2015 - Las carencias de Piketty

May 24, 2017 | Autor: Antonio Caro Almela | Categoría: Piketty, Thomas Piketty
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Descripción

Las carencias de Piketty ANTONIO CARO* En su monumental, aplaudida y discutida obra El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014) el economista francés Thomas Piketty se plantea un acuciante problema cuya resolución no llega a aportar: cuál la razón que justifica que un número muy reducido de altos ejecutivos, especialmente estadounidenses y también ingleses, haya alcanzado en los últimos años unas remuneraciones desorbitadas que, por lo demás, no tienen correlación con lo que sucede, según Piketty, en otros países con un nivel equivalente de desarrollo, tales como Francia y Alemania. Piketty comienza por descartar la razón “económica” que explicaría y a la vez justificaría tal desajuste: la productividad marginal, basada en la hipotética mayor contribución de tales ejecutivos a la riqueza en general y, obviamente, a la de sus empresas. Dicho argumento, razona Piletty, está dañado en su propia base en la medida que durante las últimas décadas, «el crecimiento en esos países no ha sido mayor que en Alemania, Francia, Japón, Dinamarca o Suecia» (p. 567), a la par que, añade en nota, el Producto Interior Bruto por hora trabajada –esto es, lo que los economistas llaman “productividad”- tiene prácticamente el mismo nivel en Estados Unidos que en Francia y Alemania. Descartada esta razón económica, Piketty recurre a otra de índole “sociológica”, que en su contexto resulta mucho más endeble; y así, argumenta, «los altos ejecutivos se han dedicado a hacer grandes esfuerzos para convencer a todo el mundo de la necesidad de estos aumentos considerables, lo cual no es siempre tan difícil habida cuenta de las enormes dificultades objetivas relacionadas con la medición de la contribución individual de un alto ejecutivo de una empresa a la producción de su compañía, y de las formas de composición, a menudo bastante incestuosas, que imperan en los comités de retribuciones» (ib., p. 566). De modo que, viene a decir Piketty, como nadie sabe en su sano juicio qué demonios hacen en la empresa estos benditos ejecutivos y puesto que, desde el punto de vista de la ortodoxia económica, es imposible evaluar su rendimiento a favor de la productividad empresarial, Piketty opta por una especie de “viva Cartagena”: los altos ejecutivos de las grandes corporaciones transnacionales que presiden la actual globalización capitalista –y habría que medir hasta qué punto el fenómeno solo abarca a los ejecutivos estadounidenses e ingleses y no a los de latitudes más cercanas- ganan los sueldazos y demás emolumentos que perciben simplemente porque hay alguien tan cándido –y tan obviamente interesado en participar del cotarroque se los paga. Para llegar a esta conclusión, Piketty ha tenido que abstenerse de mencionar a lo largo de su libro alguno de los fenómenos primordiales que han caracterizado al capitalismo mundial durante el último siglo: por ejemplo, ni una palabra acerca de la gran conmoción que experimentó dicho sistema cuando su centro de acción pasó, en las primeras décadas del siglo XX, desde Europa a Estados Unidos de América. Por poner otro ejemplo, ninguna mención al proceso de transformación gerencial que, en el marco de dicho trasvase, hizo que el marketing pasara a constituir el corazón operativo de las empresas y la filosofía que estuvo en la base de esa construcción socioeconómica que hemos convenido en llamar “sociedad de consumo” (en las 563 páginas del libro solo *

Colaborador habitual de Diagonal donde elabora, junto con Isidro Jiménez, la sección sobre publicidad y consumo.

tengo constancia de haberme encontrado una vez con la palabra “mercadotecnia”). Y, por supuesto, ni la menor mención al efecto que ha tenido y sigue teniendo la publicidad comercial como vehículo de potenciación de esa “sociedad de consumo”, a la vez que como instrumento de extracción de plusvalía en función del velo de signos que extiende sobre el producto en el marco de lo que algunos denominamos “capitalismo semiótico” (o, dicho con más propiedad, “capitalismo del signo/mercancía” si queremos ceñirnos a su forma primordial). De este modo, el libro de Piketty se reduce en lo esencial a un gran almacén de datos que, prosiguiendo las investigaciones sin duda meritorias que el autor ya ha realizado en esta misma dirección en solitario o con otros colaboradores, solo da unas livianas pistas acerca de lo que verdaderamente sucede en la actualidad, cuidándose por lo demás muy mucho de traspasar –como advierte desde las primeras páginas- el sacrosanto orden capitalista. Y, puesto que no ataca a las causas ni trata de desentrañar el origen de los fenómenos, Piketty se mueve en un terreno posibilista que, por ejemplo, espera o por lo menos aborda la posibilidad de paliar la tendencia a la desigualdad que – como señalan con toda propiedad los datos del autor- afecta en la actualidad al sistema capitalista mediante un impuesto mundial y progresivo sobre el capital, con objeto de «contener el crecimiento sin límites de las desigualdades patrimoniales mundiales que hoy crecen a un ritmo insostenible a largo plazo» (p. 644). Y en ese sentido, resulta particularmente oportuna la observación del autor cuando señala que han sido precisamente en los países –Estados Unidos y Reino Unido- donde, a partir de la “revolución conservadora” de los años 1970-1980, ha tenido lugar una baja espectacular de la progresividad fiscal vigente con anterioridad, donde más se ha apreciado este despegue sin precedentes de las retribuciones de los altos ejecutivos; aunque, constata a continuación, «en la actualidad los impuestos han llegado a ser regresivos en la cima de la jerarquía de los ingresos en la mayor parte de los países, o están a punto de serlo» (p. 549). En definitiva, Piketty pasa revista a lo largo de su libro a una situación de facto cuya arista más evidente es esa tendencia estructural a la desigualdad socioeconómica a la que acabo de referirme y que, según concluye el autor apoyándose en sus datos, puede incluso agravarse en el futuro si no se le pone remedio a través de una adecuada y decidida política fiscal (¿pero quién la pone en marcha, desde qué determinación política, en qué ámbito de acción?). Más allá de ello, seguimos sin saber por qué la élite económica –y también política- que está al frente del actual proceso de globalización capitalista ha protagonizado y está protagonizando ese formidable proceso de despliegue social del 1% cada vez más privilegiado y que lo distancia progresivamente de la población en general. Y es que, para explicarse este último fenómeno, habría que hablar con detalle de las derivas que ha experimentado en las últimas décadas una producción que es cada más de signos que de cosas; y que, como he señalado con anterioridad, se ampara en ese velo de signos impuesto sobre los productos para expropiar al consumidor de la plusvalía que alimenta el sistema. Y es como resultado de estas derivas como se ha generado una nueva casta empresarial que, ante la desesperación de Piketty y el resto de los economistas ortodoxos, no produce nada (ni es, por consiguiente, evaluable en términos de productividad), ya que su misión se encuentra en un terreno bien distinto: el de conducir a los equipos de “productores de signos” en su misión de vaciar los productos de su materialidad y de envolverlos en un manto imaginario que los haga aptos para cumplir su misión primordial como generadores de plusvalía.

Pero habrá que hablar otro día con mayor extensión de estas derivas del presente capitalismo que resultan incomprensibles para economistas ortodoxos como Piketty.

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