\"¿Y Spinoza dijo qué?\" o la conciencia de los que sólo miran hacia arriba

October 1, 2017 | Autor: L. Periáñez Llorente | Categoría: Political Science, Baruch Spinoza, Spinoza, Ética, Capitalismo, Blood coltan, Coltán, Blood coltan, Coltán
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Descripción

Luis Periáñez Llorente

“¿Y SPINOZA DIJO QUÉ?” o la conciencia de los que sólo miran hacia arriba Se me ha planteado la escritura de este breve texto como una imperiosa necesidad a partir de la lectura de la primera proposición de la parte cuarta de la Ética demostrada según el orden geométrico, de Benito Spinoza. Dicha proposición reza así: “Nada de los que tiene de positivo una idea falsa es suprimido por la presencia de lo verdadero, en cuanto verdadero”. Obviando toda la demostración que, siguiendo ese orden de necesidad que caracteriza a la ópera magna del filósofo de origen portugués, nos remitiría al conjunto de la misma, prefiero centrarme en el contenido implícito de la proposición, con el fin de realizar una breve reflexión sobre el aspecto de la naturaleza humana al que hace alusión: una verdad, por ser verdad, no nos mueve a actuar. De hecho, el escolio que la acompaña concluye afirmando que de lo que realmente depende el que de una idea verdadera se siga un comportamiento acorde a ella, es de la fuerza con la que se presente. Y lleva razón. ¿Cómo no va a llevarla el bueno de Benito? Por Dios, hay mil cosas que impugnar a Spinoza, pero sin duda es difícil quitarle la razón. Y, por supuesto, si su firme deducción geométrica puramente racional se ve respaldada por los hechos, la tarea de contradecirle con sentido se torna aún más árdua si cabe. ¿Queréis una verdad? Ahí la lanzo: somos unos quejicas. Somos unos quejicas dignos de cierto odio. Alzamos la cabeza y vemos a unas decenas de ricos, sentimos su peso sobre nuestros hombros, y les odiamos porque les mantenemos. ¡Mírales, se enriquecen a costa de nuestro trabajo! ¡Mira mi sueldo! ¡Mira el suyo! No es falso que el sueldo de un director de empresa puede llegar a ser más de veinte veces mayor que la media de sus empleados. ¡Mírale, maldito corrupto! ¡Veintisiete millones en Suiza y cincuenta y siete céntimos bajo la almohada! ¡Y yo aquí, pagando impuestos y trabajando como una mula! ¡Ah!, ¿que me congelan la pensión? ¡He trabajado cuarenta años por ese derecho! ¡Sinvergüenzas! ¿Cómo? ¿que tengo un móvil nuevo en el bolsillo que le ha costado la vida a niños sudafricanos? ¿que mi camiseta son dieciocho horas de trabajo diarias de un almacén chino? Pobrecitos. Pobrecitos. Eso es lo que decimos. La verdad es que miramos arriba, vemos los pies de los poderosos sobre nuestras cabezas, y nos quejamos como si nos fuese la vida en ello. Lloriqueamos, y al lloriquear, pataleamos. Pataleamos sobre los hombros de sudáfrica, o de una familia china o de Indonesia. Las guerras por el coltán son una realidad. El daño que ese mineral con el que se fabrican la gran mayoría de los productos de alta tecnología que usamos causa en la infraestructura social de múltiples paises es una realidad. El hecho de que los niños fallecen en las minas sin haber tenido tiempo apenas ni de tomarse un respiro para quejarse o, quién sabe, para sonreír, para que nosotros podamos cambiar de móvil con relativa frecuencia, es una realidad. Somos a todos esos millones de personas que apenas hacen más que sobrevivir lo que los ricos son a nosotros. Y lo sabemos. Y aquí estamos. Y son miles los ejemplos de cómo nuestro día a día se construye sobre días robados a millones de personas. Y nos tomamos el lujo de dejar de comer carne en protesta por algún animal que no vive todo lo dignamente que debería, pero no de reducir el ritmo de consumo. Nos tomamos el lujo – me estoy tomando el lujo – de criticar esta realidad desde aparatos electrónicos. Y no sé siquiera si vamos a cambiar. Esto, este escrito, no es más que un “Spinoza, llevas razón”, suspirado.

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