6 de septiembre de 1930 o el mito de la revolución

October 5, 2017 | Autor: Sylvia Saítta | Categoría: Roberto Arlt, Literatura argentina, Historia Argentina, Literatura e Historia, Manuel Gálvez, Golpe de 1930
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Descripción

1 Sylvia Saítta, “6 de septiembre de 1930 o el mito de la revolución” en Cristina Godoy (compiladora), Historiografía y memoria colectiva. Tiempos y territorios. Prefacio de Hayden White, Madrid – Buenos Aires, Miño y Dávila, 2002. Págs. 179‐198.

Elogiosas o condenatorias, testimoniales o ficcionales, históricas o políticas son las versiones interpretativas del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el primer quiebre político‐institucional del siglo veinte en Argentina. Numerosas, y a la vez contradictorias, las lecturas sobre los sucesos del 6 de septiembre diseñan un mapa de representaciones que pugnan entre sí por anclar una interpretación y un sentido únicos de esa experiencia histórica. Por un lado, abundan los relatos escritos por los propios protagonistas o por los eventuales testigos del golpe de Estado: la novedad que implicó el primer golpe militar, después de la vigencia de la Ley Sáenz Peña, se revela en esta necesidad que políticos, militares, abogados o periodistas, han tenido de escribir su testimonio, su disquisición política o su memoria de los hechos.1 Por otro lado, se suceden las lecturas interpretativas propuestas por los historiadores a lo largo de todo el siglo veinte, quienes utilizan como fuente, entre otros muchos materiales, las memorias y los testimonios de quienes protagonizaron el golpe. Sin embargo, en aquel septiembre de 1930, quienes narraron una primera historia del golpe de Estado fueron los medios de comunicación masiva. Ante la incertidumbre política, social y económica abierta por el golpe, y enfrentados a la necesidad colectiva de otorgarle un sentido a la crisis política y al equilibrio institucional amenazado, los periódicos articularon —retomando figuraciones, imágenes y percepciones ya presentes tanto en los discursos políticos como en los comunicados oficiales— una primera representación global y unificadora del golpe de Estado. Esta representación, global y 1

Por ejemplo, se pueden mencionar los testimonios y estudios de: Luis Boffi, Bajo la tiranía del sable. Juventud, Universidad y Patria, Buenos Aires, Claridad, 1933; Juan Carulla, Valor ético de la revolución del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, 1931; Carlos Cossio, La revolución del 6 de septiembre. Introducción filosófica a su historia y esquema universal de la política argentina, Buenos Aires, La Facultad, 1933; Diez Periodistas Porteños, Al margen de la conspiración, Buenos Aires, Biblos, 1930; Emilio Domínguez, El 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Agencia General de librería y publicaciones, s/f; José Nicolás Matienzo, La revolución de 1930 y los problemas de la democracia argentina, Buenos Aires, Anaconda, 1930; Juan Orona, La revolución del 6 de septiembre, Buenos Aires, 1966; José María Sarobe, Memorias de la Revolución del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Gure, 1957; Juan Domingo Perón, “Algunos apuntes en borrador sobre lo que yo vi, de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre de 1930. Contribución personal a la historia de la revolución” en José María Sarobe, Memorias de la Revolución del 6 de septiembre de 1930, op. cit.; S. Viale Ledesma, 6 de septiembre. El pueblo, el ejército y la revolución, Buenos Aires, Mercurio, 1930.

2 unificadora, encontró en la palabra “revolución” su anclaje más firme. De este modo, al designar al golpe de Estado como revolución, la prensa —entre otros actores— supo activar uno de los mitos políticos modernos más poderosos, otorgándole al golpe de Estado una tradición política heroica que, a su vez, organizó un sistema de valores fundante de una nueva legitimidad. Y si en el plano de las mentalidades, como señala Bronislaw Baczko, la mitología nacida de un acontecimiento prevalece a menudo sobre el acontecimiento mismo,2 la palabra “revolución” estimuló la producción acelerada de significaciones que imaginaron un presente abierto hacia un futuro diferente: en los diarios de la “jornada”, la ciudad de Buenos Aires es el escenario celebratorio donde el pueblo, mancomunado con el ejército, proyecta la imagen ideal de una Nación que se ha levantado contra la tiranía, en defensa de su libertad.

Buenos Aires era una fiesta

En las notas editoriales publicadas en los diarios porteños del 6 y del 7 de septiembre de 1930, hay una representación festiva de la ciudad de Buenos Aires en tanto escenario revolucionario. Con diferentes presupuestos políticos y con diferentes expectativas sobre el rol que jugaría el ejército a partir de ese momento, todos los diarios coinciden en un punto: la revolución triunfante, hecha por el pueblo, terminaba con el período de tiranía y caos impuesto por el presidente Hipólito Yrigoyen. El mito de la revolución produce por sí solo un sistema específico de representaciones que torna necesaria la postulación de una tiranía previa contra la cual se levanta el pueblo en armas. Este sistema específico de representaciones es reelaborado, transmitido y modelado por la prensa diaria que subraya, de este modo, los elementos constitutivos del mito político: el protagonismo del pueblo, la presencia de las muchedumbres en las calles, la ruptura con el pasado, el acto purificador que implica la revolución.3 Por lo tanto, La Nación presenta al golpe de Estado como “un movimiento popular, verdadera apoteosis cívica”, realizado por el pueblo en comunión con el ejército; caracteriza al gobierno provisional como un gobierno “que representa a la Nación

2

Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991; p. 12. 3 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, op. cit., p. 40.

3 y no a un partido; un gobierno de hombres de bien, de antecedentes intachables, que saben pensar y no temen hablar”, y confía en la brevedad de un gobierno provisional que volverá a la normalidad institucional con un llamado a elecciones.4 También para La Razón se trata de una “extraordinaria jornada” que constituye “un triunfo indudable y magnífico de la opinión pública”,5 y para El Mundo, que celebra el movimiento popular que pone fin a un gobierno dictatorial y ajeno a las tradiciones democráticas del país. La Prensa, en cambio, se diferencia de los otros diarios al señalar que no participó de la campaña a favor de la caída de Yrigoyen —campaña periodística reivindicada por el resto de los periódicos—,6 y realiza un análisis de los últimos tiempos de su gobierno, al que caracteriza en términos de prepotencia y subversión total de la democracia por la instauración de un comité partidario a cargo de la administración nacional.7 En el sensacionalista Crítica, el tono de júbilo popular adquiere la desmesura que lo caracteriza, sobre todo, porque su situación difiere de la del resto de los diarios: Crítica se siente verdadero partícipe de los acontecimientos y celebra la revolución como propia. Efectivamente, la participación de Crítica en la preparación del golpe de Estado no se limitó a ser solamente una campaña periodística de desprestigio del presidente Yrigoyen, sino que puso a disposición de los revolucionarios —de los que formó parte— sus máquinas de imprimir, su edificio, sus oficinas y su personal.8 Si bien el golpe se fue gestando durante varios meses, el diario se convirtió en uno de los focos opositores más importantes en los días previos al 6 de septiembre. Mientras los periodistas llevaban a cabo una violenta campaña, en la redacción se realizaron diversas reuniones entre los grupos opositores al gobierno. De este modo, el 5 de septiembre, poco después de conocida la renuncia de Yrigoyen a la presidencia de la Nación y el decreto de estado de sitio, la última reunión entre militares y civiles se realizó en el local del diario, desde donde se distribuyó la 6° edición del día, a pesar de la prohibición 4

“El final de un régimen”, La Nación, 7 de septiembre de 1930. “Frente a la revolución triunfante”, La Razón, 7 de septiembre de 1930. 6 “No hemos deseado lo que sucede. No hemos luchado para ver lo que vemos. La propaganda de La Prensa, calculando que esto podría suceder y que fatalmente sucedería si en otros órdenes de la vida las omisiones servían a manera de fermentos revolucionarios, reclamó un día y otro día, la reorganización de los viejos partidos o la fundación de nuevos organismos que vinieran, como elocuentemente lo dijo el Presidente Roque Sáenz Peña, a consumar la instrumentación de las ideas en el escenario nacional.” (“Soportamos el peso sagrado de la Nación”, La Prensa, 7 de septiembre de 1930) 7 “Soportamos el peso sagrado de la Nación”, La Prensa, 7 de septiembre de 1930. 8 Para un análisis de Crítica en la preparación del golpe de Estado de 1930, véase: Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998. 5

4 del Poder Ejecutivo.9 A esa reunión plenaria, asistieron los líderes de los partidos políticos de la oposición y, en representación del general Uriburu, el teniente coronel Descalzo. Fue Crítica, entonces, el lugar desde donde los grupos civiles partieron para congregarse en las proximidades de las unidades militares más importantes.10 A las diez de la mañana del sábado 6 de septiembre, Natalio Botana, el director del diario, telefoneó personalmente desde el Colegio Militar a la redacción ordenando activar la sirena de Crítica para anunciar a todo Buenos Aires la llegada de la revolución. Ese día, toda su portada, atravesada por la palabra “¡Revolución!” en letras catástrofe, presenta una gran ilustración donde aparece el “Pueblo” saludando alborozado el paso de las tropas militares —guiadas por la efigie femenina de la República—, sobre la cual se recorta el rostro del general Uriburu. A pie de página se informa: “Esta mañana, a las 8.5 el Ejército Nacional, al mando del Gral. Uriburu, se levantó contra el Gobierno Inconstitucional del Sr. Irigoyen”. La nota central de la edición señala, en tono jubiloso, que “la revolución ha estallado”, reelaborando todos los componentes del mito revolucionario: la participación popular, el carácter cívico‐militar de la jornada y, centralmente, el carácter dictatorial, anticonstitucional y caótico del gobierno depuesto:

La tiranía nefasta que sufre el país, el gobierno de sangre y de ruinas, de arbitrariedad y de Klan que ha llevado al país, en dos años, a un estado de angustia a la Nación que encontró floreciente y tranquila, acaba de caer. Un movimiento militar y civil, que garantiza la subsistencia del régimen constitucional argentino y de la ley electoral, con la creación inmediata de una junta civil, lo ha derribado. Ciertamente, hubiera sido preferible que la solución de la situación insostenible de la Nación se resolviera por las vías legales; que el ejército no saliera de sus cuarteles. Pero la convicción de que no había otro remedio para salvar al país, cuestión de vida o muerte, excusa todo 9

“La 6ª edición del diario —señala el entonces capitán Juan Domingo Perón— había sido confiscada y quemada en grandes hogueras hechas en el centro de la calle. La manzana estaba rodeada de policías a caballo y a pie, amén de numerosos pesquisas que rodeaban disimuladamente la manzana. Los canillitas, en grupos, a media cuadra, prorrumpían en gritos e improperios contra los agentes del orden”. (Juan Domingo Perón, “Contribución personal a la historia de la revolución” en José María Sarobe, Memorias sobre la revolución del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Gure, 1957) 10 En la redacción quedan varios miembros del alto personal del diario, tres redactores y un turno de talleristas. Un grupo de periodistas, liderado por Federico Pinedo y Augusto Bunge, se da cita en la casa de Manuel Fresco para dirigirse desde allí a Campo de Mayo. El otro grupo, liderado por Antonio De Tomaso, Natalio Botana y Héctor González Iramain, parte a las dos de la madrugada rumbo a San Martín, donde se entrevistan primero con el director del Colegio Militar, coronel Reynolds, y luego con el general Uriburu.

5 comentario (...) La Nación entera había clamado: ¡Basta! La Nación —sus estudiantes, sus partidos políticos, sus soldados— han salido a la calle a terminar con esta cosa trágica y bochornosa que se decía gobierno de la Argentina.11

A diferencia del modo en que el resto de los diarios reflexiona sobre los sucesos, Crítica se define como un actor crucial de los acontecimientos: durante los días posteriores al golpe, se narran los entretelones de la “gloriosa jornada” y de la heroica intervención de la “muchachada” de Crítica en puestos de guardia, cuarteles o en duras conversaciones con los militares adictos a Yrigoyen, en un largo relato que, por medio de la trascripción de los diálogos y la creación de un suspenso narrativo en torno a la posibilidad de encabezar una revolución o terminar encarcelados en Ushuaia, consolida una versión épica de su participación como activo representante del pueblo en la asonada revolucionaria. Además, el diario publica reportajes y notas de los políticos socialistas independientes que refuerzan, en sus respuestas y en la construcción de una “historia civil de la revolución”, la alta participación de Crítica durante los días anteriores y posteriores al 6 de septiembre. La heroica intervención de Crítica y su alto protagonismo serán reconocidos y fortalecidos por Manuel Gálvez, quien subraya: “Cuando después de los sucesos de septiembre Crítica afirme que la revolución ‘se gestó’ en su casa, dirá la verdad. Con sus trescientos mil ejemplares diarios, sus títulos sensacionales, sus verdades y sus mentiras, su animación, su colorido, constituye una fuerza formidable. Cada día hace varios millares de revolucionarios. Y en su edificio de la avenida de Mayo, se reúnen a conspirar los diputados socialistas independientes, algunos conservadores, diversas personas apolíticas y el general Justo y otros militares. Crítica es, en aquellos días de agosto, el principal foco de subversión”.12 La fuerza del mito revolucionario es tan potente que aun una revista de izquierda como Claridad —diferenciándose de los diarios de izquierda La Vanguardia y La Protesta, que al día siguiente del golpe señalan su disconformidad y su oposición al gobierno de fuerza13— sostiene, en palabras firmadas por su director Antonio Zamora, que “aceptamos

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“¡Ha caído, por fin!”, Crítica, 6 de septiembre de 1930. Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio, Buenos Aires, Tor, 1945. 13 Dice La Protesta: “Estamos bajo la dictadura militar. Nosotros sabemos lo que son las dictaduras y hemos aprendido algo de la experiencia de los últimos años. La dictadura es el peor enemigo de los pueblos, del pensamiento humano y en especial del proletariado. Hacerse ilusiones es hacerse cómplices y cooperar a su estabilidad. Propiciar el desarme de los trabajadores con la pasividad es 12

6 el movimiento revolucionario realizado porque, aparte de que en él han participado todas las fuerzas del pueblo mancomunadas en un propósito, ha tenido la virtud de terminar con un estado de cosas denigrante que no podía terminar de otra forma. No comulgamos con las ideas sociales de los que han encabezado y hecho triunfar la revolución, pero aceptamos sus propósitos económicos, morales y políticos como transacción para volver a la realidad constitucional que había desaparecido del país. Como movimiento popular ha sido ejemplar porque en él han intervenido todas las clases del pueblo que aún en el error han sido sinceras y valientes”.14 En el marco de esta atmósfera de celebración, las mayores diferencias que se registran en los grandes diarios se dan con respecto al rol de los militares en el gobierno de la Nación. En medio del clima enrarecido que sigue a las horas posteriores al desfile militar que conduce al general José Félix Uriburu a la Casa Rosada y a la concentración civil en el centro de la ciudad, son los diarios los que garantizan una continuidad democrática que el mismo golpe estaba poniendo en juego, a través de la construcción de una nueva legalidad política. Y si en tanto acto revolucionario es el Pueblo el que debería fundar soberanamente la nueva legitimidad política, los diarios elevan al ejército a representante de ese Pueblo ausente, presentando al gobierno de facto como gobierno popular. La Nación, entonces, afirma que el ejército, “por su tradición y su contextura no es entre nosotros una casta diferenciada sino una de las partes más nobles y puras del pueblo mismo”,15 y La Razón

inclinarse ante las botas militares y servirles de escalón para el encubrimiento. ¡Humilláos, trabajadores! ¿Teníais poca abyección, poca miseria, pocas vejaciones? ¡Ahora tendréis el sumo de la humillación, de la abyección, de la miseria! Contra la dictadura no hay más que una fuerza hoy en el país: el proletariado. Si este baja la cabeza y asiente, todo está pedido, todo, incluso la dignidad”. (La Protesta, 7 de septiembre de 1930). Argumenta La Vanguardia: “Hemos sido fustigadores severos y hasta implacables de aquel gobernante , pero eso no implica que debamos guardar ciertas reservas sobre el procedimiento de fuerza que se ha escogido para librar al país de ese pésimo gobierno. Cuando haya transcurrido algún tiempo y se hayan serenado los espíritus, nos haremos un deber mostrar que sin el movimiento militar y mucho más después del movimiento militar, existió la posibilidad de provocar el desenlace dentro de las normas constitucionales y legales. Como depositarios de un patriotismo que se basa también en la cultura política, nos duele ver confundido hoy nuestro país en el montón de los gobiernos sudamericanos. Pero, como ya lo hemos manifestado anteriormente, llegará la hora serena para hacer un examen más detenido de estos sucesos. Por el momento, limitamos nuestro comentario a lo dicho y a lo siguiente: no obstante la composición acentuadamente conservadora y la existencia de un vicepresidente en el gobierno de fuerza que manda desde anoche, hacemos honor a sus declaraciones y lo exhortamos a reintegrar cuanto antes al país a las normas constitucionales y legales”. (La Vanguardia, 7 de septiembre de 1930). 14 Claridad, n° 214, septiembre de 1930. 15 “El final de un régimen”, La Nación, 7 de septiembre de 1930.

7 enfatiza que a la revolución “el ejército la ha apoyado, acompañado y conducido a un tiempo, porque el ejército tiene la misma alma y la misma conciencia del pueblo argentino, como que es carne de su carne y sangre de su sangre, depósito de sus tradiciones heroicas, defensa de su integridad y de su soberanía y guardián y sostén de su grandeza presente y futura. Nadie le teme. Todos le aclaman”.16 Legitimar el nuevo rol del ejército en la vida política del país es tarea de todos: El Mundo, por ejemplo, cubre su portada del 8 de septiembre de 1930 con una impactante foto, que abarca toda la página, en la cual se muestra a un soldado con una ametralladora protegiendo el balcón de la casa de gobierno; debajo de la foto se lee: “El pueblo puede estar tranquilo: la ciudad está bien custodiada”. En este punto, Crítica también se diferencia del resto de los diarios al enfatizar el carácter civil de la revolución y la alta participación de los socialistas independientes y los radicales antipersonalistas en la asonada. Caracteriza al golpe de Estado como “un movimiento militar y civil, que garantiza la subsistencia del régimen constitucional argentino y de la ley electoral, con la creación inmediata de una junta civil”, y revela cierto aire de desconfianza por el gobierno militar al recelar, muy veladamente, del cumplimiento de su misión histórica: “Encabezado por la joven y querida Escuela Militar, el ejército, acompañado de civiles, avanzó hacia la Capital. La simpatía del pueblo, que ve en ellos una garantía de orden, de paz, de respeto, les acompaña. Esperamos que, en cuanto respecta al ejército, cumplirá su misión con la abnegación y el patriotismo que la animó a iniciarla y merecerá, por ello, la gratitud del país”.17 Este tono festivo y patriótico, este carácter popular y masivo de la revolución es el que reaparece en la letra del tango “¡Viva la patria!” de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez, cantado por Carlos Gardel, quien lo grabó el 25 de septiembre de 1930. La empresa Odeón lo editó con el acople de “El Sol del 25”:

La niebla gris rasgó veloz el vuelo de un avión y fue el triunfal amanecer de la Revolución. Y como ayer el inmortal mil ochocientos diez salió a la calle el pueblo radiante de altivez. No era un extraño el opresor cual el de un siglo atrás, 16 17

“Frente a la revolución triunfante”, La Razón, 7 de septiembre de 1930. “¡Ha caído, por fin!”, Crítica, 6 de septiembre de 1930.

8 pero era el mismo pabellón que quiso arrebatar. Y al resguardar la libertad del trágico malón, la voz eterna y pura por las calles resonó:

¡Viva la Patria! y la gloria de ser libres. ¡Viva la Patria! que quisieron mancillar. ¡Orgullosos de ser argentinos al trazar nuestros nuevos destinos! ¡Viva la Patria! de rodillas en su altar.

Y la legión que construyó la nacionalidad nos alentó, nos dirigió desde la eternidad. Entrelazados vio avanzar la capital del Sur soldados y tribunos, linaje y multitud. Amanecer primaveral de la Revolución, de tu vergel cada mujer fue una fragante flor, Y hasta tiñó tu pabellón la sangre juvenil haciendo más glorioso nuestro grito varonil.

En la letra del tango se retoman varios de los tópicos que recorren los artículos periodísticos y también las primeras representaciones literarias o ensayísticas del golpe de Estado. En primer lugar, se subraya la pacífica comunión de los opuestos: en la letra de este tango, los sujetos de la revolución son los civiles y los militares (“soldados y tribunos”), y son también los miembros de la elite y los del pueblo (“linaje y multitud”). En segundo lugar, se considera a la juventud como el motor de los cambios revolucionarios (“y hasta tiñó tu pabellón la sangre juvenil haciendo más glorioso nuestro grito varonil”), tópico del arielismo de la purificación juvenilista que será retomado en varias de las representaciones ensayísticas y literarias, como por ejemplo, en las crónicas que Manuel Gálvez publica en La Nación bajo el título “Este pueblo necesita...”. Por último, se postula la remisión al pasado histórico como modo de legitimación del presente revolucionario: el pueblo oprimido que, en mayo de 1810, luchó por su independencia, es el mismo pueblo que, en septiembre de 1930, conquista nuevamente su libertad. Si bien esta remisión al pasado es una constante en

9 los textos políticos y periodísticos del momento, no siempre hay coincidencias con respecto a cuál de los hechos históricos se debe rescatar. Ya que si en la letra de “¡Viva la patria!” la remisión es a mayo de 1810, en otros autores las remisiones más usuales son a la participación del general Urquiza en la batalla de Caseros. Así, por ejemplo, durante su campaña contra el gobierno de Yrigoyen, el diario Crítica había presentado la práctica política del yrigoyenismo como el resurgimiento tanto de un periodismo “servil, adulador y cretino” similar a los panfletos rosistas porque “adoptan la misma postura contra la oposición, usan los mismos adjetivos, se humillan de la misma repugnante manera”, como de “las bandas del malevaje, asaltantes y ladrones de oficio convertidos en regeneradores del país y en apadrinados de la policía” bajo los cuales “se insinúan los Cuitiño, los Corbalán, los Alem”; por lo tanto, había instado a librar “una cívica Batalla de Caseros” que buscara en Sarmiento, Urquiza, Mármol, Mitre y “en todos los que lucharon por vencer la Tiranía”, el modelo para “erigir las libertades que está arrasando el señor Irigoyen (sic)”.18 En la novela de Manuel Gálvez, Hombres en soledad, aparecen representadas, de manera irónica, las vinculaciones de la figura de Uriburu con personajes históricos, realizadas por algunos miembros de la elite porteña:

Unas señoras de diversa edad, pero todas harto maduras, hablaban con delirio del general Uriburu, al que consideraban como el salvador del país. Una de ellas —caso por esos días frecuente—, lo comparaba con el general Urquiza, que derrocó al dictador Rosas, hacía setenta y ocho años. Otra de esas señoras, hermana de Ezequiel y de Melchor, dijo: —El general Uriburu sólo puede ser comparado con San Martín. Y como las demás sonrieran o protestaran, sin duda considerando una blasfemia comparar a alguien con el Libertador de tres naciones, con el más grande de los padres de nuestra patria, la entusiasta de Uriburu agregó: —Sí, porque Uriburu ha echado a la chusma, mientras que San Martín no echó sino a los españoles, que, al fin y al cabo, eran personas decentes.19

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“Con Irigoyen estamos en plena regresión. La diferencia es sólo el marco. Con Rosas, era la terrible y sanguinaria mazorca. Con Irigoyen, es el siniestro e infame Klan Radical”, Crítica, 20 de octubre de 1929. 19 Manuel Gálvez, Hombres en soledad, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; p. 193.

10 Esta remisión a sucesos históricos del pasado no siempre funciona como instancia de legitimación sino también como una reiteración de invariantes históricas cuyos resultados son siempre los mismos. “Rosas e Yrigoyen —sostiene Ezequiel Martínez Estrada en su Radiografía de la pampa—, los dos más genuinos representantes del pueblo, y los que quisieron darle al pueblo fisonomía y estilo auténticos, armas para su mano y evangelios para su fe, encontraron en el ejército la derrota. Sin duda su despotismo oclorático• era oriundo de la plebe armada; pero la institución que vela por las instituciones, comprendió en ambos casos que se trataba de una conspiración encubierta contra la dignidad de la profesión, y los deshizo”.20

La revolución como renovación espiritual: Manuel Gálvez

El carácter patriótico y de transformación moral de la revolución será retomado pocos años después por Manuel Gálvez en la serie de crónicas que publica primero en el diario La Nación y que luego integrarán también su libro Este pueblo necesita... En estas crónicas, Gálvez sostiene que la revolución de 1930 fue el único suceso que produjo en los argentinos una “conmoción violenta”, “un latigazo” capaz de despertarlos de la abulia, el materialismo y la falta de vigor juvenil.21 Estas ideas reaparecen en su novela Hombres en soledad, publicada en 1938, pero escrita entre el 1 de septiembre de 1935 y el 28 de febrero de 1937. A diferencia de novelas anteriores, como Nacha Regules o Historia de arrabal, centradas en personajes de los bajos fondos, Hombres en soledad tiene como protagonistas a personajes que pertenecen a la misma clase social de Gálvez. La acción de la novela abarca desde los últimos días del gobierno de Yrigoyen hasta los meses posteriores al golpe de Estado, y narra, entre otras cosas, la historia de una ilusión —la de la revolución— para conservadores y nacionalistas, y la historia de la desilusión que esa misma revolución, una vez realizada, produce en quienes participaron en ella. Como señala María Teresa Gramuglio, Hombres en soledad se articula sobre el ciclo de entusiasmo y decepción que genera el golpe de Estado, ya que la revolución es central en la composición del relato y en



Oclorático: Dícese del gobierno de la plebe. Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa, Buenos Aires, Colección Archivos, Fondo de Cultura Económica, 1993; p. 202. 21 Manuel Gálvez, Este pueblo necesita..., Buenos Aires, Librería de A. García Santos, 1934; p. 12. 20

11 las trayectorias de los personajes.22 Para narrar esta historia, Gálvez presenta una galería extensa de personajes pertenecientes a distintos sectores políticos que conforman, a su vez, una tipología de las variantes ideológicas del golpismo: diferentes tipos de nacionalistas, católicos, radicales antipersonalistas y conservadores. Dentro del amplio espectro, dos personajes, Melchor Toledo y Martín Block, concentran el juego de fuerzas opositoras previo al día del golpe, pero que confluyen en la revolución. Melchor Toledo es el político conservador y amigo personal de Uriburu, que luego de ocupar todos los cargos fue desplazado durante los gobiernos radicales y que ve en la revolución la única posibilidad de restaurar el viejo orden interrumpido en 1916. En cambio, Martín Block es el legionario nacionalista que apuesta por la revolución como la acción heroica capaz de purificar un país viciado de politiquería y liberalismo. La apología del fascismo de Este pueblo necesita... ingresa en la novela a través de este personaje, pues su finalidad es moral y su instrumento es la violencia: “Quiero el peligro —dice Block—, la lucha, la violencia. ¿Se acuerda de mi maestro Nietzsche? Ha llegado el momento de poner en práctica sus ideas. Vivamos peligrosamente. ¡Basta de molicie, de escepticismo, de desorden!”.23 Por eso, es contrario a toda forma de política, aún la de los conservadores,24 y apuesta por la dictadura: “¡El orden, el garrote! Es el gran sistema político para liquidar el demoliberalismo (...) La revolución establecerá la dictadura. ¡Se acabaron las elecciones, los comités, la adulación, la mediocridad!”.25 No es difícil reconocer a Leopoldo Lugones en la construcción de este personaje ya que, como más adelante se verá, no sólo termina suicidándose, sino que también sostiene el sistema de ideas que Lugones escribiera en La Patria fuerte y La Grande Argentina. Este juego de oposiciones entre nacionalistas y conservadores es el que desaparece con la revolución, que la novela representa como motor de cambios no sólo políticos sino morales:

22

María Teresa Gramuglio, “Posiciones, transformaciones y debates en la literatura” en Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930‐1943), tomo VII dirigido por Alejandro Cattaruzza, de Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001; p. 379. 23 Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 108. 24 “¡Jamás gobernarán los conservadores! Gobernarán los apolíticos, los jóvenes. Además, que si los conservadores llegaran a gobernar, serían otros que los de ahora: serían los conservadores purificados por la revolución” (Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 110). 25 Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 115.

12 Durante las tres o cuatro semanas que siguieron a la revolución, Claraval vivió en el asombro. Las gentes —inesperada transformación— no pensaban, al parecer, sino en la Patria, limpias de egoísmo las almas. Los viejos, rejuvenecidos. Los jóvenes hablaban como jóvenes. Desaparecidos el escepticismo, la manía de los placeres materiales, la impasibilidad de los rostros, la taciturnidad. Todos hablaban de trabajar: por ellos y por el país. Todos contentos, hombres y mujeres. En la ciudad, agilizada por un ritmo armonioso y hasta alegre, había otro aire. Todo estaba más claro; la luz, más pura.26

Y efectivamente, la novela narra este cambio moral a través de la transformación de sus personajes: los frívolos hijos de la elite, antes sólo preocupados por los cabarets parisinos, participan del desfile militar; los viejos conservadores comprenden “que no se puede vivir en el sensualismo y en el escepticismo” y participan de la conformación del gabinete del gobierno revolucionario.

La mirada escéptica: Roberto Arlt

En el marco de las numerosas notas sobre los sucesos políticos que los periódicos de Buenos Aires publican durante la semana revolucionaria, aparecen las “Aguafuertes Porteñas” de Roberto Arlt en el diario El Mundo que, como pocas veces antes, introducen la coyuntura política como tema. Arlt, al igual que otros periodistas, es testigo directo de los acontecimientos y participa activamente de la “jornada cívica” del 6 de septiembre. Por la mañana, recorre la ciudad a bordo de un camión del ejército que conducía tropa militar desde Flores hacia el centro. Allí asiste al desfile de los cadetes del Colegio Militar por la calle Callao, conversando con uno de los tenientes. En su nota, como en otras crónicas periodísticas ya mencionadas, prevalece nuevamente la imagen de la revolución como una fiesta popular:

El teniente Labocat, al frente de sus cadetes, me decía: —¡Diga si esta no es una fiesta...!

26

Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 205.

13 Efectivamente, de todos los balcones de Callao les tiraban flores. Muchachas trajeadas como si se tratara de concurrir a una fiesta, abrían desde lo alto paquetes de bombones y los arrojaban a los caminantes, que desde las cuatro de la mañana no habían probado bocado, como no fuesen algunas naranjas, etc. etc.27

Esta revolución ha sido macanuda porque no tenía intervalos espaciados, donde los participantes pasaban bruscamente de un extremo a otro. Por ejemplo, en el recorrido de la calle Callao efectuado el sábado por los cadetes, todo iba en la gloria pues en los balcones muchachas de todas las edades y matices pigmentarios, arrojaban chocolatines, bombones, ramitos de violetas y de claveles. (...) En fin, aquello era un paseo, una revolución sin ser revolución; todas las muchachas batían las manos y lo único que faltaba era una orquesta para ponerse a bailar. (...) En realidad, si esta revolución tuvo algo de tal, fue cuando se produjeron los choques frente a La Época y a la tarde en el Molino. Suprimiendo las persecuciones policiales y las barbaridades de gente que no se daba cuenta qué catástrofe podían provocar, el panorama popular era de regocijo y de fiesta. Era realmente cosa de decir: “Tutti contenti”. La población había subido a las azoteas; los aeroplanos describían círculos sobre la ciudad y numerosas personas se dirigían al centro “para mirar la revolución”. Y es que, si algo puede afirmarse de la población porteña, es lo siguiente: Somos o constituimos el pueblo más balconeador del planeta. Sin grupo. No nos afligimos por nada. No nos impresiona nada. (...) Automóviles con chapas de todos los parajes de la República hacían cola, uno tras otro, moviéndose despacio por la rúa. Lo único que faltaban eran serpentinas. En serio. Serpentinas y caretas. Y el orgullo con que la gente miraba a sus prójimos parecía decir: “Bueno: ahora nosotros también tenemos nuestra revolución”.28

Cierto escepticismo burlón sobrevuela el tono de las notas cuando Arlt habla de la revolución. Lejos del sentimiento patriótico sostenido por los diarios o por la letra del tango “¡Viva la patria!”, Arlt capta el carácter de festividad plebeya que hay en las calles; una festividad plebeya más parecida al carnaval que a un suceso político. No se trataría, no 27 28

Roberto Arlt, “¡Donde quemaban las papas!”, El Mundo, 7 de septiembre de 1930. Roberto Arlt, “Balconeando la Revolución”, El Mundo, 8 de septiembre de 1930

14 obstante, del carnaval bajtiniano de subversión de valores y reafirmación de lo popular, sino de la celebración despolitizada de un conjunto de curiosos. “Una revolución sin ser revolución”, sostiene Arlt; en otras palabras: una mascarada. Además de su columna periodística, en estos mismos meses Arlt continúa escribiendo sus textos de ficción (en octubre de 1931, saldrá publicada su novela Los lanzallamas) y reeditando sus novelas anteriores. En octubre de 1930, la editorial Claridad publica una segunda edición de Los siete locos —que había sido publicada a finales de 1929—, y en marzo del año siguiente lanza una tercera edición. En esta tercera edición, Arlt agrega una perturbadora aclaración, que figura en una nota al pie en el texto como “Nota de autor”:

Esta novela fue escrita en los años 28 y 29 y editada por la editorial Rosso en el mes de octubre de 1929. Sería irrisorio entonces creer que las manifestaciones del Mayor han sido sugeridas por el movimiento revolucionario del 6 de septiembre de 1930. Indudablemente, resulta curioso que las declaraciones de los revolucionarios del 6 de septiembre coincidan con tanta exactitud con aquellas que hace el Mayor y cuyo desarrollo confirman numerosos sucesos acaecidos después del 6 de septiembre.29

Arlt agrega esta nota después de la incorporación del Mayor en la Sociedad Secreta liderada por el Astrólogo e integrada por Erdosain, Haffner (el Rufián Melancólico), el Buscador de Oro y el Abogado, que se proponen imponer una dictadura a través de una revolución político‐social. En su parlamento de presentación, el Mayor sostiene la posibilidad de infiltrar al ejército porque está “minado de oficiales descontentos” que descreen de las teorías democráticas y del parlamento. Y principalmente postula la posibilidad real de una dictadura porque el ejército se considera la fuerza específica del país, un estado superior dentro de una sociedad inferior representada por “políticos ignorantes y mentirosos, bandidos vendidos a empresas extranjeras que envilecen el país”. Su propuesta concreta es generar un clima de desestabilización social a través de atentados y proclamas antisociales que instauren en el país “la inquietud revolucionaria”:

29

Roberto Arlt, Los siete locos, Buenos Aires, Losada, 1985; p. 137.

15 La “inquietud revolucionaria” yo la definiría como un desasosiego colectivo que no se atreve a manifestar sus deseos, todos se sienten alterados, enardecidos, los periódicos fomentan la tormenta y la policía le ayuda deteniendo a inocentes, que por los sufrimientos padecidos se convierten en revolucionarios; todas las mañanas las gentes se despiertan ansiosas de novedades, esperando un atentado más feroz que el anterior y que justifique sus presunciones; las injusticias policiales enardecen los ánimos de los que no las sufrieron, no falta un exaltado que descarga su revólver en el pecho de un polizonte, las organizaciones obreras se revuelven y decretan huelgas, y las palabras revolución y bolcheviquismo infiltran en todas partes el espanto y la esperanza. Ahora bien, cuando numerosas bombas hayan estallado por los rincones de la ciudad y las proclamas sean leídas y la inquietud revolucionaria esté madura, entonces intervendremos nosotros, los militares... Sí, intervendremos nosotros, los militares. Diremos que en vista de la poca capacidad del gobierno para defender las instituciones de la patria, el capital y la familia, nos apoderamos del Estado, proclamando una dictadura transitoria. Todas las dictaduras son transitorias para despertar confianza. (...) Culparemos al gobierno de los Soviets de obligarnos a asumir una actitud semejante y fusilaremos a algunos pobres diablos convictos y confesos de fabricar bombas. Suprimiremos las dos cámaras y el presupuesto del país será reducido a un mínimo. La administración del Estado será puesta en manos de la administración militar. El país alcanzará así una grandeza nunca vista.30

Frente al discurso del Mayor —voz militar en el texto— se anuncia, en palabras de Erdosain, la objeción civil, señalando el conflicto latente entre militares y civiles. El conflicto esbozado, como todos los conflictos que se producen entre los distintos jefes de la Sociedad Secreta, es rápidamente desactivado por el Astrólogo. Después de escuchar al Mayor, dice Erdosain:

—Su idea es hermosa —dijo Erdosain—, pero el caso es que nosotros trabajaremos para ustedes... —¿No querían ser ustedes jefes?

30

Roberto Arlt, Los siete locos, op. cit., p. 138.

16 —Sí, pero lo que recibiremos nosotros serán las migajas del banquete... —No, señor... usted confunde... lo pensado... Intervino el Astrólogo: —Señores... nosotros no nos hemos reunido para discutir orientaciones que no interesan ahora... sino para organizar las actividades de los jefes de célula. Si están dispuestos, vamos a empezar.31

¿Por qué Arlt introduce la mencionada “Nota de autor” si, en marzo de 1931, todo lector sabía que se trataba de una tercera edición (dato que, además, figuraba en el libro)? ¿Por qué esta necesidad de aclarar fechas y dar precisiones sobre los tiempos reales de su escritura? Es casi obvio que el movimiento de Arlt no responde a una búsqueda de exactitud en cuanto a las fechas, sino a todo lo contrario: su movimiento es, por un lado, el de inscribir las palabras del Mayor en el marco del golpe del 6 de septiembre; por otro, el de adjudicar a su literatura la capacidad de predecir y profetizar el futuro. Con la sola intercalación de esta “Nota de autor”, Arlt actualiza los contenidos ideológicos de su novela y, al señalar que las declaraciones de los revolucionarios del 6 de septiembre coinciden con las palabras del Mayor, convierte los delirios de un loco en un discurso realista. Tal vez es por eso que el Mayor desaparece como personaje de Los lanzallamas, la segunda parte de Los siete locos, escrita después del golpe de Estado: para Arlt, los personajes realistas no son interesantes y el discurso del Mayor ha dejado de ser el discurso de un alienado para convertirse en el discurso mimético de un militar metido en política. En este punto, Arlt realiza el movimiento simétricamente inverso al que realiza Gálvez en Hombres en soledad. Arlt intercala una precisión de fechas para actualizar un discurso que efectivamente fue escrito dos años antes de su existencia real. Gálvez, en cambio, se preocupa como nunca antes por fechar la escritura de su novela, aclarando que su libro, aunque publicado en 1938, se terminó de escribir en febrero de 1937, para disimular así que el dato real es previo a la ficción: su personaje Martín Block es, al igual que Leopoldo Lugones, un suicida. Pero Lugones se suicida el 18 de julio de 1938, unos meses antes de la publicación del libro.

31

Roberto Arlt, Los siete locos, op. cit., p. 138.

17 El fin de una ilusión

El entusiasmo revolucionario dura pocas semanas: tanto conservadores y nacionalistas como socialistas independientes y radicales antipersonalistas se muestran descontentos ante las primeras medidas del Gobierno Provisional. Como se señaló, la decepción estructura la acción de los últimos tramos de Hombres en soledad de Gálvez, donde a sólo un mes de la revolución, Claraval, personaje principal de la novela, descubre que todo vuelve a ser como antes: “Desde octubre venía observando cómo el latigazo que significara la revolución del 6 de Septiembre había dejado de producir sus higiénicos efectos. Los argentinos habían vuelto a sus vicios de antes: el escepticismo, el sensualismo, el chiste fácil, la canallería de los pasquines, el tango cotidiano. La energía y el entusiasmo de los días de la revolución habían pasado definitivamente. Habíamos vuelto inclusive al servilismo de los meses anteriores al movimiento, sólo que ahora se adulaba a Uriburu en vez de adular a Yrigoyen. La politiquería empezaba a florecer otra vez. (...) El país había caído en el marasmo de antes y ya nunca se levantaría”.32 Gálvez nuevamente reitera los mismos argumentos que ya había esbozado en las crónicas publicadas en el diario La Nación, donde había señalado que al cabo de unos días “caímos en el escepticismo de siempre, en los placeres de siempre, en la inactividad de siempre”.33 Y el final del libro, cuya acción transcurre a comienzos de 1931, es efectivamente desalentador para quienes apoyaron la revolución: Uriburu no se atrevió a realizar las reformas políticas que había prometido, los sectores conservadores en el gobierno no lograron frenar la debacle económica, los miembros de la elite escapan a Europa. El suicidio de Martín Block, el legionario, el único que se había animado a cumplir con los designios violentos de la revolución en la provincia de la cual fue nombrado Interventor, funciona como metáfora del fracaso, del desengaño y la desilusión:

El fracaso de la Revolución del 6 de Septiembre, es decir, del espíritu de la Revolución, era lo que había armado su revólver. Había amado a la Revolución como nadie, de una manera violenta y sagrada. De ella esperaba su salvación, su salvación de la soledad espiritual, del descontento, de la desesperanza interior. De 32 33

Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p,. 316. Manuel Gálvez, Este pueblo necesita..., op. cit., p. 12.

18 ella esperaba que se salvaran los argentinos, que se salvaran del materialismo, del sensualismo, de la pasividad, del escepticismo. Hasta hacía poco, había creído triunfante a la Revolución, pero después había comprobado la desaparición de todas sus ilusiones. Los argentinos habían vuelto a ser lo que antes, y él mismo tampoco había cambiado fundamentalmente. Desengañado del gobierno de Uriburu, que transigía con los conservadores, que no aplicaba los procedimientos que él juzgaba necesarios, sentíase disconforme con todos, sentíase de nuevo en la soledad. Block había querido morir para no ver el retorno de todos los males anteriores a la Revolución, y convencido de que su caso personal no tenía remedio.34

Los diarios de la época también recogen —pese a la censura— este clima de decepción. Es el diario Crítica el primero en proclamar abiertamente su oposición al gobierno de Uriburu, oposición que le cuesta la clausura definitiva el 6 de mayo de 1931 y la cárcel para Natalio Botana, su mujer Salvadora Medina Onrubia y treinta periodistas. Asimismo, a Arlt el entusiasmo de ser analista político le dura muy poco: el 12 de septiembre de 1930, cuando entrega su nota al jefe de redacción, éste se la devuelve diciéndole: “¿Está usted loco, socio? ¿No se da cuenta que lo que usted pretende es la clausura del bodegón donde paramos nosotros la olla? Hágase revisar la sesera que usted no sintoniza en forma. Esos tiempos se fueron para no volver”.35 Y efectivamente, esos tiempos se fueron para no volver y otros tiempos han llegado:

Se me ocurre que han llegado los tiempos de escribir así: Viene la primavera y vuelan los pajaritos. ¡Qué lindo es mirar el cielo y las mariposas que vuelan! ¡Qué lindo! (...) ¡Horror! ¿Podrá pasar esto? El redactor, mísero y compungido, broncoso y con ganas de presentar la renuncia, carpetea el espacio, la redacción y el artículo, se husmea y dice para su coleto: Vuelan las mariposas de pintados colores ¿No atentará contra el estado esta frase? Vuelan... los aeroplanos también vuelan... ¿No podrá parecerle al director una frase de doble sentido esta? ¿No confundirá la censura a los pajaritos que hacen pío pío con los soldados del escuadrón? ¡Horror! Escribí la palabra censura 34 35

Manuel Gálvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 373. Roberto Arlt, “¿Cómo podemos escribir así?”, El Mundo, 13 de septiembre de 1930.

19 ¿quién dijo censura?, ¿dónde hay censura? Pero no. A ver. ¿Cómo la va a haber si se puede escribir: Y vuelan las mariposas de pintados colores? 36

Pese a la censura, Arlt seguirá insistiendo con el tema del día. Es la oportunidad de decir todo lo que ha callado durante los años de gobierno radical. Aunque la dirección del diario le prohibe referirse a la coyuntura política, Arlt se refiere a ella evadiendo el peso de su primera persona: construye personajes ficcionales a cargo de los cuales está la narración. Desaparece así como narrador directo de los hechos y escribe monólogos ficcionales de diversos personajes, en los cuales se subraya el carácter poco heroico y por momentos miserable de los protagonistas de la revolución. Desfilan así el comerciante cuya armería fue saqueada el día de la revolución por grupos de facinerosos; el almacenero que vendió toda su mercadería, aún la que estaba en mal estado, abusándose del temor al desabastecimiento que cundió después del golpe; la feliz mujer de un ex diputado que acaba de recuperar a un marido siempre ausente; el inútil empleado público radical que espera la cesantía; el comisario radical que se queja porque dejó de recibir la coima de quinieleros y levantadores de juego; el ex diputado radical que no sabe en qué partido meterse para volver a conseguir una diputación... Pese a todo, las expectativas que le despierta el gobierno de facto son grandes; su desprecio por los políticos es mayor:

Me he convertido en balconeador de los politiqueros desde que el Gobierno Provisional ha empezado a barrer y a fregar. Y gozo. Mentiría si lo negara. Gozo. Sin ser un perverso que se deleita en los males ajenos, paladeo la catástrofe que les ha caído por la cabeza a los políticos profesionales. Pienso que en breve tendremos nuevamente reintegrados a sus establos y calabozos y leoneras a numerosos ciudadanos. (...) Y en tanto escucho; escucho lo que dicen los diputados cesantes a quienes el Estado pagaba mil quinientos pesos mensuales para que charlaran y oficiaran de padrastros de la patria. (...) Para muchos ciudadanos, lo más que se alcanza al llegar a diputado, es un sueldo. Pues bien: esa gente está equivocada. Un voto, un voto de diputado dispuesto a venderse, vale mucho, y en nuestro régimen democrático (ya ven para lo que sirve la democracia), tenemos el caso de diputados y

36

Roberto Arlt, “¿Cómo podemos escribir así?”, El Mundo, 13 de septiembre de 1930.

20 senadores sospechosos de tramoyas. El bloque radical se valía de su mayoría parlamentaria,

perfectamente

“democrática”,

para

imponer,

por

curiosa

contradicción, resoluciones antidemocráticas y antipatrióticas si el patrón del grupo lo exigía. Lo único que faltó fue que rifaran el país.37

Su escepticismo ante los discursos de los políticos junto con la mentira y falsedad que cree descubrir en sus propuestas, lo llevan a cuestionar las bases del sistema democrático y a coincidir con las posiciones más extremas, focalizando la crítica en el socialista independiente Antonio de Tomaso, dirigente de un partido que después de participar activamente en la preparación y consumación del golpe de Estado, durante 1931 presiona al gobierno de facto para que convoque a elecciones generales. Paradójicamente, entonces, es Arlt quien sostiene una coincidencia política con un gobierno de facto que, hacia abril de 1931, ya ha perdido toda credibilidad: “Yo no creo en la democracia. Lo he dicho un montón de veces, y en eso coincidimos el General y yo. Tampoco creo en los votos. En eso coincidimos el señor Sánchez Sorondo y yo. En cambio, no coincidimos Di Tomaso y yo. En términos concretos y robustos: no creo en el queso”.38

Relecturas

No es durante el gobierno de Uriburu cuando se producen las relecturas periodísticas del golpe de Estado sino durante los primeros días del gobierno de Agustín P. Justo. En esta relectura del 6 de septiembre, se señalan dos momentos: el momento revolucionario y el momento posterior a la revolución. Crítica hablará de revolución y contrarrevolución; La Nación marcará esos dos momentos en la figura de Uriburu, como jefe de la revolución y como jefe del Gobierno Provisional. En efecto, cuando el general Uriburu muere en París el 28 de abril de 1932, La Nación realiza un balance del 6 de septiembre y de su gobierno, y sostiene que “al jefe de la revolución sucedió el jefe del gobierno provisional” ya que la revolución se hizo “con una finalidad circunscripta y no con una doctrina de prolongado desarrollo”; pero, una vez en el 37 38

Roberto Arlt, “Macaneo del profesionalismo político”, El Mundo, 6 de octubre de 1930. Roberto Arlt, “Del que vota en blanco”, El Mundo, 23 de abril de 1931.

21 gobierno, el general Uriburu desarrolló su propio programa político: “No creía el general Uriburu en la democracia y la falta de agudeza psicológica, que tenía como revolucionario, en la acción gubernativa, para comprender lo oportuno y lo inoportuno —don esencialmente político— le hizo ver la posibilidad ilusoria de aplicar en la obra sus antiguas reflexiones y las antiguas sugestiones venidas de ambientes lejanos. No hablaron en seguida, como alguien dijo, las urnas, después de haber brillado la claridad de las espadas. (...) El gobierno de facto cobraba, al asentarse y durar, al aspirar a imponer a los demás una visión individual de las cuestiones que únicamente competían a la libre definición del electorado, la inquietante fisonomía de la dictadura”.39 El diario Crítica, en cambio, sostiene la existencia casi simultánea de una revolución y de una contrarrevolución, y narra nuevamente la historia del 6 de septiembre de 1930 para diferenciarse de los sectores uriburistas y de un gobierno de facto con los que el mismo diario colaboró en los días previos a la revolución: “El 6 de septiembre es la historia de la revolución y la contrarrevolución, o sea, la del heroísmo y lealtad populares y la de la infame traición reaccionaria. El pueblo, su ejército, todos, fueron cínicamente burlados. Ellos hicieron la revolución democrática y a las pocas horas se encontraron con un lazo conservador y fascista al cuello”.40 Ésta es la hipótesis que el diario desarrolla con detenimiento el primer día en que reaparece en la calle después de la clausura, el 20 de febrero de 1932, momento en que inicia su “proceso de la Dictadura” a través de la denuncia sistemática de las torturas y de los atropellos políticos cometidos. Crítica necesita volver a contar la misma historia que contó el 6 de septiembre de 1930, agregando los detalles que eligió callar en aquel momento:

Cuando en la madrugada del 6 vimos accionar en el Colegio Militar de San Martín, como corte áulica del general Uriburu a ciertos personajes siniestros de la vida política y social argentina, comprendimos claramente que la reacción se apoderaba del movimiento popular para defraudar ignominiosamente sus mejores propósitos. Donde intervenía Sánchez Sorondo no podía estar ni la democracia ni el federalismo ni la justicia social ni la reforma universitaria. Una derivación inesperada, que se confirmó por la noche con todos los contornos de una decepción tremenda, cuando se hizo conocer a nuestro director el nombre de los ministros y de los principales funcionarios 39 40

“Soldado y organizador fue el extinto en su existencia toda”, La Nación, 29 de abril de 1932. “¿Qué ocurrió el 6 de septiembre...?”, Crítica, 10 de marzo de 1932.

22 venía a tener el movimiento popular, que nosotros habíamos encauzado desde nuestras columnas y que las minorías parlamentarias, en acción paralela, habían preparado desde sus bancas del Congreso. (...) Volvía el conservadorismo, el régimen, como decían los radicales. No el conservadorismo renovado y dignificado en la oposición después de 1916 sino la vieja y sórdida oligarquía aplastada en 1916 por el sufragio libre.41

Con hipótesis diferentes, el periodismo en general —además de políticos, militares, juristas e intelectuales— coinciden al subrayar el carácter deceptivo de la experiencia uriburista. Los políticos que intervinieron fueron rápidamente desplazados, los nacionalistas vieron frustrados sus anhelos de reforma política, los conservadores ocuparon nuevamente el espacio que habían perdido con la llegada de Yrigoyen a la presidencia de la Nación en 1916. Si a muy poco de andar, el gobierno de Uriburu es, para todos, la crónica de una decepción anunciada, esta decepción no era evidente para quienes participaron de la experiencia revolucionaria. Bertrand Russell advierte que “una historia escrita después de un acontecimiento difícilmente logrará que nos demos cuenta que sus protagonistas ignoraban el futuro; resulta difícil creer que los romanos del Imperio tardío desconocían que éste estaba al borde del derrumbe, o que Carlos I de Inglaterra ignoraba un hecho tan notorio como su propia ejecución”.42 Así, el gran mito de la revolución que se activa meses antes del golpe de septiembre de 1930 señala precisamente que quienes protagonizaron o fueron testigos del golpe de Estado vivieron, en realidad, una experiencia revolucionaria que distaba mucho de serlo. Porque fue ese mito revolucionario el que modeló los comportamientos colectivos y otorgó un sentido heroico al primer golpe de Estado; pero, a su vez, ocluyó la posibilidad de pensar el futuro político que se abría a partir de la interrupción de la continuidad constitucional mantenida desde 1862: una interrupción protagonizada, no por el pueblo levantado en armas, sino por el ejército argentino convertido, desde ese momento y durante demasiados años, en protagonista y árbitro del juego político de la Argentina.

41

“Crítica no sucumbió a la tiranía. Su director y redactores sufrieron la cárcel y el destierro. Venimos a hacer el proceso de la Dictadura”, Crítica, 20 de febrero de 1932. 42 Robert E. Egner y Lester E. Denoun (editores), The Basic Writings of Bertrand Russell, 1903‐1959, Nueva York, Simon and Schuster, 1967; p. 522. Citado y traducido por Daniel Balderston, ¿Fuera de contexto? Referencialidad histórica y expresión de la realidad en Borges, Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1996.

23

Fuentes primarias Diarios: Crítica, septiembre de 1930 a marzo de 1932. El Mundo, septiembre de 1930. La Nación, septiembre de 1930. La Prensa, septiembre de 1930. La Protesta, septiembre de 1930. La Razón, septiembre de 1930. La Vanguardia, septiembre de 1930.

Libros: Arlt, Roberto, Los siete locos, Buenos Aires, Losada, 1985. Arlt, Roberto, Aguafuertes Porteñas. Cultura y política, Buenos Aires, Losada, 1993. Gálvez, Manuel, Este pueblo necesita..., Buenos Aires, Librería de A. García Santos, 1934. —, Hombres en soledad, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986. Martínez Estrada, Ezequiel, Radiografía de la pampa, Buenos Aires, Colección Archivos, Fondo de Cultura Económica, 1993.

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24 Cattaruzza, Alejandro (director), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930‐1943), tomo VII de la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001. —, Historia y política en los años treinta: comentarios en torno al caso radical, Buenos Aires, Biblos, 1991. Ciria, Alberto, Partidos y poder en la Argentina moderna (1930‐1946), Buenos Aires, Hyspamérica, 1986. Devoto, Fernando y Marcela Ferrari, La construcción de las democracia rioplatenses: proyecto institucionales y prácticas políticas, 1900‐1930, Buenos Aires, Biblos, 1994. Gálvez, Manuel, Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio, Buenos Aires, Tor, 1945. Gutiérrez, Leandro y Luis Alberto Romero, Sectores Populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra. Buenos Aires, Sudamericana, 1995. Halperín Donghi, Tulio, Argentina, la democracia de masas. Buenos Aires, Paidós, 1972. —, La Argentina en el callejón. Buenos Aires, Ariel, 1995. —, La larga agonía de la argentina peronista. Buenos Aires, Ariel, 1995. Macor, Darío, Imágenes de los años treinta. Documento de Trabajo nº 3, Universidad Nacional del Litoral, 1995. Persello, Ana Virginia, El radicalismo en crisis (1930‐1943), Buenos Aires, Fundación Ross, 1996. Rock, David, El radicalismo argentino, 1890‐1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977. Romero, José Luis, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económico, 1986. Rouquie, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1981. Saítta, Sylvia, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998. —, El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt, Buenos Aires, Sudamericana, 2000. Sanguinetti, Horacio, La democracia ficta, 1930‐1938, Buenos Aires, La Bastilla, 1988. Sarlo, Beatriz, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. Viñas, David, Literatura argentina y política; De Lugones a Walsh, Buenos Aires, Sudamericana, 1996.

25 Warley, Jorge, Vida intelectual en la década de 1930, Buenos Aires, Ceal, 1985.

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