2012 Los idus de marzo (George Clooney, 2011)

June 13, 2017 | Autor: Juan Pablo Serra | Categoría: Corrupción, George Clooney, Movies and politics, Cine Y Política, Los idus de marzo, Cinema and politics
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Descripción

Revista BuenaNueva, nº 34 (mayo 2012)

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LOS IDuS DE MARZO ***

Juan Pablo Serra Crítico de cine

una historia (más) de corrupción Título origina l: The Ides of March. Director: George Clooney. Intérpretes : Ryan Gosling (Stephen Meyers), George Clooney (Mike Morris), Philip Seymour Hoffman (Paul Zara), Paul Giamatti (Tom Duffy), Marisa Tomei(Ida Horowicz), Jeffrey Wright (senador Thompson). Nacionalidad: EEUU. Año: 2011. Duración: 138 min. Valoración: Jóvenes-adultos. La película insiste en el lugar común de la política como lugar de traiciones y puñaladas. Su argumento muestra con acierto la corruptibilidad del ser humano, pero su enfático regodeo en la miseria humana lastra las posibilidades de un guión que, pese a contar con buenos diálogos, repite una historia mil veces vista.

La desabrida unión entre cine y política ¿Se han parado alguna vez a pensar cuántas películas hay sobre política que estén protagonizadas por políticos decentes y que muestren a la política como un arte noble? Piénsenlo. Hagan memoria. Busquen y rebusquen en bases de datos, blogs y foros. ¿Quieren un consejo? No pierdan el tiempo. No las hay. En este ámbito, el cine reproduce con escrupulosa exactitud el sentir de la calle: a saber, que los políticos son corruptos, que las instituciones están movidas por intereses de todo tipo menos por el bien común y que la política no es el arte de lo posible ni de la creatividad sino de la estrategia aprovechada y la lucha partidista. Apreciaciones todas ellas que, en algún grado, pueden ser ciertas pero que, en conjunto, resultan tremendamente injustas, como Edurne Uriarte ha escrito varias veces en sus estudios sobre las élites políticas. Robert Rossen con El político (1949) —o la reciente versión dirigida por Steven Zaillian—, Otto Preminger con Tempestad sobre Washington (1962), Michael Ritchie con El candidato (1972), Tim Robbins con Ciudadano Bob

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Roberts (1992), Mike Nichols con Primary Colors (1998), Rod Lurie y Candidata al poder (2000), el Silver City (2004) de John Sayles, los Nixon (1995) y W (2008) de Oliver Stone… ejemplos todos del enfoque sombrío que por defecto adopta el cine cuando se mete en política. ¿Tampoco los grandes maestros se salvan? No del todo. En Invictus (2009) la política aparece como un arte humano que exige creatividad, esfuerzo y un liderazgo integrador, pero lo cierto es que Clint Eastwood es un cineasta muy escéptico respecto a la política y —pese a que fue alcalde de su ciudad con el partido republicano— películas como Licencia para matar (1975), Poder absoluto (1997) o la misma J. Edgar (2011) no dejan mucho lugar a dudas. En los films de Frank Capra aparece la preocupación política, pero su enfoque es populista y amargo: tanto en El secreto de vivir (1938) como en Caballero sin espada (1940), el realizador entiende que en la política USA no hay lugar para gente honesta y que, en todo caso, el liderazgo hay que ejercerlo en la pequeña comunidad.

uno sospecha que en el fondo lo que clooney quiere…, ¿no será un modo encubierto de lavar la cara a barack Obama? El deslustre de los políticos

¿Y qué decir de John Ford? En sus westerns se critica —a veces, con dureza— el papel de las autoridades castrenses pero, curiosamente, Ford tiene en su haber un film sobre un político honesto y decente, El último hurra (1958). ¿No cuenta, entonces, esta película? No del todo, pues es la historia de un político “en retirada” que pierde sus últimas elecciones, pero a quien en ningún caso vemos en el día a día de su gestión.

Habida cuenta de la influencia de la política en nuestras vidas, no deja de ser llamativo que no haya cine de calidad que hable bien de este arte. Piensen en el deporte. ¿Acaso no está también plagado de trapos sucios, tejemanejes y corrupción? ¿No hay deportistas aprovechados, directores criminales y entrenadores tramposos? Sin embargo, los ejemplos de películas sobre el deporte y sobre deportistas nobles sobrepasan con creces los relatos en que aquéllos aparecen marcados por la corrupción.

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¿De verdad que no hay nada? ¿Qué decir, por ejemplo, de 13 días (2000), el magnífico film de Roger Donaldson sobre la crisis de los misiles cubanos? Pues algo parecido, ya que ahí sí aparecen dos políticos dignos, de los que se ofrece una imagen valiosa… pero en circunstancias extraordinarias. La única excepción real a esta tónica general sobre política y corrupción humana no está en cine sino… en televisión. El ala oeste de la Casa Blanca (Aaron Sorkin, 1999-2006) es, a día de hoy, el único producto audiovisual conocido y apreciado por el público que se sale de lo previsible. Por el tono e ideas de fondo, la serie tenía su precedente en el film El presidente y Miss Wade (Rob Reiner, 1995), también escrito por Aaron Sorkin. ¿Qué es lo que la hace tan especial, entonces? Justamente, el esfuerzo por describir la actividad diaria del presidente de EE. UU. y su equipo de colaboradores con seriedad, equilibrio y un sorprendente rigor didáctico. Curiosamente, para muchos la serie no resultaba “creíble” porque desde el principio Sorkin asumía la perspectiva progresista y, sobre todo, idealista de sus protagonistas —nueva confirmación de lo dicho al principio sobre el sentir de la calle: pareciera

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que lo “creíble” en política son las bajezas, los chantajes y… la corrupción—. Pero es verdad que, a la vez, la serie exponía con respeto las ideas de los republicanos, hacía autocrítica y dejaba espacio en cada capítulo para cuidar los personajes, ofrecer resoluciones inteligentes y mostrar la exigencia de responsabilidad que conlleva el trabajo del político.

clooney otra vez Nada de esto último hay en Los idus de marzo, que se ajusta punto por punto al tono general del cine sobre política vista como lugar de corrupción y no de búsqueda del bien común. La historia la conocen porque, en sus compases generales, es la misma de Primary Colors: la de Stephen, un joven idealista que trabaja para un candidato a las primarias del partido demócrata estadounidense y que, a medida que avanza la campaña, descubre que el candidato no es tan ideal como parece, que dentro de un mismo partido hay intereses muy enfrentados y que, para sobrevivir en política, es necesario olvidarse de la integridad y convertirse al cinismo.

cine Muchos críticos han visto en este nuevo trabajo de George Clooney tras las cámaras un ejemplo de sutileza y hondura antropológica y, desde luego, lleva mucha razón Juan Orellana en Alfa y Omega (n.º 777, 15-III-2012) cuando alaba el acercamiento de la película a la corrupción como “algo que empieza de forma sutil, siempre de la mano de un pequeño —y a menudo comprensible— error”. Otros analistas entienden que la película ofrece un retrato político ponderado y felicitan al progresista Clooney por mostrar las corruptelas de su bando político. Sin embargo, estos aciertos parciales no son suficientes para salvar una película más bien pesada, con un enfoque nada original y giros argumentales repetitivos y ya vistos, de ahí que Josep Parera apuntara en su reportaje para Imágenes (n.º 322, marzo 2012) que estamos ante un film cuyos diálogos son mejores que su guión. Puestos a encontrar algo novedoso en su argumento, no deja de tener su interés el prospecto de futuro o, más bien, los “consejos” que indirectamente Clooney da al candidato demó-

crata del futuro: el Mike Morris que encarna defiende sin ambages el laicismo, se opone a las guerras internacionales y apoya la investigación en nuevas fuentes de energía. Tratándose de una película ambientada en el mundo de la política, tiene valor el que Clooney se atreva a expresar sus propios puntos de vista aunque, bien considerado, no deja de resultar preocupante que lo único llamativo del film sea algo extra-cinematográfico. ¿Por? Porque solo nos recuerda lo pretencioso y solemne que puede llegar a ser Clooney cuando quiere. Y no es la primera vez que lo hace. Buenas noches, y buena suerte se vendió como un drama aleccionador sobre el periodismo ante la “caza de brujas” y, en fin, como un film importante. La mayor parte del público y crítica la vio así, aupando un film que parecía HABLAR DE GRANDES COSAS cuando en realidad se trataba de una historia pesada y pomposa, con una tensión interna nunca del todo explicada que ni hacía comprender qué fue eso de la “caza de brujas” ni tampoco lograba convencernos de su injusticia… a no ser que uno ya estuviera previamente convencido, claro.

No deja de ser llamativo que no haya cine de calidad que hable bien de la política

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Espiral de corrupción y ruindad He ahí el problema del enfoque de Los idus de marzo, que exige de entrada que uno comulgue con la premisa de que en política todo es endeble. De ahí que la insistencia de la historia en la corrupción general de las instituciones, partidos y políticos —aunque pueda tener su parte de verdad— acabe por ser más ideológica que real. Además, si bien Clooney y su guionista muestran con autenticidad el drama de la libertad humana —atención a Stephen mintiendo al teléfono sobre su reunión con el jefe de la campaña rival—, en el fondo las posibilidades reales de actuar de otro modo quedan muy mermadas en el argumento. Nada que objetar a esto: como la antropología y la ética realista han mostrado una y otra vez, es cierto que, a medida que el ser humano hace el mal, se determina progresivamente para seguir el mismo camino. El problema es que, en un film donde lo extracinematográfico es un ingrediente a tener en cuenta nada menor (recuerden que este es año de elecciones en EE. UU.), uno no encuentra demasiados argumentos para acallar la sospecha de que, en el fondo, lo que Clooney quiere plantear es que, en cierta manera, es inevitable

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—y, por tanto, algo de lo que uno no puede dar cuentas— que quien entre en política deba traicionar y acabe por hacer irreconciliable su vida privada y su vida pública (¿un modo encubierto de lavar la cara a Barack Obama?). Y es justo este enfático regodeo —sin luces y sin salida— en la miseria humana lo que hace tan rimbombante la conclusión de la película. El primer plano final sobre el rostro de un entristecido Ryan Gosling deja claro que, aunque inevitable, estamos ante un deterioro humano, esto es, que las decisiones de los personajes no son indiferentes, pues tienen consecuencias sobre su propia humanidad. Y esto es digno de destacar. Aún así, la mirada del film sobre lo humano —aunque honesta— sigue resultando limitada. ¿Para cuándo un film conciliador que, sin negar los defectos presentes en la arena política, también nos muestre la necesidad de la política y la posibilidad de progresar y crecer humanamente en este campo sin echarse a perder del todo? Cuando Clooney tenga mejores guiones (como en su primer film), estaremos hablando de un cineasta notable. Hasta que eso no ocurra, para quien esto escribe seguiremos estando ante uno de los realizadores más sobrevalorados de nuestro tiempo.

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