1984: La cultura del crimen

October 8, 2017 | Autor: Xavier Laborda | Categoría: Literature, Crime
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Descripción

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SUCESOS

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Que nadiese engañe:

ésto no va de novela negra, sino de crónica negra, que es otra cosa. La crónica de sucesos, esa literatura del delito que escenificando las tragedias modernas aporta al lector edificantes y catárticas historias, es un género apenas explotado en castellano. No así en el mundo anglosajón, desde el glorioso precedente Del Asesinato Considerado Como Una de las Bellas Artes de Thomas De Quincey. ¿Qué esperan los autores hispánicos para hacer "crónicas recientes del horror" lanzándose en voraz enjambre sobre casos como el del famoso Violador de l'Eixample?

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J. JAVIER LABORDA

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i se escribiera un manual de

naría un apartado aplicado al asesinato.

convenciones inconvenienLa sección proveería una suficiente extes, esto es, una especie de li- plicación de las diferencias culturales y bro de urbanidad asocial y ex- nacionales al respecto, la indicación de tramoral, inexcusablemente se consigsu conveniencia o necesidad según la

situación personal, la propiedad del método en relación al binomio víctima/victimario, las condiciones formales para su estética e impunidad y toda clase de reglas de buena vecindad. Y qui55

~ zás haya en estos momentos algún investigador excéntrico que, espoleado por la sólida realidad de horóscopos y cuadros de biorritmos que asesoran sobre múltiples comportamientos (como, por ejemplo, a los rentistas acomodados acerca del momento oportuno para invertir su dinero ocioso, o a las almas solteras el modo de iniciar un viaje amoroso), esté buceando en los misterios matemáticos para reconocer el algoritmo del delito. Si alguno de estos proyectos llegara él publicarse, muy probablemente llevaría incorporado un prólogo firmado por el novelista Stanislaw Lem, mordaz ideador de propedéuticas tan impensables como lógicas. El hecho de que no exista tal publicidad de este saber (lo que lo convierte en hermético) es una carencia del género del ensayo. No posee la madurez que se exige para contemplar abstractivamente esta "bella arte". La casuística escasea menos y el traje de la novela se ajusta mejor. La literatura del delito forma un vasto edificio habitado por múltiples Raskolnikovs, y cuyas paredes maestras están levantadas con la piedra estigmatizada por el asesinato. Su naturaleza áspera y turbadora es una de las mejores virtudes para la edificación del espíritu, verdadera tragedia moderna, en un trabajo de lúdica catarsis para expulsar los fantasmas de la domesticidad y la vida anónima. Pero este alimento está desigualmente repartido entre las naciones. La literatura inglesa posee una exuberancia mítica, y son los casos reales los que suministran los mejores argumentos para la novelización. George Orwell recordaba con irónica añoranza el gran período de asesinatos de la época victoriana -Jack el destripador, Mrs. Maybrick, el Dr. Crippen, etc.-, para acabar deplorando la "decadencia del asesinato inglés". Pero los períodos de flujo y reflujo son cíclicos y, desde los años cuarenta en que así se manifestaba el escritor a esta parte, ha ganado cuerpo espontáneamente un catálogo actualizado de modelos para que los autores tomen cuantos apuntes deseen del natural. Baste la mención de los "asesinos de los pantanos" -Ian Brady y Myra Hindley-, el Destripador de Yorkshire o Denis Nilsen, recientemente condenado por dieciséis asesinatos. Maestros y diletantes de la escritura entre1ejen la malla legendaria del crimen. Novelistas, psicólogos, abogados y sociólogos plasman con sus registros propios los hitos de un patología in-

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fausta y macabra. Ni qué decir tiene que estas obras son recibidas ávidamente por los lectores. Y todas pueden incluirse en el mismo receptáculo si se atiende a su función sublimatoria yelusiva, pero exigen una consideración particular aquellas en que el protagonismo es encarnado por unos miembros de la otra adolescencia, la segregada brutalmente de su humana condición. La visión de este espectáculo produce una vívida impresión mental; es la estupefacción ante el horror de sentir la ablación de un orden moral que se ha interiorizado para cada estadio del hombre. Y enfrenta arteramente a cada uno al interrogante de si esta corrupción de valores y astillamiento de conductas obra radicalmente en estadios lindantes con la ambivalente potencialidad adulta, y por qué. Crónica reciente

del horror

En Inglaterra se acaban de publicar varios libros que relatan con técnica documental inficionados gestos juveniles. Vamos a comentar dos. El primero se refiere a El caso de la violación de Glasgow, y tiene tanto o mayor interés para la historia del derecho como para la crónica negra. Un periodista y un abogado, A. McWhinnie y R. Harper, conocieron de cerca y escribieron el dramático caso de una joven, Carol, acuchillada y violada, a quien los tribunales escoceses le negaban su amparo por un kafkiano tecnicismo, hasta que finalmente rompió la tradición y sentó jurisprudencia. Carol X fue abordada al anochecer por dos jóvenes alumnos de un colegio y conducida a la fuerza a un solar. Allí el mayor blandió una navaja barbera y rasgó repetidamente su rostro hasta que éste comenzó a "caerse a pedazos". El resto ocurrió mientras la víctima permanecía inconsciente. La paradoja sarcástica se produjo cuando, una vez detenidos los culpables, conseguida la confesión veraz de uno de ellos y otras pruebas concluyentes, el informe del psiquiatra dictaminó la imposibilidad de la ofendida para servir de evidencia. Por consiguiente, el proceso debía archivarse, pues en Escocia sólo se reconoce poder en las causas penales al Fiscal. La enseñanza que dictó el sentido común en este caso es que existe una relación directa entre la gravedad del ultraje que ha sufrido la víctima y su indefensión, sea fáctica o legal. La penosa batalla jurídica consiguió abrir las estrechas puertas de la acusación privada. En el segundo libro, Mala sangre: Un asesinato familiar, Richard levine re. construye la densa atmósfera califor-

niana en que se perpetró un doble asesinato en 1975, en un reportaje que penetra la aparente normalidad del caso y despliega la tragedia americana de una familia corriente, "ordinary people" (el estudio de cuyas relaciones habría hecho las delicias de Lacan o David Cooper), atacada de un infantilismo suicida. La quinceañera Marlene Olive creyó que la muerte de sus padres adoptivos había sido una pesadilla, y para olvidar su desazón comenzó a escribir poemas. Salía con un joven, Chuck, a pesar de la repulsa de su madre porque pertenecía a una familia menos acomodada. Al Sr. Olive, sin embargo, no le desagradaba la elección de su hija; admiraba a los "ganadores", a los de su condición, y alentaba a su hija en su carrera hacia ninguna parte, con mimos y aprobaciones perniciosas. La familia no ofrecía al vecindario una imagen perfecta, pero sí satisfactoria. La hija compaginaba su horario escolar con la cocaína, automóviles catapultados y armas. Y cuando perdió emoción la realización de sus fantasías sexuales simulando con Chuck violaciones y juegos masturbatorios con una pistola cargada, como en una secuencia lógica, imaginó el sueño liberador de la muerte de sus padres. Supo empujar a su amigo para que escenificara para ella la infamia; en un viaje de loS.D. éste incrustó un martillo en la cabeza de la señora Olive y alivió parte de la carga de un revólver en su marido. Ella sólo tenía la culpa de una relación de odio con su hija y de amor con el whisky, y él, de aferrarse a una comedia de buenos valores americanos; y ambos compartían con su hija la responsabilidad de su deshumanizada visión de sus semejantes. Levine ha seguido el curso de las vidas de sus protagonistas y ofrece al lector el epílogo del suceso. Actualmente, después de permanecer varios años internada en un centro para menores, Marlene ve cumplido su anhelo, convertirse en prostituta. A Chuck le faltan veinte años para ganar la calle. La acción civilizadora que la literatura del crimen opera, con reportajes y ficción, queda fuera de discusión, y no parece que vaya a decaer. Por una parte, refleja momentos brutales de la realidad social; por otra parte, exorciza ensueños y destellos cainitas ,del ciudadano anónimo mediante su realización verbal a cargo de unos héroes del mal hechos de pasta de papel y tinta de imprenta. Y, de entre todas, quizá la obra de la novelista patricia Highsmith simbolice con singular nitidez la material cotidianeidad del transgresor, de tal suerte que su lectura suscita aquellos estímulos que generan la socialización

del individuo..

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