A PROPÓSITO DE NUEVAS INSIGNIAS, NUEVAS COFRADÍAS: LA LITERATURA Y LOS ESTUDIOS CULTURALES

June 26, 2017 | Autor: Osiris Chajin | Categoría: Estudios Culturales, Estudios Literarios
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Descripción

A PROPÓSITO DE NUEVAS INSIGNIAS, NUEVAS COFRADÍAS: LA LITERATURA Y LOS
ESTUDIOS CULTURALES[1]



En el trabajo intelectual serio no hay "comienzos absolutos", y se
dan pocas continuidades sin fracturas. Ni el interminable
desenmadejamiento de la "tradición", tan querido en la Historia de
las Ideas, ni el absolutismo del "corte epistemológico", que
quiebra al pensamiento en partes "falsas" y "correctas", y que
alguna vez favorecieron los althusserianos, resultan adecuados. Es
posible advertir, en cambio, una desaliñada pero característica
irregularidad de desarrollo. Lo importante son las rupturas
significativas, donde las viejas líneas de pensamiento son
desarticuladas, las constelaciones más antiguas son desplazadas y
los elementos -viejos y nuevos- reagrupados en torno a un esquema
distinto de premisas y de temas.
Stuart Hall

En el contexto de la celebración de la obra del poeta Jorge Carrera
Andrade, el estudioso de la literatura Fernando Balseca ofrece algunas
reflexiones respecto de lo que denomina las fogosas relaciones entre los
estudios literarios y los estudios culturales. El documento, aunque emotivo
en el nivel superficial, se estructura como defensa y celebración del
quehacer poético en contraste con modas recientes; en un plano más profundo
es una maniobra conceptual muy suspicaz sobre estatus epistemológicos y
campos emergentes, que se desprende a propósito del cometario no muy
ortodoxo, en el ámbito de los estudios literarios y sospechosamente
culturalista, del cuento de Julio Ramón Ribeyro titulado La insignia. El
resultado, un texto sintético pero sustancioso que pone en el tapete
algunas de las preocupaciones que estas relaciones despiertan. Luego de
condensar las ideas principales de este ensayo quiero enfatizar en la
concepción que expone sobre literatura y cultura, en el contexto de lo que
denominaré cierto vértigo epistémico hegemónico ante campos emergentes.

El relato del narrador peruano sirve al ensayista para introducir la
discusión sobre las relaciones entre los campos señalados. Sostiene Balseca
que "Todos nos ponemos insignias no solo paras sobrellevar la existencia
diaria sino para sostener una posición en nuestras disciplinas", y desde
ahí lanza la pregunta "¿A qué lugar nos lleva, a qué pertenencia, a qué
identidad la insignia de la literatura, la insignia de los estudios
culturales? en el tono del texto se adivina la respuesta expuesta al final,
"La insignia de la literatura es una que está ya pulida" la se los estudios
culturales es todavía un interrogante. Esta postura es la que nos lleva a
reseñar este texto, para evaluar las certezas y tensiones que conlleva
hablar siempre desde una insignia, es decir, desde un locus de enunciación
que es siempre una posición de poder y de defensa de capitales no siempre
simbólicos. La presente reseña se confiesa como una maniobra de un sujeto
que se encuentra entre la espada y la pared rindiendo cuentas ante dos
insignias.

Uno de los puntos de partida del autor es que los estudios literarios,
campo de una amplia trayectoria en occidente "parecen sufrir en la última
década una enfermedad cuyo síntoma más notable es el surgimiento en firme,
como disciplina constituida, de los llamados estudios culturales." Estos
últimos, adjetivados como la moda de actualidad en el campo de los saberes,
una novedad sin una definición clara "entre nosotros" vendrían a amenazar a
los estudios literarios, bajo "el supuesto de que los objetos literarios de
investigación ya se han agotado, por lo que la literatura y los estudios
culturales se disputan los mismos terrenos y por eso se hallan en tensión."


En el mismo sentido, el autor intenta una definición del posible objeto de
los estudios culturales señalando que "deberían ser aquellos estudios que
se interesan por objetos y prácticas culturales que no muestran un
intencionalidad artística o estética." en otra palabras, lo referido a la
comprensión de "prácticas de significación que están fuera del orden
estético", "una amplia gama de objetos que tienen que ver con el lenguaje y
qué se desenvuelven en prácticas significativas" más no estéticas.

Más adelante, respecto al estatus epistemológico de los estudios
culturales, sostiene que son un trabajo analítico que debe anclarse siempre
a los límites de una disciplina, debido a la carencia de un método y una
teoría propios que "Por tanto no deben tener la pretensión de borrar las
disciplinas constituidas". Esta dependencia la enfatiza el prosista
presentando los recorridos de muchos de los nombres vinculados actualmente
a los estudios culturales, recorridos que parecen plantear que estos
autores se nutrieron inicialmente del los estudios literarios y ya
fundamentados pasaron a los estudios de la cultura.

Plantea el articulista que las fronteras entre estos dos campos se podrían
complicar si "…se cree que los estudios culturales son capaces de enfrentar
nuevas discursividades recién creadas," en tanto esto llevaría a pensar
erróneamente que la emergencia de los estudios culturales implicaría "una
superación de los estudios literarios". El gran peligro: "Desde los
estudios culturales se podría desdeñar la literatura". Además, y enunciado
como un problema, se recuerda que "Los estudios culturales se ven así como
una suerte de militancia intelectual, aunque su agenda no sea todavía muy
clara, con problemas serios dado que se realizan desde la institucionalidad
universitaria, lo que ya en sí es una marca que dice mucho".

Se cierra el texto con una sensible disertación sobre el lugar de la
palabra en la construcción simbólica de los individuos, enfatizando en que
somos "Somos sujetos hablados", cuyo funcionamiento vinculado al
inconsciente "aterra a quienes quieren medir la "exactitud" de las acciones
humanas". Según el autor, "La literatura (…) revela que hay verdades
personales que nada tienen que ver con las consignas que circulan en la
sociedad" puesto que "La literatura apunta al sujeto, no a la sociedad".

En este texto, la literatura es vista como un artefacto con valor estético,
en el sentido kantiano, y se deja sin posibilidades estéticas a otras
manifestaciones, no necesariamente letradas; que, aunque comunicativas y
artísticas, desde mi punto de vista, son despojadas de alma en este ensayo
a la par que se glorifica la literatura desde una concepción estética
elitista e iluminista. Para no dejar lugar a dudas respecto a cuestiones
fronterizas el autor hace una relación de estas prácticas exiliadas, entre
las que cuenta coplas, graffiti, etc.

Encuentro que se reproduce de manera central en el texto del profesor
Balseca una concepción hegemónica de lo que se puede considerar con valor
estético. Por lo que considero que se realiza un vez más, la asimilación de
lo culto y lo espiritual con la escritura y este conjunto con la Cultura;
opuesta en bloque por ejemplo, a las creativas, espontáneas pero
perecederas manifestaciones de la oralidad, supuestamente exclusiva de las
culturas tradicionales, populares.

Se deja de lado que las visiones dicotómicas sobre las manifestaciones
artísticas han perdido su pertinencia. De tal manera que en lugar de esa
visión que definía el pueblo y lo popular, por defecto, como el conjunto de
aquello situados fuera del modo de las elites, se prefiere, y no solo desde
los estudios culturales, la posibilidad de considerar el cuerpo social
fragmentado pero comunicado y no necesariamente polarizado.

Por ejemplo, desde la historia cultural, Chartier plantea la existencia de
unos usos del libro y unos modos de lectura que trascienden la oposición
oralidad /escritura. Así a la lectura dicotómica durante mucho tiempo
dominante de las categorías culto y popular se está oponiendo otra lectura,
que sin negar las diferencias de clase, la subalternidad de determinados
grupos respecto a otros, insiste en reivindicar un diálogo negado durante
mucho tiempo.[2] En el mismo sentido, Thompson[3] sostiene que es la mirada
del gentleman paternalista la que se esgrime con frecuencia para abordar lo
popular. Esta mirada hegemónica ha permeado la historia de lo popular,
haciendo que el discurso académico y científico sobre las prácticas y los
sujetos populares, legitime la subordinación de clase. La concepción
aristocrática del arte, es un claro ejemplo de la función que cumple esta
lectura hegemónica del otro.

De todo esto se desprende que la legitimidad de los estudios literarios,
ocupados en cuestiones de estética más trascendental, explicaría que los
estudios culturales para no reñir con sus vecinos se mantengan ocupados en
cuestiones de poco vuelo estético y del otro lado del puente. Esto es
problemático es el sentido de que un área de estudio definida con una gran
trayectoria no debe sentirse amenazada y desde allí plantar fronteras,
puesto que, aunque la academia es disciplinada la realidad no lo es[4].
Tener claro un objeto no implica un derecho exclusivo sobre él amparado en
una teoría; pero sí implica la obligación de establecer diálogos con los
otros discursos que se atrevan a imaginar algo sobre el objeto que se
analiza enriqueciendo de este modo su comprensión y superando la
tribalización cientificista de los saberes; precisamente por que no se debe
segmentar, tasar, esencializar, o subalternizar ni la existencia humana ni
sus operaciones simbólicas.

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[1]En: Memorias 8vo Encuentro sobre literatura ecuatoriana Alfonso Carrasco
Vintimilla. Cuenca, Universidad de Cuenca.
[2]Roger Chartier (1994): Textos, impresos y lecturas. En Libros, lecturas
y lectores en la edad moderna. Madrid, Alianza. p 52
[3] E. P. Thompson (1976): Folklore, antropología e historia social.
Historia Social #3, Instituto de Historia Social (UNED), Valencia, 1989,
pp.83.
[4] Fuller, citado como epígrafe por Myron Frankman (2002): La mente
indisciplinada: la imaginación liberada. En: En: Flórez-Malagón, Alberto y
Millán Benavides, Carmen. (Editores): Desafíos de la trasdisciplinariedad.
Bogotá, Pensar. pp. 98.
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