-\"La Monarquía Hispánica y el Tratado de La Haya de 1673\" en J. Lechner y H. der Boer eds. España y Holanda. Ponencias leídas durante el quinto coloquio hispanoholandés de historiadores, Diálogos Hispánicos nº16, Ámsterdam, 1995, pp. 103-118.

July 21, 2017 | Autor: M. Herrero Sánchez | Categoría: Diplomatic History, War Studies, 17th Century Dutch Republic, Early modern Spain
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LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y EL TRATADO DE LA HAYA DE 1673

Manuel Herrero Sánchez

Cuando en 1675 el representante español en La Haya, Francisco Manuel de Lira, se excusaba, en una carta remitida al Consejo de Estado en Madrid, de lo oneroso de los subsidios acordados con varios príncipes alemanes, recordaba -no sin cierto orgullo- que « ... además sólo nuestro tratado con Holanda se me puede imputar con particularidad, de cuya conclusión el mismo me justificará pues tiene pocos la Monarquía de tanto decoro, ni de tantas conveniencias». 1 Podía jactarse con razón el diplomático. El tratado de alianza alcanzado el 30 de agosto de 1673 en La Haya entre la Monarquía Hispánica, las Provincias Unidas, el Emperador y el duque de Lorena suponía la temida ruptura de hostilidades con Francia, pero servía también para convertir a Madrid en el eje de la primera de las grandes coaliciones europeas contra la política expansionista de Luis XIV. La Monarquía conseguía salir de un largo período de aislamiento internacional cuyas nefastas consecuencias había sufrido apenas cinco años antes al verse forzada a aceptar, por la paz de Aquisgrán, los humillantes términos ofrecidos por la Triple Liga. 2 Pero no sólo eso. El tratado sancionaba la tan deseada alianza con la República neerlandesa en unos términos impensables apenas tres años antes. Era la culminación de un lento proceso de acercamiento iniciado el 30 de enero de 1648 con la firma de la paz bilateral de Münster que, a pesar de los denodados esfuerzos hispanos, no había logrado traducirse en ningún acuerdo concreto debido al recelo de las Provincias Unidas a romper su tradicional alianza con Francia.

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Desde el envío de la primera legación a La Haya en 1649, el embajador, Antaine Brun, propuso un tratado entre ambas potencias en defensa de las 17 provincias del denominado «Cuerpo Bélgica» que cayó en el vacío? La propuesta fue retomada por su sucesor, Esteban de Gamarra, en repetidas ocasiones y con idénticos resultados. 4 Las Provincias Unidas no parecían estar dispuestas a convertirse en el contrapeso que inclinase la balanza del lado español en su secular enfrentamiento con Francia, a pesar de la estrecha comunión de intereses que unían a la República con Madrid. Sin embargo, a partir de 1670 dejaron de oponerse a las propuestas españolas y pasaron a convertirse en las más firmes promotoras de la alianza. La fulminante entrada de los ejércitos de Luis XIV en Flandes, durante la primavera de 1667, puso en entredicho la política de entendimiento con Francia practicada hasta el momento por Johan de Witt. Los sucesivos intentos por alcanzar un acuerdo con París, al margen de los intereses españoles, que permitiese la existencia de un barrera neutral entre ambas potencias -uno de los axiomas básicos de la política exterior de la República- se vieron frustrados. 5 No sólo estaba en peligro la seguridad territorial de las Provincias Unidas; en toda Europa se comprendió que, si se le dejaba actuar, el rey de Francia terminaría por imponer sus criterios sobre el espinoso tema de la sucesión española. Los escritos de Lisola advirtiendo de las aspiraciones de Luis XIV a la Monarquía Universal no parecían en absoluto una quimera. El arbitraje de las Provincias Unidas, Inglaterra y Suecia en el conflicto, a través de la Triple Liga, fue visto por el rey de Francia como una ingerencia inadmisible en contra de sus derechos sobre los Países Bajos. El protagonismo que su antiguo aliado neerlandés había mostrado en la elaboración de la misma le hizo comprender que, como apunta Dollot, «las llaves de Bruselas se encontraban en la Haya». 6 La campaña militar contra España se convirtió, a partir de Aquisgrán, en una minuciosa y efectiva campaña diplomática, orquestada desde París por Lionne, para aislar a la República .. El problema de la sucesión española no ocasionaba tan sólo rivalidades territoriales. La Monarquía controlaba una serie de recursos vitales

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para la economía mundial -en especial la lana castellana y los metales preciosos procedentes de América- y suponía un atractivo mercado para los productos manufacturados del norte de Europa. Desde la paz de 1648, las Provincias Unidas gozaron de una privilegiada posición en dichos mercados, lo que suscitaba recelos entre sus rivales comerciales. Madrid había visto en la República el socio ideal, el único capaz de abastecer sin riesgo a la Monarquía de un fuerte respaldo naval y de una amplia gama de servicios y recursos financieros, así como de pertrechos, provisiones, artilleóa y granos bálticos y de especies procedentes de Asia. 7 El intento de Inglaterra de desplazar por la fuerza a la República bátava del control de los recursos materiales del imperio español fue visto desde Madrid como una rivalidad beneficiosa que servía para moderar las excesivas ambiciones comerciales de ambas potencias. La Monarquía permaneció neutral durante los dos primeros conflictos entre Londres y La Haya y tendremos ocasión de ver cómo la exigencia neerlandesa para que rompiese con Inglaterra en 1673 estuvo a punto de hacer fracasar la entrada de España en la guerra. Pero si la rivalidad entre las Provincias Unidas e Inglaterra provocó suspicacias y actuó como una traba en el proceso de acercamiento hispano-neerlandés, no ocurrió lo mismo cuando fue el tradicional enemigo francés el que quiso poner coto a la hegemonía comercial de la República. La aplicación de la política mercantilista de Colbert y su abierto deseo de apoderarse por la fuerza del comercio holandés se tradujo en un acelerado empeoramiento de las relaciones entre ambos estados y en uno de los mayores acicates que inclinaron a la República a fortalecer sus lazos con la Monarquía Católica. 8 La subida de las tarifas aduaneras, iniciada en 1664 y agravada tres años después hasta convertirse en una verdadera guerra comercial a partir de 1671, la rápida expansión colonial francesa sustentada en la creación de cinco compañías privilegiadas, venían a unirse a la facilidad con que, desde la Paz de los Pirineos y amparados en la cláusula de nación más favorecida, los comerciantes franceses se introdujeron en los mercados hispanos. 9 El conflicto entre París y La Haya se endurecía por momentos a medida que se cerraban las vías del diálogo. El fracaso de la misión

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diplomática de Pomponne en 1669 dió al traste con las últimas esperanzas de reconciliación albergadas en el ánimo de De Witt. 10 El Gran Pensionario optó en principio por revitalizar la Triple Alianza a través de un Tratado de Garantía por el que se amenazaba a Francia con recurrir a las armas si violaba los acuerdos de 1668. 11 La Monarquía Hispánica entraba a formar parte de la alianza pero, desde un principio, puso en duda su operatividad. Sus quejas no se basaban tanto en el hecho de que se la obligase a sufragar en exclusiva el elevado coste del ejército sueco, sino en la escasa defensa hacia sus intereses que mostraban los signatarios por el temor a oponerse a las crecientes exigencias territoriales de Francia. 12 Y no le faltaba razón. En agosto de 1670, tan sólo ocho meses después de la firma de la Garantía, Francia ocupaba militarmente Lorena ante la pasividad general. El dinero y los embajadores de Luis XIV habían conseguido un acuerdo secreto con Carlos II de Inglaterra, mientras continuaban con éxito su labor diplomática en Alemania para aislar a las Provincias Unidas. Esta vez De Witt comprendió que el próximo objetivo militar francés sería la República y se vió obligado a jugar la última baza que le quedaba: la formalización de una alianza defensiva con la Monarquía Católica. La embajada extraordinaria de Beverningh en Madrid durante la primera mitad de 1671 puso las bases del acercamiento. 13 La negociación se prosiguió en La Haya • pero ahora era la Monarquía quien imponía sus criterios. Los intentos franco-británicos, primero a través de Bonsy y más tarde del marqués de Villars y de Sunderland, por hacer fracasar las conversaciones, no fructificaron, pero confirmaron en Madrid que la amenaza no se dirigiría de momento a sus territorios. Se entabló un enconado debate en el que a la prudencia del Consejo de Estado -en especial del conde de Peñaranda- se oponía a la resuelta conducta del gobernador español en los Países Bajos, conde de Monterrey, y del embajador ante los Estados Generales, Manuel de Lira. Ambos instaban al gobierno a aprovechar el momento de debilidad que atravesaba la República para comprometerla en una alianza defensiva que no sólo se limitase a los Países Bajos, como se había pedido hasta entonces, sino que abarcase todos los dominios del rey. 14 De momento se impuso la prudencia y el 17 de

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diciembre se firmaba un acuerdo con La Haya ceñido a un mero tratado de asistencia recíproca que, en caso de guerra, permitiría asistir militarmente a la República sin comprometer la paz con Francia. 15 Una vez comenzada la contienda, la Monarquía cumplió escrupulosamente sus compromisos. El esfuerzo militar realizado por Monterrey contribuyó, en gran medida, a frenar la invasión de Holanda. La barrera de los Países Bajos había forzado a Luis XIV a realizar complicadas maniobras en territorio del Imperio, provocando la animosidad de un buen número de príncipes alemanes. A ello venían a unirse los contingentes enviados a determinadas plazas como Breda o Bergen op Zoom y la colaboración decidida en operaciones militares de la envergadura del sitio de Charleroi. 16 Pero en la República se apreciaba más la enérgica campaña diplomática desplegada desde Madrid para retirar a Inglaterra de la guerra e involucrar al Emperador en el confiicto. 17 La Monarquía entendía que sólo una amplia coalición podía tener ciertas esperanzas de frenar las conquistas de Luis XIV y que ese era un paso previo fundamental para romper hostilidades con Francia. Pero también sabía que las Provincias Unidas no tardarían en alcanzar un acuerdo con París si la alianza no se traducía rapidamente en una realidad y que, en este supuesto, se volvería a repetir la situación de aislamiento internacional de 1667 . Los peligros que entrañaba esta neutralidad activa provocaron la aparición de un gran número de memoriales en los que se proponían distintas alternativas a la Corona. Como había ocurrido en 1671, volvieron a dividirse los ánimos entre los sectores beligerantes y los que optaban por mantener el statu quo. A los «genios impacientes» se le oponían «los hombres de espera» como prefería decir el representante más destacado de estos últimos, Cristóbal de Torres y Medrano. 18 En su Discurso se recogían los argumentos que prevenían hacia un compromi so mayor con las Provincias Unidas. A la prudencia que se debía observar durante la minoría del rey se unían la escasa fiabilidad de los aliados y la debilidad militar de la Corona para poder conducir unu guerra contra Francia en varios frentes. La única salida que le quedaba a la Monarquía era aumentar sus efectivos militares manteniendo la

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ayuda a la República, pero sin romper con Francia: «Que se puede romper sin romper. Hágase a Francia la guerra en el país ajeno y a costa de Holanda... pero invitar al poderoso hallándonos tan inferiores es solicitar la ruina». Esta actitud pasiva era denunciada por los sectores intervencionistas como una inadmisible delegación de responsabilidades. El destacado arbitrista Somoza y Quiroga instaba al gobierno a ponerse a la cabeza de una gran coalición europea contra Luis XIV y advertía en estos términos sobre una posible derrota de las Provincias Unidas en la guerra: «Conquistada Holanda queda Flandes sin defensa; ganado éste no la puede tener Milán y faltando estos brazos queda el cuerpo de la Monarquía sin oposición a tan grande poder. Luego es preciso que se defienda la conquista de Holanda así por nuestra propia conveniencia y manifiesto riesgo como por los indicios que experimentamos de la cautelosa ambición de Francia». 19 En su Discurso sobre el reciente armamento de Francia, José Arnolfini clamaba también sobre la necesidad de alcanzar una liga defensiva con la República y el Emperador como el único camino para frenar los excesos franco-británicos, no sólo en Europa sino también en las Indias. 20 En este último caso el poder naval holandés se mostraba como el arma más segura. El Consejo de Estado se hizo pronto eco de esta división de pareceres. Todavía a principios de 1673 seguía imponiéndose el sector moderado al que, por oposición al conde de Monterrey, se sumaron los votos del Condestable y del marqués de Castelrodrigo. Desde Madrid se veía con preocupación el comportamiento independiente de sus representantes en Bruselas y en La Haya y su decidida tendencia a involucrar a la Monarquía en un conflicto abierto con Francia e Inglaterra. Sin embargo, estos últimos terminaron por encontrar un valedor, dentro del mayor órgano de decisión de la Corona, en la figura del Almirante. El voto separado que emitió el 17 de febrero -cuando el Consejo volvió a rechazar una nueva propuesta de Lira para reforzar la alianza con la República arguyendo que «... el estado de nuestras cosas no permite, por hallarnos tan desprevenidos en todas partes, que nos entremos voluntariamente en una guerra»- se puede considerar como un manifiesto en

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