Voz \"Homosexualidad\" en el \"Diccionario de Pastoral Vocacional\".

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Descripción

HOMOSEXUALIDAD INTRODUCCIÓN La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacía personas del mismo sexo (Cath.2357). Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas y su origen permanece en gran medida inexplicado, pues es el resultado de la interacción de factores muy complejos de tipo genético, biológico, ambiental, vivencial y sociocultural. Aunque la presencia de varones o mujeres homosexuales en la sociedad es minoritaria (entre un 2 y un 5% de la población), la convicción actual de que la homosexualidad supone un estilo de vida alternativo tan aceptable y válido como la heterosexualidad hace que su análisis sea especialmente delicado. En no pocas ocasiones se proponen argumentaciones y se expresan posiciones no conformes con la enseñanza de la Iglesia, que suscitan una justa preocupación en todos aquellos que están comprometidos en la tara del discernimiento vocacional. La homosexualidad ha sido objeto en los últimos tiempos de muchos artículos -algunos de ellos carentes de rigor científico- difundidos por la prensa con titulares sensacionalistas que no reflejan en la mayoría de los casos la naturaleza de los hallazgos, sirviéndose de medias verdades, cuando no de falsedades, para sensibilizar a la opinión pública en favor de los movimientos de liberación de los homosexuales. No es raro encontrarnos, en esta misma línea, con la reclamación que se formula a la Iglesia desde diversos ámbitos sociales en relación a la supuesta discriminación que sufren aquellos a quienes, considerándose homosexuales y viviendo abiertamente su condición, no se les permite acceder a instituciones como el matrimonio o el sacerdocio, se les niega la posibilidad de formar una familia o adoptar hijos, de gozar de una vida como la de cualquier heterosexual. Parece, pues, necesario dar una respuesta a todos estos interrogantes y proponer algunos criterios para el discernimiento vocacional orientados al ministerio ordenado, a la vida religiosa y al matrimonio cristiano.

I. ASPECTOS GENÉTICOS Y BIOLÓGICOS Al tratar el comportamiento homosexual se plantea la cuestión de si existe alguna base biológica o genética en el origen de tal conducta. El tema del determinismo genético de la homosexualidad no puede desligarse del trasfondo moral que conlleva. La perspectiva moral de este rasgo del comportamiento humano sería muy distinta si se tratara de una opción voluntariamente aceptada, sin una base genética demostrada, que si se tratase de un comportamiento inevitable dependiente de un condicionamiento congénito. Hace más de un siglo que se busca un origen genético a la homosexualidad, y los avances científicos indican más bien que no lo hay. Los últimos descubrimientos en el mapa genético reafirman cada vez más la libertad del ser humano: la maravillosa diversidad de los seres humanos no está tanto en el código genético grabado en nuestras células, cuanto en cómo nuestra herencia biológica se relaciona con el medio ambiente. No parece que haya razones suficientes para justificar la noción de un determinismo biológico (Craig Venter). La demostración de una base genética de la homosexualidad se ha abordado históricamente

mediante dos tipos de aproximaciones experimentales: C

El análisis neuroanatómico (Gorski, Allen, Le Vay,) mediante un estudio comparado de diferencias en regiones del cerebro de personas homo y heterosexuales. Estos estudios no han resuelto adecuadamente cuándo el rasgo anatómico es causa o efecto del carácter que se analiza.

C

Un estudio directo de los determinantes genéticos utilizando dos medios: el análisis de gemelos y genealogías familiares (Kallman, Bailey & Pillard,); y el análisis de ligamiento con marcadores moleculares en el cromosoma X (Dean Hamer). La dificultad aquí se encuentra en cómo poder discriminar entre el efecto de los genes y la influencia ambiental.

Todos estos trabajos han resultado poco convincentes hasta el momento pues son todavía muchas las incógnitas por resolver (Rice y Ebers), pero atendiendo a los resultados obtenidos podemos mantener las siguientes conclusiones (N. Jouve de la Barreda): C

La homosexualidad es un carácter complejo, cuantitativo y como mucho dependiente de una predisposición genética, más que de una determinación genética por genes cualitativos, que no han sido descubiertos.

C

Aun cuando los rasgos genéticos y neuroanatómicos parecieran estar correlacionados con la orientación sexual, la relación causal no es ni mucho menos conocida.

C

En nuestra conducta predominan las acciones razonadas frente a las instintivas o reflejas, de modo que la conducta homosexual ha de explicarse fundamentalmente por el componente ambiental -familiar, social y cultural- que influye de forma muy decisiva en el comportamiento humano.

C

En cualquier caso, sí hubiese alguna influencia genética o biológica en la orientación sexual, debería hablarse más de predisposición que de una determinación.

Las personas que experimentan atracción hacia su mismo sexo no serían, en ningún caso, prisioneros de su biología, pues los genes no determinan la conducta, no producen emociones, ni pueden generar pensamientos. Lejos de poseer autonomía informativa, los genes obedecen a factores ambientales que regulan su funcionamiento, explicando ello la emergencia del libre albedrío que hace de los humanos algo más que simples máquinas genéticas determinadas.

II. ASPECTOS PSICOLÓGICOS Y PSIQUIÁTRICOS Tomando como base el Manual de Diagnóstico de las Enfermedades Mentales de la Asociación americana de Psiquiatría (DSM IV), nos percatamos de la evolución que ha tenido el tratamiento de la homosexualidad desde el punto de vista psiquiátrico en los últimos tiempos: en su primera edición de 1952 calificaba a la homosexualidad de “alteración sociopática de la personalidad”; en la segunda edición de 1968 la clasifica como “desviación sexual, trastorno de la personalidad”; en la edición de 1973 sustituyeron, bajo la presión de activistas homosexuales, la consideración de enfermedad mental por la de “alteración de la orientación sexual”, y así se ha mantenido en las ediciones posteriores. Apoyándose en esto, no es infrecuente encontrarnos con tendencias en la psiquiatría contemporánea que consideran éticamente irrelevante la conducta del paciente en materia sexual, presentando la homosexualidad como una opción personal tan aceptable y válida como la heterosexualidad. En el lado opuesto están quienes opinan que no se trata de una opción sino de una verdadera

alteración de la personalidad, pues los homosexuales no son capaces, en determinados aspectos de su vida emotiva, de madurar y de ser adultos. No son felices interiormente ya que generalmente su mundo afectivo es de tipo ansioso, compulsivo o depresivo, caracterizado por depresiones, nerviosismo, problemas relacionales y psicosomáticos; son personas muy sensibles a los choques de opinión y suelen tener un alto componente narcisista de la personalidad. Lo que sí parece evidente desde los estudios clínicos realizados es que las identificaciones en los primeros años de vida son determinantes en la configuración de la orientación sexual de la persona. Sabemos que diversos problemas emocionales durante la infancia y la adolescencia abuso sexual infantil, falta de una buena relación de afecto con el padre en los varones, y con la madre en las mujeres, así como una falta de afecto en general y un mala relación con el mismo género-, son factores que se encuentran habitualmente entre los homosexuales. Así son comunes los casos de varones influidos por la relación con una madre superprotectora, dominante; o con un padre psicológicamente distante, o demasiado crítico, o poco viril, o que le desatiende en favor de su hermanos. Suele estar presente una deficiente identificación del niño o la niña con el progenitor del mismo sexo cuando éste no se siente a gusto en su condición masculina o femenina, o un trato inadecuado de desaprobación permanente por parte de los padres que lleva a los hijos a que no se sientan queridos como en realidad son. Y si la familia es influyente, aún pueden serlo más los contactos con compañeros del mismo sexo: cuando uno se ha sentido excluido en la niñez o juventud por sus compañeros, a la hora de jugar o de realizar actividades va generado de forma latente un complejo de marginación, de no sentirse aceptado que puede ser la causa de la orientación homosexual en el futuro. En no pocas ocasiones el homosexual trata de satisfacer esta necesidad de vínculo y afecto por medio de las relaciones sexuales: la experiencia le resultará completamente insatisfactoria a la larga, pues no se pueden suplir necesidades que no son simplemente sexuales de una manera sexual. Partiendo de esta base se entiende que la homosexualidad como realidad sobrevenida y no como determinación genética, pueda ser susceptible de algún tratamiento médico. Hay abundante experiencia clínica de que en muchos casos se puede superar la tendencia homosexual con una terapia adecuada. Expertos en sexología han descrito muchos casos de homosexuales que se convierten en heterosexuales de modo completamente espontáneo, sin presiones ni ayuda de ninguna clase (D.J. West, M. Nichols o L. J. Hatterer). Está probado que con terapias de reconducción se puede lograr que la persona adquiera una visión clara de su propia identidad y su mundo afectivo, afronte la situación y adquiera hábitos positivos, hasta lograr la reactivación de sus instintos heterosexuales, que suelen estar bloqueados por su convencimiento homosexual. Quienes lo desean verdaderamente y se esfuerzan con perseverancia, mejoran en un tiempo relativamente corto y poco a poco disminuyen o desaparecen sus obsesiones homosexuales, aumentan su alegría de vivir y su sensación general de bienestar. Algunos acaban por ser totalmente heterosexuales; otros padecen episódicas atracciones homosexuales, que son cada vez menos frecuentes conforme toma fuerza en ellos una afectividad heterosexual (Gerard van der Aardweg). En está linea se sitúa la escuela psiquiátrica de la logoterapia (Victor Frankl) que desde la idea de fondo de que la libre decisión de la voluntad puede tener una influencia muy importante en la psicopatología, no desdeña plantear al paciente un horizonte de exigencia si ve que un enfoque humanamente inadecuado de la vida personal es la raíz de sus problemas psicológicos. Plantear la sexualidad como algo irrefrenable resulta -además de contrario a la antropología cristiana- un enfoque humanamente equivocado y poco realista, pues lo normal es que el hombre sea dueño de sus actos.

A título informativo, existen diversas asociaciones dedicadas a ayudar a los homosexuales que quieren reorientar su vida. Información detallada y documentación al respecto se puede encontrar en el sitio web de la NARTH (National Association for Research and Therapy of Homosexuality) (http://www.narth.com), de Courage (http://couragerc.net), o de Exodus Latinoamérica (http://www.exoduslatinoamerica.org).

III. ASPECTOS MORALES El tema de la homosexualidad en relación con los valores éticos y morales es de una gran complejidad. Dentro de la reflexión católica encontramos formas muy diversas de afrontar el problema: desde los que rechazan la orientación y el comportamiento homosexual sin más, hasta los que aceptan éticamente el comportamiento homosexual cuando se dan las mismas condiciones que legitiman el comportamiento heterosexual. Los hay que rechazan las acciones y el estilo de vida homosexual, pero no la orientación o condición homosexual; y quienes afirman que en las acciones homosexuales, cuando se actúa responsablemente, habría un mal óntico pero no necesariamente un mal moral; por fin, para otros las acciones homosexuales en un homosexual irreversible estarían moralmente justificadas en el contexto de una relación amorosa que aspira a la estabilidad. Frente a esta diversidad de opiniones nos interesa destacar la valoración que de la homosexualidad hace el Magisterio, pues es el punto de referencia obligado de cara al discernimiento de las vocaciones. Recordemos el cambio que supuso el Concilio Vaticano II en la comprensión de la sexualidad humana presentándola como una realidad esencialmente positiva creada por Dios y, por tanto, buena (LG 11, GS 50-51, GE 1). La Congregación para la Doctrina de la Fe en 1975 desarrollará en la declaración Persona humana los aspectos referidos a la homosexualidad que no habían sido abordados por el Concilio. Parte la Declaración de una doble distinción: por un lado se habla de homosexualidad adquirida o transitoria y por ello mismo susceptible de reconducción terapéutica, y de condición homosexual originada por cierto instinto innato y por tanto de difícil reconversión, muy en relación con lo ya explicado de las bases biológicas y genéticas de la homosexualidad; por otro lado se recuerda la diferencia entre conducta homosexual o realización de actos homosexuales siempre reprobables, y condición homosexual, tendencia o inclinación que no necesariamente conduce a la realización de dichos actos. Ambas distinciones deberán ser tenidas en cuenta cuando se trate de hacer un juicio moral. Para salir al paso de interpretaciones excesivamente benévolas de la condición homosexual surgidas a partir de la Declaración, la misma Congregación volvió a tratar el tema de la homosexualidad años después (CDF, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1986) afirmando que dicha inclinación, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral y que por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada. Con respecto a los actos o conducta homosexual, la Iglesia siempre ha afirmado que son intrínsecamente desordenados, contrarios a la ley natural porque cierran el acto sexual al don de la vida, no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual y por ello no pueden recibir aprobación en ningún caso. En esta línea el Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la doctrina tradicional de la Iglesia rechazando los actos homosexuales como intrínsecamente malos (Cath. 2357) y moralmente reprobables (Cath. 2396); pero recordando a la vez el respeto, la

acogida y la atención pastoral que la Iglesia debe dar esos hombres y mujeres que presentan tendencias homosexuales instintivas evitando cualquier tipo de injusta discriminación (Cath.. 2358) pues distingue entre la persona, su inclinación y los actos homosexuales. Quienes experimenten esas tendencias están llamados a realizar la voluntad de Dios en su vida, y a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Dejarse llevar por estas inclinaciones solo producirá una angustia más grande, profundos desequilibrios afectivos, una mayor desesperanza y deterioro psíquico. Quienes se encuentran en esta situación están llamados a vivir la castidad, un sacrificio que les proporcionará como beneficio una fuente de autodonación que dará sentido nuevo a su vida (Cth. 2359; CDF, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1-X-1986). Al mismo tiempo la Iglesia condena todas esas expresiones malévolas y acciones violentas de las que han sido tantas veces víctimas los homosexuales, afirmando por encima de todo la dignidad de la persona creada por Dios. Las inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, y por tanto es inmoral realizarlas, pero el homosexual como persona merece todo respeto y ha des ser acogido con compasión y delicadeza También los homosexuales tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la Iglesia, pues para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y mujeres, evitando prejuicios que nada tienen que ver con el espíritu del Evangelio.

IV. HOMOSEXUALIDAD Y DISCERNIMIENTO VOCACIONAL Con estas premisas nos encontramos ahora en disposición de abordar el tema desde el punto de vista del discernimiento de las vocaciones. Se trata de dar una respuesta lo más aquilatada posible a la pregunta: ¿cómo influye la homosexualidad en la opción vocacional? ¿puede un homosexual ser sacerdote, o religioso o contraer matrimonio?

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HOMOSEXUALIDAD Y SACERDOCIO

La condición masculina del sujeto ha sido considerada tanto por el Magisterio como por la legislación vigente como un requisito necesario para la validez de la ordenación (SCDF, Inter insigniores, 5-X-1976; Juan Pablo II, Ordinatio sacerdotalis, 22-V-1994; CIC 1024), entendida ésta desde la identidad -percepción y conciencia propias de ser hombre-, el rol sexual -conducta que muestra el individuo y lo identifica ante los otros como hombre-, y la orientación sexual atracción erótica que siente el varón hacia las mujeres-. Además el Magisterio establece que el futuro sacerdote debe tener un adecuado grado de madurez psíquica y sexual que le permita abrazar con libre decisión el celibato por el Reino de los cielos (CIC 1029; PDV 50; CCDDS, Carta circular sobre los escrutinios acerca de la idoneidad de los candidatos, 1998). Por esto mismo determina que aquellos candidatos que no den muestras de poder vivir adecuadamente el celibato o que padezcan desviaciones afectivas incompatibles con él, desórdenes de la orientación sexual, sean apartados del ministerio presbiteral, sin dejarse llevar en este punto por un equivocado sentido de tolerancia (Juan Pablo II, Discurso al segundo grupo de obispos de Brasil en visita “ad limina”, 5-IX-2002). La homosexualidad impide a la persona llegar a su madurez sexual, tanto desde el punto de vista individual como interpersonal, por lo que es un problema que debe ser asumido por la persona y por los educadores cuando se presente el caso con toda objetividad. El educador deberá

individuar los factores que impulsan al candidato hacia la homosexualidad, valorarlos a la luz del Magisterio y ofrecerle las ayudas necesarias, sugiriendo si fuera necesario la asistencia médico psicológica de un profesional competente y respetuoso con las enseñanzas de la Iglesia (CEC, Orientaciones educativas sobre el amor humano, 1-XI-1983). Desde aquí no se puede obviar que dentro de lo que se entiende comúnmente como homosexualidad existen diferentes grados que no pueden considerarse idénticos en el momento de emitir un juicio sobre la idoneidad, por lo que puede resultar útil presentar una breve tipología: C

Tenemos por un lado modelos de comportamiento relacionados con la homosexualidad pero que no tienen necesariamente por qué ser reflejo de ella, como son el comportamiento de disconformidad con el papel del propio sexo -la persona orienta algunos de sus intereses y actividades hacia los propios del otro sexo-, o los denominados miedos homosexuales -sentimiento difuso sin sentir claramente atracción homosexual-, que no debemos suponer que signifiquen un trastorno del sentido de la identidad personal sino que son fruto, la mayor parte de las veces, de otros problemas internos que hay que abordar. Cuando puedan ser educados con medios ordinarios incluida la consulta psicológica especializada- no representará un impedimento serio para la admisión al ministerio.

C

Por otro, encontramos personas fundamentalmente heterosexuales, pero que han tenido esporádicamente algún contacto homosexual a edad temprana, especialmente durante la adolescencia. Leídos en el contexto del descubrimiento de la sexualidad y de la búsqueda de modelos de identificación propios de esta etapa, si se han reducido a este momento no podrán considerarse estrictamente como signo de homosexualidad y no parece que exista demasiado problema en lo que respecta a la admisión al orden sagrado.

C

Cuando se trata de personas que percibiéndose heterosexuales, tienen reacciones psíquicas homosexuales frecuentes, propiciando relaciones intensas e inmaduras con personas del mismo sexo -amistades exclusivas-, si no tienen expresión física y están focalizada en una persona o un pequeño grupo al que el candidato se siente unido emocionalmente, podría tener solución con la debida asistencia médico-psicológica de una persona atenta y respetuosa a las enseñanzas de la Iglesia. Si se comprueba al final que el candidato tiene el suficiente autocontrol, humildad y tenacidad y que sus ideales son suficientemente sólidos podría ser admitido.

C

En el caso de personas que han tenido frecuentes relaciones físicas homosexuales, tanto si se perciben preferentemente heterosexuales, como bisexuales, predominante o exclusivamente homosexuales, dado que sus comportamientos se sitúan dentro del marco de las conductas no aceptadas por la Iglesia como expresión de la sexualidad humana, no pueden ser considerados idóneos para el ministerio. La contraindicación para el ministerio en estos casos debe considerarse como absoluta.

Un estudio aparte merecen los trastornos de la identidad sexual que se producen cuando el individuo se identifica de un modo tan intenso y persistente con el otro sexo que desea ser o insiste en que es del otro sexo, provocando un malestar profundo, un deterioro social, laboral y de otras áreas importantes de la actividad del individuo, un aislamiento social, baja autoestima y predisposición a sufrir depresión, a presentar ideación suicida, o a tener síntomas de ansiedad. Entre estos trastornos está el travestismo que consiste en vestirse con ropas del otro sexo con la finalidad de buscar la excitación sexual. Junto a él está la transexualidad o disforia de género que afecta a las personas que no aceptan su sexo biológico, teniendo el fuerte convencimiento de haber nacido con el sexo equivocado. En ambos casos el tratamiento no siempre es posible

por lo que existiría una contraindicación absoluta para recibir las órdenes, especialmente cuando se trata de transexualismo, pues quienes lo padecen no encuentran alivio a su malestar sino es a través de una reasignación de sexo.

2)

HOMOSEXUALIDAD Y VIDA CONSAGRADA

El voto de castidad por el Reino de Dios es una respuesta libre y gozosa del amor preferente, total a la llamada de Dios que invita al consagrado a participar de la plenitud de su vida, a entrar en su intimidad, sublimando así todo amor humano, comprometiendo a quien lo realiza libremente a practicar la continencia perfecta, que implica la renuncia a todo acto sexual y a toda satisfacción sexual impura y la canalización de toda la energía de la sexualidad hacia la construcción del Reino (PC 12; VC 88; CIC 599). Así entendida la castidad favorece el desarrollo de la personalidad del consagrado, facilita la intercomunicación en la comunidad, solidifica las relaciones fraternas, mejora las relaciones de amistad y se convierte en signo de fecundidad, siendo una ayuda inestimable para la caridad. Un compromiso de esta envergadura precisa de una madurez y un equilibrio psicológico y sexual muy especiales que permitan al consagrado abrazar con libre decisión el celibato por el Reino de los cielos. Vale para aquí lo expuesto en el apartado anterior con referencia a la madurez exigible para los candidatos al ministerio sagrado. Una Instrucción a los superiores de los Institutos de Vida Consagrada (La selección y la formación de los candidatos a los Estados de Perfección y a las Sagradas Órdenes) afirmaba en 1961 que se debía impedir el paso a los votos religiosos a todos aquéllos que estuvieran afectados por tendencias homosexuales o pederastia. La razón que se aducía era la evidente dificultad, cuando no imposibilidad práctica, para vivir la castidad como nota característica y esencial de la vida consagrada. Por tanto la Iglesia pide que se excluya de la vida religiosa a aquéllas y aquéllos candidatos que no logren dominar sus tendencias homosexuales o que pretendan adoptar una tercera vía vivida como un estado ambiguo entre el celibato y el matrimonio (CIVC-SVA, Orientaciones sobre la formación en los institutos religiosos, 2-II-1990). No faltan quienes han señalado que la condición homosexual, en sí misma, no debería convertirse en impedimento para una opción por la vida consagrada asumida por motivos religiosos. La cuestión a plantear sería la de la capacidad que se pueda apreciar en los candidatos para vivir coherentemente una vida celibataria. Sabemos que la vía para canalizar la sexualidad es la sublimación: eliminar la tendencia erótica en relación con el otro para dirigir toda la carga pulsional hacia las relaciones con los demás desde la cordialidad y el afecto, creando vínculos de cercanía y colaboración para la consecución del ideal común. La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (Cath. 2339). Y esto es una obra que dura toda la vida: la castidad nunca se considerará adquirida de una vez para siempre porque supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (Cath. 2342) y tiene unas leyes propias de crecimiento que pasa también por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado (Cath. 2343). La tarea de discernimiento estaría centrada más en comprobar si el candidato ha logrado asumir su propia orientación sexual y dominar-sublimar esas tendencias, que en cuál sea el signo de esa orientación. Sin embargo, es cierto que en el estado de vida consagrada concurren unas especiales circunstancias que fácilmente pueden animar a personas con orientación homosexual a elegir esa

opción vocacional: por un lado se trata de una vida en convivencia con personas del mismo sexo; por otro, el proyecto de vida consagrada puede ocultar la incapacidad personal para emprender un proyecto de familia. Estas variables que configuran la circunstancias en las que se va a desarrollar la vida del religioso añaden un grado de conflictividad que probablemente sea mayor entre los sujetos homosexuales que entre los heterosexuales. De ahí que el análisis previo a la incorporación dentro de la vida consagrada debe ser más cuidadoso y atento en estos casos, exigiendo siempre las garantías de equilibrio y madurez que pide la Iglesia.

3)

HOMOSEXUALIDAD Y MATRIMONIO

Para comprender la influencia de la homosexualidad en el matrimonio es necesario recordar dos principios esenciales que nos vienen dados por el derecho natural: C

que la alianza matrimonial es un consorcio para toda la vida realizado entre un varón y la mujer, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole (CIC 1055 §1).

C

y que la causa del matrimonio es el consentimiento de las partes legítimamente manifestado y que ningún poder humano puede suplir, entendido éste como un acto de la voluntad por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable (CIC 1057).

Es evidente que en el caso de las personas homosexuales existe una incapacidad real para el ejercicio recto de la sexualidad que se concreta en la complementariedad afectiva y la procreación, provocando una verdadera impotencia coeundi psíquica (CIC1084 §1). La dialéctica abierta entre la masculinidad y la feminidad, necesaria para que exista una verdadera comunión de vida conyugal, no se da cuando uno de los miembros de la pareja es homosexual. Cuando la condición homosexual va acompañada de una alteración general de la personalidad, además puede darse un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar (CIC 1095 §2), es decir, existirá en la persona una desviación de la inteligencia y de la voluntad que le impedirá concebir rectamente la vida conyugal heterosexual y por tanto que le incapacitará para deliberar sobre ello y hacer una opción auténticamente libre. Se podría acusar también la nulidad del matrimonio por la incapacidad del homosexual para cumplir las exigencias de la fidelidad conyugal, si es tal la intensidad de la desviación que el homosexual no puede evitar las relaciones con personas del mismo sexo (CIC 1095 §3). Incluso podría ser nulo el matrimonio por error (CIC 1097-1098) o por condición puesta por la otra parte (CIC 1102 §2), aunque estas hipótesis son poco probables en la práctica debido a que es difícil que una parte no sospeche la homosexualidad de la otra, o que sabiéndolo continúe la relación con él. Todos estos argumentos podrán ser reclamados también cuando se trate de casos de bisexualidad fuertemente arraigada o de transexualismo. En cuanto a la posibilidad de las uniones entre homosexuales, recuerda insistentemente el Magisterio que el matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas, sino algo distinto: se trata de una comunión de personas en el amor que implica el ejercicio de la facultad sexual, la cual está ordenada a la fecundidad. Esto sólo es posible entre personas de distinto sexo, por lo que no habría fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y heterosexuales. Los actos homosexuales cierran el acto sexual al don de la vida, no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual y por ello

no pueden recibir aprobación en ningún caso. Las razones frecuentemente aducidas del respeto y la no discriminación, o de la autonomía personales no justifican atribuir el status jurídico y social del matrimonio a formas que no lo son ni pueden serlo por la naturaleza misma de las cosas. (CDF, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 3-VI-2003).

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TÉRMINOS AFINES: sexualidad, afectividad, madurez, celibato, castidad, idoneidad, ordenación, votos, matrimonio, consagración.

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