\"Y España se hizo templo\": el triunfo de la cultura política nacionalcatólica, (1945-1957)

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“Y ESPAÑA SE HIZO TEMPLO”: EL TRIUNFO DE LA CULTURA POLÍITCA NACIONALCATÓLICA, (1945-1957) Claudio Hernández Burgos Universidad de Granada Los años cincuenta del siglo XX constituyen uno de los periodos menos tratados por parte de la historiografía española.1 Con frecuencia, los estudiosos del franquismo han minusvalorado los importantes cambios que se produjeron durante esta etapa, calificándola como una “década bisagra”, entre los años cuarenta –marcados por la difíciles condiciones de vida y la represión ejercida sobre los vencidos– y los sesenta – caracterizados por un notable crecimiento económico y por el desarrollo de la conflictividad social. Sin embargo, a nuestro juicio, volver la mirada sobre los años centrales de la dictadura resulta fundamental para explicar la trayectoria del franquismo. A finales de los años cuarenta, el régimen empezó a sentir que su permanencia al frente de España no corría peligro y que la presión de las potencias internacionales había apretado pero no ahogado a Franco, dado que éstas eran plenamente conscientes de la importancia de la posición española en un contexto mundial marcado por el inicio de la Guerra Fría. A inicios de los años cincuenta, desapareció el racionamiento alimenticio y, aunque muy lentamente, las condiciones de vida de los españoles empezaron a mejorar. El nivel de estabilidad alcanzado, hizo que el historiador Javier Tusell llegara a afirmar que éste fue el “periodo de consenso” de la dictadura franquista.2 Ciertamente, la represión, la desactivación de la oposición política en todas sus manifestaciones, la supervivencia del régimen a la caída de sus “hermanos” fascistas y el apoyo de importantes sectores sociales convirtió al franquismo en un régimen bien asentado. Sin embargo, la década de los cincuenta, iba a ser también el escenario de violentas luchas intestinas en el seno de la dictadura. Luchas protagonizadas fundamentalmente por las dos culturas políticas mayoritarias que convivían en su seno y que constituían las dos canteras fundamentales de las que el régimen extraía su personal político, sus ideas programáticas y sus mecanismos de control y búsqueda del consenso de la población española. De un lado estaban los defensores de un nacionalismo español 1

Una notable excepción es la obra colectiva: MATEOS, A. (ed.): La España de los cincuenta. Madrid, Eneida, 2008. 2 TUSELL, J.: Franco y los católicos. La política interior española entre 1945 y 1957. Madrid, Alianza Editorial, 1984.

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de corte reaccionario y de un catolicismo tradicional inspirado en las doctrinas de Menéndez Pelayo, cuyas ideas principales habían quedado plasmadas en Acción Española. De otro, se encontraban los falangistas, que compartían con los primeros su carácter antiliberal y antidemocrático, pero cuyo modelo de nación fue mucho más diverso, al beber de principios liberales como los de Ortega y Gasset y del decadentismo de los hombres del 98.3 Y es en ese contexto de lucha entre dos proyectos de nación en el que se enmarca el presente trabajo. En concreto, en las páginas siguientes me acerco a una de esas dos culturas políticas mayoritarias en el interior de la dictadura: la del nacionalcatolicismo. Pese a que Falange logró sobrevivir a la caída de las potencias fascistas europeas, fue el proyecto defendido por los “católicos” del régimen el claro dominador del periodo 1945-1957. Un dominio que no solo quedó evidenciado en los éxitos diplomáticos obtenidos por el franquismo durante estos años, sino en la omnipresencia del catolicismo en todos los rincones de España. Por ello, en esta comunicación me propongo dirigir la atención a dos ejes fundamentales. De una parte, a los mecanismos empleados por los sectores nacionalcatólicos del Estado para conseguir imponer su concepción de España y conseguir una ciudadanía lo más cercana posible a los postulados por ellos defendidos. Y de otra parte, a la amplia recepción que pudo tener el proyecto nacionalcatólico gracias a su intensa presencia en el espacio público y a su convivencia diaria con los ciudadanos. 1. La Iglesia al poder: la hegemonía del nacionalcatolicismo en España Finalizada la II Guerra Mundial y borrado el fascismo del mapa de Europa, se abrió un periodo muy favorable para los defensores de una España católica y tradicional. No sólo en el interior de España, sino en el resto del continente, se creó un contexto muy propicio para el arraigo de nuevas políticas inspiradas en los principios cristianos. En primer lugar, porque los votantes católicos de muchas naciones se mostraban reacios a votar por los partidos tradicionales de la derecha o simplemente no podían darles su apoyo porque estaban prohibidos. En segundo lugar, porque los democristianos contaban con un porcentaje muy importante del voto femenino al no 3

La obra de referencia al respecto es SAZ CAMPOS, I: España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003. De gran interés resulta también el reciente trabajo de RAJA i VICH, A.: El “problema de España” bajo el primer franquismo, 1936-1956. La polémica entre Pedro Laín Entralgo y Rafael Calvo Serer. Tesis Doctoral, Universitat Pompeu Fabra, 2010.

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defender un discurso basado en la clase social, sino en la necesidad de reformas morales y sociales. Y, en último lugar, porque el llamamiento a la seguridad y protección a la familia realizado por los partidos católicos sintonizaba con las preocupaciones de muchos ciudadanos. De esta manera, no fue extraño que los democristianos alcanzaran el poder en Alemania Occidental, Países Bajos o Italia.4 Mientras, el prestigio de la Iglesia y la atracción de la que gozaba el catolicismo se habían logrado merced al progresivo discurso de neutralidad adoptado por las autoridades eclesiásticas. A imagen y semejanza de cuanto ocurría en la Santa Sede, la Iglesia católica pasó del silencio en los primeros años de la conflagración mundial a la utilización de un discurso de paz y concordia entre hermanos que le proporcionaría enormes beneficios políticos.5 La Iglesia española también asumió el argumento vaticano de la guerra como “castigo enviado por Dios” como consecuencia de la descristianización Todavía en 1948, el Arzobispo de Granada, Balbino Santos Olivera, convocó a sus “amados hijos” a realizar oraciones y todo tipo de actos de desagravio por los pecados que habían conducido al mundo a la pasada contienda.6 Y, finalmente, encabezó todo tipo de actividades destinadas a demostrar que si alguien trabajaba porque la guerra no se repitiese y porque Europa disfrutara de una paz duradera, esa era la Iglesia. Así, si durante el desarrollo de la II Guerra Mundial se habían organizado numerosos actos religiosos y rogativas en petición por la paz, al término de la misma se emprendieron las acciones necesarias para restañar las heridas causadas por la contienda. Sirva como ejemplo la campaña de donativos encabezadas por las Mujeres de Acción Católica de Granada durante el año 1945, para “remediar la extrema miseria de los países devastados por la Guerra”.7 Cuando la II Guerra Mundial llegó a su fin, el franquismo ya había iniciado una labor de desfascistización externa –supresión del saludo a la romana y de otros rasgos propios de la parafernalia fascista, eliminación de la Secretaría General del Movimiento, negación a calificar como “Partido” a Falange…– y la organización falangista había ido

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Véase JUDT, T.: Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Santillana, 2006, pp. 130132; y MORO, R.:‘I cattolici italiani tra pace e guerra: dall’inizio del secolo al Concilio Vaticano II, En GOGLIA, I., MORO, R., y NUTI, L.(eds.), Guerra e pace nell'Italia del Novecento: politica estera, cultura politica e correnti dell'opinione pubblica Bologna, Il Mulino, 2006, pp. 359-402 5 Al respecto puede verse MALGERI, F.: “Chiesa, clero e laicato cattolico tra guerra e resistenza” en DE ROSA, G. (coord.): Storia dell’Italia religiosa. L’Età contemporanea, Roma-Bari, Laterza, 1995, Vol. III, pp. 301-334. 6 Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Granada (BOEAG), “Exhortación pastoral ordenando rogativas por la paz que reclama el Papa”, enero de 1948. 7 Archivo de Acción Católica Española (AACE), Sección de Mujeres de Acción Católica, Caja 2-1-2, Memoria de la Unión Diocesana de Mujeres de Acción Católica”, curso 1944-1945.

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pasando a un discreto segundo plano.8 Los intentos de los sectores “católicos” e incluso de algunos dirigentes falangistas por borrar al Partido del panorama político español – Serrano Suñer llegó a sugerir a Franco que “Falange fuera honrosamente licenciada”– no tuvieron éxito alguno,9 entre otras razones, porque el propio Franco era consciente de que la organización tenía todavía mucho que ofrecerle. Pero el oscurecimiento de Falange, hizo que el catolicismo se convirtiera en el hecho diferencial de la España de Franco y en el proyecto hegemónico durante aquellos años. El discurso de paz y consuelo espiritual que ofrecía el catolicismo era un arma de inestimable valor para un régimen vinculado a la Iglesia desde su nacimiento. No se trataba de una vuelta de la religión al primer plano, puesto que nunca lo había abandonado, sino de aumentar su protagonismo en el Estado y ensombrecer los perfiles fascistas de la dictadura. El catolicismo debía erigirse en el “gran argumento” del franquismo frente al para muchos incomprensible “cerco internacional” y, sobre todo, en la más importante baza del régimen contra el temido comunismo.10 Para la obtención de tales objetivos el franquismo intensificó su colaboración con los miembros de Acción Católica. En un momento de apogeo internacional de la organización, el nombramiento de Alberto Martín Artajo –presidente de Acción Católica en España– resultaba una pieza clave para el lavado de imagen que pretendía la dictadura y, sobre todo, para garantizar su permanencia al frente del país. El programa político del nuevo ministro pasaba por el establecimiento de un régimen representativo a través de las instituciones tradicionales y de la restauración monárquica en la persona de Don Juan, al mismo tiempo que evidenciaba su rechazo a los partidos políticos y a la concesión de “excesivas” libertades a los ciudadanos.11 Pero junto con Artajo, habían pasado al primer plano político otros miembros del catolicismo que, perteneciendo o no a la misma tendencia católica que el Ministro, iban a resultar igualmente útiles a la consolidación de la dictadura. En 1946, la celebración del congreso mundial de Pax 8

No hubo de esperar Falange a la caída de los fascismos europeos para ver fracasados sus proyectos, sino que sus intentonas por lograr la fascistización del Estado fueron neutralizadas con anterioridad: véase al respecto SAZ, I.:“Mucho más que crisis políticas: el agotamiento de dos proyectos enfrentados”, Ayer, 68. (2007), pp. 137-163. Véase también RUIZ CARNICER, M. A.: “El aparato falangista a la caída de los fascismos. FET-JONS en 1945”, Spagna Contemporanea, 4, (1993), pp. 127-141 Una buena prueba del maquillaje emprendido por la propia falange fue el libro DE ARRESE, José Luis. El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio. Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular. 1945. 9 Carta de Ramón Serrano Suñer a Francisco Franco, 3-9-1945, recogida en PALACIOS, J.: La España totalitaria. Las raíces franquistas, 1934-1946, Barcelona, Planeta, 1999, pp. 523-530. 10 TUSELL, J.: Franco y los católicos… Op. Cit., pp. 117-141. 11 Ibídem., pp. 84-96. HERMET, G.: Los católicos en la España franquista II. Crónica de una dictadura, Madrid, Siglo XXI, 1985 (1981), pp. 208-209; Archivio del Ministero di Affari Esteri d’Italia (AMAEI), Affari Politici 1945-1950, 22-11-1945.

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Romana en Salamanca y El Escorial, con asistencia de más de trescientos delegados procedentes de 32 países, constituyó un enorme éxito diplomático para el franquismo. El responsable del mismo no era otro que Joaquín Ruiz-Giménez quien, primero al frente de Pax Romana, luego como Director del Instituto de Cultura Hispánica y, hasta su nombramiento como Ministro de Educación en 1951, como Embajador en la Santa Sede, contribuyó enormemente con su prestigio a mejorar la imagen del régimen fuera de las fronteras españolas. Pero tampoco podemos olvidar el papel de hombres como el obispo de Málaga, Ángel Herrera Oria, quien, manejando un discurso religioso menos rígido e inspirado en una cierta preocupación social, jamás llegó a cuestionar ni a Franco ni al régimen.12 El paso al frente de los sectores “católicos” favoreció el reconocimiento internacional del régimen y fortaleció más si cabe la posición de la Iglesia en España. Los continuos contactos de obispos y políticos españoles con la Santa Sede y las naciones católicas, se combinaron con el empleo de otras fórmulas que ofrecieron una imagen más benévola de la dictadura. Los cónsules italianos en España informaron varias veces durante la segunda mitad de los años cuarenta de noticias en torno a la hipotética constitución de un partido democristiano en el país. Así, si en 1946, se rumoreaba que el régimen franquista estaba alentando la creación de un partido cuyo líder sería Ángel Herrera Oria, tres años más tarde, se informaba de que Alberto Martín Artajo había mandado una carta a varios católicos exiliados, invitándoles a volver a España para la formación de un partido democristiano que, según la información recibida, contaba con el visto bueno del “Caudillo”, como base para iniciar una supuesta democratización del sistema.13 Paralelamente se echó mano de otros recursos como la Hispanidad, cuya instrumentalización resultó de gran utilidad para garantizar el apoyo de los estados latinoamericanos y mostrar que el régimen seguía respondiendo a los principios fijados al hacer efectiva la unidad de España en 1492. En este sentido ha de entenderse el significado otorgado al V Centenario del nacimiento de los Reyes Católicos, celebrado en la Capilla Real de Granada el 12 de octubre de 1952. Con la asistencia de importantes personalidades del régimen, diplomáticos americanos y del propio “Caudillo”, los actos conmemorativos buscaron presentar a la España de Franco 12

MUÑOZ SORO, J.: “Joaquín Ruiz-Giménez o el católico total (apuntes para una biografía política e intelectual hasta 1963”, Pasado y Memoria, 5, (2006), pp. 266 y ss.; ALFONSÍ, A.: “La recatolización de los obreros en Málaga, 1937-1966. El nacional-catolicismo de los obispos Santos Olivera y Herrera Oria”, Historia Social, 35, (1999), pp. 122-123. 13 AMAEI, Afari Politici, 1945-1950, Legajo 3, 1946; y Legajo 18, 3-3-1949.

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como “digna heredera de la tradición” de Isabel y Fernando. Una interpretación de la Hispanidad diferente de la que los sectores falangistas ofrecieron durante el acto, pero que, en estos momentos, resultaba de mucho más atractiva para los intereses del régimen.14 Pero el proyecto nacionalcatólico quedó enormemente fortalecido con la firma del Concordato con la Santa Sede en 1953, que estrechó aún más la relación IglesiaEstado y contribuyó a sellar definitivamente el respaldo internacional de la dictadura. La extraordinaria complejidad de las negociaciones concordatarias, no fue obstáculo para que ambas partes salieran satisfechas del proceso y, aunque con el tiempo, aflorarían los enfrentamientos en torno a algunos de los puntos establecidos en el Concordato, lo cierto es que en aquellos momentos sirvió para que la dictadura saliera definitivamente del aislamiento. Además, la firma llegaba cuando la Santa Sede y los sectores católicos de buena parte del continente europeo estaban completamente convencidos de que el cristianismo era la única alternativa política al comunismo, lo cual, evidentemente, favorecía los intereses del régimen franquista.15 Consciente de su utilidad, el régimen supo adoptar toda la flexibilidad necesaria para dar entrada a las distintas versiones del nacionalcatolicismo. Esta permisividad supuso ciertas complicaciones como las generadas por la solicitud de un relajamiento de la censura para las publicaciones eclesiásticas o por la política liberalizadora impulsada por Ruiz-Giménez desde el Ministerio de Educación. Pero se trataba de tensiones asumibles que, o bien nunca supusieron una amenaza seria para la estabilidad estatal o bien eran neutralizadas rápidamente cuando sobrepasaban los límites de lo tolerable. Así, por ejemplo, el régimen podía auspiciar perfectamente iniciativas tales como las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián, que se celebraron entre 1947 y 1959. Aunque los temas tratados en esas reuniones –relación Iglesia-Estado, tolerancia religiosa, libertad de culto, etc.– pudieran estar creando un caldo de cultivo para el nacimiento de posteriores movimientos contrarios al nacionalcatolicismo

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Véase FERRARY, Á.: El franquismo: minorías políticas y conflictos ideológicos, 1936-1956. Pamplona, EUNSA, 1993, pp. 236-237 y 297-298; la celebración de los actos en Patria e Ideal, 14 de octubre de 1952; Para el uso de la “Hispanidad” véase: GONZÁLEZ CALLEJA, E. y LIMÓN NEVADO, F.: La Hispanidad como instrumento de combate: raza e imperio en la prensa franquista durante la guerra civil española, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1988. 15 ; la significación del Concordato en CALLAHAM, W. J.: La Iglesia Católica en España (1875-2002), Barcelona, Crítica, 2002, pp. 318-319; Ecclesia, 642, 31-10-1953; MARTÍN DE SANTAOLALLA SALUDES, P.: “La Iglesia entre el Concordato y el Concilio” en MATEOS, A.: La España… Op. Cit., pp. 365-411; y del mismo autor: De la victoria al Concordato. Las relaciones Iglesia-Estado durante el primer franquismo (1939-1953), Barcelona, Laertes, 2003.

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imperante, su organización en aquellos momentos no suponía un gran peligro para el régimen. No deja de ser llamativa al respecto la reacción de sorpresa del Embajador italiano ante el tratamiento pormenorizado de las Conversaciones por parte de la prensa franquista o el hecho de que fuera el propio Martín Artajo quien recibiera a los asistentes en el año 1951.16 Del lado contrario, Una manifestación públicamente opuesta al control estatal sobre la prensa de la Iglesia, como la realizada por el director de Ecclesia, Jesús Iribarren, solo podía concluir, como de hecho lo hizo, con la dimisión de éste y el retroceso inmediato de las críticas a la política del Gobierno.17 El hecho de que Martín Artajo tratase de instaurar una Monarquía o flexibilizar la postura de Franco respecto a determinados aspectos, aceptables por el Estado, siempre y cuando no se sobrepasaran ciertos fronteras. En un contexto nacional e internacional mucho más benigno para el régimen, el franquismo mostró una cierta dosis de dinamismo que le permitía tolerar desviaciones entre los grupos de poder. Claro está, Franco y sus colaboradores más directos eran conscientes de que, independientemente de sus discrepancias sobre algunas orientaciones de la política estatal, el respaldo de sus apoyos sociales estaba en aquellos momentos completamente asegurado. Al fin y al cabo, todos ellos estaban de acuerdo en “lo esencial” y anteponían a cualquier aspiración ideológica su lealtad a Franco y todo cuanto significaba el “18 de julio”.18 2. El redescubrimiento de la “cuestión social”: la cara amable de la Iglesia en los cincuenta “Lo social” había formado parte del programa de la Iglesia católica y de sus organizaciones desde los inicios del régimen. De hecho, el ejercicio de la caridad y la participación en tareas asistenciales a los más necesitados había sido una constante durante los años cuarenta y un importante instrumento de control social.19 Pero, desde

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AMAEI, Affari Politici 1951-1957, Legajo 71, 5-10-1951. Sobre las tensiones Iglesia-Estado en este periodo: HERMET, G.: Los católicos en la España… Op. Cit., pp. 198 y 22-225; sobre las críticas de Ecclesia, véase AMAE, Affari Politici, 1946-1951, Legajo 71, julio de 1951; sobre la dimisión de Iribarren: Ecclesia, 670, 15-5-1954 y MONTERO, F.: “Las publicaciones periódicas de Acción Católica”, en RUIZ SÁNCHEZ, J. L. (coord.): Catolicismo y comunicación en la Historia Contemporánea, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2005, pp. 31-54. 18 CALLAHAM, W. J.: La Iglesia Católica en España… Op. Cit., pp. 226-228 y 243 y ss.; TUSELL, J.: Franco y los católicos… Op. Cit. pp. 288-291; SAZ, I.: “Escila y Caribdis. El franquismo, un régimen paradigmático” en MELLÓN, J. A.: Orden, jerarquía y comunidad. Fascismos, dictaduras y postfascismos en la Europa contemporánea, Madrid, Tecnos, 2002, pp. 189-190. 19 MOLINERO, C.: La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista, Madrid, Cátedra, 2005. 17

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finales de la década, se produjo una revitalización de la “cuestión social”. En octubre 1945 los obispos de la provincia eclesiástica de Granada publicaron una pastoral en la que, ante la preocupante situación laboral de la provincia, reclamaban el derecho al trabajo de los ciudadanos, denunciaban la acumulación de riquezas en manos de unos pocos y pedían la equiparación del salario masculino y femenino en el campo. En enero de 1946, a iniciativa del Cardenal Agustín Parrado y de los hombres de la Acción Católica granadina, se creó el Instituto Social Obrero. La pionera institución tuvo como objetivo elevar la condición social de los obreros, exigiendo un salario, una instrucción y una vivienda digna para “los más humildes trabajadores”. Una organización de carácter asistencial y formativo que, en mayo de ese mismo año, contaba ya con más de doscientos obreros y que fue rápidamente imitada por otras diócesis españolas.20 Otros obispos –Pildaín en Canarias, Tarancón en Solsona o Herrera Oria en Málaga– también mostraron públicamente su preocupación por los desequilibrios existentes en la sociedad española, de manera que, durante toda la década de los cincuenta, las pastorales sociales se multiplicaron. En 1951 la Conferencia de Metropolitanos Españoles exigió públicamente un salario justo para los trabajadores españoles y criticó la especulación de algunos sectores sociales. Acción Católica se convirtió en la ejecutora de la labor asistencial y caritativa predicada por la Iglesia e intensificó su actividad de ayuda a los enfermos, petición de subsidios de vejez o reparto de alimentos entre los pobres.21 Al mismo, tiempo las ramas obreras de la organización –en especial la HOAC nacida en 1946– empezaron a mostrar una creciente preocupación por las cuestiones sociales. Amparadas por la Iglesia, la JOC y la HOAC se mostraron críticas con la situación de los trabajadores españoles e incluso respaldaron sus reivindicaciones, como en el caso de la huelga de Barcelona de 1951. Y es que, a pesar de la supresión del racionamiento alimenticio y de la mejora paulatina de las condiciones de vida de los españoles, la situación una buena parte de la población seguía siendo de pobreza. En un país cuya economía se sostenía fundamentalmente sobre el desarrollo de una agricultura tradicional con productos 20

La pastoral en BOEAG, “Pastoral sobre la situación de ls trabajadores en la Provincia Eclesiástica de Granada”, 28-10-1945 y Ecclesia, 231, 1945; la creación del Instituto Social Obrero en AACE, Sección de Hombres de Acción Católica, Caja 200-1-1, diciembre de 1945; los resultados obtenidos en: La Vanguardia, 18-5-1946. 21 SÁNCHEZ JIMÉNEZ, J.: “Conservadores en política y reformistas en lo social. La Acción Social Católica y la legitimación política del régimen de Franco”, Ayer, 39, 2000, pp. 165-180; HERMET, G.: Los católicos en la España franquista I. Los actores del juego político. Madrid, Siglo XXI, 1985 (1980), pp. 273-274. Un ejemplo de labor de Acción Católica en: AACE, Sección Mujeres de Acción Católica, Caja 2-1-5, “Memoria de la Unión Diocesana de Mujeres de AC de Granada”, curso 1947-1948

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escasamente adaptados a las exigencias del mercado, la migración y el paro estacional constituyeron importantes lacras para la superación de la miseria que afectaba a buena parte de la población.22 Quince años después de haber finalizado la guerra, en 1954, la HOAC de Andalucía elaboró un completo informe en el que denunciaba los bajos salarios, el paro y la situación de miseria en la que vivían muchos jornaleros de la región. Determinadas actividades –como las Semanas Sociales y la creación de Grupos Obreros de Estudios Sociales (GOES)– y la participación de algunos de sus miembros en huelgas, suscitaron las críticas de los sectores de Falange, al considerar que estaban agitando a los obreros y minando la estabilidad del régimen.23 Pero las reivindicaciones sociales realizadas por ciertos sectores del catolicismo tuvieron unos límites muy definidos. Con excepción de algunos grupos minoritarios vinculados a las ramas obreras de Acción Católica, la crítica a las desigualdades existentes y a la miseria nunca fue más allá de la censura a la excesiva acumulación de riqueza y de vagos llamamientos a la práctica de la caridad por parte de las clases pudientes, absteniéndose siempre de solicitar una verdadera solución a la situación. La caridad era en aquellos años un sustitutivo de la justicia para apagar los remordimientos de los ricos. Como recuerda Camilo: “la caridad en aquellos años era muy manifiesta, quien la practicaba quería que quedara palpable… era la señora que le daba una limosna al pobre y le decía en qué gastársela”.24 Que en muchos casos se trataba de una política más de gestos que de acciones quedó puesto de manifiesto con la actitud mantenida por los sectores “católicos” frente al problema de la falta de viviendas que padecía España y, sobre todo, con respeto a las condiciones antihigiénicas de las mismas.. Por ejemplo, en la ciudad de Granada, fue creado en 1948 por iniciativa del Arzobispo, Balbino Santos Olivera, la Asociación Benéfica Constructora de Nuestra Señora de las 22

Véase al respecto ORTEGA LÓPEZ, T. y COBO ROMERO, F.: “Hambre y desempleo y emigración. Las consecuencias sociales de la política agraria autárquica en Andalucía Oriental, 1939-1975”, Hispania, 218, 2004, pp. 1079-1112; y CAZORLA SÁNCHEZ, Antonio. Fear and Progress Ordinary Lives in Franco’s Spain, 1939-1975. Oxford, Willey.Blackwell, 2008, pp. 78-79. Sobre la emigración en esta década: FERNÁNDEZ ASPERILLA, A.: “El cambio en el ciclo migratorio”, en MATEOS, A. (ed.): La España de los cincuenta…. Op. Cit., pp. 369-385. 23 Sobre la HOAC: LÓPEZ GARCÍA, B.: Introducción a la historia de la HOAC. Madrid, HOAC, 1995; y BERZAL DE LA ROSA, E.: “¿Un movimiento obrero controlado por el clero?”, Ayeres en discusión. Temas Claves de Historia Contemporánea hoy. Actas del IX Congreso de la AHC, Murcia, Universidad de Murcia, 2008 (cd-rom). La denuncia de la situación del jornalero andaluz en: AHOAC, Caja 227, “La situación del obrero español y los problemas del campo andaluz”, 1954 y AHOAC, “Andalucía región atrasada”, Boletín de la HOAC, 174, octubre de 1955; las críticas a la HOAC en AMAEI, Affari Politici 1951-1957, Legajo 71, 1951. 24 MORENO SECO, M.:. “Creencias religiosas y política en la dictadura franquista”, Pasado y Memoria, 1, 2002; CALLAHAM, W. J.: La Iglesia Católica… Op. Cit., p. 317; Entrevista a Camilo, Granada, 216-2011; ALFONSÍ; A.: “La recatolización…”, Op. Cit., pp. 122-125.

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Angustias, cuya labor constructora dependía en buena medida de la recaudación en la “Tómbola de Caridad” instalada en el centro del casco urbano. No tardaron en llegar las críticas larvadas al mecanismo utilizado desde algunos sectores cercanos al falangismo, que estimaban que la clase media y alta granadina compraba las papeletas para la rifa pensando más en el premio que en la caridad.25 Además, en el discurso de quienes desde el mundo católico demandaban mayor “justicia social”, había ciertos rasgos que producían la sensación de que lo que se deseaba no era tanto atajar las condiciones de miseria en las que vivían muchos españoles, sino las consecuencias morales que se podían derivar del hacinamiento y la insalubridad existente en las viviendas. Para la Acción Católica andaluza “la promiscuidad de los sexos y aun de las criaturas y animales compartiendo un mismo recinto y aun en muchos casos el mismo lecho para el descanso, es algo incisivo, lacerante…”.26 A pesar de lo dicho, que los discursos y políticas sociales de los sectores “católicos” del régimen tuvieran unos límites precisos, no quiere decir que no fueran efectivos. Ciertamente, las autoridades solo parecían acordarse de las cuevas, las chabolas, las chozas y los huecos excavados en la tierra cuando se producía alguna lluvia o temporal que sepultaba a familias enteras. Pero también es verdad que, en contraste con el decenio precedente, las alusiones a las condiciones infrahumanas en las que malvivía una parte importante de la sociedad española se hicieron más frecuentes y explícitas. Además, aunque las propios organismos encargados de paliar el déficit de viviendas lamentaran sus escasos resultados, lo cierto es que la sola entrega de una casa podía valer para que muchos ciudadanos percibieran que la preocupación del régimen por solucionar un problema que, para muchos, estaba motivada por las destrucciones de la guerra y la lenta “reconstrucción” agravada por el aislamiento internacional. Por supuesto las personas que recibieron una “casa barata”, estuvieron eternamente agradecidas a la caridad estatal. Pero también muchos ciudadanos que veían como su contribución en tómbolas de caridad o sus donativos eran aprovechados por el Estado para mitigar las desigualdades sociales.27

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La polémica de la tómbola de caridad en Patria, 18 y 19 de mayo de 1952; véase también ARÓSTEGUI, A.: La vanguardia cultural granadina. 1950-1960. Granada, Fundación Caja Granada, 1996, p. 74. 26 ACCIÓN CATÓLICA. Los problemas sociales del campo andaluz. Córdoba, 1953; Ideal, 2 de enero de1952. 27 Archivo Histórico Diocesano de Granada (AHDG), Caja 265-F, “Informe sobre la Asociación Benéfica Constructora de Nuestra Señora de las Angustias”, 11-7-1950.

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3. ¿Qué es lo nuevo?: el éxtasis de la España nacionalcatólica y las percepciones ciudadanas. Pese al retorno de la “cuestión social” al primer plano del discurso del nacionalcatolicismo, la Iglesia de los cincuenta era, en líneas generales, la misma que la de la década anterior. Las pastorales promulgadas por las jerarquías eclesiásticas mostraban mayor interés por mantener bajo control los focos de inmoralidad como el cine, el turismo, las piscinas o la vida privada que por mitigar las desigualdades sociales.28 Unas líneas de actuación que, además de generar enfrentamientos con otros sectores del régimen, incomodaron a una parte de la sociedad española. A finales de 1950, según las autoridades de la provincia de Granada, la mayoría de los habitantes consideraba “excesiva la labor de los organismos censores de Acción Católica” y pensaba que la censura estatal era “suficiente” para garantizar la adecuación de las películas a la moral católica.29 Y es que, a pesar del “nuevo” enfoque social, la imagen de la Iglesia era, también a ojos de los ciudadanos corrientes, idéntica a la de la posguerra. Pese a que él y su familia eran muy religiosos, Camilo apunta que “uno de los grandes errores” de la Iglesia fue “la religión de miedo que nos enseñaban” y añade que “los sermones de los curas eran absolutamente tenebrosos, Dios siempre estaba enojado, todo estaba muy centrado en el sexo y en el miedo”. Por el contrario, Alfonso se alejó completamente del mundo católico como consecuencia del tipo de religión que le transmitieron: “Allí las únicas mujeres que eran santas eran tu madre y tu hermana, todas las demás eran putas […] No sé cómo no salimos maricones”.30 La cobertura ofrecida por el régimen, el contexto internacional y el vacío temporal dejado por Falange, fueron aprovechados a la perfección por los sectores católicos para incrementar su control y presencia entre la población. Desde mediados de los cuarenta y durante toda la década de los cincuenta, el catolicismo inundó las calles, mostrando a los españoles la imagen de una Iglesia cada día más fortalecida. Actos marianos, peregrinaciones de la Virgen de Fátima, misiones populares, romerías o rosarios de la aurora poblaron el espacio público de ciudades y pueblos. La organización de las misiones fue probablemente el acto en que mayores esfuerzos depositaron los 28

Una buena prueba de lo dicho fueron las llamadas “cruzadas pro decencia” emprendidas en varias diócesis españolas: BOAG, “Exhortación pastoral sobre la Cruzada Pro-Decencia”, marzo de 1948; “Exhortación pastoral sobre la inmoralidad reinante”, julio de 1951. 29 La opinión de los granadinos en: AGA, Cultura, Delegación Nacional de Prensa Propaganda y Radio, Caja 21/23657, “Parte mensual de actividades provinciales”, noviembre de 1950. 30 Entrevista a Camilo, Granada, 21 de julio de 2011 y a Alfonso, Granada, 17 de marzo de 2011.

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“católicos” del régimen. Su celebración siempre fue acompañada de un despliegue propagandístico y una movilización impresionantes con el objetivo de transmitir a los ciudadanos que lo religioso ocupaba todos los espacios. De alguna forma, estos actos servían para acercar la nación –católica– a los ciudadanos gracias al concurso de las autoridades locales y a la participación de todo el pueblo en las ceremonias que se realizaban.31 Si hacemos caso de las crónicas elaboradas por la prensa o las propias autoridades eclesiásticas, las ceremonias en los pueblos siempre sobrepasaron las expectativas de asistencia, resultando insuficiente el aforo de los templos ante la afluencia de fieles y siendo necesaria la instalación de altavoces en sus fachadas. A lo largo de las misiones, la Iglesia podía comprobar con satisfacción el fervor de la población y su generalizada participación en las prácticas religiosas. En la misión organizada el 30 de marzo de 1949 en el barrio de Salamanca en Madrid tuvieron que “habilitarse nuevas Iglesias” ante los “varios miles” de personas que “desbordaron las previsiones oficiales”. En 1954, las jerarquías eclesiásticas afirmaban que, en los actos misionales celebrados en el pueblo de Torvizcón (Granada), el templo “se vio repleto de fieles que a pesar de la lluvia persistente en los últimos días no cesaron de venir cada vez con mayor fervor”. Y en noviembre de ese mismo año, las autoridades cordobesas se congratulaban de que a la Santa Misión celebrada en la prisión provincial hubieran ido “nada menos que 603 de los 650 reclusos”.32 Evidentemente, la prensa sobrestimó la asistencia a los actos y el fervor de quienes acudían- Baste recordar que, durante la celebración de una misión evangélica celebradas en Málaga en 1950, en uno barrio obrero, apareció una pancarta que decía literalmente “MENOS MISIONES Y MÁS RACIONES”.33 Pero, pese a ello, no debemos minusvalorar el impacto de tales eventos entre la población ni tampoco la capacidad movilizadora del catolicismo entre determinados sectores sociales. Especialmente entre los habitantes de un mundo rural marcado por duras condiciones de vida y una rutinaria existencia, para los que la llegada de misioneros suponía un cambio en su vida cotidiana. Camilo, por ejemplo, recuerda

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Son las locales las instituciones nacionalizadoras más efectivas por su cercanía al pueblo: QUIROGA, A. “Les tres esferes. Cap a un model de la nacionalització a Espanya”, Segle XX: revista catalana d’historia, 4, (2011), pp. 143-160. 32 ANDRÉS GALLEGO, J.: PAZOS, A. M. y DE LLERA, L.: Los españoles entre la religión y la política. El franquismo y la democracia. Madrid, Aedos, 1996, pp. 64-65.Los ejemplos en ABC (Madrid), 31-3-1949;: BOAG, “Santa Misión en Torvizcón”, mayo de 1954; y ABC (Sevilla), 12-11-1954. 33 AGA, Presidencia, DNP, Caja 20760, 11-3-1050, citado en DEL ARCO BLANCO, Miguel Ángel. “Hunger and the Consolidation of the Francoist Regime, 1939-1951”, European History Quarterly, 40:3, (2009), p. 475.

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haber vivido una misión de capuchinos en su pueblo de Jaén como “algo muy importante a lo que todo el mundo iba”.34 Dos ejemplos locales pueden resultar bastante demostrativos de la incidencia que los actos religiosos tuvieron en la vida de los españoles corrientes y atestiguar la importancia de la presencia eclesiástica en la esfera pública. El primero de ellos fue la Santa Misión celebrada en octubre de 1949 en Granada. La importante inversión económica y el alto grado de colaboración mostrado por las diferentes ramas de Acción Católico contribuyeron a hacer de la ciudad durante un verdadero templo viviente. Los organizadores no repararon en gastos. Así, quedó instalado un equipo de 27 altavoces para escuchar la palabra de Dios y una gigantesca tribuna presidida por una enorme cruz, situada en el centro del casco urbano.35 Una vez iniciada la Santa Misión, no tardaron las fuentes oficiales en subrayar que la asistencia había sido mayor de la esperada, superando en algunos momentos y actos los 70.000 asistentes. 120.000 comuniones repartidas y un 51% de granadinos misionados fue el exitoso balance que cosechó la Iglesia en la provincia de Granada..36 Al margen de las cifras y de que la Iglesia pudiera pecar de un exceso de triunfalismo, los defensores de una España nacionalcatólica podían sentirse satisfechos de lo vivido aquellos días. En la memoria de los granadinos quedó el recuerdo de la “Santa Misión” de 1949 como algo que – positiva o negativamente– tuvo un enorme eco en la ciudad. Por supuesto, surgieron voces críticas con la ostentación de la Iglesia, como la del cura obrero Manuel Ganivet Zarcos, que la concibió como uno de los intentos de las jerarquías por tratar que los españoles “se sintieran asediados por la culpa”. Otros, como Antonio Márquez Villegas, guardaban aún en su recuerdo los “llenos hasta la bandera” que experimentaron en aquellos días los templos de la ciudad, de los que “se salía con el alma más reconfortada”. Pero, generalmente, la mayoría de los ciudadanos vivieron la Misión como la prueba más evidente de que la España de Franco era fundamentalmente católica porque, entre otras cosas, ninguno de los integrantes del régimen –incluidos los falangistas– lo ponían en entredicho. En aquel año a nadie pareció importarle que el

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Entrevista a Camilo, Granada, 21 de julio de 2011. Sobre la organización de la “Santa Misión”: BOAG, “Crónica de la Santa Misión general de Granada”, enero de 1950 36 BOAG, “Crónica de la Santa Misión general de Granada”, enero 1950; AACE, “Memoria de la Unión Diocesana de Mujeres de Acción Católica de Granada”, curso 1949-1950. 35

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“Día de los Caídos”, coincidente con los actos misionales, pasara por las páginas de la prensa en medio del más absoluto de los silencios37 El cénit de la creciente presencia del catolicismo en las calles de Granada la puso la celebración, del 15 al 18 de mayo de 1957, del IV Congreso Eucarístico Nacional en la ciudad. De nuevo, la maquinaria propagandística de la Iglesia y Acción Católica se activó para que los actos alcanzasen la mayor brillantez posible. Para contribuir a su difusión, se creó un “Boletín de Información”, se repartieron 150.000 hojas de inscripción, e, incluso, se rebajaron las tarifas ferroviarias a fin de lograr una asistencia masiva.38 Durante la celebración del Congreso, los sectores “católicos” jugaron todas sus bazas. La “cuestión social” entró en escena la noche del 17 de mayo en la gran Eucaristía celebrada para el mundo del trabajo, de la mano del Arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, y del Obispo de Solsona, Vicente Tarancón. Pero el colofón llegó el día 19 de mayo, cuando Francisco Franco se desplazó a Granada para participar en los actos de clausura. El radiomensaje del Papa fue escuchado por la miles de granadinos y andaluces arrodillados, que luego acudieron en masa a la procesión eucarística que recorrió las calles de la ciudad.39 Las dimensiones alcanzadas por el Congreso confirmaron que a la Iglesia no le faltaban seguidores. Pero, en esencia, lo que actos como éste consiguieron fue llevar el catolicismo allí donde era visible: a las calles. Ningún granadino podía escapar a la imagen de un nacionalcatolicismo poderoso y consolidado, ni a su enorme capacidad movilizadora y socializadora. Dentro de los propios sectores del catolicismo o entre estos y otros componentes del Estado podían existir enfrentamientos soterrados e, incluso, trascender a la opinión pública. Pero las concentraciones religiosas masivas, refrendadas además con la presencia del Jefe de Estado, transmitían a la gente que la unión entre la Iglesia y el régimen seguía siendo tan sólida como en 1939, que los apoyos sociales al franquismo parecían intactos y que, atraídos por la religión, continuaban siendo muchos los españoles que entendía su fe católica como algo íntimamente unido a su nacionalismo español. 4. Conclusiones

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Los testimonios en: QUITIÁN, A. et. al. Curas obreros en Granada. Alcalá la Real, Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler, 2005, p. 140; MÁRQUEZ VILLEGAS, A.: Granada en mi memoria… Op. Cit., pp. 281-282 38 La organización del Congreso en: Crónica General del IV Congreso Eucarístico Nacional. Granada, Imprenta Francisco Román Camacho, 1957, pp. 49-176 y BOAG, “Sobre la organización del Congreso Eucarístico”, febrero 1957. 39 Todos los actos del congreso en Crónica general… Op. Cit., 213-324, e Ideal, 16 a 21 de mayo de1957.

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La cultura política del nacionalcatolicismo resultó hegemónica durante toda la década de los cincuenta. En las altas esferas del Estado, los sectores católicos se vieron favorecidos por la coyuntura internacional para ganar terreno a los falangistas, si bien, estos siguieron contando con importantes áreas de poder. Desde allí, pudieron ir pergeñando un modelo de Estado muy alejado del pretendido por Falange, en el que la religión católica y el tradicionalismo se convirtieron en piezas fundamentales. El cambio de gobierno de 1957, relevó a los ministros vinculados a la Acción Católica Nacional de Propagandistas por los del Opus Dei, pero no supuso una modificación esencial de principios esenciales que habían sido fijados con anterioridad a la Guerra Civil. A otro nivel, en las ciudades y pueblos de España, los ciudadanos vieron cómo la Iglesia mantenía intacta su presencia en sus vidas diarias y la percibieron cada vez más como el componente más importante de la dictadura franquista. A lo largo de los cincuenta, en el seno del catolicismo español, empezaron a aparecer discursos más flexibles que el ofrecido por el nacionalcatolicismo imperante desde 1936. La recuperación de la “cuestión social” por determinados sectores católicos provocó la ilusión de que una parte de la Iglesia se estaba desligando de la línea discursiva marcada por el régimen. Sin embargo, en su mayoría eran desviaciones perfectamente tolerables por el régimen que, cuando traspasaban ciertos límites, quedaban rápidamente neutralizadas. Durante os años cincuenta, la lealtad a Franco y las protección que el “Caudillo” le brindaba a la Iglesia resultaron suficientes para que, salvado contadísimas excepciones, los sectores católicos permaneciera fieles al régimen y contribuyeran a su consolidación y permanencia. La Iglesia que veían los ciudadanos corrientes tras quince años de “paz” era la Iglesia del Concordato de 1953, que obtenía numerosos privilegios en España a cambio de colaboración interna y respaldo internacional para la dictadura. La institución eclesiástica ya no tenía obispos que levantaban el brazo bajo los pórticos de los templos, pero sí quienes lanzaban pastorales diciendo que el baile era pecado y advirtiendo de los peligros del incipiente fenómeno turístico; ya no convivían los símbolos fascistas con los religiosos en las multitudinarias ceremonias religiosas de la posguerra, pero se celebraban actos de mayores dimensiones si cabe en los que la calle debía ofrecer el aspecto de una antesala del cielo; ya no era necesario que los párrocos emitieran informes sobre los habitantes del pueblo para certificar su buena o mala conducta, pero la vida local seguía girando en torno a curas con gran influencia sobre los comportamientos de una población mayoritariamente católica. Este era, en definitiva, el 15

cuadro de la España de los cincuenta en el que los españoles corrientes, los que no formaban parte del régimen, pero tampoco de la oposición, consolidaban – ya fuera con su consentimiento, su indiferencia, o su resignación– la cultura política defendida por el nacionalcatolicismo y, con ello, al propio régimen franquista.

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