Veinte años en la investigación de la Edad del Hierro en las Tierras de León

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Descripción

A R Q UEOLE ÓN H ISTO R IA

D E

L E ÓN

A

TR AV É S

D E

L A

A C TA S MUSEO DE LEÓN

NOVIEMBRE 2013 / MARZO 2014

II

AR Q U E O L O GÍA

El presente libro recoge los textos correspondientes al “Segundo Ciclo de Conferencias sobre Historia de León a través de la Arqueología: ArqueoLeón”, celebrado entre los meses de noviembre de 2013 y marzo de 2014 en la sala de exposiciones temporales del Museo de León, coordinado y organizado por esta misma institución. © de los textos, fotografías, ilustraciones y gráficos: sus autores Coordinación: Luis Grau Lobo (director del Museo de León) Proyecto gráfico: menoslobos Portada: petroglifo de Peña Fadiel (Filiel, Lucillo de Somoza) Fotografía gentileza de José Ramón Vega © de la presente edición, 2015 JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN y DIPUTACIÓN DE LEÓN I.S.B.N: 978-84-606-6728-5 Depósito Legal: Le. 146-2015 Imprime: Gráficas Celarayn, s.a. (León)

PREHISTORIA

JESÚS CELIS SÁNCHEZ ILC (Diputación de León)

FERNANDO MUÑOZ VILLAREJO Arqueólogo

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VEINTE AÑOS EN LA INVESTIGACIÓN DE LA EDAD DEL HIERRO EN LAS TIERRAS DE LEÓN

INTRODUCCIÓN

A la hora de valorar lo que ha venido aconteciendo en la investigación de la Edad del Hierro en las tierras leonesas durante los últimos veinte años, tenemos que acudir necesariamente a los hitos fundamentales que han contribuido a que hoy, en comparación a lo que se conocía hace cuatro lustros, tengamos una mejor perspectiva, mucha más información y de mayor calidad, y un campo importante para su valoración e interpretación arqueológica. En este trabajo pretendemos dar un sucinto repaso a cómo la investigación desde distintos ámbitos ha contribuido a dar este paso significativo en el conocimiento que, grosso modo, podemos situar en el primer milenio a. C. LA INVESTIGACIÓN SOBRE L A E DA D D E L H I E R R O E N L E Ó N 1 9 9 3 - 2 0 1 3

En primer lugar sería necesario dar un repaso al registro arqueológico de los castros, que según todos los datos disponibles se configura como el único elemento de poblamiento en esta etapa cultural de la prehistoria provincial. En 1993 partíamos del conocimiento arqueológico de la primera Carta Arqueológica de la Provincia de León (1986), entonces se habían inventariado 248 castros; hoy se conocen 338, según cifras de la Junta de Castilla y León, pero en esta lista se incluyen los yacimientos que se determinan como castreños, independientemente del momento de

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ocupación. Se incluyen, por ejemplo, los que surgieron en época romana al albur del fenómeno de gran trascendencia que fue la minería romana del oro, y otros en los que la fase prerromana se oculta o se intuye bajo la apariencia exterior romana, así que tenemos todavía serias dudas de cuál es el verdadero mapa de la Edad del Hierro en la provincia de León, aunque poco a poco y en función del avance en el estudio con metodologías adecuadas, vamos disponiendo de más información al respecto. Trabajos territoriales: al margen de los distintos mapas provinciales de la Edad del Hierro que se han dado para distintos territorios1, los trabajos del poblamiento castreño en el Bierzo y en la Cabrera realizados en los años ochenta del siglo pasado se conocen gracias al equipo del CSIC que fue dirigido por Javier Sánchez-Palencia y Mª Dolores Fernández-Posse2, que estuvieron orientados al estudio de las sociedades rurales prerromanas y su cambio cultural debido al impacto de Roma. Estos dos investigadores han aplicado una metodología novedosa al estudio de las sociedades agrarias castreñas basada en la denominada arqueología del paisaje. En los años del primer ArqueoLeón, los autores y su equipo se encontraban en la fase de estudio de campo en las comarcas citadas, que materializarían en distintas publicaciones3. Sus conclusiones han influido notablemente en la investigación e interpretación del conjunto de la cultura castreña del NO peninsular. En esta línea y bajo los mismos procedimientos metodológicos, A. Orejas dio a conocer un estudio de un territorio adyacente, el noroeste de la Meseta, comprendiendo Maragatería, Valduerna y el cauce medio

del río Órbigo4. Este trabajo, que contó con la información de la primera Carta Arqueológica, con prospecciones precisas y con interpretaciones de la fotografía aérea, estableció una nítida diferencia entre los poblados de la Primera Edad del Hierro, con patrones de asentamiento próximos a los ríos, con accesibilidades altas y con inclusión de grandes territorios de explotación; y los castros de la Segunda Edad del Hierro, en los que se cambiará el modelo de ubicación, desde los sistemas más meseteños a orillas del Órbigo, con la existencia de grandes poblados, hacia otros núcleos castreños más destacados en el espacio y en posiciones más alejadas de los valles, de más difícil accesibilidad, con una preferente relación con los terrenos de potencial económico diversificado y con tendencia a la explotación extensiva. Según esta autora, en la siguiente etapa en época romana, surgen nuevos recintos castreños, momento en el que el castro deja de ser el único tipo de implantación ocupacional en el territorio. Los que aparecen en este momento, los conocidos como “castros mineros”, son ocupaciones indígenas astures que utilizan sistemas de delimitación aprovechando la fuerza hidráulica, se disponen de manera funcional en una planificación de explotación integral del territorio, preferentemente en torno a las explotaciones auríferas y su aparición se determina por la acción romana de organización e implantación. La misma metodología de investigación se aplicó en otras áreas geográficas del Bierzo, como en Noceda, en donde, de un nutrido conjunto de castros estudiados, solo el de La Forca parece pertenecer a una tipología prerromana5.

1.

Mañanes (1988), Celis (1995, 1996, 2000 y 2002).

2.

Fernández-Posse y Sánchez-Palencia (1988).

3.

Fernández-Posse y Sánchez-Palencia (1988); Sánchez-Palencia (ed.) (2000).

4.

Orejas (1996).

5.

Álvarez González (1993).

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Otros investigadores de este equipo han venido dedicándose al análisis social evolutivo de las comunidades prerromanas, por ejemplo los distintos estudios de Inés Sastre Prats en el antiguo Conventus Asturum6. La autora estudia cómo las tradicionales comunidades castreñas del noroeste peninsular, principalmente las del convento asturicense, segmentarias y autosuficientes –a excepción de la zona bracarense y el NO de la Meseta con dinámicas sociales tendentes a la estratificación– dan paso a nuevas formas de organización desiguales, debidas a la imposición de las formas de organización territorial y social impuestas por Roma, diferenciándose las distintas escalas de ocupación territorial. Nuevos estudios territoriales sobre poblamiento se deben más recientemente a Lucía Pérez Ortiz en la comarca de los Oteros7, quien ha detectado yacimientos de la Primera Edad del Hierro de escasa superficie y con apenas diferenciación del entorno geográfico. Por otra parte, la empresa Alacet viene dando a conocer una serie de estaciones castreñas en la comarca lacianiega de Villablino8. En todos estos años y como consecuencia de diferentes proyectos de investigación, se han excavado varios yacimientos castreños. Los más destacados han sido los que se encuentran en la Zona Arqueológica de las Médulas (ZAM), que se deben también al equipo del CSIC (los castros de La Corona del Cerco de Borrenes y El Castrelín de San Juan de Paluezas). Otras excavaciones se han pacticado en los yacimientos de La Muela de Rioscuro y en La Zamora, en Sosas de Laciana, los dos en el municipio de Villablino, proyecto financiado con fondos Miner; el yacimiento prerromano y romano de Lancia, ha sido

6.

Sastre (2001).

7.

Pérez Órtiz (2005).

8.

Rubio Díez y Marcos Herranz (2010).

un proyecto a cargo del ILC de la Diputación de León desde 1996 al 2013; el castro de La Ercina, financiado por la asociación ADSACIER; el castro de Gusendos de los Oteros (investigado desde la Universidad de León y excavado en 2005); el castro de La Magdalena en Castrillo de los Polvazares, desarrollado dentro de los proyectos europeos de Interreg (Ayuntamiento de Astorga-Diputación de León). Algunas excavaciones anteriores al periodo referenciado también se han publicado en este periodo, como el Castro de Chano (investigación financiada por la Junta de Castilla y León) o Castroventosa en Pieros, cuyos trabajos se emprendieron dentro de la asociación intermunicipal Villafranca-Cacabelos, continuándose por la Junta de Castilla y León y excavado más recientemente por un equipo dirigido por el CSIC en el año 2007. Así mismo, se ha avanzado en el estudio del yacimiento prerromano que ocupó el cerro donde se edificó el castillo de Ponferrada, cuyos trabajos han sido dirigidos por Manuel Retuerce y Miguel A. Hervás entre 1999 y 2010, dentro de los importantes trabajos de restauración del monumento. Además de los castros y poblados de la Edad del Hierro, otros aspectos han llamado la atención en la producción científica como ocurre con distintos elementos de cultura material. Se realizaron en este sentido importantes aportaciones monográficas como las que atañen a las producciones broncíneas de útiles y armas, que superando cronológicamente la Edad del Bronce, –etapa en la que destacan los depósitos y las armas arrojadas a las aguas– desarrollaron importantes manifestaciones en los poblados y castros en la provincia de León en la fase que nos ocupa, y han sido incluidos en los estudios de la submeseta norte9.

9. Delibes et al. (1999) y Arranz (2008).

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Otra tipología, los objetos de oro prerromanos localizados en algunas estaciones de la última fase de la Edad del Hierro, también han sido objeto de una atención especializada10. Distintos trabajos de síntesis han intentado aportar una valiosa visión general de la protohistoria leonesa11, algunos específicamente se afirman en la crítica a los modelos aprioristicos, señalando las deficiencias en la investigación que se había realizado, no solo en las tierras leonesas sino en distintas regiones ibéricas12. Es necesario destacar las dos líneas interpretativas sobre las sociedades prerromanas en el ámbito de investigación del noroeste hispano. La primera pone énfasis en que los habitantes de los castros generalmente fueron pequeñas comunidades autosuficientes, segmentarias, en donde el modo de vida campesino minimizó las tendencias hacia la estratificación social y a la desigualdad y que con mayor o menor nitidez se identifica en todas las fases de la Edad del Hierro ibérica. En la otra corriente se sitúan aquellos que interpretan a la sociedades castreñas dentro de una dinámica evolutiva, desde los primeros momentos del Bronce final, con un ethos igualitario, a las fases de tendencia desigualitaria que aparecieron en la Primera Edad del Hierro, destacando el papel identitario vinculado al parentesco que trascendería en un ethos guerrero, en donde la violencia simbólica se impondría y derivaría en estructuras sociales piramidales y en su cúspide las élites guerreras que imponen una visión de preponderancia, línea argumental vinculada al celtismo13.

En otras publicaciones aparecidas en estos veinte años, se ha abordado el estudio de algunos yacimientos sin excavación: es el caso de los yacimientos emparentados con el área de los vacceos de Villamol y Santa María de la Vega en el río Cea14, y los bercianos de el castro de Columbrianos15 y la Peña del Hombre en Priaranza16. Algunos nuevos castros, reseñados hace poco tiempo, se han localizado gracias a la disponiblilidad de nuevas tecnologías de observación y análisis del territorio, ortofotos, tecnología Lidar, etc. Así, un conjunto de yacimientos, presumibles castros, se caracteriza por haberse descubierto en posiciones de mucha altitud y con un aparato delimitatorio de grandes proporciones en relación al espacio que inscriben. Se han descrito en el Bierzo y la Cabrera principalmente17. La razón de ser y la época de habitación no se ha podido determinar, aunque su investigador es partidario de vincularlos a la Edad del Hierro y su localización en esas posiciones “arriscadas” habría tenido que ver con el clima de inseguridad de las poblaciones astures que precedió a la conquista romana del territorio. Buena parte de la investigación sobre la Edad del Hierro en León ha ido ligada a la gestión del patrimonio como consecuencia de las obras públicas o de la planificación urbanística que han motivado intervenciones en distintos puntos de la provincia. Cabe citar así al castro de Sacaojos, en Santiago de la Valduerna, con motivo de la construcción de la red de autovías del Noroeste, en donde se han puesto de manifiesto distintas fases

10. Delibes (2002). 11. Sánchez-Palencia (1999); Celis (1996 y 2002); Sastre (2001) y Esparza (2011). Bernardo de Quirós y Neira (1999). 12. Fernández-Posse (1998). 13. Marín Suárez (2011) 14. Celis (2007a). 15. Fernández Manzano y Herrán Martínez (2010). 16. Vidal Encinas y Rodríguez González (1999). 17. Vidal Encinas (2013 y 2014).

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de Cogotas I, Soto formativo y Soto pleno, entre el Bronce medio-final y la Primera Edad del Hierro18. Las excavaciones en distintos espacios de Valencia de Don Juan, (plaza de Santo Domingo y calle Pérez Galdós) y en La Muela han contribuido de forma notoria a la visión renovada de este oppidum; y en el castillo de Ponferrada, dentro de los importantes trabajos de excavación, restauración y musealización del citado monumento y gracias a los trabajos arqueológicos se han detectado interesantes estructuras circulares de la primera Edad del Hierro. Los objetos recuperados en estos años, representativos de la cultura material, provienen fundamentalmente de las excavaciones realizadas en estos lugares y la mayoría se encuentran en fase de investigación: (Lancia, Sacaojos, Valencia de Don Juan, Castrillo de los Polvazares, La Ercina, los castros de Villablino, los castros de Borrenes y San Juan de Paluezas, etc.), casi todos están depositados en el Museo de León. A los necesarios análisis tipológicos se deberán sumar los tecnológicos, los arqueoanalíticos, etc. El conocimiento cada vez más preciso de los paleoambientes de los castros gracias a los estudios de la palinología, la arqueofauna, la antracología, la malacofauna, las semillas, etc., cuando se publiquen, sin duda servirán para ampliar de forma significativa la visión que ahora se tiene de la Edad del Hierro en León y tendremos modelos para la valoración ecológica, económica y social todo este periodo cultural. En lo que respecta al grado de exhibición y explicación sobre la Edad del Hierro en el ámbito patrimonial, en estos veinte años ha surgido una avalancha de nuevos museos y la reforma de otros, como son los casos del Museo de León, el Museo Arqueológico de Cacabelos, el Museo de Castrocalbón, el Museo del Bierzo, el palacio de los Pernía en Otero de Escarpizo, el Museo de

Bembibre, el castillo de Valencia de Don Juan, el Museo Romano de Astorga y la colección museografica de Villasabariego. Gracias a ellos, aunque de forma desigual, la proyección pública y la interpretación de la Edad del Hierro prácticamente se han multiplicado en nuestra provincia. Es necesario citar también aquellos conjuntos de objetos de hierro, bronce, oro y plata, cerámicas, restos óseos, etc., recogidos durante años de forma no científica y entregados a los museos en estos años: como es el caso de la colección de Marcelino González, la de Jesús y Ángel Pescador o la depositada por Honorato Villada, cuyas procedencias atañen a los principales castros leoneses: Gusendos de los Oteros, Lancia, Villacelama, Corbillos de los Oteros, Sacaojos, Hinojo, etc. Estas colecciones, una vez estudiadas, también servirán mejor para la comprensión de las sociedades que las produjeron. La interpretación de la Edad del Hierro ha tenido del mismo modo un cierto auge con la aparición de aulas de interpretación arqueológica, como las que se conocen en el centro de interpretación del Castro de Chano, el aula arqueológica las Médulas o la sección de los vadinienses del Museo de Riaño, y algunas otras proyectadas como el aula de Castroventosa y el centro de interpretación de los castros en Rioscuro de Laciana que todavía no han visto la luz. E V O L U C I Ó N C U LT U R A L D E L A E DA D D E L H I E R R O EN LAS TIERRAS DE LEÓN

Un repaso apurado y de síntesis histórica de la investigación arqueológica de la Edad del Hierro en León, a la luz de la actividad desarrollada en estos veinte años, arrojaría un balance más que positivo. Para glosarlo mejor, atenderíamos a una clasificación cronológica.

18. Misiego Tejeda, Sanz García, Marcos Contreras y Martín Carbajo (1999).

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A. Un punto de partida necesario. El Bronce final (Cogotas I) En estos años también en la provincia de León se han conocido y excavado algunas estaciones de la cultura de Cogotas I, que se desarrolló durante el Bronce medio y final, y se han señalado los mapas de dispersión de esta cultura, incluyendo la zona meseteña leonesa en la zona nuclear definida para la misma19. Se vienen diferenciando en los territorios de la Meseta algunos poblados en altura, en ocasiones delimitados por foso y parapeto terrero, en comparación con aquellos otros núcleos no destacados de las tierras en las que se asientan y que han manifestado campos de hoyos en su excavación, y aunque todavía son pocas las estaciones de las que hay noticias fidedignas, algunos yacimientos se pueden ya atribuir a fase Protocogotas o Cogotas I plena, que se situarían entre los siglos XVI al X a. C20. En particular los del Bronce final han podido establecerse en relación a las primeras líneas de comunicación naturales siguiendo el trazado de la red hídrica principalmente meseteña, sin que en ningún caso poseamos pistas de cómo estas culturas conocidas declinaron su idiosincrasia en favor de nuevas fases culturales del último periodo del Bronce final y de la Primera Edad del Hierro, cuyo protagonismo hoy se relaciona con la llegada de nuevas gentes. Sí sabemos que las poblaciones cogotianas eran agricultoras y ganaderas, que itineraban dentro de unas redes territoriales estables en sus periplos, enterraban a sus muertos en grandes hoyos que los propios poblados contenían y que sus gentes fundían objetos relacionados con la metalurgia del bronce atlántica, que ocasionalmente ofrendaban a númenes desconocidos en depósitos votivos y en ceremonias de culto a las aguas, como parece

haberse puesto en evidencia en el célebre depósito de Valdevimbre21. B. El Bronce final, el Soto formativo (Castrillo de los Polvazares y Sacaojos) Sin que conozcamos yacimientos del Bronce final que expliquen bien la transición cultural que acaeció entre Cogotas I y el Soto formativo, algunas estaciones arqueológicas han aportado novedades importantes; véase, por ejemplo, el conocido castro de Sacaojos, en donde superpuestas a una ocupación de hoyos de la fase media-final cogoteña, se han hallado las primeras estructuras de hoyos correspondientes a las primitivas cabañas circulares levantadas con postes de madera y de superficie variable. La asociación de estas estructuras a recipientes a mano de superficies lisas y de perfiles troncocónicos propios de estos momentos hacen que pensemos en un primer establecimiento de estos yacimientos estables en el paisaje y en una fase cultural denominada el Soto formativo o inicial, situada a caballo entre el Bronce final y la Primera Edad del Hierro22. Al respecto debemos destacar también la excavación de un yacimiento en la Maragatería, el castro de La Magdalena, en Castrillo de los Polvazares, que ha aportado interesantes novedades (figuras 1 y 2). Ubicado a 2 km de la localidad de Castrillo de los Polvazares y a 6 km de Astorga, ocupa un suave promontorio con una superficie prácticamente horizontal. El primer estudio científico del mismo se debe a Almudena Orejas (1996), quien lo incluyó en su estudio sobre La estructura social y el territorio en el noroeste de la cuenca del Duero. Dicha autora señala una cronología de época romana a este castro (CND-57) y también indica la presencia

19. Celis (2002 y 2007). 20. Delibes et al. (1999). 21. Celis Sánchez, Delibes de Castro, Fernández Manzano y Grau Lobo (2007). 22. Misiego Tejeda, Sanz García, Marcos Contreras y Martín Carbajo (1999).

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Figura 1. Mapa de los restos del Soto formativo del castro de La Magdalena en Castrillo de los Polvazares.

de un yacimiento no castreño de época romana en las inmediaciones, Valdemora o Valdelamora (CND-58). Posteriormente, las referencias al citado castro vendrán en otros trabajos de síntesis, como el de Jesús Celis (1996 y 2002), indicando una cronología prehistórica, de Soto pleno, que antes no se había recogido. Se trata de un asentamiento de unas dos hectáreas, situado en una suave elevación, lo que permite la visualización de su entorno inmediato. En el lateral oeste presenta un foso bastante pronunciado. En la zona norte, la pendiente del talud es más acusada, y en esta zona es donde en el año 2006 se descubrió parte de un cierre pétreo de época romana altoimperial, realizada por tramos, no pudiendo hablarse de módulos debido a que

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no se ha podido ver el sistema constructivo en su totalidad. Durante las excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 2006 y 2008 se pudieron documentar dos momentos, el primero adscrito al Bronce final-Primera Edad del Hierro y posteriormente un emplazamiento castreño en torno al final del siglo I a. C y al I d. C., fase que es la que mayores restos constructivos ha proporcionado. Del primer periodo, el que nos atañe aquí, se localizaron una serie de estructuras negativas (hoyos de poste de estructuras domésticas y cubetas, algunas de gran tamaño, que contenían depósitos de cereal carbonizado) e indicios de estructuras fabricadas con barro, que podrían estar vinculadas a construcciones circulares. Este

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Figura 2. Corte arqueológico en el castro de La Magdalena en Castrillo de los Polvazares (foto: Talactor S.L.).

conjunto de restos junto a la cerámica hecha a mano, que muestra recipientes de tamaño medio de almacenaje y pequeños vasos carenados y de cuello y borde abocinados, ocasionalmente decorados con incisiones geométricas, parece pertenecer a un asentamiento abierto que hemos asociado al Soto formativo. Las fechas proporcionadas por el C14, realizadas sobre un conjunto de semillas carbonizadas principalmente de Triticum durum, nos dan dos grupos de dataciones que se pueden corresponder a las primeras ocupaciones del yacimiento, siendo las más antiguas: 1130– 1110 cal. BC, y las más recientes: 810-790 cal. BC. Los análisis polínicos realizados de esta fase, nos muestran un medio que se deforesta progre-

sivamente, aumentando las tierras de cultivo y los pastos. Estos disminuirán cuando se abandona el asentamiento, lo que hace que el bosque se regenere hasta el momento de la ocupación romana, en torno al cambio de era. C. El progreso y la expansión territorial. La Primera Edad del Hierro en la Meseta, en la cordillera Cantábrica y en el Bierzo Como hemos visto más arriba, en estos veinte años se ha venido completando el mapa leonés de la plenitud de la Primera Edad del Hierro23 (figura 3), momento que puede situarse, grosso modo, entre los siglos VIII y el inicio del IV a. C. La observación y estudio de la implantación y el

23. Celis (1996 y 2002), Orejas (1996).

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Figura 3. Mapa, poblados y castros del Bronce final y la Primera Edad del Hierro en la provincia de León.

progreso de las gentes del Soto de Medinilla por toda la meseta norte se ha desarrollado mucho en estos años. Conocemos mucho mejor las pautas generales de los modelos desarrollados por las gentes soteñas que se expandieron en la región y su relación con el territorio24. Se ha establecido en líneas generales cómo es el modelo de implantación de algunos yacimientos en su vinculación espacial25, y se ha avanzado en el conocimiento de los sistemas de delimitación, superficies de ocupación, etc. En el castro de Sacaojos, en la misma excavación reseñada más arriba, a los hallazgos de la primera fase les sucedieron estructuras de adobe con plantas circulares de la plenitud soteña, con

la diversidad del registro material propio de este momento que ha caracterizado a Sacaojos como uno de los poblados estratificados más prolijos de cuantos se conocen en la geografía leonesa. A esto se unió la localización de alineamientos de hoyos que con toda seguridad debieron formar parte de empalizadas delimitatorias en uno de los bordes del antiguo poblado26. Una solución parecida debió servir para la delimitación espacial en el castro de Villacelama. En el castro de Castrillo de los Polvazares, la prolongación de la fase anterior se hace solamente hasta el siglo VIII, fecha en la que comienzan tímidamente las construcciones con

24. Romero Carnicero y Ramírez Ramírez (1996) y Delibes de Castro y Romero Carnicero (1992). 25. Celis (1996 y 2002) y Orejas (1996). 26. Misiego Tejeda, Sanz García, Marcos Contreras y Martín Carbajo (1999).

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Figura 4. Plano de los restos de la Edad del Hierro en Valencia de Don Juan.

barro. Precisamente a este siglo se adscriben los momentos centrales e inferiores de un potente vertedero en el castillo de Valencia de Don Juan27. Información de esta fase tenemos también del castro de Gusendos de los Oteros, un poblado soteño de poca extensión, muy expoliado, pero con importantes hallazgos de los residuos de metalurgia propia del Bronce atlántico y que fue excavado en el año 2005 por Lucía Pérez Ortiz, sin que conozcamos todavía los resultados. Este poblado, ubicado en un valle subsidiaro del río Esla, se destaca claramente en el paisaje y parece datar del mismo momento (siglos IX-VIII, VI-V a. C.) que un conjunto de pequeños núcleos poblacionales próximos, afincados en el fondo del

valle pero no destacados visualmente del entorno y fechados por su tipología cerámica en la Primera Edad del Hierro, que puede abrir nuevas perspectivas en el avance del conocimiento de la pluralidad en la estructura de poblamiento, tipificando esta zona de forma provisional como un conjunto interrrelacionado28. Próximo y ubicado en la localidad de Valencia de Don Juan, el yacimiento de la Edad Hierro se encuentra bajo la actual población, colgado sobre los escarpes de tierra, bajo el castillo que enseñorearon los Acuña y Portugal, por encima del río Esla. Algunos autores sitúan en este emplazamiento las ciudades vacceas de Cougium y de Comeniaca, haciéndola coincidir con

27. Celis (2002). 28. Pérez Ortiz (2005).

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el Coviacense Castrum descrito por Hydacio en las guerras entre los suevos y visigodos de Teodorico. Desde los siglos VIII al X se estableció un importante núcleo de población político y militar en el desarrollo colonizador feudal que se denomina territorio subtus zibes Koianca. De la larga trayectoria en la Edad Media y Moderna, da cuenta la construcción de la mota, el castillo y de la cerca de la villa. El yacimiento antiguo está situado en la terraza sobre el río Esla, y se encuentra parcialmente erosionado en una de sus laderas, controlando la fértil vega fluvial. El asentamiento de la primera Edad del Hierro, debió de albergar una superficie aproximada de entre 2,6 a 5 hectáreas, mientras que el que se desarrolló en la Segunda Edad del Hierro, sería de algo más de 13 hectáreas (figura 4, plano castro de Valencia de Don Juan). Después de varios trabajos, realizados a finales de los años 80 del siglo pasado, las campañas arqueológicas más recientes se han imbricado en las obras de restauración de la torre del homenaje del castillo, así como en los trabajos de urbanización de un cerro situado frente al mismo denominado La Muela, en donde se ha podido documentar parte del poblado de la Segunda Edad del Hierro y la necrópolis de época romana. En la intervención arqueológica realizada en el solar situado en la plaza de Santo Domingo, n.º 2 y la calle Pérez Galdós, excavada por Talactor S.L. en los años 2008 y 2009, se pudo identificar arqueológicamente la presencia de un importante foso correspondiente al poblado de la Primera Edad del Hierro, que posteriormente será amortizado durante la vigencia de dicho periodo y al que se superpone la ocupación de la Segunda Edad del Hierro, que sobrepasa la delimitación del poblado inicial y que nos mostrará por primera vez la importancia y extensión del yacimiento en épocas posteriores (figuras 4 y 5). En el resto del poblado fortificado de la Primera Edad del Hierro que se ha descrito, también

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Figura 5. Foso del poblado de la Primera Edad del Hierro en Valencia de Don Juan (foto: Talactor S.L.).

se detectó una zona elevada, que culminaba con un muro con adobes dispuestos a soga y tizón, con una longitud excavada 6,60 m y una anchura aproximada de 0,90 m, y que se ha interpretado como una de las entradas al primitivo recinto. Este muro sería el lateral de un nivel de circulación para salvar el foso de la Primera Edad del Hierro. La amortización de la cava debió ser lenta, a juzgar por los distintos niveles de tierra, grava y gran cantidad de cenizas en su composición. El foso tallado en las gravas cuaternarias de la terraza fluvial, probablemente aprovechó el desnivel propio de una zona elevada; la anchura observada se aproxima a los 7 m hasta la mitad del mismo, por lo que el total rondaría los 14 m. El nivel que separaba los restos tardorromanos de los de la Primera Edad del Hierro era un estrato altamente rubefactado, que mostraba diversos colores debido a la temperatura alcanzada, con tonos que variaban desde negruzco

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Figura 6. Castro de La Senada o Pico del Castro en Valle de Mansilla (foto: J. Liz).

–grisáceos hasta rojizo– amarillentos. Era un nivel arcilloso, compacto y homogéneo, con agregados de cantos rodados, apareciendo muy escaso material arqueológico durante su excavación, cuya cronología data de la Segunda Edad del Hierro. Como se ha visto Gusendos de los Oteros, Castrillo Polvazares, Sacaojos y Valencia de Don Juan han contribuido a un mejor conocimiento de la Primera Edad del Hierro meseteña, en donde se ha aumentado ostensiblemente el número de estaciones arqueológicas del Soto, algunas con una amplia ocupación desde el Bronce final hasta la Edad Media, como sería también el caso de La Senada en Valle de Mansilla (figura 6). En el Bierzo, el castillo de Ponferrada ha aportado pistas novedosas sobre la incidencia de la

cultura del Soto de Medinilla en un territorio en el que solamente se intuía29. La aparición en el patio de armas de esta fortificación de un conjunto de construcciones circulares (figura 7), sin duda cabañas, con la solera formada por grandes cantos rodados y lajas de pizarra, y en el interior estructuras de barro y hornos, junto a restos vinculados a vasos cerámicos de almacenaje hechos a mano, de tendencia bitroncocónica y con grandes pies realzados, parecen ir en la misma línea apuntada en el área de la Meseta, aunque habrá que esperar a su publicación para valorarlo adecuadamente. La aparición de los restos del castro ponferradino ineludiblemente deben ponerse en relación con lo que T. Mañanes ha constatado en alguno de los sondeos realizados en la

29. Celis (1996 y 2002b).

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década de los años ochenta del siglo pasado en Castroventosa en Pieros. En ellos se da cuenta de superposiciones de construcciones circulares de aspecto doméstico, también de cantos rodados, que deparaban asociados conjuntos vasculares y otros objetos de tipología castreña vinculados a momentos antiguos de la Edad de Hierro30. Seguramente muchos castros en posiciones muy dominantes, que geográficamente circunscriben la hoya del Bierzo pueden deberse a este momento cultural sin perjuicio para la perduración en la Segunda Edad del Hierro. Lo mismo debió ocurrir en el norte de la provincia, en la cordillera Cantábrica, en donde se comienza a tener un conocimiento de estaciones arqueológicas en cumbres rocosas y con posiciones altas y dominantes sobre los principales valles encajados de la red fluvial, en las que por el momento tenemos escasas referencias a la edificación de estructuras delimitatorias. En el castro de La Ercina, situado en un cordal calizo entre los ríos Porma y Esla, excavado en 2013 por un equipo dirigido por uno de nosotros, aparecieron cerámicas a mano de aspecto antiguo en uno de los recintos rocosos más altos, y lo mismo ocurre con ciertas cerámicas soteñas halladas en el que debió de ser el solar del antiguo castillo de Alfonso III, en Mallo de Luna, también intervenido hace pocos años. Los hallazgos metálicos y cerámicos recogidos hace años en El Castillo, en los Barrios de Luna, en La Torre de Riaño o en el pico El Castiello de Burón31, ponen de manifiesto de la misma forma una ocupación selectiva de la región montañesa que de momento solo se percibe de forma fragmentaria. Más al occidente, en el castro de La Muela en Rioscuro de Laciana32 y en La Zamora en Sosas de

Laciana, se han podido documentar, al parecer, fases antiguas arrasadas de primitivas murallas de los castros que datarían de los siglos VIII al IV a. C. Estos yacimientos están en fase de estudio y si ello se confirmara definitivamente, serían murallas castreñas de momentos antiguos de la Edad del Hierro en esta comarca leonesa de Laciana. D. La Segunda Edad del Hierro Sin que tengamos todavía una clara idea de cómo los grupos de la Primera Edad del Hierro se transformaron, tal vez étnicamente, a partir del siglo IV a. C., lo cierto es que desde ese momento las dinámicas culturales de las gentes de la Edad del Hierro parecen haber tomado distintos rumbos en algunos aspectos y en las distintas regiones naturales leonesas. Sin que se tenga claro todavía el poblamiento completo de los castros en este periodo, por lo que expusimos más arriba, lo que sí parece es que aumentó el número de castros; de sesenta, en la etapa anterior, a un número que rebasaría los ochenta, aunque estos datos debemos tomarlos todavía con cierta precaución (figura 8). Apreciamos la plena integración de la meseta leonesa en lo que se ha conocido como la celtiberización, con una caracterización muy similar a la arqueología de los vacceos, mientras que en la montaña central y nororiental, lo que vamos conociendo se aproxima a las características de los castros cántabros33 y en el entorno de los Montes de León, la Cabrera, el Bierzo y Laciana, las peculiaridades de los castros parecen destacar una cultura castreña interior, que es la que mejor define al populus prerromano de los astures.

30. Mañanes (2003). 31. Celis (2007b). 32. Rubio Díez y Marcos Herrán ( 2010), La Crónica de León (2013). 33. Peralta Labrador (2003) y Celis (1996).

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Figura 7. Restos de cabaña de la Primera Edad del Hierro en el patio del castillo de Ponferrada (foto: Julio Vidal).

En la meseta leonesa se han descrito patrones similares a los conocidos en áreas limítrofes: norte de Zamora, Palencia y Valladolid. Grandes poblados bien delimitados por fosos y murallas terreras, de superficies muy grandes, que superan las 10 hectáreas, pudiendo alcanzar las 30. Son los grandes oppida que están situados a intervalos espaciales muy distantes, que debieron de aglutinar una población diferenciada funcionalmente, tal vez tendente a la estratificación social en los últimos periodos antes de la llegada de los romanos, y que se establecieron según los modelos definidos por un grupo de investigadores lide-

rado por José Sacristán34, no exento de crítica y de sugerencias enriquecedoras35. En el castro de la Edad del Hierro de Valencia de Don Juan, el poblamiento de la Segunda Edad del Hierro, fechado en la plenitud de la fase celtibérica, se detectó en forma muy residual en la amortización del foso de la Primera Edad del Hierro. De forma muy sucinta se observaron allí cubetas enrojecidas por efecto del fuego, paquetes cenicientos, un muro de adobes que se instaló en uno de los pasos sobre el foso que daba acceso al interior del poblado. Este desbordamiento del núcleo del poblado antiguo aparece también en

34. Sacristán et al. (1995). 35. Fernández-Posse (1998).

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Figura 8. Mapa, poblados y castros de la Segunda Edad del Hierro en la provincia de León.

los restos encontrados al otro lado de la carretera de acceso a Valencia de Don Juan, hacia el sur del espacio fortificado del castillo, en los terrenos ya descritos de La Muela. Durante el seguimiento arqueológico que dirigió uno nosotros, en el cajeado de la denominada calle “B” de la urbanización allí proyectada y también en la zona este del yacimiento en La Muela, se localizaron algunas evidencias correspondientes al poblado prerromano que se asentaba en esta zona. Aquí se descubrieron dos cabañas de tendencia circular, cuyas paredes estaban realizadas con adobes, sendos empedrados realizados con los propios materiales de la terraza fluvial a modo de niveles de circulación, y veintidós estructuras negativas (hoyos, cubetas, etc.) amortizadas como basureros, aunque su función inicial no se ha podido definir. En la calle “E”, zona occidental del yacimiento, próxima al escarpe, también

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se localizaron empedrados y niveles cenicientos, junto a alguna estructura negativa, pero esta zona estaba fuertemente alterada por la presencia suprayacente de la necrópolis de época romana tardía. En otro de los grandes oppida de la Segunda Edad del Hierro, el que tradicionalmente se ha interpretado como la antigua ciudad astur-romana de Lancia, se ha podido avanzar en diecisiete campañas de excavación y prospección arqueológica, tal y como se describe en otro de los trabajos publicados en este volumen. En la superficie que ocupa el yacimiento prerromano, cerca de 30 hectáreas, se han podido documentar estructuras de distintos materiales, y a pesar del fuerte impacto que produjeron en el mismo las distintas edificaciones de época romana, tanto por las evidencias de fortificaciones como por los residuos dejados por estructuras de habitación fabricadas en adobe

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Figura 9. Fotografía aérea y plano de la Lancia prerromana.

y postes, lo conocido hoy nos da pie para una caracterización aproximada que se encuentra en fase de estudio. Gracias a las referencias topograficas, los basureros de esta fase, los hallazgos de cultura material y el estudio del territorio circundante, hoy conocemos mucho mejor lo que pudo ser la Lancia prerromana (figura 9)36. La zona meseteña occidental también ha contado con estudios de análisis del territorio como los reseñados arriba debidos a Almudena Orejas,

36. Celis, Gutiérrez y Liz (2007).

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que en el área estudiada identificó bien el paso de estos grandes núcleos celtiberizados: Regueras de Arriba o San Martín de Torres, hacia otro tipo de castros de pequeño tamaño, situados en lugares prominentes, y en tierras más al interior de las posiciones caracterizadas por los oppida citados. Este segundo tipo parece ser el más habitual de cuantos se encuentran en la zona interior del territorio astur, y se definen por encontrarse en territorios con terrenos de potencialidad económica diferenciada y complementaria, de producción cerealícola extensiva de secano y con una importante vocación de explotación de distintos tipos de recursos naturales del entorno como el bosque37. En la cordillera Cantábrica se ha avanzado poco en el conocimiento de la Segunda Edad del Hierro, ya que las excavaciones se han realizado recientemente y están en fase de estudio. Entre ellos conviene reseñar los castros lacianiegos de La Mesa en Rioscuro, que se delimita con una potente muralla de módulos, fechada seguramente en los siglos II y I a. C., y el castro de La Zamora, en Sosas de Laciana, que ha deparado, entre otros restos, evidencias de tres murallas superpuestas y edificaciones, la más reciente parece datar también de este momento, aunque su publicación está pendiente38. El castro de Chano en la comarca de Fornela, se había excavado a principios de los años noventa del siglo pasado, y a pesar de que su estructura como se ve hoy se debe seguramente al impacto de Roma en la comarca, no dejan de inquietarnos las fechas de radiocarbono obtenidas que pivotan entre los siglos IV y II a. C., si bien corresponden a carbones recogidos en los niveles

del abandono del poblado, y ello no parece concordar con la fecha de los atesoramientos de denarios ibéricos39. En la zona cántabra, en el municipio de Puebla de Lillo se han podido reconocer ciertas piezas metálicas de la Segunda Edad del Hierro, recogidas en el antiguo castro de Castiltejón, yacimiento reutilizado dentro de la línea del frente durante la Guerra Civil, que presenta importantes parapetos defensivos en la zona norte. Sus investigadores sugieren su posible pertenencia a ritos funerarios en el propio castro40. Las novedades más importantes se están conociendo en Peña del Castro (La Ercina) del que ya hablamos más arriba. Ubicado a 2 km de la localidad de La Ercina, se asienta una elevación caliza prominente del Carbonífero y se dispone en dos plataformas más o menos horizontales. Se trata de un asentamiento de 4,7 hectáreas, si incluimos la zona de las terrazas al norte del sitio, con una superficie habitable en las dos terrazas de 1,3 hectáreas. El yacimiento destaca sobre el interfluvio Porma-Esla y la visibilidad del mismo sobre las tierras circundantes es muy amplia. Está rodeado por, al menos, dos líneas de muralla, aunque hacia el sur la identificación de la misma se vuelve más compleja. Así mismo, en el interior se ven otras dos líneas de muralla en sentido norte-sur que aterrazan el espacio. En el lateral este presenta un foso, seguramente resultado de cortar la roca. Las murallas se realizaron con piedra local de sillarejo regularizado de caliza, y el interior (de unos 2 m de ancho) se rellenó de tierra y fragmentos de piedra. La zona sur del yacimiento a sus pies está recorrida por un filón de hierro, con dirección este-oeste.

37. Orejas (1996). 38. Datos extraidos del enlace de Internet del Ayuntamiento de Villablino: http: //53691752.swh,strato-hosting.en/pdef/castros_de _laciana_inf.o.pdf. 39. Celis (2002b). 40. González Ruibal, Bejega García y González Gómez de Agüero (2011).

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El sondeo en la terraza inferior se llevó a cabo junto a una potente muralla realizada con dos caras de mampostería caliza regularizada, que contiene escalera (figura 10). En esta zona se puso en evidencia el poblamiento de la Segunda Edad del Hierro, con una serie de estructuras de habitación y niveles de circulación en los que se localizaron abundantes materiales metálicos, de bronce y hierro, cerámicos y también molinos circulares. Las estructuras exhumadas se pueden identificar como de hábitat, una de planta circular y otra de planta rectangular. En ambas se encontraron molinos circulares in situ. En el extremo sur del sondeo se identificó una gran estructura de planta ovalada, similar a las que se documentan en los castros galaicos. También se encontró la puerta de acceso a la terraza inferior, situada en el lienzo oeste de la muralla, la cual se excavó totalmente en unos 18 m. Su alzado al exterior está próximo a los 2,5 m en algunos puntos, y en el interior 1,7 m según las zonas. Las fechas proporcionadas por el C14 apuntan a un momento en torno al cambio de era, o un poco anterior. Los ajuares metálicos pertenecen a la órbita del mundo castreño prerromano de los cántabros, emparentados con las producciones celtibéricas, por ejemplo, una plaquita rematada en círculos recortados se asemeja a otro ejemplar encontrado en la necrópolis de Numancia. Se conocen numerosos objetos de piedra, como las fusayolas fabricadas en talco, de hueso, de hierro y de bronce, de distinta tipología y funcionalidad. El occidente leonés, la Cabrera y el Bierzo. En toda esta región se ha especulado mucho con la adscripción cultural de los yacimientos castreños. Desde un momento inicial en que buena parte de los mismos se identificaban como de época prerromana41, hasta momentos más recien-

tes en los cuales la interpretación más acertada sobre la mayoría de la ocupación castreña en el Bierzo y la Cabrera se debe a los cambios acaecidos por la llegada de los romanos42. En el Bierzo se ha podido conocer la ocupación castreña prerromana en torno a Las Medulas. El Castrelín de San Juan de Paluezas43 ejemplifica como pocos la tipología de asentamiento de la Segunda Edad del Hierro en la región. Se encuentra en un lugar bien delimitado, cuya implantación en el territorio domina visualmente la hoya del Bierzo y las tierras al sur de la subfosa berciana, espacios más altos y con recursos económicos de explotación extensiva, que parecen ser los que aprovecharon mayoritariamente sus moradores. Delimitado por

Figura 10. Restos de la muralla del castro de La Ercina.

41. Mañanes (1987). 42. Fernández-Posse, Sánchez-Palencia (1988) y Sánchez-Palencia (ed.) (2000). 43. Sánchez-Palencia (ed.) (2000).

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Figura 11. Interpretación del castro de Peña Piñera en Vega de Espinareda.

una potente muralla, se diferencian en su interior dos espacios con una superficie total de 2,5 hectáreas. Las excavaciones se realizaron en la zona este, en donde se descubrieron un conjunto de construcciones con un aislamiento espacial, que han sido descritas como unidades de ocupación, correspondientes a distintas edificaciones pertenecientes a unidades familiares. Estas se han clasificado según la función económica que desempeñaban dentro de la comunidad agraria castreña, entre las que se encontraban las actividades agrícolas, ganaderas, las metalúrgicas, etc. El pormenorizado estudio de sus autores, tanto del conjunto de edificaciones, de su funcionalidad, así como del análisis del territorio de explotación económica, indica cómo estas comunidades castreñas de tipo segmentario mantienen una economía de autarquía igualitaria, en donde,

si se producen tendencias al conflicto social, se resuelven con la fundación de nuevos castros. La Corona del Castro en Borrenes, próximo a Las Médulas es un pequeño poblado castreño dotado de una muralla de la que se ha podido estudiar un tramo de 50 m, la puerta, con un torreón de remate y unas escaleras interiores. Este castro parece que no llegó a ocuparse más que por los constructores del sistema delimitatorio o defensivo, y su abandono definitivo se debe a la acción de Roma, quien parece haber decidido el desmonte de parte de dicho muro a finales de las guerras contra los astures. De otros yacimientos tenemos información muy parcial por haberse publicado sin mucha documentación arqueológica (la Peña del Hombre en el ayuntamiento de Priaranza44 y el castro de Columbrianos45).

44. Vidal Encinas y Rodríguez González (1999). 45. Fernández Manzano y Herrán (2013).

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Por último, se ha señalado un conjunto de castros en altitudes considerables en las sierras del Teleno, la Valdería y el Bierzo, algunos ya conocidos en la bibliografía y en la Carta Arqueológica de León, con grandes amurallamientos, que se extienden entre afloramientos rocosos de materiales de la era Primaria; yacimientos como Portillo de Xandequín en Pozos, Peña Rayada en Cunas, Alto de San Vicente-Los Conventos en Morla de la Valdería, Yera de los Piornos-Peña del Tren en Torneros de la Valdería, Sierra del Pueblo en Torneros de la Valdería, El Pajarín-La Formosida en Boisán (Lucillo)46 y los bercianos localizados en Folgoso de la Ribera, Torre del Bierzo y Molinaseca47. Su investigador, con los escasos datos disponibles y en base a una minuciosa descripción y a la presencia de sus amurallamientos, parece que los vincula, en algunos casos, con yacimientos como el zamorano de Arrabalde, y por ende su existencia debería coincidir o estar relacionada con el clima de inseguridad existente

entre las comunidades indígenas astures que se habrían visto obligadas al encastillamiento ante la presencia de las tropas legionarias romanas en la región48. También se ha venido llamando la atención sobre un yacimiento considerado excepcional en el término de Vega de Espinareda, Peña Piñera, ubicado en un terreno también de altura, de cerca de 13 hectáreas, en un cerro dominante entre los ríos Cúa y Ancares, que conserva varias líneas de murallas que delimitan un espacio de tendencia rectangular, que según nuestra interpretación provisional y a modo de hipótesis podría estar relacionado con los grandes oppida de la cultura castreña, conocidos en Galicia y norte de Portugal como Citanias, que surgieron al final de la Edad del Hierro en el seno de la cultura castreña del noroeste. En estos, parte de su estructura social, seguramente élites, pronto pasaron a la esfera romana. Este tipo de grandes núcleos castreños parecen sobrevivir poco tiempo en el siglo I d. C. (figura 11)49.

46. Vidal Encinas (2013). 47. Vidal Encinas (2014). 48. Vidal Encinas (2013). 49. Celis y Villarejo (2015, e. p.).

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