1985: Carroll viajero: de lo cotidiano al delirio

October 7, 2017 | Autor: Xavier Laborda | Categoría: Literature, Travel Literature, Lewis Carroll
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Descripción

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CARROLL VIAJERO: DELOCOTIDIANO AL DELIRIO Mediocre turista en Rusia, fantástico cazador de snarks en viaje interior. Dos viajes y dos libros de Lewis Carroll que, una vez más, demuestran que los mejores viajes se hacen sin moverse de casa. A través del lenguaje.

lAVIER LABORDA

Lewis Carroll está traspasado por la mordiente disociación lingüística entre el uso indiscreto y el modelo restringido, y no reducido a un solo comportamiento. Por ello participa de ambos fenómenos. Como poeta, siembra oscuros significados, dadaístas sonoridad es e historias de tan caprichoso discurrir como ambigua intención. Y como reunión de contrarios complementarios, es decir, como autor jocundo -Carroll- y ciudadano victoriano -Dogson-, se distancia de sí mismo cuanto le permite la elasticidad de su psiquismo adentrándose cada una de sus personalidades con neurótica urgencia en los mundos del deseo y de la norma. Todos estos elementos combinan en sugestiva invitación de estudiosos para la tarea de descubrimiento, por lo general mediante la técnica del cubrimiento con nuevos ropajes -como es distintivo, en el campo escultórico, del danés Christo-, sean de paño surrealista, freudiano o de la filosofía del lenguaje. Dos obras suyas muestran con contraste enceguecedor los extremos de la producción lingüística, y, lo que es más, el desdoblamiento vital del hablante: Diario de un viaje a Rusia y La Caza del Snark. La primera ha permanecido inédita en castellano hasta fechas recientes 1, Y la segunda, con mejor fortuna editorial, ha pasado basteante inadvertida pese a su relevancia. El Diario de un viaje a Rusia es el testimonio de un viajero de razonable y culta mediocridad, que se complace en la contemplación del exotismo y se muestra elegantemente acrític03; para una ocasión en que se permite abandonar la seguridad de los muros de la Universidad de Oxford resulta tan comprensivo y neutro ante cuanto se ofrece a sus sentidos como ignorante en su país de lo que sucede fuera de los salones. Y, sin embargo, años después la misma pluma, como si obedeciera a un espíritu transmigrado en un traspaso atribulado, enajena la razón, olvida la compostura y narra una aventura de ritmo e imágenes alucinantes. De la cotidianeidad al delirio.

Turismo

artístico

Para el verano de 1867, cuando embarca en Dover para visitar Europa Oriental en compañía del dean Liddon, es más que probable que pese sobre él, según refiere su sobrino censor y biógrafo, Collingwood, «la sombra de una decepción que le acompañará toda su vida». Desde hace un año no frecuenta a la familia Liddell ni tiene solaz en Alicia. La amistad entre el profesor y la niña, que eclosionó en el «acuoso espejo»de la «dorada tarde», se ha roto, de la misma manera que se desvaneció el reflejo de sus figuras en el río cuando se consumieron las horas de gracia. En esta ocasión el curso del tiempo 68

no sólo arrebata una amistad memorable -que sustituirá en prolija sucesión de dulces nombres-, sino también la ilusión de juventud de Carroll, su proyecto de felicidad. A los treinta y cinco años, cerrada una etapa cuyo recuerdo tendrá la virtud de inflamar su ánimo repetidamente, realiza su primer y único viaje al Continente con un corazón desencaIltado y una ceguera disipada. Con la misma meticulosidad con que registraba toda su correspondencia, recoge en su cuaderno las impresiones de este olvido de sus lugares familiares. Sus notas, que no sirven otra intención que liberar ligeramente a la memoria, transmiten la sensación de un viajero aparentemente cautivado por las novedades. Aun así, se aprecian los efectos de la disputa con los Liddell en su puntillosa actitud con ocasión de adquirir fotos de niñas. El carácter literario está ausente de estos escritos. El estilo tiene la escasa elaboración de un acta. La organización de los párrafos y la explicación de la jornada carecen de proporción. Y no pocas ideas apenas son más que un esbozo. No obstante, las páginas que recogen estos dos meses poseen el interés de retratar sin intermediación al ciudadano Dodgson. Sus rasgos psicológicos se ofrecen con mayor nitidez que en el resto de los diarios -en cuanto a economía textualporque, al salir de su medio, se impide lo sobreentendido. La sorpresa de la novedad invita a hacer referencia al paisaje, el urbanismo, los tesoros artísticos, las manifestaciones espiriturales y las condiciones sociales, pues no están asumidas por el viajero. Sólo en este caso los silencios son tales, y cabe aplicar cabalmente la tesis de que la comunicación es la suma de lo que se dice y de lo que se calla. Como persona cultivada Dogson demuestra una gran sensibilidad por el arte. La ruta hasta Petersburgo y Moscú le depara la satisfacción de no pocas ciudades monumentales y provechosas visitas a museos y palacios ¡ya de vuelta, París será el colofón, con la oportunidad de la Exposición Internacionalj. La pintura le atrae especialmente, como si fuera una vocación frustrada por falta de dotes; admira en sus obras la capacidad de retener con un realismo viviente ya sea el dramatismo de un naufragio o la imagen de un libro abierto con detalle primoroso. A este respecto, se advierte en sus comentarios que sus trabajos fotográficos, si bien no desmerecen ante las telas -hoy son considerados como excepcionales obras de la pionera fotografía victoriana-, son el sustituto asequible -pero socialmente menospreciado- de la técnica pictórica; también, pero en menor medida, de la técnica narrativa. El Ermitage le roba el alma y los días. El gusto que siente por la música también es sobresaliente. Le mueve a describir entusiásticamente el arrobamiento que le produce escuchar los himnos religiosos o la diversión de la festiva concu-

rrencia a conciertos de bandas militares en los parques europeos. Tampoco desdeña la música en el teatro, porque el teatro es su mayor pasión «pagana». Acude a un buen número de representaciones, sin que le arredre la barrera idiomática. Está encantado en su butaca -como anticipo de las satisfacciones que le proporcionara la puesta en escena de Aliciarecogiendo las diferencias culturales, criticando la representación y, en todo caso, admirando las actuaciones de las niñas actrices. Se diría de esta afición por el teatro que es una excentricidad, paréntesis entre los intereses profesorales del matemático y los piadosos del diácono. El conocimiento de templos, ministros de la Iglesia de Inglaterra y personalidades de otras Iglesias le ocupan gran parte del tiempo. Y su respeto y tolerancia no permite quiebras, a pesar de lo significativas que son sus notas del choque de su mentalidad con la aparatosidad y esplendor de los ritos católicos y ortodoxo. Afortunadamente el preeminente Dodgson, en su insigne vulgaridad, no siempre consigue acallar totalmente el espíritu crítico e irónico que le completa. El desenfado colorea entre lo anodino y, si es causa de fresca diversión, también se convierte en privilegiado odre donde volcar sus reflexiones. Y sin entrar en honduras constituye un motivo jocoso del camarero, el cochero, la criada y otros menestrales. Pero la mejor cantera la labra con su extraordinaria receptividad ante los hechos de la lengua -Carroll al fin-, que propician sabrosas anécdotas semióticas. La locuadidad viajera termina el13 de septiembre de 1867, embargado por la emoción del regreso al hogar, al entrever a través de las brumas del alba las luces de Dover y sentir «como si el viejo país estuviese abriendo los brazos para recibir a los hijos». Su vuelta no es sólo al país, sino a su intimidad. Se reintegra a una vida nostálgica. Atrás queda el pasajero alivio de un olvido geográfico. Rusia le hace exclamar: «Es tan absolutamente distinta a cuanto he visto jamás, que tengo la sensación de que podría y debería estar contento con no hacer otra cosa que vagar por ella días y días». Pero, como sabe muy bien, la voluntad sólo es auténticamente libre en el mundo autónomo de la literatura.

Expedición

por el mundo interior

Vuelve el clérigo sin feligresía de su desolación afectiva en lujoso extrañamiento. Sus criaturas le han de acompañar en desaforada conversación mental. Por lo pronto su ensoñación toma cuerpo con notas que desde este mismo año ha comenzado a escribir a propósito de la continuación de Alicia, añorada y anhelada, esta gran ilusión es, como diría Josep Pla, 69

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A la caza del Snark, con tenedores, acciones de ferrocarril, jabón y otros utensilios científicos. Ilustración de Henry Holiday para la edición original

«elsueño de una sombra» , y se plasma con ostensible menor intensidad en A través del espejo, texto que aparece en 1871, cuatro años después del viaje a Rusia. La ilusión Carrolliana permanecerá siempre viva, perfectamente enlazados criatura y creador, pero éste la va perdiendo suavemente, como los colores se difuminan con la lejanía. Un lustro después sus pensamientos míticos se materializan en el mar inteligente de lo impreso -que los acoge y proporciona animación propia- con el título de La Caza del Snark. Este poema épico narra los avatares de una expedición marítima de abigarrada formación. Su objetivo radica en la caza del Snark, animal Mitológico informulado, con contradictorias señas, todas ellas de carácter accesorio: sabor escaso y hueco; «tiene el hábito de levantarse tarde

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a menudo se desayuna para el té de las cinco y come al día siguiente»; es lento para entender un chiste; tiene afición por las máquinas de baño y es ambicioso. Es el juego de la reducción al absurdo. Y las instrucciones que el capitán da a su tripulación para la persecución del insólito ser se atienen a la misma lógica: buscarlo con tenedores -por su sabor-textura-, acciones de ferrocarril -por la ambición-, sonrisas, jabón y esperanza. Más el nudo gordiano estriba en desentrañar

la especie a que pertenece el ejemplar que se halle, pues de ello depende su peligrosidad. Los snarks corrientes «nohacen ningún daño», pero algunos son buchams (ingl., Boojuml, cuya sola visión basta para que el perseguidor se desintegre «súbita y suavemente». Si ignorando el valor primario del poema, es decir, el placer de su lectura, se presta atención al fruto secundario de su exégesis, se constatará con desaliento qué dilatado e impreciso camino ha recorrido. Es su sino. Los críticos, según los casos, disipan la ambigüedad del Snark mediante su equiparación a la vida -río de impredictible curso- o más concretamente a la búsqueda de la felicidad o del ideal absoluto (hegeliano). Sea como fuere,lo cierto es que La Caza del Snack es el resultado del álgebra secreta y prodigiosa de los sueños, cuya traslación a elementos reales necesariamente ha de ser insatisfactoria. Ciertamente Carroll inventa una historia in temporal y casi circular, sin final más bien, cuya naturaleza se resiste a revelarse más allá de la literalidad. Si su razón interna es otra y la recreación del absurdo responde a una lógica implacable, seguramente tiene legitimidad -su fortuna es más incierta- una interpretación desde el plano onírico, psicoanalítica si que quiere, que está por escribir4. No hay contradicción entre las repeti-

das protestas del autor respecto a su desconocimiento del significado de la extravangante caza -ninguno y cualquiera- y la auténtica existencia de éste en sus versos. Lo cierto es que el poema no es un trabajo artificioso, pues obedece a una compulsiva inspiración que se inició con el sorprendente dictado del último verso: «For the Snark was a Boojum, you see» («ElSnark era un Búcham, como bien suponéis»). La magia que encierra mueve a Carroll a organizar durante dos años una «agonía en ocho cantos», según reza el subtítulo, que desemboca en el conclusivo verso. Pero, ¿por qué estos dos términos sin sentido, snark y búcham -en transcripción fonética castellana-? Snark es una palabra-maletin que sintetiza las palabras «snake» (serpiente! y «shark» (tiburón). Si el significado de una forma compuesta fuera el resultado de sumar los de suis raíces, denotaría un animal siniestro. Pero, no. Del texto se desprende su carácter exasperantemente contradictoriao, caprichoso, desordenado, de tal suerte que despierta las simpatías. Los expedicionarios buscan a este ser con denuedo, con la ilusión de su vida, pero también con la angustia de que una vez hallado resulte ser una especie dañina, o sea, un búcham. Este término no tiene fácil explicación. Algunos comentaristas lo

Un Búcham (cuidado: se puede desaparecer al mirar/ojo El dibujo fue rechazado por Carrol/. pues la criatura era «inimaginable» y por tanto irrepresentable

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asocian con «bogy»,que indicaba algo diabólico o terrorífico. Otras coincidencias, no tan casuales, pueden sugerir un fenómeno paranomástico: la semejanza fonética entre las formas inglesas «boojum y «woman» (mujer!; también «bossom» (busto). La ilusión vital por aquel ser, que era tal que podía hacerse perdonrar su consustancial desorden -más allá de lo material-, ambición y falta de sentido del humor y de inteligencia, no puede mantenerse por el maleficio de su evolución fatal. El experto sabe que su sabor «crujiente» esconde una calidad «escasa y hueca», pero su consejo es inútil. Un miembro de la tripulación, como corifeo, exclama: «Todas IQ.snoches entablo en sueños/ una lucha delirante con el Snark. / Yen esas fantasías le sirve con ensalada/ y lo uso para encederfuego».Este mismo personaje tropieza finalmente con un snark, y «en-

caramado en lo alto de un picacho cerca- tos de ficción). Sus diferencias son no» permanece, en rito inequívoco, «un evidentes. El poder del documento, del momento erguido y sublime», para caer se- diario, radica simplemente en ser leído... guidamente al «precipicio, enloquecido», y olvidado. La resonancia de lo poético apenas pudiendo gritar «¡Es un Bu...!» Y es mucho mayor: ser recordado, objeto su desaparición es completa, por no se sa- de recitación, modelo intermitente de pensamiento y locución. En el caso_del be qué fenómeno de anulación, sin dejar Snark carrolliano la notable tonalidad, rastro, pluma ni botón. La justificación de la búsqueda de la por encima de la calidad versal, asegura mujer inofensiva y la devastación conse- supervivencia en la memoria; aunque la cuente puede extenderse en ejercicio tan mayor trascendencia se logra al pulsar la deleitante e inocuo como quizá inútil. Por cuerda creadora de un mundo de prodiel momento no parece probable la falsa- giosos símbolos, respaldado por la exceción de esta tesis. La literatura de Carroll lente ilustración creada por Henry perdura junto al vivo recuerdo de su fi- Holiday. Pero el interés de estos diferentes texgura, hombre célibe, apasionado por los tos no está esencialmente en su compasnarks impúberes y poseído por el horror . ración ociosa, sino en su progresión misógino y la amenaza de infamia. Con Dodgson-Carroll el lector se mue- verbal, de la cotidianeidad al delirio, de la vacuidad de las estrategias del conocive entre lo coetáneo y lo extemporáneo, con palabras controladas (texto del dia- miento a la revelación de un universo rio) y palabras no deliberadas (en los tex- inescrutable 8

NOTAS 1 Diario de un viaje a Rusia, Barcelona, Mascarón, 1983. 2 La caza del Snark, Barcelona, Kairós, 1970; Barcelona, Mascarón, 1982; Madrid, Ed. Libertarias, 1982. 3. Muy diferente es la actitud del geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt, quien en su viaje por Rusia, cuatro décadas antes, para realizar investigaciones en Siberia, halla muchas cosas criticables y muestra en sus escritos preocupación por las condiciones de

vida de las clases populares. 4 Una muy curiosa continuación del mito del snark titulada Caza del Snark en Venecia (Lumen, 1974), con dibujos de L. Leonhard y texto de O. Jiigersberg, tiene su arranque en unos elementos puestos de relieve en su momento por Freud y sus discípulos Ferenczi y O. Rank. Se trata de una historia gráfica titulada «Sueño de la niñera francesa», publicada en la revista húngara de humor Fidibusz, que presenta a un pequeño y su niñera que inte-

rrumpen el paseo por un lugar urbano para que el primero pueda orinar contra la pared, pero la micción se prolonga tanto y es tan abundante -para angustia de la joven- que acaba inundando la calle. Finalmente la calle ya no es tal sino un mar encrespado. Esta pesadilla se entrelaza por encima del tiempo, en un dédalo de perplejidades, con la del snark, si cabe más atormentada, con la aparición sobrepuesta de una boya y un náufrago de la expedición, que no es otro que la víctima del búcham. 71

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