2011 La visión geopolítica de Artigas

September 12, 2017 | Autor: José Ramiro Podetti | Categoría: Latin American Studies, Geopolitics, Historia de América
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Descripción

La visión geopolítica de Artigas  J. Ramiro Podetti La Historia como “actualidad histórica” y como “geografía viva” Agradezco a las autoridades de la Federación de Residentes del Interior en Montevideo el honor que me han hecho, al invitarme a hacer algunas reflexiones en el aniversario de Artigas; al Club Soriano que nos hospeda esta tarde, y por supuesto al querido amigo y compañero Guillermo Seré, a cuyo entusiasmo se debe la creación de la asociación “Patriada por la Historia” a la que pertenezco, lo mismo que varios queridos amigos que están hoy aquí, y que ha colaborado en la organización de este evento. No soy especialista en historia uruguaya, tampoco en Artigas, ya que mi dedicación, en lo que hace a la Historia, son las misiones jesuítico-guaraníes, pero acepté el desafío por el atractivo especial que para mí tiene, como “argentino oriental” (o “uruguayo occidental”, como también me gusta definirme), la figura de Artigas. Y porque como hijo intelectual de Alberto Methol Ferré, creo que es muy difícil entender la actualidad ocultando o ignorando el pasado (así como el pasado solo se comprende desde la actualidad). Y desde esa forma de entender la Historia, creo que Artigas tiene mucho para decirnos. Esa idea de “actualidad histórica”, dicho sea de paso, que Methol empleaba mucho, encierra una riqueza, teórica y metodológica, que va más allá del sentido inmediato que ofrece, y tal vez tengamos pendiente estudiarla a fondo, como otras ideas e intuiciones con que articulaba su discurso. Y es otra herencia de las enseñanzas de Methol la que me interesa también recordar hoy, la de tratar siempre de pensar los hechos, presentes y pasados, desde la lógica de los grandes espacios. Es decir, evitar, en Historia lo mismo que en política, las visiones que solía llamar aldeanas o parroquiales. Y para pensar y tratar de entender la Historia desde los espacios en que transcurre, es importante tener siempre el mapa a la vista. Por eso les agradezco que hayan traído este mapa de América del Sur. Porque la historia no acontece en el aire, sino en el suelo, y el suelo determina muchas cosas. Eludimos el riesgo de una excesiva abstracción cuando nos obligamos a recrear los acontecimientos contemplando las regiones, los ríos, las relaciones respectivas de todas entre sí, etc.; es decir, mirando el mapa. Cuando somos capaces de ver a la historia como “historia con el suelo”, entrevemos con mayor claridad su sentido, que la convierte en algo así como una “geografía viva”. Es decir, una geografía que cambia según las intervenciones humanas, no solo por el trazado e institución de fronteras, sino por el uso que se haga del territorio, de los ríos, por las redes de caminos y ferrocarriles, por la construcción de ciudades y puertos, y los lugares en que éstos se emplazan, etc. Por ejemplo, una buena síntesis del Uruguay histórico, concebida desde la geografía, es para mí la de Washington Reyes Abadie, Tabaré Melogno y Oscar Bruschera, al 

Versión de la exposición realizada en el Club Soriano, Montevideo, el 19 de junio de 2011, con motivo del aniversario del nacimiento de José Artigas, organizado por la Federación de Residentes del Interior en Montevideo (FRIEM) y la agrupación Patriada por la Historia.

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entender al Uruguay, como “pradera, frontera y puerto”. Justamente las tres grandes determinaciones geográficas de la conformación del Uruguay. Por estas razones le propuse al doctor Álvaro Molinari, quien tuvo la amabilidad de contactarme para transmitirme la invitación de FRIEM, que recordáramos a Artigas a través de un tema que me resulta estimulante, como es el Protectorado de los Pueblos Libres, la mayor concreción de la visión geopolítica de Artigas. “Geopolítica” es una palabra que no perteneció al vocabulario de los hombres de la independencia, pero es legítimo usarla, basta que la pensemos como mirar la historia desde el punto de vista de la Geografía, o incluyendo la Geografía en el conjunto de las explicaciones que intentamos ordenar para la comprensión de los hechos. Con ese título, que tal vez suene un poco pomposo, “Geopolítica de Artigas”, estamos tratando de decir: analicemos lo que hizo Artigas, sus decisiones, sus ideas, sus actos, desde la geografía del cono sur sudamericano. Por supuesto que esta visión puede encontrarse en sus acciones y en diversos documentos desde 1811; pero la Unión de los Pueblos Libres condensa todo eso de un modo superior. Porque muestra que Artigas no estaba pensando solamente en sostener la autonomía de la Provincia Oriental frente al grupo centralista porteño, sino que tenía un determinado modo de concebir la organización política que debía reemplazar al colapsado imperio español, diferente de la del grupo centralista, y que podía y debía proyectarse sobre el conjunto de la región. Es decir, no se trataba solo de defender una idea distinta en y para la Provincia Oriental. Había otra ambición, otra aspiración. En primer lugar porque las fronteras del territorio no existían del modo en que existen ahora, y había una integración natural y amplia con las provincias argentinas ribereñas del Uruguay y el Paraná, con el mundo guaraní misionero e incluso la frontera trazada y existente, con el Imperio del Brasil, era socialmente una amplia franja de contornos variables y de gran intercomunicación. Pero sobre todo, porque para Artigas se trataba no solo de definir institucionalmente el Uruguay, se trataba de definir institucionalmente a América del Sur.

I. La Unión de los Pueblos Libres desde la actualidad histórica Como reiteró hasta el cansancio Methol, este asunto, que está en la raíz misma del Uruguay como entidad política, está desde hace veinte años nuevamente entre nosotros. ¿Qué asunto es ése? El de la inserción del Uruguay en su región, es decir, no solo sus relaciones con el resto de los países del área, sino también el del papel que aspira a cumplir en ese proceso complejo, y de larga duración, que es y será la integración sudamericana. Luego de un siglo y medio en que los sudamericanos nos dimos la espalda, porque nuestro horizonte de relacionamiento principal estaba más allá del océano, y la independencia resultó en sustituir a España por otras metrópolis -Inglaterra en lo económico y Francia en lo cultural-, descubrimos que era un poco insólito ese darnos la espalda, que era necesario más bien buscar el camino de la cooperación y la integración. Lo que quisiera decir al respecto es que el Uruguay, en varios sentidos, puede considerarse el “padre” de una concepción articuladora del cono sur americano, ya que desde su territorio surgió una de las primeras iniciativas constitutivas de ese espacio, casi simultáneamente con la 2 LA VISIÓN GEOPOLÍTICA DE ARTIGAS

otra, surgida desde Buenos Aires, pero fundada a su vez en una doctrina que tenía como base las soberanías particulares de los pueblos, llamados por eso “pueblos libres”. Enseguida vamos a detenernos un poco en qué significa eso de la “soberanía particular”, y el por qué de esa necesidad de adjetivar a los pueblos como “pueblos libres”, pero quisiera señalar desde ya, que desde nuestra “actualidad histórica”, la iniciativa del Protectorado de los Pueblos Libres, o Unión de los Pueblos Libres, tiene mucho para decirnos hoy. Porque nuevamente no se trata de encerrarnos en el territorio uruguayo para pensar nuestra situación y nuestro destino, sino de ser capaces de pensar, desde aquí, el conjunto de la región y tener en claro nuestra propia idea acerca de cómo debe ser la unión sudamericana, para actuar en consecuencia. Quiero reafirmar que Artigas tiene mucho que decir, creo, a los uruguayos y a los sudamericanos de 2011. No estamos entonces esta tarde aquí para rendir un homenaje a alguien cuyas ideas o cuyo legado, más allá que sean muy respetables, se agotaron en su propia época. Porque muy bien podría ser ése el caso, y no estaría mal por supuesto. Se lo podría recordar como fundador del federalismo, por ejemplo, pero creer que eso pertenece a un ciclo histórico terminado, y tan lejano, que no tiene nada que ver con nuestro mundo actual de internet, celulares, ceibalitas y la PC compitiendo con la TV, etc. Yo creo que no es el caso, que Artigas tiene una sorprendente actualidad, y que sus ideas, muy en especial el concepto subyacente a la Unión de los Pueblos Libres, nos interpela a los uruguayos y a los sudamericanos de 2011, nos convoca y provoca a ser ambiciosos, a no quedarnos encerrados en la aldea, a pensarnos proyectados sobre todo el espacio sudamericano, y a través de él, sobre el mundo.

II. La Unión de los Pueblos Libres desde la geografía viva

II.1 La geografía del cono sur: el papel de Tucumán y del área guaraní misionera

El cono sur es una península de Sudamérica. Es decir, no ocupa el centro del continente ni es territorialmente su masa principal, como se percibe fácilmente mirando el mapa. Si se lo pone al revés se advierte mejor ese carácter “peninsular” que tenemos los del sur. Sin embargo, en un aspecto puede considerarse como la zona más importante. Ese aspecto es el del clima; los “sudamericanos del sur” –doblemente “sureños”- vivimos en la única parte del subcontinente que posee clima templado y frío sin altura, en contraste con el resto, que está íntegramente dentro de la franja tropical del planeta. Aunque el clima tropical, al tropezar con la altura de los Andes, produzca también climas fríos, y no casualmente las mayores civilizaciones americanas originarias estuvieron radicadas en territorio andino. Porque hay una regla mundial que tiene solo dos excepciones, antes del mundo moderno: la civilización se ha desarrollado sobre climas fríos y templados. Por supuesto eso es hoy mucho menos importante, porque la tecnología ha permitido responder satisfactoriamente a la mayoría de los desafíos que plantea el clima tropical, pero los hechos que estamos evocando acontecieron hace doscientos años. 3

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Vamos a comenzar entonces haciendo una descripción somera de la geografía del cono sur. Bolivia, Paraguay y Argentina ocupan la porción central del cono, con Chile en el borde del Pacífico y Uruguay, Río Grande do Sul, Santa Catalina y Paraná, en el borde del Atlántico. Para precisar un poco más la geografía sobre la que se va a desplegar la mirada artiguista, es bueno que hagamos una somera presentación de las grandes regiones argentinas: 1) El cerno. Le tomo prestada a Guillermo Seré esta palabra, el “cerno”, que él suele usar en nuestras tertulias de los sábados en el Chez Piñeyro, para referirse a aquellos aspectos de nuestra historia que representan el núcleo de las tradiciones rioplatenses y orientales. El cerno alude al “corazón” de la madera, el centro duro del tronco, en el árbol. En este caso la voy a usar para referirme a lo que para mí es el “corazón”, el núcleo argentino, la provincia de Tucumán. Me refiero al Tucumán del período español, cuyas ciudades principales eran San Miguel de Tucumán, Córdoba de la Nueva Andalucía y Santiago del Estero. Destaco dos condiciones principales de este “cerno” de la Argentina: (1) En primer lugar, es la zona de encuentro, en la ocupación española del imperio incaico, de los dos frentes de avance que partieron del centro andino y costero peruanos, Cusco y Lima (porque la Argentina se fundó desde el Perú y desde el Paraguay, no desde España directamente, fuera de la fracasada expedición de Mendoza. Como solía decir Methol, antes de ser argentinos fuimos peruanos y paraguayos). Uno de esos frentes ingresó en el actual territorio argentino desde el norte, por tierra, y el otro lo hizo desde el oeste por mar, a través de Chile. Desde Chile se fundaron Mendoza, San Juan y San Luis, y desde el Perú se fundaron Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba. Es decir, y así lo fue durante todo el período español, se trata del espacio donde se interconectan el interior andino y subandino sudoriental, con Chile y el Pacífico. Y para valorar este hecho es necesario no olvidar que la Sudamérica española fue una Sudamérica vertebrada desde el Pacífico, no desde el Atlántico. Para nosotros, al menos durante los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII, al Pacífico ya era entonces el océano principal. Hoy lo es merced al extraordinario crecimiento del Asia oriental, y se lo ve como una novedad, pero en rigor para los hispanoamericanos no lo es, al menos no totalmente. Porque el Pacífico era un “lago español”, a diferencia del Atlántico, donde España debió sufrir desde muy temprano la competencia holandesa e inglesa, y porque el Atlántico era fundamentalmente la vía portuguesa al Asia. (2) En segundo lugar, es la zona que proporcionaba el único camino terrestre entre el Atlántico y el Pacífico en Sudamérica. Y estoy aludiendo a un rasgo clave de la geografía sudamericana: el hecho de que su poblamiento, todavía en 2011, es un poblamiento concentrado en franjas costeras de 200 a 300 kilómetros (salvo justamente en el cono sur). La masa continental sudamericana está dividida por la Amazonia, el Mato Grosso y el Chaco, que es una masa selvática y boscosa –la superficie mundial de mayor proporción fluvial por kilómetro cuadradode clima tropical, que aun tiene tasas demográficas bajísimas, un verdadero vacío poblacional. Durante el período español, todo eso fue apenas objeto de exploración, pero jamás objeto de ocupación, no ya de poblamiento ni de caminería, ni siquiera de navegación fluvial regular.

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Pongo por caso el deliberado intento, iniciado por Hernandarias, pero continuado por un siglo y medio, de unir Asunción con Potosí (el gran plan de Hernandarias era establecer un camino entre Potosí y Santa Catalina, convirtiendo a Asunción en el centro natural de toda la región) y que fracasó reiteradamente, porque el Chaco –y los guaycurúes, muy bien adaptados al clima chaqueño- hicieron imposible la empresa. De modo que Córdoba y Tucumán no eran solo la unión entre Chile y el Alto Perú, sino también la unión entre el Paraguay y el Alto Perú. Y finalmente, la región de Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán eran el nexo entre el Alto Perú y el puerto atlántico de Buenos Aires; en ese sentido fueron el camino de la plata de Potosí, que contrabandeada o no, terminó dando su nombre al Río de la “Plata”. Por supuesto, no casualmente el primer Obispado, dentro del actual territorio argentino, se erige en la ciudad de Santiago del Estero –luego se va a trasladar a Córdoba-; no casualmente la Universidad se funda en la ciudad de Córdoba. Y no casualmente el fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, se encuentra con Juan de Garay, camino de la segunda fundación de Buenos Aires, sobre el río Paraná, a la altura de la actual Santa Fe. Los caminos, junto con las ciudades, son los instrumentos de dominio y “apropiación” de la tierra. De modo que puede entenderse cómo Córdoba y Tucumán fueron la “encrucijada” fundamental del cono sur durante el período español. Por allí se conectaban los dos océanos, y reitero que es lo que permitía unir el sur altoperuano, donde estaba la segunda minería de plata más importante de América, luego de la mexicana, con el océano. El río de la Plata es como si dijéramos hoy el “río de dólares”, porque la plata era la moneda de la época, y era moneda de verdad, moneda no fiduciaria, no como la moneda de papel que usamos ahora. La integración del Alto Perú al virreinato del Río de la Plata se explica justamente por las facilidades y ventajas del camino “tucumano-cordobés”. 2) La puerta del este. La segunda región importante del cono sur es Buenos Aires. Inicialmente concebida simplemente como puerta/o de la tierra. Pero tenía, como “puerta/o” muy bajo valor; nunca fue propiamente un puerto sino hasta el de Eduardo Madero a fines del siglo XIX. ¿Qué le dio valor a esta región, cuyo puerto era bastante inútil, a la verdad? Conocemos la historia, porque algo similar le sucedió al Uruguay. En el caso bonaerense, aun antes que Hernandarias, Juan de Garay en 1580 trae ganados para su reproducción que van a poblar la pampa. Y promediando el siglo XVIII aumentó vertiginosamente la demanda de subproductos ganaderos: primero de cueros y luego de tasajo para raciones marineras y de las haciendas con trabajo esclavo brasileñas y caribeñas. Eso hizo que el interés por el ganado fuera más allá que el propio consumo, y se descubrió que el mal puerto de Buenos Aires tenía en su “patio del fondo” la primera “minería de ganado” de América. La pampa húmeda será el “Perú” de los siglos XIX y XX, y la razón de algunas de nuestras fortunas y también de algunas de nuestras desgracias. 3) La puerta del oeste. La tercera región argentina que debemos considerar es Cuyo. Es la puerta del Pacífico, sobre cuya importancia ya hablamos. No es una casualidad, por supuesto, que el ejército con que se pretende dar la batalla decisiva sobre el poder español en América salga por esa puerta.

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4) El litoral interno. Tanto o más importante que la “puerta del oeste” son Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, curioso “litoral interior”. Curioso porque el Diccionario de la Real Academia define “litoral” como (1) perteneciente a la orilla o costa del mar, y (2) costa de un mar, país o territorio. Sólo en Argentina, Paraguay y Uruguay, es (3) “la franja de tierra al lado de los ríos”. Desde su estricto sentido, el “litoral” debió haberse atribuido a Buenos Aires. Lo cual habla elocuentemente sobre el rol de las provincias que aun se siguen llamando “litorales” en Argentina, cuando son mediterráneas, no litorales. Fueron las provincias que “llevaban” la costa oceánica al interior del continente, y por eso en torno a ellas se van a librar la mayoría de las batallas de las guerras civiles rioplatenses, y la principal guerra fratricida acometida en Sudamérica, la trágica y lamentable Guerra del Paraguay. Resumiendo, Tucumán-Córdoba resultan así el principal cruce de caminos del cono sur durante el período español: es la unión del norte peruano con el oeste chileno y con el litoral santafesino, a través del cual conecta a Asunción con Charcas y el Perú, y es la última (o la primera, según se vea) ciudad en el camino real de Lima a Buenos Aires. A los efectos del Protectorado, una primera observación, entonces: la conexión con Córdoba representaba mucho desde la lógica de construcción de un estado en el cono sur. Era mantener y sostener ese papel articulador en el nuevo estado que se construyera; para la Provincia Oriental, del mismo modo que para el Paraguay, para el “litoral” argentino, para el Alto Perú, era vital, desde un concepto “terrestre”, “interior”, no “portuario” (o porteño), del territorio, la conexión con el núcleo cordobés-tucumano.

II.2 Significado del área guaraní-misionera

Para seguir con la geografía viva del cono sur debemos salir, en parte, de lo que es actualmente el territorio argentino, y considerar lo que podemos denominar no solamente el Paraguay, sino más ampliamente el “área guaraní-misionera”. Pero antes de ir a eso, quisiera decir algo sobre las “capas” o “fases” de conformación del Uruguay moderno. Los tres Uruguay: La percepción corriente del uruguayo hoy es que el Uruguay tiene dos grandes “capas históricas” superpuestas, la Banda Oriental y la República Oriental del Uruguay. O sea, una primera “capa” es el Uruguay criollo, o de la Patria Vieja, y una superpuesta, en el sentido que tapó a la otra, el Uruguay inmigrante y moderno. Esta visión, si bien responde en gran medida a la realidad, oculta sin embargo que existió otro Uruguay antes de su aparición como “Banda Oriental”, una primerísima “capa”. Se trata de la “Provincia del Uruguay”, con ese nombre, aunque abarcando una extensión territorial más amplia que la actual, y con su centro en el interior norte y no en la costa, lo cual no es un dato menor. La “Provincia del Uruguay” es la obra o resultado de un acuerdo, de un pacto, realizado en 1626, en el que intervinieron Francisco de Céspedes, en su calidad de Gobernador de Buenos Aires; san Roque González, en su carácter de superior de las Misiones dentro de la Provincia jesuítica del Paraguay; y Santiago Ñeazá, como cacique-gobernador (según la terminología jesuítica) o cacique principal de la zona costera del alto y medio Uruguay. Se trata de un pacto del mismo tipo de los que dieron origen a la fundación de la mayoría de las ciudades guaraníes, mediante el cual los guaraníes aceptaban “reducirse” a cambio de quedar libres de la 6

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encomienda y de todo tributo por diez años, exención tributaria que con frecuencia se extendió a veinte años. Y no se sorprendan si digo “ciudades”, porque para la escala de la región, lo que habitualmente llamamos “pueblos”, “misiones” o “reducciones”, fueron verdaderas ciudades. Baste mencionar que hacia 1760, Yapeyú superaba los diez mil habitantes; es decir, duplicaba a Montevideo en población. La expresión “reducirse”, entonces, no solo alude a reconocer la soberanía del rey de España, sino a pasar de vivir en numerosas aldeas dispersas territorialmente, a núcleos urbanos de la escala que acaba de aludirse, que oscilaba entre 3.000 y 10.000 habitantes. Para realizar este acuerdo, el superior de las Misiones y el cacique gobernador navegaron el río Uruguay desde Concepción, capital de las Misiones, hasta Buenos Aires, donde Santiago Ñeazá –ojalá algún día hagamos justicia histórica a este hombre, que tuvo su parte en la conformación histórica del Uruguay- fue recibido con los honores correspondientes, parada militar incluida, en el Fuerte y Plaza Mayor de Buenos Aires, por el gobernador Francisco de Céspedes. Les cuento que Santiago Ñeazá viajaba apoderado por todos los caciques del alto y medio Uruguay para este acuerdo; y que cuando algún tiempo después Céspedes intentó designar corregidores españoles en los pueblos del Uruguay, la misma asamblea de caciques conminó al gobernador a enviarlos de regreso a casa so pena de levantarse todos contra el poder español. Céspedes, que no era zonzo, advirtió rápido su error y retiró rápidamente a los tales corregidores. Este pacto estuvo respaldado por un documento de fuerza legal, que podría considerarse bien como el documento fundador de la “provincia del Uruguay”. El reconocimiento de que esta amplia región del alto y medio Uruguay era llamada “Provincia del Uruguay” lo podemos encontrar también en un libro editado en Madrid en 1639, donde la “provincia del Uruguay”, además de ser parte del contenido, aparece nada menos que en el propio título, aunque se lo suela citar mal. Me refiero a un libro escrito por el jesuita peruano Antonio Ruiz de Montoya, que junto con el paraguayo san Roque González pueden ser considerados como los “padres fundadores” de las misiones, junto a grandes caciques guaraníes como Arapizandú, Roque Maracaná o Santiago Ñeazá, y cuyo título es “Conquista espiritual de las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape”. Recuerdo esto porque la virtual “desaparición” del componente misionero del Uruguay es consecuencia de una redefinición estratégica del país que se hizo en la segunda mitad del siglo XIX. Pero si para algo pueden servir los bicentenarios en la época que vivimos, más allá de lo legítimo de la celebración, es para revisar los relatos con los que se construyó nuestra memoria, desde nuestra “actualidad histórica”. En la definición inicial del territorio de la Provincia Oriental, en 1813 y 1815, por otra parte, se alude siempre a los pueblos de misiones como un componente del Uruguay. Y por supuesto, la Unión de los Pueblos Libres, si por un lado se extendía hasta Córdoba, por el norte se extendía hasta esta área guaraní-misionera. El asunto no tiene solo que ver con la larga relación de los guaraníes misioneros con el Uruguay “sur”, sino también con cómo se distribuía por entonces el peso demográfico de todo el cono sur. Es decir, el mundo guaraní-misionero, en primer lugar, marcó profundamente a todo el Uruguay, incluido el “Uruguay sur”, por muchos motivos: fueron albañiles guaraníes 7 LA VISIÓN GEOPOLÍTICA DE ARTIGAS

misioneros los que construyeron la fortaleza de Montevideo; fueron milicias guaraníes misioneras las que recuperaron la Colonia del Sacramento en tres oportunidades; fueron peones yapeyuanos los peones ganaderos de las primeras estancias uruguayas; fueron guaraníes misioneros los tocadores de instrumentos musicales en capillas rurales; fueron guaraníes misioneros los que trajeron la devoción a la Virgen del Pintado, hoy Patrona del Uruguay bajo la advocación de “Virgen de los 33 orientales”; fueron guaraníes misioneros los que proporcionaron buena parte de la toponimia del Uruguay. Todo esto era conciencia viva en la generación de Artigas, mucho más que para nosotros. Pero en segundo lugar, quiero recordar que los treinta pueblos, a los que tal vez debiéramos llamar las treinta ciudades, y que muchos historiadores han llamado la “república cristiana guaraní”, tenía, hacia 1764, el año de nacimiento de Artigas, más habitantes que las provincias de Paraguay, Tucumán y Buenos Aires… juntas. ¡Había sido un extraordinario éxito civil y económico! Y ostentaba un dominio y control territorial superior, en su propio espacio, al que podían ostentar las ciudades españolas. Entonces, sería inconcebible pensar cualquier género de organización política, para suceder al colapsado imperio español en esta parte de Sudamérica, sin contar con ellos. Solo visiones estrechamente “portuarias” (o porteñas), como las que podían surgir en Buenos Aires y Montevideo, podían no percibir la importancia estratégica del área guaraní-misionera. Entiéndanme, no quiero menospreciar a nadie, y ser hombre del puerto, que es lo que quiere decir “porteño”, y por lo tanto es aplicable en este caso tanto al habitante de Buenos Aires como al de Montevideo, y hablando de calidad portuaria, más a Montevideo que a Buenos Aires, no tiene en sí nada indigno o negativo. Por el contrario, agrega un condimento fundamental a la organización del territorio, nada menos que su conexión con el océano. Y el mundo moderno, como nunca se cansaba de recordar Alberto Methol, ha sido un mundo oceánico. El problema surge cuando la “perspectiva portuaria” (o porteña), se convierte, concientemente o no, en visión “total”. Y volvemos a la importancia de la geografía. Se atribuye a Napoleón ese lugar común de que a la política la dicta la geografía, ¡pero es que la historia también es hija de la geografía! Y no se ve igual desde cualquier parte; la región, el mundo, se ven según la perspectiva desde la que se contempla. Que es una perspectiva física, pero también cultural, porque cada lugar, cada territorio, contiene además de su paisaje, sus accidentes y sus riquezas naturales, un haz de intereses y necesidades específicos. Entonces, uno comprende los intereses y las necesidades según desde dónde mire. No es una casualidad, por supuesto, que esta visión “artiguiana” –pido disculpas, no quiero ser presuntuoso, pero necesitamos definir de algún modo esa mirada “no portuaria” (o no porteña)- surgiera en un hombre cuya juventud y primera madurez había transcurrido en el interior del territorio y no en el puerto.

III. El sentido geopolítico de la Unión de los Pueblos Libres Ahora creo que ya estamos en condiciones de precisar lo que queremos decir con “visión geopolítica” de Artigas. Insisto, no quiero ser presuntuoso con los términos, me desagrada eso, entre otras cosas porque no hacemos justicia a un personaje histórico con la inflación retórica, 8

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que resulta chocante para nuestra sensibilidad contemporánea, pero en este caso creo que es una expresión legítima. Y es necesario para ello, volver sobre el sentido de las expresiones “soberanía particular de los pueblos” y “pueblos libres”. Artigas, al igual que jefes como San Martín y Bolívar, no dice “el pueblo” sino “los pueblos”. O sea, no se refiere al “pueblo” como una abstracción, que es el uso que va a instalar la Ilustración, un ente abstracto, una representación figurada para aludir al depositario de la soberanía, que de este modo se coloca en un plano puramente ideal, con enormes consecuencias para las ideas políticas. No, Artigas, de acuerdo a la tradición española, cuando piensa en los depositarios de la soberanía, piensa en los pueblos y villas concretas, San José, Santo Domingo de Soriano, etc. Lo que pasa es que en nuestro idioma –salvo cuando quien lo habla es un afrancesado“pueblo”, al igual que “polis” para los griegos, implica las dos cosas juntas: territorio y comunidad. Representa tanto el espacio físico concreto, la agrupación de viviendas, calles, plazas, templo, edificios públicos, etc. como la gente que lo habita. Porque son dos cosas inseparables; no somos ángeles, somos seres corpóreos cuya vida transcurre en un determinado espacio. Desde que el “pueblo” se separa del espacio, se lo convierte en otra cosa, por supuesto ampliamente manipulable, y al que se le pueden atribuir “voluntades” a gusto, porque no puede contestar… Los “pueblos”, en cambio, sí contestan, se expresan, se manifiestan, porque tienen intereses, necesidades, aspiraciones, reales y concretas. Intereses que no surgen de la mente de un ilustrado que los imagina y acto seguido se autopropone para representarlos. Bueno, pues, la aspiración de Artigas era que fueran esos pueblos reales y concretos, que son los reales depositarios de la soberanía, sobre los que se edificase el sistema que pudiera reemplazar al colapsado Imperio español en Sudamérica. De eso trata el concepto “pueblos libres”. De eso trata también el concepto “soberanía particular”, del que Artigas afirma, en uno de sus primeros documentos, palabra más o palabra menos, que debe protegerse como “el objetivo supremo de la revolución”. Porque esos “pueblos libres” son los verdaderos “átomos” de la soberanía. Es decir, son la unidad mínima de soberanía, la unidad indestructible de la soberanía. Entre ellos y desde ellos, pueden por supuesto construirse soberanías mayores, incluso mucho mayores, pero solo con ellos y desde ellos puede asegurarse un genuino “edificio” institucional. Porque en esto, como en la construcción material, hay “reglas del arte”. Para el derecho clásico español, el poder se origina en Dios, pero es puesto en el hombre desde la creación misma. Ningún hombre, como sostiene Francisco Suárez, tiene soberanía sobre otro “naturalmente”; pero como el poder político es una necesidad “natural”, y de hecho existe, debe concluirse que la soberanía existe en la comunidad en su conjunto. Un rey tiene, originariamente, exactamente la misma soberanía que el más sencillo de los campesinos. Esto es Suárez básico. Esa soberanía es necesario delegarla para que pueda existir un gobierno, pero originariamente solo reside en la comunidad. Pero entonces el poder del gobernante no es un poder originario, es siempre un poder delegado. Y la delegación está 9

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sujeta a ciertas condiciones, que si se incumplen, caduca inmediatamente la legitimidad del poder. Por eso el dicho atribuido a Aparicio Saravia, “se sublevó el gobierno” es de vieja raigambre española, porque los gobiernos también se sublevan; lo hacen cada vez que traicionan el mandato en el que se funda su legitimidad, que no es un mandato abstracto, sino bien concreto, porque no fue encomendado por un “pueblo” abstracto, que carece de voz, sino por pueblos reales y concretos, con personas con nombre y apellido. Esto es principio básico del derecho español, desde las Partidas. La insólita y fantasiosa doctrina del “derecho divino de los reyes” en que se fundaron las llamadas “monarquías absolutas”, es de origen francés, no español. Consideraba al poder del monarca como originario porque sostenía que el poder del rey provenía directamente de Dios, sin ninguna mediación (de allí lo de derecho “divino”). Se trata de una doctrina que se introduce en España con la familia Borbón. La ilustración francesa pudo trasponer más tarde, sin mucha dificultad, este atributo de la monarquía absoluta a un concepto abstracto como el de “pueblo”, justamente porque estaba acostumbrada a un concepto de soberanía en donde el poder se justificaba desde sí y por sí. Pero ésa no es la idea española, y por supuesto tampoco la de los españoles americanos, salvo los que se afrancesaron. La idea de “sistema de los pueblos libres” es la clave de la visión de Artigas. Para quien entendía de este modo la soberanía, no al modo francés sino al modo español, era por completo natural que para sustituir a la organización del Imperio debía empezarse desde las “soberanías particulares”. Cualquiera que hubiera recibido las enseñanzas de Suárez, o que conociera en sus rudimentos el derecho español, sabía que la caducidad de la monarquía producía, ipso facto, la “retroversión” –palabra muy de la época, porque la terminología política de entonces era una terminología suareciana- de la soberanía a sus poseedores, a la fuente originaria, que son las comunidades, los “pueblos” como “pueblos libres”. Esa soberanía no podía atribuírsela la ciudad de Sevilla, ni la de Cádiz, ni la de Buenos Aires, ni la de Montevideo. Cada una de ellas era depositaria de su “soberanía particular”, esa sí absolutamente legítima. Pero ninguna podía ceder a la tentación de asumir o absorber otras soberanías particulares sin el riesgo de construir un edificio inseguro, que al no cumplir con las “reglas del arte” de la construcción del “edificio” político, amenazaría, tarde o temprano, agrietamientos e incluso derrumbes.

Una reflexión final Vuelvo sobre la actualidad de Artigas. Nos sigue diciendo “no se encierren en el Uruguay”, “para pensar y resolver lo mejor para el Uruguay es necesario pensar la región”, y sobre todo, es necesario actuar sobre ella. No ceder a la tentación de la mirada portuaria (o porteña) que piensa que la solución vendrá por el océano. Lo que viene por el océano es fundamental para nosotros, pero no olvidemos que viene con intereses añadidos. Que pueden coincidir o no con los nuestros, pero que no son los nuestros. Salvo que también hagamos abstractos los intereses, como ya hicimos abstracto al “pueblo”, y creamos que son los mismos para todos. Quisiera poner un ejemplo que contrasta lo que Methol llamaba visiones parroquiales o aldeanas y lo que es visión de los grandes espacios. Voy a afirmar algo un poco provocativo, 10

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seguramente contiene algo de exageración, pero a veces para romper estereotipos hay que provocar un poco. En mi opinión, la Argentina “moderna”, la Argentina que emergió de las guerras civiles y adquirió su organización institucional en la que todavía viven los argentinos de hoy, tiene tres “padres”, uno en el campo de las ideas (Juan Bautista Alberdi), y dos en el campo de la conducción política (Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca). Mi argumento es el siguiente, y de nuevo hay que tener el mapa a la vista. La Argentina de Rosas y Mitre, para mencionar a los dos principales gobernantes argentinos del siglo XIX –San Martín actuó en función de Sudamérica, no de Argentina, por eso no lo cuento- era una Argentina con menos de la mitad de su territorio actual. Era, definitivamente, otra Argentina, completamente distinta de la Argentina actual. Lo que define la Argentina actual son dos cosas: la incorporación de la totalidad de la pampa a la agricultura y la ganadería, y la ocupación de la Patagonia. ¿Por qué tardó tanto la Argentina en extender la agricultura y la ganadería de ese modo? En parte por las guerras civiles, pero en buena parte también porque existía la convicción en Buenos Aires que la extensión de la frontera hasta los confines patagónicos era algo que excedía por completo los recursos de la ciudad y la provincia (que por entonces era algo más de un tercio de la actual). Cuando Avellaneda empieza a impulsar la idea de incorporar productivamente todo el territorio, muchos porteños creían que era un iluso. Se hablaba que la campaña iba a durar por lo menos treinta años, y consumiría por lo tanto buena parte de treinta presupuestos, arruinando la economía. La realidad fue que la tal campaña duró unos pocos meses. Y la Argentina del siglo XX vivió de la explotación agrícola y ganadera llevada a millones de hectáreas hasta entonces sin producción. Porque sus habitantes nómadas –pampas, ranqueles y pampas araucanizados-, junto con gauchos, cautivos y todo tipo de refugiados en los toldos -había hasta caciques criollos y por supuesto muchos caciques mestizos-, si bien hacía tiempo que habían gradualmente abandonado la economía de la caza y la pesca (no eran tribus originariamente agricultoras), la habían reemplazado por una economía basada en la captura del ganado vacuno y caballar de las estancias. Es decir, tenían una economía totalmente dependiente de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza, con cuyos territorios colindaban los toldos, pero sin apropiarse de los instrumentos para crear su propia riqueza sino apropiándose de sus resultados, básicamente ganaderos, ya sea a través de tratados o a través del pillaje con los malones. La incorporación de millones de hectáreas de tierras productivas –y muchas de ellas altamente productivas- y la realización de caminos, tendido de líneas ferroviarias, etc. hasta Tierra del Fuego, cambió por completo la fisonomía argentina. ¡Y cambió por completo el mapa, desde ya! De modo que este mapa de la Argentina que ustedes pueden ver aquí, es obra en buena medida de Avellaneda y Roca, que pergeñaron y realizaron la incorporación productiva de la mitad del actual territorio argentino. Lástima no tener aquí un mapa de la Argentina de Rosas y Mitre para contrastar, y apreciar entonces cabalmente la diferencia. ¿Y por qué traje a colación a Avellaneda y Roca? Porque representaron la visión del gran espacio frente a la visión aldeana, en este caso portuaria (o porteña). Porque eran tucumanos, provenían del cerno de la Argentina, no tenían una visión “portuaria” (o porteña) sino una 11 LA VISIÓN GEOPOLÍTICA DE ARTIGAS

visión más amplia, más integral. Claro que además se ocuparon de federalizar el puerto. Y no necesito aclarar que para mí tampoco es una casualidad que el principal pensador que produjo la Argentina en el siglo XIX también sea tucumano, también provenga del “cerno”: Juan Bautista Alberdi. Dicho esto, no quisiera dejar una errónea impresión sobre lo que la Argentina hizo con el legado de estos tres tucumanos. No podemos ocuparnos de eso ahora, pero quisiera agregar, para ofrecer una imagen más completa de esta herencia que Avellaneda y Roca dejaron: el gran error de esa generación y de la que le siguió, fue haber desechado la oportunidad para cambiar la decisión que Argentina, como todos los países hispanoamericanos y el Brasil, tomaron enseguida después de la independencia: la de integrarse en el mercado mundial como meros proveedores de materias primas. Ese es el pecado original de la Argentina “moderna”: no haber entendido que la modernidad dependía de la integración de la economía con la ciencia y la tecnología. Porque solo economías industriales creaban entonces demanda a la ciencia y podían financiar sus desarrollos. Es decir, el legado de Avellaneda y Roca no era para meramente “lotear” la pampa, vivir opulentamente durante dos o tres generaciones, hacer de la provincia de Buenos Aires una émula del Valle del Loira tapizándola de palacios. Esa Argentina que algunos creen fue la mejor Argentina, fue en realidad la que desaprovechó la mejor oportunidad que tuvo nunca un país sudamericano para convertirse en potencia industrial, hace ya cien años. Nuevamente, triunfó la visión aldeana, que hizo de Buenos Aires lo que alguien definió como “capital de un imperio imaginario” en vez de hacer de la Argentina, con más austeridad, el primer país sudamericano en hacer la revolución industrial. Pensar que la Argentina opulenta de las primeras décadas del siglo XX fue un modelo es una tontería; eso fue dilapidación, en gasto suntuario, de la parte de esa riqueza que debió invertirse para cambiar la matriz de la economía, de una economía basada en la producción de materias primas a una economía industrial. Fue, entonces, malversar la herencia de Avellaneda y Roca. Pero nos vamos fuera del tema. Para terminar: el principal problema de nuestra historia ha sido la estrechez aldeana de ciertas miradas. Siempre me atrajo –además de sorprenderme- esa idea de Methol acerca de que después de la independencia quedamos en manos de mentalidades “munícipes”. Con ese humor que lo caracterizaba, en una sola frase mostraba las limitaciones que tuvo una generación que fue puesta en la obligación de gobernar un territorio que iba desde California hasta las Islas Malvinas sin estar preparada para ello.

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