¿20 años no es nada? Daños de una sociedad de consumo en sectores jóvenes de comunidades vulnerables

June 30, 2017 | Autor: Rodolfo Nuñez | Categoría: Jóvenes, violencias y delitos
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Descripción

¿20 años no es nada? Daños de una sociedad de consumo en sectores jóvenes de comunidades vulnerables. Rodolfo A Nuñez1

Resumen El presente trabajo toma como umbral de estudio los últimos veinte años. En la Argentina, durante este período, la denominada “sociedad de consumo” ha generado daños de alta significación social, política y económica; especialmente observables en aquellas personas que nacieron y crecieron durante este período. La promoción compulsiva e indiscriminada al consumo, motorizada por el Complejo Comercial Publicitario en un contexto de degradación económica y exclusión social sin precedentes, desencadenó un proceso de ruptura del lazo social a la vez que aumentó los índices de violencia y delito urbano. Este sistema sigue impulsando un modelo ideal de “joven hegemónico”, en el que también los jóvenes de comunidades vulnerables son llamados a incluirse simbólicamente vía el consumo de bienes y servicios, al mismo tiempo que son excluidos materialmente. En esa carrera perversa unos intentan llegar por vía legal hipotecando lo poco que tienen, mientras otros, los más vulnerables desde lo psicológico, social y penal, lo intentan alternando estrategias legales e ilegales.

Palabras claves: Jóvenes, consumo, delitos, violencia, vulnerabilidad social, estrategias, publicidad, dinero.

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Profesor Adjunto Regular –Investigador. Carrera de Trabajo Social. Departamento de Salud Comunitaria. Universidad Nacional de Lanus. Magister en Políticas Públicas y Gobierno. Doctorando en Ciencias Sociales. Universidad Nacional de General Sarmiento/IDES.

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I. La ñata contra el vidrio: emergencia de los procesos de exclusión social Las evidencias históricas abundan para señalar que el estado actual de la Cuestión Social, deviene de la irrupción en la vida cotidiana del pueblo argentino de un régimen autocrático que, instalado a mediados de la década del 70, trae consigo un modelo de acumulación capitalista de impronta neo-liberal. El mismo se ha caracterizado por una apertura indiscriminada al capital extranjero, el incremento de las transacciones financieras en detrimento de la inversión productiva y una amplia tercerización del trabajo, entre otras. Este modelo, como sabemos, no fue instalado con progresividad sino que por el contrario su implementación fue abrupta y en el corto plazo. Dicho modelo y la forma de implementarlo se llevó consigo a una generación entera. A partir de la década del ’90 con la aplicación de la receta “salvadora” del denominado Consenso de Washington2, asistimos a la profundización de un desmembramiento deliberado de los sistemas de protección social, la privatización progresiva de algunas áreas -Salud, Seguridad Social, Seguridad Pública, Educación, Energía y Comunicaciones, entre otras- y la mercantilización de las relaciones sociales en detrimento de otras más solidarias. Entre los efectos más perversos y niveles más críticos a los se llego de la mano de dicho modelo, se desatacan el aumento geométrico de los hogares por debajo de la línea de pobreza (51,4%), de la desocupación y la sub-ocupación con más de dos dígitos, la caída abrupta de los ingresos (pauperizados al máximo por la devaluación), de la brecha entre los más ricos y los más pobres calculado en 40 veces más de ingresos entre los primeros que en los segundos. Esto de forma articulada conformó un escenario de alta conflictividad social. Dicho panorama nos coloca ante la factibilidad de la caída de la mayoría de la población, de la “zona de integración, hacia las de vulnerabilización y desafiliación” Robert Castel (1997: 15), las que surgen de la combinación entre participación en actividades

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El consenso de Washington, promovido por su ideólogo John Williamson, se substanció en un conjunto de recomendaciones de economistas neoliberales sobre política económica para países emergentes. El énfasis de este decálogo estuvo básicamente en recomendaciones que responden a los principios de gestión privada de los medios de producción, libertad de mercados, disciplina fiscal e inserción de las economías emergentes en el comercio mundial que llevó entre otros aspectos al desguace del estado, al crecimiento de los índices de pobreza, marginalidad, desocupación y violencia antes nunca vistos en la mayoría de dichos países.

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productivas (trabajo) y vinculación a redes de contención y protección personal, institucional y/o comunitaria. Detengámonos un momento a pensar en los jóvenes que ocuparán el centro de este trabajo: ya son parte de la zona de vulnerabilización. Basta con observar algunos elementos que los colocan allí, como sus edades - hijos del proceso de desintegración y pauperización social que tímidamente he descrito- para advertir que no han tenido posibilidad ni siquiera de llegar tarde, equivocarse o transgredir las reglas de una actividad laboral. Han visto trabajar a abuelos y padres a brazo partido en empleos precarios e inestables; a pares con títulos y honores pulular las calles y engrosar filas en la búsqueda de un empleo; a otros sumidos en la pobreza viviendo por años de “changas”, del asistencialismo perverso generado por algunas políticas de estado o por micropolíticas sociales de ciertas organizaciones de la sociedad civil que mantienen y reproducen dicha lógica. Ellos mismos, han experimentado desde chicos, con la mendicidad -en los bordes de la desafiliación- hasta altas horas de la noche o “entrenándose” en los pocos modelos que el contexto les deja para llegar a alcanzar el “ideal” de joven incluido y globalizado. Ser alguien es “tener” los calzados y la indumentaria deportiva de marca, un teléfono celular, una moto, andar aunque sea una noche en un auto de última generación o cualquier otra cosa que les dé el placer de sentirse participando del modelo de consumo; siendo que la oferta de alternativas de llegada a todo ello son escasas y sobre todo cuando, como veremos, el Complejo Comercial Publicitario (CCP), transforma los deseos sobre los objetos más prescindibles en sentimientos de “vacío existencial” como los que generan las necesidades básicas insatisfechas. Esto implicó la definición de una nueva Cuestión Social donde ya no se trataba, siguiendo a Villarreal (1997: 10), de la generación de políticas públicas diseñadas y desarrolladas con y para los “de abajo”- aunque es preciso reconocer que desde 2003 la tendencia a cambiado- sino que nos encontramos también ante la responsabilidad de reconocer que este mismo Estado y su sociedad han contribuido, consciente o inconscientemente a la constitución de una ´zona social´ aún más compleja: los de afuera. Esta exclusión impone niveles de fractura social que generan necesariamente violencia social y fertiliza en la base de cada grupo/sector/zona social, sistemas internos de legitimidad y de valores, formas de organización y de estar y ser socialmente que resultan 3

de difícil coexistencia entre sí y en muchos casos se transforman en relaciones que implican la negación del otro. A pesar del crecimiento económico, la recuperación de la soberanía en algunas áreas estratégicas del Estado, los esfuerzos actuales de las políticas públicas de empleo y de redistribución del ingreso, aún faltan atacar aquellos efectos perversos del modelo que siguen manteniendo a amplios sectores de nuestra sociedad en la miseria, la desocupación y la exclusión-desafiliación. Para Robert Castel (2004:62-63), los innumerables discursos sobre la exclusión han mostrado en todas sus formas, y hasta la saciedad, un aflojamiento del lazo social que habría marcado la ruptura de los individuos respecto de sus inserciones sociales para dejarlos frente a sí mismos y a su inutilidad. “Los excluidos” son colecciones (y no colectivos) de individuos que no tienen nada en común más que compartir una misma carencia. Se definen en función de una base sólo negativa, como si se tratara de electrones libres completamente desocializados. Por lo tanto, identificar bajo el mismo paradigma de la exclusión, por ejemplo, el desempleado de larga data y el joven del barrio pobre en búsqueda de un improbable empleo, es pasar por alto el hecho de que no tienen el mismo pasado ni el mismo presente ni el mismo porvenir, y que sus trayectorias laborales y vitales son totalmente diferentes. Es hacer como si vivieran en un espacio fuera-de-lo-social. Pero nadie, y ni siquiera “el excluido”, existe en el fuera- de-lo-social, y la descolectivización en sí misma es una situación colectiva. I.1 El desasosiego de no avizorar ningún futuro El desasosiego es un sentimiento que se experimenta individualmente por cada uno de los miembros de estas categorías sociales y eventualmente su reacción es colectiva, marcada por el sello del resentimiento. El resentimiento puede ser un resorte de acción o de reacción sociopolítico profundo o puede generar situaciones de violencia social entre los estratos sociales en pugna. Es una mezcla de envidia y de desprecio que se juega sobre una situación social diferencial y fija las responsabilidades de la desdicha que se sufre en las categorías ubicadas justo por encima o justo por debajo en la escala social. Señala Robert Castel (2004:64-65) “… Es una frustración colectiva que busca responsables o chivos 4

emisarios /…/ en el mejor de los casos, esos grupos constituirán los peones de una economía mundializada. En el peor de los casos, devenidos “inempleables”, sus miembros podrían ser condenados a sobrevivir en los intersticios de un universo social recompuesto sólo a partir de las exigencias de la eficiencia y del rendimiento. Y éste es un poderoso factor de aumento de la inseguridad. Si se puede hablar de un alza de la inseguridad en la actualidad, es en gran medida porque existen franjas de la población ya convencidas de que han sido dejadas en la banquina, impotentes para dominar su porvenir en un mundo cada vez más cambiante”. En el caso de los jóvenes en conflicto con la ley penal en general, basta observar sus edades, los lugares donde residen, su condición de “ni trabajan ni estudian” para advertir que han nacido literalmente en un contexto degradado y no han vivido el proceso de degradación, no han sentido la pérdida progresiva de un supuesto bienestar, sino que nacen en un contexto social, comunitario y familiar hostil ya degradado pero así y todo van “mamando” día a día dosis de elementos simbólicos de la cultura de consumo a la quellegada la etapa de la adolescencia y juventud- intentan de cualquier manera y a cualquier precio acceder. Por lo tanto en estos jóvenes no se observa una salida colectiva. Tal vez sí un sentimiento compartido de resentimiento observable en expresiones culturales como la “cumbia villera”, el “gansta rap”, o el quantum de violencia empleada en los robos3 puede conformar un “patrón” de las prácticas delictivas apoyadas en parte por un sentimiento hacia un “otro”- ya no que lo oprime o lo explota- que evidencia signos de no ser un “consumidor fallido”. Entonces, no solo no han tenido experiencias de organización colectiva similares a las de otras generaciones sino que, las que tienen para observar de cerca, están corrompidas. Es así que en lo único en lo que confían es en sí mismos y precariamente en su grupo de pares; si bien hay sentido compartido de injusticia, la salida no es colectiva y dentro del marco 3

En 1998 la población victima de robo con violencia fue de 11.1%. En 1999, ese porcentaje subió a 14.5, mientras que en 2000 bajó a 12.3 % y en 2001 alcanzó 11.6 %. Estudio de victimización, Gran Buenos Aires. DNPC. (2004). La evolución de las edades para el delito de “Robo con Arma de Fuego” para el grupo etario 18-25 años período 1997-2003, en la CABA fue de 38% a 53 % y en GBA de 48,8 % a 66 %. Departamento de Investigaciones. DNPC. Por otro lado si bien se evidencia un descenso de los homicidios dolosos registrados a nivel país, que paso de un 9 % en 1992 a un 9,2 % en 2002 y un 5.5% en 2009, para éste último año los imputados por homicidios dolosos de la franja etárea entre 18 y 24 años era del 36% y de 25 a 34 años del 34% que agregados suman un 70% del total. (SNIC) y (SAT) respectivamente. 2010. Dirección Nacional de Política Criminal. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.

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legal sino individual. En el mejor de los casos grupal, desorganizada y habitualmente ilegal, aunque es posible observarlos alternando entre actividades legales e ilegales. En relación a la situación de desempleo y ocio de los jóvenes en Latinoamérica, Briceño León (2002:15), parece reforzar las afirmaciones del “sociólogo del trabajo” – R. Castel-, citando estudios

del Banco Mundial los que “… toman como medida de la

pobreza, el umbral de un dólar por persona por día (para lo cual se considera el dólar con paridad de poder comprar a precios de 1985), pues bien, según estos cálculos el 24% de la población de América Latina y el Caribe vive con menos de un dólar por día, es decir, uno de cada cuatro latinoamericanos. Y en algunos países, como Guatemala, más de la mitad de la población se encuentra en esa situación (World Bank, 2001)”. Esto genera una situación creciente de exclusión entre la población, pero esa exclusión se observa más claramente en el trabajo y en la educación. Según la CEPAL, el desempleo en la región pasó de 5,7% en 1990 a 9,5% en 1999 4, pero lo que llama la atención no es tan sólo el incremento de los desocupados, sino la particularidad de los nuevos trabajos, pues de cada diez empleos que se crearon en la región entre 1990 y 1997, siete (6,9 exactamente) se originaron en el sector informal (CEPAL, 1999). Es decir, ocurre una doble exclusión laboral, pues hay menos empleos y aquellos que surgen tienen un carácter tan precario como su condición de informalidad lo sugiere. En relación a la inclusión al sistema educativo las cifras tampoco parecer ser muy alentadoras. Señala Briceño León (2002:16) que se calcula que el 30% de los niños no había completado la educación primaria al cumplir los 14 años de edad. Y al tener esa edad ya se ven obligados a trabajar y deben salir al precario mercado laboral a buscar algo de dinero, pues sus padres - los que existan y los acompañen -, ya no pueden continuar financiando sus básicas o crecientes necesidades de consumo, pero, también, porque deben contribuir con el mantenimiento de la familia, así sea no representando una carga y permitiendo que mayores recursos puedan distribuirse entre los hermanos menores. Como 4

De acuerdo a datos proporcionados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la tasa de desocupado en la región de Latinoamérica y el Caribe subió de 7,3 a 8,1% en el transcurso del 2.009 como consecuencia de la crisis económica global, aunque también se estimó en este informe que el impacto de la crisis en materia laboral no fue tan grave como el esperado, que sí se notó en cambio en toda la Eurozona. Boletin Cepal-OIT. Junio. 2010

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veremos más adelante y en el mismo sentido, Sergio Tonkonoff (1998: 171-181) hará referencia a las estrategias ilegales que llevan adelante los jóvenes para cubrir ambas necesidades. La educación funciona relativamente bien como puerta de entrada, pero muy mal como puerta de salida. Es decir, en el inicio de los estudios se logran incorporar un porcentaje bastante alto de los niños, sobre todo en las zonas urbanas, pero la prosecución de los estudios es muy baja5. Si tomamos como referencia los 9 años que se consideran debe al menos estudiar cualquier persona, y así se encuentra establecido en las leyes de muchos países como educación obligatoria, los resultados son muy poco halagadores. Por ejemplo, se calcula que de cada 100 niños que ingresan al primer grado de la escuela en Bolivia, Brasil, Colombia o Perú, sólo 15 llegan al noveno grado de estudios. Pero la situación es aún peor en otros países como Guatemala, Haití o República Dominicana, donde de los mismos 100 alumnos sólo 6 alcanzan los nueve años de estudio (BID, 1998). En Caracas, Venezuela, el 27% de los jóvenes hombres entre 15 y 18 años de edad, ni trabaja ni estudia, “¿Qué puede uno esperar de un adolescente ocioso en su casa, o, peor aún, en la calle, expuesto a todos los peligros y las tentaciones posibles?” (Briceño-León, 2002:16) Retomando a Castel (2004: 71-72) “… en las relaciones que mantienen con los otros grupos sociales, más que acoger la diversidad que presentan, estas categorías sacrificadas buscan chivos emisarios que podrían dar cuenta de su estado de abandono. Así se puede 5

“… hay una desagregación por año aprobado al ingreso al PCV y se observa como dato significativo que la mayoría de

los jóvenes (83,7 %) tiene completo su 7º grado, año de estudios que históricamente fue la finalización de la educación obligatoria. El desgranamiento se observa a partir de dicho año sin diferenciarse en virtud del modelo de ciclo vigente en cada territorio. Algunos de los testimonios del tipo “tuve que dejar de estudiar porque tenía que trabajar” nos podría sugerir que el desgranamiento o el abandono del sistema educativo en este nivel está asociado a la necesidad de conseguir un ingreso que aporte al sostenimiento de la economía familiar, pero no podemos desconocer que existen otras cuestiones relacionadas al propio sistema educativo, a la historia educativa de estos jóvenes y sus familias y a la percepción de la importancia o la utilidad de concluir con los estudios secundarios,”(Informe de seguimiento. Programa “Comunidades Vulnerables”. MJyDH. 2007: 8-9)

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comprender el carácter paradigmático del problema de los suburbios pobres en relación con la temática actual de la inseguridad. Los “barrios sensibles” acumulan los principales factores causantes de inseguridad: fuertes tasas de desempleo, de empleos precarios y de actividades marginales, hábitat degradado, urbanismo sin alma, promiscuidad entre grupos de origen étnico diferente, presencia permanente de jóvenes inactivos que parecen exhibir su inutilidad social, visibilidad de prácticas delictivas ligadas al tráfico de drogas y a los reducidores, frecuencia de las “incivilidades”, de momentos de tensión y de agitación, y de conflictos con las “fuerzas del orden”, etc. La inseguridad social y la inseguridad civil se superponen aquí y se alimentan recíprocamente. Pero sobre la base de estas constataciones que no tienen nada de idílico, la diabolización de la cuestión de los suburbios pobres, y particularmente la estigmatización de los jóvenes de esos suburbios a la cual se asiste hoy en día, tiene que ver con un proceso de desplazamiento de la conflictividad social que podría representar perfectamente un dato permanente de la problemática de la inseguridad. La escenificación de la situación de los suburbios pobres como abscesos donde está fijada la inseguridad, a la cual colaboran el poder político, los medios y una amplia parte de la opinión pública, es de alguna manera el retorno de las clases peligrosas, es decir, la cristalización en grupos particulares, situados en los márgenes, de todas las amenazas que entraña en sí una sociedad”. En “vida de consumo” Bauman, Z (2007:178) parece coincidir con el diagnostico de Robert Castel sobre la criminalización de los sectores excluidos; “… antes eran considerados una plaga de origen colectivo que había que enfrentar y curar colectivamente, debe reinterpretarse ahora como prueba de un pecado o delito cometido individualmente. Las clases peligrosas (por potencialmente rebeldes) se redefinen como grupos de individuos peligrosos (por potencialmente criminales). Ahora las prisiones sustituyen a las claudicantes y desdibujadas instituciones públicas de bienestar social, y probablemente deban seguir reajustándose para desempeñar esta nueva función, a medida que sigan reduciéndose las medidas destinadas a asegurar ese bienestar”. Al parecer y según el autor el panorama es sombrío, ya que las perspectivas del aumento de la conducta criminal no significan un obstáculo para la consecución de una sociedad de consumo plena y generalizada. Por el contrario, constituye su inseparable 8

prerrequisito natural, tal vez indispensable. Las razones son muchas “… son la encarnación viviente de los “demonios internos” propios de la vida de consumo. La “guetización” y criminalización de los mismos, la severidad de los castigos que se les infligen y la crueldad general del destino que se les asigna son —metafóricamente hablando— el método principal para exorcizar esos demonios interiores y quemarlos en efigie. Los márgenes criminalizados sirven de mecanismos sanitarios /…/cloacas por donde se escurren los venenosos efluvios de la seducción del consumismo, para que las personas que se las arreglan para seguir en el juego no deban preocuparse por su estado de salud /…/ sin embargo, si éste es el principal estímulo del crecimiento actual de lo que el gran criminalista noruego Nils Christie llamó la “industria carcelaria”, las esperanzas de que el proceso se desacelere, se detenga o se revierta en una sociedad completamente desregulada, privatizada e impulsada por los mercados son prácticamente nulas”. Z. Bauman (2007:179) II. Consumismo, “inflación” en las expectativas de consumo y participación de jóvenes en el delito callejero. El suplicio de Tántalo atormenta a los pobres. Condenados a la sed y el hambre, están también condenados a contemplar los manjares que la publicidad ofrece. Cuando acercan la boca o estiran la mano, esas maravillas se alejan. Y si alguna atrapan, lanzándose al asalto, van a parar a la cárcel o al cementerio. Eduardo Galeano (1998:255) Del trabajo más amplio en que se basa el presente artículo6, tres fueron los factores que “cautivaron”el interés a ser explorados y podríamos decir que están atravesados por el signo de la época: ingresos familiares (bajo nivel de ingresos en sectores populares), 6

Nuñez Rodolfo. Tesis para la obtención del título de Magister en Políticas Públicas y Gobierno.. UNLA. 2009

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consumismo (especialmente la brecha entre el alto nivel de expectativas generadas por el mercado y la capacidad de compra real o sea la posibilidad de logro), y desempleo juvenil. Esta ecuación genera de manera sobredimensionada presión sobre los jóvenes y por ende sobre su red familiar de sostén que se ven llamados a integrarse socialmente a través del consumo al mismo tiempo que son excluidos de todas aquellas instancias ligadas a mejorar los ingresos que le posibilitarían acceder al mismo. Los contrastes que se generan por dicha situación entre exclusión y opulencia, tener mucho o no tener nada, lo que el modelo de consumo propone para mí y lo que realmente soy, dejan configurado un campo de violencia social en la que la apelación al delito opera en los jóvenes como el zarpazo de desesperación para sentirse incluidos de alguna manera, y así por la misma vía estructurar una identidad posible. De los tres factores señalados, el consumo es el que menos se ha explorado y relacionado con la cuestión criminal, aunque en los últimos años algunos autores comienzan a ensayar asociaciones más o menos directas dependiendo de cuál sea el foco de su interés. No es habitual encontrar que la literatura de las ciencias sociales se ocupe de esta “ecuación”, sin embargo iremos explorando fuentes bibliográficas que nos faciliten estos conceptos o permitan rodearlos a través de otros conexos. En cuanto a autores que comienzan a avizorar que la combinación de dichos factores tienen incidencia en el involucramiento de los sujetos en prácticas delictivas podemos destacar los siguientes: Para Eduardo Galeano (1998:2006) “… En esta civilización donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los fines han sido secuestrados por los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa y la TV te ve. Quien no debe, no es. Debo luego existo. Quien no es digno de crédito, no merece nombre ni rostro: la tarjeta de crédito prueba el derecho a la existencia /…/ el sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura empieza y termina en la pantalla de televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo”. 10

Cita Galeano al criminólogo Anthony Platt y dice de él que ha observado que los delitos de la calle no son solamente producto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social de éxito, dice Platt: “incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no hace la felicidad, pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.” Si tomamos esos fastuosos monumentos al consumo que son los shopping centers, espacios de circulación de las mercancías globalizadas y reinos de la fugacidad, paradojalmente ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. En estos nuevos lugares de encuentro y seguridad entre las gentes: “a los pobres que no saben disfrazar su “peligrosidad congénita”, y sobre todo los pobres de piel oscura, pueden ser culpables hasta que se demuestre la inocencia. Y si son niños, peor. La peligrosidad es inversamente proporcional a la edad.” Galeano, E (1998:272). II.1 Dinero, subjetividad y socialización Si nuestra preocupación es encontrar algún nivel de condicionamiento del consumo en las prácticas delictivas de los jóvenes estudiados, no podemos eludir hacer alguna mención al lugar que ocupa el dinero no solo en el intercambio de los bienes y servicios, necesarios o innecesarios, sino a la manera en que aquel juega en la socialización y relación de los sujetos entre sí y con la sociedad. El dinero facilita el intercambio de bienes y servicios, pero además constituye una herramienta para modelar a los sujetos y sus relaciones. “… tenemos, pues, la paradoja. Si por un lado el dinero permite expandir la vida por cuanto pone a los sujetos en relación con una infinitud de objetos que, a su vez, encarnan múltiples deseos y experiencias potenciales, y promueve una diversificación progresiva de vínculos entre personas que pueden habitar en mundos radicalmente distintos, por otro lado coloca toda esta diferenciación 11

bajo el prisma homogeneizador de la divisibilidad del valor, de la abstracción del valor de cambio y del denominador común”. Martin Hopenhayn (2002: 107) Al parecer el dinero instala en los sujetos un dispositivo de indiferenciación, el que posibilita que la “noria” no deje de girar, haciendo de los objetos elementos obsoletos, prediciendo para ellos lo que Hopenhayn señala como destino trágico ya que no tarda el nuevo objeto en perder sustancialidad por obra de su convertibilidad en dinero “…Y no son los objetos o servicios que cambian, sino el dispositivo de indiferenciación que el dinero ha colocado en nosotros, y que no tarda en teñir estos objetos o territorios adquiridos. Todo queda, al cabo, colonizado, porque todo es reabsorbido como caso de un concepto, concreción de una abstracción, estación provisoria de un itinerario que sólo la registra como número de una serie. El mundo distante se vuelve próximo, pero lo próximo se nos desvanece en las manos como momento de una secuencia o punto de una serie”. Hopenhayn, M (2002: 108-109) . Otro de los aspectos constitutivos de la esencia del dinero es su movilidad. Según Simmel (1999), éste es un aspecto igualitario, en la medida que derrumba jerarquías sociales basadas en distinciones estamentales o convencionales y pone todos los objetos al alcance potencial de cualquiera. Cabe señalar aquí que al parecer tener dinero pondría potencialmente en igualdad momentánea con otros poseedores que lo ostentarían permanentemente. Por lo tanto y siguiendo este razonamiento no sería un dato menor los esfuerzos legales o ilegales de los sujetos por poseerlo, ya que además como veremos más adelante ello supone vivencias de una mayor cuota de libertad y felicidad. II.2 Dinero, crecimiento de expectativas y desasosiego El dinero instala una paradoja: “… si de una parte la movilidad del dinero puede ser fuente de democratización de las relaciones sociales, de hecho ha sido la fuente de mayores desigualdades en poder de adquisición, oportunidades de bienestar, nivel de vida y desarrollo humano. La mayor circulación y movilidad del dinero que observamos en las últimas dos décadas es simultánea a la concentración del dinero en menos manos, al contraste entre fortunas familiares sin precedentes (en patrimonio medible por el dinero) y a 12

la creciente masa de excluidos del desarrollo /…/De una parte iguala moralmente pero de otra parte jerarquiza según niveles de vida. No hay dinero para los ricos y dinero para los pobres: el dinero es uno sólo y su función es la misma para todos. Las expectativas de consumo, de vida, de bienestar, de relaciones y de experiencias tienden a aumentar en todos los grupos sociales. Pero por otro lado aumenta la frustración de expectativas, porque el medio que hace posible realizarlas (el dinero) se distribuye mal, y muchas veces lo hace regresivamente a lo largo del tiempo”. Hopenhayn, M (2002: 110-111). Al igual de lo que hemos citado de la mano de Galeano en páginas precedentes, Hopenhayn señala que: “… todos los ojos van siendo democráticamente colmados con imágenes del mundo convertido en gran supermercado. Pero hay manos vacías y hay manos llenas a la entrada y la salida de ese supermercado /…/ Después del dinero nada vuelve a ser igual. Más aún, el dinero difunde de manera casi irreversible la idea de que la vida podría ser distinta”. (2002: 112) Así, la movilidad del dinero y por el dinero genera y frustra expectativas. Induce al desasosiego, la impaciencia y la excitación, sea porque la concentración del dinero no conoce razones humanitarias y agudiza diferencias al punto de desatar siempre nuevos conflictos distributivos, movilizaciones de masa y desequilibrios políticos. La movilidad es progreso y es conflicto, expande el acceso y también lo concentra. Pero también esta excitación es efecto de la expansión de deseos y urgencias que el dinero promueve, dado que nivela lo prioritario con lo prescindible, lo necesario con lo innecesario. “Dado que [el dinero] sirve para satisfacer tanto las necesidades más indispensables de la vida como las más dispensables, asocia la urgencia o deseo intensos con su extensiva ausencia de límite”. (Simmel, 1999:251). Habiendo entrevistado a varios de los integrantes del equipo del Programa Comunidades Vulnerables y algunos referentes comunitarios vinculados al mismo, 13

coinciden en señalar que: en la mayoría de los casos de jóvenes de

comunidades

vulnerables, donde se implementaba dicho programa, no delinquían para cubrir necesidades básicas sino que se involucraban en dichas situaciones por lo que podríamos llamar necesidades o más bien deseos del “ser joven”: zapatillas y ropa de marcas reconocidas y validadas socialmente, toda una serie de elementos electrónicos de ornamentación como teléfonos celulares, reproductores de música, entre otros , que pueden llevar a cuestas y demostrar-se las credenciales de consumidores, como así también un quantum de dinero suficiente coherente con dicha imagen utilizado en salidas a bailar o en el consumo de sustancias psicoactivas con los pares. A mi juicio la clave de incorporar como un factor predisponente las expectativas consumistas en el involucramiento de dichos jóvenes en prácticas delictivas, radica en la construcción simbólica que el complejo publicitario promueve como prioridad de “lo necesario” sobre objetos que no necesariamente tienen esa caracterización y valor, sobre todo teniendo en cuenta la presión que ello genera en el contexto de exclusión social en el que están inmersos. Son dos niveles de expectativas diferentes, pero dado que generalmente ambos tienen que echar mano del dinero para lograr el cometido, los deseos se “impregnan” del apremio que se siente habitualmente con la necesidad básica. Esta dinámica se tramita en una dimensión paralela en el que los deseos adoptan la urgencia propia de las necesidades básicas insatisfechas. Las necesidades primarias o básicas están determinadas por indicadores más o menos universales y satisfechos mediante el recurso del dinero vía privada o a través de los recursos que se prevén en los presupuestos del Estado año a año. Mientras éste tipo de necesidades se mueve a un ritmo que depende de las demandas sociales y los consensos de políticas publicas, los deseos secundarios se ven mucho más afectados por la diversificación de la oferta de productos que pueden intercambiarse por dinero. Es decir mientras las primeras son más o menos constantes, los segundos son mucho más elásticos. En esto último radica fundamentalmente el desasosiego, ya que el placer alcanza su máxima expresión en el mismo momento en que se desvanece. Es necesario repetir el acto 14

mismo del consumo con el objeto de recrear una y otra vez esta transferencia de poderdinero-poder, y evitar que la excitación se termine. El deseo privilegia primordialmente el momento de la compra y sus efectos se extienden solo un tiempo más en el uso del objeto. En la búsqueda incesante de mitigar este desasosiego los jóvenes pierden la vida o la libertad o se suicidan abrupta o paulatinamente de algunas de las maneras que el medio hostil en el que viven les deja a mano: alcohol, drogas, enfrentamientos con la policía o algún miembro de su comunidad que hace el papel de vengador de algunas andanzas y escaramuzas que éstos le han propinado a la misma. III.

La maquina productora de deseos consumistas: la publicidad. Nos aproximaremos en las páginas siguientes a mecanismos planificados por la

maquinaria publicitaria, que posibilitan que los deseos de consumo se mantengan presente de manera permanente en nuestras mentes. Un recorrido que intentare guiar por la obra de Joan Torres I Prat, uno de los teóricos

y divulgadores más destacados del concepto

“consumo responsable” e impulsores de la red de consumo solidario de España. Podemos observar que algunos de sus planteos son compartidos con otros autores que venimos abordando hasta aquí como Bauman (2007) del que me ocupare más adelante. Sugiere I Prat (2005: 32-33) que el Complejo Comercial Publicitario - CCP de ahora en más- apela a una serie de estímulos externos que se conectan de manera estudiadadeliberada-planificada con una serie de emociones presente de manera más o menos similar en cualquier sujeto. Algunas de las conexiones que el autor destaca son de por más sugerentes, a saber: El ojo mágico Las cosas que vemos no son lo que parecen. Nuestra percepción es siempre el resultado de un encuentro entre «lo que hay ahí» y lo que esperamos ver. Toda percepción presupone una selección de estímulos. Selección que sólo es coherente en nuestra mente y que está en función de unas expectativas generalmente inconscientes. Estas expectativas pueden estar

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condicionadas por: modelos o patrones de estructuras y contenidos que desde el inconsciente motivan la conducta. 1.

Patrones o supuestos culturales. Por ejemplo, las personas de determinadas culturas son capaces de diferenciar más o menos texturas y colores de la nieve. Hay muchas palabras para decir aquello que los mediterráneos llamamos simplemente «nieve».

2.

Patrones emocionales: deseos, temores, sentimientos... ¿Por qué sólo vemos conscientemente una milésima parte de lo que capta nuestro ojo? Porque entre el ojo de nuestra frente y el ojo de nuestro yo (entidad subjetiva y consciente) está el ojo mágico. Este, el ojo mágico, es el ojo que transforma los estímulos eléctricos en sensaciones. Sensaciones que establecerán un diálogo con nuestras imágenes internas y nuestras cargas emocionales.

Este diálogo, que se realiza en milésimas o décimas de segundos es el que crea — literalmente— nuestras percepciones. El ojo mágico es fundamentalmente inconsciente y está pre condicionado por patrones y presupuestos culturales, así como por patrones emocionales —nuestras pulsiones, deseos y temores normalmente olvidados o reprimidos. Regis Debray lo resume en una bella frase: «No se ama lo que no se ve, sino que se ve aquello que se ama». En cierta manera podríamos decir que son nuestros deseos y nuestras emociones los que crean las ilusiones de «realidades objetivas» o percepción. La mano mágica La mano mágica es aquella fuerza que nos impulsa a actuar en una determinada dirección. Fuerza que presupone, también, una determinada percepción (ojo mágico) y una determinada inteligencia (mente mágica); es decir, es el «imán» que activa y orienta nuestra conducta antes de nuestras instancias racionales y conscientes. En último término, la mano mágica no es más que el resultado de la acción de nuestros deseos y nuestras emociones inconscientes vinculadas al mundo mediante imágenes. Dos de los principios básicos que rigen esta relación entre el mundo y nuestras emociones son los denominados principios de proyección e identificación. Principios que implican que nuestra mente mágica tenderá a 16

atribuir a realidades externas las excitaciones internas con el objetivo de reducir o eliminar tensiones o ejercer algún tipo de control. En este caso la proyección consiste en percibir nuestras emociones desagradables no como propias sino como atributo de una realidad o identidad exterior. La identificación sería el proceso inverso: obtener gratificaciones emocionales gracias al hecho de percibir como propias las imágenes, emociones, ideas y acciones de «otros». Percepción que nuestra mente mágica tenderá siempre a fusionar en una vivencia global e instantánea. Curiosamente, algunos mecanismos básicos que sustentan fenómenos como la alucinación y el delirio son precisamente estos principios de proyección, contaminación e identificación. Si una estrategia publicitaria consigue que mercancías inertes como pedazos de tela, plástico y goma pegados en forma de zapatillas se conviertan, por ejemplo, en auténticas encarnaciones de lo sagrado, verdaderos fetiches de la libertad y la rebeldía, indudablemente habrá conseguido inducir y orientar una cierta dosis de alucinación y delirio. ¿Será por ello tal vez que el 99% de los jóvenes en conflicto con la ley “ostentan” calzados deportivos de marcas reconocidas de precios que van de los $300 a los $500 o más, y que nosotros “los pudientes consumidores” no podemos comprender cómo es posible que estando sumidos en la miseria más espantosa como en la que se encuentran, ofrenden la vida y-o la libertad al culto de las grandes marcas? IV.

Seducción publicitaria: un mundo de sensaciones La seducción publicitaria es casi subliminal y, en principio, no determina nada. Los

efectos de un anuncio concreto son generalmente muy sutiles, como una gota de rocío. Pero el efecto acumulado por intensidad (número de spots/día), reiteración (repetición ubicua) y persistencia (el zumbido de fondo de los spots no tiene fin); es decir, los efectos acumulados de muchísimos spots en todo momento y lugar, pueden ser equiparables a los efectos de un auténtico martillo neumático. Sus efectos no son tan evidentes y directos como los fenómenos hipnóticos clásicos de feria, pero afectan a muchísima más gente muchísimo más tiempo, reforzando todos los mecanismos exteriores y predisposiciones internas favorables a posteriores estimulaciones y sugestiones más directas. Lo fundamental

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está en la creación de un campo perceptivo y asociativo, emocional y difuso, que facilite y estimule la asociación y confusión de nuestras emociones con mercancías. Las cosas ya no serán «cosas», serán «experiencias». Experiencias sin las que estaremos desconectados de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, estaremos psíquica y socialmente muertos. (I Prat, J 2005: 38-39). A ello cabe agregar que el perfil de jóvenes al que nos referimos se exponen y tomando solo la TV, más de seis horas7 como promedio por día a la fábrica de ilusiones. Para I Prat, J (2005: 61-62) “… las compañías invierten un considerable esfuerzo en marcar, dejar una huella, en nuestras mentes. Una marca es definida por el autor como el conjunto de percepciones emocionales y simbólicas que un logotipo especifico es capaz de suscitar en los consumidores, clientes y competidores. La personalidad de una marca vendrá dada por los significados, sentimientos y emociones concretas que este logo puede transmitir. En este contexto, la construcción de la personalidad de una marca será el resultado acumulado en el tiempo de todas las estrategias de diseño y transmisión de ideaciones, sensaciones y emociones concretas, deseables y asociadas al logo”. Para ser efectiva dice Bauman, Z (2007: 175) “… la incitación al consumo y a consumir más debe difundirse en todas direcciones y dirigirse indiscriminadamente a cualquiera que pueda oírla. Pero hay más gente capaz de escuchar que gente capaz de responder a ese mensaje seductor de la manera esperada. Los que no pueden actuar sobre la base de esos deseos inducidos, gozan diariamente del deslumbrante espectáculo que ofrecen quienes sí pueden hacerlo. El despilfarro consumista, se les dice, es el signo del éxito, una autopista que conduce directamente al aplauso público y la fama. También aprenden que poseer y consumir ciertos objetos y vivir de determinada manera son requisitos necesarios para ser felices”. IV.1 Publicidad y control social

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Datos surgidos de la consulta de la sistematización del Taller del uso del tiempo. Programa Comunidades Vulnerables. MJyDHH. 2007

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El CCP tiene por función esencial legitimar y lubricar un sistema que tiende a desbordarse. Un sistema de producción que no se orientará ya a la satisfacción de necesidades, sino que tenderá directamente a la creación de las mismas. La humanidad en su conjunto hace ya tiempo que traspasó el umbral por el cual su nivel de competencia tecnológica le otorga un poder más que suficiente para garantizar unos niveles básicos de seguridad y confort material sostenibles y universalizables. Si los hechos no van en esta dirección es esencialmente por una cuestión disciplinaria, de dinámica y gestión del poder. “En estos momentos es más actual que nunca la siguiente afirmación de Marcuse: «Mientras más cercana está la posibilidad de liberar al individuo de las restricciones justificadas en otra época por la escasez, mayor es la necesidad de extremar estas restricciones para que no se disuelva el orden de dominación establecido». Y es aquí donde el CCP juega el papel de «Gran Timador».” (I Prat, J. 2005. 85) Su misión será mantener y recrear artificialmente una cultura de la escasez en la realidad de la sobreabundancia, apuntalando un sistema de producción masiva de aquello que excede a las necesidades. I Prat recrea palabras de algunos hombres importantes del mundo de los negocios: Paco Downhill, director de Enviroseil, consultora pionera en la «ciencia del shopping» y asesora, entre otras corporaciones, de Citibank, McDonald’s o US Mail: «Si sólo fuéramos a las tiendas cuando necesitamos algo, la economía del planeta se colapsaría /.../ hoy a las tiendas vamos a tener una experiencia sensorial agradable». Y, cual mercader del descontento, en palabras de B. Earl Puckett, director de Allied Store Corporation: «Nuestro trabajo es hacer infelices a las mujeres con lo que tienen», y perseguir implacablemente a «quienes creían tenerlo todo en la vida». (La Vanguardia, 6/5/02.) En este contexto, la publicidad asume funciones disciplinarias y de control social. En palabras del ex director mundial de publicidad de Coca-Cola, David Wheldom: «Con la ayuda de una buena estrategia, de buenas ideas y de una buena publicidad, el consumidor

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de 2000 va a estar donde queramos que esté»8. Estas funciones disciplinarias y de control del CCP pueden translucirse a través de su propio doble lenguaje. El papel y específicamente las formas en la que se despliega el lenguaje en el discurso publicitario, se mueven en dos dimensiones paralelas como dos caras de una misma moneda interrelacionando un “adentro y un afuera”. “… a la vez que se nos muestra como un amante seductor que nos susurra al oído /…/ para los publicistas —y de puertas para dentro— utilizará un lenguaje propio del poder en su versión militar: campañas, impactos, objetivos, estrategias, etc. …” (I Prat, J. 2005:86) En este sentido es que el lenguaje permite desenmascarar al CCP como una tecnología de “guerra ideológica”, al servicio de un modelo de sociedad basado en el binomio exclusión/consumo y subjetivamente basado en la satisfacción alucinatoria de deseos delirantes. V.

Daños colaterales del consumo Si bien nos hemos referido al impacto que el “imperio del consumo” tiene sobre los

miembros de la sociedad, conviene recuperar aquí la incidencia que dicho sistema tiene especialmente sobre los sectores excluidos de la población, dentro de los que se encuentran los jóvenes de comunidades vulnerables. Zygmunt Bauman llama a ello “daños colaterales del consumo”. Aclara que si bien “… los daños colaterales causados por la marcha triunfal del progreso consumista están desperdigados en todos los ámbitos de las sociedades “desarrolladas” contemporáneas, existe una nueva categoría de población, la definida como ´infraclase´”. No ha utilizado el azar para la elección del término infraclase, señala que ha sido exquisitamente elegido. “Suscita asociaciones con el ´inframundo´, arquetipos primigenios del otro mundo de esa tenebrosa, húmeda e informe tiniebla que envuelve a todos los que se desvían del orden y el sentido de la tierra de los vivos /…/La ´infraclase´

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En ¿Conduces o te conducen?, de Enrique Alarcón, en www.rebelion.org. Citado por I Prat, J. (2005:89)

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definida por su comportamiento incluye a los sin techo, los mendigos y pordioseros, los pobres adictos al alcohol y las drogas y a los delincuentes callejeros. Como el término es flexible, los pobres que viven en “viviendas sociales”, los inmigrantes ilegales y las pandillas adolescentes suelen incluirse en esa categoría. De hecho, la flexibilidad de esa definición conductista se presta a que el término se convierta en un rótulo que puede emplearse para estigmatizar a los pobres, sea cual fuere su comportamiento”. Bauman, Z (2007:164-166) Si bien a simple vista las personas condenadas a la ´infraclase´ no tendrían ningún papel que cumplir en la fiesta de consumo, para Bauman como consumidores fallidos, representan la amenaza de lo que les acecha a los consumidores fracasados, y del destino último de cualquiera que no cumpla las obligaciones de un consumidor. “Posiblemente la inutilidad de la ´infraclase´ brinde un enorme servicio a una sociedad en la que no hay carrera o profesión que puedan garantizar su propia utilidad a largo plazo y por lo tanto tampoco su futuro valor de mercado; la peligrosidad, por su parte brinda un servicio de la misma envergadura, en una sociedad inundada de angustias demasiado numerosas como para saber a ciencia cierta a qué hay que temer y qué hay que hacer para disipar el miedo”. Bauman, Z (2007:169) Por último dos autores latinoamericanos han mirado de frente la posible relación entre altas (inflación) expectativas de consumo e involucramiento de jóvenes en prácticas delictivas o en estrategias combinadas legales e ilegales para cubrir necesidades personales, depende quien lo aborde, Roberto Briceño-León9 y Sergio Tonkonoff10. Para Briceño León, se trata de una violencia que no tiene orígenes o propósitos políticos, sino sociales y está vinculada al proceso de empobrecimiento que ha tenido la región a partir de los años ochenta y que ha creado unas condiciones de exclusión educativa y laboral para una gran parte de la población. Esta nueva violencia afecta fundamentalmente a los jóvenes de la segunda generación urbana quienes están expuestos a unas altas expectativas de consumo que no pueden satisfacer por los medios proscritos por 9

Coordinador del Grupo de Violencia y Sociedad (CLACSO). Investigador del Instituto Gino Germani. Fac. Cs Sociales. UBA. Argentina

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la sociedad, y quienes ven en la violencia y el uso de las armas de fuego un medio para construir su identidad como hombres y lograr medios económicos para satisfacer sus aspiraciones. “En América Latina no hay guerras al comenzar el Siglo XXI, pero las muertes por la violencia causan tantos hombres muertos, producen tantas mujeres viudas y dejan tantos niños huérfanos, como en los enfrentamientos armados que la televisión nos muestra que ocurren en otros lados del planeta /…/En América Latina encontramos más muertes en la calma de la paz que en las tormentas de la guerra /…/ Se trata entonces de una violencia distinta. Una violencia que no tiene su campo privilegiado de acción en las zonas rurales, sino en las ciudades y, sobre todo, en las zonas pobres, segregadas y excluidas de las grandes ciudades, donde a veces como en los pistoleros de Brasil se trasladan prácticas rurales a la vida urbana (Barreira, 1998). Los crímenes violentos aumentan tanto en aquellos países con muy bajas tasas de homicidios – como Costa Rica o Argentina – hasta los otros que ya las tenían muy altas – como Colombia o El Salvador /…/Y lo mismo ocurre a lo interno de los países, la mayor violencia de Brasil no se encuentra en los pobres y sedientos Estados del nordeste, sino en los ricos y cosmopolitas estados de São Paulo y Rio de Janeiro (Zaluar, Noroña y Alburquerque, 1994). Por ello la violencia prospera más entre quienes nacieron en la ciudad y alimentaron sus sueños con el progreso urbano. Briceño León, R (2002: 15). A mi juicio Briceño León señala como pocos autores, sino el único, que el fenómeno de la inseguridad en América Latina es asociable a un proceso de quiebre de las expectativas de consumo de la segunda generación urbana11, hijos de los migrantes internos de los países señalados y residentes en las zonas periféricas12 de las grandes urbes en algunas de ellas y en otras en el corazón mismo de la ciudad 13, donde conviven la miseria más “horrenda” con la opulencia “más bella”. 11

Para Briceño León en los años cincuenta se acrecentó un movimiento migratorio importante que creó ese nuevo fenómeno urbano que constituyen las favelas, villas miserias, comunas o pueblos jóvenes y que la sociología llamó de maneras tan diversas como marginalidad, asentamientos urbanos no planificados o sobrepoblación relativa. 12 Bastan con algunos ejemplos locales Villa 21-24 (al borde del Riachuelo en la zona de Barracas), Villa 15 (denominada “Ciudad oculta”). Ciudad de Buenos Aires. 13 Dos ejemplos de ello son Villa 31 desde donde sus habitantes pueden “deslumbrase” con las luces del Hotel Sheraton o los lujosos autos que surcan día y noche por la autopista Illia que la atraviesa por una parte de aquella. En provincia de

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La violencia ocurre en la segunda o tercera generación urbana, en individuos que nacieron en las ciudades y que habían perdido todo vínculo y memoria con su pasado rural. “… la hipótesis que hemos propuesto para explicar esta situación radica en la insatisfacción de las expectativas que se genera en las generaciones pobres que han nacido en las ciudades” Briceño León, R (2002: 16). Los individuos que nacen en la ciudad no encuentran nada novedoso en la electricidad, la televisión, los hospitales o las escuelas. Siempre estuvieron allí. En cambio, sus aspiraciones son otras. Y es aquí donde ingresa el segundo aspecto de la sociedad contemporánea que desea destacar el autor: la homogeneización e inflación de las expectativas. La presencia permanente de los medios de comunicación, y sobre todo de la televisión, coloca a los individuos de los más distintos niveles sociales y capacidad adquisitiva en contacto con un conjunto de bienes, servicios y estilos de vida que muchos de ellos antes no podían conocer o imaginarse. De alguna manera, los medios de comunicación y la publicidad han democratizado el acceso a la información acerca de los productos y servicios que existen en la oferta del mercado, y con ello han hecho que se incrementen las expectativas en la población de una manera importante. Es decir, todos los jóvenes pueden desear el mismo tipo de camisa, la misma marca de calzados y el mismo modelo de automóvil, pero no todos y por igual tienen similares capacidades de comprarlos. Todos tienen la libertad de comprarlo, pero no la capacidad de hacerlo, pues una gran cantidad está desempleada o gana sueldos mensuales que son inferiores al costo de un par de calzados deportivos de la marca de moda. “… esta disonancia que se le crea al individuo entre sus expectativas y la incapacidad de satisfacerlas por los medios prescritos por la sociedad y la ley, son un propiciador de la violencia, al incentivar de hecho el delito como un medio de obtener por la fuerza lo que no es posible de lograr por las vías formales”. Briceño León, R (2002: 40).

Buenos Aires un caso paradigmático lo representa la ¨Villa La Cava¨ , lindante con un barrio residencial, en uno de los distritos en donde se concentra la mayor riqueza como lo es San Isidro

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Durante la década del ´90 el proceso de homogeneización e inflación de las expectativas en la segunda o tercera generación urbana ocurría al mismo tiempo que se desaceleraban el crecimiento económico y las posibilidades de mejoría social se debilitaban; creándose así un abismo entre lo que se aspiraba como “calidad de vida” y las posibilidades reales de alcanzarlo. En los últimos años la región creció aproximadamente a un promedio de un 5% anual y sin embargo la brecha entre ricos y pobres se ha mantenido o, en el mejor de los casos, modificado muy poco. En este sentido las expectativas de consumo se mantienen altas, ya que el (CCP) no deja de trabajar para perpetuarlas, y los esfuerzos de distribución del ingreso por parte de los países, aún no alcanzan para elevar el piso básico necesario para que la mayoría de la población logre desarrollar una vida digna. Son casi nulas las chances de ganar la carrera contra las expectativas de consumo que impone el (CCP), pero sí hay mucho por hacer en cuanto a la distribución de la renta, la reconstrucción del aparato productivo, la recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales, y de los servicios públicos desmantelados por el neoliberalismo. Es decir, de recrear y profundizar un proyecto de país incluyente e integrador de las diferencias sociales, económicas y culturales en el que el proyecto de vida de los jóvenes pueda amalgamarse. Por último veamos las coincidencia con lo dicho hasta aquí, con distintos pasajes de artículos de Sergio Tonkonnoff. En desviación, diversidad e ilegalismos. Comportamientos juveniles en el gran Buenos Aires (un estudio de caso), Tonkonoff (1998:139-167) comenzó su exploración de campo realizando entrevistas a jóvenes de un mismo barrio pero de distintos grupos, que denominó “grupo 1”, integrado por siete jóvenes, que habitualmente se reúnen en la esquinas, o esos espacios de “intimidad publica” como él denomina. Por otro lado y con la ayuda de una persona llave-clave tomo contacto con un grupo de jóvenes que interactuaban con prácticas legales e ilegales, a éste lo llamó grupo 2. En dicho trabajo de campo se propuso “inquirir acerca de cuál es la auto percepción de los integrantes de cada uno de estos grupos, respecto de sus propias actividades y de la interacción cotidiana en lo referente a las actitudes practicadas para la satisfacción de sus necesidades. Detectar las reacciones que adquiere para con ellos su entorno social próximo”. 24

Tonkonoff, S (1998: 139-167) en concordancia los planteos centrales de la obra de Robert Castel aquí citada, considera que asistimos a un quiebre del modelo de producción de “lo joven” a partir del sistema educativo formal y el mercado laboral. Señala que “se ha roto el modelo de normalidad basado en la educación y el trabajo como patrones de vida juvenil, pero aun no se ha encontrado formas nuevas de normalidad y sustitutos del viejo modelo”. Y agrega como contexto general de este proceso, la constante degradación del salario real de los jefes de familia y la depreciación de los ingresos familiares de los sectores populares, el aumento global de la desocupación abierta y el subempleo, y la paulatina sustitución de personal de los segmentos modernos de la producción en beneficio de la fuerza de trabajo más calificada, con la consecuente de devaluación de credenciales educativas. Asimismo considera que en dicho contexto los jóvenes despliegan lo que denomina, estrategias juveniles de reproducción social. “Estrategias” surge para responder a los interrogantes acerca de la reproducción en términos de trabajo, ingreso y consumo. A diferencia o en complementación de los tradicionales enfoques sociológicos de estrategias de supervivencia, asimilados a los sectores populares en relación con la puesta en marcha de mecanismos y comportamientos tendientes a satisfacer necesidades alimentarias, de vivienda, vestuario, salud, etc; Tonkonoff encuentra que: “… si bien es posible (y necesario) enmarcar estas estrategias dentro, o en combinación , con las del grupo familiar, el recorte propuesto quiere dar cuenta de las estrategias de reproducción específicamente juveniles, en la búsqueda de identificar a qué valoraciones reenvían y cuáles son las “necesidades” tienden a saciar”. (1998: 139-167) Recordemos que el autor realizo su trabajo de campo con dos grupos, y en la toma de contacto con éstos observo que en ambos grupos existían jóvenes que habían participado, en algún momento, de estrategias legales como ilegales de generación de ingresos, es decir, de los talleres, los trabajos de pintura y el comercio de estupefacientes. Así por ejemplo, miembros del grupo 1 participaron en el taller de confección de anteojos junto a miembros del grupo 2, o jóvenes del grupo 3 fueron parte del taller de cinturones con miembros de los otros dos grupos. Pero resulta todavía más significativo que miembros del grupo de pintores, en momentos de discontinuidad en su ocupación, se han asociado con miembros del grupo 2 en tareas de venta de drogas. Estas observaciones son realizadas también por el 25

trabajo de Kessler (2006) y corroborado empíricamente por los operadores de campo del Programa Comunidades Vulnerables , entrevistados. El sentido de estas prácticas no parece ser la realización de actividades legales como “pantalla” o cobertura de los ilegalismos. Se trata más bien de prácticas complementarias. Asimismo esta actividad, les permite “completar” sus ingresos cuando se encuentran trabajando o vivir de ella en momentos de desocupación. Esto último no es habitual en los jóvenes entrevistados ya que como ellos dicen “la plata fácil no se guarda sino que se gasta y rápido, se consume, se quema”14. Interrogado por los motivos de haberse involucrado en un robo un joven citado por el autor, contesta:

“…Yo porque necesitaba la plata, porque algunas veces faltaba plata en mi casa, no tenia ropa, mi vieja no me podía comprar ropa, y yo me tengo que comprar. Si no me compro yo ¿Cómo me visto? Y por ahí veía algo fácil y pum!!!”. Recuerdo haber participado hace unos años de una entrevista a un joven de unos 20 años de edad proveniente de una villa de la ciudad de Buenos Aires, que asistía al Programa “Comunidades Vulnerables” en el marco de una eventual derivación a una comunidad terapéutica por consumo de drogas, donde la conversación derivo en las causas que él consideraba que lo habían llevado a consumir y a involucrarse en situaciones de delito. Señalaba una profunda “angustia” por no tener para vestirse y nos indicaba con su dedo índice hacia sus pies en los que se podían ver unos zapatos mocasín. Asimismo de la revisión de un material audiovisual del PCV, surge una entrevista a un referente de un comedor comunitario de la Villa 31 al que se le preguntaba por las causas del involucramiento de los jóvenes en el delito, y en la que

centralmente asociaba al

desempleo de los padres, la mayor cantidad de tiempo en la calle y sobre todo “… roban para tener algo… ¿si no tienen plata y quieren salir a bailar…?”15

14

Entrevista a jóvenes participantes del Programa ¨Comunidades Vulnerables¨ DNPC. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. 15 Video Institucional. Sistematización de 5 años de implementación del PCV. 2007. DNPC.

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Esta práctica de “salir de caño” es llevada adelante en forma discontinua y no planificada. Se trata de cubrir una “necesidad” del momento: “la mayoría de las cosas salen así: que no hay plata, nada. Entonces decimos: ´vamo´a Sali, vamo´a Sali: y salimos. Y traemo cualquier cosa”- comenta un joven entrevistado. Tonkonoff (2001:171-181). Des-cubre que “hacer giol” es el nombre que asume una nueva práctica, una nueva estrategia reproductiva adoptada para la satisfacción de necesidades materiales simbólicas. En este sentido “hacer giol” no es tanto conseguir trabajos temporarios para cubrir la actividad ilegal de venta de estupefacientes, como un entramado complejo de comportamientos consistente en cinco elementos: a) una particular manera de complementar ingresos a través de medios legales e ilegales. b) una forma de contribuir a la reproducción familiar solventando la mayor parte de las necesidades propias y algunas de las cotidianas de la familia c) una técnica tendiente a aliviar tensiones en la interacción cotidiana, desarrollada a través de diversas formas de lucha simbólica, que van desde el encubrimiento de la propia actividad hasta astucias de desplazamiento de la identidad social negativa en adhesión al estereotipo que señala a los que roban en el barrio como el principal enemigo. d) un modo de inserción en el mercado de intercambio de objetos usados y-o robados, parte del habitual y muy extendido circuito económico informal activo en el barrio. e) una estrategia para eludir el recurso al robo como estrategia, que llevaría finalmente al lugar percibido como de mayor peligro potencial y desprestigio social; como para evitar hacer de la venta de drogas la actividad dominante, rompiendo el difícil equilibrio conseguido precisamente por “hacer Giol”. En definitiva “hacer Giol” es fundamentalmente el equilibrio entra las prácticas legales e ilegales de provisión de recursos, familiares y también para el consumo de bienes personales característicos del “joven hegemónico”, término que veremos con detenimiento más adelante. “En ausencia de los tradicionales espacios de socialización, las instancias identificatorias que adquieren preeminencia parecen referir fundamentalmente a la pertenencia al grupo de pares. Al acceso al universo del consumo y a la portación de determinados signos”. Margulis, M y Urresti, M (1996: 17) 27

En las páginas subsiguientes veremos que las estrategias ilegales (microdelictivas) no son otra cosa que la búsqueda incesante y desesperada de los jóvenes de comunidades vulnerables por construirse una identidad, una forma de ser joven que contenga los signos del “ser joven hegemónico” que paradojalmente los incluya culturalmente a la vez que los excluye socialmente. Señala Tonkonoff (1998:140-167) éstos jóvenes son habitantes de un espacio social que los expone a una “existencia precaria” en cuanto a sus posibilidades de mantener una identidad no estigmatizada, desarrollan diversas estrategias de conquista de una normalidad que parece ser una trampa. Jóvenes que queriendo ser jóvenes, en condiciones altamente desfavorables, pujan obstinadamente por reproducir un modo de ser portador de la propia relación de exclusión y sometimiento. Astucia de un poder normalizador productivo de sujetos atrapados por su propia identidad, vigilantes de la indeterminación que contienen, controladores de la diversidad que los habita. “Perversidad” de un control social que trazando la línea recta fundadora de las anomalías, intervendrá luego para corregirlas. Doble sujeción- control social y autocontrol- manifiesta tanto en la imposibilidad de pensarse de otro modo, como en el hambriento asedio de la maquina penal, que continua e intensifica el incisivo trabajo de la norma. Afirma el autor lo que hemos señalado y corroborado anteriormente con informantes claves como operadores del PCV y referentes comunitarios: “… éstos jóvenes no roban para comer”. En este sentido postula que los jóvenes en cuestión delinquen para ser jóvenes, para ser socialmente jóvenes. Se sabe: ser “legítimamente” joven en la Argentina contemporánea, se encuentra en estrecha relación con el acceso a determinadas actitudes, espacios y consumos. Éstos actúan como signos inscriptos en dispositivos a través de los cuales se instituyen los límites del “deber ser joven” que pende amenazador y fascinante, sobre nuestras cabezas. No son casuales los signos que tratan de obtener a cualquier precio los jóvenes en cuestión, “… la ropa, la música, las dietas, los sitios frecuentados, el uso del tiempo libre, capturados y/o producidos por la lógica impenitente del mercado, configuran signos y rituales de un tipo de identidad juvenil que ha logrado aparecer frente al conjunto de la sociedad como un “divino tesoro”: un hacer y un poseer que, por deslizamiento insensible, otorgan un “ser”. Un hacer “genital”, identificado con la satisfacción sin mediaciones del 28

deseo, con la urgencia de una descarga pulsional sin continente. Un poseer para la ostentación y el consumo improductivo. Y así, un ser para lo efímero permanente”. Sergio, Tonkonoff (2001:171-181). Sin otro lugar que el del ocio forzado, deben ser forzosamente jóvenes: deben pugnar por construir una identidad allí donde parecen hallarse los elementos capaces de significarlos socialmente: el mercado de bienes de consumo. Aquí, los atributos de lo joven hegemónico, en tanto constituyentes de identidad social positiva, son afanosamente buscados por los jóvenes desafiliados. Y lo hacen a través de la combinación de “satisfactores” a su alcance. Para Tonkonoff los jóvenes se encuentran entrampados en la sociedad de riesgo, ya buscan:

“la tierra firme de la identidad en las representaciones hegemónicas de lo joven. En esas mismas representaciones que los condenan a la invisibilidad o, en el mejor de los casos, a la estigmatización”. (1998: 139-167) El “joven hegemónico” se presenta al conjunto social como universalmente accesible, al tiempo que se halla diferencialmente distribuido en su “posesión” cierta. Lo joven hegemónico requiere fuera de si, pero también junto a si, a lo joven excluido. Y eso lo torna deseable. “Solos (o “en banda”) frente al sortilegio abismante del mercado, los jóvenes de las esquinas están condenados a “no ser”. La lógica de la polarización social vigente parece prescribir que deseen en paz y luego mueran en silencio. Ante la imposibilidad de cumplir acabadamente con tan singular mandato, ellos “meten caño”16. Concluye el autor, “… desean con furia y, en algunas ocasiones, matan y mueren con estruendo. Y son esas muertes ocasionales los límites que muestran los múltiples lazos que vinculan a lo excluido con lo excluyente, a lo estigmatizado con aquello que lo marca como diferente. Porque estos jóvenes no hacen sino afirmar, exacerbando hasta la deformidad, los valores existentes en un tiempo “sin valores”: el individualismo competitivo e inescrupuloso y el consumo compulsivo y ostensible. Asumen al pie de la letra, en el torbellino de su acción micro delictiva, el estilo de vida puesto en vigor por la “inseguridad ambiente” de las 16

Reducir a un otro con arma de fuego para robarle sus bienes o valores.

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sociedades de riesgo: habitar el presente continuo de la satisfacción inmediata, del éxito material, del yo “narcisista”, sin esperar nada de nadie, sin deberle nada a nadie. Así, lo joven excluido se convierte en el doble monstruoso de lo joven hegemónico. O acaso, mas sencillamente, en su trágica caricatura”. (1998: 139-167)

VI.

Brecha entre expectativas y logros de consumo El presente punto dedicado a la brecha entre las expectativas y logros de consumo

será tratado con fuentes primarias –entrevistas a jóvenes en conflicto con la ley, operadores de prevención del delito y profesionales con experiencia y cargos de responsabilidad en áreas relacionadas a la problemática de la violencia, las drogas, el delito- articulando las mismas con documentos de sistematización de prácticas y bibliografía de expertos que se han ocupado específicamente de señalar algún nivel de relación entre dicha brecha y las prácticas delictivas de los sujetos. Si bien esta relación, como veremos a continuación, se ha planteado desde mediados del siglo XX, luego fue perdiendo fuerza ante otras explicaciones teóricas. Cabe señalar que no he encontrado ningún estudio que siguiendo esta línea conceptual haya tomado una población en general o un número considerable de sujetos del perfil que venimos planteando, en la que pudieran llegar a algunas regularidades estadísticas. Estamos ante una relación poco aprehensible, en el campo de las subjetividades de unos actores que se ven involucrados en situaciones que los llevan a estar en conflicto con la ley. En la relación entre lo material y lo simbólico, entre las eternas desigualdades de ingresos, la opulencia y la miseria. Entre lo que me “venden” como forma de ser feliz y como puedo proyectarme como sujeto con lo que tengo y soy. Consultaremos en este apartado solo algunos autores que no podríamos “tildar” como de extracción funcionalista, pero que sin embargo dentro del desarrollo más rico y extenso de sus obras en torno a la explicación del fenómeno del delito y su relación con los jóvenes, coinciden en reconocer que ésta brecha, podríamos decir, hace daño en sus vidas y en la de otros. Dichos autores son: Mariano Ciafardini (2005), Martin Hopenhayn (2005: 29-54), Laura Golbert y Gabriel Kessler (2001:151-2004). 30

El primero realiza un análisis integral del surgimiento del fenómeno del delito callejero en los países latinoamericanos, focalizando dentro de un sinnúmero de factores, al subdesarrollo y la pobreza como desencadenantes de otros conexos que han marcado el surgimiento y sostenimiento de la criminalidad común en la región. Al respecto señala “… Debe quedar en claro que toda esta maraña de complicaciones tiene su base material en el deterioro económico y vaciamiento del estado (que produce deterioro institucional), en el deterioro económico de la población (que produce deterioro de la ciudadanía) y en la desesperación económica de la marginalidad social (que genera corrupción y violencia en forma directa). Dentro de esta marginalidad social debe incluirse la marginalidad policial (los bajísimos sueldos y las pocas expectativas de mejoras o ascensos que deja a la mayoría de la tropa policial en un estado de cuasi marginados)”. Asimismo reconoce que si bien la teoría de la tensión de Merton es bastante esquemática y simplista, “devela que el estrés (correlación negativa) entre objetivos (necesidades) culturales y las posibilidades reales de alcanzarlos, determinados por la posición en la estructura social, genera anomia /…/ ha que dado en claro que las desigualdades sociales irritantes, sobre todas las producidas violentamente en tiempos muy cortos, producen permanentemente conductas ilegales de parte de los que han quedado violentamente en desventaja”. Ciafardini (2005: 31-34) Qué ocurre en América Latina respecto de la relación entre expectativas y logros se pregunta Hopenhayn, para destacar que hasta principios de la década del 70 el discurso desarrollista vinculaba el progreso material con la integración simbólica. En ese sentido dice el autor la sociedad de masas moderna venía anunciada con la sincronía entre ampliación del consumo a toda la población y sociabilización de todos en lectoescritura, la información actualizada y el uso “opinante” de los espacios públicos. “Este vínculo no es claro hoy en día”. Esto afecta con especial fuerza a los jóvenes dado que ellos tienen más acceso a imágenes, información y conocimiento, pero menos acceso al empleo. Si la televisión es el medio de integración blanda, las nuevas formas de marginalidad son expresión de la desintegración dura. Este dato es quizás el más complicado de afrontar cuando hablamos hoy de juventud en la región latinoamericana: todos interconectados con las mismas o parecidas aspiraciones simbólicas, de identificación y de pertenencia por vía de la cultura publicitaria y el acceso a los canales en los que circulan las imágenes y los íconos globalizados; pero a la vez una parte de la juventud solamente cosechando dinero a 31

partir de sus ventajas en conocimientos y redes de conexión y del resto, buena parte habita en márgenes opacos, irrecuperables, atrincherados en el extravío de las tribus suburbanas donde la droga es siempre dura, el trato esta siempre abierto a la violencia y las oportunidades de empleo son siempre para los demás”. Martin Hopenhayn. (2005: 46-47) Para el autor estos jóvenes padecen esa combinación explosiva y advierte: “… no es casual, pues, que tanto la violencia política como la violencia delictiva de muchas de las ciudades latinoamericanas tenga a jóvenes desempleados o mal empleados por protagonistas”. (2005: 46-47) Golbert y Kessler (2001) también van al nudo del problema del consumo al preguntarse cómo elucidar el sentido de las acciones ilegales en las que se involucran los jóvenes al señalar que es preciso constatar que las demandas de consumo de éstos jóvenes son comparables a las de sus pares de clases sociales superiores. “Ellos aspiran a ropa de determinadas marcas, zapatillas, dinero para diversión y hasta conocer el interior del país o países extranjeros”. (2001:178) Destacan al igual que Briceño León (2002) que constituyen una generación que a diferencia de sus padres y abuelos a nacido en la urbe donde algunas necesidades ya las tienen resueltas, a la vez que se les generan renovadas demandas de consumo. Dicen los autores “… Han nacido en Buenos Aires y comparten parámetros de consumo propios de las clases medias. Pero sobre todo, aquello que desean lo quieren ya. Es una característica típica de la adolescencia, que adquiere una significación particular pues, en el caso que nos ocupa, para obtenerlo deben infringir normas legales. Comprender este inmediatismo es central para explicar los delitos contra la propiedad. En efecto robar aparece como la única forma de acceder a la satisfacción de sus necesidades raudamente. No se roba con la intención de acumular o ahorrar dinero, sino para realizar un gasto en el momento. A veces son para consumo individuales, ropa, viajes, en otros de alcance grupal, como ir a bailar, comprar cerveza y, hasta en un caso para festejar un cumpleaños /…/ el horizonte es el de la falta total de dinero para sus consumos adolescentes. Aún cuando no provengan de hogares pobres, sus demandas están muy relegadas o directamente excluidas de los criterios familiares de asignación de recursos. El estado de necesidad para el mínimo consumo es una experiencia central. Para escapar de él, cualquier recurso puede ser válido: pedir, 32

trabajar, ¨apretar¨ a alguien en la calle, robar: según los códigos que comparten, prácticamente cualquier medio es legítimo si permite obtener dinero” Golbert y Kessler (2001:179-180). Completaremos más adelante nuestra inquietud por dar cuenta del sentido de sus acciones, cuando presentemos los resultados de las entrevistas, específicamente cuando les preguntamos por el uso del dinero “fácil” como ellos lo denominan. Por último agregan “… se trata de un tema central a la hora de pensar políticas, pues un requisito clave es resolver este estado de necesidad constante, proveyendo de recursos a los adolescentes”. Golbert y Kessler (2001:31) Consultados17 los jóvenes sobre aspectos que consideramos relevantes para establecer nexos, al menos de aspectos de las variables estudiadas, se observa lo siguiente:  la mayoría de ellos se encontraban desocupados o con changas esporádicas al momento de la entrevista  la mayoría de los ingresos familiares no superaban la línea de indigencia.  La totalidad de los ingresos que reconocen haberlos obtenidos por la vía legal, son utilizados en alimentos, servicios o alquileres de viviendas. En esto último W señala que sus padres destinaban hasta hace dos años atrás, antes que pudieran comprarse una casilla en la villa 1-11-14, unos $200 pesos en concepto de alquiler y el resto del dinero en comida. Por lo que queda en evidencia que no hay prácticamente dinero que pueda ser “desviado” hacia otras necesidades básicas y menos aún a cubrir las altas expectativas de consumo de los jóvenes.  También reconocen los jóvenes entrevistados que, salvo en el caso de A y W en que los ingresos promedios de la familia rondaban los $1000, reciben algún tipo de asistencia de políticas sociales del estado y/o de la acción social comunitaria. Así es como P, R y L señalan al momento de la entrevista que sus familias eran beneficiarios del Plan Jefes y Jefas, recibían alimentos del plan alimentario o asistían a comedores comunitarios.

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La consulta se realizó entre los años 2007-2008

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Ahora bien, en relación a lo que nos ocupa específicamente en este apartado, se les pregunto al mediar la entrevista sobre aspectos que hacen a sus expectativas de consumo y al uso del dinero. Cuando consulte sobre sus deseos y logros de consumo en el último año algunas de las respuestas fueron: “… hacía rato que queríamos tener un DVD y mi hermano lo pudo comprar”. (P. de Pcia. De Buenos Aires). “… una moto, me la compro mi mamá”(R de Pcia. De Buenos Aires). “… una play 2 y una moto, me la compre yo con mi ahorro del PEC y mi trabajo en lazos… hacía dos años que me quería comprar una moto… puse $2000 y cuotas y la saque, como soy muy ansioso retiré una azul que no me gustaba mucho pero era la que había… me costó $3900 y la incautó el juzgado porque me mandé una cagada” (W de la Villa 1-11-14 CABA)18 Al preguntarle si la había comprado usada, con orgullo contestó: “… noooo la compre nueva, usada no”. Pareciera que, al igual que lo que manifestará más tarde con el tema zapatillas, lo nuevo y la marca lo hicieran sentir un ciudadano de primera y lindo. Es decir la imagen que “transportan y muestran” es de suma relevancia en el juego identitario para con sus pares. “… un DVD me lo compre yo cuando trabajaba”( A. de Pcia. De Buenos Aires) “…pude comprarme una moto”. No queda claro de qué manera la obtuvo aunque señala que su mujer y su madre con la que conviven tienen trabajo. (L. de Pcia. de Bs As). Al preguntarles sobre qué les gustaría hacer o tener mirando un año para adelante y sobre el valor monetario estimado de ello, es coincidente en todos los casos el aumento de sus expectativas, siendo en algunos casos inalcanzables por medios legales en el período de tiempo que se les pregunta.

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W recibió durante dos años para poder sostener actividades en el PCV un Plan de Empleo y Capacitación ($150) y luego egreso del mismo hacia un programa de pasantías laborales del gobierno de la ciudad de Buenos Aires denominado Lazos en el que percibía un ingreso de $450 por 4 horas de trabajo.

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Al respecto respondieron: “… me gustaría tener un equipo de música… sale $1500¨ (P. de Pcia de Bs As)” “… ya tengo la moto pero me gustaría tener un auto… sale unos $6000” (R. de Pcia de Bs As). “…perdí mi moto... ahora me quiero comprar una mejor del color que me gusta, una Gilera Tunning o hay otra que me gusta mucho y es barata marca Motomel y sale como $4500. (W. de la Villa 1-11-14 CABA).” “… me gustaría tener un auto… el que tengo en vista sale más o menos $ 8000¨.( A. de Pcia de Bs As)”. “… una casa, pero me tengo que curar y trabajar… no se cuanto puede salir. (L. de Pcia de Bs As).” Una vez indagados sobre las expectativas de consumo a futuro e identificado aquellos productos que deseaban tener en el corto plazo, considere explorar aspectos aún más simbólicos sobre la elección de los mismos. Específicamente se le pregunto sobre la preferencia de productos de marcas reconocidas popularmente y si se sentían identificados especialmente con alguna de ellas. Las respuestas fueron coincidentes en cuanto su elección de productos de marcas reconocidas, por sobre aquellos menos conocidas aunque su calidad fuera “buena”. Solo un caso contesto no tener preferencia de marcas. También aquellos que manifestaron preferencia por marcas lo ligaron especialmente a indumentaria deportiva incluyendo en ello las zapatillas, especie de fetiche al decir de José Maria Gutiérrez el que agrega “… aunque parezca simple ciertas cosas de vestimenta son importantes, más que nada las zapatillas, porque marcan un lugar social… indican que soy algo, porque son caras /…/ sus aspiraciones son todas inmediatas, no hay planificación. Tienen una relación de aspiración paradojal de aquello que tienen lejos, habitualmente si uno tiene los medios lo va planificando pero al no tenerlos entonces lo obtengo de cualquier manera; no es necesario planificar o al menos no lo ven útil”.19

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Responsable del PAIDA. “Programa de Asistencia e Investigación de Adicciones” SENAF.

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En la carrera por la promoción al consumo algunas marcas parecen hacer mella con mayor intensidad en las mentes de los jóvenes. Así es como Nike lleva la delantera, seguida por Converse, Adidas, Levis entre otras. El más elocuente de los testimonios de los jóvenes fue el de W que si bien en la actualidad reconoce no darle demasiada importancia a la marca de las zapatillas, tal vez porque hoy su prioridad sea la moto, señala que: “… ahora no me importa tanto mientras se vean bien... antes la competencia era quién tenía las mejores… era buscar las más caras para mostrarse… es una satisfacción para uno, decir las tengo… para que el otro te vea¨. Te ves más lindo. Y agrega “… antes cuando andaba embroncado… y me quería comprar unas Reboo que salían $370, me faltaban $170 y entonces salimos a hacer la plata con un amigo” Como dirían Golbert y Kessler (2001: 151) los límites entre lo legal y lo ilegal a la hora de obtener lo deseado no es claro y en algunos casos no son excluyentes. Así para conseguir los objetos de consumo los jóvenes dicen que apelarían a: (P) “… robar, sacárselas a alguien”; (R) “… pedirselas a alguien o… trabajar”; (A) “… trabajar” Por último, consideramos necesario explorar el uso que se le da al dinero obtenido tanto de manera legal como ilegal, en los barrios donde pertenecen estos jóvenes. Al respecto Enrique Palacio, responsable del equipo técnico del PCV que tuvo a cargo proyectos de prevención social del delito en la Villa 1-11-14, manifestó: “… he observado en mi trabajo en el bajo flores que las mujeres utilizan el dinero proveniente de ingresos legales, en compras en el mercado “blanco” y los ingresos provenientes de prácticas ilegales lo gastan mayoritariamente en el mercado negro de la villa” Por otro lado al preguntarles a los jóvenes sobre en que se usa la “plata fácil”, como ellos llaman a aquella proveniente de actividades ilegales, respondieron lo siguiente: “… droga y joda”. (P) “… drogas” (R). 36

“… joda”(A) “…drogas”. (L) “alcohol, drogas y puterío” (W). Esto refuerza las afirmaciones de Golbert y Kessler (2001: 151-204) sobre la utilización del dinero proveniente básicamente del apriete y el robo, en bienes, sustancias o actividades que ellos sienten o perciben como necesidades imperiosas, es decir con el peso específico que se le pueden reconocer a las necesidades básicas. En este sentido Gutiérrez detecta una lógica del inmediatismo en el uso del dinero: “… obtienen algo rápidamente para utilizarlo y desestimarlo también rápidamente” Para finalizar este punto quisiera plasmar algunas frases obtenidas de entrevistas a expertos en el tema de las adicciones. Consideramos pertinente entrevistar a personas con cargos de responsabilidad directiva y experiencia en el tema del tratamiento del consumo de drogas, ya que tal vez podría complementar con miradas especializadas el tema del consumo e indagar si ellos identificaban algún tipo de relación del fenómeno consumista con las prácticas violentas y/o delictivas. Sobre ello José Rubén González, presidente de la Federación de ONG´S de la Argentina para la Prevención y el Tratamiento del Abuso de Drogas (FONGAS), señaló: “… el mercado de consumo genera mucha violencia en Latinoamérica y en Argentina. Existe una oferta permanente y a la vez una falta de posibilidades, volvemos a la exclusión que genera violencia… las practicas consumistas de los que tienen, son un modelo para muchos… un modelo de consumir todo”. Juan Carlos Rossi, presidente de la fundación “Viaje de Vuelta”, tiene a su cargo una comunidad terapéutica desde el año 1983 y en los últimos años recibe derivaciones de parroquias de las villas, que casi en su totalidad, son jóvenes con adicción a la pasta base de cocaína. Considera que los jóvenes que actualmente le llegan a la comunidad, lo hacen en un estado de sobrevivencia, donde las expectativas consumistas son nulas y agrega “… son pibes que agradecen estar acá, tener comida, un baño, una cama no están pensando en una 4X4, ni siquiera en unas zapatillas, están por debajo de eso. Sin embargo reconoce que 37

estos jóvenes han pertenecido a un cierto “status socioeconómico menos marginal”, han pasado al parecer por un sector que él señala como estar más arriba al que identifica como: “… el tipo que tiene una mejor ´organización´ delictiva los menosprecia a éstos, porque aquellos saben lo que pretenden, participan de la aspiración de los bienes de consumo, pero es otro sector éste es el más marginal, debajo de todo”. Gutiérrez sostiene que la promoción que se hace a través de los medios masivos, genera expectativas. “… el que no puede llegar, va a tratar de conseguirlo de la manera más rápida … casi mágica por medios violentos, con riesgos para si y para terceros … el paco es una droga adecuada para ésta lógica … responde al marketing¨.

Reflexiones finales:

El objeto del trabajo ha sido avanzar y poner sobre la mesa de análisis uno de los factores, menos explorados, que componen la explicación del fenómeno del involucramiento de jóvenes de comunidades vulnerables en el delito callejero. Se intentó exponerlo a través de un abanico de miradas: de criminólogos, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales, operadores de prevención del delito, referentes comunitarios y los jóvenes en conflicto con la ley. En ese sentido las opiniones, tanto de aquellos portadores de un saber científico y técnico, como de los provenientes del saber popular, son coincidentes en señalar que la exclusión social y el deterioro socioeconómico y cultural que se instaló progresivamente durante más de 20 años y que en los últimos años se intenta revertir, han llevado a que un número creciente de personas queden incluidos simbólicamente en las bondades del consumo al mismo tiempo que son excluidos de las posibilidades de acceso a los modelos imperantes. Esta situación como se ha esbozado, golpea fuertemente a las familias de los sectores populares en cuanto a sus niveles de empleo e ingreso. Por lo tanto, en las posibilidades de desarrollo vía acceso de bienes y servicios elementales. Los jóvenes provenientes de dichas familias se ven, por ende, relegados, no sólo en la atención de las necesidades básicas sino 38

en aquellas propias de la etapa en la que transitan. Necesidades que han sido diversificadas y potencializadas por el mercado de consumo, a través de los medios masivos de comunicación a los que están expuestos durante una gran cantidad de horas diarias, debido al tiempo ocioso que les propina ser parte de ese segmento denominado, por algunos organismos públicos como “jóvenes especialmente vulnerables” o NET (no estudian ni trabajan). Todo el análisis que Joan Torres I Prat ha hecho sobre los objetivos y herramientas que utiliza el CCP (Complejo Comercial Publicitario) -reforzar simbólicamente con imágenes y palabras nuestra maltrecha identidad y tapar nuestras fisuras afectivas con la apelación a sensaciones muy básicas y originarias del sujeto- es elocuente sobre los daños colaterales que más tarde analiza Zygmunt Bauman. Queda claro que relativamente pocos son los sujetos, sobre todo de las urbes, que no son alcanzados diariamente por esta maquinaria de inclusión- exclusión. Pero también queda claro que no es el mismo efecto que dicha maquinaria realiza sobre los sujetos que tienen acceso o capacidad de compra de los bienes y servicios elementales y de los que al parecer “ahogan las penas”, que sobre quienes estando sumidos en la más espantosa miseria no pueden hacerlo y sobre todo conviven con la opulencia económica que les recuerda diariamente la brecha que los separa de los “ciudadanos de primera clase”. Como vimos, para los jóvenes las marcas de los objetos no pasan desapercibidas, ellas son características y rasgos de un “joven hegemónico” que, a la vez que inconscientemente desean imitar también aborrecen con las mismas fuerzas. En ese juego perverso al que son virtualmente invitados, entran paradojalmente, “desarmados” e intentan “ganar” de manera brutal (generalmente armados y con violencia) asumiendo el riesgo de la pérdida de sus vidas o libertad y victimizando a terceros que rara vez son pertenecientes a los estratos más altos de la sociedad, donde el brillo de lo “joven hegemónico” se deja ver con mayor intensidad. ¿Alcanza esto para explicar la problemática?: ciertamente no, pero tampoco hay que soslayar la implicancia que tienen los daños colaterales de la sociedad de consumo, en los jóvenes que se involucran en estas prácticas ilegales para llegar, por esa vía, al ideal de “joven hegemónico y globalizado” que el CCP promueve de manera homogénea para todo el planeta. 39

Referencias: 1. Bauman, Zygmunt (2007). Vida de consumo. FCE. Buenos Aires. 2. Briceño León, Roberto (2002). “La nueva violencia urbana de América Latina”, en, Violencia, sociedad y justicia en América Latina. Roberto Briceño-León (comp.). CLACSO. Buenos Aires. 3. Castel, Robert (2004). La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido? Manantial. Buenos Aires. 4. Castel, Robert (1996). La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del asalariado. Paidos. Buenos Aires. 5. Cepal-OIT. (2010). Boletín Junio. Nº 2. NN.UU. 6. Ciafardini, Mariano (2005). Delito urbano en la Argentina: las verdaderas causas y las acciones posibles. Ariel. Buenos Aires. 7. Dirección Nacional de Política Criminal. Estudio de Victimización. 2004; Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC), el Sistema de Alerta Temprana (SAT). Informe de seguimientos PCV (2007). Argentina. 8. Galeano, Eduardo (1998). Lecciones de la sociedad de consumo. Patas para arriba. La escuela del mundo al revés. Catálogos. Buenos Aires. 9. Golbert, Laura y Kessler, Gabriel (2001). “Cohesión social y violencia urbana. Un estudio exploratorio sobre la Argentina a fines de los 90”, en: Constantino Vaitsos, et al. Cohesión social y gobernabilidad económica en la Argentina. Eudeba. PNUD. Buenos Aires. 10. Hopenhayn, Martín (2002). El mundo del dinero. Norma. Buenos Aires. 11. Hopenhayn, Martín (2006). “La juventud latinoamericana en sus tensiones y sus violencias”. En: Javier Moro (editor). Juventudes, Violencia y Exclusión. Desafíos para las políticas públicas. INDES-INAP-BID. Guatemala. 12. I Prat, Joan Torres (2005). Consumo luego existo. Poder, mercado y publicidad. Icaria Más madera. Barcelona. 13. Kessler, Gabriel (2005). Sociología del delito amateur. Paidos. Buenos Aires. 14. Margulis, Mario y Urresti, Marcelo (1996). “La juventud es más que una palabra”. Mario Margulis, (Editor). Editorial Biblos. Buenos. Aires. 15. Simmel, Georg (1999). Filosofía del dinero. David Frisby. Londres y Nueva York. 40

16. Taller del uso del tiempo (2007). Programa Comunidades Vulnerables. DNPC. Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos. Argentina. 17. Tonkonoff, Sergio (1998). Desviación, diversidad e ilegalismos. comportamientos juveniles en el Gran Buenos Aires (un estudio de caso). Delito y Sociedad. Año 7. N° 11-12. 140-167. Buenos Aires. 18. Tonkonoff, Sergio (2001). Meter caño. Jóvenes populares urbanos: entre la exclusión y el delito, en: Revista Delito y sociedad. Año 10. Número 15-16. 171181. Buenos Aires. 19. Villarreal Juan (1996). “La Exclusión Social”. Grupo Editorial Norma. Ensayo. Buenos Aires.

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