5 minutos de libertad

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Descripción

5 minutos de libertad




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Lo que distingue a la forma literaria es algún tipo de lucha, de trabajo consciente o no con los indicios del mundo que el lenguaje nos ofrece, y a los cuales no ofrecemos al escribir. Donde no hay esa lucha no hay forma literaria. A quien dice que la economía es lo mismo que lo literario no le importa nada. La vida y la economía están en lucha. La vida está en lucha con la vida. La lengua literaria texturiza la lucha.

Otra cosa es que la economía forme parte de una cultura literaria: Raimondi y otros. Y la literatura es (en esta dirección solamente) una economía (texto y textura) de la lengua.
En este sentido, no hay una literatura "responsable". La textura sólo quiere texturizar. Puede con horror, puede con belleza. Elige a medias; le toca, fatalmente, a medias.

Al horror o a la belleza de captar, ambos engañosos y reales por igual, la crítica trata de leerlos o de negarlos y cambiar de tema.

ii

El miedo a la violencia política es el gran motor epistemológico y ético de la escuela del posmodernismo argentino. El posmodernismo argentino le hizo creer a varias generaciones de estudiantes de literatura que para ser un buen crítico es necesario ser, básicamente, un tarado político.
Dése un ejemplo del precepto. En el ensayo Aquí América Latina (2010) de Josefina Ludmer se alienta a observar el "método de la isla", que con rigor genealógico se le atribuye a Los soñadores de Bertolucci. El método consiste en aislar a un grupo de personajes en una casa a decir pavadas mientras en Francia transcurre 1968.
La teoría de la percepción es de disociación total entre literatura latinoamericana y realidad latinoamericana. Esto podría alentar un escándalo metodológico, dado que no sólo supone el abandono de la política a secas sino el abandono total de toda curiosidad por la historia. Sin embargo, fue recibido cuando no con inexplicable excitación, al menos en silencio por los campos de la crítica.
El encuentro más logrado de la escuela posmoderna argentina con la literatura contemporánea son las novelas El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013) de Selva Almada.
En la primera, la lengua es totalmente especulativa, en el corset de un español casi neutro. La ponemos en la tradición de las escrituras helvéticas. La historia que narra es una isla ficcional en un punto perdido del centro- litoral argentino, sin adentro ni afuera, sin topografías ni topologías. En Ladrilleros, se quiere dar un giro a esta situación de manera fanática: varias escenas en las que "el chango está en short y cuero", oscuridad moral de orilla borgeana y regionalismos sin fin.
En ambos casos se trata de un formalismo muy decidido donde la lengua es mero aparato teórico puesto a crear las islas del universo literario. Se dijo que Almada construyó personajes desde una perspectiva narrativa "humana" porque "no los juzga".
No se trata de juzgar las novelas de Selva Almada por su falta de contenido político, sino de juzgar la consonancia entre el esfuerzo por hacer un uso instrumental de la lengua, por tratar tan mal a los personajes al punto de mandarlos al muere en español neutro, y una crítica convencida de que no existe más la literatura sino solamente la imaginación, la cual produce bloques de objetos continuos en los cuales ya no tiene sentido elaborar sus informaciones históricas.

iii
Las dos diferencias

El síndrome fatal del posmodernismo argentino es su obsesión con el problema de la relación entre verdad y política. Ante el vacío generacional de toda experiencia política intensa en las últimas décadas, esta escuela no ha hecho más que aleccionar a todo intento crítico que pudiera surgir de sus filas estudiantiles, revistas, blogs, etc., en cuanto a la impertinencia de a) asociar literatura y política y b) considerar los elementos no ficcionales del discurso literario.
A diferencia de la escuela contemporánea de crítica biopolítica (Gabriel Giorgi, Fermín Rodríguez, etc.), la escuela posmoderna argentina continúa direccionando toda consideración hacia objetos caídos. La imposibilidad de diferenciar sensibilidad y discurso es uno de ellos. Esta imposibilidad fue una incapacidad en términos de experiencia histórica y una opción teórica. A diferencia de los biopolíticos, que logran dar un desplazamiento de los objetos de la crítica hacia todo lo viviente en tanto alianza de problemas y no como anulación de las relaciones entre cuerpos y políticas.
La "no- diferencia" de los biopolíticos es potente porque intenta encontrar el lazo viviente de la experiencia; formula una epistemología de lo viviente (Giorgi) sin arruinar la diferencia mediante la forma totalitaria del yo puro (puro discurso). La no- diferencia de los posmodernos argentinos es necesariamente de herencia criollista lacaniana.



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Además hay que agregar que la potencia de la escuela posmoderna argentina sólo puede proponerse intervenir en el campo de la teoría de los géneros discursivos. Es decir, que a través de cien años de historia de las ideas desde Bajtin puede decir que hay géneros como el diario íntimo en los cuales la vida cotidiana es una forma de política. Entre los drones, la tecnología satelital nacional y el ciber- ébola el posmodernismo argentino está desorientado bajo una pila de apuntes de Rorty de dudosa traducción.
Más esperanzas hay para la escuela biopolítica. En lugar de sonreír satisfecha ante el viejo chiste del fin de la historia, demuestra querer trabajar en otro sentido.


En Formas Comunes (2014) de Gabriel Giorgi hay una intención clara de suspender el debate por la Verdad y desplazar las preguntas críticas hacia el campo de la relación entre lo viviente.
Lejos de los antiguos debates sobre la transgresión, el fundamento último del lenguaje y el desencuentro de algunos críticos con Latinoamérica como universo interesante, Giorgi propone un corpus concreto de textos a revisar y como plantea un horizonte epistemológico distinto. El objeto no se define en relación a la caída del valor de verdad del discurso, sino por su forma de mostrar las tensiones de lo vivo.


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Lo que interesa del caso biopolítico en cuanto a la crítica literaria es en definitiva el tema de las formas de captación del mundo sensible.
Donde el posmodernismo argentino ve improductividad del acontecimiento y uso abstractivo de la lengua, la crítica biopolítica puede ofrecer herramientas para la recuperación del campo de lo sensible. El trabajo sobre las relaciones entre los cuerpos y entre los cuerpos y dispositivos, ejercita las investigaciones hacia una zona más potente de la escritura: el roce de voces, el desorden, lo loco de lo humano entre otras cosas, son las texturas de la lengua. La lengua es la zona principal de texturización. Si la literatura es especulación sin textura no nos interesa.
En la novela de aventuras Gracias, en La libertad total o en Qué hacer de Pablo Katchadjian y en Intercambio sobre una organización de Violeta Kesselman la crítica reciente puede encontrar objetos para recorrer el problema de las relaciones entre lengua, historia y el mundo sensible, dado que en la textura de la lengua están los meollos de la lucha por la captación constante del mundo de los cuerpos. Como trabajo de lectura es un acto de libertad.



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