A dos años del “que se vayan todos”

September 14, 2017 | Autor: Hector Ghiretti | Categoría: Argentina, Citizenship, Crisis, Political class
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Córdoba, Argentina, Martes 6 de enero de 2004 Encuestas

A dos años del “que se vayan todos” Por Héctor Ghiretti

Está bastante claro que no se puede exigir profundidad ni complejidad significativa a los eslóganes o las consignas.

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Pero también es evidente que en la medida en que lo poseen, esas expresiones sintéticas del sentir o el pensar colectivo perduran y resisten a las revisiones críticas, al empeño de los analistas que, a través de la racionalización de su contenido, pretenden matar su poder de convocatoria, su fuerza simbólica. Hacen ya dos años que resonó el “que se vayan todos” en las calles del país. He estado tentado de escribir “Buenos Aires y algunas otras grandes ciudades” en lugar de “el país", pero sería introducir una discusión de naturaleza diferente, que no me interesa agitar ahora. En su momento, la consigna fue interpretada como la manifestación extrema de un descontento radical, profundo. Pasado el tiempo esa radicalidad irritada, esa profundidad terrible, ha ido perdiendo magnitud e intensidad, se va diluyendo, deja de inflamar el ánimo de los argentinos, de sintonizar con su insatisfacción. Y no es casual. El “que se vayan todos” se funda sobre un presupuesto que debería ser puesto en cuestión. El “todos” de la consigna son “ellos, los otros”. De otro modo, no se podría exigirles que se marchen. Es posible, entonces, distinguir entre ellos, los que deben irse, y nosotros, los que pedimos que se vayan. Ellos, los políticos, son los malos, los que tienen la culpa. Nosotros, los buenos. Pero si al final la causa de los problemas del país son ellos, siempre ellos, y no nosotros ¿era realmente profunda la autocrítica, el examen de conciencia? Pregunto: ¿es posible distinguir realmente entre ellos y nosotros? El “que se vayan todos” es una forma más –tan repetida, tan recurrente– de buscar el chivo expiatorio, de repetir con énfasis histérico las dialécticas y los maniqueísmos que nos han permitido a los argentinos descargar en “otros” –el régimen, los gorilas, los peronistas, los militares, los radicales, los menemistas, la Alianza, la sinarquía internacional, el FMI: la lista es a todas luces incompleta– nuestras propias responsabilidades, nuestras propias defecciones, nuestros propios vicios de convivencia. Mentalidad irresponsable Visto en perspectiva, el “que se vayan todos” es el fruto de una mentalidad auténticamente irresponsable, de gente que no ha calado en lo más mínimo en la profundidad compleja de la situación del país. Es la expresión de una bronca superficial, de un berrinche de adolescentes. Ya se sabe en qué se saldó el airado reclamo: como los que se tenían que ir no se fueron, un buen número de los que exigían su marcha optó por irse: salieron y siguen saliendo en estampida por Ezeiza hacia los más diversos destinos, Miami, Madrid, Sidney, Tel Aviv, etcétera.

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Sólo este buscado contraste debería hacernos pensar un poco: ¿de quién es el país?, o más bien ¿quién siente al país verdaderamente como propio? Evidentemente, y haciendo las excepciones del caso, no son quienes han puesto tierra de por medio, los que se han planteado o puesto en práctica la opción exit (salida). Pongámonos en la hipótesis de que el reclamo hubiera sido acatado, y efectivamente se hubieran ido todos. Pero todos todos, o como decía el segundo verso del cantito: “que no

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todos, o como decía el segundo verso del cantito: “que no quede ni uno solo”. Pregunto: ¿quién hubiera asumido el gobierno? ¿La señora de barrio Norte que se había quedado dentro del corralito, el jubilado con la cacerola en la mano, el estudiante universitario, el piquetero, el cartonero, el militante pagado por las estructuras de los partidos, el agitador de extrema izquierda? ¿Hubieran armado un Consejo Revolucionario, un Comité de Salud Pública al modo de Robespierre, un soviet de inspiración leninista? ¿Alguien, aparte de los cuatro pelagatos que fantasean siempre con estas cosas, habló de revolución, de toma del poder? Pero no: pasada la euforia y caído el presidente siguiente, la gente se fue a su casa. Eso sí: esa temporada bajó el número de veraneantes. El vacío no existe En política, quien la ejerza o la haya estudiado lo sabe de sobra, no hay vacíos. No hay ninguna sociedad o comunidad política que subsista sin gobierno. Siempre debe haber alguien que haga cabeza. Dicho de otro modo y a efectos de lo que venimos diciendo: para que se vayan unos, tiene que haber otros que ocupen su lugar. Que tendrían que ser, por fuerza, algunos de “nosotros”. Un ejercicio responsable y continuado de poder alternativo por parte de “nosotros” quizá habría dado razón a la consigna. No fue así. Como se sabe, el despechado “que se vayan todos” ha dado lugar al vergonzante y sarcástico “que se queden todos”. El país entero se va adormeciendo –es un sueño ligero, lleno de incomodidades, sobresaltos y pesadillas– entre los arrullos de los indicadores económicos, las apariencias de paz y de prosperidad, el poder lenitivo de los medios de comunicación, la complacencia con el nuevo gobierno. Cuando se despierte, asustado o sacudido por la indignación que causa la injusticia, el desgobierno, la violencia, el delito, la falta de respeto, el hambre, los insultos encontrará –como siempre– a quién echarle la culpa, a quién pedirle la renuncia.

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