«A quien dices tu secreto, das tu libertad y estás sujeto». Una reflexión desde la antropología social acerca de la idoneidad del concepto “lucha de clases” en la etnografía de la gentrificación // 2015 // Comunicación de Sesión de Congreso
Descripción
Comunicación de Sesión del 1er Congreso Internacional AIBR 2015, Madrid, 9 de julio 2015 ¡Gentrificación es lucha de clases! Diferenciación socioespacial y conflicto en la ciudad contemporánea José A. Mansilla López – Coordinador – Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)
«A quien dices tu secreto, das tu libertad y estás sujeto». Una reflexión desde la antropología social acerca de la idoneidad del concepto “lucha de clases” en la etnografía de la gentrificación. Marc Morell – Universitat de les Illes Balears
Resumen/Propuesta «¿Cómo? ¿Has dicho “clases sociales”? No, no… Aquí los vecinos trabajamos el día a día. Nunca hemos reparado en estas cosas. Hacemos piña y punto». Sin más, así despachó la cuestión de clase que tanto me interesaba la representante de la asociación de vecinos des Barri que, frente a una rotunda reforma urbana, tanto hizo en el pasado por mantener de manera infructuosa la población del lugar en el lugar. Ésta es la misma asociación que actualmente, tras llegar vecinos nuevos, hace tanto por dotar de valor la “vida de barrio” des Barri. Todo ello contribuye a hacer de éste barrio el paradigma de la gentrificación de la ciudad de Mallorca. Según el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, la historia de todas las sociedades existentes hasta ahora es la historia de la lucha de clases. De ser así, la historia del concepto “lucha de clases” es una historia que se honra a sí misma, sujeta como ha estado a transformaciones estructurales, tensiones agentes y rifirrafes intelectuales. Por otro lado, cabe señalar que la traslación del estudio de las clases sociales desde los ámbitos tradicionalmente considerados productivos a los reproductivos no conlleva necesariamente la importación de la noción de lucha de clases. Por extraño que parezca, éstas parecen llegar ya “luchadas”. Sostendré que la gentrificación no tan sólo nos ayuda a examinar como la lucha de clases también tiene lugar en el ámbito de la reproducción sino que, además, su estudio nos permite ahondar en aspectos metodológicos relativos a la idoneidad de incorporar la lucha de clases en las investigaciones y etnografías urbanas que realizamos tanto antropólogos sociales como investigadores de disciplinas afines. Concluiré afirmando que para que la lucha de clases tenga lugar, y por ende la existencia subjetiva de la clase obrera, no es necesario que los actores en liza articulen y expliciten en términos de clase la toma de conciencia de sus condiciones objetivas. Es más, de hacerlo podrían caer en un error estratégico.
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Una de la cuestiones que más me inquieta como antropólogo social es la de cómo poder superar el reto teórico y metodológico que representa incorporar en la tarea etnográfica aspectos varios desarrollados en el sí de la teoría social. Por un lado, me preocupa pecar de reduccionista, es decir, de invocar una determinación teórica que acabe explicando todo aquello que observo en el campo. Por otro lado, temo caer en el empiricismo que conlleva trasladar las descripciones etnográficas de este campo, o el conjunto de acontecimientos históricos que explican algún evento específico hallado que crea digno de mención. Tampoco creo que la solución sea subsumir estos relatos, ya sean de índole sincrónica o diacrónica, bajo un principio general de explicación como si se trataran de diferentes casos posibles derivados de una misma instancia. No tengo una respuesta clara a todas estas reflexiones, en todo caso, está claro que al campo uno no llega inmaculado. Veamos pues como caso todo este intríngulis teórico y metodológico que os planteo con el tema que nos reúne aquí, el de la gentrificación, las clases y sus luchas. Para ello me serviré de mi trabajo de campo en Es Barri, un área del centro histórico de la ciudad de Mallorca (conocida oficialmente como Palma). No se trata aquí de exponer toda la historia des Barri en el contexto del turbanismo balear que tanto ha aportado a la economía del ladrillo y a la sociedad de propietarios hispanas. Se trata más bien de echar un vistazo y de examinar a la luz de las relaciones existentes cómo he reinterpretado algunas hipótesis planteadas por otros. Desde tiempos inmemorables Es Barri fue donde se llevaba a cabo la compra y venta de los productos agrícolas que llegaban a la ciudad. Había hostales por doquier especializándose en atraer clientes de determinados pueblos o en contratar los servicios de transportistas para las diferentes zonas de la isla. Por si fuera poco, el trajín rural des Barri se hallaba altamente mezclado con varios talleres manufactureros así como con las primeras industrias movidas a vapor. A partir de 1939, todo el centro histórico estuvo sujeto a una gran reforma urbana que tenía por objetivo su conversión en una especie de parque temático inmobiliario, entre pintoresco y patrimonial, ya con miras a explotar la incipiente industria turística. Gabriel Alomar, redactor de la Ley de Suelo del 1956, se encargo de esta reforma. Para él, el caso de Palma era el del señor que había recibido en herencia de sus antepasados un palacio ruinoso y anticuado pero lleno de bellezas rancias y recuerdos familiares. Había llegado la hora de consolidar y
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modernizar este palacio. Las zonas poco palaciegas, como Es Barri, deberían caer bajo la piqueta. Pero esto nunca pasó, a tenor de la magnitud de la reforma. El plan de Alomar dejo en espera muchas zonas. Fuere como fuere, lo que sí se reformó en la década de los cincuenta del pasado siglo, fue un área adyacente a Es Barri donde desde hacia tiempo se venía ejerciendo la prostitución. Con esta reforma la prostitución se trasladó gradualmente a Es Barri. Por la misma época, con el auge del turismo y la disponibilidad de mejores viviendas en los ensanches, mucha población joven dejó Es Barri. Todo ello supuso un cambio sociológico importante. En Es Barri quedó una población envejecida a la que se sumó la inmigración propia del campo insular así como de otras partes del estado. A mediados de los setenta del pasado siglo Es Barri se convirtió en el Barrio Chino de la ciudad. A la prostitución que allí se hallaba se le sumó la venta y el consumo de droga. Como tan bien supieron retratar novelistas y poetas, el Barrio Chino encarnó la imagen del vicio. Una década después, coincidiendo con las promesas de reforma urbana que debía traer la transición municipal, la prensa local, día sí y día también, alimentó la opinión pública con su versión des Barri como un lugar fuertemente estigmatizado. Veamos como botón de muestra lo que comentaba un periodista en 1985 en el contexto de un reportaje íntegro sobre Es Barri que portaba el título de «barriografía»: «El entresijo de callejuelas y recovecos existentes … se convierte en un submundo aparte. Prostitutas, drogadictos, exconvictos, chorizos, sirleros… en una palabra marginados, han hecho de este rincón de la ciudad su hábitat … Esto, unido a la degradación de las casas ofrece un espectáculo no muy gratificante: el olor que desprende la zona es insoportable, y los restos de basura abundan por doquier. Es patético que una zona, que antaño contó con construcciones de tipo señorial, que todavía existen, se haya convertido en lo que es en realidad un estercolero humano». Cabe decir que la mayoría de construcciones de la zona no eran precisamente de tipo señorial… El tono de la primera parte del reportaje sirve de coartada para la otra mitad que vende las lindezas que traerá consigo la reforma urbana del barrio. Si bien ésta no empezó hasta el 1995, a partir de 1989 hubo movilizaciones vecinales que pretendían preservar el carácter patrimonial y evitar el desplazamiento de sus habitantes. En 1991 se constituyó una asociación de vecinos. Aquella no era una época dada al vocabulario de clase, recuérdese la caída del Muro de Berlín
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y la ofensiva, también académica, contra la clase obrera. En aquel momento las niñas mimadas eran las clases medias. Ni siquiera existían palabros como el que nos reúne aquí, entonces uno se contentaba con criticar la «reforma» y como mucho osaba invocar las nuevas formas que tomaban las luchas colectivas por el espacio urbano. Pero ese clima de clase evanescente no impidió que el primer pregón de fiestas des Barri de 1991 estuviera imbuido del carácter de clase: «Si prestáis atención a estos nombres [de calles y plazas], todos ellos comparten una profunda resonancia palmesana, os daréis cuenta que son nombres que nos recuerdan a [la persona] trabajador[a], que nos recuerdan [sus] manos, un ser que se gana la vida ofreciendo un esfuerzo incansable a la comunidad. En este sentido, toda esta antigua Palma es un museo de sí misma, pero andad con cuidado, este es un museo vivo, un museo de aquellos que una vez lo construyeron, lo vivieron, lo trabajaron y lo sudaron». En parte gracias a la resistencia vecinal, en parte debido a la falta de recursos, la reforma des Barri tuvo que esperar a que antes tuvieran lugar las reformas de otros barrios. Cuando llegó, el plan especial para Es Barri que promocionaban las autoridades municipales era parte de una escalera de color que también contenía programas financiados por el gobierno de la Comunidad Autónoma, el Consejo Insular, el Estado y la misma Unión Europea. Este frente «integrado» trataría de manera «integral» la degradación social y arquitectónica, a la vez que dotaría de infraestructuras y servicios al barrio. Pero para ello fue necesario adquirir mediante compensación muchas de las viviendas, incluyendo el desahucio de inquilinos y la expropiación a propietarios. Hubo muy poca oposición «política». De hecho, en 1997, el principal partido en la oposición tenía un discurso casi análogo al del gobierno municipal: «La idea es buena para actuar en una zona que es la más degradada y intentar revitalizarla … y, en definitiva, [realizar] un cambio de gente. Lo que pasa es que se tiene que prever [la] reubica[ción] a otros lugares [de] la gente que actualmente vive allí y definir qué tipo de gente queremos para llenar el agujero [que dejan] estos que se marchan. Si tienen que ser … yuppies capaces de comprar viviendas de treinta millones [de pesetas] o más [ciento ochenta y cinco mil euros de entonces] o si … se puede hacer una política de viviendas para gente … con otras características que hagan que la población sea un poco más normalizada, más correspondiente a lo que es el nivel medio de Palma».
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Los palmesanos pronto disfrutaron de la imagen del entonces alcalde maza en mano aporreando un portal tapiado. La escena dio el pistoletazo de salida para los derribos des Barri de la siguiente década. Imaginamos que el «nivel medio de Palma» que pretendían conseguir tenía que ver con la mezcla social que solicitaba el Plan General de Ordenación Urbana de 1998 y que el entonces máximo responsable de la zona sujeta a completa demolición cualificó de «un sueño de ciudad». Lo que para uno fue un sueño fue pesadilla para otros. Mientras que en 1993 Es Barri contaba con 1912 habitantes, en el 2001 tan sólo tenía 556. Pero pronto empezó una recuperación que aumentaría tímidamente. En el 2007 ya había 791 habitantes. Ahora bien, los nuevos vecinos no eran las familias de clase media‐alta que aparecían en los pósters promocionales de las inmobiliarias que vendían los pisos de nueva construcción. De hecho, estos tuvieron poca salida, menos con la llegada de la crisis. Los nuevos vecinos eran jóvenes políticamente comprometidos con varias causas, a menudo conscientes de su llegada a un barrio en plena transformación. Las más de las veces alquilaron propiedades rehabilitadas que habían sido adquiridas por otros en los tiempos de la reforma. A día de hoy, algunos han iniciado proyectos autonomistas que recogen el legado okupa que existió en Es Barri, otros han recuperado la asociación de vecinos y han reinventado las fiestas, ayudan a familias necesitadas con productos de primera necesidad, se preocupan por una gentrificación comercial paralela especializada en desmesura en el ocio nocturno mientras participan del consumo de verduras ecológicas, si bien al mismo tiempo desaparecen los antiguos colmados de toda la vida, y se implican en un sinfín de actividades más. En el 2010 sostenían: «Es Brut [El Sucio] era el mote que se usaba per referirse a una parte … de nuestro barrio. Concretamente aquellas calles … que eran muy visitadas por los que buscaban diversión más allá de la moral establecida y de las drogas permitidas. … [C]ontra esta «suciedad», se inició [la reforma], que a día de hoy ya ha arrasado un tercio de nuestro barrio, junto a aquella «suciedad» se ha[n] marchado los alfareros, manteros … y tantos otros … que se ensuciaban para poder dar vida al barrio … Ahora nos queda la limpieza de la especulación inmobiliaria, la de la destrucción del patrimonio … y la de la contemplación de lugares [que de] tan limpios [están] vacios. [A]hora toca cocinar un arròs brut y elaborar, a partir de los restos que quedan y también con nuevos ingredientes, un sabroso plato para chuparnos los dedos. Éste es nuestro proyecto ...»
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Cualquiera que esté familiarizado con el abordaje académico de la gentrificación, habrá constatado las similitudes del caso des Barri con un sinfín de estudios llevados a cabo por autores de diferentes escuelas en diferentes lugares del globo. Algunos aduciréis que, habida cuenta de nuestra dependencia al mundo anglófono, existen importantes especificidades regionales y nacionales, otros reconoceréis que en la base de todo proceso de gentrificación se halla una misma lógica. De ser así, por extraño que parezca, las propuestas de unos y otros, ya sean proclives a explicaciones basadas en el consumo de las clases medias y en cómo se producen éstas, ya pongan énfasis en el carácter estructural de toda gentrificación y en el resultado que supone el desplazamiento de la clase obrera y de las clases marginales, todas ellas comparten el hecho de que a la gentrificación las clases ya llegan formadas. Si me permitís deseo dar aquí un giro importante a como se viene relatando la gentrificación. Todos sabemos que el origen del término es uno que nos remite a las clases sociales y a la substitución de éstas en el espacio urbano pero muy pocas veces nos paramos a pensar qué entendemos por estas clases sociales, y qué las hace. Mantengo que hablar de clases sociales es hablar de relaciones en torno a la producción de valor y, a menudo, a la previa destrucción de éste. La gentrificación es de hecho un relato urbanizado más de cómo se forman las clases a partir de la destrucción y la producción de valor en el ámbito de la reproducción social. La hipótesis del diferencial de renta, que muchos conoceréis y que habréis reconocido en mi trabajo sobre Es Barri, ya expone esta lógica pero lo hace desde la perspectiva del capital, sin poner suficiente énfasis en aquellos que desde la base trabajan el diferencial. Por un lado existen grupos de personas sobre los que se construye un estigma que se traslada al entorno construido. Por el otro lado existen grupos que dotan de valor al entorno construido con su compromiso social y su creación cultural. Unos y otros son una misma clases, son la base del diferencial de renta, de su desvalorización y de su revalorización. Unos y otros participan en una cadena de producción de valor que, recordemos, toma cuerpo en el diferencial que acaba llevándose un tercero. Si bien objetivamente la gentrificación ejemplifica la formación de clase, subjetivamente nadie nos habla en términos de clase pero, como hemos visto, ciertamente actúa. Y es que si alguien de la asociación de vecinos hablará en términos de clase seguramente no llegaría lejos Puede que en vez de un lenguaje lo que tengamos entre manos es una lingüística.
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