Acá. Apuntes para una teología sobre la discapacidad

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Descripción

Acá Apuntes para una teología sobre la discapacidad Por Eliana Valzura

El retorno al lugar es el recurso de aquel que frecuenta los no lugares.

Marc Augé

Estoy en la sala de espera de un hospital de rehabilitación física. Voy seguido, pero no como paciente. El carácter regional de este centro hace que todos los días —y a toda hora— transiten sus pasillos cientos de personas de todas las edades, la mayoría sin recursos económicos que les permitan atención, si no mejor, por lo menos más cara y más privada. Hay pacientes de todas las edades, desde bebés hasta ancianos. De todas las edades y de todas las patologías. Ni siquiera sé de qué padecen, pero ya estamos teniendo caras familiares. Nos saludamos con un leve gesto de cabeza, por ahora. Seguramente pronto nos diremos buen día, como veo que todos se dicen. Y hasta tal vez charlemos o nos riamos. Todos lo hacen. No, todos no. Algunos no pueden. ¿Quién se olvidó de ellos cuando vinieron a parar acá? ¿Qué rostro indiferente y universal se endureció contra su dolor? Algunos han tenido un cambio drástico en sus vidas —observo y me arriesgo a clasificarlos— y otros siempre estuvieron así y no tuvieron oportunidad de saber cómo era pararse, caminar, sentarse, correr, interactuar, aprender, ver, tocar, leer, reír, jugar, pensar. Verse —cada día, cada dos días, cada semana, cada mes, cada año, cadadíadelmesdelosañosdesusvidas— hizo que se conozcan, se pierdan el miedo y la extrañeza, se hagan habituales, se sobrepongan a la violencia visual del otro como enfermo o discapacitado. ¿Cómo será el amor para ellos?, no puedo dejar de pensar. ¿Cómo será enamorarse, cortejarse, ser novia, ser novio, ser pareja? ¿Cómo podrán

emparejarse los para siempre desemparejados de todo? Observo a un muchacho y una chica sonreírse desde sus sillas. Se conocieron acá, presumo. ¿Habrá amor para ellos? ¿Habrá espera de un llamado telefónico, de un email, ya que casi con seguridad no habrá paseos por la playa? Este no es un no-lugar. Estas personas no están de tránsito por acá. Están haciendo sus vidas. Como yo, cuando vengo y me voy caminando sola o manejando mi auto. Para estas personas éste puede que sea su-lugar. Es verdad, supongo con cierto grado de certeza, que la mayoría tendrá familia. En el mejor de los casos. Sin embargo, acá es otra cosa. Las desproporcionadas diferencias que veo en todos tienen algo de semejanza. Y esa semejanza los aúna. Porque en el mundo de los normales, ellos son los diferentes. Acá no. Acá es otra casa. Este sí-lugar encierra una gran paradoja y una trampa, sigo pensando. Es a la vez la llave que abre todos los cerrojos y en el mismo acto los cierra. Estas personas acá tienen un mundo. Un lugar. Un espacio que es suyo. Lo recorren, lo dominan, lo familiarizan, y hasta lo domestican. No tienen afuera un lugar donde no los miren, donde no los traten diferente, o los destraten. No tienen afuera, tal vez. Acá todos les hablan, los consideran, les preguntan qué quieren o qué piensan. Lo más probable es que no tengan amigos más que estos, los otros/iguales de acá adentro. En cierta forma, este lugar es la puerta a la socialización que no podrán tener afuera por razones odiosamente prácticas y tiránicas. Acá está la posibilidad de la pertenencia, la oportunidad del grupo. Es la salida del solipsismo, del aislamiento, la soledad, la incomprensión, la diferencia, la indiferencia, la inadecuación, el estorbo, la barrera, el desplante. Sin embargo, y además, es la perpetuación de su síntoma, de su dolor, de su estado, de su núcleo sufriente, de su condición, de su etiqueta. Uno es siempre uno con su medio. Y ellos también. Yo me voy, y ellos se quedan. Yo tengo el recurso de retornar a mi lugar y ellos, tal vez, sólo lo pudieron constituir acá. Yo los tendré a ellos en el recuerdo, pero ellos se tendrán como amigos, como familia, como microsociedad sólo a ellos mismos, para siempre. Las horas que pasan acá son más que las que pasan afuera. Su vida pasa acá: ¿Cómo saldrán, entonces, de la trampa identitaria, de que ellos no son “ésto” que yo veo como observadora desde su afuera? No quiero estar en su afuera. Me angustio. Me rebelo contra ese afuera/adentro marcado por mi presunta sanidad o capacidad. Camino —soy sana para ellos—. O muevo mis brazos. Pero no me alcanza. Me gustaría salir al universo a romper las diferencias, pienso. Pero los tengo acá. Busco deconstruir esa indiferencia de la diferencia. Busco discapacitarme. Desnudarme. Caminar en ellos. Dibujar un mundo sin adentros ni afueras ni trampas mortales donde ellos sólo puedan ser ellos apareados por la angustia, la enfermedad, la soledad, el dolor y la discapacidad.

Utópica, me dijo un sano. Humanista, me dijo un religioso. Melancólica, me dijo una anciana adolorida y le creí. Yo también, al fin, soy una inadecuada buscando pares. … Mientras me atormenta el mundo y este micromundo de rehabilitación dosolador, frente a mí pasa un nene de unos cuatro años y quiere sentarse a mi lado. Tarda mucho en subirse al banco y en acomodarse. Él también busca cobijo. Después me mira, se baja, y me dice “Chau señora, hasta mañana”.

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