1984: Literatura, ¿para qué? Paisaje antes de la batalla

October 8, 2017 | Autor: Xavier Laborda | Categoría: Teaching and Learning, Literature, Middle School/Level Education
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Descripción

Entrevista: Gonzalo Torrente Ballester --"~

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TEMA DEL MES

PAISAJE ANTES DE LA HATALLA

Javier Labarda

Por los síntomas, se diría que los alumnos de ahora mantienen una guerra no declarada con la lengua y la literatura. Suelen tropezar con la teoría, violentar las pautas de puntuación, descuidar la ortografía, tiranizar la sintaxis, laminar el léxico, solucionar mecánicamente el análisis de la frase, no ubicar a Juan de Mena ni recordar más de un título de Galdós, distinguir a tientas diferentes corrientes literarias, ignorar la conjugación..., y así hasta agotar la tinta.

No pocos profesores añoran ese alumnado de dos décadas atrás. O, mejor aún, al de principios de siglo. La gramática era su fuerte y las lenguas clásicas su ocupación. Apenas leían textos, pero conocían los resúmenes argumentales de todas las obras (pregunte, pregunte, por ejemplo, por El abencerraje o la Historia de los amores de Clareo o Florisea). Su conocimiento de gramática les permitía reconocer el influjo latino en la inexistente fIexión del caso en castellano. Sabrosas frases latinas o griegas recitadas en su momento expresaban la seguridad de su saber. Y, ¿para qué hablar de la ortografía? Parece que la comparación entre el pasado reciente y el presente no resiste un análisis serio. Se diría que la ignorancia lingüística y literaria se ha adueñado de las modernas promociones estudiantiles. Y, en buena lógica, se concluye que, para nuestro mal, hemos sobrevivido al ocaso educativo: somos los profesores una casta aislada, en medio de un cuerpo social aquejado de una tosca competencia lingüística. Si esto es así, el compromiso sobreviene cuando se plantea cómo encarar lo que aún nos queda de vida profesional, qué

estrategia desplegar para seguir incólumes hasta el retiro. Este razonamiento irreprochable suscita, no obstante, alguna sospecha. ¿Qué cabe pensar de uno mismo, si el entorno cambia y uno permanece tal cual, inalterable?' Pues podemos inferir dos conclusiones extremas: ya se posee una pureza resistente a todo deterioro, ya se ha "perdido el tren" de lo contemporáneo. Y lo más seguro es que ninguna de estas posibilidades se dé. La explicación puede hallarse en una disociación: personalmente se es más flexible, y profesionalmente se porfía en unas formas aprendidas (como individuo, uno no puede sustraerse al flujo social; como actor gremial, sí). Algo se nos escapa. ¿Comó es posible, si no, que concibamos un panorama tan colmado de incultura, de ignorancia? Quizá estemos repitiendo el viejo error de juzgar algo según patrones añejos. Invirtamos por un momento los términos. ¿Qué pensaríamos de los alumnos decimonónicos si los situamos frente a los que conocemos en nuestras aulas? Porque éstos poseen un conocimiento tan amplio, diverso y útil, que acostumbramos a tomarlo como valor entendido y, por consiguiente, a no computar. Les censuramos el insuficiente desarrollo de la memoria, pero conocen centenares y centenares de eslóganes publicitarios: frases y canciones, marcas y escenografía, que repentizarán perfectamente al primer estímulo. Estas voraces raíces publicitarias que homogeneizan el tejido social son, tal vez, las que condensan el saber útil de ahora; los publicistas han asumido la función -diferida y no menos mendaz- de los clásicos y escolásticos, con la diferencia de prescindir del lustre y la oscuridad de lenguas muertas. Los estudiantes conocen la literatura de los trovadores y juglares modernos, que ya no cantan en la plaza y cuya presencia es casi omnipresencia por la ubicuidad de discos y vídeogramas. Los hitparades no son una tontería, y no son ajenos a las motivaciones de romances, poemas de clérigos, leyendas piadosas y similares. No poca literatura se sirve y, también, se hace en pantallas. Y no es menor el conocimiento en este campo; lopes de rueda y shakespeares de nombres actualizados se confunden entre los autores-actores-realizadores que acaparan los créditos de las obras, los programas de difusión, las revistas del corazón y del hígado... Y estos jó-

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