“…y algunos, y muchos…”: debate en torno a la representación de la mendicidad en la tratadística sobre la pobreza del siglo XVI

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Descripción

"…y algunos, y muchos…": debate en torno a la representación de la
mendicidad en la tratadística sobre la pobreza del siglo XVI



Juan Manuel CABADO

Universidad de Buenos Aires – CONICET

[email protected]



Los autores más representativos de la tratadística española sobre la
pobreza del siglo XVI –Juan Luis Vives, Domingo de Soto, Juan de Robles,
Miguel de Giginta y Cristóbal Pérez de Herrera– configuran en sus obras
dispositivos ideológicos de universalización[1] o excepción que permiten
proyectar la representación de la mendicidad o bien como un colectivo
homogéneo negativizado en su totalidad, o bien como un colectivo
heterogéneo en donde los rasgos descriptivos de carácter negativo solo
recaerían sobre una ínfima porción del grupo caracterizado. En este eje del
debate, la argumentación se tuerce, fluctúa, entra en conflicto con otras
exposiciones tipificadas y permite rastrear en el titubeo del texto o en
los pliegues de la discusión, la fragilidad de la fuente expositiva y del
propio preconcepto que, en muchas de sus ramificaciones, continúa operante
en nuestro imaginario actual.
Cuando se desarticulan los procedimientos ideológicos a partir de los
cuales se enmarca un sistema represivo y de exclusión sistemática contra un
colectivo o estrato social determinado, suele quedar en evidencia el
proceso de semantización reduccionista, iterativo, estigmatizante, que va
forjando los haces de sentido de las construcciones caracterológicas con la
explícita o velada intención de criminalizar a dichos grupos. Cómo sostiene
Italo Mereu: 
 
… no es posible estudiar, analizar y comprender la historia [...] si
no se parte del concepto de intolerancia institucionalizada (de forma
manifiesta o enmascarada), que lo destruye y unifica todo, que todo lo
somete al rayo mortal de las ideologías «oficiales» y que reduce
(siempre) al desviado, al hereje, al diferente o a quien pertenece a
un grupo minoritario, al nivel de hecho delincuencial, con quienes no
cabe discutir, sino que hay que criminalizar (2003, pág. 32)
 
Uno de los discursos más influyentes a nivel europeo sobre la
problemática de la pobreza y punto de referencia inexcusable de los
tratados españoles posteriores es la obra Sobre el socorro de los pobres
(1525[2]) de Juan Luis Vives. En este texto, la caracterización del mendigo
prototípico se asocia al vicio, al delito sistemático y a todo tipo de
subversiones legales, éticas y morales, llegando incluso a la explícita
deshumanización.[3] Para Vives, el asco que produce el mendicante es
plurisensorial: "tales podredumbres y úlceras no sólo se meten en los ojos
sino que también se acercan a las narices, a la boca y casi a las manos y
al cuerpo de los que pasan. Tan grande es el descaro de los que piden"
(Vives, 2004, pág. 133). La urgencia por paliar la pobreza, si bien intenta
maquillarse de caritativa, no se evidencia centrada en socorrer a los
pobres como podría sugerir el título de la obra, sino más bien en el
intento de una sepsis moral: ya que la mendicidad es una plaga,[4] un virus
en las entrañas de la ciudad que, por su esencia viciosa y endémica,
infecta al resto de los habitantes.
El mendicante es construido como un permanente signo de interrogación,
como una figura que plantea ante el otro juzgante toda una serie de
incógnitas acerca de su propia seguridad –física, material, moral–. Este
rasgo se ve reforzado por la caracterización de la exterioridad del
marginal como un disfraz para la puesta en escena de su propia miseria.
Heridas, llagas, deformaciones y enfermedades pueden ser realidades
contagiosas o simples argucias para despertar la caridad. Su estado no
sería entonces digno de conmiseración, ya que posee su basamento en una
praxis profesional, lucrativa y placentera; una paradójica "riqueza"
equiparable al capital:

… por el placer de la ganancia sin trabajo convierten la necesidad en
oficio, no queriendo cambiar este sistema de adquirir dinero y
luchando por su mendicidad, si alguien intenta quitársela, no menos
que otros por sus riquezas; así, pues, piden limosna siendo ricos y la
reciben de aquellos a los que con mayor justicia deberían darla.
Descubierto esto en algunos hace a todos sospechosos. (Vives, 2004,
pág. 88) [La cursiva es nuestra.]


Cabe detenerse en la última sentencia, ya que el discurso de Vives
pareciera enunciar –como en un lapsus revelador– el procedimiento
ideológico que el mismo texto despliega y que se repetirá, como una
constante, en posteriores tratados. Presentar de forma negativa a un
particular o subgrupo instalará la duda sobre el colectivo, permitiendo
naturalizar y generalizar[5] rasgos que revisten un carácter ficticio o
excepcional.


Polemizando con esta serie de estrategias ideológicas –parte de las
cuales justificaba las modificaciones que se fueron desarrollando en la
legislación europea–, a principios de 1545, se publica en Salamanca el
tratado de Domingo de Soto intitulado Deliberación en la causa de los
pobres. Si bien el texto avala el cribado de pobres entre "verdaderos" y
"falsos", despliega al mismo tiempo una crítica detallada contra las nuevas
legislaciones reformistas, buscando mitigar la coacción que se intentaba
implementar sobre los menesterosos locales y –sobre todo– extranjeros. Ante
la generalización de los rasgos deshumanizantes atribuidos a los pobres y
orientada a quitarles los pocos derechos que poseían, Soto propone –y
opone– la aplicación general de la legislación sobre todos los estratos
sociales: "si el estado de sí es lícito, por los que hay delincuentes, no
han los otros de perder su derecho; y como el estado de los pobres sea
lícito hanse de castigar los malos y no excluirlos a todos" (Soto, 2003,
pág. 71).
Soto contraataca a los reformistas que intentan una negativización
general de la pobreza, pero salvándose –irónicamente, tal vez– de utilizar
el mismo posicionamiento ideológico universalizante para con ellos:


El fin de esta empresa [la reforma] no ha de ser tanto el odio y el
hastío de los pobres ni el castigo a los malos que entre ellos hay,
como el amor y piedad y compasión de este miserable estado de gente y
dar orden como mejor sean proveídos los necesitados. […] Empero es de
ver si entre los primeros movedores hubo algunos, porque no
sospechemos de todos, que desearon y pretendieron esto más por
escaparse de muchos pobres que por deseo de colocar mejor sus limosnas
en los pocos. (Soto, 2003, pág. 75) [La cursiva es nuestra.]


El problema que diagnostica Soto, tratando de equilibrar la balanza,
es que la generalización negativizante corre paralela a la excepción de la
igualdad ante la ley y de la distribución de los beneficios económicos,
potenciando la condición marginal de los estratos sociales más
perjudicados.


Replicando gran parte de la argumentación de Soto, Juan de Robles
escribirá un mes y medio después, el tratado De la orden que en algunos
pueblos de España se ha puesto en la limosna para remedio de los verdaderos
pobres (1545). Esta obra es una respuesta sistemática y detallada que
vuelve a reencuadrarse en la línea vivista de la negativización
universalizante de la pobreza: "sepamos que la codicia en esta gente
desordenada ha hecho que no pocos, sino muy muchos, se hayan llagado y
descoyuntado a sus hijos para sacar dinero" (Robles, 2003, pág. 175).
Robles procura –como casi todos los reformistas– distinguir entre
pobres "verdaderos" y "fingidos", pero la proporción de los primeros sería,
para el autor, tan ínfima –uno en mil– que su diagnóstico permitiría
proyectar cualquier medida de clasificación propuesta como represión
generalizada:


…hemos visto y sabido (no sin gran dolor y lástima), que infinitas
veces se ha ofrecido y ofrece a estos que andan por el mundo
mendigando, que asienten con personas que los quieren tomar, y apenas
se halla entre mil uno con quien se pueda acabar, tan contentos están
de aquella sucia y ociosa vida y de aquella desventurada libertad.
(Robles, 2003, págs. 181-182) [La cursiva es nuestra.]


El ataque contra los mendicantes se recrudece considerablemente en
este texto, en el cual se llega a afirmar, resignificando el imaginario en
torno al Lázaro evangélico, que es preferible dar las sobras a los perros
que a los pobres fingidos.[6] El carácter global de la intencionalidad
represiva termina de confirmarse con la equiparación de los pobres con los
dos pueblos por antonomasia perseguidos y desterrados por la cristiandad
hispánica: "Echáronse en nuestros tiempos los judíos y los moros de estos
reinos […] sin haberse seguido de ello daño alguno, antes muy grandes
provechos. Así que no es novedad entender en quitar de las puertas y calles
a los pobres" (2003:164).
Un elemento a destacar que introduce Robles –y que después retomarán
Giginta y Herrera– es la selección automática por hambre.[7] Una vez que se
le otorguen insignias a una pequeña porción de los pobres clasificados como
"verdaderos" –ya vimos que el promedio de Robles es uno entre mil–, el
resto, por la ausencia de limosnas, se verá forzado a trabajar por la
comida y a enmarcarse dentro de la ideología y las prácticas cristianas:
"todos los disfavores y asperezas que le muestren, y hambre y sed que le
hagan pasar, para que por vergüenza, por hambre o por miedo venga a hacer
lo que debe, obra es de misericordia más excelente que darle pan, pues son
obras de misericordia espirituales" (Robles, 2003, pág. 141).


Buscando una vía intermedia entre las posiciones de Soto y de Robles,
Miguel de Giginta escribe en 1579 su Tratado de Remedio de Pobres,
configurado estructuralmente como una ficción dialogal. Esta particularidad
de presentar los argumentos furibundos contra los pobres en la voz del
personaje Mario, en tensión dialéctica con Valerio que defiende el memorial
del propio autor inserto en el paratexto, brinda una puesta en escena
ficcional de las acaloradas discusiones que probablemente acaecieron en la
época. En ese juego dialógico de ataque y defensa constantes, la discusión
sobre lo general y lo excepcional de los preconceptos en relación con la
pobreza, se vuelve a poner sobre el tapete:


MARIO: Considérame pues la codicia de estos. Son tan interesados que no
hay embuste que no inventen para sacaros el dinero de la bolsa. Hácense
mil llagas fingidas […] los padres rompen los brazos o piernas a los
niños, o los ciegan, para ganar con ellos en cuanto los viven y para
dejarles para después con renta perpetua [...]
VALERIO: […] por tan pocos como habrá de esos, no debéis de infamar a
todos, porque hacéis enfriar la caridad para con los verdaderos que lo
pagan. (Giginta, 2000, págs. 73-74)


Como podemos apreciar, Valerio desplaza la responsabilidad en la
disminución de la caridad del juzgado al juzgante: ya no es la arrogancia
mendicante –como sostenía Vives–, sino la generalización de la infamia del
otro, la que va construyendo el desprecio hacia el colectivo depauperado.
El dispositivo persecutorio y la proyección del estereotipo del pobre
fingido como universal, se hace incluso explícita: "Si vos queréis
perseguir a todos con achaque de los fingidos, es otra cosa. Yo hablo de
los verdaderos, que no pueden vivir sin limosna" (Giginta, 2000, pág. 74).
Ante la batería de interrogantes sobre los que se ha forjado el
estereotipo de la pobreza, lo que pareciera importar a Giginta, en última
instancia, es que la percepción de los pobres esté "purgada de toda
sospecha de ficción" (Giginta, 2000, pág. 130).


El último de los textos más representativos del siglo XVI es el Amparo
de Pobres de Pérez de Herrera, publicado en 1598. El texto se inicia
refiriendo la "experiencia" en galeras del autor como médico de la Corte, y
la supuesta "confesión" de muchos condenados que manifiestan haber cometido
delitos en hábito de mendicantes. Traza así, desde el comienzo, una sutil
conexión entre la pobreza fingida y la criminalidad.
Herrera va un paso más allá en la generalización y criminalización de
la pobreza, asociando todos los padecimientos de España a un castigo
divino producto de las prácticas de los pobres fingidos:

…quitar de España los fingidos, falsos, engañosos, y vagabundos,
usurpadores de la limosna de los otros, transgresores de las buenas
leyes y costumbres de los reinos (cosa que probamos en el nuestro con
lástima y queja general de todos), provocadores con sus pecados y
excesos de la ira de Dios contra todo el pueblo, y causa de contagios
y enfermedades dél, y aún en cierta forma ladrones de la caridad y
limosna cristiana pues con sus desórdenes y mal ejemplo de vida la
entibian y amortiguan. (Pérez de Herrera, 1975, pág. 17)


Herrera vuelve a cargar la culpa de la indigencia en quien la padece,
colocándose de lleno en el plano universalizante y caracterizando al grupo
de los fingidos como una mayoría entretejida entre excepcionales pobres
verdaderos: "hay en estos reinos más número de los que se puede creer […]
entretejidos entre algunos que habrá que lo son verdaderos, viven como
gentiles" (Pérez de Herrera, 1975, pág. 24).
Cuando Herrera llega al punto de enumerar las atrocidades extremas que
se atribuyen a los pobres y que se repiten una y otra vez en la
tratadística, su escritura vacila y deja una marca; un indicio que da lugar
al título de este trabajo y que muestra la fragilidad de la fuente
expositiva, evidenciando cómo la generalización o la excepción son meras
argucias argumentativas para avalar el telos represivo que subyace en la
construcción discursiva: "…y algunos, y muchos, que se ha sabido, que a sus
hijos o hijas en naciendo los tuercen los pies o manos; y aun se dice que
ciegan algunas veces para que, quedando de aquella suerte, usen del oficio
que ellos han tenido, y les ayuden a juntar dinero" (Pérez de Herrera,
1975: 27) [La cursiva es nuestra.]
En consonancia con esta construcción del miedo hacia el otro
depauperado, se configura con particular énfasis, una trama semántica
conformada por metáforas de selección, de cribado, que apuntan a la
eliminación de esos "muchos" que fueron descriptos en el comienzo,
obteniendo como resultado un selecto grupo de pobres "verdaderos". Para
Herrera, al igual que las hormigas y las abejas poseen comunidades
enteramente productivas, los hombres no deben consentir que existan pobres
fingidos y ociosos. Éstos deberán ser arrancados como la mala yerba que
chupa la sustancia de la tierra (Pérez de Herrera, 1975, pág. 257). Uno de
los emblemas que ilustra la obra es más que aclarativo con respecto a este
procedimiento. A la imagen de un ánfora con un ramillete de flores y el
mote Placet compendiosa brevitas le subyace el siguiente terceto
explicativo: "Gran gufto da de vn jardin / El ramillete de flores /
Compuefto de las mejores." (Pérez de Herrera, 1975, pág. 203). Pulir la
pobreza como si fuera un texto, para que solo emerjan las sentencias
prototípicas, edificantes, pintorescas, de los pobres verdaderos. La
selección –al igual que en Giginta y Robles– se hará quitándoles el
sustento esencial: así, los pobres fingidos "se irán secando, como árboles
con la falta de riego" (Pérez de Herrera, 1975, pág. 256).


A lo largo de este breve muestreo se puede apreciar cómo en la
tratadística del siglo XVI se va hilvanando la sutil hebra a partir de la
cual se ciñe cierta visión de mundo sobre la pobreza, articulando una
figura prototípica basada en dispositivos ideológicos de universalización y
negativización caractereológica. Varios siglos después de este debate, que
plasma la intencionalidad política y teórica de reprimir a los indigentes
para forzarlos a reencuadrarse en actividades de explotación con niveles
remunerativos lindantes con la supervivencia, cabe preguntarse hasta cuándo
se habrán de seguir tejiendo mecanismos de dominación psíquica semejantes y
prejuicios que sustentan análogas injusticias sociales.









Bibliografía


Bataillon, Marcel, 1930. "Du nouveau sur J. L. Vives.", Bulletin
Hispanique, 32: 97-133.
Cavillac, Michel, ed., 1975. Cristóbal Pérez de Herrera, Amparo de Pobres.
Madrid: Espasa Calpe.
Eagleton, Terry, 1997. Ideología. Una Introducción. Barcelona: Paidós.
Francisco Calero, ed., 2004. Juan Luis Vives. Sobre el socorro de los
pobres. Valencia: Delegación de Cultura.
Mereu, Italo, 2003. Historia de la intolerancia en Europa. Barcelona:
Paidós.
Santolaria Sierra, Félix, ed., 2000. Miguel de Giginta, Tratado de remedio
de pobres. Barcelona: Ariel.
Santolaria Sierra, Félix, ed., 2003. Domingo de Soto, Deliberación en la
causa de los pobres. Barcelona: Ariel.
Santolaria Sierra, Félix, ed., 2003. Juan de Robles, De la orden que en
algunos pueblos de España se ha puesto en la limosna, para remedio de los
verdaderos pobres. Barcelona: Ariel.



Palabras clave: SIGLO XVI, TRATADISTAS, REPRESENTACIÓN, POBREZA, MENDICIDAD

Keywords: XVI CENTURY, TREATISES WRITERS, REPRESENTATION, POVERTY,
MENDICANCY
 
Resumen:
Los autores más representativos de la tratadística del siglo XVI sobre la
pobreza –Juan Luis Vives, Domingo de Soto, Juan de Robles, Miguel de
Giginta, Cristóbal Pérez de Herrera– configuran, en su textualidad,
dispositivos ideológicos de generalización o excepción que permiten
proyectar la representación de la mendicidad o bien como un colectivo
homogéneo, sin fisuras, o bien como una heterogeneidad en donde lo negativo
solo recaería sobre una ínfima porción del grupo caracterizado.

Abstract:
Juan Luis Vives, Domingo de Soto, Juan de Robles, Miguel de Giginta and
Cristóbal Pérez de Herrera are the XVI century's most emblematic treatises
writers about poverty. They express an imagery in their work that shows
ideological mechanisms of generalization and exception allowing for the
representation of the mendicancy either as a homogeneous group or as a
heterogeneity where the negativity would only fall on a measly portion of
the group.

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[1] "Las ideologías dominantes, y en ocasiones las de oposición, utilizan a
menudo mecanismos como la unificación, identificación espuria,
naturalización, engaño, autoengaño, universalización y racionalización."
(Eagleton, 1997, pág. 276)
[2] La composición de la obra ha sido fechada según diversos criterios
entre 1525 y 1526. Sobre la problemática concerniente a su datación véase
Bataillon (1930).
[3] "Esta costumbre de vida los hace arrogantes, desvergonzados, voraces,
inhumanos" (Vives, 2004, pág. 89)
[4] "…exhortar a los magistrados, y también a los particulares, a que
socorran la pobreza con rapidez, a fin de que no permitan que se adhiera a
las entrañas de su ciudad con grandísimo perjuicio calamidad tan grande y
plaga tan horrible. En efecto, habría que llevar a los necesitados más
ayuda y con mayor rapidez por sus vicios y delitos, con los que llenan su
vida y con los que infectan a los demás, que por su diaria necesidad de
alimento y por su escasez" (Vives, 2004, pág. 90)
[5] "Ahora bien, no he dicho estas cosas de todos sin excepción sino en
términos generales" (Vives, 2004, pág. 90)
[6] "es menos mal que aquellas menudencias se pierdan, que no que con ellas
se mantenga gente ociosa, dañosa o sospechosa a la república" (Robles,
2003, pág. 170)
[7] Este efecto extorsivo por inanición, no pasó inadvertido para el autor
del Lazarillo de Tormes: "ejecutando la ley […] vi llevar una procesión de
pobres azotando por las Cuatro Calles. Lo cual me puso tan gran espanto,
que nunca osé desmadarme a demandar. Aquí viera, quien verlo pudiera, la
abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores: tanto,
que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado" (1998: 93)
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