2004 Lengua, transculturación y universalismo

September 14, 2017 | Autor: José Ramiro Podetti | Categoría: Latin American Studies, Español
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Descripción

Lengua, transculturación y universalismo J. Ramiro Podetti El mundo del siglo XXI será mestizo o no será. Carlos Fuentes, Discurso en la recepción del Premio de la Latinidad, Río de Janeiro, 1999

En algunos pasajes de su discurso inaugural en el III Congreso de la Lengua Castellana, en Rosario, Carlos Fuentes aludió a los componentes árabes e indoamericanos de nuestro idioma. Reflexión muy oportuna ante el activismo de los constructores de nuevos Muros y de los ideólogos del choque de civilizaciones, en cuanto testimonio vivo de un diálogo milenario entre culturas diversas. Diálogo que hoy se intenta negar, negando con ello el universalismo como vía de acceso a una comunidad mundial, para reemplazarlo “fundadamente” por la hegemonía. Quisiera acotar unas observaciones al tema, teniendo presente el sentido que siempre le ha dado Fuentes a su labor crítica, que aunque de menor volumen que la novelística, no es menos importante. En un libro excelente que escribiera poco antes del V Centenario, se preguntaba por el destino de América Latina frente a la “nueva modernidad” en curso, y agregaba: La respuesta depende de nuestra capacidad o incapacidad para hacer pasar toda la dramática complejidad de nuestra sociedad, economía y política actuales, por la crítica de la cultura. Pues si algo ha revelado la crisis actual, es que mientras los modelos políticos y socioeconómicos se han derrumbado uno tras otro, solo ha permanecido de pie lo que hemos hecho con mayor seriedad, con mayor libertad y también con mayor alegría: nuestros productos culturales: la novela, el poema, la pintura, el cine, el teatro, la música, el ensayo.

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En la mejor tradición de hombres como Alfonso Reyes u Octavio Paz, Fuentes es un mexicano que conoce bien nuestro continente. Novelista singular y uno de los narradores más leídos de la lengua castellana, no deja de azuzar con sus reflexiones la por momentos languideciente inteligencia latinoamericana. Una niñez en Washington y la escuela en inglés le brindaron la curiosa oportunidad de hacer una suerte de elección conciente del castellano para el ejercicio literario, que efectuó en su adolescencia en Buenos Aires: “Leyéndolo [a Borges], sentí que se podía deducir de allí todo el español... me hizo descubrir que todo se puede decir en español. No hay límites. Todas las tradiciones nos pertenecen”.2 En Rosario, Fuentes eligió hablar de esa riqueza, del tesoro cultural escondido en la lengua castellana. El tema tiene que ver con el papel presente y futuro de nuestro idioma, en el contexto de la oposición entre universalismo y hegemonía como alternativas de la globalización. Mi reflexión solo 

El 22 de noviembre de 2004, a pocos días de inaugurado el III Congreso de la Lengua Castellana en la ciudad de Rosario, Argentina, Bernardo Sukerman me envió, como a otros amigos, el discurso de apertura de Carlos Fuentes, invitándonos a reflexionar y dialogar sobre el mismo. Ése es el origen de los párrafos que siguen. Fueron publicados ese mismo año en un sitio hoy inexistente, www.bitacoraglobal.com.ar. 1 FUENTES, Carlos, Valiente mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana, FCE, México, 1990, p. 12. 2 SAAVEDRA, G., “Con C. Fuentes: Entre la invención y la crítica”, El País Cultural, Nº 264, 25NOV94.

apunta a precisar una de las afirmaciones de Fuentes: refiriéndose a la España árabe, sostuvo que “siete siglos de convivencia nos dieron la tercera parte de nuestro vocabulario”. La precisión no va por el siglo quitado a esa España, sino por la atribución árabe del tercio de nuestro vocabulario. En la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia los vocablos de origen árabe son 1.258, sobre alrededor de 94.000. Es claro que el Diccionario es una selección, no el conjunto de las voces de la lengua. Pero la estimación asumida -con la cautela que impone la falta de unanimidad en las reglas etimológicas- es que existen unos 4.000 vocablos de origen árabe en el castellano actual.3 En la misma edición del DRAE figuran, por otro lado, 26.000 americanismos. No tenemos una medida, ni siquiera aproximada, sobre su número total, incluso limitándonos a los de uso más o menos amplio. Si estableciéramos una proporción similar a la de los arabismos -entre entradas del DRAE y vocablos en uso- podríamos suponer que los americanismos del castellano rondan hoy los 100.000. Una referencia parcial: el Índice de Mexicanismos publicado por la Academia Mexicana en 2000 contiene 77.000 vocablos.4 No hay que marearse con estas cifras. El Banco de Datos del Español supera actualmente... los 320 millones de registros.5 Pero en cualquier caso, si tomamos como muestra válida del idioma la selección de arabismos y americanismos que ha hecho la última edición del DRAE, los primeros se acercan al 1,5% del conjunto de nuestra lengua, mientras los segundos serían algo menos del 30%.6 De modo que el tercio de nuestro vocabulario que Fuentes atribuye a la cultura árabe corresponde más bien a la cultura latinoamericana. Pero no se trata de discutir porcentajes. Entre otras cosas, porque es difícil comparar el valor de las influencias en momentos tan diferentes: el árabe ejerce su influjo en los momentos iniciales de la lengua, mientras las 123 familias lingüísticas americanas -con aportes muy disímiles- empiezan a actuar sobre el castellano justo cuando éste adquiría su “mayoría de edad”, morfológica y gramatical: el castellano de Nebrija y de Alcalá. El primer influjo se ejerció durante ocho siglos, pero hace cinco que cesó; el segundo solo lleva esos cinco siglos, pero sigue vivo, al compás de la síntesis cultural latinoamericana. En cualquier caso, es una ocurrencia feliz haber hermanado a arabismos y americanismos en este saludo al idioma en la apertura de su III Congreso. Porque representan muy bien la vocación universal del castellano. Fuentes atribuye a los sabios judíos que integraban la corte de Alfonso X la decisión de usar aquel primer castellano dialectal como idioma documental y literario. También se suele afirmar que los 3

ALATORRE, Antonio, Los 1.001 años de la lengua española, FCE, México, 1991, pág. 79. Índice de Mexicanismos, Academia Mexicana-FCE, México, 2000, 696 págs. Se tuvieron en cuenta 138 glosarios y colecciones léxicas hechas en México desde 1761, y fue una selección entre 180.000 registros. 5 Posee dos bases: Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) y Corpus Diacrónico del Español (CORDE). Éste reune las palabras desde el origen hasta 1995 (inicio de recolección del CREA). El CREA incorpora cada año nuevas voces registradas y remite al CORDE las del año más antiguo que conserve. 6 No he podido consultar el Diccionario de arabismos (Gredos, 1999) de Federico Corriente (Universidad de Zaragoza). L.Quintana y J.P.Mora, sin dar fundamentos, estiman en 8% la cantidad de arabismos del castellano actual. QUINTANA, Lucía, y MORA, Juan Pablo, “Enseñanza del acervo léxico árabe de la lengua española”, en PÉREZ GUTIÉRREZ, M., y COLOMA MAESTRE, J. (eds.), El español, lengua del mestizaje y la interculturalidad, Biblioteca Virtual redELE, Ministerio de Educación y Ciencia de España, Madrid, 2003, www.sgci.mec.es/redele/biblioteca/asele/ 4

árabes tuvieron cierta influencia en ello: si bien había distancia entre el árabe culto y el popular, tal distancia no era equiparable a la del latín y el romance castellano. De modo que el adversario musulmán expresaba en la misma lengua la religión, la poesía, la filosofía o el derecho, logrando una mayor consistencia social e institucional. Pero sea por el estímulo judío o por el desafío árabe –o por la acción de ambos- el castellano empieza a asumir su rango como nueva lengua con Alfonso el Sabio. Y de este modo pudo ser el puente por el cual pasó el tesoro de la Filosofía clásica griega a la Europa occidental. No se termina de reparar en el enorme significado de que el castellano haya adquirido su personería lingüística, entre otras cosas, a través de su menester de traducción, de intermediario, entre el árabe, el hebreo, el griego y el latín. Como tantos pudimos aprenderlo en las páginas del clásico de don Ángel Valbuena Prat, “la Escuela de Traductores de Toledo es el lazo de unión entre las tres culturas: hebrea, árabe, latino-eclesiástica, de cuya fusión nace en gran parte el fondo didáctico de la mayoría de los primitivos tanteos en prosa castellana”. Pero antes que el castellano se depurara y formalizara en esta interacción técnica con el árabe, el hebreo, el griego y el latín, había tenido ya, como dialecto románico, una cuna hispanoárabe. En 1915 Julián Ribera, de la escuela de arabistas de Zaragoza, propuso la teoría del origen árabe de la épica en castellano, cuestionando las ideas vigentes sobre su ascendencia provenzal o germánica. Muy criticado, descubrimientos posteriores afirmaron su tesis, aunque referida a la lírica:7 se trata de registros de jarchas, estrofas en mozárabe que integran poesías escritas en árabe culto. El mozárabe, romance derivado -como el castellano- del latín visigótico que se hablaba en toda la península al momento de la invasión musulmana, nació de la compenetración fronteriza entre la cultura árabe y la cultura romanovisigótica. Lo hablaban no solo los mozárabes -núcleos hispánicos arabizados que conservaron religión, lengua y costumbres bajo dominio musulmán- sino también los árabes. El descubrimiento documental de estas estrofas, en 1948, supuso además un cambio significativo en nuestros conocimientos de las lenguas románicas: en efecto, constituyen desde entonces la primicia de la lírica romance, que antes detentaba la lengua provenzal. Falta agregar un detalle: estas primeras expresiones poéticas conocidas en una lengua romance están escritas con caracteres árabes (lo que se llamaba escritura aljamiada)… Es difícil pasar por alto este símbolo: los primeros registros escritos de expresión poética en una lengua románica tienen caracteres árabes. Finalmente, por si subsistieran dudas acerca de esta cuna hispanoárabe de nuestra lengua, baste recordar que Cervantes, en el capítulo IX del Quijote, presenta a su obra como la mera traducción de la “Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”. ¿Por qué se le habrá ocurrido a nuestro Padre Cervantes que el Quijote fuera una

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Como a su discípulo Miguel Asín Palacios con La escatología musulmana en la Divina Comedia (1919), donde sugirió que el Mi’rahi de lbn al-Arabi había sido modelo de Dante, desatando una polémica internacional. Asín conjeturaba la existencia de una traducción, que más tarde apareció (no solo castellana, La Escala de Mahoma, sino latina y francesa, las tres anteriores a Dante y por las cuales pudo leer el Mi’rahi).

traducción del árabe? Sobran los comentarios, pero resulta bueno recordarlo, cuando estamos celebrando el IV Centenario de la obra máxima de nuestra lengua. Con respecto a las lenguas indoamericanas, Fuentes dice que “del navajo en Arizona al guaraní en Paraguay, el lenguaje amerindio de enigmas, figuras y alegorías –como lo llama el Libro de las Pruebas de Yucatán– sobrevivió hablado hasta el día de hoy por más de veinte millones de seres humanos”. Me gustaría acotar que las lenguas indígenas no solo sobreviven. Algunas viven, como el guaraní yopará, que no es el guaraní que se hablaba cuando la conquista, sino un idioma mestizo con “guaranización” de muchas palabras castellanas, o con giros y expresiones antes inexistentes. Es decir, el guaraní actual está lleno de hispanismos y neologismos, fruto de su adaptación histórica y de un fuerte mestizaje con el castellano. Es un proceso en cierto modo paralelo al del castellano paraguayo. No es el caso, por supuesto, de muchas lenguas indígenas, porque han sido muy diferentes sus posibilidades y sus capacidades de adaptación. Pero más importante aun que este hecho es que las lenguas indígenas han “llenado” el castellano con sus voces. Mucho más en América, naturalmente, donde también introdujeron sus acentos y tonalidades.8 Y su fuerte presencia lexicográfica en el castellano de América es una prueba más de que las culturas indígenas están mucho más presentes de lo que habitualmente se piensa en la cultura latinoamericana actual. El impacto de los americanismos se aprecia mejor comparando la 1ª y la 22ª edición del DREA. A tales efectos debe tomarse como 1ª a la 2ª edición (1780), porque suprimió los textos de escritores, haciendo más sencillo su uso. Esa edición contiene 46.000 artículos, la 22ª (2001) unos 94.000. Si pudiéramos hacer una resta estricta, los 26.000 americanismos serían más de la mitad de los términos agregados al diccionario entre 1780 y 2001. Naturalmente no es así, porque hay términos dados de baja, y porque la edición de 1780 ya incluía, aunque pocos, americanismos. De cualquier modo, y para concluir, si los arabismos son testimonio de la cuna hispanoárabe del castellano, los americanismos son signo de la nueva realidad humana de nuestra lengua: de cada seis hablantes del castellano, cuatro están en América Latina, uno en Estados Unidos y uno en España. El aporte árabe en su momento, y el proceso actual del castellano en toda América, son una muestra de que la vocación universal de su latín originario sigue viva. Los milenios que nos separan de los hablantes que en la antigua Roma también llamaban rosa a la misma flor, han multiplicado su riqueza y amplitud. Ni siquiera con la mayor extensión del Imperio Romano se podía experimentar lo que suele recordar Alain Rouquié: “Al llegar de nuestra Europa exigua y

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Desde que el lingüista alemán Rodolfo Lenz propuso su tesis de que el español chileno había sido refonetizado por el araucano, otros investigadores han rastreado el origen indígena de las diversas “tonadas” del castellano americano. Ver NARDI, Ricardo L. J., “Lenguas en contacto. El substrato quechua en el Noroeste Argentino”, Filología, XVII-XVIII, 1976-77, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires.

fraccionada siempre nos sorprende hallar la misma lengua y a veces la misma atmósfera de una capital a otra separada por 8.000 kilómetros y nueve horas de avión”.9 Vocación universal que culmina en la transculturación latinoamericana, la síntesis biocultural de las tres mayores familias raciales del globo (según el orden de su aparición en América, mongoloides, caucasoides y congoides), pero síntesis en curso, que en los siglos XIX y XX incorporó nuevas oleadas humanas (europeos no ibéricos, asiáticos, árabes, judíos, armenios) mientras en la periferia de sus grandes ciudades se profundizaba el mestizaje de raíz indígena o africana por las gigantescas migraciones internas. Como dijera Fuentes, en esta capacidad incluyente está el secreto de la vitalidad de nuestra cultura. La reciente tesis de S. Huntington -“tal como estaban sucediendo las cosas a fines del siglo XX, EU iba camino de convertirse en una sociedad anglohispana bifurcada con dos lenguas nacionales”- muestra el valor del idioma único frente a la dispersión lingüística de otros inmigrantes.10 Fuentes concluyó su discurso con una apelación a responder a un presente signado por la marginación y la pobreza. Y es pertinente que así lo hiciera, en el ejercicio de su propuesta de “crítica de la cultura”. Como decía en el libro antes citado, Los intentos de modernización, a partir del siglo XVIII, han fracasado cuando han hecho caso omiso de la poderosa tradición policultural anterior a ellos. La Ilustración, la Reforma liberal, el positivismo, el marxismo, las filosofías del mercado -de Adam Smith a Ronald Reagan-, no han sobrevivido a los tiempos y temas más antiguos de nuestra convivencia cultural. Más bien dicho: solo sobreviven en la medida en que actúan sobre ese fondo cultural. Negarlo, es repetir el error más costoso de la Independencia decimonónica, anti-española, anti-india y anti-negra.

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El origen del castellano -romano, visigótico, árabe- hecha en rico diálogo con el hebreo, el latín y el griego, y su desarrollo, en conjunción con las centenares de lenguas aborígenes americanas, explican su dinamismo actual, abrazando estrechamente al inglés dentro del territorio estadounidense. Es un camino de transculturación, según el feliz concepto que el antrópologo y pensador cubano Fernando Ortiz acuñara hacia 1940, advirtiendo las limitaciones que el concepto de “aculturación” impone a la interpretación de los fenómenos de cambio cultural por contacto. Mientras la “aculturación” ve la extensión lineal de una cultura sobre las restantes, la 9

ROUQUIÉ, Alain, América Latina, introducción al Extremo Occidente, 2ª ed., Siglo XXI, 1994, pág. 29. HUNTINGTON, Samuel, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Paidós, Buenos Aires, 2004, pág. 259. Huntington califica lo que está sucediendo en el sudoeste y en Florida como una reconquista demográfica: “La inmigración mexicana está provocando la reconquista demográfica de zonas que los estadounidenses habían arrebatado por la fuerza a México en los decenios de 1830 y 1840 y que están siendo mexicanizadas de un modo comparable (aunque distinto) al de la cubanización que se ha producido en el sur de Florida. La mexicanización está difuminando, además, la frontera entre México y EU” (pág. 259). Un hecho simbólico: en 2003, por primera vez desde el decenio de 1850, la mayoría de los recién nacidos en California fueron de origen hispano (pág. 265). Por otra parte, indica que “a la vez que avanza la inmigración procedente de otros países latinoamericanos, también lo hacen tanto la hispanización en todo EU como las prácticas sociales, lingüísticas y económicas propias de una sociedad anglohispana” (pág. 259). 11 FUENTES, C., Valiente..., ob. cit. pp. 41-42. 10

transculturación se enfoca más bien en la síntesis a partir del contacto entre culturas diferentes. En las palabras de Raúl Scalabrini Ortiz, “el Hombre de Corrientes y Esmeralda... desciende de cuatro razas distintas que se anulan mutuamente y sedimentan en él sin prevalecimientos”. Por ello, puede sentir que es “hijo de nadie”, pero también puede decir que “Nada humano le es chocante, porque no lo atenaza la herencia de ningún prejuicio localista”.12

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SCALABRINI ORTIZ, Raúl, El hombre que está solo y espera, 12ª edición, prólogo de José María Rosa, Plus Ultra, Buenos Aires, 1973, p. 37

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