrajenski de haber creado a Poligraf Bolla, quien cometió numerosos actos indecentes. Bulgákov hace pensar al lector que todo depende de la persona, de su esencia moral, de las decisiones que toma, del corazón que tiene. De este modo, el problema central de la novela es la imagen del estado de la persona y de la sociedad en el período difícil de transición. La interpretación más popular de esta novela presenta la idea del “despertar” de la conciencia social del proletariado. Poligraf Bolla se percibe tradicionalmente como la representación del proletariado ruso que había recibido inesperadamente una gran cantidad de derechos, pero luego descubrió la capacidad de traicionar y exterminar a los seres iguales a él (al subir la escalera social, el ex-perro extermina a los animales callejeros) y a los que le dieron estos derechos.

Sin duda, Bulgákov presagió en Corazón de perro las represalias masivas de los años 30. Con ella, el escritor quería enviarnos el mensaje de que la revolución rusa no era el resultado del desarrollo socio-económico natural, sino el experimento irresponsable que se denominó construcción del socialismo. Anastasia Gólubeva Nica Palvínskaia

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Inéditos Sección de creación

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Verano

n aquellos tiempos siempre era fiesta. Llegábamos a casa de abuela como envueltos en un torbellino y, sin apenas tiempo para quitarnos la ropa, nos tirábamos a la piscina lo más rápido que podíamos, para entrar antes que los demás.

El agua estaba fría y siempre hacía olas porque éramos muchos dentro armando jaleo. Las tías y abuelas se sentaban en sillas de jardín alrededor de la piscina o se sentaban en el suelo y metían los pies en nuestra agua. Entonces nos lanzábamos a sus piernas, nos cogíamos uno de cada una y las empezábamos a mover, hasta que la cadencia las movía solas y nosotros nos columpiábamos.

La bola de cristal

ace dos meses que no puedo dormir. El recuerdo de tu muerte está constantemente presente. Me siento culpable y sé que no debería, pero fui yo quien te regaló la perdición…

Recuerdo que pronto iba a ser tu cumpleaños. Quería regalarte algo especial… a ti siempre te habían gustado mucho los temas relacionados con el ocultismo y pensé que podía comprarte algún libro sobre lectura de manos, interpretación de sueños… Por eso me dirigí a una tienda especializada en esta materia, que hacía poco que había sido inaugurada. Me acuerdo vagamente de ella, y de todo lo que había allí dentro… excepto de aquel pequeño objeto, me pareció perfecto para ti. Lo compré y esperé ansiosamente hasta el día de tu cumpleaños…

Cuando llevábamos un rato dentro del agua, abuela entraba en la casa y salía con una tableta de chocolate nestlé (roja) y nos tiraba una onza a cada uno para que la cogiéramos o la rescatáramos. Solíamos respetar la propiedad, pero a mí siempre se me caía al agua y la palabra nestlé acababa borrosa. Ahora nos reímos porque antes comíamos el chocolate con sabor a cloro, pero nunca me ha sabido tan rico. Cuando el sol se empezaba a esconder, nos obligaban a salir del agua. Yo siempre era la que más resistía, la última en salir (lo sigo siendo), y cuando lo conseguían nos envolvían en toallas tan apretadas como vendas y nos sentaban para que cogiéramos el último resquicio de sol. Entonces abuela sacaba bocadillos, unos días de atún con tomate y otros días de nocilla, y pringábamos las toallas y nos pringábamos nosotros. Mientras nos comíamos la merienda comparábamos lo arrugados que estaban nuestros dedos y, si nos sentíamos especialmente belicosos, intentábamos azuzar al gato para que se comiera la merienda de los demás, pero no funcionaba porque el gato nunca nos quiso a ninguno.

Eran las ocho de la mañana cuando llamé para felicitarte. Quería ser la primera en hacerlo… Después, me vestí y me fui corriendo a tu casa para darte el regalo. Nunca olvidaré tu cara de felicidad cuando abriste la caja y encontraste la bola de cristal… te gustó tanto que me dijiste que siempre la llevarías contigo…

En el frente de la piscina, donde estaba la ducha (helada y traicionera), mi tío pintó un mural. Había una rana sentada sobre una roca al lado del agua, un pez de color naranja saltando y una libélula enorme volando encima de todo. Nos encantaba. Cuando estábamos dentro del agua jugábamos a saltar como lo hacía ese pez, pero la estrella era la libélula, todos nos la pedíamos.

“Siempre la llevaré conmigo”, esas cuatro palabras resuenan una y otra vez en mi cabeza… Al principio no lo decías casi nunca, después fue algo constante. La bola dejó de ir en el bolso para llevarla siempre en tu bolsillo. Tu adicción hacia ella fue en aumento. Tu mirada se consumía en el cristal de la bola. Yo te pregunté que qué veías y tú me decías que no lo entendería… y así semanas y semanas hasta que un día subiste a la azotea de la biblioteca y te tiraste… Tu cuerpo yacía inerte en el suelo y tu mano sujetaba la bola…

Todavía queda algún rastro del mural. Se adivinan algunos colores debajo de los gruesos brochazos de pintura blanca y de los desconchones.

El día de tu velatorio, me acerqué y te quité la bola. No quería que te enterraran con ella… No sin antes saber qué era lo que hizo que acabaras suicidándote. Me pasé todo el velatorio mirándola, pero no había nada, nada... Al final, tus padres me la quitaron de las manos y te la volvieron a colocar… Cómo quieres, amiga, que no me sienta responsable de aquello. Estoy totalmente convencida de que fue la bola de cristal la causa de tu muerte. Pero ¿qué era lo que veías? ¿Qué era aquello que no te dejaba de noche ni de día? y sobre todo ¿por qué no compartiste conmigo lo que te atormentaba?... Tu recuerdo no me deja, mi conciencia no descansa, la culpa no me abandona.

Los que seguimos yendo ya no nos tiramos a la piscina en cuanto llegamos, nos entretenemos leyendo revistas de un montón viejo que abuela tiene aparcado en una silla del patio, o nos frotamos con piedra pómez. Y metemos el pie en el agua y nos da pereza meternos de lo fría que está. Y entramos lentamente por la escalerilla. Ya sólo nadamos y a veces hacemos el pino o la voltereta, pero las menos. Otras veces le pido a alguien que juegue conmigo a “estaba la rana debajo del agua”, aunque no siempre tengo éxito. Abuela sigue sentándose en su silla de jardín, pero ya no se ríe tanto y está más sorda, y se limita a relatarnos lo que reza por nosotros en lugar de lanzarnos chocolate. Todo el mundo quiere salir pronto del agua para coger sol. Y entonces el patio huele dulzón por los aceites. Yo les salpico desde el agua y les enseño mis dedos arrugados, pero sólo me sonríen y vuelven a su revista o a la apasionante tarea de ponerse morenos. Ya no merendamos porque somos adultos. A veces robamos de la cocina una pera o un kiwi, que son las únicas frutas que come abuelo, y yo las meto dentro del agua para que sepan a cloro. El gato también es un gato diferente, pero sigue sin querernos.

Patricia Pizarroso Acedo 10

Verónica Enamorado 11

Diálogo con las artes Teatro, cine y exposiciones Teatro

Desgarradora Carmela en la nueva versión de la obra de Sanchís Sinisterra

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asta el 25 de mayo se puede ver en el teatro Reina Victoria en Madrid la nueva adaptación a escena de la aclamadísima obra de José Sanchís Sinisterra producida por Andrés Vicente Gómez y dirigida por Andrés Lima. No es la primera adaptación que se hace de su texto. De hecho, la adaptación cinematográfica arrasó en los Premios Goya y cosechó un gran éxito de público. Nos situamos en plena Guerra Civil española. La compañía “Carmela y Paulino, variedades a lo fino” recorre una desolada España con su caravana. La desgracia les hace caer en un pueblo que acaba de ser tomado por los franquistas. Ahí surge el problema, dos artistas errantes que se ven obligados a actuar para celebrar la victoria del ejército franquista. Pero, ¿dónde está el límite moral que han de soportar para seguir con vida? ¿Dónde su dignidad como artistas y como humanos? Paulino pasa el límite, Carmela no. El principal problema de esta nueva versión es la pobreza de la adaptación textual. Se respeta la historia pero se aparca el texto original en ocasiones a favor de contextualizaciones sin sentido en boca de una narradora a veces fuera de lugar y que no debería utilizarse en un género que quiere y puede contarlo todo a través del diálogo de sus personajes. Ese es el gran fallo: el intento de dar una nueva visión del texto tan comercializada que termina por alejar al público de él. Las transiciones entre escenas, aunque muy logradas, son extremadamente largas. Imágenes y sonidos de la guerra, “carmelas” en blanco y negro con el puño alzado que emocionan a la sala, sonrientes y luchadoras desde sus fotografías. La primera parte está poco cohesionada, se trata de un mero elemento contextualizador de lo que será la segunda parte, mucho más densa y estructurada. La ambientación musical en directo es bipolar, si unas veces llega a ser un maravilloso y emocionante elemento que encaja en la historia como si de un perfecto molde se tratase, otras veces se queda a medias en intento de ser sin ser y en números musicales sin sentido que cortan la emoción que se iba consiguiendo en el desarrollo de la trama. Y hablo de emociones conseguidas porque no llegan al azar, llegan gracias a una magnífica interpretación actoral que consigue llenar con su arte y maestría algunos de los vacíos del texto. Y merecen un reconocimiento porque ellos son la esencia de esta nueva versión. Inma Cuesta emociona hasta el extremo en su papel de Carmela. Genio y arte se mezclan en ella para sacar todo lo que un personaje como Carmela pueda aportar a una buena actriz. Canta, ríe, baila, emociona y convence. Con una presencia

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que llena el escenario cada vez que aparece en escena y con una voz que mezcla la dulzura y el carácter de una mujer que luchó por vivir, deja al espectador abrumado ante tanto arte en un solo cuerpo. Javier Gutiérrez consigue acercarnos a Paulino. Su interpretación es exquisita y natural. De nuevo podemos hablar de un personaje que convence y que se fusiona con el público desde que sale a escena. La clase y la técnica de Marta Ribera, actriz curtida en el género musical, salvan al personaje de narrador y a Gustavete del fracaso al que estaban abocados. Gustavete pasa de secundario a personaje de relleno y el narrador es innecesario. Menos mal que ella, a través de su interpretación, consigue enganchar e incluso emocionar al público sin que se pierda la esencia de la historia. La ambientación es fabulosa y los efectos especiales adentran al espectador en la época y en la historia. Esto se logra también gracias a que el autor opta con éxito por romper la cuarta pared, es decir, los actores bajan de escena y se mezclan con los espectadores fundiendo escenario y patio de butacas en los momentos oportunos sin necesidad de abusar de esta recurrente técnica. A pesar de algunos de los vacíos textuales es un espectáculo hecho a medida para aquellos que quieran emocionarse con el pasado de España, es una obra para melancólicos que quieran tararear ese ¡Ay, Carmela!. El mismo José Sanchís Sinisterra está de acuerdo con la adaptación y ha afirmado que se ha hecho “un producto escénico diferente, muy original y potente”, que además cree que preserva lo esencial de la obra. Es una historia de teatro dentro del teatro. Es una mezcla de éxitos y fracasos. El claro ejemplo de que los componentes necesarios para una buena producción son muchos y todos de vital importancia. Pero sin duda, es un recuerdo a aquellos que se defendieron de las bombas ondeando una bandera tricolor. Porque “nada pueden bombas, donde sobra corazón”. Míriam Rodríguez Torres

¡Ay, Carmela! (basada en el texto de José Sanchís Sinisterra) Teatro Reina Victoria, Madrid. Hasta el 25 de mayo Director: Andrés Lima Reparto: Inma Cuesta, Javier Gutiérrez, Marta Ribera Desde 26 euros

Cine

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Los detalles en Tesis sobre un homicidio

esis sobre un homicidio, dirigida por Hernán Golfrid y protagonizada por Ricardo Darín y Alberto Ammann, es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Diego Paszkowski, escritor y periodista argentino (Clarín, Sur). La película ha conseguido estar varias semanas consecutivas en la lista de las más vistas de Argentina, llegando a superar el millón de espectadores. Ahora llega a España para atrapar a un público difícil con ansias de resolver el misterio desde sus butacas. Roberto Bermúdez (Ricardo Darín), un prestigioso abogado especialista en Derecho Penal, recibe como alumno en uno de sus cursos universitarios a Gonzalo Ruiz (Alberto Ammann), un estudiante muy brillante. El repentino asesinato cometido en el aparcamiento de la Facultad de Derecho mientras Roberto imparte una de sus clases constituye el conflicto a partir del cual surge la trama. Ante el extraño comportamiento de Gonzalo, Roberto asume el papel de detective y se propone averiguar quién ha sido el autor del crimen. “Todo está en los detalles”, afirma Roberto en la película, de modo que este personaje se convierte en un traductor que ha de cumplir con la misión de ordenar las pistas o las pruebas de las que dispone. La acción no es trepidante, sino que se trata de un filme en el que lentamente se intenta desarrollar la evolución psicológica de los personajes. En este sentido, resultan más interesantes los diálogos entre profesor y alumno sobre la ley y sus limitaciones o el efecto del azar en la justicia, pues en ellos se configura la pugna constante que existe entre ambos. Quizá la manera de resolver el conflicto no acaba de convencer, pues se presentan algunos vacíos en el guión. Por ejemplo, poco se sabe de la tesis doctoral que Gonzalo redacta y que podría suponer la clave que condujera hacia la resolución del



Tesis sobre un homicidio

Dirección: Hernán Golfrid Guión: Patricio Vega (novela de Diego Paszkowski). Intérpretes: Ricardo Darín, Alberto Ammann Argentina, España

conflicto. La trama avanza lenta y obliga al espectador a estar atento a cada detalle que la cámara enfoca para no perderse en el enrevesado camino que va llevando hacia la resolución del caso. A través de una oportuna y preciosa fotografía, se ayuda al espectador a ir acercándose a cada detalle mediante enfoques y cámaras fijas que permiten al director centrar la atención del público en aspectos muy concretos que de otra forma pasarían desapercibidos. Si hay algo que destacar es la interpretación actoral, con Ricardo Darín y Alberto Ammann a la cabeza. El director aprovecha la historia para sacar lo mejor de dos actores que consiguen dar forma a una historia con una trama a veces insuficiente. Ricardo Darín, como siempre, caracteriza perfectamente a su personaje. La revelación vuelve a ser Alberto Ammann, que ya dejó al público español impresionado con su interpretación en Celda 211. Este joven actor consigue meterse a la perfección en un papel complicado pero muy interesante. La música que ambienta la película es otro elemento a destacar en esta producción. Sergio Moure consigue, gracias a una colocación estratégica de la música en las diferentes escenas, crear ambientes de suspense y ansiedad que adentran un poco más al espectador en la historia. Las esperanzas que la crítica y el público han puesto en este filme son muy grandes debido al éxito que este mismo autor cosechó con la maravillosa película El secreto de sus ojos. Pero con Tesis sobre un homicidio, se vislumbra a un director más maduro y que plantea el problema de los límites de la moral y, sobre todo, de la justicia, de manera que no es casual que uno de los objetos que aparecen como hilo conductor del argumento sea un libro titulado La estructura de la justicia. El resultado es satisfactorio aunque con alguna ambigüedad en la trama que se va salvando a medida que la acción se desarrolla. Esta coproducción argentino-española es un regalo para aquellos espectadores amantes del cine lento y minimalista que disfrutan uniendo poco a poco desde sus butacas las piezas que la trama les va ofreciendo. Míriam Rodríguez Torres Cristina Somolinos

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Agenda Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid Presentaciones de libros 6/5, 19:00 h en sala de Nueva Estafeta. Presentación de Isidora. Revista de Estudios Galdosianos. Artículo: “Rufino Blanco y el Conde de las

Navas, cartografía de una amistad”. Intervienen Rosa Amor del Olmo, José Peña González, Ángeles Varela Olea, José María Aguilar Ortiz y Adolfo Blanco Osborne.

6/5, 19:00 h en Salón de Actos. Presentación de

libro sobre Miguel Hernández, de Francisco Esteve. Presentan: Jaime Ruiz y Miguel Pastrana.

9/5, 20:00 h en salaNueva Estafeta. Presentación del libro Arqueología, de Montse Caro. Presentan: Miguel Losada y E. Porta. Conferencias 8/5, 19:30 h en sala Nueva Estafeta. Conferencia

“El final de la guerra de España y el Exilio”, a cargo de Ángel Bahamonde. Presenta Luis Peralta

9/5, 20:00 h en salón de la Cacharrería. Conferencia “Miguel Hernández y su tiempo”, a cargo de Isabel Morión. Presenta y modera Pedro Fernández Juárez

13/5, 19:30 h en sala de Nueva Estafeta. Confe-

rencia “Oscar Wilde. Del clavel verde a la rosa más blanca”, a cargo de Pilar Altamira. Preside Ángel Martínez Samperio. Presenta Carmen Pallarés.

Biblioteca Nacional de España 09/5, 18:00 h en Sala Polivalente. Conferencia “La Biblia Políglota Complutense: una lectura topobibliográfica”, a cargo de Julián Martín Abad.

Casa de América

13/5, 19:00 h. Homenaje a José Manuel Caba-

llero Bonald. Miguel Ríos, Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat leerán algunos poemas del autor.

Librería la buena vida 8/5, 20:30 h. Presentación de la novela de Marta Sanz Daniela Astor y la caja negra. Participarán, junto con la autora de Javier Maqua y el editor Jorge Herralde

Librería rafael Alberti 6/5, 19:30 h. Presentación de la última novela de Eugenio Fuentes Si mañana muero (Tusquets). Intervendrán el escritor Diego Doncel y el autor.

El pasado 23 de Abril el jurado del Premio Formentor de las Letras decidió conceder este premio a Javier Marías, en reconocimiento al conjunto de su obra. El galardón se otorgará el 31 de agosto en Palma de Mallorca. Marías (Madrid, 1951) ha acogido la noticia con alegría y en esta ocasión, a diferencia de lo que sucedió con el Premio Nacional de las Letras 2012, sí piensa recibirlo al no tratarse de un premio institucional. El Premio Formentor de las Letras se convoca para reconocer el conjunto de la obra narrativa de aquellos escritores cuya trayectoria prolonga la gran tradición literaria europea, siendo su principal objetivo contribuir a consolidar y reconocer la posición de los autores que han sabido mantener su esencia literaria. En su primera etapa (1961/1967), el Premio Formentor fue impulsado por Carlos Barral, en colaboración con otros editores europeos y con el patrocinio de los propietarios del Hotel Formentor, de Palma de Mallorca, que fue uno de los foros literarios más importantes de esta época. Desde 2011, con motivo de su cincuenta aniversario, se vuelve a conceder este prestigioso premio que en las dos recientes ediciones ha recaído en Carlos Fuentes (2011) y Juan Goytisolo.

Juan Carlos Mestre y Clara Usón ganadores del Premio de la Crítica 2012 en lengua castellana. El poeta Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) ha recibido este premio en modalidad poesía por La bicicleta del panadero (Calambur). A lo largo de su trayectoria literaria, Mestre ha obtenido otros premios como el Adonais (1985) por Antífona de otoño en el Valle del Bierzo; el premio Jaime Gil de Biedma (1992) por su libro La poesía ha caído en desgracia; con La tumba de Keats obtuvo el Premio Jaén de poesía en 1999 y en 2009 el Premio Nacional de Poesía por La casa roja.

Librería La Central

En la modalidad de narrativa, Clara Usón (Barcelona, 1961) ha recibido el premio por su novela La hija del Este (Seix Barral), su sexta novela. En 2009 obtuvo el premio Biblioteca Breve por Corazón de napalm (Seix Barral, 2010). Clara Usón es la tercera mujer que consigue el Premio de la Crítica desde que se instauró en 1956. Ana María Matute lo recibió en 1959 por Los hijos muertos y Elena Quiroga en 1961 por Tristura.

Antonio Lucas y Carlos Marzal (responsable de la edición).

10/5, 19:30 h. Presentación de la nueva colección de Cátedra llamada La Historia de … Participarán Ricardo García Cárcel, director de la colección, Anna Caballé y Ángel Duarte.

Exposiciones

La monja alférez

Durero. Grabador. Del Gótico al Renacimiento Biblioteca Nacional de España. Recoletos, 22. Hasta el 5 de mayo.

Teatro María Guerrero. Tamayo y Baus, 4. Hasta el 2 de Junio.

Javier Marías, Premio Formentor de las Letras 2013.

7/5, 19:30 h. Presentación del libro La geometría y el ensueño, una muestra de poesía taurina (FJL), a cargo de los poetas Raquel Lanseros,

Teatro

Texto de Domingo Mirs. Dirección Juan Carlos Rubio.

Noticias

Herta Müller, el círculo vicioso de las palabras Casa del Lector. Paseo de la Chopera, 10.

Entrega del Premio Cervantes 2012. El pasado 23 de Abril, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) recibió, de manos del Príncipe de Asturias, la medalla con la que se galardona esta distinción. En su discurso, el poeta destacó la dimensión poética de la figura del Quijote, así como “el poder terapéutico” de la poesía y cómo esta puede contribuir a “rehabilitar un edificio social menoscabado”.

Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh Museo Thyssen. Prado, 8. Hasta el 12 de mayo. Maestros del caos: artistas y chamanes CaixaForum. Paseo del Prado, 36. Hasta el 19 de mayo. Obras maestras del Musée d’Orsay. Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno. Fundación Mapfre. Recoletos, 23. Hasta el 5 de mayo. Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio Centro de Exposiciones Arte Canal. Plaza de Castilla. Hasta mayo.

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Sentencia de muerte al cine de autor en España Se ha anunciado el cierre de Alta Films, la productora de cine de autor más importante de España. Los graves problemas económicos por los que estaba atravesando han obligado a González Macho, propietario de la productora y presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, a acabar con este proyecto. La drástica subida del IVA y el descontrol de la piratería podrían ser algunas de las causas que han motivado este cierre. Ahora serán muchísimas las películas de calidad que queden relegadas a exhibiciones marginales o festivales y, por lo tanto, alejadas del gran público. Este cierre supone sentencia de muerte al cine de autor en nuestro país.

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De aquí y de allá Narrativa española e hispanoamericana

El interior de la esfera

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a puerta entreabierta es una novela escrita por Fernanda Kubbs, seudónimo de Cristina Fernández Cubas, la prestigiosa autora de algunos de los mejores libros de cuentos de la literatura española. Es una novela fantástica cuya protagonista es Isa, una joven y escéptica periodista que tiene el encargo de realizar un reportaje sobre el mundo de la magia, por lo que acude a la Gran Demirovska, que finge ser una célebre pitonisa y adivina pero, en realidad, es una impostora y por ello su personaje resulta muy humorístico. Durante la consulta, se produce una transmutación o metamorfosis mágica que, por algunas extrañas circunstancias que nadie sabe explicar, convierte a Isa en una pequeña criatura encerrada en la bola de cristal de la adivina. A partir de ahí, comienza la aventura: Isa irá conociendo a otros personajes, todos muy excéntricos, que la van a ayudar a salir de la esfera, hasta llegar a “El Baúl de Doble Fondo”, donde se encuentra Baltus, al que ella va a tomar mucho cariño. Entre todos, irán resolviendo el misterio, enterándose de que existen otros mundos que se extienden en paralelo o superpuestos al nuestro, y es posible pasar de uno al otro a través de portales que son como cortinas, o bien “puertas entreabiertas”. Toda la novela se entremezcla con otros cuentos que son homenajes al arte del fabular: las hermanas Fox, las primas de Bradford, un terrible tormento en la Antigua Roma, el dueño de las palabras y la autobiografía de Miroslav, gitano errante, son los temas de estas historias. La última es la más importante, porque en esa se encuentra la clave del libro, la que permite a Isa, ya vuelta a la realidad, entenderlo todo y terminar este viaje que, al fin y al cabo, es el verdadero protagonista de la historia; esto puede parecer absurdo porque durante todo el tiempo Isa se queda inmóvil dentro de la bola, pero la verdad es que se trata de un viaje que tiene lugar en su interior, convirtiéndose por lo tanto en una experiencia iniciática, que resulta en la maduración de Isa ya para siempre cambiada, porque no va a ser nunca más la misma que al principio. La novela, con todos sus elementos fantásticos, parecería pertenecer a la literatura infantil más que a la de adultos, pero no hay que dejarse llevar por las falsas apariencias; el tema principal es el tema del doble, que aparece muy seguido de diferentes maneras. Por ejemplo, hay dobles ciudades, como aquella en la que se encuentra Isa, que es la suya y a la vez no lo es, hay dobles mundos con sus historias, hay también dobles para cada uno

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Y en España, el garrote seguía funcionando

Fernanda Kubbs, La puerta entreabierta Barcelona, Tusquets 224 páginas, 17,00 euros

de nosotros, como el doble al que va buscando Miroslav. Y es que “doble” significa que nada es simplemente como parece, sino que siempre hay que ir más allá para descubrir el verdadero significado de todo lo que nos rodea. Así que hay que tener mucho cuidado con el poder de los juegos y de las palabras, porque todo debe ser tomado en serio. Vivir sin saber es como estar ciegos, por eso Isa cruza la frontera, descorre la cortina de agua y es como si despertara, y al final de su aventura solo le queda empezar a escribir sobre ella. A través de esta novela muy singular, la autora se despega del resto de su obra. Este también es el sentido de estrenar un seudónimo. Con La puerta entreabierta empieza una saga de novelas donde los temas más importantes de su produ-cción siguen estando presentes, pero con una mirada totalmente distinta. En esta nueva línea, Fernanda Kubbs tiene la intención de hacer que todo lo que era posible en sus libros, el ocultismo o lo desconocido, por ejemplo, se conviertan en probables. Este primer capítulo de la serie es una propuesta original, humorística y misteriosa que va a atrapar y fascinar al lector.

Maria Delaney

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ediante un prólogo que ya nos deja buen sabor de boca, Pablo Martín Sánchez se embarca en la aventura de rastrear la vida y hazañas de su homónimo en esta novela, El anarquista que se llamaba como yo. Con una estructura ternaria y mediante un hábil juego de dicotomías y analepsis, el autor reconstruye pieza a pieza el puzle del pasado: infancia, adolescencia y juventud del protagonista, opuestas a un presente que se ubica entre los meses de noviembre y diciembre de 1924, cuando tuvieron lugar los sucesos de Vera de Bidasoa. Un epílogo y una adenda, no menos sorprendentes, vienen a redondear la historia de este personaje. Un narrador omnisciente nos desgrana la participación de Pablo Martín Sánchez en la frustrada revolución que pretendía derrocar la dictadura de Primo de Rivera cuando esta ya llevaba un año amordazando las conciencias y libertades de los españoles. El manejo de la metáfora es abundante y ágil, el léxico amplio y certeramente utilizado, incluyendo vocablos procedentes de la jerga periodística, como “currinche”, que hace referencia al novato en este oficio. En alguna ocasión una ambigüedad, como la construcción la transustanciación del alma, que en realidad es la supuesta conversión del pan en cuerpo y el vino en sangre de Cristo durante la misa y no es, por tanto, de la psique sino más bien lo contrario. El narrador no se entromete demasiado en la psicología de los personajes, desechando el mostrarnos los pensamientos internos de los mismos. Tanto Pablo Martín Sánchez como los comparsas que le rodean para contarnos indirectamente su vida, sencillamente actúan, hablan y se muestran al lector según sus palabras y hechos, no a través de su interior. Pero es que esta novela no es sólo la historia de un anarquista muerto en aras de la revolución; es la historia de todos los españoles. Desde una cuidada documentación histórica, periodística y literaria, Martín Sánchez nos transporta con sus descripciones de una España entre 1890 y 1924 al Madrid de finales del s. XIX, donde el nuevo invento de los hermanos Lumière maravillaba a un sorprendido público; a las clandestinas reuniones de los españoles anarquistas exiliados en París; a la sangre, el horror y las mutilaciones de la Gran Guerra, llamada así porque las conciencias aún no concebían que otro conflicto mayor y mucho más violento pudiera llegar pocos años después, escandalizando al mundo con su impúdico holocausto, el exterminio fríamente calculado de millones de personas sacrificadas como animales en un matadero. Conviene resaltar la participación directa o indirecta que juga-

Pablo Martín Sánchez, El anarquista que se llamaba como yo Barcelona, El Acantilado 624 páginas, 26,00 euros

ron los numerosos personajes históricos que se ponen en solfa en esta novela: los míticos Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, así como intelectuales de la talla de Ortega y Gasset, Unamuno o Blasco Ibáñez (cuya implicación en mayor o menor medida en la fracasada aventura no le deja muy bien parado). Y es que esta no sólo es la historia de unos sindicalistas de ideología libertaria, sino de unos hombres cualquiera cuyo recuerdo nos robó el tiempo, relegando al olvido sus nombres y su existencia. Es sorprendente cómo la historia, a veces disfrazada de vieja arpía, silencia ciertos acontecimientos. Precisamente ese silencio es el que ha roto Pablo Martín Sánchez con esta novela, recuperando para la memoria el papel que le tocó jugar, no sólo a su tocayo sino a otros hombres que, como él, arriesgaron lo poco que tenían, su vida, por un ideal: terminar con la dictadura y lograr la revolución social. Así, el libro consigue rescatar a estos luchadores por la libertad a los que se debía aplicar la pena capital a la española: el garrote vil, más rápido que la horca y menos sangriento que otros métodos, una manera muy piadosa, según el propio Alfonso XIII, cuyas palabras plasmó Unamuno en los versos finales de su soneto XCVIII, que formaba parte de su libro De

Fuerteventura a París: A unos pobres muchachos vil garrote, “sin efusión de sangre”, ¡oh, gran clemencia!, en Vera les han dado, sin que brote ni un quejido del pueblo; su paciencia espera a que el rifeño nos derrote. la dictadura vil de la demencia.

Margarita Paz Torres

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Todo es política en La disciplina de la derrota

Del crematorio al pudridero: crónica de nuestra historia reciente

elipe Alcaraz ha compaginado a lo largo de su vida dos facetas: la literaria y la política. En relación con la literatura, es doctor en Filología Románica, ha desarrollado su labor académica en la Universidad de Jaén y es autor de varias novelas, entre ellas, La conjura de los poetas o Tiempo de ruido y soledad. Como político, es militante del PCE desde 1973 y en varias ocasiones ha sido elegido diputado y portavoz de IU en el Congreso. En La disciplina de la derrota, se da una confluencia de estos dos aspectos, pues la actividad política aparece como eje vertebrador del discurso narrativo. La disciplina de la derrota constituye el segundo volumen de la trilogía “Los días de la gran crisis”, centrada en el panorama sociopolítico y económico de España a partir del año 2010. Se ubica temporalmente entre mayo de 2012 y noviembre de este mismo año. El propósito del autor es el de mostrar un paradigma en crisis, una situación límite que se produce cuando las decisiones políticas no responden a las necesidades de los ciudadanos sino a las exigencias del capital. Se presenta un panorama en el que se revelan los monstruos que surgen en el momento de claroscuro del que hablaba Gramsci, pues los elementos del viejo mundo dan sus últimos coletazos, al tiempo que no se termina de asentar una alternativa firme al sistema porque está fragmentada. La actividad política se convierte en una partida de ajedrez a gran escala en la que hay piezas que encajan en el juego y que son manejadas, en última instancia, por los jugadores (organismos financieros internacionales) y piezas que no acaban de encajar y que se resisten a convertirse en meras marionetas del sistema capitalista. El molde formal que el autor utiliza para plantear esta problemática es el de la crónica novelada, de modo que representa una sucesión de hechos, algunos reales y otros ficticios, en los que intervienen más de un centenar de personajes, por lo general, reales. La aparición de acontecimientos ocurridos en la realidad se complementa con la experimentación en el lenguaje, pues se produce la inclusión de fragmentos de “blogs” en los que se da cuenta de sucesos de manera directa o la transcripción de mensajes contenidos en la red social Twitter. Los diálogos entre los personajes que protagonizan las decisiones que se toman en la esfera pública muestran la perspectiva privada de los asuntos públicos, pues se advierte la diferencia que existe entre la información que se transmite a la ciudadanía y los enredos que hay detrás de ella. Las tramas alrededor de las cuales se articula el tema de la novela se relacionan entre sí, y constituyen un puzle que revela una tupida red de intereses. De este modo, una de las tramas gira alrededor de la biografía de Gregorio Pruaño, quien, a su vez, aparece en la trama que tiene que ver con el pacto de

a obra de Rafael Chirbes se sitúa en la estela de la mejor tradición realista; vistas en su conjunto, las nueve novelas que ha publicado conforman un retrato cabal y agudo de nuestro país, desde la guerra hasta la actualidad. En sus historias, es plenamente consciente de la dimensión pública de las perversidades privadas y de cómo estas, además de destruir a los individuos, impiden el desarrollo, la justicia social y el bien común. Chirbes es uno de los pocos escritores actuales con vocación de clásico: sus páginas dialogan con La Celestina, Lazarillo y con Galdós; como ellos, aspira a que el mundo moral y material de sus personajes, con sus aspiraciones y miserias —retratadas con una sinceridad a veces atroz— desvele claves de su tiempo histórico. Lo dicho define casi toda la obra de Chirbes y, destacadamente, esta última En la orilla. En ella, explora el rastro que la bonanza económica y el subsiguiente derroche dejó sobre una tierra, la del Levante, que quintaesencia y magnifica lo que ocurrió en toda España: exagerado florecimiento de capital en una economía con bases sociales y morales propias del subdesarrollo. Para ello, ha elegido un antihéroe, hombre sin cualidades que intentó sumarse más por inercia que por verdadera voluntad al carro triunfante de la especulación travestida en una carrera desbocada por construir viviendas inútiles. Mediante un exuberante monólogo —sostenido tour de force que, pese a su arriesgado planteamiento, su heterogeneidad, sus reiteraciones, la alternancia de registros y voces, saltos en el tiempo… no tiene vacilaciones ni caídas— vamos conociendo los pasos de su renuncia a la excepcionalidad y los mediocres y escasos hitos de su vida sentimental (emocionante y lacerante es el recuerdo de su frustrada relación con Liliana; algo más desvaído el relato del único amor de juventud que perdura en su memoria) y familiar (la compleja relación del protagonista con sus hermanos y, sobre todo, con su padre). Pese al adelgazamiento en el número de acontecimientos narrados, En la orilla recoge lo más característico de la obra de Chirbes: el espacio mítico de Misent, presente en varias novelas; la simbiosis de paisajes internos y externos; un pesimismo antropológico no exento de curiosidad por las sinuosidades de la condición humana; la metáfora de la caza; los conflictos generacionales entre los que hicieron la guerra y arrastran la derrota (o la victoria), y sus hijos, que reniegan de aquella maldita herencia; etcétera. En la orilla tensa el malestar de su autor y su agresividad contra la sordidez de un mundo en imparable descomposición. Estamos ante un libro acerbo, atrabiliario y terrible sobre —y contra— la condición humana, que aparece retratada, sin almíbares ni mediaciones, en su más desnuda ruindad. Chirbes reincide en la ruina moral de una sociedad ya descrita en Cre-

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Felipe Alcaraz, La disciplina de la derrota Córdoba, Almuzara 272 páginas, 17,95 euros

gobierno andaluz, con Diego Valderas al frente, o en la trama que trata sobre la creación del Frente Cívico. Al mismo tiempo, un periodista “freelance” investiga los sucesos de la decadencia de la monarquía o de la corrupción del sistema bancario y se presentan las reuniones entre los dirigentes del gobierno central y los de la supuesta oposición. Quizá el hecho de que los personajes que aparecen en la novela sean muchos y sean conocidos por todos haya servido como pretexto para llevar a cabo una caracterización muy superficial de los mismos. El tímido intento de representar al movimiento 15M por medio de la creación de un personaje colectivo que represente la agitación social a través de la inserción de “tuits” no termina de cuajar, al tiempo que muchas de las intervenciones de los personajes presentan un estilo forzado. Aun así, si algo refleja la novela, es la convulsión del panorama social y político en España, aunque es un acontecimiento muy anterior el que aporta la coherencia necesaria: la batalla del Jarama aparece como un suceso transversal a varias de las tramas y representa el sentimiento de derrota común a los personajes luchadores, pero, a la vez, muestra que ser derrotado no implica ni conlleva darse por vencido.

Cristina Somolinos

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Rafael Chirbes, En la orilla Madrid, Anagrama 440 páginas, 19,90 euros

matorio a la que ahora, a la vuelta de los excesos sin freno del capital, suma la ruina económica. En estas condiciones de contienda universal por el dinero, no hay lugar para la solidaridad. Lo vemos en los vanos y mínimos esfuerzos de este protagonista por agarrarse a una salvación terrenal, probada su incapacidad para encontrar horizontes vitales. También en la galería de personajes que conforman su entorno: los inmigrantes explotados primero y abandonados a su suerte después; un padre que, amargado, intenta salvar algún principio; las exigencias del éxito, que conlleva la traición de los ideales; el individualismo cainita y puritano del coro de parroquianos… todos dominados por el arribismo, no siempre exitoso, pero imprescindible para la supervivencia en esta época de capitalismo decadente. El libro arroja una palpitante reflexión sobre la anatomía del fracaso colectivo, el derrumbe del humanismo y la apoteosis de la rapiña, depredación de los despojos de una época dorada, situación metaforizada en el marjal, ese pudridero en el que se ha convertido la sociedad española en su resaca de la opulencia. En la orilla es, en síntesis, una sinfonía perturbadora, en la que la precisión del lenguaje transforma el malestar y la podredumbre en literatura en estado puro. El resultado es una de las mejores novelas de este siglo, auténtico concierto lingüístico en el que Chirbes parece haberse liberado de toda norma compositiva, regocijándose en la digresión y en el cambio anárquico de voces, espacios, registros; sin orden pero con una magistral unidad. Estamos ante uno de esos textos que se dicen imprescindibles para comprender nuestro tiempo porque en él ha aflorado todo el espanto ante la ruina; pero del horror, emerge la lucidez y, con ella, la posibilidad siempre remota de la redención.

Fernando Larraz

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Alrededores Reseñas de narrativa traducida El translúcido mirar de la existencia

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osas transparentes, editada por primera vez en 1972, es la penúltima novela escrita por el escritor ruso Vladimir Nabokov, en la cual se observa, una vez más, la tendencia del novelista ruso a romper con la concepción lineal y realista de la novela. Al igual que el resto de relatos contemporáneos del presente autor, en esta narración aparecen algunos de los temas constantes en su creación literaria: su preocupación por la memoria y la realidad. Gracias a la aparición del narrador, que de forma misteriosa y laberíntica deja entrever un conjunto de reflexiones y se muestra, al mismo tiempo, capaz de dialogar con el lector, este último se convierte en activo espectador de una serie de hechos que deberá ordenar dentro de un tiempo y un espacio. El mundo de ficción que se presenta en esta obra se abre a través de una estructura exterior, desde la que toma lugar el lector, y de una estructura interior en la que se desarrollan los acontecimientos narrados. Al iniciar la lectura de Cosas transparentes, el lector comienza a ser consciente de una serie de implicaciones que serán relevantes para comprender el sentido de la obra, y, sobre todo, del entramado de porqués que gira en torno a los personajes y a los diversos espacio-tiempos en los que estos viven. En la mayor parte de los capítulos de la novela, el autor parece querer intentar restaurar un pasado, recuperando hasta el más mínimo detalle, para así poder devolverlo al presente que vive el personaje protagonista, Hugh Person. Se presentan, pues, dos vidas para un mismo personaje, la vida pasada y la vida presente. Además, el relato del narrador llega a omitir y deformar algunos de los hechos, por lo que será necesario que el lector sea un lector activo capaz de desentrañar la verdadera realidad que estos acontecimientos esconden. En otros capítulos, sin embargo, se puede observar cómo el narrador adquiere una voz más íntima, mostrándose capaz de meditar acerca de asuntos tan relevantes para el ser humano como la observación de que la realidad es algo subjetivo, basado en percepciones y experiencias individuales. La narración interna que en esta obra se presenta, la vivida por los personajes, no es más que la puesta en práctica de una serie de ideas que, de forma externa, se cuestionan a lo largo de la novela. El tiempo y el espacio no pueden existir fuera de nuestra conciencia personal, de ahí que en Cosas transparentes Vladimir Nabokov creara, a partir de una narración, otro relato capaz

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de mostrar la veracidad de sus reflexiones y de las de los lectores, que desde esa perspectiva, observando a través de un espejo, pueden llegar a percatarse de toda la serie de acontecimientos experimentados por un conjunto de personajes. Nos encontramos, pues, ante una obra que cuestiona la esencia del ser humano a través de diversos espacio-tiempos y de diferentes personajes ficticios. El lector, mediante su posición activa en el relato, puede llegar a verse reflejado en ese mismo espejo, pues él, indirectamente, al entrar en el mundo de ficción, interactúa y convive con los personajes. El que nuestro autor refleje una vez más sus obsesiones no convierte a esta obra en una narración poco reveladora, pues, al contrario de lo que se puede pensar, el hecho de que en tan pocas páginas se condense todo el pensamiento de Vladimir Nabokov y sus concepciones literarias nos acerca aún más a la idea de que entonces, en 1972, ya se había conformado una nueva tipología narrativa, al igual que una nueva noción acerca de la posición e importancia del lector dentro de una narración, como podemos observar a medida que avanzamos a través los sucesos enigmáticos que vive el protagonista. Sara Gómez Abdous

Vladimir Nabokov, Cosas transparentes Traducción de Jordi Fibla Barcelona, Anagrama 168 páginas, 16,90 euros

Aquel inolvidable año

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nne Wiazemsky, además de actriz y escritora, fue mujer de Jean-Luc Godard, nieta de André Maurois, y, en consecuencia, testigo privilegiada de una época de vibrante creatividad. Esta circunstancia le ha permitido escribir estos recuerdos novelados de aquellos meses en los que, jovencísima estudiante universitaria, vivió peligrosamente y se relacionó con algunos de los nombres más sonoros del cine, la literatura y la filosofía franceses y europeos. Un año ajetreado no es por tanto un texto de ficción, aunque no por ello deja de ser una novela, una novela de aprendizaje sentimental en un ambiente intelectual bullente que Wiazemsky, con la ayuda de los años transcurridos, convierte en materia literaria. Eso sí, sin concesiones al sentimentalismo; se trata de un viaje en el tiempo alegre, vivaz y ligero, tono que enseguida se descubre plenamente solidario del carácter de aquellos jóvenes que compartieron con la autora el protagonismo de una época. El año ajetreado al que alude el título comienza en junio de 1966, cuando ingenuamente la protagonista escribe a JeanLuc Godard, justo después de haber visto Masculino Femenino, para decirle atrevidamente que “amaba al hombre que se hallaba detrás de aquello, que lo amaba a él”. Y termina cuando un año después, casada ya con él, abandonados sus recién iniciados estudios de filosofía en la Universidad de ParísNanterre y habiendo participado en la película de Godard La Chinoise —cuyo rodaje es evocado en detalle—, plenamente imbuidos ambos amantes en las doctrinas maoístas, son ya la pareja de moda en el mundo del cine y de la prensa amarilla francesa. Entre tanto, Wiazemsky ha tenido que vencer algunas resistencias a su relación, sobre todo, las procedentes de su anómalo núcleo familiar, presidido por la figura de su abuelo, de quien ofrece un retrato de muy hondas connotaciones que nos hacen añorar en España la existencia de esa posición intelectual conservadora y católica pero profundamente republicana y tolerante que tan bien encarnó Maurois en Francia y cuya humanidad se trasluce cuando finalmente acepta que su nieta se case con un cineasta de izquierdas, divorciado y diecisiete años mayor. Pero sobre todas, descuella la mirada vertida sobre la figura de la autora tal y como ella se recrea a sí misma con diecinueve años, destacando su extremo vitalismo y su infatigable curiosidad, causa de su enamoramiento de Godard y, quizá, signo de unos tiempos de explosión artística e intelectual. El relato traspira alegría un tanto frívola, confianza en la existencia, en la amistad y en el amor y deseo de quebrar unas

inercias sociales, rasgos que llevarán, unos pocos meses después al estallido de mayo del 68, cuyos orígenes el lector puede percibir perfectamente en los ambientes descritos en Un año ajetreado. Pero también muestra la desorientación ideológica de aquellos jóvenes que en un tiempo un tanto arcádico jugaban a ser revolucionarios haciendo películas, discutiendo de filosofía y conspirando contra la burguesía, sin dejar ellos mismos de ser burgueses a su manera. Godard aparece como paradigma de estas actitudes: es pintado en su genialidad y en sus pequeñas mezquindades: los celos, el derroche de dinero y cierta improvisación artística, los cambios de humor, su locuacidad, su carácter contradictorio y su apasionado enamoramiento humanizan al personaje histórico, uno de los más grandes directores de cine del siglo pasado. Sin duda estamos ante un documento valioso, una de las explicaciones más veraces y penetrantes en un tiempo fundamental tanto en la historia intelectual europea como en la historia personal de la autora. Wiazemsky acierta a describirlo sin mitificarlo ni aplicarle sentimientos de nostalgia, angustia, remordimiento o prepotencia. Al contrario, hay un deseo de reencontrarse con la perspectiva y la limpieza de prejuicios con las que aquella jovencísima mujer que ella misma fue se enfrentó al mundo de la adultez, tomó sus decisiones y asumió las consecuencias de las mismas, emancipada de las reglas del ambiente ideológico del que procedía. Ver cómo la autora ha sido capaz de dar con esa libertad para hablar del pasado sin ajustarle las cuentas ni pretender ser más sabia es, probablemente, la clave de que esta novela resulte tan estimulante. Fernando Larraz

Anne Wiazemsky, Un año ajetreado Traducción de Javier Albiñana Barcelona, Anagrama 220 páginas, 17,90 euros 21

Polifonías Reseñas de otros géneros

La poesía como forma de vida Pedro Salinas, Poesía inédita Madrid, Cátedra Edición de Montserrat Escartín Gual 501 páginas, 15,30 euros

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a pasión de la Dra. Montserat Escartín Gual por investigar y ahondar en la poesía de Pedro Salinas se muestra en la ardua recopilación de numerosos poemas hasta ahora desconocidos para el ámbito hispánico. Este hecho se debe, principalmente, a la interrupción de su creación, pero, sobre todo, a los esbozos o borradores en proceso de reescritura nunca publicados. A lo largo de los 142 poemas reunidos en la presente obra el lector accede a diferentes temáticas como el amor, la naturaleza y el ser humano dentro de unas circunstancias físicas y espirituales determinadas, al igual que en un espacio-tiempo concreto, siendo esta última la que probablemente aporte una visión del poeta nunca antes vista, como podemos observar a través de la presencia de poemas donde se tratan, por un lado, de forma nostálgica y paródico-satírica, temas bélicos como la Guerra Civil y las dictaduras europeas de mediados del siglo XX, respectivamente, mientras que por otro, somos testigos de la necesidad del poeta por conocer todo lo que va más allá de lo tangible, tomando como objeto poético imágenes surgidas a partir de sus vivencias y sensaciones. Esta Poesía inédita nos muestra el recorrido vital del autor desde sus creaciones más tempranas hasta sus últimos escritos previos a su muerte, de ahí que la obra se divida en “poesía anterior al exilio” y “poesía del exilio”, integrando ambas partes una serie de poemas escritos en todos y cada uno de los lugares en los que Salinas habitó. Si se atiende a la “poesía anterior al exilio”, hallamos en sus primeros poemas (19111917) un influjo de la poesía pura (“Te ofrecería el oro de las constelaciones…”, 139) y un acercamiento a la lírica simbolista francesa. Durante los años en los que el poeta vivió en Sevilla

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(1918-1928), tras volver de París, empieza a establecer la creación de una poesía propiamente personal, pues comienza a iniciarse en sus primeras reflexiones metapoéticas (“Muchas letras en el libro, / muchas palabras de letras…”, 153), además de a emprender su obsesión por la naturaleza y los momentos del día (“Forjada cada noche / en la boda segura con el sueño…”, 155). Es en Madrid (1928-1936), última etapa de su “poesía anterior al exilio”, donde Salinas inicia propiamente el camino a la temática amorosa, a pesar de que todavía se den poemas conectados formal y temáticamente con sus primeras poesías. Esta etapa, junto con los primeros años de exilio, es sin duda la más conocida del poeta. En ella el poeta siente una gran necesidad de comunicación y de diálogo con su amada, al mismo tiempo que con sus sentimientos. Dentro de la “poesía del exilio” el poeta, en su permanencia en Wellesley (1937-1940), sigue haciendo uso del amor como materia de creación poética, aunque ya desde una nueva perspectiva: la del dolor (“No viniste tú a mí. No…”, 212). Esta experiencia produce en nuestro autor nostalgia y soledad, sensaciones que conllevan su decisión de refugiarse en la contemplación de la naturaleza como alivio a su desazón. El inicio de la Guerra Civil y su conciencia de los hechos que se estaban dando en Europa llevan a Salinas a expresar por medio de la escritura no únicamente su sentimiento de culpabilidad a causa de su situación como exiliado, sino también su repulsa, expresada en clave paródica, contra dictadores europeos del momento mediante un lenguaje espontáneo y creativo. Sus viajes a San Francisco y Nueva York (1939-1940) demuestran cómo el poeta se refugia cada vez más en la naturaleza y en el entorno de su alrededor. Sin embargo, no es hasta su llegada a Baltimore (1940-1942) cuando Salinas establece una comunicación intensa y recíproca con la naturaleza, recibiendo así una respuesta catártica por parte de esta. En Boston (19471951), última etapa de creación poética, Salinas se acerca de forma reflexiva al pasado y al presente que han conformado su vida. En Poesía inédita se nos presenta a un Pedro Salinas en comunicación continua con su propio yo poético, con sus amores y con la naturaleza, aunque también con todo aquello que considera, en esencia, que el ser humano es capaz de aprehender a través del lenguaje. Sara Gómez Abdous

La odisea de Mascha Kaléko: mujer, judía y poeta en la Alemania de Hitler

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or primera vez en nuestro país se publica la obra de Mascha Kaléko (1907-1975) en una exquisita antología seleccionada y traducida por Inmaculada Moreno: Tres maneras de estar sola. Figura principal de la literatura alemana, la experiencia vital de esta poeta es la del exilio y el desarraigo. La separación traumática de la tierra, el sentimiento de alteridad y el aislamiento forman parte insoslayable de su poesía. La sensación de pérdida violenta, la soledad y la melancolía convierten sus poemas en nostoi connotados de desgarro y dolor. Su poesía es una vuelta permanente al Berlín que conoció y que, al retornar, la guerra y el tiempo habían devastado. La nostalgia es una primavera añorada en Melancholie eines Allein stehenden (Melancolía de alguien solitario). La conciencia de sentirse extraviada en el paradójico devenir estático del tiempo la vemos en Die Zeit steht still (El tiempo está parado). Y los poemas amorosos como Für einen (Para alguien) exhalan delicadeza e ironía. Su identidad: mujer, judía y poeta en la Alemania de los años 30 selló su destino. Su verdadero nombre era Golda Nalka Aufen. Nació en la región de la Galitzia polaca, entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro. En 1918, huyendo de los pogromos, su familia se instaló en Berlín. Se casó muy joven con el filólogo Saul Aaron Kaléko, pero el matrimonio fracasó. Volvió a casarse con el músico Chemjo Vinaver, con quien ya tenía un hijo. Influenciada por el movimiento Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad), residió en Berlín hasta que el terror nazi, en 1938, la obligó a refugiarse en EEUU, donde vivió hasta 1959. El periplo existencial de Mascha Kaléko marcó su poética: su vida se disgregó en un eterno arribar a costas extrañas, se refugió en la lengua como un Odiseo cuya Ítaca quedara lejos aún y siguió escribiendo en alemán sus versos dolientes. Se trasladó a Jerusalén en 1959, pero siempre se sintió desubicada allí. En 1968 falleció su hijo. Finalmente, murió en Suiza en 1975. Su obra, censurada por el nazismo y poco difundida en EEUU al estar escrita en alemán, es hoy una de las más leídas en esta lengua. Con gran acierto, Tres maneras de estar sola se edita en versión bilingüe. La traducción no es literal: el ritmo y musicalidad del alemán, al ser vertido al español, produce metamorfosis. Poemas como Verse für keinen Psalter (Versos para ningún salterio) nos insertan en el horror de la guerra descrita a través de expresiones sinestésicas: Ich möcht in dieser Zeit nicht Herrgott sein Und wohlbehütet hinter Wolken thronen,

Mascha Kaléko, Tres maneras de estar sola Traducción y edición de Inmaculada Moreno Sevilla, Renacimiento 140 páginas, 16,00 euros

Allwissend, daß die Bomben und Kanonen Den roten Tod auf meine Söhne spein. [No quisiera ser Dios en estos tiempos y reinar resguardado tras las nubes omnisciente de bombas y cañones que escupen a mis hijos roja muerte.]

Las imágenes y metáforas, sin carecer de belleza lírica, nos arrojan la violencia descarnada en Emigranten-Monolog (Monólogo del emigrante): Die Nachtigallen wurden stumm, Sahn sich nach sicherm Wohnsitz um. Und nur die Geier schreien Hoch über Gräberreien. [Los ruiseñores han enmudecido, buscan una guarida más segura, y sólo buitres gritan por encima de hileras de sepulcros.]

Tres maneras de estar sola no puede pasar desapercibida, ni si quiera para los lectores que aún desconozcan a Mascha Kaléko, pues ahora tienen la ocasión de leer sus versos en lengua original o traducidos. Tal vez así, los ruiseñores no enmudezcan.

Margarita Paz Torres

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VocesEntrevista

““Nunca vamos a llegar a escribir el poema que realmente sentimos”.

La palabra esperada de Marta López Vilar

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arta López Vilar (Madrid, 1978) es filóloga, traductora y poeta. En su producción poética destacan títulos como De sombras y sombreros olvidados (Amargord, 2007), con el que obtuvo el premio Blas de Otero de Poesía en el año 2003. Su siguiente poemario, La palabra esperada (Hiperión, 2007), fue galardonado con el premio Arte Joven de Poesía de la Comunidad de Madrid. Actualmente, prepara un nuevo libro que llevará por nombre En las aguas de octubre. Conversamos con la autora acerca de su labor poética y de la importancia de la filología y la traducción dentro de su obra; reflexionamos, asimismo, sobre el poder de esas palabras que someten al creador y que, como Odiseo, se hacen esperar a lo largo de tanto tiempo… En algunos de tus poemas, vemos cómo se realiza una busca incesante de ese “otro nombre” de las cosas, de esa “palabra esperada” que parece no llegar jamás (“¿Habrá otro nombre para un lugar vacío, / para la sombra cayendo en las ciudades, / para el vino derramado, para el corazón / latiendo en mi memoria?”). Desde este punto de vista, parecería que el poeta no escribe por gusto, sino por necesidad: “…soy lo que imagino y no soy nada, / solo apátrida esclavo de su nombre / que aún ignora dónde existe”; al poeta le urge nombrar la realidad, pero es siempre esclavo de las limitaciones del lenguaje. ¿Qué opinas acerca de esta situación tan paradójica? Conozco a poetas que son muy dogmáticos a la hora de escribir y que escriben casi como si fuera un trabajo. No es mi caso. Particularmente, no concibo otra manera de existir. Quizá puede quedar demasiado trascendente esto que acabo de decirte, pero es verdad que los límites entre la necesidad y, a veces, la consecución que conlleva el placer, es prácticamente mínima por no decir que a veces siento que es lo mismo. Desde mis primeros versos, allá en la adolescencia, entendí que yo no podría estar sin ello. Es más, a pesar de ser una poeta bastante lenta en su proceso de escritura —escribo con mucha lentitud, precisamente porque no me fuerzo todos los días a tener un dogma—, creo y tengo la extraña sensación de que, a pesar de que no escriba, no encienda el ordenador, no coja un bolígrafo para iniciar un poema, el poema siempre se está creando en mí. Yo creo que, en parte, responde a una necesidad imperiosa de saber quién soy y qué

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siento en el mundo, cómo veo el mundo. Es la necesidad de ser, al fin y al cabo: no me concibo siendo de otra manera, no me entiendo. Lo que ocurre es que el proceso de escritura es bastante engañoso y misterioso, por otro lado; se trata de ir siempre a la búsqueda del “otro nombre” de las cosas. Recuerdo ahora mismo a un poeta magnífico que, además, fue objeto de mi tesis doctoral, el catalán Carles Riba: en una de sus Elegías de Bierville, decía que “las palabras no están para entenderlas, / están para entendernos: / son apenas una señal del sentido”. Está para entendernos aquello que escribimos, aquello que leemos en los medios de comunicación, en los libros, pero, más allá de todo eso, debajo de ese poso que queda en una novela que leemos o en un libro de poemas, hay otra existencia que es muy ciega. O puede ser que el poeta esté muy ciego, algo así como Homero —quien, supuestamente, era una poeta ciego—, o como su personaje Tiresias, que perdió su vista pero sabía de otra manera. Quizá el poeta, aunque no pueda aspirar a ello —porque es imposible—, tiene que hacer, al menos, un ejercicio de aproximación a ese nombre que no se ve y que no se escucha. Y después de ese proceso, después de esa revelación, ¿sueles corregir lo ya escrito, volver sobre ello? Paradójicamente, creo que el proceso de corrección está dentro del proceso de creación. Mallarmé decía que la verdadera poesía estaba en los espacios en blanco, en aquello que se dejaba entre palabra y palabra. La tachadura, el borrón que se hace para corregir alguna cosa, forma parte de la creación. Nunca vamos a llegar a escribir el poema que realmente sentimos,

o queremos, o necesitamos. Por eso, hay un ejercicio de viaje continuo hacia uno mismo o hacia lo que cada uno considere. Siempre tiendo a corregir porque nunca suelo estar satisfecha, y lo que conlleva todo esto es tener la extraña sensación de que el poema siempre se está escribiendo. A partir de la corrección, se sigue escribiendo aquello que necesitamos. No soy muy metódica, no me siento todos los días para corregir, pero sí es verdad que hay un momento en el que el poemario me está diciendo que aún no está concluido o que ya he dicho lo que aparentemente quiero decir, pero no es esa la manera: siempre hay algo que falta. Entonces, sigo corrigiendo para intentar aproximarme un poco más. Se puede hallar un fondo pesimista en algunos versos tuyos, que retratan una realidad donde “el dolor no es solo una costumbre, / sino esa manera inhóspita de comprender el frío”. En estos “días del olvido”, el yo poético se salva, en cierto modo, gracias al sentimiento amoroso: “nadie puede ser más afortunado que nosotros. / Amémonos si es preciso”. ¿Puede la palabra tener una capacidad salvífica, a pesar del ambiente de decadencia que asola al poeta? Yo creo en el poder curativo de la palabra. En el Fedro, de Platón, se dice que la palabra es un fármaco: φάρμακον, en griego, es aquello que cura, el medicamento, pero también es un veneno. Creo en el poder destructivo y reconstructivo de la palabra. Una vez que se nombra, se acota: una vez que se nombra, el dolor es capaz de acotarse. Yo lo he experimentado: una vez que se “vomita” todo aquello en un papel —el dolor, la alegría, la felicidad,

la esperanza, incluso el amor—, una vez que se vierte cualquier emoción que embargue al ser humano, podremos ver la verdadera silueta de las cosas, podremos tener menos miedo de contemplarlo o de nombrarlo aunque, repito, siempre es una aproximación, una especie de fantasma que queda en el papel, no es una entidad real, sino un recuerdo de algo. Por supuesto, también está el poder destructor, que, quizá, siempre ha estado más relacionado: si, por ejemplo, nos hacen daño con las palabras, cuesta mucho más que la palabra nos recupere. La poesía es un fármaco, para bien y para mal. En tu poesía hay una importante presencia de ciudades —Dresde, Rodas, Lisboa, necesarias “para borrar lo oscuro”— como se afirma en un poema titulado “Atenas”. Parece que la desolación exterior y el dolor mencionado anteriormente tienen una relevante conexión con la contemplación de estas ciudades —Roma, por ejemplo—, es “esta ciudad tan vieja / como nuestra propia soledad”. Tú has reconocido que alguno de esos lugares no los has visitado en la realidad. ¿Por qué recurres a estos escenarios? ¿Qué te aportan en tu tarea de creación? Estás hablando con alguien que es una amante de las ciudades. De hecho, quizá sea una idea un poco romántica, pero creo en el poder anímico de las ciudades. Hay ciudades que se visitan por primera vez, pero hacia las que sentimos una atracción especial o donde sentimos que realmente

formamos parte de ese ámbito. Y creo que, en parte —ya que es tan difícil construir o escribir la poesía, o aproximarse a ese viaje que te he comentado antes—, puede ser la mejor manera de enmarcar aquel espacio anímico, aquel paisaje del alma que necesito para poder plasmar todas aquellas abstracciones a las que me he referido. El proceso de mi relación con las ciudades ha ido mutando: fue muy fuerte en mi primer libro, en De sombras y sombreros olvidados, se ve de una manera más atenuada en mi segundo poemario y, ya en el tercero, que estoy concluyendo, aparece prácticamente sin identificar. Son ahora construcciones anímicas muy abstractas, intangibles. Quizá me estoy apartando un poco más de ese paisaje emocional real, de construcción casi física, para otro tipo de paisajes más míticos, pero creo que, en parte, una construcción real siempre me ha acompañado. He tenido una relación muy intensa con las ciudades: por ejemplo, cuando escribí el poema “Epidauro”, en La palabra esperada, fue un acto real que hice allí. Cuando fui por primera vez, recuerdo que me puse en el centro del teatro, donde hay una especie de baldosa de piedra, y comencé a recitar unos poemas de un poeta griego. Me pareció sobrecogedor cómo se resonaba mi voz en aquel sitio: me parecía que era una metáfora bellísima de lo que es el olvido y la memoria, aquello que llega con una especie de retraso, pero, aun así, mantiene una esencia. Quizá, por ello, no me he podido apartar de las ciudades y tienen una validez bastante fuerte dentro de mi obra.

Uno de los grandes valores de la palabra poética es el que la constituye como un arma de poder, de cambio y, ante todo, de libre expresión; un claro ejemplo sería el de Pablo Neruda. En la actualidad, ¿ves posible esta empresa? Porque, si la literatura en general es un elemento que pone en duda cualquier estructura de poder, es siempre conflictiva. ¿Cómo se conjuga, pues, esa faceta de la poesía como arma —cargada, no solo de futuro, sino como elemento “revolucionador” en el presente—, y el aspecto más hondamente subjetivo, de expresión más íntima, individual? Yo creo en esa unión de la vertiente más intimista con la vertiente más pública o más social. No me siento una persona especialmente utópica ni creo en los sueños, porque la utopía, como la propia palabra dice, es un no-lugar: desconfiemos mucho del no-lugar, porque es irreal. Creo en la palabra existente y concibo que la poesía no existe sin revolución. Eso es aplicable no solo a la poesía de corte social —en España tenemos, además, grandes poetas que la representan—: hay una corriente mucho más intimista que también busca esa revolución, esa rebeldía en el ser humano. Ya el propio acto de escritura es un acto de rebeldía, de inconformismo con aquello que nos rodea; de ahí que el poeta tenga que estar haciendo siempre un ejercicio, casi titánico en muchas ocasiones, de búsqueda de la palabra. Y en el momento en que

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alguien va a recibir esa poesía, va a aprender a mirar el mundo de una manera y va a ser mucho más inconformista. Una de las cosas que a mí me duelen mucho —como estudiante de Letras y Humanidades que he sido y dado que me dedico a ello ahora—, es que en los colegios no se enseñe la poesía como lo que realmente es: siempre se ha intentado enseñar bajo un dogma, como aquello que el profesor quiere que sea, generando muchísimo temor en el alumno y provocando mucho rechazo. Si se hubieran dado alas al alumno —en vez de cortarlas— a la hora de sentir un poema, de interpretarlo y sentirse parte de él, ese niño de siete años, cuando tenga veinte, aprenderá a respetar mucho más y aprenderá que la vida no es lo que otros quieren que sea, sino lo que él realmente sienta, sobre todo respetando aquello que le rodea y comprendiendo aquello que ocurre. En ese aspecto, se trataría de acentuar un poco más la sensibilidad, porque el mundo que nos rodea está tremendamente carente de ella. No hay nada más que mirar el tiempo que nos ha tocado vivir ahora mismo: este período de crisis en el que, desgraciadamente, se están destapando unas oleadas de nazismo, de xenofobia y racismo terribles. Y creo que, si esos seres humanos que son tan dóciles a ese gobierno, a veces maquiavélico, por parte de las altas esferas, si hubieran sido educados en otra manera de ver la vida y de sentirla, no hubiéramos llegado al extremo al que llegamos. Y, por supuesto, los grandísimos errores de la historia —ahí entra la parte de lo social—, que hemos vivido y vivimos, serían situaciones en las que ya no volveríamos a caer. Decía Adorno que, después de Auschwitz, no podría escribirse poesía; después se retractó, cosa que poca gente sabe. Surgieron luego grandísimas voces como Paul Celan, Nelly Sachs o Martine Broda, aunque esta última no fue víctima directa del Holocausto, y, a pesar de que decimos que eso no volverá a ocurrir o no tiene que ocurrir, esas matanzas, esa depravación absoluta del ser humano, están sucediendo ahora, de nuevo. Los textos literarios —la poesía, en este caso—, no han sabido usarse con la función que realmente tienen, que es la de sanar el alma y mejorar, al fin y al cabo, al ser humano. Parece que estamos ya metidos en una espiral, aunque, de todos modos, no quiero dejarme llevar por el pesimismo y quiero pensar que, al menos, mientras haya una persona, un poeta o un lector, que sienta aquello como suyo y se transforme en otra cosa, y crea en ello, poco a poco se podrá ir reconstruyendo algo que, desde luego, está muy quebrado posiblemente, desde siempre. En tu poética está siempre presente el mundo clásico y la mitología grecolatina. ¿Qué lazo te une a este cosmos mítico de dioses y héroes? Las influencias llegan de manera casual y sin darte cuenta. Desde que entré en el instituto, recuerdo mis primeras clases de latín, de griego clásico, y para mí fue como una revelación, como algo que siempre había soñado que alguien me enseñara. A partir de ahí, con mis primeras lecturas, sobre todo de Homero —la Odisea es un libro de referencia para mí—, empecé a filtrar esa mirada de Odiseo, esos viajes extraños, y los adecué a mi modo de entender la vida. Me di cuenta de que, al fin y al cabo, todos estamos hechos de mitos: la historia es mítica por naturaleza. Hace relativamente poco, en una charla en la Universidad de Alcalá, hablé de los mitos y comparé que la época en que estamos viviendo podría equipararse perfectamente con el mito de Sísifo: ese ser humano esforzado que está subiendo una montaña con una roca tremenda y, cuando llega arriba del todo —cuando piensas que ya vas a conseguir algo—, no una consecución o un objetivo magnífico: algo, de repente, te derriban. Si miramos bien en todos nuestros procesos históricos y en nuestra propia manera de vivir y de conocernos, nos daremos cuenta de que somos mitos. Odiseo, por ejemplo, podría ser un mito perfecto de cualquier

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ser humano: Odiseo no es el mismo cuando regresa de Troya, inicia su tránsito hacia Ítaca, porque, en medio de todo, conoce a determinados seres que lo van transformando. Recuerdo ahora el bellísimo capítulo de la isla de los lotófagos: aquel ser humano que necesita encontrarse a sí mismo —ese precepto délfico del “conócete a ti mismo”—, y sin embargo llega a una región en la que los hombres se alimentan de hojas de loto y lo olvidan todo. Y él, automáticamente, dice: “no comáis de esas hojas de loto, porque os olvidaréis de la patria, os olvidaréis de quiénes sois realmente”. Esa pérdida de identidad puede suponer en el ser humano una grave consecuencia: por eso creo que, en realidad, los mitos tienen una actualidad básica y válida, son lo que mejor puede explicarnos. Al fin y al cabo, el mito es una forma de comportamiento, una forma de concebir el mundo. Y, aunque nos duela reconocerlo, el mundo no ha cambiado tanto: en la época clásica, serían los dioses; ahora quizá sea un solo dios, pero siempre hay lotófagos, siempre hay hechiceras que nos transforman en cerdos, siempre hay Calipsos que te hechizan y te ofrecen la eternidad absoluta aunque, en el fondo, no te dan tanto. Yo, por tanto, por cuestiones vitales incluso, me mantengo siempre muy cerca de Grecia y me apasiona la literatura griega. Además, creo que el concepto de mito en Grecia está mucho más latente en las obras de grandes escritores, de muchos premios Nobel y, al mantenerme próxima a estos autores, los he acabado filtrando en mi obra. Aparte del dominio de la creación poética, la filología y la traducción son facetas sustanciales en tu recorrido más puramente académico: ¿cómo repercuten estas dos disciplinas en su poesía? ¿Hay influencias y ecos inconscientes e indirectos o, por el contrario, recurres a ellos de forma intencionada? Siempre he hecho un poco lo que me ha dado la gana y por eso me he dedicado al estudio de lenguas marginales: la lengua portuguesa, la lengua catalana y la lengua neogriega. Son todas de economías que han quebrado, o sea que imagínate mi objetividad a la hora de dedicarme a algo (risas). Pero, si me he dedicado precisamente a eso, es porque, cuando me entusiasma algo, me genera una especie de relación amorosa con ello. Recuerdo mis primeras lecturas de poesía catalana, por ejemplo, de cuando yo era adolescente, con quince o dieciséis años: fue Salvador Espriu el poeta que primero llegó a mí y había una sensación de epifanía, de ser feliz con la existencia de esos textos. A partir de ahí, se genera una sensación imperiosa de seguir indagando; de ahí que estudiara esas lenguas y, así, poder leer los poemas en su lengua original. Una anécdota muy bonita que tuve fue con el conocimiento de una de mis poetas de cabecera, Sophia de Mello, que, además, aparece citada en La palabra esperada: ocurrió la primera vez que fui a Lisboa, hace ya diez años. Me gusta mucho visitar las librerías de los lugares a los que voy, aunque no hable la lengua; en ese caso, todavía no sabía nada de portugués. Y en todas las librerías a las que iba, me aparecía un libro de Sophia de Mello; llegó un momento en que parecía que me llamaba. Había, además, una edición preciosa de la editorial Caminho, y recuerdo que abrí el libro al azar y encontré cuatro versos —al ser castellanoparlante, se podían entender—: fue una sensación de plenitud tal, que fue cuando empecé a estudiar portugués. Es decir, necesito estar en contacto con esos autores porque, al fin y al cabo, son prismas diferentes para mirar lo real, para mirar el objeto poético. Los cito, en parte, como asidero, porque a mí me genera bastante vértigo la página en blanco, el proceso de escritura como tal: hay una sensación bastante ambigua, de placer o de dolor; por tanto, al tener como referente esa lectura primigenia, me puedo sentir con algo de más tranquilidad. Me ha ocurrido con todas las lenguas a las que me he acercado para traducir. No olvidemos que la traducción es una manera de creación:

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“El poeta es un siervo del acto poético”. no podemos coger un diccionario y una gramática y traducir literalmente de una lengua a otra: hay algo que se llama esencia —en este caso, es la esencia de la poesía, que es lo que más traduzco—, la poesía se mantiene transparente, es como algo diáfano que aparece, pero que no se puede tocar, como un fantasma. Y el hecho de sentir, de aproximarte a ese texto, de pensar en una lengua que no es la tuya y de olvidar en parte la lengua de origen, es una manera de creación de sustratos de voces: vas desde la esencia hacia otra cosa que termina floreciendo en el papel. Algo muy personal y distintivo en tu obra poética es el ritmo. Se trata de una poesía cadenciosa, muy fluida y natural, sin conjunciones que interrumpan la corriente. ¿El ritmo es algo que trabajas mucho o tu acercamiento a él viene desde la intuición? Creo que el ritmo se trabaja; se necesita, por supuesto, una buena formación, unas buenas lecturas. En mi caso, le doy una importancia extrema al ritmo. A pesar de que escribo sin rima, sin formas métricas establecidas, sí me obsesiona el concepto de ritmo. De hecho, cuando algún amigo me deja algún libro que acaba de escribir, en lo único en que me fijo —no sé bien por qué—, es en el ritmo. Creo que sí que lo he trabajado, pero ha sido de manera inconsciente. Cuando convives tanto con las palabras —en mi caso, como traductora de poesía y como melómana que soy—, llega un momento en que estás trabajando de manera inconsciente. Cuando estoy escribiendo un poema y siento, en la lectura, que hay algo que se quiebra, una grieta, un giro, un silencio o una asfixia, incluso, siento que el ritmo está mal. Y, automáticamente, aunque la palabra se aproxime a lo que quería decir, termino por desecharla. Cuando se afina ese oído, las palabras se van llamando unas a otras: no todas las palabras pueden convivir con ellas. Y eso me ha llevado a darme cuenta de que el poeta vive completamente súbdito de aquello que escribe. Las palabras se van acoplando entre ellas; la poesía está por encima, es algo transparente: el poeta es como un médium que se dedica a trasladar todo aquello, pero es un siervo del acto poético como tal. ¿Cuál es tu postura respecto de la poesía que se hace en la actualidad y cuáles son los poetas del panorama reciente que destacarías? ¿Se podrían distinguir una serie de líneas de pensamiento, de preocupaciones e ideas que delimiten a

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ciertos grupos poéticos jóvenes de hoy en día? Los temas son los mismos; lo único que ha cambiado, quizá, puede ser el prisma o las influencias líricas o literarias que estos nuevos poetas pueden llegar a tener, pero, en realidad, se sigue hablando de lo mismo. Es verdad que yo me mantengo muy al margen y procuro no centrarme en escuelas ni en colectivos: rechazo generalmente la categoría o la etiqueta. No creo en las escuelas ni en las generaciones. Quizá, en el momento de crisis que estamos viviendo, es verdad que hay un florecimiento de una poesía mucho más inconformista; he notado un resurgir de una tendencia que me ha llamado bastante la atención, que era muy norteamericana, con un poso muy beat, de poetas como Burroughs o Kerouac. Más allá de ese regreso a lo beat conviven muchas tendencias: clásica, más “silenciosa”, experiencial... ¿Hay algún poeta que consideres como puente entre las tendencias anteriores, entre la “vieja escuela” y lo más reciente que se hace ahora? No creo que existan: hay poetas de mediana edad que han ido mutando su estilo y que podrían ser ellos bisagras de sí mismos; otros, que a lo mejor sí se han encasillado más en una generación o en un estilo o escuela determinada y creo que están condenados a la extinción, porque la poesía es como un ser humano: al igual que el hombre evoluciona, la poesía también evoluciona, hacia un lado o hacia otro. Seguir en la misma línea resulta cuanto menos sospechoso. Aparte de todo esto, hay otra vertiente que a mí me interesa y que es quizá más marginal, de poetas que se han mantenido siempre en la sombra, muy callados y fuera de estos focos. Estamos viviendo una época de demasiadas luces, en que el poeta mismo parece un personaje de la bohemia de los años ochenta, un actor de cine. Generalmente, esas personas que están perennes y presentes en todos sitios me suelen provocar mucho reparo; me interesan más esas voces situadas al margen, por haberse preocupado única y exclusivamente de su escritura, fuera de estruendos. Hay nombres muy interesantes actualmente, no solo en el panorama español, sino en el panorama extranjero, gente más o menos de mi generación. Hace relativamente poco leí a un poeta que me sobrecogió: es un poeta norteamericano, nacido en Ucrania, de origen judío, que se llama Ilya Kaminsky. Nació en 1977, por tanto es

una persona bastante joven, pero indica una madurez y una solemnidad en la voz, una firmeza admirable y que, desde luego, dista mucho de otras voces poéticas que están más pendientes de ese aparecer en una pasarela mediática. Como él, hay millones de poetas que actualmente leo con mucha devoción. Por ejemplo, hay otro descubrimiento poético muy llamativo: Miguel Veyrat. Es un hombre dedicado a la traducción, de una generación anterior, ya que nació en 1939. El último libro que ha publicado, Poniente, en la editorial Bartleby, es una joya de la poesía. Son estas voces que han querido mantenerse en el acto de creación nada más; quizá cuesta más llegar al panorama y cuesta más que la gente lo alcance. Yo, por eso recomiendo siempre a mis alumnos que vayan a una buena librería y que indaguen; que no se dejen llevar por las reseñas de los periódicos, por los programas de televisión, por los premios. Hay verdaderas joyas de gente no tan conocida que, incluso habiendo publicado en buenas editoriales, están más al margen; otro ejemplo sería el del gallego José Cereijo. Ya que hemos hablado de figuras que se mantienen al margen por diversos motivos, ¿cómo ves la figura de la mujerpoeta hoy en día? ¿Crees que hay alguna diferencia entre la producción de la mujer o la creación poética va más allá de cualquier condición? Como te dije antes, no me gustan las categorías. No creo ni en la poesía femenina ni en la poesía masculina. Es una especie de tópico que intento destruir constantemente. Yo, como mujer, reconozco que hay mucho machismo. Hay machismo social, y hay machismo dentro del mundo de la literatura, a pesar de que es un mundo que todos relacionan con un ámbito mucho más abierto o mucho más igualitario, pero, ¡en absoluto! Fuera de eso, no me suelen gustar esas categorías de “poesía femenina” o de antologías de mujeres, a pesar de que yo he sido incluida en alguna de esas antologías. No considero que ni mi poesía ni la poesía de otra poeta difieran de lo que pueda contar la poesía de un hombre. Si Safo hubiera sido un hombre, lo hubiéramos visto exactamente igual: es una gran poeta. Desgraciadamente, se ha mantenido a lo largo de los siglos como una especie de abanderada del origen de la poesía lírica y es verdad que muchas mujeres luego han estado silenciadas por su condición de mujer y muchas de ellas tuvieron que dedicarse laboralmente o espiritualmente a cosas que no les gustaron

“Creo en el poder destructivo y reconstructivo de la palabra”.

para poder leer. Tenemos el caso de sor Juana Inés de la Cruz o el de Teresa de Ávila. Y, luego, en el siglo XX, están los casos más sangrantes de poetas que han estado silenciadas. Yo siempre defiendo a María Teresa León, una grandísima escritora que ha estado siempre a la sombra de Rafael Alberti, cuando a mí me parece mucho mejor escritora ella que él. Y, como ella, hay millones de voces femeninas así: leo sus textos y yo no identifico que una mujer escriba con un útero y un hombre escriba con un pene. Me niego a pensarlo. No veo ningún tipo de diferencias: la poesía es y está. Y, luego, que los teóricos quieran sacar conclusiones: la mayoría son completamente erróneas y muy desafortunadas. Saint-Exupéry recuerda en El principito que “solo se conocen aquellas cosas que se aman”. En este sentido, ¿qué papel cumple en tu vida la poesía y la Filología? Yo, tras terminar la Selectividad, tenía completamente claro que quería estudiar Derecho: creía firmemente en que podría dedicarme a la escritura a pesar de no tener que estudiar Filología. No por estudiar Filología vas a escribir mejor; pienso en Joan Margarit, el poeta catalán, que fue también arquitecto y obtuvo el Premio Nacional de Poesía. A los veinte días decidí abandonar mi carrera de Derecho porque aquello no era lo mío. Me dediqué a la Filología porque, cuando alguien ama las palabras y las necesita, debe estudiar todo aquello. De ahí fue mi incursión en este mundo y por ese amor a ella, la Filología nunca me abandonó. Creo que hice lo que necesitaba hacer para conocerme a mí misma; no quiere decir que mi manera de conocimiento sea la única y sea la mejor: quizá hay gente que a través del Derecho o de la Medicina se puede encontrar, pero la vocación es eso: una llamada. ¿Cuáles son las líneas principales de tu próximo poemario o cuál es su eje vertebrador?

Es un poemario que quizá ha sido de los que más me ha costado escribir. Puede ser por las interrupciones vitales: es un libro extraño, no estaba acostumbrada a esa lucha tan férrea con el texto como la que tuve con este libro. En las aguas de octubre, que es su título, es un libro de base órfica. También influye en él el tema de la escritura de mi tesis doctoral: las lecturas filtran. Estuve unos años dedicándome al tema de la mística y trabajé bastante el orfismo; empecé a descubrir una realidad poética que me parecía bastante válida: el mito religioso de Orfeo y la base es el descenso como tal —no a los infiernos, pero sí el descenso. Otro de los temas principales es la muerte, vista no solo desde la perspectiva trascendental o física, sino la muerte de la propia escritura. Es un libro que habla mucho de la escritura y de aquello que se pierde con el propio proceso de la muerte. Creo que es uno de los libros más griegos, a pesar de que La palabra esperada ya era un libro marcadamente griego; es muy mítico y tiene esa filtración muy acentuada del mito a través de mi propia mirada. Las bases centrales, por tanto, son la muerte, los mitos, Orfeo, Perséfone… Toda esa imaginería del más allá que me atrae bastante como proceso de depuración, de conocimiento, de transformación. Está bastante marcado con un itinerario que va de la más absoluta oscuridad en lo que a imaginería se refiere, hacia un punto de claridad. Aparecen personajes muy simbólicos de ese “descenso”: personajes condenados a convertirse en alguien que ya no siente. Níobe, por ejemplo, acaba convertida en piedra por su soberbia y va dejando de sentir el cuerpo de su hija. Me refiero a ese tipo de muerte; luego se avanza hacia una esperanza, con espacios mucho más abiertos, con símbolos y metáforas como los pájaros y la naturaleza. También han influido algunos viajes que he hecho, sobre todo al sur de Europa, a Sicilia: aparecen varios motivos como el Etna y los yacimientos de Deméter. Siempre se piensa en la muerte, pero

con la idea de reinicio. Si Gracián exclamaba en su Arte y agudeza de ingenio: “¡oh, quién no supiera

escribir!”, hoy parece que todo el mundo sabe y puede hacerlo. Gracias a las nuevas tecnologías, a los blogs y a diferentes soportes cada día más novedosos, el acercamiento a la literatura es distinto y más sencillo. ¿Qué opinas al respecto? Tú misma tienes un blog de divulgación literaria… ¿Cómo crees que repercuten estos nuevos medios a la hora de crear y en la calidad de lo creado? Yo me he encontrado blogs con una altísima calidad literaria y no solamente blogs de creación, sino de recreación de textos ajenos, como puede ser el caso de mi perfil de blog; es un blog divulgativo, de conocimiento de la literatura. Sí reconozco que hay gente que tiene muchos prejuicios y que piensa que, por el mero hecho de que alguien publique sus textos en un blog, eso ya no merece la pena. Me parece algo muy contraproducente, porque la literatura no es eso: la literatura puede escribirse en un folio, en una enciclopedia, en un grandísimo ensayo, o no escribirse nunca. También me he encontrado blogs muy flojos, a los que se les da mucho bombo; no suelo tener prejuicios. Hay joyas de la literatura en soporte digital. De hecho, me parece una manera muy buena de dar a conocer a otros autores o de darte a conocer a ti mismo, para que la gente te lea. Hay quien cuelga en formato digital o en e-book gratuito sus obras: esa es la verdadera literatura, no enriquecerte con ello económicamente hablando, sino enriquecerte sabiendo que tu texto forma parte de la vida de otra persona.

Alexandra Chereches, con la colaboración de M. Paz y V. Enamorado

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