2013 El revisionismo y las categorías de análisis en Historia

September 12, 2017 | Autor: José Ramiro Podetti | Categoría: Latin American Studies, Philosophy of History, Historia, Teoría de la Historia
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Descripción

El revisionismo y las categorías de análisis en Historia José Ramiro Podetti Agradezco a Julio Fernández Baraibar la invitación a participar de este encuentro y junto a él a todos los que contribuyeron a la iniciativa y a la organización. Voy a proponer dos ideas que creo son importantes para el debate actual en América Latina. Coincido en la significación excepcional del momento que está viviendo la región, pero al mismo tiempo no estoy seguro si en el campo de las ideas estamos a la altura de las necesidades que esta situación excepcional genera. Pero antes unas pocas palabras sobre el revisionismo histórico. No solo en atención y reconocimiento al congreso que nos reúne, sino también a la controversia que en Argentina se agita en su torno. Primero, y esto va dirigido para los más jóvenes: mi generación no se entendería sin el revisionismo histórico, porque fue un fenómeno que en parte la constituyó como generación. Me refiero específicamente a un grupo muy numeroso de investigadores, estudiosos y escritores, de muy distintos orígenes políticos e ideológicos, que a lo largo de las décadas de 1950, 1960 y 1970, produjeron mucho; llenaríamos varias bibliotecas con todo ese material. Hablo de libros, muchos libros; pero también de opúsculos, de artículos en revistas y diarios, de revistas íntegramente dedicadas al revisionismo, de mucho magisterio oral en cátedras improvisadas en los lugares más disímiles, y finalmente de obras enciclopédicas, como la Historia Argentina de José María Rosa en trece tomos, o la Historia de la Argentina de Vicente Sierra en diez tomos. Aclaro esto porque desde ya que “revisionismo” histórico es una actitud epistemológica y metodológica, se haga donde se haga y en cualquier tiempo, en la universidad o fuera de ella, y refiere obviamente a que la Historia no es ni puede ser una disciplina que cierre o clausure el pasado, otorgando a un cierto relato el carácter de versión definitiva de los hechos. La necesidad de revisar, o de “revisitar” como se dice ahora, de releer, es obvia; no solo porque el tiempo arroja siempre nuevas perspectivas, sino porque la base empírica se ensancha y el acceso a la base empírica también se ensancha. La base empírica se ensancha con el tiempo, paradoja de la Historia, porque no solo aparecen nuevos documentos sino nuevas relaciones entre ellos, antes no vistas; pero en la actualidad, en que se están digitalizando sin cesar colecciones documentales, se ensancha continuamente también el acceso a la base empírica. De modo que el revisionismo como actitud epistemológica no se puede discutir; se puede en todo caso discutir sobre métodos y formas de hacerlo, pero no sobre la necesidad permanente de revisión. Así que para los amigos, colegas y compañeros que provienen de otros países, en este caso me estoy refiriendo por “revisionismo histórico” a un fenómeno historiográfico concreto, que marcó a mi generación en Argentina. Aprovecho para hacer un comentario sobre nuestros gentilicios provinciales. Como en el programa dice “Uruguay” a continuación de mi nombre, un viejo amigo me preguntó si me 

Versión de la ponencia en el panel “Las revoluciones nacionales y sociales en América Latina”, Congreso Iberoamericano de Revisionismo Histórico. Buenos Aires, Hotel Savoy, 7, 8 y 9 de noviembre de 2013. 1

había hecho uruguayo. Aclaro, para quienes aquí no me conocen, que soy mexicano… y brasileño. Pero también soy peruano y paraguayo, boliviano y chileno… Y desafío cordialmente a cualquier mexicano o brasileño a ver quién ama más a México o a Brasil. Hago este comentario porque me molestó que en uno de los discursos con los que se abrió este Congreso se usara varias veces la palabra “extranjero” para referirse a aquellos participantes que no son argentinos. Son pequeñas trampas que nos juegan, a todos, viejos sentimientos de pertenencia que ya no nos sirven para lo que intentamos hacer. Y no pretendo desmerecer de ningún modo nuestros sentimientos de pertenencia, sino de ampliarlos. La forma de ser más argentino es ser también brasileño, y así para cada patriotismo local. Volviendo a la significación que tuvo el revisionismo para mi generación: conocí a Jorge Abelardo Ramos en el último año de la escuela secundaria, cuando ofreció un curso de historia argentina en una de las aulas del subsuelo de la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en la calle Viamonte. Me acuerdo que al comenzar, corría el año 1964, observó que en su curso volvería a nombrarse a Perón en esas aulas después de nueve años; porque no solo había sido proscripto y exilado del país, sino también de la Universidad. Y recuerdo a Ramos porque Revolución y contrarrevolución en la Argentina fue un libro de cabecera en mi familia, y luego en mi organización de militancia, pero también me marcó la de otros autores que se identificaban con un socialismo nacional como Juan José Hernández Arregui, e Imperialismo y cultura (1957) y sobre todo La formación de la conciencia nacional (1969) fueron también libros de cabecera. Pero entre las lecturas con que las que me formé hubo muchas otras: las provenientes de autores del nacionalismo católico como Carlos y Federico Ibarguren o Julio y Federico Irazusta, la de autores más ligados al peronismo como Fermín Chávez o José María Rosa, o la de Eduardo Astesano, cuyas aulas estuvieron por décadas en los sindicatos. Pero también formaron parte del revisionismo histórico en Argentina autores provenientes del radicalismo, en especial del grupo FORJA, como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Entonces, es bueno recordar que en esa vasta producción del revisionismo, hubo distintas vertientes y matices, y esto es justamente lo que le permitió alcanzar la vigencia que tuvo. También es necesario señalar que entre esa multitud de textos, los hay de distinto valor y alcances; hay textos de investigación y textos de divulgación; hay textos circunscriptos a períodos o a biografías –todavía recuerdo mi lectura del Facundo de Pedro de Paoli, disfrutando cada página y percibiendo a todas llenas de sentido- u obras generales. Hoy mismo cuando me preguntan en Uruguay, colegas, alumnos o simplemente estudiosos, qué obra general de referencia recomiendo sobre historia argentina, sigo recomendando la obra monumental de Vicente Sierra. Y por supuesto es también diverso su aporte al caudal historiográfico y su vigencia. Lo segundo que quiero decir al respecto del revisionismo, es que el hecho de reconocer su enorme aporte a la historiografía argentina, no puede implicar desechar o desvalorar la obra historiográfica producida en las universidades o en centros de investigación académica. Creo que también allí hay obras de distinto valor y alcances, pero sería imposible hoy investigar, estudiar y escribir sobre historia sin valerse de la producción universitaria o realizada con los aportes epistemológicos y metodológicos de la Historia acumulados en el último siglo. Por eso 2

creo en la necesidad de una confluencia historiográfica entre los revisionismos y la producción académica. Paso ahora a las ideas que quiero proponer sobre el tema de la mesa, que son directamente tributarias del historiador, teólogo y filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré. No hago responsable a Methol de nada de lo que voy a decir, salvo cuando expresamente lo cite, pero no podría estar hablándoles de los que les voy a hablar si no hubiera escuchado y leído a Methol durante los últimos veinte años casi semanalmente. Primera idea: En muchos aspectos, el destino de los países hispanoamericanos y del Brasil se jugó en la década que va de 1820 a 1830. Y no me refiero a las declaratorias de independencia, en algunos casos anteriores, sino al hecho de que con algunas vicisitudes anteriores y posteriores, en general es en esa década que se echan las bases, a través de una serie de tratados comerciales, de la decisión estratégica sobre las que se fundaron todas las repúblicas hispanoamericanas y el Imperio del Brasil: la incorporación a la economía mundial exclusivamente como proveedores de materias primas. Yo sé que no estoy diciendo nada nuevo; solo creo que este hecho no está íntegramente incorporado en la memoria pública – educativa, periodística, profesional, etc.- ni en los presupuestos de las ciencias sociales comúnmente aceptadas, y en tanto no lo esté, el impacto sobre el conocimiento e interpretación de los países latinoamericanos seguirá siendo muy grande. El encubrimiento de esta decisión es casi una condición de existencia de las historiografías subsecuentes a la fragmentación hispanoamericana. Y ahora se la sigue encubriendo, cuando al hablar de sociedades posindustriales –pero no postecnológicas- se reitera la negación de que la madre de todas las asimetrías del mundo contemporáneo es la diferencia en las tasas de agregación de valor. O cuando no se advierte que se están estableciendo con China unos vínculos comerciales que se parecen mucho a los establecidos con Inglaterra en el siglo XIX. Esa decisión de la década de 1820 significa muchas cosas, económicas, sociales, políticas y culturales. No voy a abundar sobre eso, pero digamos que sociedades que no retenían las materias primas para agregarles valor, sino que las entregaban para luego recomprarlas con valor agregado, eran sociedades que se condenaron a una pobreza relativa creciente, se condenaron a carecer de ciencia y tecnología, se condenaron a no aprovechar la creatividad de su gente. De esa decisión nace la fragmentación hispanoamericana (y no al revés) e incluso la inexorabilidad de una separación de España. El padre del primer proyecto de unión aduanera hispanoamericana, Lucas Alamán –por eso exilado de la historia oficial, en México y en toda América Latina- solo lo propuso después del fracaso de que su iniciativa incluyera también a España, formulada ante las Cortes de 1821. Por lo tanto, si de “revolución” se trata, y en especial de “revolución social” –tema de esta mesa-, el primer sentido, el sentido que más importa, es el de la transformación de los sistemas productivos derivados de economías agromineroexportadoras. Tomemos el caso de Brasil, el país que ha avanzado más hacia una economía de agregación de valor a las materias primas: la unidad productiva por excelencia de la economía brasileña hasta 1930 fue la hacienda: según las épocas, la reina fue la hacienda azucarera o la hacienda cafetalera, más las haciendas de extracción y laboreo de minerales. Bien, el reinado sin disputa de la hacienda, 3

cuyo modelo estaba establecido en las haciendas azucareras de fines del siglo XVI, cuando Brasil ya era el primer exportador mundial de azúcar, duró hasta 1930: atravesó el Brasil virreinal, el Brasil imperial portugués, el Brasil imperial del Grito de Ipiranga y también el Brasil de la República Vieja. Es el Brasil de la Nueva República, el Brasil de Getulio Vargas, a partir de 1930, el que inicia el camino de reversión de esa economía sin agregación de valor o con muy baja agregación de valor, para ser precisos. De modo que allí se inicia el cambio a mi modo de ver más importante de Brasil en los últimos doscientos años. ¿Es eso una revolución? Depende mucho del concepto que le demos a la palabra “revolución”, pero la realidad es que allí empieza el fin del reinado de la hacienda (no digo que las formas económicas y sociales implicadas no hayan continuado, en parte hasta hoy, lo que digo es que empieza a emerger otra cosa como unidad productiva fundamental de la economía brasileña). Por otra parte, ¿esa respuesta que inicia la Nueva República hubiera sido posible sin la Columna Prestes? Muy posiblemente no. No creo que a esta altura interese la atribución de los méritos tanto como tener la certeza de cuáles son los caminos de la transformación económica, social, política y cultural que implica dar vuelta la página de la decisión estratégica adoptada en la década de 1820. En este caso, mi posición no sería Prestes o Getulio, sino Prestes y Getulio. Resumiendo: el hecho básico para la transformación económica y social en América Latina en los últimos doscientos años es la reversión de la economía de baja agregación de valor. Y eso implica, entre otras muchas cosas, para quienes trabajamos en Ciencias Sociales, establecer líneas de investigación que permitan recuperar íntegramente al industrialismo latinoamericano, que dio batalla siempre, desde la misma década de 1820. Porque hay que lograr que se evidencie razonablemente el error de la decisión estratégica de 1820-1830 y sus continuidades hasta el presente, en todos los planos y formas de la percepción pública. Sin eso será imposible sostener popularmente políticas públicas y privadas de aplicación sistemática de ciencia y tecnología a las materias primas, que salden definitivamente esa deuda que tenemos con nuestra propia historia. Segunda idea: Es necesario acometer –o continuar, porque lo que voy a plantear tampoco es una novedad- la revisión de las categorías con que trabajamos en Historia pero también en las Ciencias Sociales y la Filosofía. No porque las existentes no nos sirvan, porque sí nos sirven en mucha parte, y nadie puede pensar sino empleando las categorías existentes. Pero es necesario ser conscientes de que las categorías condicionan el modo de pensar, ser conscientes de las específicas distorsiones que establecen en el conocimiento y comprensión de la realidad, y de la dependencia de estereotipos que tenemos al pensar. Solo entonces empezamos a ponernos en el camino de revisar no solo contenidos y relatos, sino también de encontrar los términos y esquemas más adecuados a la realidad que investigamos. Un ejemplo muy característico de esto es el desafío conceptual que ha presentado tradicionalmente el peronismo, y en general los denominados “movimientos nacionales y populares”, habitualmente definidos hoy como “populismos”. En un mundo pensado desde el esquema “izquierda-derecha” o desde la contraposición “liberalismo-socialismo”, estos movimientos se hacen muy difíciles de comprender. 4

Pero en mi opinión representaron una de las líneas de ruptura con las economías de baja agregación de valor, y en ese sentido les cabe también la atribución de un papel “revolucionario”, para ajustarme al título de la mesa. Ahora bien, esos movimientos, más allá que eventualmente hayan empleado para definirse la palabra “revolución” –en algunos casos incorporado formalmente a su denominación, como en el caso del PRI, del APRA, del MNR, etc.- fueron fundamentalmente reformistas, no revolucionarios. Y el dilema entre reforma y revolución ha sido y es un dilema decisivo para la historia del siglo XX latinoamericano, sobre el que habría mucho para decir, cosa que no puedo hacer ahora aquí. Solo quiero recordar un esquema que quienes escucharon alguna vez a Methol deben conocer. Methol fue uno de los que intentó definir abarcativamente esa gran diversidad de los movimientos nacionales y populares y dar algunas claves comunes de su origen y de las reformas que encararon. Repito el esquema a modo de ejemplo de la necesidad de nuevas categorías de análisis. El esquema metholiano sostiene que lo que hermana a ideas y políticas como las de Víctor Raúl Haya de la Torre, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas o Juan Domingo Perón son tres banderas: democratización, industrialización e integración, en un orden necesario: para democratizar -superando los regímenes oligárquicos de la segunda mitad del siglo XIX- es necesario industrializar, porque economías extractivas no pueden ofrecer trabajo en la proporción necesaria al crecimiento social; y para industrializar en el siglo XX son necesarias economías de escala, de allí la necesidad de la integración. Queda claro que todo empieza por la democratización como valor fundamental. El esquema tiene una vasta argumentación y un sustento empírico amplio que por supuesto no puedo desarrollar aquí, dado el tiempo asignado a cada expositor. Pero lo menciono porque tiene la virtud de proponer una forma de explicar fenómenos políticos importantes del siglo XX latinoamericano de un modo consistente, y permite tomar distancia entonces de esquemas tributarios del liberalismo o del marxismo, para quienes siempre los movimientos nacionales y populares han sido la “bestia negra” de América Latina. No es nada más que un ejemplo para ilustrar una manera de responder a los desafíos que presenta la aplicación de categorías y modelos interpretativos surgidos de experiencias sociales diferentes. Muchas gracias.

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