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Revista Académica de Comunicación y Ciencias Sociales www.revistametacomunicacion.com

2013

Variantes en la comunicación para el desarrollo. A propósito de Luis Ramiro Beltrán

Dr. Tanius Karam Cárdenas1

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Año 2, No. 5, Julio de 2013 – Diciembre de 2013, R. D. U. Exclusivo No. 04-2013050912501200-203 y ISSN: (en trámite).

Resumen Propósito de este trabajo es definir la contribución de Luis Ramiro Beltrán y su visión sobre la “comunicación para el desarrollo”. Como metodología hemos hecho una búsqueda bibliográfica y digital con la idea de identificar ideas claves desarrolladas por algunos académicos que han estudiado algún aspecto de la vida-obra de Beltrán, así como de la comunicación para el desarrollo, en donde hemos indagado por la ubicación del autor en este campo. En cuanto las conclusiones, subrayamos la reivindicación de una comunicación para el desarrollo construido desde una aspiración de más integralidad y complejidad en un marco donde se reivindica la aspiración democrática. El valor del trabajo consiste en recuperar las ideas fundamentales de uno de los autores seminales para actualizar su pertinencia. Palabras clave Comunicación, Democracia, Desarrollo, Teoría de la Comunicación, América Latina. Abstract The purpose of this paper is to define the contribution of Luis Ramiro Beltran, and particularly his vision of “development communication”. The methodology we have used consists of a research about the ideas developed by some scholars who have studied some aspect of Beltrán´s life-work and communication for development, where we have investigated the location of the author in this field. At the disclosure we underline the claim of a communication for development built over comprehensiveness and complexity, and within

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Profesor investigador en la Facultad de Comunicación y del Centro de Investigación para la Co-

municación Aplicada en la Universidad Anáhuac, México Norte. Correos electrónicos: tanius@ yahoo.com, [email protected]. Doctor en Ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid; miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Compilador de Problemas de Semiótica (Universidad Nacional de Jujuy, Argentina, 2013) y también de Recuentos, ciudades y heterodoxias. Ensayos y testimonios sobre Carlos Monsiváis (UANL, 2012), entre otros.

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a framework, where the democratic aspiration is claimed. The value of work is to recover the fundamental ideas of one of the seminal authors to update their relevance. Subject Communication, Democracy, Development, Communication Theory, Latin America De manera frecuente en nuestro medio hay muchas ideas supuestas sobre los enfoques, las teorías, y algunas ideas o hipótesis dentro del pensamiento académico de la comunicación. No todas ellas son falsas —como por ejemplo el tema de su dispersión y desorganización semántica—, sino que no han sido problematizadas; habría que sopesarlas y estudiarlas en una línea de tiempo y con distintos tipos de procedimientos. Entre esas ideas de la historiografía de la institucionalización académica de la comunicación, se confiere —con pleno derecho— el papel de founding father del pensamiento académico de la comunicación en la región a Luis Ramiro Beltrán (LRB). Más allá del nombramiento hay que preguntarse qué supone dicha nominación, cuáles son los fundamentos o en qué sentido su obra ha marcado el pensamiento en la región. De las contribuciones que las comunidades académicas conceden sin cuestionamiento a Beltrán, se encuentran sus conceptos y revisiones para pensar la relación entre los modelos de comunicación para el desarrollo, de manera particular, el impulso y promoción de las políticas de comunicación y, más reciente, la comunicación para la salud, aunque siempre ha señalado, por ejemplo, la importancia de dos áreas adicionales: nutrición y educación. ¿Founding father o clásico? Desde finales de los ochenta Gómez Palacio et al (1989, 1990) ubicaba a LRB como uno de los proyectos originarios de la comunicación. Esta idea parece retomarla el mismo Fuentes Navarro (1992) quien sobre todo en su libro de historia conceptual sobre el campo, cita y secunda a Gómez Palacio. El caso de Beltrán nos parece que presenta un

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aporte indiscutible, y de alguna forma ha hecho una “contribución total” porque ha abarcado varios temas dentro de la comunicación: sus instituciones, programas y cuestiones curriculares, su historia como campo y comunicación académica así como la revisión de algunos de los conceptos importantes. De manera reciente ha abordado “zona vacía de la investigación histórica de la comunicación”: un análisis de procesos de comunicación en la América antigua a partir de las condiciones que dan posibilidad y existencia a la cultura (Cf. Beltrán, 2008). El tema de la “maternidad-paternidad” o del origen de las ideas, conceptos, temas y preocupaciones, no tendría sentido en sí mismo, salvo que se tome como umbral de estudio para reconocer aspectos generales del pensamiento latinoamericano y que, a manera de hipótesis, cualquier proyecto ubicado desde la espacialidad en esta región no puede obviar o pasar por alto. Proponer un “autor originario” supone también trazar su genealogía y su movimiento interno, su relación con el campo y el resumen del juicio que sobre él se ha hecho. En la historia de LRB, el caso de la comunicación académica ha sido particularmente confuso para acordar la idea de un “clásico”. En este sentido ya desde los ochenta Marques de Melo (citado por Fuentes Navarro, 1992, p.3) denuncia ese mal reflejado en el relativo desconocimiento de las nuevas generaciones sobre el pensamiento construido por los pioneros en América Latina, sobre todo por la importancia que tiene la comunicación. Se pueden dar muchos argumentos, entre ellos: la relativa juventud de los estudios de comunicación, que por lo esquivo de su objeto dificulta estabilizar significados y construir sentidos comunes entre las comunidades. Uno de las bondades de dicha juventud es que muchos autores aún viven, como LRB quien, por fortuna, se mantiene lúcido; además, de alguna manera su obra sigue en proceso, lo que dificulta tener esa mirada de conjunto para profundizar en estudios especializados de su obra. Lo que queremos señalar es que la distancia que un politólogo puede tener ante

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Hobbes, un sociólogo ante Durkheim o un antropólogo ante Malinoswsky, es muy distinta a la que en comunicación se desarrolla ante Lasswell o Lazarsfeld, ante Schramm o Wiener. De la misma forma, la relación entre lector-libro-autor varía entre las ciencias señaladas de la comunicación. Mientras que en otras áreas los clásicos son fuentes de cátedra, instituciones, estudios particulares además de fuertes signos de identidad, en la comunicación no creemos que haya algún autor, por su cercanía y temporalidad, que haya generado agrupación en torno a su pensamiento. No sabemos si la única excepción sea la de McLuhan, recientemente festejado por el aniversario de su nacimiento, objeto de gran cantidad de críticas hasta los noventa, cuando comenzó a cambiar el juicio académico. En extensión, hay autores realmente importantes para la definición conceptual de la comunicación, pero que al no referirse específicamente a tecnologías, medios, comunicaciones, industrias culturales, no fueron asumidos por las comunidades como fundadores u originarios de alguna tradición con peso dentro de la comunicación. Es el caso por ejemplo de Lévi-Strauss, para quien el concepto de información y comunicación estaba en el centro de su concepción antropológica, o para el filósofo social G.H. Mead. Estos autores —por poner un ejemplo— ciertamente son incorporados en los currículos o programas en postgrados de comunicación, pero nunca con el peso de generar en sí mismo un área de estudio abocada a ellos dentro de la comunicación misma. La razón: no hablan centralmente de medios, política, efectos o violencia. Las categorías de “padre fundador” y “clásico”, aunque frecuentemente vistas como sinónimos, son en realidad “categorías de lectura” que proponemos visualizar en dos niveles: el “padre fundador” permite que ciertos conceptos tengan cabida, construye un estatuto particular para algunos objetos, los cobija del vacío semántico o ante su total dispersión, y al hacerlo permite que se identifiquen como tal, para que de un término vago se consolide como categoría. De esta manera el término “founding” no sería necesariamente sinónimo al de “clásico”. ¿Dejamos para el segundo la inflexión semántica que connota

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una particular originalidad en la producción, y para el primero, la capacidad de condensar o abrir un espacio conceptual? LRB no creó muchos de los conceptos que usó, pero gracias a él se difundieron, conocieron y cristalizaron en el espacio conceptual de la comunicación en la región. ¿Así podemos decir que es más un “padre fundador” que un “clásico”? Estas categorías también pueden verse en un plano sincrónico, dentro de las propiedades y cualidades de la obra, por sus cualidades inherentes y lo que aparece reflejado en ella; diacrónicamente como producto de un posicionamiento particular dentro del desarrollo e identidad de las comunidades académicas. Esta dimensión opera como un cierto acuerdo en los grupos dominantes de una comunidad de pensamiento que reconoce el valor seminal de algún autor por un libro en particular o por el conjunto de su obra. Al pensar el debate sobre los clásicos es inevitable traer a la memoria un texto Calvino (1993) donde autor nos sugiere lúcidamente otros sentidos para repensar el término. En primer lugar, propone definir que la relación con nuestros clásicos no es una actividad vinculada únicamente por el pasado, visto éste como fuente de valor y certeza, por el contrario, su lectura solamente tiene valor cuando podemos vincularlo con el presente. Un clásico nunca termina de decir lo que dice, siempre tienen la capacidad de suscitar un conjunto de discursos críticos, de ofrecer interpretaciones alternativas de la realidad. Es decir, el “clásico” tiene la posibilidad de actualizar su potencial de significar, de ofrecer componentes de sentido en el entorno movible de la historia y de sus transformaciones. Un clásico tendría la habilidad de ejercer una influencia particular y de alguna forma, como señala Calvino, esconderse en los pliegues de la memoria universal, mimetizándose con el inconsciente colectivo. Y es que el clásico no cambia en el sentido que el texto es el mismo, pero el acto de lectura siempre es nuevo. Así como el lector nunca puede ser él mismo delante de las letras y eso hace que cada lectura sea una experiencia nueva. Al margen de este debate semántico, lo que queremos subrayar es la importancia

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de visitar una obra particularmente abierta, muy extensa y sobre la que hace falta trabajo analítico que nos permita ver su riqueza y sus movimientos internos, para lo cual quisiéramos contribuir en estas líneas. Nota bio/blio-hemero-gráfica Azambuja (1999) ha hecho un primer acercamiento a la trayectoria de LRB Beltrán que nos allana algo de camino. Aparte unos de esos archivos sin autor ni referencia (Sin autor, 2006) que habitan silenciosamente la web, igualmente aporta información de contexto que nos permite ver al autor. Más que una narración que ya realizan estas fuentes citadas, parece conveniente ubicar algunas coordenadas de contribución: Beltrán fue hijo de periodistas; desarrolla la experiencia periodística desde muy joven, de hecho en 1946, a los 14 años, el adolescente conjuntaba las tareas del colegio con las del reportero y muy joven llegó a ser jefe de redacción de un matutino en su natal Oruro. Al margen de la precoz vocación mediática, lo importante es subrayar un principio que en no pocos autores se ha cumplido: la necesaria vinculación o práctica de un modo de ejercer y vivir la comunicación social. De esta manera, en la primera parte de su vida vemos una colaboración muy acuciosa: “La Patria” de Oruro (1942-1954), “La Razón” (La Paz) (1948-1952). Dentro del vínculo con la escritura, también ejerció labores de guionista (guión a Vuelve Sebastiana de Jorge Ruiz, 1953). Los cincuenta es un periodo interesante porque comienza su internacionalización en cuestiones de comunicación audiovisual que luego lo va llevar, en 1955, a ser contratado por el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas dependiente de la Organización de Estados Americanos para participar en Costa Rica en un programa de capacitación de especialistas en comunicación educativa y de agentes de extensión rural para toda la región. Comienza así una labor como asesor para distintas facultades y ministerios de agronomía y agricultura interesados en organizar y mejorar sus servicios de comunicación; con

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ello comienza a preparar materiales y a incursionar, cuando no él mismo fundar, sin ser su intención, la comunicación educativa. Produce textos didácticos, realiza ensayos e investigaciones sobre el tema, en una época en la que es más lo que se supone que aquello que se sabe de la comunicación educativa y el beneficio de las tecnologías en el aprendizaje. Una de las partes más conocidas de la vida de Beltrán es su Maestría en la Universidad de Michigan, bajo la dirección de Everett Rogers, creador del difusionismo y uno de los principales blancos de las perspectivas críticas de la comunicación a partir de los sesenta. La disertación de Beltrán se llamó Comunicación y modernización. Significancia, papeles y estrategias. Luego, en la misma universidad, obtuvo su doctorado, esta vez dirigido por David K. Berlo (Cf. El proceso de la Comunicación), que defendió en 1973. Así se convirtió en el primer doctor en Comunicación en América Latina. El título de su trabajo fue La Comunicación en América Latina: ¿Persuasión para el status quo o para el desarrollo nacional? En los setenta se convierte en un destacado conferencista y consultor internacional, dando cursos en varias universidades de los Estados Unidos (EE.UU.), pero también en varios países de la región. De la misma manera intensifica su participación en organizaciones internacionales de comunicación. De la Asociación Internacional de Investigadores en Comunicación, fue vice-presidente, y del Instituto Internacional de Comunicación, fue director. Igualmente participa como integrante del Consejo Consultivo en el Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales que tuvo su sede en México y del Centro Interamericano de Comunicación en Población (Costa Rica), también fue integrante del comité editorial de la prestigiada Journal of Communicacion de Pensilvania, EE.UU. Junto con este proceso de consolidación académica e institucional, durante los setenta completa su actividad profesional como asesor y consulta para distintos organismos internacionales como UNESCO, FAO, Fundación Ford. De 1973 a 1984 trabajó en Bogotá junto al Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo, órgano vinculado al gobierno canadien-

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se. Hay que señalar, dentro de los datos que recopilamos, que junto a su filiación periodística, también desarrolló la vocación literaria. En los sesenta recibió dos premios en concursos de poesía, en 1961 y 1969; en los ochenta publicó una antología de poesía boliviana e incluso llegó a escribir una obra de Teatro en 1987 (“El Cofre de Selenio”), año en el que apareció otro de sus poemarios (“Pasos en la Corteza”). En suma, el interés literario provino del periodístico o quizá al revés, éste incentivó aquél. No hemos encontrado algún trabajo crítico que pueda hacer una ponderación sobre este material, o si éste tiene relación alguna con los grandes valores que en el campo de la comunicación pregonó y defendió. Con los años pasó con facilidad al campo de la defensa de los derechos de las audiencias: de mayo de 2003 hasta mayo de 2005 fue Defensor del Lector para el Grupo de Prensa Líder conformado por varios diarios entre ellos La Prensa de La Paz, El Alteño, de El Alto, Los Tiempos de Cochabamba, entre otros. A pesar de su presencia, son pocos sus libros publicados, aunque existen varios libros que reúnen distintos trabajos y artículos. Su obra constituye un laberinto de artículos, conferencias, comentarios, ensayos sobre los más distintos temas vinculados a la comunicación: desde aquél famoso texto en el que cuestionaba el uso de métodos foráneos para el estudio de la comunicación en la región (Cf. Beltrán, 1985), pasando por los temas más conocidos de políticas de comunicación y comunicación para el desarrollo hasta otros temas menos conocidos como los vinculados a la comunicación para la salud. De manera reciente ha reflexionado, en un texto publicado en Perú (Cf. Beltrán, 2012), sobre democracia y comunicación, en él es externada su preocupación de cara a las demandas impuestas por el neoliberalismo, en una época en la que es necesario reivindicar un concepto de desarrollo pero vinculado a la democracia. Beltrán presenta sus ideas al estilo de un ensayista didáctico e ilustrativo, resulta una constante en sus textos, desde esos primeros de los setenta. Por ejemplo, el que

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dedica a los métodos en comunicación (1978), donde el autor hace una revisión de los paradigmas que ha usado la investigación de la comunicación en la región y promueve la discusión de un modelo horizontal, resulta el primer eje importante de discusión conceptual en la región. Otro texto fundamental, reconocido incluso por Fuentes Navarro o Vasallo de Lopes (2005) es la famosa Conferencia Científica Internacional sobre la Comunicación masiva y la conciencia social en un mundo cambiante, celebrada en Leipzig del 17 al 20 de septiembre de 1974, y del cual después aparecería “La Investigación de la Comunicación en América Latina ¿indagación con anteojeras?”, texto que LRB reescribió en el año 2000. En el pensamiento de LRB formula claramente un estado de “incomunicación social”. América Latina se ve como un “continente incomunicado” caracterizado por la dominación. Desde ahí es que generó, aparte de la comunicación para el desarrollo, el otro gran tema que le apasionó que fue el del derecho a la comunicación y las políticas de comunicación; al grado que Torrico no duda en nombrarlo padre de éstas. Destaca su conocida definición (Beltrán, citado por Torrico, 2010, p.72): “…una política nacional de la comunicación… [es]… un conjunto integrado, explícito y duradero de políticas parciales, organizadas en un conjunto coherente de principios de actuación y normas aplicables a los procesos o actividades de comunicación de un país”; ciertamente una política se puede ver como una restricción a la libertad, pero al trazar una idea comportamiento y marcar una senda, facilita la convivencia, lo que naturalmente no supone que sea aceptado. En varios textos Beltrán (por ejemplo 2012, p.69) recuerda el origen de la preocupación por las políticas no provienen de los sectores más progresistas de la época; paradójicamente su primera formulación proviene de dos núcleos estadounidenses: uno es la Universidad de Standford con W.Schramm a la cabeza; y el otro en Harvard, en el MIT con D. Lerner a la cabeza. Estos autores encontraron en los sesenta que los países llamados entonces “en vías de desarrollo” necesitaban organizar sus sistemas de comunicación y para ello necesitaban planes y políticas. Si bien el origen de la preocupación estuvo en EE.UU., su lanzamiento y promoción, según Beltrán, estuvo en nuestra región.

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En la conferencia que dicta en 1974 y dos años después aparece como texto, prefigura la preocupación por la democratización de la comunicación a través del establecimiento de políticas nacionales de comunicación. Luego en otra famosa reunión interministerial efectuada en Costa Rica en los sesenta que aprobó las recomendaciones para alcanzar el equilibrio del flujo internacional de información y lanzó la propuesta de construir una agenda independiente de noticias capaz de aliviar el monopolio que ejercían UPI y AP. En los setenta comienza a criticarse la asimetría informativa ente los “países desarrollados” y aquellos que dentro de esta terminología “estaban en vías de…”; también comienza a madurarse la distinción entre modelos “extensionistas” y los más dialógicos y participativos, que a partir de entonces serán uno de los principales atributos en la aspiración de la comunicación en la región. Ya puede verse que este debate es la base de lo que después será el famoso NOMIC, Informe McBride, y el reto de las políticas de comunicación que impulsan otro tipo de desarrollo. Beltrán no se ha anclado en una sola temática. Aparte de la comunicación para el desarrollo donde sus contribuciones son evidentes, ha tenido una fuerte preocupación por áreas aplicadas y teóricas, profesionales y académicas. De 1992 a 2004 fue catedrático de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Johns Hopkins y, con sede en Bolivia, su Consejero para América Latina en Comunicación (Cf. Sin autor, 2006).

La “comunicación para el desarrollo” como eje transversal. Balances y perspectivas. Una de las nociones que se prestan a polémica en el pensamiento latinoamericano, es justamente la de “desarrollo”. Como presentamos el términos es algo más que un concepto, y parece constituirse de la perspectiva de Beltrán como un concepto nodal para entender la historia del pensamiento sobre comunicación en América Latina. “Desarrollo”

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es una noción muy amplia, que tiene un pie en la tradición difusionista y su solo nombre puede implicar una carta ideológica. Pero también hay otras tradiciones que subrayan el cambio social como umbral, la equidad, la justicia y esa suma de aspiraciones que sabemos son el marco para pensar y actuar en comunicación (Cf. “Declaración de Lima” citada por Fuentes Navarro, 1992, pp.56-60). Las definiciones sobre comunicación para el desarrollo abundan. Cualquier búsqueda ligera en Internet arroja centenas de documentos y resulta difícil pensar en articular algún tipo de homogeneidad en algo que aparte de verse como concepto, puede entenderse como temática y espacio de la comunicación aplicada. Por ejemplo, para Arraez (1998) este tipo de comunicación está vinculado a los derechos humanos, no tiene sentido difundir o cooperar en la producción de información que de alguna manera veje los derechos de las personas. Lo importante es ver el desarrollo en su dimensión informativa y comunicativa, como la propia Arraez (1998) menciona que “al proclamarse el desarrollo como un proceso de diálogo y participación que origina el cambio de la sociedad, el paradigma difusionista cae en desuso, por ello desarrollo es igual a participación y en su centro esta actividad es básicamente correlacional”. La comunicación para el desarrollo surge en el viejo debate entre desarrollo y crecimiento, en una época que a la distancia podemos ver, parece se movía más prejuicio que por bases científicas. Sin duda en torno al concepto de “desarrollo” se dio uno de los primeros debates conceptuales de corte latinoamericano sobre el tipo de comunicación y comunicaciones que requería la región, y de la que claramente aparecía la diferencia con los modelos de los países más avanzados. Hay que subrayar que una de las voces que acompañó durante décadas ha sido justamente LRB, quien de hecho fue discípulo de uno de los principales hacedores de esta teoría, Everett M. Rogers (1931-2004). Beltrán ha permitido un ajuste de la connotación difusionista y tecnologizante por una idea de desarrollo más integral y, sobre todo, orientado al cambio social, que es medular en cualquier

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concepción de comunicación en América Latina. Hemos mencionado que una de las contribuciones de Beltrán (1993) han sido los balances y revisiones, porque éstos permiten ver la trayectoria y plasticidad, los debates y ajustes de un término que fue estereotipado y asociado con el mismo ejercicio de la dominación estadounidense. Por ello nombrar el “desarrollo” invita a pensar, lo que por oposición, fue el eje entre las prácticas de “comunicación dominante” versus la “comunicación alternativa (Cf. Prieto 1984) y que constituyó una manera de nombrar el ideal de prácticas comunicativas (“alternativa”, “comunitaria”, “popular”, “ciudadana”) a buscarse en nuestra región. En su historia para Beltrán la experiencia señera de las radios mineras en Bolivia, desde los cuarenta, o la radio campesinas en Colombia también en esta década, se puede ver como modalidades exitosas de desarrollo, porque favorecieron nuevas estructuras de relación entre sus usuarios. Estas experiencias, en sí mismas revolucionarias, no tuvieron el contexto de escuelas o investigadores que pudieran llevar a la comunicación académica justamente la teorización de modelos para impulsar experiencias parecidas, lo que ocurrió tiempo después durante los setenta. En los sesenta comenzó el debate en algunas universidades de EE.UU. sobre la comunicación y desarrollo. El propio Beltrán (1993) explica cómo el gobierno de este país creó un programa de asistencia técnica y financiera de desarrollo para los países de la región con énfasis en tres áreas que serán centrales para la definición de este tipo de comunicación: la agricultura, la salud y la educación; esta última tendría una larga tradición de estudio, aplicación y reflexión, y la tercera se va revitalizando poco a poco, la agricultura como como parte de la historia, central sin duda, en los sesenta y setenta para definir la comunicación en la región. El organismo jugó un papel en la comunicación rural, en una iniciativa que venía desde la OEA que comenzó a desarrollar materiales muy orientados a la capacitación. Por otra parte, a la FAO le interesaba construir sistemas modernos de agricultura basados en la educación no formal del campesino. Estas prácticas serían la

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base de la crítica realizada por Paulo Freire justamente por su carácter “extensionista”. La concepción teórica en EE.UU. para la comunicación del desarrollo la realizaron junto con Schramm, el sociólogo Daniel Lerner y su teoría de la “extinción de la sociedad tradicional” proveniente de finales de los cincuenta, y otras contribuciones de Lucien Pye e Ihtiel De Sola Pool. De sus principales mitologías corría la creencia que por apoyo de los medios de comunicación, América Latina podría incrementar en pocos años su crecimiento y desarrollo, al grado de llegar más rápidamente del tiempo que les tomó a otras naciones. La fe en la excelencia de los medios como agentes del cambio se confirmó por algunos en los sesenta, cuando la teoría de Everett Rogers sobre la difusión de innovaciones en la región, que hacía crecer el falso optimismo sobre una suerte de una eficiente disciplina de “ingeniería social” dotada de poderes para que las masas atrasadas se modernizaran. En los sesenta también distintas agencias en EE.UU. comenzaron a generar materiales, por ejemplo, en apoyo a la enseñanza de las matemáticas en escuelas nicaragüenses o atender algunas necesidades educativas en varios países, bajo la perspectiva que su sola difusión y aprendizaje obtendría beneficios favorables para la región y ayudaría a paliar la pobreza, el subdesarrollo o el atraso. Es en esta época cuando en México comienzan los intentos para desarrollar un sistema de telesecundaria, tan errático y poco eficiente, y que lejos de resolver algunos problemas arraigó algunos de los existentes. Para el difusionismo, el “desarrollo” se asociaba con capacitación. En este enfoque las cuestiones contextuales o culturales no eran tomadas muy en cuenta, por ello se pensaba en el éxito homogenizante que en sí mismo podía traer el mito del desarrollo y el crecimiento económico. La comunicación y más propiamente la tecnología eran vistas con un optimismo un tanto mesiánico, a la par del famoso mito derivado del concepto de sustitución de importaciones en el que se basó el desarrollismo económico. Las reacciones en América Latina aparecieron casi al mismo tiempo que estas teorías comenzaron a difundirse: Pasquali escribió desde principios de los sesenta críticas contra los medios

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audiovisuales y ciertos modelos de comunicación; sin duda el más efectivo y posteriormente difundido fue Paulo Freire con Pedagogía del oprimido, 1969, La educación como práctica de la libertad, 1971, y ¿Extensión o comunicación? La concientización el medio rural, 1973, que lo convirtieron prácticamente en clásico. Freire en Chile (al menos para el primer título), Pasquali en Venezuela y Bordenave en Paraguay lanzaron críticas a las ideas de McLuhan que desde sus textos publicados en los sesenta se había convertido en blanco de ataque prácticamente en toda Latinoamérica, desde las Humanidades y las Ciencias Sociales. La crítica al ensayista canadiense estaba centrada en su muy polémico concepto de “Global Village” porque se pensaba que el mundo distaba de esa “aldea global”, pues era evidente que persistían diferencias en muy distintos planos. Beltrán explica de manera muy didáctica cómo en los setenta se colapsa el concepto de “desarrollo” que se difundía desde las agencias estadounidenses en los setenta. Esta década presagió lo que en los ochenta sería la hecatombe de la llamada “década perdida” en América Latina con un extraordinario aumento de la deuda pública. Con el problema vino un desánimo generalizado, pues tras décadas de inversión no se había logrado un beneficio para las mayorías que seguían expuestas a bajos salarios, desempleo y marginación. Ya en los sesenta se había creado la famosa “Teoría de la Dependencia” que justamente contradecía y criticaba la visión desarrollista. Pero el “aprendizaje” fue que inequívocamente América Latina necesitaba otro tipo de desarrollo, y naturalmente otro tipo de comunicación que esos modelos lineales, de difusión, basados en el control de los componente comunicativos eran poco fiables, además que —como lo señalaron las corrientes críticas—, conllevaban un trasfondo ideológico. En 1976 aparece originalmente publicado en el Communication Research. An International Quartely, después publicado en español en muy distintas versiones. En su famosa antología de textos sobre comunicación, Miquel de Morgas usa este texto como el representativo de América Latina (Cf. Beltrán, 1985). Este texto realiza una especie de

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“corte de caja” (Cf. Beltrán, 1985) donde fundamenta su pensamiento: América Latina no puede seguir importando métodos y objetos si quiere contribuir a los cambios que pretende. Así lo dice en la célebre hipótesis del libro: “La investigación sobre comunicación en Latinoamérica ha estado, y todavía lo está, considerablemente dominada por modelos conceptuales foráneos, procedentes más que todo de Estados Unidos de América” (1985, p.77). Esta hipótesis nos permite reflexionar sobre los siguientes ejes de discusión.

• En este texto desmonta los mitos del difusionismo, uno de los más grandes: pensar que se puede aislar el cambio comunicativo –de método tecnológico- de otras variables del cambio, como las condiciones sociales. A fin de cuentas viene la confirmación que muchas de estas teorías, facturadas desde otros contextos, no pueden dar cuenta de una serie de procesos y características de la región ni mucho menos describir qué puede ser lo mejor para las comunicaciones en América Latina. Para ello pone en contexto los debates del difusionismo. Con la crítica a este enfoque Beltrán también realiza una revisión crítica a los modelos dominantes de la comunicación, particularmente el famoso paradigma de Lasswell, esquema prototípico para representar a una comunicación centrada en los efectos y la eficiencia, pero que a diferencia de otras visiones, Beltrán sabe escapar de las críticas estereotipadas y, si no, siempre ubica a los autores en su contexto.

• Otro elemento que encontramos en este señero texto es la fundamentación y crítica al difusionismo, lo que supone también una clara separación de algunos de sus maestros. Beltrán no discute si el difusionismo es falso o cierto, sino que es imposible llevarlo como se produjo a otra región como América Latina. Él mismo propone algunas respuestas que a la distancia sorprenden por su carácter provocador en la reflexión (Cf. Beltrán, 1985, pp.79-80): (a) el cambio general de la estructura social constituye un prerrequisito básico

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para lograr un desarrollo auténticamente humano y democrático; (b) los adelantos tecnológicos no conducen necesariamente a un desarrollo integral e incluso a veces pueden impedirlo; (c) la comunicación tecnológica como está en la región es muy difícil que facilite o genere el desarrollo nacional; (d) La propia comunicación no puede actuar independiente de los predominantes sociales, o sea, ella por sí sola ser el factor del cambio social. Muy relacionado con la crítica sobrevienen las reflexiones sobre el desarrollo dar las bases de otro modelo, que de principio retome la tradición de trabajo en América Latina: la vocación por el diálogo, la extrema preocupación y atención a las condiciones sociales. La preocupación por otro desarrollo permite dar pie a la amplia tradición de la “comunicación alternativa” que da peso a los micro-medios o medios de mediano alcance, a la participación de los actores dentro de su producción-difusión-recepción, y en la opción de una comunicación que tome como protagonistas a grupos subalternos como campesinos, trabajadores, maestros, indígenas, mujeres, niños. Es en los setenta cuando aparecen asociaciones que lo hacen desde otra perspectiva y que comienza la tradición propiamente “latinoamericana”, y facilita que los nacientes profesionales que trabajan en ella lo hagan con otra perspectiva y con una idea regional de comunicación.

• Un segundo eje de discusión que identificamos en el texto es la pertinencia y posibilidad de una “mirada propia”. Pone Beltrán sobre la mesa de discusión un viejo debate que podemos extender y profundizar en nuestros días: ¿existe una mirada propiamente latinoamericana, que no solamente sea idónea y haya hecho contribuciones amplias a los objetivos de transformar la realidad sino que incluso tenga una mínima resonancia en otras regiones análogas del mundo? La pregunta sobre la falta de “teoría propia” nos puede llevar a reflexionar sobre la colonización del conocimiento, la proclividad a difundir y consumir un conocimiento proveniente de Europa y EE.UU., aunque Beltrán reconozca en los setenta la supremacía de éste sobre otros enfoques europeos que también tuvieron

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amplia difusión en la región. En este eje también aparece la relación entre lo “propio” y lo “foráneo”, que supone no olvidar esto, sino al contario conocerlo a profundidad para precisar qué tipo de práctica comunicativa es la que inspira.

• De la misma manera hay que preguntarse sobre el significado de hacer ciencia en nuestra región para el ajuste y el control social o para la transformación de las condiciones sociales. Esta dimensión del quehacer científico ajustada a las particularidades circunstanciales, que EE.UU. sí logró realizar, desarrolla un tipo de ciencia orientada a estudiar la conformidad con las necesidades, metas, valores y normas prevalentes del orden establecido que ayudan al sistema a lograr y consolidar esa “normalidad” y a evitar los comportamientos “desviados”. Beltrán reconoce que en los setenta se trataba de hacer una ciencia que ayudara y fundamentara la protesta. Primero mediante una perspectiva acotada y combativa y, quizá poco a poco —aunque éste no era un movimiento únicamente de la región—, con una mirada más amplia que se fue cristalizando como medida estratégica, en la generación de políticas de comunicación como ideal y aspiración. Desde principios de los setenta la UNESCO organizó conferencias con la idea de reflexionar sobre cómo promover la democratización de las comunicaciones, con muy distintos enfoques. Este movimiento culminó en el famoso NOMIC y el célebre Informe McBride, cuyos “festejos” por sus treinta años en 2010 ha servido de balance agridulce por no haberse logrado los cambios que, se pensaba, podía generar. Por entonces los sectores progresistas albergaban un halo de esperanza ante la posibilidad de modificar en algo la estructura y contenido de las comunicaciones electrónicas en el hemisferio. En la lectura histórica que hace LRM y que resumimos, los ochenta fue una década de gran deterioro: deuda, inflación, salida de capitales, entre otras características. De manera particular las aspiraciones de un desarrollo integral en la región se estancaron. Muchos de los dramáticos ajustes se hicieron a costa de programas sociales. No obstante lo ante-

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rior, algunas organizaciones como UNICEF prosiguieron algunas inversiones para proveer apoyo en programas de salud y nutrición. Dicho estancamiento corrió un camino inversa una serie de fenómenos que fueron dándose en la región: el avance en la construcción teórica, la mayor difusión de experiencias y término asociados a la comunicación “alternativa”, “grupal”, “participativa”, etc., el desarrollo de instituciones académicas regionales. El campo de la comunicación crece, ¡en la década de más crisis económica! En los noventa LRB (Cf. Beltrán, 1993) ofrece una agenda con la idea de promover una comunicación para el desarrollo en el siglo XXI: pide reunir lo mejor de la comunicación de apoyo al desarrollo con la tradición de la comunicación alternativa; pide dedicarse más a la edificación institucional que a las experiencias aisladas; ir más allá de los órganos gubernamentales y potenciar el trabajo en las comunidades; poner el acento en algunos objetos particulares como la salud, la nutrición, la demografía; insistir el tema ante políticos y planeadores con relación al uso racional de la comunicación; multiplicar la capacitación básica en comunicación a todo nivel, y a los estudiantes profesionales, hacerlo en estas vías. Contra el dilema entre la comunicación masiva y la interpersonal, parece que el “desarrollo” es ese puente dentro de la comunicación aplicada: un conjunto de prácticas que ubica en su justo medio a los medios, ni apocalípticos ni integrados, para usar la expresión “clásico”, asimismo parece imperativo conectar las nuevas prácticas con las bases y tradiciones de un tipo de comunicación en la región necesaria y estratégica. El desarrollo, como el caso de los derechos, ha migrado, se ha movido a una aspiración de integralidad no reducible a lo económico o tecnológico, y también presenta una gradación conceptual que va desde las aspiraciones más amplias y generales, hasta las estrategias más específicas, por ejemplo, para generar participación y construir comunidad. También el desarrollo se vincula a otras áreas, como el de la edu-comunicación (Cf. Barranquero, 2006), que recupera esa diferencia, en toda su implicación de informar y

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comunicar, de transmitir e interactuar. El propio Barranquero (2011) señala en un texto posterior a una latinoamericanización de la comunicación académica a partir de una serie de preocupaciones, como la que se logra articular desde una visión más compleja y extensa del desarrollo que incorpora ahora los estudios sub-alternos y pos-coloniales, donde habría el reto de “descolonizar” a los estudios de la comunicación y ponerlos de igual-aigual ante otras epistemologías. ¿Comunicación para el desarrollo como gestión democrática? Hemos señalado cómo el concepto de comunicación para el desarrollo ha cambiado en su concepción. Beltrán ha ajustado su concepto de “desarrollo” que es necesario crear otro modelo para definirlo. ¿En qué sentido la propia historia conceptual de la comunicación para el desarrollo, es la de LRB? En este último apartado hacemos énfasis en la dimensión democrática, que de alguna manera es recuperar desde el canon de la representación, en particular política, lo que se ha dicho y lo que la define con nuevos atributos y cualidades. Hemos reconocido que dentro de las aspiraciones históricas de la comunicación latinoamericana una de las más importantes ha sido la democrática, al grado de ser ésta sinónimo de utopía comunicativa. En muchos de los recuentos que ha hecho Beltrán nos ha recordado cómo la preocupación democrática ha sido central en las aspiraciones comunicativas de la región: desde la citada “Declaración de Lima” (1990), o muy distintas reuniones como la reunión de comunicadores populares en La Paz (1992), la de comunicadores en Quito (1993), la del IPAL en Lima (1994), la de comunicadores cristianos en Sta. Cruz Bolivia (1994). Erick Torrico (2010, p.73) ha señalado que la comunicación democrática para el desarrollo ha sido la utopía orientadora del pensamiento de LRB, la cual es posible ver desde que sistematizó su tesis de maestría y doctoral, y luego introdujo cuestionamientos

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al establishment académico en las áreas de comunicación y desarrollo, relativas a las etapas del tránsito de la sociedad tradicional a la moderna, o al papel difusionista de los medios en ese proceso, mostrando sus inadecuaciones y etnocentrismo. Al leer textos procedentes de muy distintas décadas, vemos cómo el pensamiento de Beltrán es enfático en algunas nociones y conceptos, lo que justifica y explica que algunos textos de los setenta sean reeditados una y otra vez como el caso de “Adiós a Aristóteles. La comunicación horizontal”, donde Beltrán2 (2007) realiza un resumen y fundamenta el porqué América Latina necesita “otra” comunicación que no se fundamente en el difusionismo. De las contribuciones principales nos parece el intento por “operacionalizar” una comunicación que aspira a la igualdad en la participación, que es otra manera de definir aquello que el filósofo Habermas abogada en su concepto de “situación de habla”, con la diferencia que esta horizontalidad no es únicamente racional o argumentativa y en la noción de comunicación democrática hay muchos niveles de acción-participaciónintervención-transformación. Una y otra vez LRB se reitera el diálogo, pero no sólo como conversación. Esta es una categoría —diría Pasquali— antropológica y moral y ella es el eje de una interacción democrática, donde se busca, por principio, evitar la monopolización de la palabra. En la operación de esta comunicación democrática hay una gradación que va del acceso, al diálogo, a la participación, y son interdependientes: a mayor acceso, más probabilidad de diálogo y participación; a mejor diálogo, mayor y mejor la utilidad del acceso y mayor el impacto de la participación; y a mayor y mejor participación, mayor probabilidad de ocurrencia del diálogo y del acceso.

El artículo tiene una larga trayectoria, por ejemplo, en esta edición la conocida revista latinoamericana editada por ALAIC presenta la traducción al español realizada en 1991, con autorización del autor, distribuida solamente entre sus alumnos. Este artículo apareció también en Comunicación y Sociedad Nº 6, septiembre, 1981, Ed. Cortéz, Sao Paulo, pp.5-35; pero al parecer el original proviene del inglés, en 1979, cuando se le requirió a Beltrán la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación, UNESCO. En Internet es posible encontrar varias versiones, en varios sitios del mismo texto, lo que es frecuente con algunos textos importantes de Beltrán. 2

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La comunicación deviene como factor estratégico ya que aporta unas condiciones subjetivas en los actores involucrados dentro de los procesos de desarrollo, promoviendo su participación y protagonismo como elemento claves para una cultura ciudadana. En los noventa es cuando el Estado debe convocar a imponer reglas que reglamenten el derecho de la sociedad civil al acceso, producción y propiedad de los medios. Ya no se trata únicamente, como en décadas pasadas, de pensar en la capacitación y difusión audiovisual de medidas, con la creencia ingenua que éstas elevan el nivel de vida de los usuarios. Hoy, el concepto de “desarrollo” pasa por distintas acciones y estrategias, en diversos planos y proyectos como ciencia, tecnología, salud, educación, medio ambiente, procesos de paz, gestión cultural. Ello, al tiempo que se promueve y facilita la capacidad expresiva y comunicativa de los habitantes, de sus vínculos e intercambios, de sus redes y procesos de solución de conflictos (Beltran, 2012, p.223). Estas nociones suponen una visión integral de la comunicación, no restringida a alguno de sus aspectos. Los procesos de comunicación que promueven son de desarrollo social y no solamente se generan por el Estado sino por agentes y actores, por entes mediadores. Ahí el papel del profesional de la comunicación es alguien sobre todo que facilita la relación de grupos interdisciplinarios, y es alguien que evidencia las percepciones y prácticas comunicativas, coadyuva a que los referentes comunitarios se pueda asimilar en formas comunicativas, o que eventualmente se diseñen estrategias efectivas de resistencias hacia formas de imposición ajenas a las culturas locales. Beltrán (2012, p.225) cita a Aillón Valverde en cuanto la idea que una nueva comunicación para el desarrollo debe centrarse en forjar una voluntad, la cual empuje la posibilidad incluyente que la mayoría de la población pueda acceder a los mismos bienes simbólicos, en procesos educativos que ayuden a reescribir los propios núcleos de la historia a reestructurar el tejido social, a promover nuevos sistemas de relación. Es decir esta “nueva comunicación” considera la dimensión cultural y también la práctica educativa

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como vectores importantes pero en términos enteramente distintos a la teoría desarrollista y al enfoque difusionista. Una de las principales tareas de los académicos, sería conformar y sistematizar nuevas formas de comunicación, a mostrar sus características, a afinar sus procedimientos y a probar, gracias a la investigación (básica, aplicada, evaluativa), sus herramientas más idóneas para el logro de esos objetivos. En suma, parece que el Desarrollo —con mayúscula— solamente se logra en la medida que es integral, como el caso por ejemplo de un tipo de salud que fuera solamente física pero no emocional, y que lo democrático es algo transversal, por ello la democracia no puede ser solamente formal o declarativa, sino que pasa por una serie de niveles comunicativos. Además dicha democracia pide serlo de todos los componentes de los procesos comunicativos: igualdad, acceso, diversidad tecnológica, participación, contexto. No puede lograr la tan anhelada “horizontalidad” como umbral utópico de las prácticas comunicativas atendiendo solamente, por ejemplo, la diversidad tecnológica pero sin posibilidad de acceso, o el conocimiento de los códigos pero sin participación. Hoy quizá la democracia reivindica como lo más cercano a esa umbral utópico, al menos definido en lo general como participación, libertad, representatividad, diferencia. Hoy reconocemos en nuestras sociedades una democracia electoral pero no social en el más amplio sentido: nos puede hacer más democráticos ir a votar, pero acaso no mina la democracia social, la corrupción, la enfermedad, la marginación, la excesiva migración, entre otros problemas sociales crecientes en la región. Y justo el reto de este paradigma democrático es responder a los problemas que implican estas dificultades tan arraigadas en nuestras sociedades. Otro debate de este concepto es el nivel de realización de dicha democracia. A las sociedades poco les importa el nombre de “democracia” si ésta no satisface sus necesidades de libertad, seguridad, bienestar. En la propuesta de Beltrán aparece el mencionado tema de las “políticas” como una opción para orientar los esfuerzos hacia distintos planos y niveles, y que permitan organizar mejor las soluciones comunicativas (acceso, participa-

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ción, diálogo) o el papel de lo comunicativo en la salud, la educación, etc. No es fácil alcanzar este nivel “complejo” de desarrollo en sociedades como las nuestras. Hay que decir que en nuestra región coexisten en realidad niveles muy distintos de realización: mientras hay grupos, ciudades o regiones con un mayor acceso y consumo, con más interactividad entre ellos, con más libertad de expresión —gracias a las posibilidades de Internet, redes sociales, etc.—, en amplias franjas y provincias persisten rezagos y limitaciones, grupos sin voz ni acceso, predominancia de los discursos hegemónicos de la televisión, nula presencia de la diversidad o voces disidentes. Es el caso por ejemplo en México de muchas regiones o estados donde aún el gobernador opera con la lógica del cacique. Hoy parece que el escenario es ese calidoscopio de más acceso (por la cercanía y abaratamiento de costos) pero con menos equidad. En otro nivel, el solo hecho de no contar con tecnología al alcance fortalece la asimetría cultural y comunicativa, y se generan nuevas formas de info-riqueza e info-pobreza. A la manera de un proceso dialéctico: cuando concluimos un ciclo se elevan nuevas preguntas, algunas de ellas antiguas, pero que al dar en nuevos contextos, exigen nuevas respuestas. Por ello aparece nuevamente la pregunta por una comunicación alternativa, pero esta vez con el deseo pueda integrar una visión des-colonizadora, diversa, libertadora y participativa, y donde podamos acercarnos un poco más al mundo que Helder Camara o Paulo Freire soñaron para nuestros pueblos. Parece que si al corto plazo esta comunicación parece difícil, la comunicación democrática comienza por el hecho de no renunciar a nuestra utopía y al derecho de seguir construyendo nuestro propio pensamiento sobre la comunicación.

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