Veblen – La economía que no fue

May 20, 2017 | Autor: Roberto Pentito | Categoría: Institutional Theory, Instituciones
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Descripción

Veblen – La economía que no fue. Roberto M. Pentito - 2009 1. Presentación En 1929 se iniciaba la –hasta hoy- mayor crisis del capitalismo global, a cuyo alcance y profundidad se apela para aludir a lo que cabe esperar de la que el mundo transita hoy. También fallecía ese año un economista que criticara profundamente a la ideología y a las instituciones propias del capitalismo estadounidense en los años de su apogeo, antes que el colapso y la depresión desnudaran la fragilidad de los hilos que sostenían su apariencia. Thorstein Veblen (1857-1929) dedicó su obra a estudiar la contradicción entre la lógica de la ganancia privada y la organización de las fuerzas productivas, así como a poner de manisfiesto el carácter parasitario de los beneficiarios de su convergencia: la clase “ociosa” o como luego dirá, las “kept classes”. Intentó formular esta crítica no en el sentido de una denuncia moral, sino como construcción teórica en el marco de una ciencia económica concebida de modo alternativo a la hoy conocida. Su obra impulsó la conformación del “institucionalismo americano”, corriente cuyos integrantes compartieron una visión crítica de las premisas del paradigma hegemónico, aunque no coincidieron en muchas cosas más. Es interesante volver sobre esta obra para hallarse con un modo desacostumbrado de pensar los problemas de la economía, no sólo en lo referente a la teoría del consumo, quizá su aspecto más conocido, sino para profundizar el replanteo del modelo subjetivo utilitarista que subyace al paradigma hegemónico en la disciplina y la naturaleza de las instituciones económicas, la teoría de la empresa capitalista, la teoría del desarrollo económico y los problemas del bienestar.

2. Filiaciones y utopías Una primera dificultad para abordar el estudio de la obra de Veblen reside en que, de acuerdo a los criterios hoy dominantes para el reparto del trabajo académico, resulta difícilmente clasificable en algún dominio institucionalizado del saber. Más aún, respecto al de la economía, al que Veblen siempre se refirió como aquél en el cual su obra debía inscribirse1. La dificultad señalada resulta, al menos en parte, de la misma apuesta epistémica de Veblen, que siempre postuló la necesidad de comprender lo económico desde una mirada que integrara a las distintas disciplinas histórico-sociales. La división del trabajo entre la economía y el resto de las ciencias sociales fue hecha posible a partir de una abstracción de las relaciones económicas respecto a su contexto social. La economía se asignó por objeto la acción racional de tipo instrumental, formalizada y matematizada. Los intereses de Veblen trascendieron desde el principio esta división del trabajo. En esto pone en acto una de las los rasgos propios del pensamiento institucionalista: la crítica y el desafío práctico de los límites entre las disciplinas sociales y de sus consecuentes reivindicaciones de reserva o prioridad respecto a un determinado coto fenoménico. Al decir de Hodgson (1994) "muchas de las más interesantes cuestiones se pierden en el abismo intermedio" que separa a los respectivos ámbitos disciplinares. Como herederos de la escuela histórica alemana, Veblen y el institucionalismo americano enfrentaron a la ortodoxia económica apuntando al carácter ahistórico, descontextualizado y a 1

Incluso un autor tan poco proclive a la ortodoxia como Galbraith remite a su obra sobre la clase ociosa a la sociología.

la pretensión de universalidad de sus modelos explicativos, y destacaron el carácter contingente y dependiente de factores histórico-sociales de que lo que en la teoría económica suele llamarse "leyes"2. Veía a las ideas clásicas y neoclásicas como una racionalización apologética del sistema vigente3 o como una suerte de “celebración litúrgica” de creencias admitidas, que congelaba a la continua transformación histórica de las instituciones económicas en una imagen estática a la que pretendía dotar de validez universal y atemporal. Por ello no proponía ninguna ortopedia del modelo neoclásico, sino su rechazo total, empezando por las premisas del individuo “hedonista” como sujeto de las acciones económicas y el mercado de libre concurrencia como su forma ideal de organización. Esta visión acerca del paradigma hegemónico en la economía es coherente con su modo de entender y juzgar al sistema capitalista. Más allá de la ideología de la que participa y a la que contribuye el mainstream económico; e incluso, más allá de las caracterizaciones construidas por herederos directos de la escuela histórica alemana, como Sombart4, Veblen presenta al capitalismo como un sistema esencialmente predatorio, controlado por sus segmentos más improductivos y parasitarios. Cuestionó la “naturalización” de la institución de la propiedad privada5, a la que entendió como una institución propia de un orden que el advenimiento y generalización de la sociedad industrial había vuelto obsoleto. Este orden daba lugar a un conflicto fundamental de intereses entre la organización de la producción y la organización de los negocios, que impedía utilizar plenamente el potencial productivo de las tecnologías industriales y así dar satisfacción a las necesidades sociales. Pero su idea acerca del rol obstructivo que la elite económica jugaba en relación al despliegue de las posibilidades productivas de la industria moderna tuvo curiosas derivaciones, como su flirteo con los partidarios de la tecnocracia. La utopía vebleniana, en efecto, ponía sus esperanzas en el advenimiento de una sociedad “tecnocrática”, conducida por “ingenieros”, expertos en el proceso industrial, que a sus ojos corporizaban la racionalidad intrínseca al mismo (1923, pp. 1718) Tales expertos debían organizarse para poner fin a la dominación de los intereses “pecuniarios” y construir, unidos a los trabajadores6, el gran cambio social que permitiera desplegar las potencialidades productivas inherentes a la tecnología moderna7. Preanuncia así el punto de llegada de buena parte de la heterodoxia económica: la racionalidad que se niega al mercado es suplantada por la que se atribuye a la planificación “científica” de la producción. Para ello la clase ociosa debe ser sustituida a su vez por una tecnocracia. Supone así que los conflictos

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Si no puede hablarse de un “dominio económico” delimitado por naturaleza, y provisto de "leyes" específicas, es posible poner en cuestión los límites instituidos de los espacios de saber-poder de los economistas, tanto en la universidad como respecto al poder político. Cabe acotar que V., en relación a la universidad siempre fue un elemento poco digerible y marginal. No resulta curioso entonces que muchos autores optaran por relegarlo al anaquel de la historia del pensamiento, o a calificar su obra como una suerte de ensayismo dilettante (Horowitz es un ejemplo). Puede agregarse que para Veblen, de acuerdo con el pragmatismo de fines del siglo XIX, pensaba al conocimiento científico no como espejo de la realidad sino como constructo, cuyos cambios dependen a su vez de transformaciones producidas en la técnica, o las formas de manipular la realidad. 3 Estas críticas se difundieron a través de una serie de artículos breves publicados a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. 4 Para Sombart el capitalismo, como sistema social y económico, consiste en la “institucionalización del autointerés”; se basa en el intercambio motivado por un “espíritu adquisitivo” dominado por un afán de lucro ilimitado. 5 Dice Galbraith en su prólogo a Theory of Leisure Class: “Su corazón no latía por el proletariado ni por los oprimidos” y "el rico americano nunca comprendió bien qué trataba de hacer Veblen, mientras sabía perfectamente que Marx era un enemigo” (ib., pp xxvi-xxx). 6 Sus análisis sobre la forma en que el capitalismo socializaba a los trabajadores en base al fervor patriótico o la emulación del consumo a fin de condicionar su identidad y por tanto sus intereses, lo hacían pesimista respecto a presumir un “papel histórico” para la clase obrera (ib., p. 426-7) 7 En Simich y Tilman (1982) se encuentra un repaso de las posiciones que diversos escritores socialistas han tenido de la obra de Veblen. Para un análisis de la valoración de Veblen respecto a Marx, véase su artículo de 1906/7.

inherentes al capitalismo serían así superados de la mano de la planificación basada en la ciencia y la técnica modernas, y en una clase encargada de conducir ese proceso. Las formulaciones de Veblen en este sentido resultan un antecedente descarnado de lo que, sobre todo, puede englobarse bajo el rótulo de “desarrollismo”, a modo de utopía recurrente en cuyos fundamentos se rechazan los rasgos utilitaristas del modelo subjetivo que subyace al discurso económico ortodoxo, pero se mantienen sus presupuestos racionalistas. Más allá de eso, su obra preanuncia y desarrolla numerosos tópicos luego recurrentes en las ciencias sociales del siglo XX. Puso de manifiesto –sobre todo cuando describe las costumbres de consumo dispendioso de las “clases ociosas”- el carácter convencional de la acción social. Mostró a los agentes económicos no como sujetos preconstitutidos sino como resultado de procesos históricos. Describió a la acción económica como emergente de un proceso de determinación social mediado por instituciones: “Los deseos y los fines de la acción, sus medios y su significado, y los distintos aspectos de la conducta individual son funciones de una variable institucional, altamente compleja e inestable” (1909). Definió a las instituciones como “… hábitos prevalentes de pensamiento respecto a relaciones particulares y funciones particulares del individuo y la comunidad” (1899, op. cit., cap. 8); o “hábitos establecidos de pensamiento comunes a la generalidad de los hombres” (1909) que establecen rutinas y situaciones repetitivas que moldean estos hábitos, trabajados por aquéllas en una interioridad enraizada en un fondo instintivo –biológico, y empujan al sujeto a la conformidad con el orden instituido, sin que lo advierta. Pero estos hábitos constituyen “ … métodos habituales de afrontar el proceso vital de la comunidad” y desplegar su actividad en función de utilizar las fuerzas de su medio natural y material para asegurar el desarrollo de su vida (1899, op. cit., cap. 8). Esta definición va más allá de los aspectos subjetivos de la institución (en tanto hábitos de pensamiento) y alude también a su vertiente objetiva. Pensó a la organización económica como producto de un proceso evolutivo, que consiste en un conflicto recurrente entre el orden existente, heredado del pasado, constituido por las formas sociales y los intereses ligados a ellas, y las nuevas formas sociales y tecnologías que surgen para enfrentar los cambios contextuales, que deben pugnar con los anteriores para pasar a formar parte de la estructura social. Su primer libro se centró en el estudio del consumo, pero a partir del segundo focalizó su atención en el análisis de la estructura de la producción. Sus conclusiones resultan incompatibles con las premisas ortodoxas de un consumidor racional y soberano y de empresarios que arriesgan su capital y resultan remunerados en función de su contribución a la satisfacción de necesidades sociales en el marco de sistemas de “competencia perfecta”.

3. Modelo subjetivo y teoría del consumo En el primero -y más recordado- de sus libros, la “Teoría de la Clase Ociosa” (1899)8, analiza las costumbres e ideología de sus clases hegemónicas de su época9. Galbraith destaca que Veblen fué el primero en considerar al consumo de manera no utilitarista, es decir, no como satisfacción de necesidades y realización de la pertenencia al organismo social, sino como un medio para el engrandecimiento de sus miembros más improductivos. La clase ociosa ("leisure

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1ra ed. en español: FCE, México, 1944. Otras ediciones: Orbis, Barcelona, 1987 (con prólogo de Jorge Luis Borges). Este trabajo lo hizo un autor conocido (como otros autores hetedoroxos en los años 50, tales como Hellbronner y Galbraith) y cimentó su mala fama entre las élites económicas.

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class") brinda, a través del ocio y el consumo ostentoso, el espectáculo de su primacía social10. Esta posición no es fruto de servicios a la colectividad, sino que se basa en un poder apropiado de manera parasitaria. Produce el concepto de consumo ostentoso para denotar al que se realiza para manifestar la preeminencia del consumidor. Distintos mecanismos alientan y reproducen el sistema económico y social del que tal clase se beneficia. Por ejemplo, una incesante sucesión de modas y estilos de vida son ofrecidos a las clases medias como materia de emulación para que éstas renuncien a impugar el sistema11. Visto desde hoy, resultan llamativas las premisas teóricas a las que apela para sustentar estas afirmaciones: teorías psicológicas centradas en el papel de los “instintos”, una antropología evolucionista basada en una suerte de etnografía retrospectiva, presentada como relato metahistórico de la evolución de la civilización, un darwinismo social que procura hacer compatible con una crítica del paradigma neoclásico, y argumentos propios de la escuela histórica alemana. A continuación se ofrece un breve repaso de estas premisas. 3.1. Modelo subjetivo e “instintos”. Veblen rechaza al modelo subjetivo neoclásico; su teoría de los “instintos” trata de cimentar un modelo alternativo. Veblen quiere erradicar de las premisas del análisis económico el supuesto empirista de que los agentes económicos son tabulas rasas, desprovistos de toda determinación social, capaces de calcular racionalmente sus sensaciones, infinitamente plásticos en sus gustos, gobernables mediante la administración del placer y el dolor según las premisas de la adaptabilidad infinita del sujeto de las psicologías asociacionistas y utilitaristas que Locke, Hume y Bentham postularan en el siglo XVIII. Si los sujetos no son tabulas rasas, los fines de su acción no son infinitamente intercambiables, ni pueden ser pensados como enteramente exógenos. El modelo subjetivo que propone se basa en el pragmatismo; un sujeto determinado desde el inicio por un fondo biológico instintual sobre el cual las instituciones se imprimen mediante la construcción de hábitos de pensamiento y acción. Las acciones son resultado, más que de un cálculo hedonístico, de una puja instintiva sobre la cual las instituciones sociales dan forma a sus hábitos y determinan sus propensiones. La teoría de los instintos de Veblen, heredera de William James, puede reducirse básicamente a una polaridad que opone, por un lado, instintos parentales (parental bent), de laboriosidad útil (workmanship) y de curiosidad libre (idle curiosity); y por otro, instintos predatorios y de “emulación”. La pugna entre ambos polos instintivos representa el punto de partida para explicar el comportamiento. La “laboriosidad útil” y la “curiosidad libre” son instintos constructivos y se expresan a través de la tendencia humana a conocer y aprender a manipular el medio en el que vive, la propensión a alcanzar metas, la repugnancia al esfuerzo fútil, la eficacia y la instrumentalización de medios respecto a fines como valores, etc. Por el contrario, los instintos “predatorio” y de emulación, representan fuerzas destructivas, asociadas a la caza y a la guerra, y expresado en la sociedad moderna por las fuerzas de mercado, la competencia hostil, y la emulación envidiosa en base a valores pecuniarios (1904, p. 351)12. Se trata pues de un sujeto en tensión permanente entre impulsos constructivos y destructivos. Esta tensión da lugar a su vez a procesos colectivos y impele el proceso de transformación social. 10

Merton (1957) destacó que había sido Veblen quien señalara la paradoja según la cual los bienes costosos no son comprados porque son mejores sino porque son costosos; en su lenguaje, que las pautas dominantes de consumo no se explican por sus funciones manifiestas sino por las de carácter latente. 11 También Baudrillard (1969) en su ensayo Para una crítica de la economía política del signo afirma que “... las clases subalternas tienen la función de ilustrar el status del patrón", tal como las mujeres burguesas están ahí para dar testimonio del rango de su "propietario"; el suyo es un "consumo vicario" (vicarious consumption). 12 El primer traductor español de Veblen lo traduce como "instinto del trabajo eficaz"- Sánchez Vázquez en la traducción del libro de Hobson sobre Veblen usa "instinto de laboriosidad". Castillo utiliza “instinto de laboriosidad útil”

Es notorio que la utilización del término “instinto” resulta particularmente chocante en este contexto, pero Veblen la utiliza en el sentido amplio de “propensión”; no se trata de un conjunto de comportamientos predeterminados sino en realidad de una suerte de referencia a tendencias generales propias de la existencia humana. Por qué habla de instintos entonces? La respuesta es que Veblen buscaba relacionar su modelo subjetivo con las teorías evolucionistas, ya que creía la economía como objeto de estudio debía ser pensada en el marco de este paradigma. Los hábitos son el fundamento de las instituciones, algo así como su instancia subconsciente. Utiliza este concepto en un sentido semejante al que la psicología social posterior dará al concepto de “actitud” (no en el sentido conductista de “pauta de conducta repetitiva”). Las distintas situaciones y las percepciones subjetivas disparan las potencialidades encerradas en el hábito adquirido. La acción está moldeada por los instintos, la influencia del ambiente y los hábitos de pensamiento. La "racionalidad" de la acción es instrumental en relación a fines determinados en base a la influencia de un sustrato instintual complejo. El sujeto no es un hedonísta pasivo por naturaleza, sino que ésta también lo impulsa a la transformación del mundo en base a una adaptación creativa al mismo13. El instinto de laboriosidad útil, en particular, busca destacar que la naturaleza humana no es reductible a la simplificación utilitarista sobre la cual se erige el edificio conceptual de la economía. Veblen intenta teorizar en términos de su modelo instintual el conflicto entre la necesidad de cooperación intersubjetiva que surge de la interdependencia funcional propia de la producción industrial a gran escala y el conflicto de intereses que trae aparejada la institución de la propiedad privada que la sobredetermina. Los intereses colectivos de una sociedad industrial se centran en la eficiencia productiva; el individuo es útil a los fines de su colectividad en la medida en que ejerce de modo eficiente un rol productivo. El interés colectivo exige un temparamento pacífico, diligente, dedicado a aprehender las secuencias causales, a fin de que el mecanismo de la industria moderna pueda funcionar de la mejor manera. El temperamento predatorio no se adapta a las exigencias de la industria moderna, ya que la vida colectiva predominante en la etapa predatoria es una competencia hostil con otros grupos, y los hábitos que sobreviven son aquellos que predominaron en los grupos que fueron exitosos en tal contexto. Pero es el temperamento que predomina en los aspectos capitalistas de la sociedad industrial, que establecen un régimen de competencia en el cual sus miembros son rivales y donde priman los intereses inmediatos del individuo, centrados en la búsqueda de ganancia y la “emulación”. La calculabilidad de la acción instrumental se complejiza en el marco del capitalismo, ya que no se orientará necesariamente a producir de modo cada vez más eficiente más y mejores medios de satisfacer necesidades sino a la generación de ganancia; la confusión entre ambos fines naturaliza y oculta el sentido de la “acción racional” atribuida al empresario capitalista y la confunde con la del “productor”, cuando en realidad el empresario sólo es productor de su ganancia, y ésta no se corresponde necesariamente con una organización racional de la producción en el sentido técnico del término. Esto le permitirá a su vez analizar a la corporación capitalista como una forma social 13

Este modo de pensar a la subjetividad taambién le permite poner el acento en los aspectos no intencionales de la acción. Veblen destaca que la intencionalidad no bastaba para explicar el comportamiento, sino que debía ser, a su vez, explicada; más allá de la intencionalidad consciente, la explicación de un comportamiento exige dilucidar una cadena de causas y efectos que la trascienden. De aquí también la apelación al fondo biológico a través del “instinto”.

incompatible con el desarrollo económico, ya que responde al fin de hacer más eficaz el proceso de apropiación privada de ganancias y no a la producción; obstaculiza así la expresión de las propensiones instintivas, como la de laboriosidad útil, capaces de impulsar dicho desarrollo y favorece en cambio las tendencias predatorias.

4. La organización de la producción. A partir de “Theory of business enterprise” (1904) su segundo libro,Veblen analiza al sistema industrial como el fundamento material de la civilización moderna, y la empresa de negocios como la fuerza directriz que lo anima, y extiende su dominio sobre el resto de la sociedad y la cultura modernas a partir de la mecanización de la producción y la inversión pecuniaria. Veblen entendía a la economía capaitalista como un conjunto de instituciones, cuyas lógicas son contradictorias y cuya articulación, por lo tanto, es conflictiva: se trata de instituciones “pecuniarias” por un lado, e instituciones “industriales” o productivas por otro. Las primeras sirven al interes económico basado en la “emulación” y se expresa en el mundo de los negocios; las segundas tienen que ver con la producción en el sentido técnico del término (Op.cit., Cap VIII). La “contradicción fundamental” del sistema industrial se da entre el sistema de propiedad –y las estructuras a que el mismo da lugar (ej, la “corporación de negocios”) y la lógica “técnica” del proceso tecnológico aplicado a la producción. Esta última ésta lleva a que sus unidades conformen un sistema concatenado e interdependiente; pero su ajuste se lleva a cabo mediante transacciones mercantiles, guiadas por el afan individual de maximizar ganancias y no por una lógica técnica. A lo largo de la mayor parte de su obra Veblen se dedica a estudiar las relaciones entre uno y otro tipo de “instituciones”. El proceso industrial involucra el conocimiento preciso de las características de la materia y de las fuerzas mecánicas aplicadas a su transformación. Su interacción sigue una secuencia exacta y predeterminada, que busca excluir la contingencia. Los procesos se integran en un conjunto interdependiente, cuyo ajuste requiere una alta uniformidad y estandarización de materiales, herramientas y unidades de medida. Lo mismo cabe decir respecto de los bienes finales, fabricados de acuerdo a especificaciones prefijadas de peso, tamaño, grados, presentación, etc. El consumo se conforma a las uniformidades impuestas por los procesos de trabajo mecanizados de la industria y la realimenta. El mismo fenómeno se extiende a los servicios, como el transporte. El sistema industrial en su conjunto adquiere el aspecto de un proceso articulado, cuyas exigencias moldean a cada uno de sus elementos. Cualquier perturbación local afecta al conjunto; el modo en que se maneja cada planta industrial impacta sobre el funcionamiento del resto. Otro aspecto del desarrollo industrial es la importancia que ganan los expertos en la operación técnica del sistema. El sistema industrial se desarrolla en un sentido impersonal, en el cual la articulación de sus distintas partes requiere la cooperación de los expertos a cargo de cada uno de ellos. Pero dado que los “ajustes intersticiales” entre las unidades productivas se realizan mediante transacciones comerciales, el “hombre de negocios” adviene al proceso industrial como un factor decisivo, ya que son sus decisiones las que determinan la eficiencia del proceso. Por ello, si bien éste se estructura conforme a las exigencias propias de la mecanización, son los imperativos ligados al negocio los que en último término dictan el rumbo a seguir. Los propietarios, no los expertos técnicos, controlan el proceso de producción. El modo de organización de la corporación de negocios emerge del objetivo de maximización de la ganancia de los propietarios y subordina a la lógica técnica de la producción; la eficientización de ésta es subordinada al criterio “pecuniario” e incluso es “saboteada” por

éste, ya que las plantas suelen producir por debajo de su capacidad en función de preservar o elevar precios y mantener bajo control la cotización de las acciones. La relación de la clase propietaria “no-productiva” u ociosa con el proceso económico es una relación de explotación, no de producción; no aporta al mismo, explota sus resultados; en suma, es una relación “parasitaria”, ya que su interés14 es distraer del proceso productivo y retener para sí todos los recursos a su alcance a modo de “ganancias”. El “pleno despliegue de las fuerzas productivas” es impedido por un sistema de propiedad privada arcaico e inapropiado para unas circunstancias históricas con el desarrollo tecnológico propio del momento en que escribía Veblen15. En términos marxistas, se trata del conflicto entre la división social y la división técnica del trabajo. En Los ingenieros y el sistema de precios (1921) retoma el conflicto entre el desarrollo de las potencialidades productivas del proceso industrial y las instituciones “pecuniarias” del capitalismo, profundizado, por un lado por el desarrollo tecnológico, y el consiguiente aumento de la capacidad productiva (por el aumento en las escalas de producción, en la mecanización y estandarización de procesos y productos, en la especialización de sus unidades, en la complejidad de sus interacciones, etc), y por otro, por la generalización de la forma corporativa como modelo de organización empresaria. En los comienzos de la industrialización, tal incremento pudo ser absorbido por los mercados, en un marco de libre competencia, gracias al aumento de población y la extensión del transporte. Pero ya a mediados del siglo XIX en UK (un poco más tarde en USA), el incremento en la productividad industrial comenzó a sobrepasar la capacidad de los mercados para absorber sus productos. Al mismo tiempo, se hacía notoria la creciente importancia de los pactos empresariales y holdings que configuraron un nuevo escenario16 en el que el “capitán de la industria” deja su lugar al manager comercial y financiero y, más tarde, al banquero de inversiones como figura rectora del desarrollo. Se extendió la separación entre la propiedad del capital y el gerenciamiento de las plantas (pag. 23). Las grandes corporaciones industriales pasaron a estar dominadas por los intereses de los banqueros de inversión, que funcionaban como un “sindicato de las finanzas” que compensaba y diluía los riesgos, equilibraba las ganancias y favorecía la rutinización de la administración financiera en las empresas17. A partir de la generalización de la forma corporativa, la conducción empresaria tendió a restringir la producción y mantenerla por debajo de las capacidades productivas, a fin de mantener precios y ganancias en niveles óptimos. Ajustar la producción al mercado significó en general impedir que aquella alcanzara los niveles que la tecnología le permitía. Además, el hábito de centrarse 14

“Vested interest” puede traducirse aproximadamente como interés creado; un derecho de propiedad sobre bienes intangibles e inmediatos (o cuya aparición es segura) y que (a diferencia de un interés contingente) no depende de algo que puede o no pasar; a la expectativa de beneficio que fundamenta el compromiso con una acción; una preocupación especial en mantener o influir en una condición, arreglo, o acción para fines individuales. Se extiende a quien posee dicho interés: ej, un grupo que disfruta de un privilegio existente; y a los grupos que procuran controlar la actividad de la que extraen una renta. 15 Las ideas de Veblen fueron una de las fuentes en las que abrevó el “movimiento tecnocrático” que surgiera en los EEUU en los años 20s con el objetivo de construir una nueva sociedad en la cual el bienestar humano pudiera ser optimizado por medio del análisis científico y un uso de la tecnología liberado del corsé que le impone el mundo capitalista actual. También fueron estrechas su relaciones con el Efficiency movement , que en las primeras décadas del siglo XX se proponía erradicar todas las formas de ineficiencia anidadas en el aparato gubernamental, en la sociedad y la economía; para ello, los “expertos” tecnológicos debían identificar racionalmente los problemas y solucionarlos científicamente. Taylor fue otro exponente de este movimiento. 16 Ejemplo es el caso de la industria del acero en USA y el modo en que la cartelización hacía posible estabilizar los precios a un nivel “razonablemente alto” para evitar los efectos perniciosos de la competencia (baja de precios, sabotajes interempresariales). 17 Puede advertirse, según Veblen, una suerte de burocratización de la explotación, una rutinización de las operaciones de apropiación pecuniaria a partir del funcionamiento de un cuerpo de funcionarios especializados, que vuelve cada vez más superfluo el papel económico de los “capitanes de la industria”-propietarios.

en los aspectos ligados a precios y ganancias aumentó la ajenidad de la conducción corporativa respecto a las cuestiones técnicas propias del proceso industrial. Como el sistema industrial es una serie de procesos articulados e interdependientes, toda meta de eficiencia está condicionada por la posibilidad de coordinar adecuadamente sus fuerzas. Sin embargo, su control no está en manos de aquellos que lo piensan en términos de manejo de las cuestiones tecnológicas, como los ingenieros, sino que se subordina a la lógica de los negocios, que conduce a que la producción sea acelerada o ralentizada para sostener los precios y las ganancias privadas de los propietarios, que no derivan de la plena utilización del trabajo disponible y de una mayor productividad de los procesos industriales; los progresos del sistema capitalista son paralelos a un grado variable pero siempre presente de capacidad productiva ociosa, desempleo y despilfarro de recursos. El desempleo de una parte variable de la fuerza de trabajo es paralelo a la subutilización de la capacidad fabril instalada. Por que los intereses que conducen al sistema industrial no lo llevan hacia la plenitud de su capacidad productiva? La respuesta es que es la lógica “pecuniaria” de la corporación de negocios se materializa en un sistema de precios, que rige la articulación entre las unidades productivas en base al imperativo de la ganancia privada. Los precios garantizan ésta, no la mayor eficiencia productiva del conjunto, y dan lugar a una defectuosa articulación entre las unidades productivas18.

5. La normalización de los sujetos. Por otra parte, como resultado de la dominancia general del “proceso maquínico” sobre la vida moderna, se produce un efecto normalizador sobre los hábitos de pensamiento y las relaciones sociales. Este efecto no deriva de que el trabajador hace uso de herramientas mecánicas en mayor magnitud o con mayor precisión que en épocas anteriores; se trata más bien que en la industria moderna es el trabajador el que constituye un instrumento del proceso, cuyo movimiento y ritmos controlan los suyos. El todo determina el carácter de sus partes, inclusive las humanas. El proceso industrial requiere la adaptación del trabajador a su lógica; estandariza su vida intelectual y moldea hábitos de pensamiento y acción ligados a la precisión mecánica. Esta se extiende al resto de la vida social, de modo tal que todo tipo de propósitos y actos tienden a ser reducidos a unidades estandarizadas, y se generan hábitos de pensamiento que dan lugar al fortalecimiento de la conformidad para con la medida cuantitativa rigurosa elevada a ideal social y respecto a la necesidad de ajustar a las mismas, con precisión mecánica, los detalles de la vida cotidiana. Las relaciones sociales tienden a configurarse de un modo tal que el curso de los acontecimientos es percibido como un proceso impersonal e inexorable. El modo de conocimiento así inducido tiende a privilegiar las relaciones materiales de causaefecto y a dejar de lado las explicaciones basadas en la costumbre, las verdades convencionales o la autoridad tradicional. Ejemplo de lo antedicho lo constituyen las relaciones domésticas. La familia, una de las instituciones creadas como respuesta a problemáticas propias de otro contexto histórico, sobrevive en el medio de la sociedad industrial como una suerte de arcaísmo cuyos lazos son debilitados por el proceso maquinístico, el que desintegra las convenciones de la rutina hogareña y quita fundamentos a

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Constituyen un método, en el mejor de los casos, lento y poco eficaz. Sobre este tema Veblen publicó en 1923 Absentee Ownership and Bussiness Enterprise in Recent Times: the case of America.

la autoridad patriarcal19. En estas tendencias (al materialismo, a priorizar las razones de “hecho”, a la impersonalidad, al descreimiento en razones trascendentes, etc.) existen matices o gradaciones según de qué clase social se trate. Es ostensible como Veblen parece tender vías de pensamiento paralelas a las de Weber. Existen dos clases principales de ocupaciones propias del sistema industrial, las “pecuniarias” o relativas a los negocios y las “industriales” o mecánicas, cuya diferenciación se aumenta a medida se desarrollan, generalizan y complejizan las relaciones sociales propias del capitalismo. El efecto normalizador de la producción industrial disminuye en razón directa al grado de involucramiento en el proceso industrial propiamente dicho. Esto trae aparejadas amplias diferencias entre los hábitos de pensamiento de una y otra clase y el tipo de disciplina a la que cada una se halla sujeta. Las clases envueltas en ocupaciones “pecuniarias” apelan como resorte último de validez en sus argumentos al derecho de propiedad, entendido como derecho natural. Su lógica consiste en el desarrollo de las implicancias de este postulado. Es un razonamiento de jure y no de facto, antropoformizante, basado en los precedentes acreditados más que en la experiencia; “va de premisas pecuniarias a conclusiones pecuniarias” y es esencialmente conservador. Asume la defensa de postulados convencionales, por lo que no es apto para el escepticismo respecto a las instituciones “en las cuales esos postulados están incorporados”. Este carácter conservador lo comparten con clases que provienen de las sociedades preindustriales, como los militares, el clero, los funcionarios, etc. Las ocupaciones con una relación más estrecha con la industria moderna se hallan más libres de tal sesgo. Su participación subordinada en un proceso técnico que las excede, determina y objetiva como fuerza laboral móvil, intercambiable, distribuible, impersonal, como el resto de los insumos; su necesidad de consumir de modo inmediato el ingreso salarial, su debilidad relativa que los obliga a actuar colectivamente, etc., configuran un racimo de razones que contribuirían a fomentar en los trabajadores un mayor descreimiento respecto al carácter natural del derecho de propiedad: “El suelo espiritual en el que descansa tal noción es barrido por la experiencia cotidiana de estas clases”.

6. Estado, nación, gobierno, burocracia Los principios nacidos de la Ilustración en el siglo XVIII, como el “derecho natural” a la propiedad, la libre contratación, la autodeterminación individual, la búsqueda del propio beneficio, la igualdad de oportunidades, etc., formaron la base de las instituciones económicas que regían el comercio, la industria y las finanzas en la sociedad industrial del siglo XX a despecho del cambio producido en las condiciones materiales de vida entre uno y otro momento histórico. En el siglo XX las grandes corporaciones privadas controlaban las principales industrias y por consiguiente las condiciones de vida del resto de la población. El siglo XVIII no conocía a este sistema de producción y propiedad en gran escala: el sistema de derechos y obligaciones propugnado entonces ya no resultaba adecuado. La propiedad privada y la autodeterminación irrestricta del individuo correspondientes al contexto de surgimiento del capitalismo resultan extemporáneas ya que no propenden a proteger a la igualdad de derechos sino a resguardar las desigualdades de hecho; es decir, la concentración de intereses particulares cada vez más poderosos, cuyos fines ya no coinciden con la mayor eficiencia 19

Veblen señala que la incapacidad de las clases industriales para construir nuevas convenciones que reemplacen a las obsoletas, es efecto de los hábitos de pensamiento inculcados por la tecnología mecánica. Este fenómeno, u otros semejantes, como el creciente desínterés religioso, se presenta en éstas clases con mayor relevancia.

productiva y el mayor bienestar colectivo. Buscando preservar condiciones de igualdad y autodeterminación, tales principios generaban condiciones que permitían que prosperen los intereses que por su naturaleza y dimensiones atentan contra ellos. En los países industrializados, las kept classes, (vested interests) controlan las condiciones de vida del resto. El “hombre común” no posee la riqueza necesaria para ejercer esa influencia, y sus condiciones de vida son, por lo tanto, controladas por otros. Es una división entre los que definen las condiciones de trabajo, el volumen de producción y a quienes va el benefeficio neto de esta producción, y aquellos que se ganan la vida a partir de acoplarse al proceso de trabajo del modo en que los otros lo permiten. Las kept classes se integran por los poseedores de riquezas invertidas en activos intangibles (“riqueza inmaterial”), que los hace poseedores de vested interests (algo así como “intereses creados”); derechos legítimos y transferibles a un ingreso a partir de una posición privilegiada que les permite controlar algun aspecto del flujo de bienes y servicios. Se trata del derecho “a obtener algo por nada”; o en todo caso, algo más que el equivalente a su contribución, medida en términos tangibles, al proceso productivo. El sentimiento nacional constituye el único interés común que liga a las clases. Pero en tanto la acción del Estado representa una ganancia material a las kept classes, al hombre común sólo le representa un “beneficio psíquico”: efecto del prestigio y el honor nacionales sobre aquello que de su identidad se liga a su pertenencia a este sujeto colectivo. Este beneficio es el incentivo que lo liga a su obligación de servir los intereses nacionales. Por otra parte, así como las instituciones que surgieron y resultaron funcionales en las etapas mercantilistas y artesanales del capitalismo naciente ya eran inadecuadas para regirla en su madurez, lo mismo sucedía con la extensión al estado-nación del derecho natural e inalienable a la autodeterminación asegurado al ciudadano individual en los estados liberales, lo que llama el “derecho divino de las naciones”. El derecho divino e irresponsable de la monarquía, de naturaleza patrimonial, activo intangible que habilitaba a hacer usufructo de su dominio y sus recursos (incluyendo su población) había pasado a los estados-nación que la sucedieron. La búsqueda de extender los dominios del rey se transformó en política imperialista del Estado liberal, destinada a proteger y fortalecer los intereses domiciliados dentro de sus fronteras. Y así como éstos intereses difícilmente pueden demostrar que su contribución tiene por consecuencia mejores condiciones de vida para el conjunto de la población, tampoco este “derecho divino de las naciones” pueden demostrar, en términos de perfomance tangible, una contribución similar20. Al analizar el rápido desarrollo industrial alemán, que recorriera en medio siglo el camino que a Gran Bretaña le había llevado tres, compara la relación entre la cultura y las conductas económicas de la población de ambos países, y el “esquema institucional” que regía a sus respectivos sistemas de gobierno. Veblen destaca que los dos países representaban dos modos diversos del “desarrollo cultural moderno”, originadas por distintas circunstancias económicas en cada caso; sobre todo, el distinto grado de arraigo de la sociedad industrial. Los alemanes habían adquirido en menor medida los rasgos propios de ésta y retenido en mayor medida aquellos inculcados en una fase más arcaica, de lo que derivaba la legitimación del esquema institucional vigente en Alemania, que presentaba un grado de tributación y de intervención en los asuntos privados relativamente altos para los estándares anglosajones. La eficacia de tal acción estatal no era juzgada en relación a ideales de tolerancia, ni en términos de bienestar material individual; su legitimidad no derivaba de una ecuación individual de costo-beneficio, ya que su objeto no era de naturaleza material o pecuniaria. Esta empresa era el esfuerzo 20

Tanto la sociedad como el orden político internacional son concebidos como juegos de suma cero. La acción de las naciones (como la de cualquier “vested interest”) persigue ventajas a expensas de las otras.

común para el engrandecimiento de la nación alemana (no considerada por sus miembros como un agregado de individuos); el sentimiento derivado de formar parte de un esfuerzo colectivo para realizar un ideal nacional aceptado acríticamente, a partir de procesos de habituación particulares21. El sistema administrativo alemán le pareció un “esquema de represión mitigada”, más coercitivo, con menos participación popular en el gobierno y un mayor ámbito de intervención estatal que en el Reino Unido, fruto de un compromiso entre autocracia irresponsable y gobierno democrático. Su legitimación proviene del impacto desintegrador de la generalización de la industria sobre los hábitos de sujeción y lealtad personalizadas propios de una “sociedad dinástica” como la alemana, salida recientemente del esquema de fidelidad personal y sujeción incondicional. Tal esquema podía juzgarse como de “libertad” comparado con las condiciones que imperaban antes (aunque a otros pueblos con otras experiencias y tradiciones podía resultar un estado de sujeción). También los rasgos distintivos de la burocracia alemana, que la volvían especialmente apta para cumplir sus fines, arraigaban en tradiciones y hábitos peculiares, que daban lugar a un tipo de burócrata modelado en base a relaciones de lealtad y servidumbre personal al monarca y daban relevancia a la remuneración “inmaterial” basada en el rango y el prestigio, puesto que la comunidad aún apreciaba esos rasgos como medios de distinción social22. Veblen era pesimista respecto a la capacidad de esa burocracia para adaptarse a las transformaciones sociales propias de la industrialización. Su eficacia presente se basaba en precedentes extraídos en otras circunstancias históricas, en base a las cuales había configurado procedimientos y rutinas adecuados; pero la rápida transformación de esa realidad haría que esas rutinas resultaran cada vez menos exitosas23.

7. Cambio social, darwinismo y evolución institucional. Veblen propugnó (1898) que la economía se alineara con la por entonces “moderna ciencia de la evolución”, y tomara la forma de una ciencia de la evolución de las instituciones económicas” (1896, citado por Jorgensen, 1999)24. Veblen atacó el carácter "éstatico" de los análisis ortodoxos y señaló la necesidad de estudiar los procesos de cambio: la economía debía dejar de ser una ciencia de los equilibrios. Propone una suerte de evolucionismo darwinista, que no opera en un sentido teleológico, sino de modo causal y acumulativo. Visto desde hoy, la dificultad principal para apreciar a esta apelación vebleniana al darwinismo como fuente de una teoría del cambio social es es el sesgo teleológico que se le presupone a la noción de evolución. El darwinismo aparece ligado a la legitimación del orden social vigente. Esta interpretación deriva de identificar a los mejor adaptados son los “más fuertes”, a partir de que Spencer utilizara estas nociones en su sociología. Pero Veblen observa que la supervivencia de 21

Subyace a estas ideas un eco de la obra de Schmoller, quien decía que el primer objetivo del mercantilismo fue la unidad nacional. Tal fue el resultado de la nacionalización de las regulaciones económicas y de la construcción de un sistema regulador capaz de abarcar un ámbito semejante. Veblen señala que la política económica imperial, continuación de las tradiciones “cameralistas” de la monarquía prusiana, buscaba asegurar la disposición de los recursos necesarios para la construcción y el fortalecimiento de la monarquía como poder guerrero. 22 A estos se suma según Veblen la escasa relevancia de la “coima” rasgo que la diferenciaba de otras burocracias imperiales de entonces (como las de Austria, Rusia o Turquía) en los cuales era central para su funcionamiento. 23 El éxito trae aparejada así la rigidez, en coincidencia con la idea spenceriana de que el éxito de una forma institucional en un contexto dado, dificulta su capacidad de adaptación a los cambios del mismo. 24 La idea vebleniana de evolución no constituye para Hodgson un reduccionismo ni una analogía aplicada a fenómenos sociales, sino un principio ontológico común a los mundos social y biológico. Valora que Veblen estuviera "muy al día en cuanto a los desarrollos de la biología", lamenta que "el institucionalismo no se interesó por la biología después de Veblen"; por esta razón -concluye- "... debería ser considerado como una de las figuras fundadoras de la moderna economía evolucionista" (Hodgson 1993a, pp. 199 y 201).

los más adaptados no es correlato de una mayor eficiencia social o de la realización de un valor trascendente cualquiera sea; se trata de que el contexto institucional favorece la supervivencia de los “individuos socialmente deseables” en función de sus propios requisitos, sin presuponer que tales instituciones sean “eficientes” (Hodgson, 2008). Las instituciones económicas evolucionan de acuerdo a los principios darwinianos de variación, herencia y selección natural25. La vida humana es una lucha por la existencia y está sujeta a un proceso de adaptación selectiva. La evolución de la estructura social es un proceso de “selección natural de instituciones”, es decir, de adecuación de los “hábitos de pensamiento” de sus integrantes a un medio en constante transformación. Las instituciones, elementos de estabilidad y continuidad a lo largo del tiempo, preservan sus “adaptaciones”, es decir, las relaciones sociales surgidas y estabilizadas en relación a las exigencias de cada etapa. (Hodgson, 2008)26. Usos y costumbres deben conformarse a las exigencias del medio institucional y de su competencia sobreviven los mejor adaptados; contribuyen así a la selección de los individuos que mejor ajustan con ellas, pero a la vez deben transformarse a sí mismas a fin de contribuir al ajuste de la sociedad en su conjunto con el medio ambiente. Esta evolución obedece a impulsos exógenos relativos al ajuste de la sociedad con el medio en el que vive, que ocasionan que los métodos habituales con que los miembros de la sociedad se relacionan entre sí y con que afrontan los problemas vitales de la sociedad “como un todo” ya no den los mismos resultados que en el pasado. Estos cambios modifican las condiciones de vida de los distintos sectores y clases. La aplicación de estos conceptos al cambio histórico retoman los argumentos de Spencer invirtiendo su sesgo político: Veblen los profiere en clave de crítica institucional. Las instituciones, como resultado de procesos del pasado, están adaptadas a circunstancias propias de la etapa en la que surgieron; transmiten de generación en generación procedimientos y rutinas que son reflejo de hábitos pretéritos, como una reliquia de las soluciones halladas a problemas de una etapa previa, resultado de un ajuste más o menos inadecuado a las situaciones que fueran relevantes ayer. Nunca están completamente de acuerdo con las exigencias del presente; constituyen de por sí un elemento conservador. El proceso de adaptación selectiva nunca avanza al mismo ritmo que los desafíos cuyas características exigen a la sociedad transformarse. Las instituciones vigentes en una etapa histórica –con sus correspondientes “esquemas vitales”27- nunca encajan del todo con los problemas que le resultan coetáneos. La situación de hoy modela las instituciones de mañana a través de un proceso que actúa selectivamente sobre hábitos forjados en el pasado, que tienden a persistir indefinidamente si las circunstancias externas no les imponen cambiar; constituyen una fuente de inercia social y psicológica. Por ello para Veblen el punto de vista evolucionario no implica un juicio moral, ni una visión “normativa”. En realidad, el concepto de evolución permite a Veblen apuntalar su rechazo del marxismo, ya que le permite pensar el cambio histórico y rechazar al mismo tiempo la dimensión teleológica del marxismo, por 25

De acuerdo al principio de variación debe existir una variabilidad relevante entre los miembros de una especie o población; el de herencia establece que debe existir un mecanismo por el cual las características presentes son pasadas a la siguiente generación; y el de selección natural, dice que los entes mejor adaptados al medio, o cuyas variaciones implican ventajas en la lucha por la supervivencia, poseen mayores posibilidades de dejar una descendencia más numerosa. 26 También pueden citarse pasajes de veblenianos que relativizan al evolucionismo, como en el capítulo IX de la Teoría de la clase ociosa, donde señala que esta concepción de la evolución humana “no es indispensable para la discusión” y que las conclusiones alcanzadas permanecerían verdaderas aunque los conceptos darwinianos y spencerianos fueran sustituidos por otros. 27 Veblen llama “esquema vital” (scheme of life) a la construcción que resulta del agregado de instituciones vigentes en un determinado momento histórico del desarrollo de una sociedad, cuyo correlato “psicológico” es una actitud espiritual predominante” o una “teoría prevalente de la vida” reductible en última instancia a un “tipo predominante de carácter”.

"predarwinista" (Hill 1958, p.138; Dorfman 1963, p. 9). El papel de la clase ociosa en este proceso consiste en retardar los cambios sociales que permitirían proseguir la senda evolutiva. Este papel no se explica tanto en función de sus intereses y en el cálculo de las ventajas materiales obtenidas de la situación presente, sino que se basa en una inercia instintiva. Además, el ejemplo del consumo ostentoso y la distribución desigual del bienestar favorecen la perpetuación del desajuste institucional presente. Veblen menciona el papel de la educación pero también el de la “eliminación selectiva de los individuos poco adaptados y sus líneas de descendencia” (op.cit., cap. IX). La evolución social actúa asimismo conservando algunos de los rasgos más afines a la estructura vigente; resulta así un proceso de adaptación selectiva de hábitos de pensamiento. Por último, existe un distinto grado de exposición de las distintas clases a las fuerzas que impulsan el cambio; la “clase ociosa”, por ejemplo, se halla especialmente resguardada de ellas. Esta clase contribuye así en primer término a modelar los hábitos de pensamiento de los miembros de la sociedad y ejercer una vigilancia selectiva sobre el desarrollo de sus aptitudes e inclinaciones. Otro aspecto de la evolución social es, según Veblen, el conflicto entre las tendencias instintivas presentes en el sujeto. La presunta reconstrucción metahistórica de tal “evolución”, realizada con la dudosa ayuda de la antropología evolucionista del siglo XIX, lo lleva a recorrer un pasado conjetural apoyado en estudios etnológicos y en rasgos psicológicos existentes en el presentes, que constituyen una supervivencia de etapas pasadas de la humanidad. Postula un punto de partida en el que comunidades pacíficas, con pocas necesidades materiales, sin propensión a competir unas con otras, caracterizadas por la solidaridad indiferenciada del individuo con el grupo, y en las que no existía la propiedad privada generalizada ni la diferenciación entre clases y primaban las expresiones del instinct of workmanship28. El surgimiento de la clase ociosa es resultado del predominio de los hábitos predatorios de la caza y la guerra. Aparece un excedente económico y una primitiva diferenciación entre ocupaciones29. El instinto predatorio, satisfecho originariamente mediante la guerra, la conquista y el mando, es reemplazado por la habilidad para adquirir y acumular bienes. A partir de este origen, dondequiera que emerge la propiedad privada, el proceso económico adquiere un carácter hostil. El hombre de negocios contemporáneo conserva y expresa los rasgos predatorios y asocia su honor al éxito obtenido en una vida entendida como lucha competitiva. Veblen no deja de reconocer el carácter conjetural de esta parte de sus indagaciones y aclara que deben considerarse más bien como resultado de hipótesis “psicológicas” (de su “teoría de la naturaleza humana”) que etnográficas.

8. Conclusiones. 28

El término“envidia” es usado por Veblen para describir “... una comparación de personas con la mira de medirlas y graduarlas en relación a un determinado valor y otorgar y definir así los grados relativos de complacencia con los que pueden legítimamente ser contemplados por sí mismos y por otros. Una comparación envidiosa es un proceso de valoración de personas en términos de respeto o valía.” (op. cit. cap 8., último párrafo) 29 Al inicio de la fase predatoria son valoradas las “que tratan con lo animado” (ligadas a la guerra, la caza, los ritos, las competencias), y atribuidas a los hombres; y son menospreciadas las que “tratan con lo inerte” (ligadas al trabajo manual), asignadas a las mujeres. La “dignidad” y el “honor” son asociados a los actos exitosos de agresión; la obtención de trofeos y botines de guerra por medio del saqueo se volvieron testimonio de valía individual y rasgo digno de emulación. El surgimiento de esta cosmovisión es inseparable al de la propiedad privada. cuyo móvil no es el mayor bienestar del propietario, sino la “emulación”; la utilidad de las cosas no está ligada a la satisfacción de necesidades funcionales sino a su papel de fuente honofírica de distinción, tanto respecto de los enemigos a los cuales fueran tomados, como en relación al propio grupo. El rapto y apropiación de mujeres se vuelve prueba eminente y durable de los méritos del captor, dando lugar a formas primarias de propiedad-matrimonio. La propiedad de las mujeres es extendida hasta incluir los productos de su labor. La propiedad de las cosas surge junto a la de las personas. La esclavitud es signo de una incipiente organización de la producción sobre la base de la propiedad privada.

El pensamiento de Veblen permite ataca la forma de plantear los problemas propia de la filosofía y de la economía política liberales, a partir de una reelaboración de la herencia de la escuela histórica con los aportes del pragmatismo y el evolucionismo. Como mirada crítica a las perspectivas “oficiales” en materia de subjetividad, racionalidad, instituciones y la naturaleza y funcionamiento del sistema capitalista, puede ser comparada en sus aspectos principales a otras más conocidas, como las de Freud, Weber y Marx. Veblen, Freud y modelo subjetivo. La teoría de los instintos de Veblen opone un polo de los instintos de workmanship e idle curiosity por un lado, y emulation y predatory instinct por otro. Más allá de la extrañeza que hoy pueda suscitar esta teoria, es importante señalar que Veblen apela a ella para fundamentar sus premisas acerca de que la motivación de la conducta humana es más compleja y diversa que la construcción artificial del individuo calculador y orientado a la obtención del máximo placer descrita por la economía clásica. La satisfacción por el trabajo bien hecho, por ejemplo, propia del artesano o del artista, forma parte de las motivaciones del trabajador más allá de lo pecuniario. El “instinto” es aquí una entidad que permite dar un carácter de necesidad a la posibilidad contingente de conciliar la oposición entre el eje de lo tradicional y lo identitario, por un lado, con la racionalidad de medios del proceso industrial, por otro. Veblen basa su crítica al homo oeconomicus, entonces, en la existencia de una “naturaleza biológica” del sujeto, consistente en múltiples instintos confrontados: el instinto artesano del "hombre trabajador" y el instinto predatorio de quienes se aprovechan de lo que otros producen y no son capaces de producir30. Esta oposición le permite contraponer dos tipos psicológicos: uno, portador de una conciencia utilitaria que reproduce el sistema y su ideología materialista y hedonista. Otro, que es ajeno a la dinámica mercantil y objeto de su dominio; el de los portadores de la libre curiosidad (idle curiosity, artistas, inventores, los que arriesgan su propio capital, los aventureros). Esta curiosidad libre va en el sentido de la evolución biológica; pero la civilización liberal la esclerotiza31. El capitalismo merece ser condenado por dar el "usufructo de las artes industriales" no a la comunidad que, con el conjunto de sus clases, produce el trabajo y la ciencia, sino a la función financiera de la economía, que determina estrategias y obtiene sus ganancias sin contribuir al proceso productivo. Cuál es la relación entre este modelo subjetivo y la lógica “pecuniaria” que rige al sistema capitalista tal como la describe Veblen? Si éste perdura en base a la extensión indefinida de las necesidades humanas (hacia "cosas superfluas", de acuerdo a Veblen) es posible postular que el modelo subjetivo propio del paradigma neoclásico es un requisito fundamental para el funcionamiento de un sistema que necesita a cada paso volver compatibles la lógica del desarrollo de las fuerzas productivas con la de las relaciones de producción. El sujeto económico pensado como una naturaleza indefinidamente maleable resulta un prerrequisito necesario para que el sistema de precios permita compatibilizar un cierto nivel de productividad industrial con la continuidad de la extracción de beneficios por parte de las clases propietarias. Para Veblen, el conflicto entre una lógica productiva que remeda a una vocación artesanal preindustrial, y la lógica pecuniaria que resulta el cauce para que se exprese una vocación guerrera y rapaz, reproduce una lucha metahistórica, que cambia de ropajes, pero no es exclusiva de la modernidad.

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Veblen identifica al "depredador" con el guerrero, el financiero o el jefe industrial, en quienes veía la versión moderna del combatiente ávido de botines. 31 El pensamiento científico es fruto de la curiosidad libre y el instinto artesana, lpróximos a lo que Heidegger consideraba "poesía"

Resulta problemática en este contexto la cuestión del bienestar. Como consecuencia de la teoría vebleniana del consumo, queda fuera de la cuestión la posibilidad de saciar un cierto bienestar general, así sea en promedio. Si el motor de la acumulación fuera el deseo de satisfacer necesidades vitales o alcanzar un grado mayor de confort, sería concebible que las necesidades agregadas de una comunidad resulten satisfechas con una mayor eficiencia productiva. Pero si partimos de la teoría de la emulación pecuniaria, de cualquier modo que el bienestar se distribuya colectivamente, ningún incremento general del mismo puede acercarse a su satisfacción, ya que ésta arraiga en la aspiración de cada uno a exceder a los demás. Esto no significa que el deseo por mayor confort y seguridad se halle ausente como motivo del proceso de acumulación; pero es la emulación pecuniaria la que modela los métodos y selecciona los objetos de consumo que constituyen el nivel de vida deseado. Parece que en la utopía vebleniana el bienestar sería imposible sin producir un cambio fundamental en las instituciones económicas vigentes, de modo que las mismas sean capaces de potenciar la expresión de las propensiones a la laboriosidad útil y dejen de lado las formas obsoletas que son vehículo y caja de resonancia de las tendencias predatorias. Veblen, Weber capitalismo y racionalización. Las teorías veblenianas de la empresa capitalista y de los efectos del desarrollo industrial sobre las relaciones sociales evocan aspectos de la teoría weberiana de la racionalización. Para Weber ésta es un proceso de origen paralelo al del capitalismo mercantil, que luego deviene constitutivo del mismo. Toma forma primariamente en términos de normas y formas sociales, no en el de un desarrollo tecnológico instrumental; por cierto que ambas dimensiones se refuerzan mutuamente a partir de su confluencia histórica. La racionalización coincide con las necesidades de calculabilidad de la empresa capitalista y de funcionamiento eficaz de las burocracias. Desde un punto de vista weberiano esa racionalización como proceso social hace posible la aplicación masiva a la producción de tecnologías basadas en la ciencia y no al revés. Estas corporizan a la razón instrumental en el seno del proceso de trabajo, invirtiendo un punto que en el razonamiento de Veblen permanece oscuro y abre la puerta al determinismo tecnológico32. La empresa capitalista es para Veblen la encrucijada material en la que chocan la lógica de la organización de los negocios y la del proceso productivo. Veblen destaca que ambas lógicas no son necesariamente complementarias, ni pueden representarse como dos caras de un mismo proceso de racionalización; su coincidencia durante las instancias tempranas del desarrollo capitalista se transforma en contradicción en las etapas tardías, dominadas por los intereses de corporaciones de negocios destinadas a la apropiación privada de los beneficios, que llegado el caso sabotean la organización racional de la producción en pos de tal fin. El refuerzo mutuo entre la racionalización del derecho y el desarrollo de la técnica en base a la aplicación de la ciencia, a su vez, no es algo evidente para Veblen, quien entiende que las normas que conforman al capitalismo en realidad ponen en peligro la racionalidad de la producción. La racionalización, por otra parte, no es un proceso homogéneo. El cálculo instrumental que aplica el empresario no se orienta a maximizar la producción sino su ganancia. La primera, subordinada a la segunda, puede y/o debe conservar o incluso desarrollar rasgos de irracionalidad en cuanto a la productividad de los recursos empleados. Existe en el análisis weberiano una distinción análoga a la vebleniana entre una “lógica pecuniaria” diversa de la propia de la producción industrial en tanto proceso técnico, como casos particulares y potencialmente contradictorios en el seno del proceso de racionalización? A primera vista, la distinción entre una y otra no tiene un lugar específico en su sistema de 32

La autonomía del proceso tecnológico y su consideración meramente instrumental no es ajena al marxismo, ya que la industrialización soviética, por ejemplo, procuró poner en práctica los principios tayloristas. Aquí se hace notoria la necesidad de una teoría social del cambio tecnológico.

pensamiento. Tanto la lógica de la producción industrial como la lógica pecuniaria son casos particulares de un mismo proceso de generalización de la racionalidad instrumental. Se trataría de casos particulares de un mismo proceso de subsunción de la acción social a la racionalidad formal. La diferencia estribaría en todo caso en los fines de lo pecuniario y lo productivo, la cual es remitida por Veblen al predominio de uno u otro grupo de instintos, y a las circunstancias sociales e históricas que facilitan su expresión. Veblen, Weber, racionalización y subjetividad. Un aspecto del proceso weberiano de racionalización es la formalización de las relaciones sociales, la captura de los distintos aspectos de la vida por organizaciones formales, con ámbitos más o menos precisos de actuación, correlativa de una estandarización subjetiva en relación a los parámetros provistos por el saber científico-técnico. Veblen remite esta estandarización de las subjetividades – así como su alcance y profundidad- a la generalización del “proceso industrial” en cada sociedad, y no a una racionalización concebida de modo más abstracto, como en Weber. Otra cuestión es la posible contradicción entre sus concepciones de la racionalidad a escala individual y social. A escala individual, Veblen critica la concepción instrumental de la racionalidad propia del pensamiento económico predominante; a escala social, aboga por una organización de la sociedad basada en la racionalidad de conjunto del sistema industrial. ¿Esto implica la reintroducción a escala social de una racionalidad instrumental, materializada en el sistema industrial, que previamente había sido expulsada de su modelo subjetivo? La racionalidad formal al servicio de la lógica hedonística-pecuniaria le parece artificial y reduccionista como único modelo subjetivo; pero no le merece críticas al servicio de la productividad industrial guiada por los instintos humanos de curiosidad libre y laboriosidad útil. También para Weber las condiciones de mercado pueden reducir la provisión de bienes para determinado estrato de consumidores, no sólo a pesar de la distribución óptima de capital y trabajo en términos de rentabilidades relativas, sino precisamente a causa de ella. (ver , págs.) . Joas y Yilmaz (1996) intentan conciliar estos términos apelando a las raíces pragmatistas del pensamiento vebleniano. Para estos autores el problema es sólo aparente, ya que el concepto de racionalidad de Veblen no puede ser reducido al de racionalidad instrumental. La referencia a la "creatividad de la acción" es el punto en el cual la racionalidad de la acción individual y social se conectan. La utopía de Veblen incluye la perspectiva de que un sistema industrial libre de las ataduras del sistema de precios pueda encauzar a la creatividad y la curiosidad de los trabajadores e ingenieros en su racionalidad colectiva. El problema es: cómo es posible, si se parte de la premisa de una determinación institucional del sujeto, concebir a su vez a éste, en términos teóricamente consistentes, como agente del cambio. Apelar a la “creatividad” del sujeto para establecer nuevas maneras de adaptarse creativamente no va más allá de describir en términos de un reduccionismo psicologista e idealizante la situación empírica que se pretende explicar. La referencia a una supuesta naturaleza instintual que ofrece precisamente la explicación requerida es metafísica revestida de terminología “biológica” –añeja- para quien decida creerla. La utopia tecnocrática. Donde Veblen vio en la tecnología un potencial liberador, Weber la vio como parte integrante de un modo de dominación cuyo pleno despliegue reduciría el alcance de la libertad. Weber presagia como contracara de la racionalización a un proceso de burocratización representado en la conocida imagen de la jaula de hierro. Para Veblen, el potencial liberador de la racionalidad instrumental propia de proceso industrial se alcanzará una vez que se libre de las restricciones que le impone la lógica de los intereses financieros y especuladores parásitos que lo sabotean. La racionalidad intrínseca al proceso industrial se contrapone a la irracionalidad del mercado. La conclusión de Veblen es que si pudiera librarse

a científicos e ingenieros de las limitaciones de la lógica de los negocios, la economía sería capaz de alcanzar una productividad sin precedentes. Sin embargo, nada dijo sobre el modo de alcanzar esta situación ni respecto a las características que debería asumir este gobierno de los doctos en materia productiva. Si que “el sistema de precios” dejara de organizar la producción, Galbraith se pregunta quién o qué asumiría esa tarea. Aparece aquí el vacío en el que luego irrumpirá la cuestión de la planificación como elemento necesario para la gestión del capitalismo a partir de la segunda guerra mundial. Veblen no explica cómo se elegiría en ese mundo a los miembros de los órganos rectores que dirigirían la producción, ni qué contrapesos prevendrían que la racionalidad ingenieril, devenida de dominada en dominadora, se convierta en el eje de un nuevo mundo totalitario, tema que desarrollarían décadas más tarde los principales exponentes de la Escuela de Frankfurt. La pregunta por los determinantes sociales del cambio tecnológico no es planteada por Veblen. Esta utopia vebleniana presenta puntos de contacto con lo que Herf (1984) denominó “modernismo reaccionario”, la corriente ideológica que a principios del siglo XX (y especialmente durante el período de Weimar) procuró conciliar a la tradición romántica e irracionalista del nacionalismo alemán con la tecnología moderna. Autores comno Junger, Spengler y Sombart son exponentes de este pensamiento, que procuró realizar la paradoja de rechazar la ilustración, aceptar el desarrollo tecnológico y fortalecer a la potencia del Estado, con vistas al engrandecimiento de la nación alemana. Sus críticas se asemejan en algunos puntos a las de la “derecha revolucionaria” de la república de Weimar: Jünger, por ejemplo, contrapuso un tipo trabajador conformado por elementos artesanos y guerreros a un tipo depredador de esencia mercantil, y consideró que la verdadera explotación provocada por el capitalismo liberal era de naturaleza financiera e internacional (el "capital prestamista") sobre el trabajo productivo artesanal (agricultura, industria, comercio y transporte). Veblen concuerda en denunciar al beneficio financiero como "enriquecimiento sin motivo". Los financistas, desde el pequeño jugador de bolsa hasta los dictadores de los mercados, "se adueñan de lo que no es suyo". El capital financiero sabotea la producción, restringe la ocupación y prevalece sobre la economía nacional sin dejar lugar a ninguna actividad que no haya sido sometida a la dictadura de la lógica del beneficio financiero. El tema weberiano de la generalización de la racionalidad formal a todos los ámbitos de la vida social, que caracteriza el paso de una comunidad tradicional a la sociedad moderna, es retomado por los institucionalistas como el conflicto entre una lógica de la acción basada en la racionalidad instrumental (como en los neoclásicos y en general entre los cultores de la rational choice) y otra en la que está en juego la cuestión de los fines de la acción, sustentada en la apelación a la “identidad”. En el primer grupo, se trata de dar por supuestos a tales fines, preexistentes a las relaciones sociales. En el segundo, se trata de definir los fines de la acción como producto y no prerrequisito de las relaciones sociales. Estos fines resultan una de las dimensiones de la identidad, allí donde la historia busca fijar a posteriori la necesariedad de los resultados de los encuentros contingentes que la constituyen33. Reflexiones Finales

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Veblen y Weber representan dos modos de reelaborar la herencia de la escuela histórica alemana. El primero intenta hacer compatible esa herencia con el pragmatismo y el evolucionismo darwinista, mientras el segundo intenta reconciliarla sobre todo con la herencia iluminista. Como afirma Aguilar Villanueva “Weber se apropió las exigencias metodológicas del historicismo, contra toda filosofia ilustrada de la naturaleza humana y contra toda filosofía idealista de la historia, Sin embargo, las depuró y las corrigió para evitar las conclusiones místicas del romanticismo y las desviaciones psicologistas del neohistoricismo”. Para ello rescató el tema de la "racionalidad ", pero como estrategia de conocimiento (ni como principio universal del desarrollo histórico) y, más aún, como principio histórico particular y contingente de una determinada cultura y sociedad, la occidental.

En este capítulo se indican los principales puntos en los cuales la obra de Veblen presenta preocupaciones y temáticas que se emparentan claramente con las que caracterizaron a otros grandes exponentes del pensamiento occidental, tales como Freud, Weber y Marx. Sin pretender agotar el catálogo de tales puntos de contacto, se comentarán brevemente los siguientes: a. En relación a Freud, los temas relativos al modelo subjetivo y a la teoría de las relaciones sociales alternativas a las del utilitarismo, . b. En relación a Weber, la temática de la racionalización, sobre todo en cuanto al papel que la ciencia y la técnica poseen no sólo en relación a la producción sino al conjunto de la organización social. c. En relación a Marx, la cuestión de la distinción entre la división técnica del trabajo y la división social del trabajo, y sus interrelaciones.

A) Veblen y Freud: un modelo subjetivo alternativo al sujeto neoclásico El modelo “instintual” de Veblen, dejado de lado por la mayor parte de los institucionalistas posteriores34 posee el mérito de abordar explícitamente un problema, y plantear una teoría en el marco que su época hacía posible: si se trata de reemplazar al modelo neoclásico, es necesario partir de una concepción de la subjetividad alternativa. Este modelo debe permitir fundamentar de modo consistente cada uno de los atributos de una subjetividad que no sea la que propuso el utilitarismo. Por ejemplo, si se postula que las “preferencias” no son exògenas a las relaciones sociales, debe responderse respecto en què radica, específicamente, el carácter “endógeno” que se les pretende adjudicar, o a travès de què mecanismos se da lugar a la conformación de ciertas preferencias y no de otras. Las psicologías del siglo XX conforman un campo pródigo en modelos capaces, en principio, de sustituir el viejo esquema instintual del pragmatismo. Sin embargo, sería difícil encontrar entre ellos alguno que cumpla la condición requerida por Veblen: es decir, que constituyan una alternativa al utilitarismo subyacente al paradigma dominante. La teoría psicoanalítica en su vertiente freudo-lacaniana, ofrece precisamente una manera de pensar al sujeto incompatible con dichas premisas. Baste aquí resaltar la relación entre algunas preocupaciones y planteos que ponen en contacto a las obras de Veblen y Freud, aunque las mismas se inscriban en tradiciones divergentes y den lugar a desarrollos poco emparentados entre sí: I. En primer lugar, la teoría freudiana no se refiere a “instintos” (al modo de William James o MacDougall o Veblen, llegado el caso, quienes destacaron adrede el papel de un factor biológico e innato en la motivación de la acción35). En forma contemporánea a Veblen, Freud desarrolló una teoría de las “pulsiones”. Como los psicoanalistas se encargan de destacar, el término alemán Trieb (“pulsión”) es utilizado por Freud precisamente para no utilizar al concepto de Instinkt como elemento de su teoría; la traducción al español de Trieb como 34

La excepción más notable es Hodgson, quien es el defensor màs destacado de la “ortodoxia” vebleniana en los aspectos màs cuestionados de dicha teoría (como lo son el modelo instintivo y el darwinismo). 35 La noción de instinto denota en biología aquellos actos que se ejecutan sin necesidad de aprendizaje previo, desencadenados en virtud de una disposición genética heredada, y repetidos sin que sea necesario conocer su finalidad. En tiempos de Veblen el concepto había sido puesto en primer plano por William James (1890) quien destacó la pertinencia de su aplicación para explicar los factores innatos de la conducta. En 1908, Mc Dougall había hecho de él una pieza central de su teoría de la “motivación” -a su vez parte de su psicología social- como impulso que inicia y mantiene las pautas conductuales de la acción. El descrédito del mismo no comenzó sino a fines de la década siguiente a partir de la irrupción del conductismo y de trabajos de sociólogos cmo Bernard (1924) quien constatara que habían sido caracterizados un total de 5.759 instintos, invocados como explicación para las actividades más variadas y puntuales. Se impuso la convicción compartida de que la apelación al instinto resultaba no sólo abusiva sino inadecuada, y constituia en realidad una suerte de flogisto que al fin no explicaba nada.

“instinto” ha sido fuente de múltiples malentendidos y variadas recuperaciones de la obra freudiana que no es posible detallar aquí36. Puede afirmarse que Freud no rompe con el utilitarismo sino hasta que produce su segunda teoría pulsional a partir del texto que se llama precisamente Más Allá del principio del Placer (1920). La primera teoría pulsional freudiana presentaba un dualismo entre pulsiones de autoconservación y sexuales. En este primer dualismo freudiano ya se ponía de manifiesto que la conducta está gobernada, más allá de la satisfacción de necesidades, por la búsqueda de una satisfacción inútil desde ese punto de vista, que se apoya en ellas pero no sólo no se reduce a ellas, sino que incluso les resulta conflictiva. El “autointerés”, la autoconservación, y la satisfacción de necesidades solo “soportan” pulsiones eróticas, que las resignifican. Una primera consecuencia de esto es la extrema dificultad de concebir alguna separación entre, por un lado, comportamientos puramente instrumentales, regidos por una lógica de maximización de medios (como los económicos) y por otro, al resto de los tipos de acción social; lo que cuestionaría la separación de la economía del resto de las disciplinas sociales, al modo de Veblen. El segundo dualismo pulsional freudiano, que introduce el dualismo entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte, profundiza esta ruptura hasta tornarla irreductible. El principio de placer como lógica que preside al cálculo utilitario no explica la acción humana; existe una tensión irreductible al placer, imposible de encauzar, que lo doblega y desborda, que se manifiesta sobre todo en una “compulsión a la repetición” que gobierna la vida psíquica. Puede plantearse un parentesco entre el “instinto predatorio” de Veblen con la pulsión de muerte freudiana, ya que ambos poseen como rasgo común el constituir la tendencia a la disgregación de las unidades complejas de lo vivo en sus elementos inorgánicos. En suma, más allá de la resonancia pretérita que la noción de “instinto” evoca a oídos del siglo XXI37, es interesante tener presente el sentido de su utilización en el marco de la obra de Veblen. El intento teórico de éste fué despojar a la teoría económica de sus raíces filosóficas utilitaristas. La hipótesis freudiana de la pulsión de muerte es un elemento que, desde otro campo de prácticas y un discurso que no posee conexión sensible con el de Veblen, permitiría llevar este intento a su consumación. II. Las teorías veblenianas del consumo y la “emulación” evocan a las teorías freudianas de la formación del yo y el papel que en ella juegan conceptos como identificación y narcisismo así como la teoría lacaniana del estadio del espejo y lo “imaginario”, su teoría del deseo y más tarde la teoría de lo real y del goce38. En el seno de la rivalidad imaginaria, la posesión de todo 36

En su texto Pulsiones y Destinos de Pulsión (1915) Freud las define como un concepto límite entre lo somático y lo psíquico, “exigencia de trabajo” permanente (a diferencia de un estímulo exterior, de ella no se puede huir ) impuesta al aparato psíquico en virtud de un anclaje corporal específico, de carácter siempre “parcial”; su “fuente”, es decir, la “zona erógena”, “borde”, etc. Es “acéfala”, carece de sujeto. No puede acceder al aparato psíquico sino a través de un “representante”. Desprovista de un fin y un objeto predeterminados, sus destinos radican en la sublimación, la represión, la vuelta contra sí mismo o la transformación en lo contrario. Lacan puso de relieve la relación de la pulsión con el lenguaje y la demanda del Otro, como efecto de la incidencia del significante en el cuerpo, en el cual delimita los objetos parciales a partir de las significaciones que llegan de ese Otro (como “eco en el cuerpo de un decir”), y con el concepto de goce. 37 La teoría de las fases de la evolución humana puede compararse por su parte al mito freudiano de Tótem y Tabú, que también postula un pasado con el que se contrastan ciertos rasgos del presente, como una escenificación protohistórica de sus causas. Pero éste evolucionismo “no teleológico” no le ofrece una filosofía de la historia en el pleno sentido del término, ya que no permite interpretar el sentido de las transformaciones que conducen al reemplazo de una fase por otra. (Por ejemplo: por qué el orden feudal es sustituido por otro basado en los principios de la ilustración?). 38 Sobre todo partir de sus estudios sobre el “estadio del espejo” (1936, 1966) y sus desarrollos teóricos posteriores sobre las relaciones entre los “registros” imaginario y simbólico (en especial en sus primeros seminarios).

atributo que confiera identidad no puede ser compartida y debe ser necesariamente propiedad de uno sólo. El otro es a su vez modelo y obstáculo. El deseo, estructurado en la referencia del deseo del otro, converge así sobre el objeto deseado. De ello se sigue una relación entre dobles especulares que implica la captura imaginaria del rival o su eliminación. Otros elementos que recuerdan a la lógica del intercambio elemental y a la teoría de los momentos lógicos del concepto de “moneda” en Aglietta y Orlean (198), fundada en la dialéctica marxista de las formas del valor. La rivalidad mimética entre los agentes económicos implica una violencia recíproca que resulta el correlato necesario de las relaciones entre “dobles imaginarios” que convergen sobre los objetos del intercambio. “El valor de uso de un objeto es el objeto en tanto es designado como objeto del deseo (...) el valor de cambio es el obstáculo que el rival coloca frente al deseo” (Aglietta y Orlean, ) La exclusión de un término sirve a los efectos de desviar la violencia intrínseca a las relaciones económicas transformándolas en deseo de acaparamiento del dinero, estableciendo una distancia entre el valor que se ambiciona y la persona del rival respecto a su posesión39.

b) Weber, racionalidad instrumental y determinismo tecnológico Cómo puede situarse la utopía vebleniana de una sociedad industrial comandada racionalmente frente a la teoría weberiana de la racionalización y al modo en que el autor alemán concibe sus consecuencias y porvenir? En primera instancia, no puede obviarse la contraposición entre el optimismo tecnológico de Veblen y el pesimismo de Weber. Pero este optimismo en el papel de los productos de la razón sin duda sobrevivió largamente a Veblen y resultó un elemento clave en las ideas de muchos economistas heterodoxos posteriores, nutriendo la matriz de pensamiento de la cual surgió y en la que se consolidó el pensamiento denominado a grandes rasgos “desarrollismo”. En este marco, y así como Veblen plantea la racionalidad de los “ingenieros” como lo que debe sustituir a la de la clase ociosa, la racionalidad que la ortodoxia económica supone al mercado es desplazada y supuesta al Estado planificador. Dentro de éste, aparece como “naturalizado” el papel de una corporación privilegiada: la de los economistas planificadores, que resultarían los racionalizadores por excelencia de las relaciones sociales, representantes sin más del “interés público”. Esto muestra que el modelo subjetivo que elabora Veblen sólo descarta los elementos utilitaristas, pero no supera el racionalismo instrumental que la ortodoxia supone sin más como atributo universal de los agentes económicos. Aquí resalta la ausencia de las temáticas relativas al poder, en tanto elemento clave a la hora de entender los fenómenos sociales que no puede estar ausente del pensamiento económico, tal como lo entendiera su discípulo Galbraith.

C) Veblen, Marx y la conflictividad inherente a la formación social.

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Aquí cabe mencionar la noción lacaniana de goce, que es aquello “excluido” para que dicho lazo resulte posible. Como en el mito freudiano de Tótem y Tabú, es operada por el padre de la horda, al que se supone que goza, o gracias al que es posible creer que tal “goce” resulta posible, de modo tal que la vida social “realmente existente” pueda orbitar en torno a esta esperanza. La apuesta de los autores señalados, es similar a la de Veblen en lo relativo a resituar problemáticas tales como el carácter de las necesidades y al carácter instrumental del dinero bajo coordenadas teóricas alternativas al racionalismo utilitarista. Como Freud, remiten a un momento “lógico” de violencia fundadora originaria que la hace posible, mediante la concentración en el término excluido (sea la víctima sacrificial, el padre de la horda, o la moneda) de la violencia inherente a las relaciones sociales. Esta violencia fundadora no suprime pero permite regular la rivalidad competitiva, y gobernar una modalidad controlada de la violencia, mediada por la moneda.

La racionalización es para Weber un proceso homogéneo, que atraviesa y transforma a las distintas esferas de la acción social. En cambio, para Veblen y para Marx la transformación de las relaciones sociales está sujeta a contradicciones que le son inherentes. Desde el marxismo, esta contradicción es la que se presenta, de acuerdo a la terminología de Poulantzas, entre las “relaciones de producción” y las “fuerzas productivas”, es decir, entre la división social del trabajo y la división técnica del trabajo. Puede rastrearse en esta diferencia la distinta incidencia en cada sistema de pensamiento de las respectivas raíces kantianas y hegelianas. La crítica vebleniana del capitalismo occidental difiere de la del marxismo en aspectos muy importantes. Por un lado, rechaza la oposición entre burguesía y trabajadores asalariados; la lucha de clases, para él, no se desarrolla entre clase capitalista y proletariado, sino entre una “clase ociosa” compuesta por especuladores financieros, propietarios ausentistas y otras categorías subordinadas que perduran de etapas anteriores. En la versión vebleniana, la lucha de clases es sustituida por antagonismos globales que dividen a todas las clases. El conjunto de los productores es "expoliado" por los especuladores: poseedores de capital, banqueros, publicistas, funcionarios, etc. La lucha de clases no opone verticalmente a patrones frente a trabajadores, sino, de una manera horizontal, a productores frente a parásitos; y de esta última categoría forman parte, tanto funcionarios corruptos, intermediarios inútiles, y toda clase de especuladores públicos o privados. Del mismo modo pueden ser considerados productores tanto el obrero como el artista, el empresario o el funcionario40. Todos padecen el dominio de financistas, especuladores y propietarios ausentistas. Deshacerse de esta opresión es el horizonte de la revolución posible para Veblen; ya que para el la desaparición de las clases resulta una cuestión “metafísica”41. Se destaca aquí la ausencia de una caracterización de los sujetos históricos capaces de impulsar estos procesos históricos, lo que es congruente con buena parte del pensamiento social y político de comienzos del siglo XX, signado en la esperanza puesta en la modernización encarnada por la innovación tecnológica como fuerza de transformación social y racionalización de las relaciones sociales, hegemónica tanto en los países capitalistas como en la URSS.

Colofón El pensamiento de Veblen anticipa, tanto en los temas en los que enfoca su interés como en los límites en los que se detiene, buena parte del desarrollo que caracterizara a la economía institucionalista durante el siglo XX. La crítica al modelo subjetivo neoclásico dio lugar en este autor a un curioso intento de formular uno alternativo, esfuerzo generalmente no retomado por sus sucesores. En cuanto a las esperanzas que depositara en una planificación racional que sustituya a la irracionalidad de los mercados dejan ver una teorización insuficiente o inexistente de las cuestiones relativas al poder, y respecto a los sujetos sociales que pueden

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Veblen, al igual que Proudhon, consideraba que la propiedad permite a sus beneficiarios atribuirse los beneficios de los conocimientos técnicos y del trabajo de la comunidad y en tal sentido constituye, efectivamente, una expoliación de la sociedad. Pero no toda propiedad es un robo. 41 Por otra parte, entiende que la teoría marxista del valor-trabajo es una simplificación que lleva al error de la teoría de la plusvalía. No obstante, reconoce que en términos éticos y políticos dicha teoría provee un instrumento preferible a las interpretaciones liberales del trabajo, que suele pensarlo como una carga desagradable, y lo reduce a un instrumento para la obtención de placer y de enriquecimiento, desprovisto rle valor intrínseco. Veblen, en cambio, considera al hombre como un ser de acción antes que como homo oeconomicus dedicado obsesivamente a calcular placeres y penas. El sujeto actúa ante la presencia de una necesidad no sólo en virtud de impulsos hedonistas sino por el esfuerzo eficaz y por el trabajo bien hecho.

protagonizar los procesos históricos en los cuales un cambio semejante puede tener lugar. Esta ausencia persiste, lamentablemente, en la obra de la enorme mayoría de los economistas llamados “heterodoxos”.

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