Acerca de la interpenetración de memoria e historia

June 13, 2017 | Autor: Luciano Alonso | Categoría: History, Historia, Memoria Histórica, Memoria
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Descripción

ACERCA DE LA INTERPENETRACIÓN DE MEMORIA E HISTORIA LUCIANO ALONSO (UNL - UNR) Primer Encuentro Nacional de Teoría Crítica “José Sazbón” Rosario, 18, 19 y 20 de Noviembre de 2010 Facultad de Humanidades y Artes – Universidad Nacional de Rosario Panel: Tras las huellas de Sazbón (Federico Finchelstein, Luciano Alonso y Horacio Tarcus, 18 de noviembre)

Pensar en el tipo de relación que todos nosotros –como facción de una comunidad académica, como clase específica dentro de un campo de contornos variables– podemos establecer con la obra de José Sazbón, me remite a la conocida expresión de Bernardo de Chartes según la cual somos “enanos montados a hombros de gigantes”. Dejando de lado las facetas humanas y el trato personal de José, suspendiendo su persona y centrándonos en esa obra densa y profunda, hay que reconocer que el corpus tan complejo y rico de sus textos puede ser entendido como una construcción que nos ayuda o nos guía hacia ulteriores desarrollos. Pero hay que tener en cuenta que la frase de Bernardo de Chartes estaba dicha para explicar por qué los pensadores modernos –esto es, los que se podían considerar modernos en lo que para nosotros sería la civilización medieval– podían ser mejores que los antiguos. Podían ver más allá, pero sólo porque los anteriores les prestaban una base firme para eso. Y en ese sentido la expresión no es para nada aplicable al caso de José Sazbón. Es muy dudoso que nosotros podamos ver mejor o más lejos que él. Las palabras huellas, legado, rescate, que resuenan en torno a su nombre en este encuentro suponen una pesada carga, porque sabemos que con toda seguridad no estamos a la altura de las circunstancias. Entonces hablar de la relación que podemos establecer con la obra de Sazbón no supone para mí mirar “más allá” de él, sino quizás tan sólo mirar hacia otro lado desde esa posición privilegiada, o incluso mirar hacia atrás, hacia mi propia experiencia, y poder revisarla. Quisiera por tanto poner en discusión una cuestión en la cual esos hombros me resultaron no sólo útiles sino también imprescindibles, sin que pueda decirse que mis planteos siguen estrictamente esas huellas, y que refiere a la revisión de las relaciones entre memoria e historia, entendiendo a esta última como historia rerum gestarum, es decir como modo de conocimiento del pasado. Adelanto que lo que voy a postular es una posición que no aparece literalmente como propuesta programática en los escritos de Sazbón, pero que en gran medida ha sido habilitada por sus observaciones y que es la idea de una interpenetración entre memoria e historia, o si se quiere de una relación dialéctica entre ambos términos que resulta infinitamente

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más fructífera que su distinción dicotómica. No pretendo con esto producir una intervención original, pero sí argumentar por qué es factible postular una posición que se aleje tanto de quienes defienden la distinción irreductible entre memoria e historia como de aquellos que suponen que la historia puede ser entendida como un arte de corte literario y remitida a un juego infinito de memorias contrapuestas. La profunda influencia de Sazbón en el tema de la relación entre memoria e historia en el campo historiográfico argentino no puede ser minimizada de manera alguna. No hace falta remitirse a su coordinación de la maestría que sobre esas cuestiones se dicta en la Universidad Nacional de La Plata o argumentar sobre su influencia en la formación de muchos investigadores que se dedican a lo que llamaríamos la historia reciente o la historia del tiempo presente. Basta tal vez con hacer un ejercicio que no he completado en su totalidad, pero que consiste simplemente en relevar las mesas o simposios de congresos argentinos de historia en los cuales la palabra “memoria” aparezca en el título o tenga una función relevante en la descripción. Con el paso de la mesa “Problemas del Conocimiento Histórico” de las Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia de Neuquén (1999) a la mesa “Historia y memoria: desarrollos y problemas” del encuentro de Salta (2001) se evidencia la temprana dedicación de Sazbón a esas cuestiones. Recién en la edición 2003 de esas jornadas, realizadas en Córdoba, aparecerá otra mesa que toque expresamente esos problemas y desde 2004 serán un componente esencial de las Jornadas de Trabajo en Historia Reciente y en otros congresos. No quiero decir con esto que aquí y allá no se hubieran gestado antes grupos y líneas de trabajo que estudiaran la relación entre historia y memoria, o que no hubiera ya muchas tesis y publicaciones que abordaran esas cuestiones, como queda ejemplificado en distintos momentos por revistas como Punto de Vista, El Rodaballo o Políticas de la Memoria del CeDInCI. Lo que quiero expresar es que la condensación de un cierto estado de discusiones en el campo historiográfico acerca del vínculo problemático entre los dos términos fue algo a lo que se llegó muy tardíamente en Argentina. Mucho más tarde, pongamos por caso, que en los ámbitos hermanos de la sociología y de la antropología, que no solamente se ocuparon de ese tema sino de la misma historia reciente con antelación a los historiadores –que todavía parecemos necesitados de justificación cada vez que abordamos hechos sociales de menos de cincuenta años de antigüedad–. Por lo menos desde su trabajo de 1989 sobre la revisión antihistoricista de la Revolución Francesa, José Sazbón construyó una línea de análisis en la cual la memoria en sus diversas variantes era concebida como un objeto de reflexión en vínculo con la historiografía, y eso es algo que entre nosotros se impuso como espacio de indagaciones con mucha posterioridad. Y lo que con seguridad abruma a todos los que nos acercamos a sus escritos de los ’90 y los 2000 es la precisión, la erudición y la minuciosidad a las que llegó en el desguace de las propuestas que provenían principal pero no únicamente del ámbito académico francés. 1 Estimo entonces que es a partir de ese análisis que hay que entender el abordaje de la relación entre memoria e historia que encaró Sazbón, porque en gran medida puede ser leído como una respuesta a la dicotomía y a la fragmentación propuestas por François Furet y los autores vinculados con sus posiciones, o también como un derivado lógico de su

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José SAZBÓN, Historia y representación, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes, 2002; Seis estudios sobre la Revolución Francesa, La Plata, Al Margen, 2005; Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes, 2009.

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revisión de las relaciones entre estructuralismo e historia y de la deriva del estructuralismo al post-estructuralismo. Sazbón realizó un amplio periplo por el revisionismo historiográfico francés representado por esa “galaxia Furet”, diferenciándolo de sus correspondientes anglosajones y entroncándolo muy especialmente con lo que consideraba el manifiesto precursor de la reacción antihistoricista, que vendría a ser el último capítulo de El pensamiento salvaje de Claude Lévi-Strauss, publicado en 1962. 2 Para ese análisis partió de la distinción de Mona Ozouf entre la conmemoración de la Revolución Francesa, que suponía para ella un ritualismo inútil y una homogeneización de valencias y protagonistas disímiles en función de una memoria celebratoria, y lo que ella postulaba como una necesaria rememoración, analítica y constructora del acontecimiento en una relación de alteridad, que vinculaba a una memoria historiográfica ajena a las emociones. Esa distinción clara –que se torna en Ozouf confusa por el uso ambivalente de la palabra “memoria”–, separa al historiador de la participación en el mundo social y postula una objetivación completa del acontecimiento, que debe ser pensado a partir de un extrañamiento, de una separación completa entre sujeto y objeto del conocimiento. En sus estudios sobre el modo en el cual la “galaxia Furet” trató la Revolución Francesa, Sazbón desmontó minuciosamente un modo de significación que se proponía explícitamente acabar con la memoria social y cultural de los acontecimientos revolucionarios, esto es, anularlos como elementos relevantes de la conciencia histórica de la sociedad francesa y como incidencia configuradora del futuro. El dictum de Furet que reza “La Revolución Francesa ha concluido” puede ser leído como un intento de dar por concluida la actualidad del acontecimiento monstruo de la modernidad avanzada, y al mismo tiempo como un exorcismo contra el jacobinismo y la herencia genuinamente revolucionaria de los acontecimientos de 1789 a 1794. En ese proceso de análisis Sazbón mostró cómo a partir de la lógica lévi-straussiana se producía una segmentación de la continuidad histórica, un desacople entre niveles de interpretación y cronologías de acontecimientos que en la terminología de un estructuralismo centrado en la forma y carente de una verdadera aprehensión del mundo social e histórico se presentaban como códigos distintos, que no podían ser puestos en contacto. La descomposición del objeto y la negación de la posibilidad de comprender el proceso revolucionario como un todo era el correlato, y a la vez la condición, de una operación de separación de los elementos indeseables de raíz democrática y popular respecto de lo que se entendía en términos de Furet como el cauce objetivo y normal del movimiento hacia el liberalismo. El jacobinismo no podía ser recuperado entonces como componente de un contexto complejo y actor consciente de un proceso histórico, sino que era simplemente un derrape (un dérapage) del cauce liberal. No hay que estar muy versado en los clásicos de la tradición marxista –o mejor, en sus originales marxianos – para ver que esa fragmentación está dirigida en contra de la pretensión de concebir los fenómenos sociales en términos de totalidad. Una totalidad que como Marx lo planteó explícitamente no puede ser confundida con el conjunto de los hechos o acontecimientos, sino que es un supuesto de conjeturas relacionales. Una totalidad que en términos de Hugo Zemelman se establece como una posición epistemológica, y a la que desde una perspectiva muy diferente puede

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Claude LÉVI-STRAUSS, El pensamiento salvaje, Fondo de Cultura Económica, México, 2006.

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vincularse con una intención de representación coherente y por tanto una actitud estética que se aprecia en la hermenéutica de Reinhardt Koselleck. 3 La embestida contra la noción de la totalidad creó el espantajo de un conjunto compuesto por todo lo ocurrido, imposible de aprehender y signado por la multiplicidad infinita de los acontecimientos, algo de lo cual no habló prácticamente ningún filósofo de la matriz hegeliana pero que era adecuado para denunciar la futilidad del enfoque y proponer su reemplazo por un conocimiento sesgado que se postulaba como más objetivo. Conocimiento que extrañamente era aquel que Marx había criticado como propio de la economía política clásica en el inicio de su famoso apartado sobre el método. 4 O sea, un saber sesgado construido por un pensamiento más clasificatorio que relacional, más disgregante que dialéctico, más apegado al código que a la realidad. Pero como se ha dicho –y esto importa muy especialmente a lo que nos ocupa– Sazbón destacó cómo la elaboración científica construida por Furet y su “galaxia” en la matriz lévi-straussiana implica un distanciamiento, una mirada etnológica que trata de alejarse del objeto y que expresamente renuncia a bucear en la experiencia interior de los actores. Para Furet, habría un divorcio absoluto entre el sentido de la “historia objetiva” de la revolución y el sentido “que los revolucionarios dieron a su acción”. A su vez, las memorias de la revolución –y en especial la memoria encarnada por la tradición neojacobina– le resultan molestas a los fines de la interpretación porque tienden a establecer una continuidad que entiende perniciosa entre el estudioso y la materia estudiada. En consecuencia, el modelo de la etnología y la observación debe reemplazar al de la historia y la participación. En ese desarrollo Furet desligó la radicalización revolucionaria de sus condiciones históricas y la remitió a la deriva de una producción imaginaria, proponiendo el circuito semiótico como única explicación de la política. Fragmentando el proceso revolucionario, interpretando a la revolución como mito y marginalizando su incidencia en la historia francesa y universal, Furet produjo, en palabras de Sazbón, un dispositivo heurístico con “el doble efecto reductivo de extinguir tanto las justificaciones de los protagonistas de la Revolución como las razones de quienes reivindican su herencia” 5. Entre los allegados a esa constelación destaca Pierre Nora, cuyo emprendimiento de Los lugares de la memoria6 fue interpretado por Sazbón como un derivado lúdico de ese proceso de fragmentación y anulación del pasado. Los textos compilados por Nora están marcados por una premisa general que será la extinción de la conciencia histórica, la anulación de la memoria como captación viva de una permanencia. Lo que antes podía concebirse como interiorización del pasado se difumina en un mundo de cambios acelerados y se convierte en una colección de objetos extraños –y nunca más claro el término cuando se habla de monumentos, marcas territoriales, sitios–, que los historiadores conforman como objetos de estudio claramente separados de su propia subjetividad. La memoria aparece como algo museístico, inerte, residual, como un capital agotado de la memoria colectiva que ya puede ser trasmutado en curiosidad académica. Mediante el agotamiento de lo social, de lo colectivo, de lo

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Hugo ZEMELMAN, Los horizontes del la razón. I - Dialéctica y apropiación del presente. Las funciones de la totalidad, Anthropos / El Colegio de México, México, 1992; Reinhart KOSELLECK, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Ed. Paidós, Barcelona, 1993. 4

Karl MARX, Introducción general a la crítica de la economía política, Pasado y Presente, Córdoba, 1972.

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José SAZBÓN, Nietzsche en Francia.., op. cit., p. 86. El párrafo siguiente se basa en ese texto.

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Pierre NORA dir., Les Lieux de mémoire, Paris, Gallimard, 1984-1992.

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englobante, para Nora la memoria se transforma en historia, que vendría a ser su contrario: una actividad académica con espíritu autocrítico que se realiza de manera voluntaria, individual y subjetiva. Frente a esa marginación histórica de la Revolución Francesa y al postulado de un “enfriamiento” de la historia, que ya no serviría en manos de los profesionales de la disciplina para potenciar pensamientos y acciones con contenido social emancipatorio y sería tan sólo una gratuita exploración individual, José Sazbón propuso no sólo el desmonte de las operaciones discursivas y los postulados subyacentes a esas posiciones sino incluso una mirada diferente respecto de las memorias posibles. En particular, estudió las memorias de la Revolución en tres niveles o dimensiones: el de la memoria individual, el de la colectiva y el de la cultural. No voy a tratar aquí de reseñar sus estudios –lo que sería imposible dada su densidad y profundidad– pero es conveniente recordar que presentó el análisis de casos que mostraban cómo distintos exponentes o ejemplos de estos tipos de memoria permitían concebir cuadros unitarios con definidas configuraciones de sentido. Así, su revisión de las memorias individuales de protagonistas como Antoine Barnave o Madame de Stäel mostró como el yo del autor se recortaba en la trama plural de un acontecer sintéticamente decantado. Luego, su análisis de las memorias colectivas pasó por reseñar el modo en el cual la memoria social de la Revolución constituyó en Francia un dispositivo de configuración de las formas políticas, de los vocabularios de la acción y de las identidades, y luego las formas en las cuales otras memorias colectivas se apropiaron de la historia francesa como insumo de una autoconciencia emancipadora. Las recuperaciones producidas por los movimientos sociales europeos desde las intelecciones políticas de Marx y Engels en adelante, presentaban para Sazbón una constante actualización del contenido revolucionario, nuevamente activado en ocasión de las revoluciones rusas. Por fin la memoria cultural de la Revolución, entendida como una actividad del presente mediante el cual el pasado es redescripto e incide configuradoramente sobre el futuro, habría sufrido un vuelco manifiesto desde la segunda posguerra mundial. Subsistiendo como rito cívico, la memoria cultural del acontecimiento se alejó de las potencialidades de un discernimiento político mientras se apartaban correlativamente las esperanzas de un relevo socialista del capitalismo, y fue reinterpretada por las tendencias intelectuales dominantes como un escenario histórico remoto que podía ser objeto del estudio profesionalizado en igual medida –acotaría yo siguiendo a François Dosse 7– que las maneras de sentarse a la mesa entre los campesinos del Poitou o las estructuras sintácticas de la poesía provenzal. Algo que en principio no necesita de más justificación que el interés por una producción social humana, pero que no por eso puede negarse a la captación de la importancia cardinal de ciertos hechos sociales en la construcción de la modernidad. Esos abordajes que Sazbón propuso de las memorias sobre la Revolución permiten conjurar la propuesta de un pensamiento segmentado que sólo se referencia a los códigos o a los textos, como en la deriva del estructuralismo al post-estructuralismo que él mismo analizó, reinstalando la posibilidad de captar unidades de sentido en el devenir histórico. Pero a su vez instalan una lectura del vínculo entre memoria e historia que no puede ser remitida a la alteridad irreductible que campea entre quienes hoy ven en la historiografía una profesión adaptada a reglas que evitan la contaminación de las memorias volubles y sin regulación, vitales o decaídas, de un

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François DOSSE, La historia en migajas. De “Annales” a la “Nueva Historia”, Ed. Alfons El Magnànim, Valencia, 1988.

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mundo social y en formas de individuación en los que pareciera que los historiadores no participan. En ese sentido, la elogiosa mención que Sazbón realizó en el final de uno de sus artículos al modo de articulación entre memoria e historia propuesto por Raphael Samuel resulta iluminadora. Referenciándose al original inglés de Teatros de la memoria, 8 Sazbón destacó la opción diferencial que representaba Samuel. Si éste compartía con Nora una preocupación por la exploración de las articulaciones entre memoria e historia, sus desarrollos partían de premisas, motivaciones y contextos de producción muy distintos, y a su vez se alejaban de la autocomplacencia cultural del historiador francés. Vinculado a una práctica intelectual participativa y a un proyecto socialista, Samuel se ubicaba en las antípodas de las posiciones profesionalistas y liberales de la “galaxia Furet”. Así, la memoria aparecía como una reserva de sentido constantemente revisada y revisitada de la cual se podían extraer recursos emancipatorios, en tanto que la historia se presentaba no como una prerrogativa o invención del historiador individual sino como una forma social de conocimiento, de la cual participan archiveros, bibliotecarios, restauradores, indexadores, correctores de estilo, lectores de pruebas, coleccionistas, cronistas populares, operarios de las más variadas profesiones y un sinnúmero de agentes en procesos al mismo tiempo colaborativos y conflictivos. En diversas ponencias y en su programa del seminario sobre “Historia y memoria” que presentó conjuntamente con Daniel Lvovich en 2007, 9 Sazbón trabajó con mucha mayor precisión la distinción entre diversas formas de la memoria. En particular, propuso la distinción de cuatro modos de la memoria histórica, revisando un concepto cardinal de Maurice Halbwachs. Estos fueron: 1) Una memoria depresiva, vinculada con la idea del pasado como una reserva de fases históricas de plenitud y excelencia luego perdidas tras procesos de crisis y decadencia. 2) Una memoria paradigmática, que construye y rescata el pasado como ejemplaridad, a veces vinculada con la idea de excepcionalidad y frecuentemente idealizadora. 3) Una memoria redentora, que ve en el pasado una historia inconclusa y que encuentra su máxima expresión en el rescate simbólico de los vencidos y de las figuraciones utópicas; y 4) Una memoria conmemorativa, que fija el culto del pasado bajo formas institucionalizadas o autónomas. En todos los casos Sazbón se preocupó por considerar las características historiográficas que asumían esas memorias, pero poniéndolas en contacto con modos memorialísticos que se producían y circulaban por fuera de la academia. Y en todos encontró además enlaces con la acción social, sea en sus potencialidades emancipadoras, sea en la articulación de dispositivos de reproducción del orden. Es relevante destacar que ante una pregunta tras su exposición de esas cuatro formas de memoria en el marco de las Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia

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Raphael SAMUEL, Teatros de la memoria. Pasado y presente de la cultura contemporánea, Prensas Universitarias de Valencia, Valencia, 2008.

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Sazbón venía ofreciendo con anterioridad ese seminario en la Maestría sobre Historia y Memoria de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Nacional de La Plata, siendo ése el último programa que elaboró.

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realizadas en 2005 en Rosario, planteó expresamente que ellas estaban presentes en la actividad historiográfica de quienes en nuestro medio nos dedicamos a la historia del pasado reciente. Y que esa presencia no era unívoca, distinta, sino que por el contrario las cuatro formas se entrelazaban en producciones preocupadas tanto por el sentido del pasado como por la proyección ideológica y política de las reservas de sentido que podían recuperarse. El conjunto de esas consideraciones que Sazbón desarrolló en torno a la relación entre historia y memoria me resultó, para utilizar una expresión que era de su agrado, “servicial y estimulante”. Para mostrar el nexo entre esos planteos y mis propias reflexiones respecto de esa relación, debo realizar ciertas referencias a mis opciones historiográficas de los últimos años. Hacia inicios de los años 2000 realicé una suerte de vuelco en mis estudios y una intensificación de las tareas de investigación y escritura, que en inmensa medida estuvieron habilitadas por el empuje que recibí del propio Sazbón, como lo he aludido en otra parte 10. En ese viraje comencé a centrar mi trabajo en el movimiento por los derechos humanos, tratando de objetivarlo en términos sistémicos. Mis matrices interpretativas pasaron –y en gran medida aún pasan en aquello que resulta pertinente– por la teoría de los sistemas-mundo, sobre todo en la versión de Immanuel Wallerstein, y por las categorías analíticas propuestas por Charles Tilly. Sería en este punto conveniente reconocer que esta parte de mi exposición puede ser entendida como una respuesta (muy) tardía a la imputación de “estructuralista” que en tono de broma me realizara en esta misma facultad un par de años atrás Cristinta Viano, en ocasión del panel de presentación de la revista Prohistoria número 11. Lo que a Cristina le resultaba casi escandalizable en esa ocasión era que hablara de la inevitablemente mal llamada “historia reciente” en términos casi puramente objetivistas, enfatizando que una época no puede definirse por la conciencia que los agentes tengan de ella. 11 No sé si en esa ocasión el mote de “estructuralista” era un epíteto jocoso, la indicación de una cierta traición a la subjetividad de los agentes sociales o una descripción neutra, pero lo cierto es que no me parece para nada inconveniente. A condición, claro, de especificar de qué estructuralismo hablamos: primero de un estructuralismo como el que José Sazbón reconocía en Ferdinand de Saussure, en el cual el sistema que otorga sentido a cada uno de los elementos que lo componen es inherente al mundo social e histórico y no puede ser pensado como un conjunto de reglas de funcionamiento ajenas a la conciencia individual y a la praxis social; segundo un estructuralismo que reconoce la capacidad de agencia individual y colectiva y que entonces encuentra en esa praxis social la génesis y las claves de la mutación histórica de las propias estructuras; en términos de Pierre Bourdieu, un estructuralismo constructivista. Esa tendencia a considerar los componentes concretos, subjetivos y constructivistas me llevó siempre a matizar el abordaje sistémico más duro y a tratar de combinar los parámetros interpretativos de la teoría de los sistemas-mundo o las clasificaciones propias de la sociología histórica de Charles Tilly con las dimensiones culturales y las manifestaciones fenoménicas. Escribo incluso una tesis de maestría pensada desde la

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Luciano ALONSO, “Una deuda intelectual desde una universidad de provincia”, en AA. VV., Homenaje a José Sazbón, Buenos Aires, IDAES / Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP / CeDInCI, 2009.

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Luciano ALONSO, “Sobre la existencia de la historia reciente como disciplina académica: Reflexiones en torno a Historia reciente. Perspectivas y desafíos de un campo en construcción, compilado por Marina Franco y Florencia Levín”, en Revista Prohistoria Nº 11, Rosario, 2007.

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noción de movimientos antisistémicos de Arrighi, Hopkins y Wallerstein en la cual los epígrafes de los distintos capítulos son fragmentos de Heráclito de Éfeso, como para sugerir en cada punto el modo de abordaje de una dialéctica de los acontecimientos, sin que ello implique dejar de lado la posibilidad de pensar los hechos sociales examinados en términos de análisis de los componentes de un sistema. 12 Pero en un principio traté de mantener un alto grado de distancia respecto del movimiento social que analizaba, sea como actitud epistemológica, sea como modo de recortar el enfoque por una cierta contención temática. Eso suponía estudiar el agente colectivo a partir de los procesos de movilización y dejar de lado la cuestión de la memoria. Prontamente ese intento se demostró infructuoso. Si hemos de concederle a Wallerstein el acierto que presupone admitir la primacía del objeto de estudio, aún cuando sepamos que es un constructo del investigador, este es un caso en el cual se puede apreciar cómo el objeto se impone literalmente al sujeto que lo investiga y lo obliga a una relación dialéctica. En principio, la distancia analítica se difuminó frente a la incidencia que la investigación tenía en la dinámica de algunos componentes del movimiento social analizado. En el mismo movimiento de Derechos Humanos la producción que uno realiza tiene un impacto, al presentar una lectura exterior que está producida en un ámbito con criterios de verdad y de validación diferentes. Se puede apreciar que el proceso de cambio social que se está estudiando es algo en lo cual uno empieza a tener también una participación y los militantes establecen un intercambio discursivo con una producción académica que colabora en una continua revisión de los marcos identitarios. Probablemente el ejemplo más elocuente no sea el de las múltiples entrevistas a miembros de distintas agrupaciones argentinas, sino la realización de un grupo focal con integrantes de la agrupación uruguaya “Memoria en Libertad”, que se estaba conformando al momento de ese registro y que aprovechó la ocasión para poner en discusión elementos que hacían a su propia constitución como colectivo. Por otro lado, la tarea de investigación tuvo efectos en la reconfiguración de mi propia subjetividad. Me eximo de mayores detalles, pero recuerdo aquí que el establecimiento de un diálogo entre la producción académica y la producción de sentido a nivel del movimiento social es algo que no sólo repercute sobre la segunda, sino que también pone en cuestión a la primera y que incide en el propio investigador. Y por fin, ese recorte temático que dejaba afuera del visor la cuestión de la memoria resultó absurdo, porque al plantearse el movimiento por los derechos humanos casi como un puro portador de memoria era inevitable que los modos de su construcción, circulación y mutación fueran un problema de primer orden para comprender al agente colectivo. En el marco de puesta en cuestión de la relación sujeto / objeto de conocimiento que acabo de describir, la irrupción de la memoria supuso lógicamente la problematización de su relación con la historia. Y en este punto es dónde las observaciones de José Sazbón y muy específicamente sus referencias a los textos de Raphael Samuel y sus distinciones respecto de la memoria histórica me permitieron desmontar una concepción dicotómica que ve a la memoria como la alteridad negativa de la historia.

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Luciano ALONSO, El movimiento por los derechos humanos en Santa Fe: sujeto local y cambio social en el contexto del sistema-mundo, tesis de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Litoral –

Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales / Facultad de Humanidades y Ciencias, 2008. Con posterioridad a la presentación de esta ponencia, el texto se publicó, con algunas modificaciones y manteniendo los epígrafes aludidos, como Luchas en plazas vacías de sueños. Movimiento de derechos humanos, orden local y acción antisistémica en Santa Fe, Prohistoria Ed., Rosario, 2011.

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Lo que Samuel me ofrecía era, por un lado, una concepción del trabajo historiográfico a partir de un análisis de las condiciones reales de su producción y por el otro el reconocimiento de multitud de formas culturales híbridas, de las cuales la historiografía académica era apenas una de ellas. Con mayor pretensión de cientificidad, con créditos específicos en función de las reglas de un oficio, pero no por eso ética y políticamente superior a las múltiples formas del “saber extraoficial” y de la “memoria popular”. La hibridación de tradiciones, modos de trabajo y significaciones aparecía como un horizonte posible de contenidos plurales, entre los cuales encontrar elementos movilizables en sentidos emancipatorios. Y eso se realizaba en el marco de un reconocimiento del papel de la teoría y de su correlato en la información empírica, de los aportes del estructuralismo y al mismo tiempo de la improcedencia de una “retirada al código” o “al texto” que evacuara la capacidad de agencia de los sujetos históricos. 13 De algún modo, los postulados centrales de Samuel eran tanto congruentes con los análisis de Sazbón como útiles para esclarecer los problemas que yo me planteaba. Brindaban una lectura antirreduccionista y correlativamente materialista de la disciplina y de su relación con las memorias sociales, permitiendo eludir la memorialización y musealización del pasado que se nos propone cotidianamente. Por otra parte, la noción de memoria histórica tal cual aparecía en las referencias sazbonianas me permitía revisar la presentación dicotómica que –en una época ya pretérita de la disciplina y con la coetánea crítica de Marc Bloch– había realizado Maurice Halbwachs. Para el sociólogo francés las memorias colectivas son plurales, no establecen claros distingos entre el presente y el pasado, se transforman o segmentan en función de los grupos sociales, las similitudes o semejanzas pasan en ellas al primer plano y las permanencias son lo más destacado. Por oposición, la memoria histórica tiene una pretensión sintética, una dirección única otorgada por los estudios disciplinares progresivamente mejorados y se orienta principalmente a la identificación de cambios en procesos que son mirados desde fuera. Esa distinción tan clara fue puesta en cuestión en cada una de las clasificaciones que propuso Sazbón. Y esos cuestionamientos eran congruentes con las observaciones que yo podía realizar sobre mi propia práctica historiográfica, que no consideré jamás sintetizable con los desarrollos de historiadores profesionales de los cuales me alejo, que estimo en diálogo constante con formas de historización propias de las memorias colectivas, que reconozco como una labor realizada desde de mi propia inscripción en procesos históricos que guardan actualidad más allá de cuan atrás se remonten en el tiempo y que entiendo debe dedicarse tanto a los cambios como a las permanencias. Esos aportes me conducen actualmente a tematizar la relación entre memoria e historia en términos de interpenetración. Muy brevemente y casi sin argumentación convalidatoria, más al estilo del punteo de cuestiones propias de un programa de debates a futuro que de una propuesta cerrada, quisiera culminar esta presentación con el esbozo de cuatro aspectos centrales por los cuales podría pasar un abordaje tentativo de ese entramado: 1) La relación entre sujeto y objeto en el proceso de conocimiento sobre lo social como pista para pensar el cruce entre la memoria y la historia: La premisa básica de toda investigación social que evite las dicotomías irreductibles entre sujeto y objeto se encuentra en la Primera tesis sobre Feuerbach, en la cual Marx descartó tanto el idealismo como el materialismo contemplativo, proponiendo la 13

Raphael SAMUEL, “Historia y teoría”, en Raphael SAMUEL ed., Historia popular y teoría socialista, Ed. Crítica, Barcelona, 1984.

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aprehensión del objeto a partir de una captación activa por parte del sujeto.14 Y es importante reconocer que el sujeto del conocimiento sobre lo social es plural, múltiple, constantemente cambiante, y que como todo sujeto es pasible de ser objetivado. Pierre Bourdieu, quien en el El sentido práctico recupera expresamente la tesis marxiana mencionada, propuso el recurso alternativo a momentos objetivistas y subjetivistas en la investigación social. 15 En el primero el investigador trabaja sobre aquello que puede identificar “objetivamente” en dimensiones sincrónicas o diacrónicas y en el segundo considera las representaciones de los agentes individuales y colectivos acerca del mundo social. Y esa circularidad del método que trata de captar las cualidades estructurales y las de la acción se completa con la propia objetivación del sujeto que objetiva. Pero a su vez, el sujeto que objetiva puede ser objetivado por otros sujetos. Entonces atribuir la cualidad de sujeto en las investigaciones históricas y especialmente en la historia del tiempo presente –es decir, de un agente inserto en determinadas estructuras y al mismo tiempo portador de subjetividad–, es algo que supera con mucho la díada clásica de la sociología del conocimiento y se abre a un entramado infinito. Yo soy sujeto frente al movimiento social que estudio, pero el movimiento es sujeto frente a mí, frente a otros agentes, frente a otras potencias. La memoria y la historia son esencialmente prácticas sociales que permiten la aprehensión del mundo por distintos sujetos, y como tales suponen tanto la construcción objetos de conocimiento como la existencia de sujetos pasibles de objetivación. Y los insumos producidos en esas prácticas están en constante trasvasamiento. Es correcto que la memoria fue la anterioridad fundante de la historia, pero a partir de la coexistencia de ambas en ciertas coordenadas espaciotemporales revierten la una sobre la otra de las más variadas maneras y de modos entrecruzados. Allí donde el objetivismo tematizó la conversión de memoria en historia y la evacuación de la experiencia interior de los actores, podríamos hoy postular la unidad de los opuestos en una serie de trasvases recíprocos. A diferencia de lo que planteaba Pierre Nora, memoria e historia se convierten la una en la otra y no sólo en una única dirección. Pero debemos recordar que los opuestos son tan solidarios como lógicamente contradictorios. Su unidad es siempre complementaria, en tanto siguen distinguiéndose a pesar de los trasvases. La interpenetración de memoria e historia no supone su homologación o confusión. En este contexto, las memorias individuales y colectivas son un insumo del historiador y al mismo tiempo son parte activa de las configuraciones sociales donde se producen sentidos, porque componen los marcos imaginarios con los que se orientan los agentes. Y como productos de configuraciones complejas, las memorias están también constituidas con el recurso a los desarrollos de la historia, que responde a prácticas sociales institucionalizadas. En otras palabras, la historia crea memorias y los historiadores mismos son objeto tanto de la historia de la historiografía como de las memorias sociales. Cabría preguntarnos, ¿cómo se recordará a Furet en Francia? ¿Serán esas memorias un puro efecto de la crítica historiográfica o se articularán de manera compleja en el cruce de la disciplina con sujetos y prácticas extra disciplinares? ¿Quién recordará qué y cómo lo hará? La respuesta nunca será simple. 14

Karl MARX, “Tesis sobre Feuerbach”, en Karl MARX y Friedrich ENGELS, La ideología alemana, Buenos Aires, Pueblos Unidos, 1985.

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Pierre BOURDIEU, capítulo “Estructuras, habitus, prácticas”, en El sentido práctico, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.

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2) La definición de lo que la historia es en tanto disciplina como algo que merece ser debatido: Puede parecer remanido discutir qué es la historia como historia rerum gestarum, pero es algo que está en discusión permanentemente y que organiza una lucha de significaciones en la que se juegan intereses, deseos, beneficios materiales o simbólicos y hasta componentes identitarios y formas de la subjetividad. Los historiadores profesionales, aquellos que mantienen posiciones dominantes en un campo intelectual dado, ofrecen una respuesta escasamente clarificada pero operante aunque sea de un modo subyacente en los debates sobre la calificación de una producción cultural que pueda ser nombrada como historia. Para ellos la historia es aquello que ellos dicen que es la historia. Desde una perspectiva pragmatista, lo reconocido por los historiadores es la historia y la historia es eso que hacen los que son reconocidos como historiadores. No hay que ser muy crítico para observar que el pragmatismo es la vía de construcción de una historia elitista, no porque como en la historiografía decimonónica tenga a las élites como único objeto de reflexión sino porque pretende tornar a los propios escritores de la historia insertos en estructuras académicas burocráticas en una élite intelectual que decide qué puede ser llamado historia y qué no, cuál es la historia consagrada y cuál la descartable. Esa actitud se convalida por la aplicación de criterios que se suponen objetivos, aunque lógicamente no lo son sino que resultan de opciones ideológicas y políticas, y en su concreción práctica supone la satisfacción de intereses concretos, sea en el plano de la fantasía en tanto reconocimiento social del individuo calificado como historiador, sea en el plano más estomacal de las ventajas y beneficios obtenidos en términos editoriales, laborales o empresariales. Contra eso estimo que hay que defender la noción de Samuel de la historia como una producción colectiva, vinculada a materialidades relacionales y objetuales concretas. La historia –entendida en sentido amplio y no sólo como disciplina científica– es más que aquello que los historiadores académicos hacen. En tanto recreación del pasado, incluye una serie de discursos y representaciones que vehiculizan la memoria y que incluyen las verbalizaciones de los actores, los “lugares de memoria” o monumentos en el sentido amplio, las prácticas diferentes de la producción de discursos, lo gestado en el marco de otras prácticas disciplinarias y publicado con características o en ámbitos no reconocidos según los parámetros académicos, etcétera. Desde la perspectiva de la historia como modo de conocimiento disciplinar con recurso a ciertos métodos y técnicas de aplicación en los ámbitos académicos, podríamos convenir en que puede tener tanto una función científica como una función crítica. Me eximo de comentarios sobre esas dimensiones, que a pesar de todo no habría que dar por supuestas, para proponer que en la cuestión puntual de la relación con otros modos de conocimiento del pasado y con las memorias individuales y colectivas la historia-disciplina puede (o debe, si se quiere) guardar una función traductora. La historia puede traducir discursos y prácticas que proveen dotaciones de sentido diversas, mediando entre las formas de significación de distintos agentes. De mi parte, se trata también aquí de recuperar la noción del trabajo intelectual según Pierre Bourdieu, destinado a oficiar de traducción entre agentes movilizados en pro del cambio social emancipatorio. Aquellos que hemos llegado a encontrarnos en espacios académicos como éste por una deriva también historizable del proceso de división del trabajo social, quizás podamos pensar a la historia como una práctica traductora. El conocimiento histórico no significa nada para el pasado –en sí, este ya pasó– pero puede ser mucho para el presente y para el futuro si contribuye a hacer manifiestas las significaciones pasadas.

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En ese camino, las memorias no constituyen una alteridad que la historia disciplinar deba evitar sino un conjunto de insumos portadores de significaciones que hay que traducir a quienes no las comparten, retraduciendo a quienes sí las comparten las significaciones que pueden producirse en contestación. 3) La renovación de la conceptuación inscripta en el sintagma “memoria histórica”: A partir de Halbwachs, al menos, la noción de “memoria histórica” hace referencia a una memoria informada por la historia disciplinar. Esa concepción es útil y operativa en sus líneas generales y podría afirmarse que la memoria histórica sería hoy un lugar imaginario donde la memoria colectiva se realiza con los insumos provistos por la historia. Pero tendríamos que poner muchos plurales en la expresión de esa relación. Con seguridad, en ninguna sociedad hay una única memoria histórica. Por otro lado, la expansión de la memoria histórica en sociedades de la información no puede ser comprendida como anulación de la memoria o como simple conversión de la historia en la memoria vigente. Lo que los agentes individuales y colectivos pueden recordar y cómo lo hacen sólo depende en cierta medida de la producción historiográfica. Me animaría a decir, en bastante escasa medida salvo en algunos pocos aspectos o temas de principal trascendencia social sobre los cuales es frecuente que distintos agentes abreven en la historiografía para sostener sus respectivas posiciones. La expansión de la memoria histórica produce una inversión de la anterioridad fundante de la memoria, pero no ajusta a esta última a lo que los historiadores querrían establecer como significaciones valederas que merecerían ser recordadas. La cuestión de la memoria histórica se articula con la noción de historia del tiempo presente. No puede haber memoria histórica allí donde lo pasado no significa nada para las generaciones vivas; eso sería sólo un oficio de anticuario o una historiografía que tiende al solipsismo. Correlativamente, la activación de la significación del pasado es una de las funciones de la historia en relación con la memoria. Creo que algunos de los planteos de Julio Aróstegui respecto de la historia del tiempo presente pueden ayudar a conformar una visión más operativa de las memorias históricas, revisando la posición del investigador, la interacción generacional y la variable dimensión temporal en la producción de un conocimiento historiográfico cruzado por lo que las generaciones actuantes rememoran del pasado. 16 4) El sentido ético-político de la reconfiguración de la relación entre memoria e historia Evidentemente quién recuerda, cómo, dónde y para qué se recuerda, son cuestiones con un profundo sentido ético-político. Poco antes sostuve que hay múltiples memorias históricas. Sin embargo, en algunos debates actuales parece que hubiera una única dimensión del recuerdo informado sobre lo acontecido, que correspondería a la izquierda del arco político. La situación vivida recientemente por una docente universitaria argentina, compañera de trabajo, en su intento por ingresar a España nos puede ilustrar acerca de esas tensiones. 17

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Julio ARÓSTEGUI, La historia vivida. Sobre la historia del presente, Alianza, Madrid, 2004.

Cf. el comentario del usuario “badass” en http://blogs.20minutos.es/madrereciente/2010/10/19/y-mariacecilia-perdio-a-su-bebe/#comment-27729: “«Esta licenciada en historia, profesora de la Universidad Nacional del Litoral y especializada en memoria histórica (…)» Hasta ahí leí. Ya sabemos de qué pie cojean los de la «memoria histórica». Demasiado tenemos con los rojos de nuestro país como para andar aceptando a los terroristas extranjeros y sus hijos.” (la docente había perdido un incipiente embarazo tras el

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Habría que preguntarse por qué para esos agentes el problema de la “memoria histórica” se puede pensar en términos tan politizados. Eso quizás pueda esclarecerse orientando la indagación a la función de las memorias sociales en el actual momento del sistema-mundo capitalista. Aunque sea completamente especulativo, podría arriesgarse que la derecha o lo que podríamos llamar “el partido del orden” ya no necesita imperiosamente de la memoria. Hubo un tiempo en el cual requirió para establecerse de grandes operaciones de memoria, asociadas a la construcción del Estado nacional. Hoy, para la reproducción de la dominación le basta con favorecer los mecanismos del mercado y dejar actuar la religión de la vida cotidiana. En una época postradicional, los poderes establecidos no necesitan tanto de la memoria y pueden declararla fenecida, arbitraria, ilusoria, como en las operaciones historiográficas tendientes al descrédito de la Revolución Francesa. La sociedad del espectáculo requiere para su funcionamiento sólo de memorias evanescentes ligadas a los mercados de consumo. La memoria y su patrimonialización aparecen en ese marco no tanto como un tradicionalismo, sino como un reclamo para orientar la adquisición de bienes culturales y específicamente turísticos. Las memorias colectivas de la derecha son entonces memorias débiles, que sólo adquieren nuevo vigor en contextos de polarización política –lo que explicaría por qué a pesar de la instalación social de ciertos tópicos derechistas sobre la violencia en la historia reciente argentina a la mayor parte de la población le resulta dificultoso adherir a una memoria perifascista, que quisiera retornar a un modelo de memoria fuerte, densa y militante. Por el contrario, quienes podemos guardar esperanzas emancipatorias necesitamos imperiosamente de la memoria. Las formas paradigmáticas y redentoras que identificaba Sazbón resultan esenciales para reestablecer un diálogo entre los muertos y los vivos, entre los proyectos alternativos vencidos en las luchas pasadas y los proyectos que pueden sostenerse en luchas futuras. En palabras de Ernst Bloch: “Queremos estar siempre tan sólo entre nosotros. / Ni siquiera aquí, pues, nuestra mirada se dirige en modo alguno al pasado. Antes bien, nos mezclamos a nosotros mismos vivamente en él. Y también los otros retornan así, transformados; los muertos regresan, y su hacer aspira a cobrar nueva vida con nosotros” 18. Redefinición de las relaciones entre sujetos y objetos, redefinición de lo que puede entenderse por historia, redefinición de lo que puede pensarse como memoria histórica, entonces, en función de interpenetraciones entre memoria e historia que funden nuevas dotaciones de sentido ético-político para nuestras prácticas. Creo que quienes trabajamos en el campo de la historia no perdemos nada renovando las preguntas sobre esas cuestiones siempre presentes y articulando memoria e historia. Cuanto más lo que perderíamos es algo que yo no quiero, que sería la profesionalización entendida como alejamiento de la condición de ciudadano, de asalariado, de productor de conocimiento, de cuerpo socializado posicionado en un momento y un espacio concretos. rechazo de su ingreso a España en el aeropuerto de Barajas y su deportación inmediata). Por otra parte, la identificación entre memoria e izquierda también es propia de los contrarios: “la Recuperación de la Memoria Histórica, es un movimiento socio-cultural de izquierdas, nacido en el seno de la sociedad civil, para divulgar, de forma rigurosa, la historia de la lucha contra el fascismo y sus protagonistas, con el objetivo de que se haga justicia y recuperar referentes para luchar por los derechos humanos y construir la izquierda en el siglo XXI. Y cuando hablamos de justicia, hablamos de reconocimiento y reparación”, palabras de José Mª Pedreño Gómez, Presidente de Foro por la Memoria, Leganés 02/06/2003, en http://www.foroporlamemoria.info/documentos/definicion_objeto.htm 18

Ernst Bloch, Thomas Münzer, teólogo de la revolución, Ed. Ciencia Nueva, Madrid, 1968.

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Si podemos pensar un historiador que no se encierra en un saber que no pasa de ser lúdico, es porque también podemos pensar un ciudadano común que no esté en el fango de la ignorancia. Proponer una historia interpenetrada de memoria es al mismo tiempo proponer que las memorias sociales sean más conscientes, más consistentes, más críticas. Y para pensar las posibilidades de hibridación y de creación de espacios culturales emancipatorios tenemos que recurrir a insumos intelectuales como los que nos dejó José Sazbón.

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