VAQUERIZO , D.; y MURILLO, J. F. (2010): “Ciudad y suburbia en Corduba. Una visión diacrónica (siglos II a.C.-VII d.C.)”. En VAQUERIZO, D. (ed.), Las áreas suburbanas en la ciudad histórica. Topografía, usos y función. Monografías de Arqueología Cordobesa, nº 18, 455-522

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Descripción

18

Garriguet Mata, José Antonio: “Samuel de los Santos Gener y los inicios de la Arqueología Urbana en Córdoba”.

2010

Pág. 11 / 18

Arqueología Clásica Rodríguez, M.ª Carmen: “El poblamiento rural del Ager Cordubensis: Patrones de asentamiento y evolución diacrónica”.

Pág. 45 / 72

León Pastor, Enrique: “Portus Cordubensis”.

Pág. 73 / 86

Cánovas Ubera, Álvaro; Castro del Río, Elena; Vargas Cantos, Sonia: “Intervención arqueológica preventiva en la nueva sede de EMACSA (Avda. Llanos del Pretorio, Córdoba)”.

Pág. 87 / 102

Gutiérrez, M.ª Isabel; Mañas Romera, Irene: “Los pavimentos del Convento de Jesús Crucificado, Córdoba”.

Pág. 103 / 120

García, Begoña; Pizarro, Guadalupe; Vargas, Sonia: “Evolución del trazado urbanístico de Córdoba en torno al Eje Tendillas-Mezquita. Hallazgo de una cisterna romana de abastecimiento de agua”.

Pág. 121 / 140

[ monografías de arqueología cordobesa ]

Pág. 21 / 44

Castro, Elena; Cánovas, Álvaro: “La domus del Parque infantil de Tráfico (Córdoba)”.

monografías de arqueología

Monografías de Arqueología Cordobesa (MgAC), que vio la luz en 1994, es una serie de carácter temático publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo de esta misma ciudad,

cordobesa

en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas, que dirigen

Vaquerizo, D. (Ed.)

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica Topografía, usos, función

18

el Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo Gil y el Dr. Juan Fco. Murillo Redondo. MgAC surge como instrumento para dar a conocer de forma monográfica propuestas de interpretación arqueológica desarrolladas por Investiga-

[ 2010 ]

ÍNDICE

dores de dicho Convenio, que someten así, de manera periódica, su trabajo al juicio crítico de la comunidad científica internacional, así como temas de especial relevancia para el avance de la investigación arqueológica española y cordobesa.

Casal, M.ª Teresa; Martínez, Rafael; Araque, M.ª del Mar: “Estudio de los vertederos domésticos del arrabal de Šaqunda: Ganadería, alimentación y usos derivados” (750 - 818 d.C.) (Córdoba).

Pág. 183 / 230

Murillo, Juan F.; Ruiz, Dolores; Carmona, Silvia; León, Alberto; Rodríguez, M.ª Carmen; León, Enrique; Pizarro, Guadalupe: “Investigaciones Arqueológicas en la Muralla de la Huerta del Alcázar (Córdoba)”.

Pág. 231 / 246

Pizarro, Guadalupe: “El alcantarillado árabe de Córdoba II. Evidencia arqueológica del testimonio historiográfico”.

Pág. 247 / 274

Arnold, Felix: “El edificio singular del Vial Norte del Plan Parcial RENFE. Estudio arquitectónico”.

Pág. 275 / 288

León Pastor, Enrique; Dortez, Teresa; Salinas, Elena: “Las áreas industriales en los arrabales de al-Yanib al Garbi de Qurtuba. El alfar del Cortijo del Cura”.

Pág. 289 / 302

Salinas, Elena; Vargas, Sonia: “Un pozo tardoalmohade en el Hospital de Santa María de los Huérfanos de Córdoba”.

Pág. 303 / 326

Martagón, María: “Qurtuba y su territorio: una aproximación al entorno rural de la ciudad islámica”.

Pág. 327 / 342

Larrea Castillo, Isabel; Hiedra Rodríguez, Enrique: “La lápida hebrea de época emiral del Zumbacón. Apuntes sobre arqueología funeraria judía en Córdoba”.

Pág. 343 / 362

Cánovas, Álvaro; Salinas, Elena: “Excavaciones Arqueológicas en el entorno de la Iglesia de Santa Marina de Córdoba”.

Publicaciones Pág. 365 / 382

Convenio GMU-UCO. Publicaciones y actividades 2008-2010.

Con la colaboración de MINISTERIO DE Ciencia e Innovación

Vaquerizo, D. (Ed.)

Pág. 143 / 182

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica

Arqueología Medieval

Imagen de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia desde el suburbium orientalis (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

NÚMERO

18

2010

[ NUEVA ÉPOCA ]

Las Áreas Suburbanas en la ciudad histórica Topografía, usos, función

Vaquerizo D. (Ed.)

Córdoba, 2010

NÚMERO

18

2010

[ NUEVA ÉPOCA ] Serie monográfica publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la Universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de esta misma ciudad, en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas en Córdoba, entendida como yacimiento único.

Directores

Desiderio VAQUERIZO GIL Juan Fco. MURILLO REDONDO Secretarios

José A. Garriguet Mata Alberto León Muñoz

Foto de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia, desde el suburbium orientale (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

Correspondencia y pedidos Área de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras Plaza de Cardenal Salazar, 3. 14003 CÓRDOBA Tel.: 957 218 804 - Fax: 957 218 366 E-mail: [email protected] www.arqueocordoba.com D. L. CO: 1.132/2010 I.S.B.N.: 978-84-932591-7-4 Confección e impresión:

Imprenta San Pablo, S. L. - Córdoba www.imprentasanpablo.com

La dirección de MgAC no se hace responsable de las opiniones o contenidos recogidos en los textos, que competen en todo caso a sus autores

Este volumen se inscribe en el marco del proyecto de investigación "In Amphitheatro. Munera et funus. Análisis arqueológico del anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano (ss. I-XIII d.C.)", financiado por la Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica (Dirección General de Investigación, Ministerio de Educación y Ciencia, hoy Ciencia e Innovación, del Gobierno de España), en su convocatoria de 2006, con apoyo de la Unión Europea a través de sus Fondos Feder (Ref. HUM2007-60850/HIST). También, del Convenio de Colaboración que el Grupo de Investigación Sísifo (HUM-236; Plan Andaluz de Investigación; Junta de Andalucía) de la Universidad de Córdoba mantiene con la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de esta ciudad para su estudio como ciudad histórica, entendida como yacimiento único. Todos ellos tienen como Investigador Principal a D. Vaquerizo.

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A Manuel Martín-Bueno, por su contribución decisiva en la conformación del Área de Arqueología cordobesa, sus múltiples aportaciones a la disciplina, y su amistad y magisterio de tantos años.

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ÍNDICE

Pág. 11 / 14 Vaquerizo, D.: Presentación y agradecimientos.



Pág. 15 / 34 Martini, W.: Stadteingang und Stadtgrenze im kaiserzeitlichen Kleinasien. Perge in Pamphylien.



Pág. 35 / 52 Santoro, S.; Sassi, B.: Fra terra, mare, colline e lagune: le aree suburbane di Dyrrachium (Durrës, Albania).



Pág. 53 / 66 Liverani, P.: L’anfiteatro extraurbano e le mura nelle città dell’Italia centrosettentrionale.



Pág. 67 / 78 ANNIBALETTO, M.: Per una topografia del limite: riflessioni sul suburbio di Iulia Concordia.



Pág. 79 / 94 Brogiolo, G. P.: Città e suburbio tra tardoantico e altomedioevo in Italia settentrionale.

Pág. 95 / 116 Schattner, Th.; RUIPÉREZ, H: Entradas a ciudades romanas de Hispania: el ejemplo de Córdoba Pág. 117 / 134 Kobusch, Ph.: Römische Gräbbauten im Eingangsbereich hispanischer Städte. Pág. 135 / 152 Márquez, J.: Los suburbios de Augusta Emerita en perspectiva diacrónica. Pág. 153 / 172 Nogales, T.: Imagen funeraria en el suburbium de Augusta Emerita. Pág. 173 / 210 Antequera, F.; Padrós, P.; Rigo, A.; Vázquez, D.: El suburbium occidental de Baetulo. Pág. 211 / 254 Ramallo, S.; Murcia, A. J.; Vizcaíno, J.: Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs. Pág. 255 / 266 Klöckner, A.: Die ‘Casa del Mitra’ bei Igabrum und ihre Skulpturenausstattung. Pág. 267 / 288 Campos, J. M.: Los suburbios de Onoba Aestuaria. Pág. 289 / 308 Abascal, J. M.; Cebrián, R.: El paisaje suburbano de Segobriga. [ 9 ]

Pág. 309 / 334 Ciurana, J.; Macías, J. M.ª: La ciudad extensa: usos y paisajes suburbanos de Tarraco. Pág. 335 / 362 Rascón, S.; Sánchez, L.: Complutum, el Campo Laudable, Qala’t Abd al-Salam y el Burgo de Santiuste. Centros urbanos y suburbios de Alcalá de Henares en la Antigüedad y la Edad Media. Pág. 363 / 396 Beltrán de Heredia, J.: La cristianización del suburbium de Barcino. Pág. 397 / 412 Arce, J.: El complejo residencial tardorromano de Cercadilla (Corduba). Pág. 413 / 434 Arbeiter, A.: ¿Primitivas sedes episcopales hispánicas en los suburbia? La problemática de cara a las usanzas en el ámbito mediterráneo occidental. Pág. 435 / 454 Chavarría, A.: Suburbio, iglesias y obispos. Sobre la errónea ubicación de algunos complejos episcopales en la Hispania tardoantigua. Pág. 455 / 522 Murillo, j. f.; Vaquerizo, d.: Ciudad y Suburbia en Corduba. Una visión diacrónica (siglos II a.C. - VII d.C.). Pág. 523 / 526 Normas de redacción y presentación de originales.

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Desiderio Vaquerizo1 Grupo de Investigación Sísifo (HUM-236). Universidad de Córdoba ✉✉ [email protected]

Juan Fco. Murillo2 Grupo de Investigación Sísifo (HUM-236). Oficina de Arqueología. Gerencia Municipal de Urbanismo. Ayuntamiento de Córdoba ✉✉ [email protected]

1. Nuevos retos, para un nuevo contexto. Ciudad y suburbio, dos realidades complementarias e indisolubles Por correspondernos en esta monografía el papel de embajadores de un amplio equipo de investigación cuyos resultados globales son recogidos en otro volumen (Vaquerizo, Murillo 2010), trataremos a continuación de ofrecer una visión actualizada del panorama arqueológico cordobés que permita contextualizar de forma efectiva nuestro proyecto y nuestras pretensiones, también nuestros logros. Como es lógico, extremaremos la síntesis en aras de la brevedad y la concreción, dado, además, que muchos de los aspectos por nosotros sólo esbozados son analizados con mayor profundidad en el soporte citado por algunos de nuestros compañeros3. Partimos, como premisa y Norte, de la consideración de Córdoba como una realidad histórica de enorme complejidad, cambiante y viva, que se ha hecho a sí misma sobre la base de la voluntad de las sucesivas generaciones que la han habitado, adaptándola a sus respectivas necesidades y deseos. En este sentido, la ciudad ha sido siempre mucho más que el espacio delimitado por sus murallas, aun cuando éstas constituyan una de sus señas

Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 455-522  isbn 978-84-932591-7-4

CIUDAD Y SUBURBIA EN CORDUBA. Una visión diacrónica (siglos II a.C. - VII d.C.)

1  Catedrático de Arqueología. Universidad de Córdoba. Investigador Principal del Proyecto I+D del Ministerio de Educación y Ciencia: “In Amphitheatro. Munera et funus. Análisis arqueológico del anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano (ss. I-XIII d.C.)” (Ref. HUM2007-60850/HIST), en el que se inscribe este trabajo; del Grupo de Investigación Sísifo (HUM 236, del Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e Innovación de la Junta de Andalucía), y del Convenio que dicho Grupo mantiene con la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de Córdoba para el estudio de Córdoba, ciudad histórica, entendida como yacimiento único (http://www.arqueocordoba.com/directorio/directorio.htm). 2  Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Geografía e Historia) por la Universidad de Córdoba. Director de la Oficina de Arqueología de la Gerencia Municipal de Urbanismo (Ayuntamiento de Córdoba), miembro del Grupo de Investigación Sísifo, y co-director, con D. Vaquerizo, del Convenio de colaboración entre ambos organismos. 3  Esta visión se nutrirá en buena medida de varios trabajos recientes, en los que hemos ido ensayando sucesivas puestas al día de las novedades arqueológicas más relevantes de la ciudad romana entre las cuales: Vaquerizo 2005, 2006b y 2008d; Murillo, Jiménez, 2002; Murillo 2004; Murillo et alii 2009, a y b, y Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010. En ellos se puede encontrar una selección de títulos anteriores representativos al efecto.

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Desiderio Vaquerizo / Juan F. Murillo

de identidad más profundas, pues no en vano la han marcado fisonómicamente desde su nacimiento hasta las postrimerías del s. XIX. En efecto, Córdoba, como la inmensa mayoría de las ciudades fundadas con anterioridad a la Revolución Industrial, no puede entenderse sin su territorio. Esta indisoluble unidad (ciudad-territorio) arranca de la Corduba prerromana, tartesia y turdetana (Murillo, 1994), siendo heredada por su sucesora romana y estando en la base de la riqueza de sus moradores y de su propia fortuna como centro poblacional. Más allá de los imperativos ideológicos que en cada momento han definido las diferencias jurídicas entre el espacio intra y extramuros, la evidencia histórica nos enseña que Córdoba ha trascendido en todo momento estos estrechos límites para configurar una unidad funcional en la que no es posible entender a la ciudad sensu stricto sin sus suburbia, realidad cambiante que establece un primer ámbito, privilegiado, de transición. Los vertebra una red viaria que permite el acceso a una segunda franja, periurbana en el sentido de que carece de funciones estrictamente urbanas pero que por su proximidad a la ciudad y al inmediato extramuros resulta fácilmente accesible y sirve de marco preferente para la actividad cotidiana de sus habitantes. Y, más allá, por fin, el territorio directamente dependiente, amplísimo en el caso que nos ocupa, en el que se cimentaba la base económica, el poder político y el prestigio de la ciudad4. Es en esta mudable realidad urbana en la que, junto a los “invariantes” que han marcado la longue durée (como el río, el puente y las murallas), han ido entrando en escena, de acuerdo con el discurrir de los siglos, distintos “actores” que aunque menos longevos marcaron intensamente la imagen de Córdoba durante determinados segmentos temporales de su desarrollo.

2. Una ciudad puente La fundación de Córdoba en el lugar que todavía hoy ocupa tuvo como principal justificación su control sobre el río, en un punto en el que el paisaje dibuja con claridad la transición entre dos mundos: Meseta y Andalucía, sierra y campiña, minas, ganadería y caza frente a la mejor zona hispana de explotación agrícola, barbarie frente a refinamiento. En tiempos en los que el Baetis era todavía un río vivo, de fuerza incontrolable cuando bajaba crecido, Corduba permitía un perfecto dominio de los únicos vados que hacían posible cruzarlo sin demasiada dificultad en época de estiaje y en muchos kilómetros a la redonda, ejerciendo de forma prototípica como “ciudad puente” (Vaquerizo 2006b). Algo que debió pasar pronto de simple expresión metafórica a realidad palpable. Por otra parte, la ciudad dominaba el valle medio del río en el punto exacto en que éste dejaba de ser navegable con cierta comodidad (Estrabón, III,2,3; Plinio, III,3,4). Esto le permitió disponer de puerto y embarcaderos propios, desde los que dar salida a los minerales de la sierra y, más adelante, al aceite, el vino, el cereal, la cera, la miel, la lana, la madera…, permitiendo, en contrapartida, la entrada de materiales exóticos, productos de lujo, influencias culturales del más variado tenor, individuos de toda procedencia y, en particular, tropas, avituallamientos e impedimenta. Valores que explican por sí mismos el papel privilegiado y rector que el núcleo urbano cordubense desempeñó en la organización geopolítica y territorial de la región desde su más remoto origen, al tiempo que su cosmopolitismo, su carácter multicultural y su extraordinario valor estratégico, cuando las comunicaciones eran la premisa de toda iniciativa, y disponer de un buen lugar de acuartelamiento y aprovisionamiento de los ejércitos, garantía de conquista y poder sostenible. Aun cuando el modelo urbano, las características concretas del asentamiento y todo lo que tiene que ver con su mundo funerario continúan siéndonos, en esencia, desconocidos, hoy sabemos

4  Hasta la reforma administrativa de Javier de Burgos, la “tierra de Córdoba” o territorio bajo la jurisdicción de la ciudad, configurado tras la conquista cristiana de 1236 (Carpio 2000) abarcaba una extensión muy superior a la del actual término municipal de Córdoba, aun así uno de los mayores de España. Dada la articulación del poblamiento, todo parece indicar que este territorio dependiente de la Córdoba bajomedieval y moderna pudo ser muy similar al de la cora (o kura) de su antecesora islámica (MARTAGÓN, 2010 e.p.) y a la del territorium de la ciudad romana (RODRÍGUEZ, 2010).

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CIUDAD Y SUBURBIA EN CORDUBA. Una visión diacrónica (siglos II a.C. - VII d.C.)

que la ciudad indígena mantiene una cierta vitalidad hasta los años finales del siglo II a.C. o incluso los inicios del I a.C., conviviendo por tanto durante décadas –aunque ignoramos en qué grado y forma– con la primera presencia romana, que pese a su carácter militar nada autoriza a considerar traumática (Murillo, Vaquerizo 1996, 42). Así ocurre hasta que en una fecha indeterminada, que no es este el lugar indicado para discutir (vid. al respecto Rodríguez Neila 1988, 209 ss.; algunos de los trabajos recogidos en León Alonso 1996; Canto 1991 y 1997; Murillo 2006, o Vaquerizo 2005, 2006b y 2008d), Roma realiza una nueva fundación al nordeste del viejo núcleo turdetano que, para sorpresa de la historiografía tradicional, llama de la misma manera.

3. Fundación y primeros siglos de andadura (Vetus urbs5) Si hemos de juzgar por la información que proporcionan los materiales arqueológicos, la ocupación del nuevo núcleo se inicia, efectivamente, en la primera mitad del siglo II a.C., a la vez que el debilitamiento (a partir de este momento progresivo y, pronto, irreversible) de la ciudad indígena (Carrillo et alii, 1999, 40; Murillo, Vaquerizo 1996, 41 ss.; Murillo, Jiménez 2002, 184) (Fig. 1). La nueva Corduba, quizá colonia latina desde el primer momento6, elige un espolón bien defendido (salvo al Norte) por acusadas laderas y varios arroyos, situado unos 750 m. al NO del primitivo asentamiento indígena, desde el cual se controlaban los dos vados del río y, consecuentemente, las tierras vecinas, verdadero paraíso para la colonización itálica. Con una superficie de 47’6 Ha, delimita desde su origen la línea de amurallamiento, que se mantendrá inalterable hasta que en tiempos de Augusto se extienda hasta el río, ampliando el espacio urbano a unas 78 Ha. A estos momentos remite el trazado de las primeras vías (Melchor 1995), la explotación masiva de las minas de Sierra Morena (Roma necesitaba plata para pagar a sus tropas), que favorece el enriquecimiento de las primeras sagas familiares cordubenses (García Romero 2002; Ventura 2009), y seguramente la construcción del primer puente más o menos monumental, cuya existencia desde al menos mediados del siglo I a.C. queda probada sin reservas

Murillo et alii 2009a, 57. Esto no le impediría acoger a un conventus civium Romanorum (Rodríguez Neila 1988, 214 ss., o 245 ss.; Stylow 1990, 262; Ventura 1996, 136). Una revisión de la problemática relacionada con la fundación romana, que en su opinión habría tenido lugar en 169 a.C., de la mano del general Marcus Claudius Marcellus durante su estancia como pretor y propretor de las dos Hispaniae, en Ventura 2008a, 87 ss. 5  6 

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Fig. 1. Localización y extensión de la Corduba tartesioturdetana y de la Corduba fundada por M. Claudio Marcelo (c. 150 a.C.) (© GMU-UCO).

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Desiderio Vaquerizo / Juan F. Murillo

Fig. 2. Situación de los principales contextos republicanos documentados en Corduba. Sobre el fondo del callejero actual se muestra el trazado de la muralla fundacional y de las cuatro puertas originales. En trama se presenta la traza viaria correspondiente a la refundación de la ciudad en época augustea (© GMU-UCO).

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por su protagonismo en la defensa de la ciudad durante las Guerras Civiles (Bell. Hisp. V, 3-5; Sentenanch 1918, 210; Rodríguez Neila 1988, 260 ss., y 274; Melchor 1995, 94-95)7. Las murallas de la Corduba republicana delimitan uno de los mayores perímetros de entre las fundaciones coloniales romanas y latinas contemporáneas (Ventura 1996, 138; Carrillo et alii, 1999, 42, Fig. 2; Murillo, Jiménez 2002; Murillo 2006) (Fig. 2). Su trazado –que se ajusta al perfil de la terraza elegida para el asentamiento, rentabilizando al máximo las posibilidades de la topografía– y sus características técnicas son hoy bien conocidos, merced a las últimas excavaciones: una fortificación de casi diez metros de espesor, reforzada por torres semicirculares (las rectangulares se le adosan en un momento más tardío), que conforman un muro exterior de tres metros, construido con hiladas de sillares alternadas en su disposición (a soga/a tizón), y otro interior de alrededor de un metro. Entre ambos, un relleno de arcillas, arena y picadura de sillar con un grosor de seis metros, que seguramente se levantó sólo hasta media altura, a la manera de agger, y, por delante, un foso de hasta dieciocho metros de anchura, sólo documentado en el sector norte, que es precisamente el más desprotegido, en un esquema muy similar al de los muros servianos de Roma, del siglo IV a.C. (Escudero et alii 1999, 202 ss, Fig. 2; Murillo, Jiménez 2002, 187) Los últimos datos arqueológicos de que disponemos llevan la cronología fundacional de esta cerca a mediados del siglo II a.C., si bien será la base de las posteriores refecciones realizadas en ella, hasta prácticamente nuestros días Como fue habitual en este tipo de fundaciones, la ciudad se organizó conforme a una red urbana de carácter ortogonal todavía sin cloacas, basada en insulae 7  Desconocemos, no obstante, sus características estructurales y morfológicas, que en ningún momento se especifican. Cabe la posibilidad de que fuera de madera, pero el hecho de que el Bellum Hispaniense destaque la provisionalidad del que tiende César un poco más abajo: una plataforma de madera anclada mediante odres llenos de piedras, parece abogar por una fábrica de mayor porte y perdurabilidad –como ya supo ver A. Blázquez (1914, 465), y comparten otros autores (Corzo, Toscano 1992, 34)–, aun cuando su monumentalización fuera abordada en época posterior (posiblemente augustea). El puente actual es el resultado de numerosas refectiones, que remontan en síntesis a época islámica, a los siglos XVI, XVII y XVIII, a la primera mitad del siglo XX y a los inicios del siglo XXI. Prueba de su importancia estratégica es que fue el único puente de piedra existente en el valle medio del Guadalquivir hasta que entre 1847 y 1852 se construye en Triana (Sevilla) el de Isabel II.

Vaquerizo, D. (Ed.)  Las Áreas Suburbanas en la ciudad histórica. Topografía, usos, función  Córdoba, 2010

CIUDAD Y SUBURBIA EN CORDUBA. Una visión diacrónica (siglos II a.C. - VII d.C.)

de dos actus (70 x 70 m; Carrillo et alii 1999, 46-47), que no llegaría a completarse hasta bien entrado el siglo I a.C. (Murillo, Jiménez 2002, 189). Este urbanismo destaca por su modestia constructiva inicial, su austeridad, incluso una cierta perentoriedad. Los edificios utilizan como materiales básicos cantos rodados para los zócalos, adobe y tapial para los muros, cal y tierra apisonada para los suelos, y ramajes para los techos (León Alonso 1996, 19); materiales que iniciarían un proceso de ennoblecimiento progresivo a partir de comienzos del siglo I a.C., pero que hoy por hoy constituyen el principal indicativo arqueológico de la fundación republicana8. La ubicación y el espacio destinado a los más importantes edificios civiles serían previstos desde el momento mismo en que se traza el esquema programático de la nueva Corduba, pero su construcción, y sobre todo su ornato, se prolongarían durante algunos años, de forma paralela a como crece el resto de la ciudad. En este sentido, se ha detectado en la decoración arquitectónica una importante actividad artística desde la primera mitad del siglo I a.C., así como el trabajo hasta entonces inédito sobre piedras duras (la caliza micrítica, tan característicamente cordobesa), de la mano de talleres quizá ya locales pero todavía con gran dependencia de maestranzas itálicas (Márquez Moreno1998a, 203 ss.)9. La existencia de un foro –y el papel de Corduba como sede provincial del pretor– es documentada por las fuentes escritas al menos desde 113/112 a.C. (Cicerón, In Verr., 2, 4, 56; Bell. Alex., LIII, 2), aunque la secuencia estratigráfica parece adelantar su construcción a mediados del siglo II a.C. (Carrasco 2001, 205)10. En líneas generales, su ubicación viene a coincidir con la del posterior foro augusteo, si bien de menor tamaño y atravesado en su lado oriental por el cardo maximus (Márquez Moreno 1998b, 115, y 2009, 106 ss.), conforme a un modelo de foro abierto o integrado típico de la época (Carrillo et alii 1999, 43; Murillo, Jiménez 2002, 189): una plaza alargada y porticada, con pavimento de tierra batida, en uno de cuyos extremos se situaría el templo principal de la colonia, agrupándose el resto de edificios administrativos en su mismo perímetro o en las inmediaciones (Márquez Moreno 2003, 47). A tenor de los últimos datos, sus columnas, de orden dórico, estaban labradas en caliza local, y tanto el pórtico como la pavimentación y sus infraestructuras experimentarían varias refectiones (la última, para reparar su destrucción parcial con motivo de las Guerras Civiles) antes de ser sustituido por el nuevo foro monumental de época imperial. Ya en este momento es posible que la ciudad contara con dos decumani maximi adyacentes (vid. más información sobre estos aspectos en Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010)11.

8  Sobre urbanismo y arquitectura domésticos nuestro desconocimiento es grande, a pesar de que menudean los hallazgos. Disponemos de algunos estudios más o menos detallados sobre determinados conjuntos (Secilla, Márquez 1991; Ventura, Carmona 1992), pero sólo ocasionalmente el tema ha sido objeto de atención con carácter monográfico por parte de J.R. Carrillo (Carrillo 1996 y 1999) y uno de nosotros (Vaquerizo 2004b). Hasta la fecha no tenemos pruebas materiales de que, como en Valentia, las primeras construcciones de obra en el nuevo asentamiento romano pudieran haber ido precedidas de instalaciones provisionales –tiendas y/o cabañas, con base fundamentalmente en la madera–, ni tampoco de sacrificios o depósitos rituales de carácter fundacional (Marín, Ribera 2002, 296 ss.); en cualquier caso, las enormes limitaciones metodológicas que vienen caracterizando a buena parte de la arqueología cordobesa del último siglo obligan a no descartarlo. 9  En la capital de Baetica “parece detectarse con claridad la llegada de estos talleres urbanos, que formarían con posterioridad otros talleres locales, discípulos de los anteriores, que irían a modo de capilares realizando otros encargos a lo largo y ancho de la provincia” (Márquez Moreno 2008a, 31). 10  Una intervención arqueológica de urgencia en C/ Góngora, esquina con Braulio Laportilla, documentó algunas estructuras en el límite suroccidental del foro republicano –cimentado directamente sobre las margas geológicas–, con dos fases constructivas: un pórtico de orientación cardinal y cubierta de tegulae, fechado por su excavadora a mediados del siglo II a.C., y una reparación posterior a las Guerras Civiles, previa a la gran reestructuración urbana de época augustea (Fig. 3). Algunos datos apuntan a que sufrió también desperfectos con motivo del terremoto del año 76 a.C., que acabó con la vida de 300 cordobeses (Sal., Hist., II, 28) (Carrasco 2001, 205 ss.; Márquez Moreno 1998c, 66, y 2009, 108). 11  Recientemente, la existencia de estos dos ejes principales en sentido Este-Oeste ha sido explicada (en nuestra opinión, de forma un tanto confusa) porque “no fue posible conservar el curso original del trazado más antiguo de la via Augusta, que llega por el este y sale por el oeste, en vista de que la orientación posterior del complejo urbano no era paralela a ella”

Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 455-522  isbn 978-84-932591-7-4

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Desiderio Vaquerizo / Juan F. Murillo

Fig. 3. Hipótesis de restitución del primitivo foro republicano de Corduba y principales vestigios con él relacionados. (© GMU-UCO y Carrasco, 2001).

Desde el punto de vista de la arquitectura religiosa no es mucha la información disponible, aunque destaca el complejo de orden dórico-toscano, construido en arenisca local, que en opinión de sus excavadores monumentalizó el acceso a la ciudad por el sur, junto a la embocadura del cardo máximo, a comienzos del siglo I a.C. (León Alonso 1996a, 20-21; Ventura et alii, 1996, 88-89)12. Del mismo modo, se le ha dado una interpretación religiosa a los tambores de columna con veinte estrías labrados en caliza y estucados que fueron embutidos en la muralla de época augustea a la altura de la Plaza de Maimónides tras ser desmantelados, quizás con motivo de las Guerras Civiles o, simplemente, de la ampliación de la ciudad hacia el Baetis (Márquez Moreno 1998b, 122, y 1999, 155 ss.)13, en uno de los ejemplos más precoces que tenemos en Corduba del fenómeno de la reutilización de materiales arquitectónicos procedentes de otros (Schattner 2007-2008, 170). Posiblemente, a lo que el autor se refiere es a que uno de estos ejes pudiera haber realizado el papel de vía de tránsito como tal (por lo menos, tras la modificación del trazado de la via Augusta con motivo de la construcción en esta zona del circo de la ciudad), y el otro de vía urbana en sentido estricto; razones que llevaron además a diseñar diversos ramales de la misma vía, que circunvalaron la ciudad evitando así colapsar el centro (Melchor 1995, 79 ss.). 12  En esta misma zona la epigrafía y los restos de decoración arquitectónica documentan la existencia, años más tarde, de una aedes Dianae (Márquez Moreno 1998b, 123 ss., Figs. 19-20; Garriguet 2003, 102 ss–. Nº 41b, Lám. XVIII, 2), en la que probablemente se rendiría también culto a Apolo (Garriguet 2003, 125 ss.); sin olvidar su posible relación con el culto al Emperador, que este último autor (122 ss.) analiza con detalle, aun cuando queda por resolver en sus últimos extremos. 13  En caso de que las piezas hubieran sido trasladadas desde otro lugar, no cabe descartar su posible relación con el templo del foro republicano (Márquez Moreno 1998b, 121 ss., Fig. 18).

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edificios (spolia, o rediviva saxa) tan frecuente después en épocas tardorromana y tardoantigua (Moreno Almenara, Gutiérrez 2008). La ubicación del complejo en esta zona estaría revalorizando el cardo máximo en su papel de eje principal de la ciudad y, como ya hemos adelantado, vendría justificada por el papel trascendental que el río y su puerto debieron desempeñar en la vida y la propia razón de ser de la misma, tanto desde el punto de vista político, como económico, estratégico e incluso ideológico (en el único denario de plata acuñado por Cneo Pompeyo atribuido a Corduba, el general romano llega a ella en barco, recibido por una divinidad local armada). La estructuración del parcelario en insulae facilitó desde el inicio su organización conforme a la orientación marcada por cardines y decumani, en una trama de clara tendencia ortogonal (Jiménez Salvador, Ruiz 1999, 88) que habría de romper la ampliación augustea14, con la que el núcleo urbano duplica casi su superficie. Por el momento, la práctica totalidad de las estructuras domésticas documentadas –las más antiguas, de mediados o segunda mitad del siglo II a.C.– apoyan sobre cimientos de cantos rodados o mampostería irregular, con alzados de adobe y/o tapial, pavimentos de tierra, cal o grava, y cubiertas de carácter vegetal, a la manera indígena (Ventura 1996, 138; Carrillo et alii, 1999, 41 y 44); incorporando en inicio como únicos elementos de clara filiación romana sus ajuares materiales y pintura parietal basada en colores planos (sobre todo, rojo y negro). Un panorama que, si bien no desaparece del todo, desde principios del siglo I a.C. se ve enriquecido por el uso de la sillería de calcarenita en los muros y de tegulae en las techumbres, así como algunos pavimentos de opus signinum (con o sin decoración de teselas blancas, de caliza o cuarcita), y decoraciones parietales pintadas mucho más coloristas en los muros, iniciándose con ello aquel primer proceso de monumentalización urbana al que antes nos referíamos (León Alonso 1996, 20 ss., y 1999, 40; Carrillo et alii, 1999, 44-45; Jiménez Salvador, Ruiz 1999, 89-90) que se prolongará durante el siglo I a.C., en coincidencia con la consolidación de Corduba como capital de la Hispania Ulterior. De nuevo en claro contraste con la información arqueológica, las fuentes antiguas (Varrón, l.l. 5, 162) hablan para la Córdoba del siglo I a.C. de casas de atrio15. Con todo, el esquema que acabará imponiéndose –en coincidencia con la ampliación augustea, que se estructura conforme a insulae de dos (en sentido N-S) por un actus (en sentido E-W)–, será el de la casa de peristilo, de la que contamos con numerosos ejemplos a lo largo de toda la etapa imperial, algunas de ellas bastante monumentales16. De peristilo sería ya la famosa vivienda en la que es recibido Quinto Cecilio Metelo tras su victoria sobre Sertorio, en 74 a.C. (Val. Max. IX,1,5; Salust., Hist. II,70; Plut., Sert. 22,2), como lo es también la de C/ Ramírez de las Casas Deza, con capiteles de orden toscano labrados en caliza local, que representa el ejemplo más antiguo de entre los conservados (aavv 1991, 86-87, Nº 60; Márquez Moreno 1993, 181; Ventura 1996, 138; Carrillo 1999, 76, Fig. 2, A-B). En estos primeros momentos, previos a la construcción de los diversos acueductos que sucesivamente acabarán convirtiendo a Corduba en una de las ciudades mejor abastecidas del Occidente romano, las casas toman todavía el agua de pozos (Ventura 1993b y 1996, 27 ss. y 67 ss.; Ventura et alii 1996, 95 ss.; Jiménez Salvador, Ruiz 1999, 88 ss., Fig. 6). El Bellum Alexandrinum (LIX, 2, y LX, 1) habla de que cuando Casio Longino vuelve a la ciudad para enfrentarse con las tropas comandadas por M. Claudius Marcellus Aeserninus en 48 a.C., arrasa nobilissimae carissimaeque possessiones Cordubensium existentes en sus cercanías, lo que parece confirmar la existencia de importantes explotaciones en entorno inmediatamente suburbano, pese a la ausencia de datos arqueológicos claros. En efecto, la primera villa suburbana de la que

A cargo en realidad de Asinius Pollio, según opinión de Á. Ventura (2008a; vid. infra).

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Es importante, en este sentido, tener en cuenta las numerosas implicaciones ideológicas que ello conlleva, y la fuerte filiación centroitálica que el uso de dicha estructura arquitectónica deja entrever en fechas tan tempranas (Carrillo 1999, 77-78, Fig. 3), detectable también, desde muy pronto, en la arquitectura pública (Ventura 1996, 144 ss.; Márquez Moreno 1998a, 201 ss.) y funeraria (Hesberg 1996; Márquez Moreno 2002). 16  Vid. al respecto algunos de los trabajos recogidos en Vaquerizo, Murillo 2010. 15 

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tenemos constancia arqueológica en Corduba es la localizada en Cercadilla, cuya cronología se va ya al siglo I d.C. (Moreno Almenara 1997). Esta ausencia es común para la etapa republicana en toda la Ulterior –aunque no así para algunas zonas del Nordeste–, sin que por el momento haya unanimidad en explicar las causas (Rodríguez Neila 1988, 241 ss.; Murillo, Jiménez 2002, 193). También desde el punto de vista funerario destaca la ausencia casi absoluta de enterramien­ tos asigna­bles a esta etapa; hecho sorpren­dente, pero otra vez no privativo de Corduba. Tal vez, la necrópolis correspon­dien­te a la ciudad republicana –ubicada en la zona alta de la colina– se dispuso en su flanco meridional, entre la muralla y el río; zona que tras la deductio de Augusto quedaría incorporada al nuevo recinto urbano, lo que provocaría que su uso como espacio cementerial se viera completa­mente anulado –vid. infra–. Por fortuna, los indicios sobre enterramientos previos al cambio de Era son cada vez más frecuentes en las áreas sepulcrales cordubenses (Vaquerizo 2008c, 6 ss.), pero sigue sin resolver el problema del mundo funerario turdetano previo, supuesta la ausencia total de necrópolis contemporáneas. Tal circunstancia ha sido atribuida al uso de prácticas que no habrían dejado huella arqueológica, cuyo origen se remontaría hasta los inicios del I milenio a.C., y de filiación fundamentalmente atlántica (Escacena 2000, 213 ss.). Hasta la fecha sólo conocemos un ajuar procedente del mercado clandestino, compuesto por una urna pintada de tradición indígena, un plato como tapadera, el fragmento de un “cuchillo” de hierro y una pieza de cerámica campaniense (M5422, antigua Lamboglia 59) que permite fechar el enterramiento –al parecer, de cremación en hoyo, cubierto por una laja de piedra caliza– entre 210 y 190 a.C., documentando así de forma evidente el intercambio comercial entre indígenas y romanos décadas antes de la fundación de Claudio Marcelo (Murillo, Jiménez 2002, 186 ss.) 17.

4. Simulacrum Urbis (Nova urbs18) A mediados del siglo I a.C., con motivo de las Guerras Civiles entre César y los hijos de Pompeyo que marcan el fin de la República romana, Corduba toma el partido de los pompeyanos, motivo por el que acaba siendo asediada y destruida, y 22.000 de sus habitantes pasados por las armas de las tropas cesarianas. Entra tras ello en una lógica recesión que conoce su fin al ganar el favor de Augusto, quien, siempre antes de 14 a.C., refunda la ciudad mediante una deductio de veteranos de las guerras cántabras19 que adscribe a una nueva tribu: la Galeria (los anteriores pertenecían a la Sergia20), y le da un nuevo nombre: Colonia Patricia (quizá en alusión a su devolución a los patres 17  Algunos individuos de raíces autóctonas (similares probablemente a estos primeros cordubenses) fueron cremados y enterrados ya a la romana, hacia finales del siglo I a.C. o comienzos del siglo I d.C., en urnas de piedra que especifican sus nombres latinizados en la cara frontal, depositadas en un monumento funerario de sillería descubierto en 1833 en la ciudad romana de Torreparedones (Castro del Río-Baena). Varios de ellos especifican su relación con una indeterminada gens Pompeia (Rodríguez Oliva 1999, XIX ss., y 2002, 270 ss.; Beltrán Fortes 2000, 116 ss.). Sirve este caso como testimonio del hibridismo cultural que debió caracterizar los primeros siglos de la presencia romana en Hispania, incluida por supuesto la Ulterior (al respecto, Jiménez Díez 2008). 18  Murillo et alii 2009a, 57. 19  El aquila y los signa aparecen en las monedas de la época, pero no ocurre lo mismo con su nombre. Mª Paz GarcíaBellido (2006) ha sugerido que pudiera tratarse de la legio I Augusta. 20  En opinión de Á. Ventura (2008a, 89 ss.; 2009, 377 ss.), la nueva Colonia Patricia (¿Iulia?) habría tomado su cognomen del propio César, y su deductio refundacional tras la destrucción de que es objeto durante la etapa final de las Guerras Civiles (incluida la ampliación del recinto urbano hasta el río), habría sido obra en 44 a.C. de C. Asinius Pollio, procónsul de la Ulterior, que incluiría sus nuevos habitantes en la t. Sergia, manteniéndose por varias décadas los miembros de la t. Arnensis de su fundador inicial (M.C. Marcellus) en una realidad administrativa diferente (la Corduba latina previa al 45). A ella pertenecería el cordubense citado en la sortitio Ilicitana. Como aspecto destacado de esta nueva interpretación, ingeniosa sin duda donde las haya, cabe señalar la localización del supuesto auguraculum con decoración de lastras de tradición campana utilizado por Asinio Pollión para sus trabajos de auspicatio e inauguratio en el suburbio occidental, conforme al modelo utilizado en la Roma palatina. Sin embargo, las excavaciones de la muralla meridional realizadas recientemente en el interior

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del Senado romano), al tiempo que intenta condenar al olvido, mediante una damnatio memoriae considerablemente efectiva, el topónimo turdetano, por el apoyo beligerante que había prestado a la causa equivocada. Un desideratum que no llegaría a materializarse, pues Corduba como origo y gentilicio se mantuvo siempre en uso entre la gente, reapareciendo en las inscripciones oficiales a partir del siglo III d.C., y consolidándose más tarde hasta llegar a nuestros días. Aun cuando derrotada y destruida, la que será Colonia Patricia sólo durante unos siglos sigue ejerciendo en todo momento un papel director de la política oficial de la provincia. Es buen síntoma de ello el que aquí se ubica la ceca imperial, fundada posiblemente por Agrippa en 19 a.C.21, de la que durante algunos años22 sale una ingente cantidad de numerario en bronce, oro y plata para el pago de las tropas, demostrando una vez más la extraordinaria capacidad económica de la ciudad, ligada a la riqueza minera del mons Marianus y a las actividades de sus argentarii (García-Bellido 2006; Ventura 1999 y 2009). De esta manera, en sólo un par de generaciones la colonia resurge de sus propias cenizas y, consciente ya del nuevo orden político que representa el inicio del principado de Augusto, no duda en dejar de lado los ideales republicanos que la habían llevado a la perdición para pasar a una posición política contraria, en la que la glorificación del Princeps se convierte en su más importante razón de ser. Moviliza para ello a sus más importantes prohombres y, reuniendo todos sus recursos, levanta una nueva ciudad, émula –imitatio, speculum, simulacrum– de la propia Urbs, en la que el mármol y la monumentalidad de edificios y estatuas son sólo la manifestación exterior de su profundo cambio ideológico23. A partir de este momento entra de lleno en la órbita de Roma. Es núcleo rector de la provincia Baetica, una de las más ricas y fieles del Imperio24; cabeza judicial del conventus Cordubensis, y principal garante del culto al Emperador, que pasa a ser una de sus más determinantes señas de identidad: a su servicio se ponen las mayores fortunas locales y las más excelsas y primorosas expresiones de su nueva imagen urbana. Así, a lo largo del siglo I de nuestra Era la nueva Colonia Patricia amplía su recinto a 78 Ha, llevándolo hasta orillas mismas del río y dotándolo de nueve puertas (Murillo et alii 2009a, 56-57), al tiempo que se provee de los elementos más significativos de toda ciudad romana, convirtiéndolos de paso en un elemento de autoafirmación, propaganda y prestigio de cara al resto del Imperio, al resto del mundo (Fig. 4). El forum coloniae (Fig. 5)25 es reconstruido en el mismo solar de la vieja plaza republicana, sepultada bajo un relleno de materiales constructivos que sirven de base para el nuevo pavimento de losas de caliza micrítica gris, en cuyo perímetro se talló un canal para la evacuación de aguas. La documentación de este característico pavimento del forum patriciense en media docena de interdel Alcázar de los Reyes Cristianos llevan su cronología a mediados del siglo I d.C., lo que parece quizás un decalage excesivo (León Muñoz, Murillo 2009, 406). 21  Como ya avanzamos un poco más arriba, M. P. García Bellido (2006, 257) ha atribuido a esta misma fecha y al mismo Agrippa la segunda deductio de veteranos (en su mayor parte, pertenecientes a la Legio Prima Augusta (también, a la XVI Gallica), degradada por su cobardía en combate, lo que supuestamente habría privado del cognomen Iulia o Augusta a la ciudad–, que quedan asignados a la tribu Galeria. Á. Ventura (2008a, 101) suscribe esta hipótesis, señalando además que el 19 a.C. sería la fecha en que se conmemoraría el 150 aniversario de la fundación de la ciudad por Marco Claudio Marcelo. 22  Por lo menos, hasta que se abre la de Lugdunum, en 15 a.C., y los ejércitos abandonan mayoritariamente Hispania tras la reorganización provincial de 13 a.C. 23  Como es lógico, esta monumentalización necesitaría de múltiples maestranzas, talleres y artesanos, pero también de materiales, en muchas ocasiones traídos de fuera, lo que favorecería no sólo un cambio profundo en la forma de concebir el urbanismo y la arquitectura cordubenses –en ámbito público como privado, doméstico como funerario–, sino también en la mentalidad de sus gentes, deseosas de mostrar al mundo una romanidad de la que se ufanaban como nueva y definitiva seña de identidad cultural por cuanto los equiparaba a los habitantes de la metrópolis. 24  Cfr. E. W. HALEY, Baetica Felix. People an Prosperity in Southern Spain fron Caesar to Septimius Severus, Austin, 2003, donde se glosan exhaustivamente los progresos culturales y económicos alcanzados por la provincia durante el Alto Imperio, hasta convertirla en una de las más prósperas y desarrolladas del Imperio. 25  Vid. una actualización sobre la problemática del mismo (que ahora eludimos, en aras de la brevedad) en Márquez Moreno 2009 y Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010.

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Fig. 4. Colonia Patricia hacia mediados del s. I d.C. (© GMU-UCO).

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Fig. 5. Principales evidencias arqueológicas relativas al forum coloniae de Colonia Patricia. Elaboración propia para la reconstrucción planimétrica del espacio forense y de la pavimentación de la plaza (© GMU-UCO). Los originales de los elementos de decoración arquitectónica han sido tomados en su mayor parte de Márquez (1998a).

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venciones arqueológicas ha permitido reconstruir las dimensiones de la plaza, un rectángulo de c. 132 por 68 metros, ligeramente más extenso por el Oeste que su antecesor y delimitado por el kardo maximus en su flanco oriental. El enlosado de la plaza se dispone en aproximadamente cuarenta “calles” longitudinales paralelas, a las que C. Márquez y Á. Ventura han atribuido una funcionalidad electoral (Márquez, Ventura 2005, 432; Ventura 2009 384 ss.). Sin embargo, como hemos podido constatar a través de una minuciosa restitución de los trozos de suelo conservados, la anchura de estas franjas no es homogénea, oscilando entre 1,70 y 1,90 m, y el despiece de las losas no es regular, por lo que parece más lógico considerar que responden a la existencia de “líneas guía” para los operarios que pavimentaron el foro. En esta interpretación abundaría el hecho, constatado arqueológicamente, de que en el ángulo suroeste del foro patriciense existió una fuente que interrumpía el desarrollo de dos de estas “filas”, así como que en el centro de su lado meridional diversas perforaciones en las losas parecen indicar la presencia de enrejados similares a los constatados en otras plazas romanas. Todos estos aspectos, junto a los típicos pedestales de estatua y otros elementos del “mobiliario” forense, invalidarían, en nuestra opinión, la consideración de las cuarenta franjas del pavimento como marcas de los “distritos electorales”, que debían ser curias o, en el caso de una colonia, tribus (como determina, extrañamente, la lex Ursonensis). Por otro lado, no contamos con evidencia alguna de que en la propia Roma los Saepta, formalizados sólo como una plaza porticada de c. 310 x 94 m en época augustea (sustituyendo al primitivo recinto republicano, u Ovile, destinado a los comitia centuriata y a los comitia tributa en el Campus Martius), hubieran contado con esa peculiaridad en su pavimento. Es más, en contra de esta hipótesis actuaría el hecho, constatado por Dión Casio y por alguna evidencia numismática, de que en los Saepta se dividía a los votantes en largas filas separadas por empalizadas de madera o por simples cuerdas. Esta forma de dividir a los electores se aprecia en el foro de la colonia latina de Fregellae, anterior a mediados del s. II a.C., donde en los extremos cortos de la plaza se han conservado unas mortajas cuadrangulares de c. 45 cm de lado, realizadas en el propio pavimento y destinadas a sostener los postes en los que se fijaban las cuerdas que separaban las catorce filas en que fue dividido el espacio forense26. La información arqueológica disponible apunta a que el foro de la Colonia Patricia habría dispuesto de pórticos en todos sus lados, salvo en el meridional. Aquí, la presencia junto a las losas del pavimento de un muro y unas escalinatas, indicaría a la existencia de, por lo menos, un edificio monumental al que podrían haber pertenecido las basas monumentales en caliza micrítica (“piedra de mina”) localizadas en un solar de la C/ Braulio Laportilla (en el lado suroeste). No obstante, cabe también la posibilidad de que estas escalinatas tan sólo estuvieran marcando un cambio de cota respecto a la plaza del “forum novum”, dispuesta inmediatamente al Sur, y que las mencionadas basas correspondieran al propio pórtico. En efecto, el forum coloniae sería ampliado en época de Tiberio27 sobre cuatro manzanas con ocupación previa de carácter doméstico para dar cabida a un altar monumental y un templo colosal (posiblemente octástilo; Márquez Moreno 2008b, 134, Fig. 127) en mármol de Luni28, conforme al modelo augusteo del templo romano de Mars Ultor29, que la colonia dedicó al culto imperial; posi26  Cfr. G. Humbert, “Comitia”, en H. Daremberg y M. Saglio, Dictionnaire des Antiquités Grecques et Romaines, t. I/2, 1887, pp. 1374-1401; L. Richardson, A New Topographical Dictionary of Ancient Rome, 1992, pp. 340-341; F. Coarelli, Il Campo Marzio. Dalle origini alla fine Della Repubblica, 1997, pp. 155-175; Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010. 27  En contraposición a esta idea, aceptada mayoritariamente por los últimos investigadores que se han centrado en el análisis arqueológico del complejo, A. Peña sugiere que tal cronología es válida para el templo, pero no para los pórticos ni el programa iconográfico, que remitirían ya a época flavia, por comparación con los recintos forenses de Tarraco y Augusta Emerita (Peña 2009, 575). 28  También se documenta el uso de algunos mármoles locales (cuyas canteras de procedencia no han sido localizadas por el momento), y otros de origen griego, concretamente de Paros (Márquez Moreno 2208, 36 ss., y 2009, 113 ss.). 29  La fidelidad al modelo (de dimensiones sólo algo superiores al nuevo templo cordubense) se observa incluso en la labra de los capiteles corintios, obra, como seguramente el resto de la decoración arquitectónica, de talleres itálicos (Pensabene 2005, 240).

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blemente al divo Augusto (Ventura 2007; Márquez Moreno 2009, 112 ss.) (Fig. 6). En su interior, edícolas en mármoles de colores, y una compleja decoración que incluyó representaciones de Victorias y dioses entronizados. Según todos los indicios, la plaza reproducía el esquema del Forum Augusti de Roma, por lo que en la ornamentación de sus exedras debió incluir una galería de varones ilustres (summi viri), además de dos grupos escultóricos de enorme formato y gran contenido ideológico, con dos protagonistas de excepción: Rómulo y Eneas30. De este último nos ha quedado la figura del héroe, en mármol (Trillmich 1996, 185 ss., Figs. 13-14) –aun cuando nuevas interpretaciones, todavía en elaboración, parecen matizar esta hipótesis–, y la imagen completa del grupo escultórico en una pequeña terracota (Vaquerizo 2004, 175, Lám. CLX). Según Á. Ventura, en una reciente hipótesis que atribuye los monumentos funerarios de Puerta de Gallegos a Lucius Acilius Lucanus31, los comitentes de este importante espacio cívico patriciense habrían sido el propio emperador (dueño de las canteras de Luni, que abastecen de mármol a la obra) y algunas familias destacadas locales, entre las cuales la Acilia (Ventura 2008b, 364 ss.). La decadencia de estos espacios, que marcaron sin duda el centro cívico de la colonia, como demuestran además la epigrafía y la estatuaria, pública y

Fig. 6. Principales evidencias arqueológicas relativas al forum novum de Colonia Patricia. Elaboración propia para la reconstrucción planimétrica del espacio forense (© GMU-UCO). Los originales de los elementos de decoración arquitectónica han sido tomados en su mayor parte de Márquez (1998a).

30  Sobre el tema, y la universalidad del modelo del Forum Augusti por estos años en todo el Imperio, vid. Spannagel, M. (Coord.), Exemplaria Principis. Untersuchungen zur Entstehung und Ausstattung des Augustusforums, Heidelberg 1999. También, Gros 2009, 337 ss.). 31  Se trata de una propuesta sugestiva, que no cuenta, sin embargo, con prueba arqueológica, epigráfica o filológica alguna (al respecto, Vaquerizo 2010a).

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privada, recuperadas en el entorno32, coincidiría con el tránsito al siglo IV, cuando comienzan a ser reocupados por otras construcciones de carácter parasitario33. Hasta la fecha, no ha sido posible identificar los edificios situados en el entorno de una y otra plaza, si bien uno de ellos debió coincidir con el tabularium, al que alude un epígrafe recuperado en la zona (Ventura 2003), y nos consta la existencia de, al menos, dos arcos de triunfo (Fig. 7). De igual modo, se han documentado en las inmediaciones algunas tabernae; el mercado (macellum), que debió contar con numerosos puestos de venta distribuidos bajo soportales en torno a una fuente en forma de templete monumental; varias termas de capacidad diversa34, y casas: en particular, grandes mansiones o domus de carácter unifamiliar, que con sus habitaciones distribuidas en torno a uno, dos o más patios, representaban la quintaesencia del modo de vivir romano, incorporando todo tipo de lujos como el agua corriente o el baño privado, a la manera de la propia Roma. Tal consumo de agua era posible porque, desde los primeros tiempos de Augusto, la ciudad comenzó a dotarse de varios acueductos que captaban el líquido elemento en algunos de los manantiales y arroyos más caudalosos y salubres de la sierra, atendiendo en todo momento a los preceptos recogidos por la tradición y los tratados de ingeniería hidráulica35. De los tres ya identificados (Ventura 1993b, 1996, 2002, 2004 y 2008d; Moreno Almenara et alii, 1997; Borrego 2008; Carmona, Moreno, González 2008), conocemos por la epigrafía el nombre de dos: Aqua Augusta (después, Vetus Augusta), y Aqua Nova Domitiana Augusta, construidos a principios y finales del siglo I d.C., respectivamente. El tercero (tal vez identificable con el denominado por algunas fuentes tardías Fontis aureae; Ventura 2008d, 292 ss.) lo sería entre los siglos II y III d.C. Su aportación, cifrada de manera global y probablemente exagerada, para los dos primeros, en unos cincuenta mil metros cúbicos de agua diarios, aseguraba a los ciudadanos el consumo privado, el abastecimiento permanente de las termas y el suministro de las más de cien fuentes distribuidas por todo el núcleo urbano. Muchas de ellas, como los propios acueductos, obra de grandes evergetas locales (caso del duoviro Lucius Cornelius), que destinaban parte de sus muchos recursos a servicios y dotaciones urbanas, garantizando así su recuerdo en la memoria colectiva, al tiempo que se aseguraban el desempeño de cargos públicos (Melchor 1994; Ventura 1999 y 2009; Stylow, Ventura 2006). Por el Este, siguiendo la orilla derecha del Baetis, entraba en Corduba la via Augusta, muy pronto enmarcada por monumentos funerarios de diversa morfología que buscaban siempre las zonas más transitadas, pero también el matiz de prestigio que añadía a cualquier construcción de estas

32  Stylow 1990: 279-281; López López 1998, 180-181; López López, Garriguet 2000; Garriguet 2003; CIL II²/7, 272; 275; 370 (miembros de las elites locales); CIL II²/7, 221, 282, 293 y 296 (flámines béticos); CIL II²/7, 255, 257, 258, 261, 264, 265 (miembros de diversas familias imperiales); Cfr. Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010. Es preciso, por tanto, tener muy en cuenta el valor litúrgico de tales espacios, determinantes a la hora de entender y valorar los parámetros que rigieron la vida colectiva de la ciudad romana. Precisamente por ello, “… il est permis de ranger los ‘fora adiecta’ de Mérida ou de Córdoba dans la catégorie des ‘panègyreis’” (Gros 2009, 335). 33  Aparicio, Ventura 1996, 253; Carrasco 2001, 207. La transformación de los espacios públicos (civiles y religiosos) en la Corduba tardoantigua será, precisamente, el tema director de nuestro próximo proyecto de investigación para 20102013 (ya concedido por el Ministerio de Ciencia y Tecnología; Ref. HAR2010-16651; Subprograma HIST), en la línea de ese compromiso ético con la dinámica específica del yacimiento al que aludimos más arriba. A este fin se realizarán dos Tesis Doctorales, a cargo de M. Ruiz Bueno y Chr. Courault. 34  Sobre los establecimientos termales cordubenses, muy maltratados por la arqueología local y pendientes aún de un estudio en profundidad, puede consultarse Hidalgo 2008a, 266 ss. 35  En los últimos años, nuestro Grupo de Investigación está prestando también especial atención al tema del agua y su relación con el poblamiento cordubense a lo largo del tiempo, en forma, de nuevo, de varias Tesis Doctorales. Destacan, en este sentido, como más avanzadas, la de G. Pizarro, que dirigen D. Vaquerizo y J. Roldán, dedicada a los veneros y el abastecimiento a la ciudad en perspectiva diacrónica, y la de B. Vázquez, dirigida por D. Vaquerizo y A. León, monográfica sobre el ciclo del agua en los arrabales de la Qurtuba islámica. Entre las aportaciones de la primera destaca por ejemplo el trabajo “La continuidad de los sistemas hidráulicos. Nuevos testimonios en Córdoba”, presentado en colaboración con A. Moreno al Congreso Aquam Perducendam Curavit, celebrado en Cádiz en 2009, aún en prensa.

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Fig. 7. Localización de la epigrafía oficial, elementos de decoración arquitectónica y escultórica (© GMU-UCO).

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características una vía con el valor de enlazar directamente con Roma. Su primitivo trazado hubo de ser desviado unos treinta metros al Norte para facilitar una importante remodelación de la zona que incluyó la reorganización de la necrópolis, la creación de un nuevo barrio residencial, la construcción de un nuevo acueducto y, sobre todo, la plasmación de una bien diseñada escenografía arquitectónica, concebida en época de Claudio36 y dispuesta en tres grandes terrazas a las que conducían los dos decumani maximi de la ciudad, ennobleciendo la elección de su emplazamiento37: la superior, una plaza porticada; la intermedia, un espacio abierto destinado a las grandes ceremonias y al tránsito, y la inferior, ocupada por el mayor de los edificios de espectáculos de la ciudad: el circo (Murillo et alii 2001; Murillo et alii 2003; Nogales 2008; Murillo et alii 2009a, 63 ss.; Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010) (Fig. 8). Los tres espacios, unidos, conformaban una forma más de expresión ideológica38, emparentada con modelos bien conocidos de la metrópolis (templo de Apolo Palatino y Circo Máximo) o Tarraco, y de nuevo –aun cuando no existe unanimidad por lo que se refiere a esta hipótesis– directamente relacionada con el culto oficial de Estado, en este caso con la provincia como protagonista, deseosa como la propia ciudad de manifestar su sumisión y fidelidad a la idea imperial39. En plena aurea aetas, caracterizada también por una extraordinaria pujanza económica, los cordobeses decidieron que su adscripción a la causa imperial necesitaba de una expresión más explícita de publica magnificentia y, con este fin, acometieron sin dudarlo uno de los proyectos edilicios más ambiciosos de cuantos había conocido hasta ese momento el conjunto urbano, que afectó a varias hectáreas (unas diez) de su sector oriental, supuso el desmonte de casi cien metros lineales de la cerca muraria oriental y obligó a desviar arroyos y escorrentías, con las subsiguientes obras de infraestructura y drenaje. Y es que nadie a lo largo de toda la historia ha tenido tan claro como Roma la importancia ideológica de la imagen urbana, y de su papel al servicio de la política. La plaza superior se superpone a la muralla con el fin de aprovechar la altura que le proporcionaba la colina y refuerza su estabilidad con una monumental línea de cimientos digitados en forma de anterides, a la manera vitrubiana, acogiendo en su parte central (retranqueado hacia la porticus occidental con el fin de liberar espacio ante la fachada) un templo hexástilo, pseudoperíptero y

36  De nuevo, A. Peña, siguiendo en esto a los argumentos expresados con anterioridad por C. Márquez (2004a, 121 ss.), los paralelos de Mérida y el epígrafe que alude a la construcción del Aqua Nova Domitiana, rebaja la cronología del conjunto a época flavia (“momento en que en Roma sí se documenta una actividad edilicia importante”), haciéndolo contemporáneo de este último (Peña 2009, 576). Sin embargo, la realidad estratigráfica parece contradecir su hipótesis (cfr. Murillo et alii 2003); aparte de que no acabamos de ver la relación entre la promoción al ius Latii de las ciudades peregrinas hispanas y la monumentalización propuesta por dicho investigador de las capitales provinciales, que ya poseían un estatus jurídico privilegiado con anterioridad y cuyos principales programas edilicios son preflavios (cfr. Murillo 2010). 37  Su ubicación, por tanto, no fue casual en absoluto; antes al contrario, obedeció a un plan bien meditado que tardaría varias generaciones en materializarse: entre los últimos años de Claudio y, seguramente, los primeros de Domiciano, al que se atribuye la construcción del segundo acueducto de la ciudad (Aqua Domitiana Augusta). Como ya avanzamos anteriormente, destaca la marcada axialidad entre el nuevo templo y el construido en el Forum Adiectum, “déterminant, depuis l’entrée orientale de la ville jusqu’en son centre une véritable via sacra qui, joignant deux sanctuaires de la religion officielle, marginalisait l’ancient forum” (Gros 2009, 334), si bien los imperativos topográficos hicieron que, en realidad, exista un error de 5 m. entre el eje de uno y otro templo (cfr. MURILLO, 2010, 84-87). 38  Es la “décor de la fête”, que se justifica sólo por la función que realiza: «la construction en tant que telle compte moins que l’aire qu’elle englobe, et celle-ci ne prend son sens que lorsqu’elle accueille les foules ordonnées dans des procédures cérémonielles» (Gros 2009, 335). 39  Este amplio conjunto es hoy objeto de estudio monográfico a cargo de un amplio equipo de investigadores encabezado por J. F. Murillo y J. L. Jiménez Salvador, que verá la luz próximamente en un volumen doble de nuestra serie (refundada en 2010) Monografías de Arqueología Cordobesa. Allí comentaremos también la propuesta de recreación ideal de esta zona que Th. Schattner y H. Ruipérez realizan en este mismo volumen. Algunos avances del mismo en Moreno Almenara, Gutiérrez 2008, 76 ss., o Murillo et alii 2009a, 63 ss.

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Fig. 8. Principales evidencias arqueológicas relativas al forum provinciae y al circo de Colonia Patricia (© GMU-UCO).

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corintio40, construido en piedra local y revestido de mármol blanco que P. Pensabene ha identificado como de Carrara41. Daba vista a un amplísimo sector de territorio al Este (con el que evidentemente se vincula), convertido de esta manera el templo, supuestos su porte y altura, en la primera imagen urbana, noble, inmutable, magnífica, que captaba cualquier viajero cuando llegaba desde Roma. El espacio, algo irregular, con ochenta y cinco metros de eje mayor, encuadrado por una porticus triple que dejó expedito el lado oriental y cuadró el interior de la plaza, se adornaba con numerosas estatuas en mármol y en bronce; algunas ecuestres. Si las últimas interpretaciones que lo identifican como foro provincial son correctas (Murillo et alii, 2003; Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010), hablamos de un lugar de gran trascendencia para la ciudad, que aglutinaba en él algunas de sus más importantes funciones administrativas como capital de la provincia, además de grandes ceremonias civiles y religiosas, en su mayor parte relacionadas también ellas con el culto dinástico; algo en lo que la Bética fue pionera, y más aún su capital, que ya había pretendido otorgar carácter divino a Augusto en vida, quizás como una forma de congraciarse por el desaire a su padre adoptivo, cuando trajo a nuestras propias puertas sus luchas contra los hijos de Pompeyo. Aquí debió existir un segundo tabularium, donde se almacenaría la documentación relacionada con el concilium provinciae Baeticae (Ventura 2003). En cuanto al circo, de dimensiones más que considerables, flanqueaba la vía, en sentido EsteOeste, en eje diferente al del templo. De él conocemos sólo los muros de sustentación de un sector muy limitado del graderío septentrional. Su construcción se prolongaría hasta tiempos neronianos (quizá, incluso, flavios, en coincidencia con la puesta en marcha del Aqua Nova Domitiana), y estaría en uso poco más de un siglo, ya que dejaría de ser utilizado a partir del último cuarto del siglo II por razones indeterminadas, tal vez estructurales, que conllevarían el abandono de la plaza intermedia y el desplazamiento del culto al Emperador (bastante alicaído desde finales de este mismo siglo), con toda su parafernalia, a otro lugar todavía no identificado. El circo no volvería a ser reconstruido (Murillo et alii 2001; Murillo et alii 2003; Murillo et alii 2009a, 68 ss.); sin embargo, la epigrafía (CIL II2/7, 221) acredita la existencia de uno en la ciudad en la primera mitad del siglo III d.C., por lo que no descartamos la posibilidad de que tras el desmantelamiento de éste se levantara de nuevo (¿quizás de madera y uso sólo coyuntural?) en otro sector de la ciudad aún pendiente de localizar arqueológicamente. Un poco más al Sur, aprovechando la ladera meridional de la colina que sirvió como asiento a la primera Corduba republicana, se erige el teatro (Ventura et alii 2002; Monterroso 2005 y 2006; Borrego 2006; Ventura 2008c, 178 ss.) (Fig. 9). El edificio, que sigue el modelo del Teatro de Marcelo, en Roma, fue construido en piedra local con revestimientos interiores de mármoles importados, y rodeado de toda una serie de plazas escalonadas que, aparte de contribuir a la distribución ordenada del público, permitieron una perfecta adaptación a la difícil topografía de la zona elegida, en una concepción de fuerte marchamo helenístico. Una obra digna de la ciudad, que implicó el desarrollo de un proyecto arquitectónico, programático y monumental sin precedentes hasta la fecha, plasmado en un edificio majestuoso cuya construcción (a la que es posible que contribuyera el propio Princeps) fue financiada por algunas de las familias más conspicuas del momento (los Mercellones Persinii, los Marii, los Numisii, o los propios Annaei), co-partícipes de la idea de culto público al Emperador,

40  Se trataría del templo mayor en planta de toda Hispania, construido según el modelo del de Apolo Palatino, en Roma (Márquez Moreno 2008b, 138 ss.). 41  “… nos encontramos con un templo que, de forma voluntaria, toma un modelo de un edificio conocido en la ciudad (el templo de la calle Morería, de época tiberiana pero de modelo augusteo) y lo repite pero ya en el tercer cuarto del siglo I; obviamente, el resultado de esa copia muestra unas diferencias sustanciales con el modelo al que, no obstante, puede vincularse desde un punto de vista del estilo” (Márquez Moreno 2008b, 140). Continúa, pues, la polémica en cuanto a la cronología del conjunto, que trataremos de resolver en la publicación monográfica coordinada, junto a J. L. Jiménez Salvador, por uno de nosotros (J. F. Murillo) que verá la luz en fecha próxima.

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Fig. 9. Localización del teatro (© GMU-UCO) y restitución de la planta y de la fachada del teatro patriciense (tomado de Ventura et alii, 2002).

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al tiempo que buscaban su máxima proyección social e ideológica (Ventura 1999 y 2009; Stylow, Ventura 2006). Quizás fueron ellos mismos quienes sufragaron la estatua de oro de 100 libras de peso que la ciudad dedicó a Augusto en su foro de Roma, en 2 a.C. (Tácito, Ann. IV, 37). Con excepción de la ima cavea, que apoya directamente sobre el terreno (a la manera griega), el resto del edificio fue construido sobre substructiones de obra, alcanzando una altura superior a los 20 m., estructurada conforme a los órdenes canónicos del Theater motiv. Presenta casi 125 m de fachada (sólo unos metros menos que el teatro de Marcelo, en Roma), por lo que se trata del mayor de los teatros hispanos. Debió tener capacidad para diez o quince mil espectadores, y ser edificado en torno al cambio de Era, manteniéndose en plena actividad hasta los años 70 del siglo III, cuando habría sido destruido por un supuesto terremoto (Monterroso 2005, 84), mucho más que discutible (vid. infra). Su decoración arquitectónica, que incorpora mascarones de la Comedia y de la Tragedia, algunos temas dionisíacos y personificaciones de Victorias y provincias, presidía también numerosos actos sociales y religiosos, además de las representaciones teatrales propiamente dichas, a las que la ciudad era muy aficionada; importante elemento propagandístico de las elites locales y de los dictámenes del Emperador, a cuyo amparo se enriquecen aquéllas. Es preciso entenderlo, por tanto, como marco destacado del culto dinástico (Ventura 2008c, 186). Al Norte del teatro se abría otra gran plaza pública desde la que muchos de los asistentes accederían a él. Pavimentada de grandes losas de pudinga y porticada, acogía varios templos (a Diana, a Tutela42, quizá a Minerva)43 y servía a la vez como espacio de representación y lucimiento para la sociedad local, especialmente los flamines provinciales, que ejercían como sacerdotes de culto al Emperador con categoría provincial. Se trataba de un espacio muy frecuentado, no sólo por su cercanía al edificio teatral o al casi inmediato macellum, sino también, y fundamentalmente, por atravesarlo el cardo maximus –de veintidós metros de anchura, con un doble sistema de cloaca y soportales, como muchas otras calles patricienses, buscando combatir así el calor asfixiante que impera en la ciudad durante buena parte del año– antes de dirigirse al puente sobre el Baetis, por el que la via Augusta abandonaba la colonia en dirección a Gades. En su entorno, casas de diferente categoría, talleres y negocios diversos, y algunos almacenes (horrea), anunciando ya las actividades comerciales que encontraban salida en el río. Como ya indicamos antes, en tiempos de Augusto la ciudad duplica su superficie habitada, ampliando hasta el Baetis el perímetro de sus murallas (cuya construcción se prolonga hasta tiempos de Nerón), que pasan a convertirse en la principal defensa urbana frente a las crecidas de aquél; en un maridaje entre ambos por fin claramente explícito que, como en tantas expresiones de la cultura romana, une lo más puramente funcional con su monumentalidad característica y sus aspectos simbólico y de autorrepresentación ciudadana. Puerta, puente y via Augusta (la antigua via Heraklea, de enorme valor en la conquista de Hispania) pasan a conformar una sola escenografía que en este caso ennoblece de nuevo el flanco meridional de la Colonia Patricia en su relación con el río, como elemento emblemático y definitorio de la misma. Sobre la vía, que es restaurada por el propio Augusto, apenas disponemos de información, pero el puente, que debió tener unos trescientos metros de longitud, se encuentra actualmente en proceso de revisión y estudio, por lo que es posible que en breve plazo nos desvele algo más sobre su fábrica de época romana. Por último, la puerta, que no se terminaría hasta época de Claudio, era de tres vanos, el central alineado con el puente y los dos 42  En este caso, la referencia epigráfica, de comienzos del siglo II d.C. (CIL II2/7, 228), habla explícitamente de un templo en el que habría sido realizada una ofrenda al genius Coloniae (al respecto, González Rodríguez 2009). 43  En las inmediaciones se ubicaría además un posible Augusteum, contiguo al cardo máximo, con el que se relacionarían varios retratos imperiales (de Tiberio, de Livia…) recuperados en la zona (León Alonso 1999; Murillo et alii 2009a, 61 y 91 ss.). De ser correcta la identificación, estaríamos ante varios espacios urbanos destinados al culto imperial de carácter dinástico que vendrían a testimoniar lo importante que fue para las ciudades hispanas, y particularmente sus elites (cuyos miembros nutrían el flaminado), dejar constancia explícita de su adhesión a la nueva causa del Emperador; máxime en el caso de Corduba, que tenía tantos pecados políticos que purgar. Eran, por otra parte, escenarios privilegiados para la tan importante actividad evergética.

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laterales con los pórticos de una gran plaza (40 x 35 m, mínimo) que ennoblecía el acceso al interior de la ciudad, enlazando con el cardo máximo (Carrasco et alii 2003). Desde la puerta se podía bajar directamente al río; así lo demuestra la escalinata documentada en el vano oriental, aguas arriba, que conectaría con un dique o embarcadero destinado además, junto a la muralla, a proteger el flanco meridional de la ciudad de las grandes avenidas (Murillo et alii 2009a, 62 ss., Fig. 14) (Fig. 10).

En el entorno del puente se dispusieron áreas fabriles de diverso tipo, como alfarerías (Vargas, Carrillo 2004) o centros de envasado y exportación de aceite (Morena 1997), y muy cerca de él debió localizarse el puerto fluvial, dotado seguramente de un foro propio que aglutinaría almacenes y áreas fabriles (distribuidos a ambos lados de aquél, intra– y quizá también extramuros), sedes de diversas societates comerciales, tabernae de la más variada tipología y templos o santuarios dedicados a divinidades exóticas, a juzgar por alguna inscripción recuperada en la zona; si es que todas estas funciones no las desempeñó la misma plaza que monumentalizaba la entrada desde la Puerta del Puente, a la que antes aludíamos. Toda esta zona, que ya experimentó una transformación en

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Fig. 10. Principales evidencias arqueológicas relativas al entorno de la Puerta del Puente (© GMUUCO).

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el siglo II, incrementando su carácter comercial, sufriría un importante proceso de degradación urbana a partir del siglo IV, pero sin llegar a abandonarse, como ocurre con los foros colonial y provincial. Esto explica, probablemente, su profunda transformación en época tardoantigua (León Muñoz, Murillo 2009; vid. infra).

5. Los suburbia de Colonia Patricia Desde los tiempos de Claudio y Nerón los viviendas habían excedido el recinto amurallado en casi todo su perímetro, extendiéndose, codiciosas, en forma de barrios suburbanos por el entorno de la ciudad, hasta anular en cierta medida el uso industrial y funerario de tales suburbia44, algunos de cuyos monumenta fueron desmontados, tapados, o integrados en las nuevas construcciones (Fig. 11). Destaca, en este sentido, el hallazgo reciente de una nueva unidad doméstica en el sector septentrional de la ciudad (Penco 2005; Salinas, 2005), que ha venido a sumarse a las ya conocidas en la zona occidental (Parque Infantil de Tráfico, o Puerta de Gallegos). La complejidad de sus plantas, así como la riqueza de sus decoraciones musivarias y pictóricas, deberán ser objeto de nuevos estudios que contribuyan a interpretar el papel que este tipo de conjuntos desempeñaron en la vida de la ciudad a lo largo de los siglos imperiales45.

Fig. 11. Los suburbia de Colonia Patricia a finales del s. I d.C. (© GMU-UCO).

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44  Bien documentado para momentos anteriores (vid., por ejemplo, Ventura, Carmona 1992, para el extramuros meridional, Ventura 1993a para el septentrional, o Murillo et alii 2009, 53 ss., Figs. 7-9, para el suburbium oriental). 45  “Se trata de conseguir un entorno grato y placentero pero junto a la ciudad, de tal modo que evoque la apacibilidad y la tranquilidad del campo, pero no de la naturaleza tal cual sino de la recreada por el hombre según su criterio de lo idílico, de un paisaje en el que seres vivos vegetales y animales se conjugan con los artificios arquitectónicos y los cursos de agua acondicionados. Para conformar un locus amoenus. En él no deberían faltar los baños, las bibliotecas y los miradores y torres, que rivalizan con el entorno” (Fernández Vega 2009, 155).

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Ya hablamos antes de las profundas transformaciones experimentadas en el suburbium oriental con motivo de la gran remodelación urbanística planteada para la construcción de circo y foro provincial. Una apuesta urbana perfectamente comparable a la que tiene lugar en el vicus occidental con la construcción del anfiteatro, que obliga igualmente a modificar el trazado de la via CordubaHispalis (con lo que ello implica de cara al mundo funerario), y va acompañada de un nuevo diseño urbanístico de la zona. Destaca en este sentido la construcción de una avenida colosal, con dieciséis metros de anchura y dotada de doble pórtico, cuyo pavimento apoyaba sobre tres grandes cloacas: la central, destinada al drenaje del propio anfiteatro, y las dos laterales a la recogida de agua de los pórticos; todas ellas con salida al posteriormente denominado Arroyo del Moro, que desaguaba en el Guadalquivir tras servir de foso natural a la ciudad en todo su flanco Oeste y provocaría inundaciones en la zona (bien atestiguadas por diversas fuentes hasta su definitiva canalización en el siglo XX) con cierta periodicidad. Con un eje mayor de 178 m. (trabajamos aún con datos provisionales), el coliseo patriciense se inscribe en la serie previa a la definición canónica del tipo que supondrá la construcción del anfiteatro flavio de Roma. Presenta planta maciza, con grandes substructiones de sillería que rellenan por completo materiales constructivos, y sobre las que se dispone el graderío. Las primeras excavaciones han proporcionado ya algunos restos de decoración arquitectónica en mármol, que seguramente ennobleció el conjunto, y también reservas de asiento, en el mismo material. El edificio estuvo en uso desde época julio-claudia avanzada hasta fines del siglo III o inicios del IV d.C., y según todos los indicios acabó siendo cristianizado, como en el caso de Tarraco, al haber sido ajusticiados en él algunos mártires cordubenses. Sin embargo, por el momento sólo sabemos con certeza que fue sometido a un expolio continuado durante siglos y que sobre él se acabaría construyendo un arrabal en época islámica que fosilizó su planta. En sus proximidades debió disponerse el ludus gladiatorius hispanus, que los especialistas parecen estar de acuerdo en localizar en Colonia Patricia (Ceballos 2002). Todos estos aspectos son tratados con detalle en otro lugar (Vaquerizo, Murillo 2010), por lo que prescindimos ahora de entrar en más detalles (Fig. 12). Si por algo se caracterizan las áreas suburbanas es por haber servido tradicionalmente para la deposición funeraria, estableciendo así una clara separación, de carácter liminal, entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Son muchos los trabajos que han generado para el caso de Córdoba los dos “Proyectos Funus”, desarrollados por nuestro Grupo de Investigación entre 1997 y 2006. Destacan entre ellos, por su carácter globalizador, los realizados por A. B. Ruiz Osuna (2007 y 2010) y por uno de nosotros (Vaquerizo 2001b, 2002b, 2002c, 2004a, 2008c, 2008e y 2010)46, que han dibujado por primera vez para las necrópolis cordubenses de época romana una topografía regida por viae sepulcrales, monumentales y bien planificadas (a pesar de que, con el tiempo, esa primitiva planificación se fuera diluyendo), similares en todos sus extremos a las de aquellas ciudades más romanizadas del Imperio47. Sin embargo, las tumbas no se extendieron de manera continua y uniforme

46  Por una simple cuestión de prudencia científica nos abstenemos de abordar en profundidad la problemática de las etapas tardoantigua e islámica, bien estudiadas, sin embargo, por diversos investigadores de nuestro propio equipo (Sánchez Ramos 2002, 2003, 2006, a y b, y 2007; Casal 2003; Castro, Pizarro, Sánchez 2006; León Muñoz 2008-2009. Vid. también los trabajos contenidos en Vaquerizo, Garriguet, León 2006, y Vaquerizo, Murillo 2010). 47  Así, por ejemplo, el caso de Altinum, donde se ha supuesto la existencia de un programa público de reglamentación topográfica de los espacios funerarios, objeto igualmente de iniciativas privadas que habrían dado lugar a series de recintos homogéneos en todos sus detalles, de forma similar a como ocurre en el conjunto cordubense de Ollerías (Buonopane, Mazzer 2005, 331). En ellos conviven sin norma fija recintos, monumenta, y tumbas del más variado tipo, distribuidos conforme a lotes de diferente tamaño, aparentemente predefinidos; Tirelli 2005, 254; Cipriano 2005, 278 ss.). “… Dobbiamo forse prefigurarci per il suolo a necropoli, talora accresciuto da lasciti privati, un iniziale status giuridico globalmente di titolarità pubblica, all’interno del quale va progressivamente immaginata una pluralità di regimi giuridici del suolo: dalle aree sepolcrali familiari acquistate o ereditate fors’anche per un tempo determinato, alle più estese porzioni di imprenditori e di

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Fig. 12. Principales evidencias arqueológicas relacionadas con el anfiteatro patriciense (© GMU-UCO).

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por las áreas destinadas a necrópolis48, sino que, aparte de convivir con otro tipo de estructuras y actividades (viarias, religiosas, domésticas, lúdicas, fabriles, hidráulicas, agrícolas, fluviales49, nocivas, etc.) (Fernández Vega 1994, 144 ss.), debieron disponerse en zonas más o menos limitadas, tal vez sencillamente ocupando el espacio libre dejado por aquéllas, u obedeciendo a cualquier otro tipo de criterio como el de sectores sociales concretos, grupos familiares, o incluso collegia funeraticia. Así se comprueba por ejemplo, para época tardía, en el barrio de Santa Rosa, en uno de cuyos solares fueron recuperados hace unos años más de doscientos enterramientos (Sánchez Ramos 2003), y en el contiguo ninguno (Morena, Botella 2003, 408). Conviene no olvidar, como antes señalábamos, que, tras su enorme crecimiento en el siglo I d.C., la ciudad se ve obligada a expandirse fuera de las murallas, dando lugar en época flavia a vici que cuando las excava­ciones han sido realizadas con suficiente rigor, documentando bien las estratigrafías, se disponen de forma directa sobre restos funera­rios previos, amortizándolos. En cualquier caso, esta revalorización de los suburbia se produce cuando las necrópolis apenas habían comenzado a ocupar tales zonas, de forma que los nuevos barrios ocupan en la medida de lo posible espacios libres de tumbas, evitando así el problema moral que suponía la destrucción de enterramientos pertenecientes a antepa­sados casi inmediatos (Remesal 2002). Muchas de estas circunstancias se repiten de manera periódica a lo largo de la etapa romana, configurando una topografía funeraria en plena movilidad que evoluciona en su paisaje al tiempo que lo hace la imagen urbana y de su propia mano. A pesar de tantos avances recientes en la investigación sobre el mundo funerario cordubense, seguimos sin saber con detalle qué ocurre con las áreas cementeriales de la ciudad durante los dos primeros siglos de la dominación romana; un problema, en cualquier caso, generalizable a la práctica totalidad de los espacios funerarios de la Bética, con muy pocas excepciones, como es el caso de Castulo50. Parece ya confirmado que al menos una de las necrópolis de los siglos II-I a.C. se habría ubicado entre la muralla meridional y el río (hasta la ampliación del perímetro urbano en tiempos de Augusto), si bien los primeros restos documentados remiten a un momento tardío, no demasiado lejano al cambio de Era. Me refiero, concretamente, a un posible monumento funerario de tipología no concretada (construido con sillería, revestido de losas de caliza y muy posiblemente estucado y pintado), que ocupaba las márgenes de una vía con origen en una puerta indeterminada en el lienzo sur de la muralla y fue desmontado para la construcción del teatro de la colonia (15 a.C.-5 d.C.). No lejos de él se recuperó un fragmento del titulus sepulcralis –un bloque de caliza micrítica para encastrar– de Bucca, sierva de la familia Murria, que A.U. Stylow lleva a época republicana (Monterroso 2002, 135 ss.; Ruiz Osuna 2007, 98-99 y 125; Plano 9.1; láms. 53-54). Por otra parte, la constatación de varios recintos funerarios de cronología muy alta (primera mitad del siglo I a.C.) en Puerta de Gallegos, inaugurando la necrópolis occidental (Murillo et alii 2002), así como algún otro junto a Puerta de Osario, en la necrópolis septentrional (Ruiz Osuna 2007, 125126); el sector funerario monumental de la calle Muñices, en la necrópolis oriental (Liébana, Ruiz Osuna 2006; Ruiz Osuna 2007, 58-59, 67-68 y 85-91; figs. 2, Empedrados, y 6-7; Planos 1.15 y 5.11; láms. 3 y 26-43), fechado en la segunda mitad del siglo I a.C.; el momento inicial del sector funerario de Ollerías, que parece arrancar del cambio de Era (Vaquerizo 2008c), o la cronología bascollegia, alle zone destinate agli ustrina, ai campi sepulturae dei poveri, alle zone pubbliche talora abusivamente occupate da privati, ai settori che permangono publici” (Antico Gallina 1997, 216-217). 48  Es decir, no conformaron fachada, ni eso que tan repetidamente ha sido calificado como un “cinturón funerario”; por lo menos hasta la segunda mitad del siglo II (o quizá, incluso, comienzos del siglo III), cuando la necesidad de nuevos terrenos para deposiciones funerarias por saturación de los ya en uso conduce a la ampliación de las necrópolis tradicionales, que llegan prácticamente a unirse entre sí. 49  En el entorno de Córdoba fueron muy frecuentes los arroyos, que condicionaron en todo momento la topografía suburbana; muy en particular la funeraria. La densidad de su red, que ha sido bien comprobada por la arqueología estos últimos años y es objeto actualmente de análisis específico por parte de G. Pizarro, se explica por la ubicación de la ciudad en el piedemonte de Sierra Morena y su proximidad al río Guadalquivir, en el que desembocarían directa o indirectamente. 50  Vid. un estado de la cuestión, crítico, riguroso y perfecto para entender esta problemática, en Jiménez Díez 2008.

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tante temprana de algunas de las estatuas funerarias recuperadas en diversos puntos de la ciudad (también al norte), que se fechan mayoritariamente entre la segunda mitad del siglo I a.C. y el primer cuarto del siglo I d.C (Garriguet 2006, 204 ss. y 218, Lám. 4), dejan entrever un panorama más complejo de lo que en principio cabría intuir, por lo que conviene ser cautos (vid. plano de dispersión en Murillo et alii 2009a, Fig. 4a). Los restos documentados ocupan terrenos inmediatos a las puertas51 y los márgenes de las más importantes vías (en un concepto plenamente romano), al tiempo que son evidentes desde primera hora los influjos itálicos, llegados sin duda de la mano de los primeros colonos, portadores también de otros aspectos relevantes del ritual que condicionan el paisaje funerario cordubense. Aun cuando su desarrollo tendrá lugar fundamentalmente a partir de la etapa augustea, debemos incluir entre esos elementos importados la costumbre de fijar el locus sepulturae mediante indicatio pedaturae, utilizando para ello soportes de morfología variada cuyas expresiones más monumentales se realizan también a imagen y semejanza de los modelos metropolitanos (Vaquerizo, Sánchez 2008 y 2009; Sánchez, Vaquerizo 2009). Del mismo modo, el uso de la inhumación, que coexiste desde el inicio con cremaciones primarias y secundarias, muchas de ellas en urnas cerámicas de tradición indígena (Jiménez Díez 2006; García Matamala 2002), acompañadas en ocasiones de cerámicas campanienses (García Matamala 2002 y 2002-2003). Sabemos, por otra parte, que empieza muy pronto la epigrafía, constatada (con bastante retraso en relación a la Hispania Citerior) desde el último cuarto del siglo I a.C., ilustrando de manera paradigmática la evolución de dicho hábito en todo lo que tiene que ver con el uso de soportes, materiales, paleografía y fórmulas. El titulus sepulcralis más antiguo del que tenemos noticia hasta la fecha en Córdoba es el ara ossuaria de Abullia Nigella, recuperada junto a la Torre de la Malmuerta, en la Necrópolis septentrional, que contiene el epitafio más viejo de toda la Bética (19 a.C.), con la primera alusión a los Manes como protectores del difunto (CIL II2/7, 397), y responde a un tipo sin paralelos contemporáneos en el resto de Hispania o en la propia Roma, donde surgirá años más tarde. La pieza ha sido objeto de una recientísima y más que sugerente revisión a cargo de Á. Ventura (2009), quien, además de resaltar su excepcionalidad también desde el hecho de ser una de las escasas inscripciones hispanas con indicación de una fecha consular tan exacta, defiende la idea de que tal circunstancia obedece al carácter extremadamente simbólico y la trascendencia pública del momento en que se produjo la muerte de Abullia Nigella: justo el mismo día, mes y año en que, según él, habría tenido lugar la refundación de Corduba, con la segunda deductio colonial a cargo de M. Agrippa y la creación de una nueva ceca imperial para poder atender el pago a las tropas licenciadas del frente Cántabro-Astur; exactamente ciento cincuenta años después de la primera fundación a cargo de Claudio Marco Marcelo (Ventura, 2008a, y 2009, 377 ss.; vid. supra). A este mismo momento (aun cuando no sea posible precisar tanto) se adscribe la gran inscrip­ción perdida de N. Abullius Chrestus (CIL II2/7, 396), patrono de la anterior, recuperada en la misma zona (quizá por haber pertenecido al mismo monumento). La información comienza a ser mucho más explícita a partir del último cuarto del siglo I a.C., cuando las necrópolis cordubenses asisten a un rápido (y evidente) proceso de monumentalización (Márquez 2002), marcado siempre por una fuerte impronta itálica que llega seguramente desde la propia Roma. Dicha demanda se ve favorecida, como ya vimos, por el deseo de emulación con relación a la Urbs que se apodera de la ciudad tras su refundación52. Tal circunstancia determinará su

51  Con excepción del sepulcretum de Ollerías, localizado a un kilómetro de la muralla. Su alta cronología, su cuidada planificación, las características de sus enterramientos y su diacronía merecen por sí mismos un estudio monográfico que confiamos en que no se haga esperar demasiado. 52  Es también a partir de la deductio colonial cuando comienza a configurarse el poblamiento propiamente dicho del ager cordubensis, cuyas manifestaciones funerarias responden a parámetros de plena romanidad desde las primeras décadas del siglo I d.C. (Rodríguez Sánchez 2006, 346).

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evolución urbana (intramuros, como extramuros) a lo largo, sobre todo, de la dinastía julio-claudia; en fecha, además, bastante temprana53, si hemos de juzgar por la elaboración de los primeros grandes monumentos funerarios en piedras locales, que conectan así, tanto desde el punto de vista de la edilicia como de la talla, con tradiciones autóctonas, al tiempo que incorporan los nuevos modelos (Vaquerizo 2001b, 2002, a y b, 2008c y 2010; Ruiz Osuna 2007 y 2010). Además de recintos, acotados y tumbas hipogeicas o semihipogeicas con monumentos supraestantes y recintos adosados, en Córdoba contamos con muchos otros ejemplos claros de monumentalización funeraria de época romana, entre los que destacan, sin lugar a dudas, los dos edificios circulares y tumuliformes dispuestos a ambos márgenes de la via Corduba-Hispalis, casi inmediatos a la porta occidentalis, cuya problemática ha dado lugar a una amplísima bibliografía54. Reproducen modelos de tradición tardorrepublicana (enraizados a su vez en el Mediterráneo y Etruria), elegidos probablemente por su pureza de líneas y una pretendida sobriedad que se refleja en el ahorro de grandes fórmulas ornamentales, pero al mismo tiempo ocupan una posición privilegiada, utilizan por primera vez en su construcción materiales de lujo (incluido el mármol) y dan lugar, al disponerse frente por frente en ambos márgenes de la vía, a una segunda porta urbica que monumentalizaba la entrada al pequeño puente por el que se salvaba la corriente del después llamado Arroyo del Moro. Por ella tenía que pasar toda persona que entrara o saliera de la ciudad desde su flanco noroccidental, y no hay que olvidar que sería esta puerta la que daría acceso de forma prioritaria al entorno del anfiteatro, construido algo más tarde pero quizá proyectado ya en estas fechas, con el movimiento de masas que implicaría la celebración de espectáculos en el mismo, muchos de ellos de resonancia provincial. Sutileza, pues, en el mensaje, cuajado de simbolismo, que exalta el poder unipersonal sin conculcar la esencia del viejo espíritu republicano, casi como si de Augusto mismo se tratara, en ese juego ideológico que P. Zanker (1992) ha analizado magistralmente. Contamos también con varios altares monumentales con remates de pulvini, y filiación igualmente itálica, todos ellos tallados en caliza local y recuperados fuera de contexto en las Necrópolis Occidental y Septentrional, además de fragmentos más o menos significativos de otras tipologías monumentales más difíciles de rastrear. En este sentido, destaca como novedad reciente el hallazgo de un nuevo monumentum en forma de edicola de dimensiones considerables y cronología muy temprana, con decoración arquitectónica y escultórica in situ que por una vez nos ha llegado lo suficientemente bien conservada como para que el conjunto haya podido ser reconstruido con cierta fidelidad55. Se levantó junto a la via Augusta vetus, en la Necrópolis Oriental, y ha proporcionado parte de una figura femenina capite velato vestida con palla, tallada en piedra caliza y obra de taller local (aun cuando sigue modelos helenísticos e itálicos, hasta cierto punto objetos de una reinterpretatio), que, como el resto del edificio, remite a tiempos tardorrepublicanos o primoaugusteos. Esta monumentalización, en la que desempeñan un papel progresivamente relevante los libertos enriquecidos, alcanzará su máxima expresión en el transcurso del siglo I d.C., manteniéndose –aunque evolucionan sus claves, sus manifestaciones y sus agentes– a lo largo de la centuria siguiente, durante la cual se reducen las expresiones arquitectónicas de gran porte56, se amplían los límites de 53  Previa a la “marmoriza­ción” que a partir del segundo cuarto del siglo I d.C. experimenta la ciudad de forma generalizada, de la mano de los grandes programas urbanísticos de época julioclaudia, que sí traen con seguridad a la capital de Baetica talleres, maestros y artesanos foráneos de primera calidad, expertos en el trabajo del mármol y las piedras duras (Ruiz Osuna 2007, 128 ss., y 149). 54  Vid. como título más reciente Murillo et alii, 2002, y una revisión en Ruiz Osuna 2007, 81 ss.; Fig. 1,3; Planos 2.4-5, 6.9 y 10; Lám. 24, y Vaquerizo 2010a. 55  Hablo concretamente de C/ Muñices, donde han sido documentados dos monumentos funerarios dispuestos en el interior de recintos señalizados por cipos anepígrafos con restos de estuco que tal vez sirvió para disponer el titulus (Liébana, Ruiz Osuna 2006; Ruiz Osuna 2007, 58-59, 67-68 y 85-91; figs. 2, Empedrados, y 6-7; Planos 1.15 y 5.11; láms. 3 y 26-43; Garriguet 2006, 212 ss.). 56  Esta afirmación debe ser matizada según nos refiramos a la primera o a la segunda mitad de siglo. Hasta mediados del mismo, Corduba conoce la llegada de una nueva oleada de influjos, y probablemente de artesanos y maestranzas, venidos

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las áreas funerarias y experimenta una considerable difusión la epigrafía, dotada de nuevas fórmulas y en el formato mayoritario de placas o estelas, cuyo uso acreditan también las clases sociales más bajas (Ruiz Osuna 2007, 48 ss. y 137 ss., Tabla 2). Es un proceso muy similar al que se documenta por ejemplo en la Tarraconen­sis (Rosset­ti 1999, 240), con parale­los en ciudades como Sarsina (Orta­ lli 1987), y que, en efecto, tiene siempre lugar con base en modelos de tradición itálica, elegidos por las elites –sociales o económicas– como elemento de propa­gan­da, autorrepresen­tación y presti­gio. De ahí que rivalicen en situar sus tumbas lo más cerca posible de las vías principales, conformando de manera paulatina verdaderas viae sepulcrales al estilo de las ciudades más romanizadas de Occidente que no siempre llegan a consolidarse, al tener que ser sacrificadas en aras de la expansión del núcleo urbano, la construcción de nuevos vici, o la remodelación de los suburbia para la construcción de grandes espacios de representación, como ocurre con el circo o con el anfiteatro57 (más tarde, también con el complejo áulico de Cercadilla). No descartamos, pues, la intervención en Corduba desde tiempos tardorrepublicanos de talleres y artesanos traídos desde la Metrópolis, quizá incluso itinerantes, que habrían sido los responsables de la rápida implantación en la ciudad de los nuevos parámetros oficiales en cuanto al urbanismo y la arquitectura pública; algo más retardatarios, como es lógico, en ámbito privado, particularmente funerario, aun cuando utilicen el mismo lenguaje58. Sin embargo, a tenor de la información arqueológica, y por lo menos hasta la refundación augustea, hemos de suponer también un papel importante en la monumentalización pública y privada a las maestranzas vernáculas, no versadas inicialmente en las nuevas técnicas y modelos, que trabajarían a la manera tradicional, adaptándose de manera progresiva e irreversible a las exigencias de los comitentes, las modas, los materiales y las formas arquitectónicas y escultóricas, hasta integrarse de pleno derecho con los artesanos venidos de fuera (sobre esta problemática, por lo que a estatuaria se refiere, vid. Garriguet 2006, 201 ss.). Esa plena integración se hará realidad palpable desde el momento en que pasa a ser imposible distinguir resabios de localismo en las manifestaciones artísticas provinciales; a pesar de que siguen presentes durante siglos, en ciertos detalles de casticismo que P. León ha estudiado magistralmente por lo que se refiere al retrato (León Alonso 2001). Poco a poco, las cosas irían evolucionando, observándose una profunda inflexión a partir del boom constructivo que conoce la ciudad tras su elevación al rango de Colonia Patricia, en coincidencia con un proceso de reconversión ideológica sin precedentes que acaba contagiando a todos los ámbitos de la vida urbana, incluido por supuesto el funerario. Un ambiente, éste, especialmente favorable a las grandes manifestaciones de la privata luxuria, encarnada en la forma de grandes monumenta que rivalizan en posición, tamaño, lujo y originalidad. Sus comitentes, miembros de las elites urbanas por ascendencia social o por nivel adquisitivo que debieron encontrar en el mundo funerario una de las mejores fórmulas de adscripción ideológica a la nueva cultura, a la nueva idea de Estado, al nuevo régimen político, a la persona del Emperador, no dudan en traer, ahora ya sí de forma expresa y siempre que pudieron permitírselo, maestros y artesanos de la Urbs59; en reproducir (y

desde Italia con el fin de desarrollar los nuevos programas arquitectónicos de época adrianea, pero a partir de esos mismos comedios de siglo monumentos, talleres y materiales comienzan una importante recesión que, entre otros aspectos, se va a manifestar en la vuelta ocasional al uso de piedras locales (vid. una síntesis reciente de esta problemática en Ruiz Osuna 2007, 149-150). Se entra así en un periodo de crisis cuando menos aparente, muy mal definida desde el punto de vista de la topografía, las tipologías funerarias, la ideología y los rituales empleados, hasta la implantación definitiva del Cristianismo que, como ya comentamos más arriba, dibujará un paisaje completamente diferente al anterior (vid. infra). 57  Por el momento, con la excavación todavía en curso y sin haber llegado en ningún caso a los niveles de base, no son muchas las pruebas de que disponemos sobre el posible uso funerario previo del terreno en que posteriomente habría de ser construido el coliseo cordubense, inmediato a la via Corduba-Hispalis que inauguran, junto a la muralla, los monumentos funerarios de la Puerta de Gallegos 58  “… tal vez porque son los mismos talleres los que elaboran los encargos en los dos ambientes” (Márquez 2002, 238). 59  Sería el caso, por ejemplo, de los monumentos tumuliformes de Puerta de Gallegos, muy posiblemente obra de arquitectos itálicos. Aun así, insistimos en que de ninguna manera debemos despreciar el papel de los talleres locales, que, tras

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recrear, en ocasiones) nuevos prototipos; en ensayar sofisticadas e inéditas piedras duras (marmora) como elementos activos de un inédito lenguaje simbólico y de prestigio60 destinado a lograr el nivel máximo de adaptación a las modas y la nueva ideología; lo que es lo mismo que decir a su propia autorrepresentación y también, en último extremo, a perpetuar su memoria61. Algunos de estos influjos itálicos pudieron llegar desde la fachada levantina, tras pasar por la Narbonense y la Tarraconense (Rodá 2000, 175), como se ha planteado para el Alto Guadalquivir (Beltrán Fortes, Baena del Alcázar 1996; Baena del Alcázar, Beltrán 2002). Sin embargo, estamos de acuerdo con A. Ruiz Osuna (2007 y 2010) cuando observa que las manifestaciones monumentales de esta zona son posteriores en varias generaciones a las cordubenses, y repiten sus mismos tipos, por lo que no debemos descartar la irradiación de influencias, y quizá de talleres, desde el propio caput provinciae, como bien ha señalado C. Márquez en relación con la monumentalización arquitectónica de las ciudades hispano-béticas (Márquez Moreno 2008a, 31 ss.). Una idea que se ha visto recientemente reforzada por la aparición de un fragmento de altar monumental labrado en caliza local y conservado en la calle Cabezas, que podría estar situando en Corduba los talleres matrices de los numerosos monumentos de esta misma morfología que aparecen en la zona del Alto Guadalquivir (Ruiz Osuna, Ortiz 2009). Independientemente, por tanto, de la procedencia mayoritaria de su soporte humano (foráneo, vernáculo, mixto o mestizo), las maestranzas cordubenses trabajarían sobre modelos trasladados por vía directa desde Italia. Ya lo señalaba H. von Hesberg en su primer estudio sobre la decoración arquitectónica de Corduba: muchos de los fragmentos marmóreos repartidos por la ciudad corresponden a pequeños edificios, casi con seguridad funerarios, cuyos autores de­mues­tran una dependen­cia sin matices de patrones itálicos, a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades de Hispania como Tarraco, donde se observan también influjos directos de Gallia (Hes­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­berg 1996, 159 ss., Figs. 1 a 6-d, por ejemplo). Es ésta una apreciación de gran importancia, por cuanto dichos contactos resultan evidentes a todos los niveles. Algo que conviene explicar con razones objetivas y que, al margen de la llegada masiva de colonos itálicos durante el proceso de conquista y explotación de las minas de Sierra Morena, o incluso las sucesivas deductiones de veteranos con las que se “refunda” la ciudad, debe tener mucho que ver con la adscripción de los cordubenses a la nueva idea de imperio, y a su deseo de hacerlo explícito de la forma más ortodoxa y contundente posible, para lo cual recurren sin dudarlo a las fuentes primigenias, haciendo en todo momento ostentación contundente y sin fisuras de plena romanidad62. Este paisaje funerario se irá adaptando de manera progresiva e irreversible a los cambios en la mentalidad romana, que conforme avanzan los siglos fue concediéndole mayor importancia al interior de la tumba y la privacidad del duelo, huyendo de las manifestaciones públicas y el boato tan característicos de los años finales de la República y los inicios del nuevo régimen político (Hesberg 2006); hasta desembocar en el siglo III. Un momento éste que, además del triunfo imparable de la inhumación (en

un periodo de titubeos y reajustes (quizá también de formación), pudieron terminar adaptándose a los nuevos gustos de los cordubenses, realizando ellos mismos, ahora ya con un índice muy superior de calidad, muchos de los encargos que reproducen esquemas decorativos y modelos importados. Podría ser ésta una explicación al retraso que se observa en la utilización de buena parte de ellos; no sólo en Córdoba, por lo que se refiere a Hispania (Hesberg 1996, 161). 60  Reflejado también en las estatuas-retrato, de las que no nos han llegado muchos ejemplos (López López 1998; Garriguet 2006; Ruiz Osuna 2007), pero que, sin duda, debieron proliferar; algunas de ellas in formam deorum. 61  Resulta ilustrativa a este respecto la placa con decoración de guirnalda reutilizada en el enterramiento tardío de la calle Abderramán III; pieza de gran calidad, que unos interpretan como obra importada, mientras otros atribuyen a un maestro itálico asentado en Corduba (Trillmich 1998, 172; Márquez 2002, 237; Beltrán Fortes 2002, 233 ss.). 62  Las elites hispanas fueron perfectamente conscientes de esta idea, y buscaron plasmarla en sus más diversas manifestaciones (públicas o privadas) como colectividad. Lo vimos ya cuando hablamos de los modelos empleados para los más importantes centros cívicos de la colonia (particularmente, del forum Coloniae), incluidos los edificios de espectáculos, en un claro ejemplo de imitatio Urbis. Buscaban con todo ello la integración efectiva “dans la domus commune de l’imperium romanum” (Gros 2009, 339).

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buena medida, de la mano del Cristianismo –vid. infra-)63, introduciría cambios sustanciales en el ritual y los ajuares, las formas arquitectónicas y los contenedores funerarios, la “popularización” de la epigrafía funeraria y el empleo de nuevas fórmulas, materiales y soportes, y, por supuesto, la manifestación externa de todo ello, en línea con lo que ocurre en el mundo de los vivos. Será ahora cuando entran en crisis los talleres de escultura y, poco a poco, la imagen del Imperio se transmuta, desarrollando nuevos códigos expresivos que alcanzarán el éxito en los siglos sucesivos (Rodríguez Oliva 2002, 289 ss.). En efecto, como en el resto del Imperio, este panorama experimentará una transformación determinante con la cristianización de la sociedad hispano-bética, que de manera progresiva da lugar a nuevas formas de entender el espacio funerario. Ya antes, en muchas de las ciudades del sur peninsular los enterramientos habían invadido el espacio intramuros, evidenciando con claridad la mutación que aquéllas experimentan desde los puntos de vista económico, social, cultural y urbanístico en las postrimerías del poder de Roma. No hace falta decir que esta práctica se intensificará con el tiempo64, ocupando los muertos antiguos espacios urbanos de relevancia, como ocurre en Astigi con el foro y sus inmediaciones (García-Dils et alii 2005); en Malaca con el teatro (Pérez Rodríguez-Aragón 1997, 629 ss., nº 11-13, fig. 4, 9-10; Corrales, Mora 2005, 133, figs. 112 y 113; Corrales 2005, 128, fig. 7); en Carteia con el foro y las termas (Roldán et alii 2006, Vol. I, 423 ss.), o en Corduba con las traseras de la gran plaza pública que centralizaba el templo de la calle Claudio Marcelo65. Este proceso comienza a detectarse muy a finales del Imperio, en coincidencia con una fuerte retracción de la ciudad como centro aglutinador de la vida pública y económica que probablemente lleva a un cambio de concepto de la misma, inaugurando una etapa de transformaciones que acabarán dando paso a la ciudad medieval. Como ya vimos, hasta ese momento habían sido las vías los principales focos de atracción y racionalización topográfica de los enterramientos, pero entre ellas se dispusieron también zonas residenciales, áreas artesanales e industriales, acueductos e infraestructuras hidráulicas de diverso tipo, horti o, simplemente, espacios dedicados a vertederos, estercoleros y actividades malolientes y nocivas. Los muertos no se separaron por tanto completamente de los vivos, aunque se mantuvieran en el suburbio, al otro lado del pomerium tal como mandaban las Leyes de las XII Tablas. Con el triunfo del Cristianismo y la implantación definitiva y masiva de la inhumación cambia la topografía de los cementerios y también los criterios que rigen su concentración, condicionada fundamentalmente por la proximidad a las tumbas de los mártires, mediante la tumulatio ad sanctos. Sin embargo, al menos durante los primeros tiempos martyria, basílicas y áreas cementeriales cristianas (asentadas sobre viejos sepulcreta o bien de nueva formación) se siguen manteniendo extramuros y en torno a las vías más importantes. Por eso, cuando los muertos se apoderan de la ciudad, aunque inicialmente nunca fuera en gran número, es muy posible que lo hicieran obedeciendo a un cambio de concepto. Los nuevos centros urbanos se contraen de forma extraordinaria, y en muchos de ellos (caso por ejemplo de Tarraco) la población principal se traslada a los sectores más altos, abandonando a su suerte buena parte del intramuros. De esta manera, en expresión de A. Costantini (2010), el suburbio parece invadir el antiguo espacio urbano y, como es lógico, con él llega la muerte, que se venía disputando su espacio con una ocupación más o menos residual, pero dinámica y efectiva, por 63  Esta fue la tónica general, si bien existen excepciones que, de nuevo, enriquecen el panorama y aconsejan todo tipo de cautelas: es el caso de Galia, donde la inhumación no se impone del todo hasta comienzos del siglo IV d.C. (Blaizot et alii 2007, figs. 2-4), o de la necrópolis documentada bajo la Universidad Católica de Milán, donde se sigue utilizando la cremación, acompañada además de ajuares bastante abundantes y significativos, hasta mediados del mismo siglo, en este caso con una clara intencionalidad ideológica de carácter fuertemente conservador, que opone los usos paganos frente a los vecinos y emergentes cementerios cristianos (Ortalli 2007, 209-210). 64  Lo mismo se observa en muchos otros centros urbanos de Hispania, caso por ejemplo de Ilici (Lorenzo de San Román 2007). Remitimos a este trabajo por constituir una de las últimas revisiones del tema (también, sobre la continuidad en el tiempo de algunos espacios cementeriales) e incorporar lo más interesante de la bibliografía anterior. Vid. para el caso de Córdoba, Sánchez Ramos 2006, a y b. 65  Información aún inédita, que agradecemos a Antonio J. González. Actualmente, trabaja sobre el tema Manuel D. Ruiz Bueno.

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parte de los vivos. Son tiempos de cambios, que acaban con la ciudad antigua, por lo que pierden validez los viejos preceptos que la sostuvieron. Con todo, los muertos parecen seguir fieles a la tradición y sólo penetran en zonas o edificios previamente abandonados, manteniendo por tanto un espíritu liminal, un cierto respeto por quienes habitan la ciudad, que de manera ocasional pueden compartir espacio con ellos pero que en líneas generales y de forma mayoritaria se alejan, concentrándose para vivir, o malvivir, en núcleos más reducidos. A diferencia de la población pagana, que globalmente entendida nunca tuvo un sentido de comunidad demasiado arraigado (por lo menos, en lo que se refiere a la plasmación topográfica de sus enterramientos), a partir del siglo III d.C. los cristianos tenderán a enterrarse entre cristianos, en espacios comunes regidos por la idea nueva y fundamental de religión compartida; coemeteria concebidos como parte y extensión de la comunidad, espacios funerarios ocupados no por muertos, sino por durmientes, a la espera de la resurrección66. Esto no evita que cristianos y paganos siguieran también enterrándose juntos hasta el siglo VIII, cuando la doctrina prohíbe de forma expresa tal práctica (Muñiz 2007). En estos nuevos espacios funerarios surgen expresiones rituales, morfológicas, ideológicas o simplemente arquitectónicas inéditas que acaban modificando de manera sustancial el viejo paisaje funerario de viae sepulcrales romano-paganas presididas por monumentos personales o de carácter familiar que concedieron en todo momento una gran importancia a la ubicación, la forma, los materiales o la expresión externa del ceremonial. Dan paso con ello a una imagen urbana marcada por enterramientos que se aglutinan masivamente en torno a las tumbas ad sanctos, los martyria, las memoriae y las basílicas, tanto extramuros como intramuros (Mateos 1999; Sánchez Ramos 2006, a y b; Castro, Pizarro, Sánchez 2006; Beltrán de Heredia 200867), mientras los sarcófagos se mantienen como las más importantes expresiones personales de devoción y lujo, además de servir como soportes de escenas extraídas del Antiguo o el Nuevo Testamento con cuya semántica se identifica de entrada el fallecido, claramente individualizado en relación con la comunidad, la necrópolis o el monumento colectivo en el que se integraba su tumba. Lo más importante, a partir de este momento, no será la localización en el espacio regida por el lugar más frecuentado o visible (que también, aunque conforme a criterios diferentes) (Beltrán de Heredia 2008), sino por la cercanía a aquéllos considerados ejemplo y motivo de imitación por parte de la comunidad, que traslada de esta manera sus lazos sociales y religiosos al ámbito funerario, sepultándose in memoria sanctorum, donde bajo ningún concepto podían ser enterrados los cuerpos de los no creyentes (Hilario, Comm. Mat. VII, 11; cfr. Muñiz 2007, 130). Como ocurría con las necrópolis paganas, se busca cierta preeminencia, pero ahora rige la proximidad a las reliquias, al lugar que centraliza la oración y la liturgia, a los sitios más frecuentados para gozar por los siglos de los siglos del privilegio y la cura de humildad de ser pisado por todos; algo que, en principio, y particularmente por lo que se refiere a los edificios religiosos más relevantes (caso de los conjuntos episcopales), quedaba reservado a las elites. Surgirá así una nueva forma de entender el espacio cementerial en la que cimentan las bases de multitud de expresiones funerarias posteriores, hasta casi nuestros días (Rébillard 2003; Sánchez Ramos 2006b; Beltrán de Heredia 2008), al tiempo que proliferan las deposiciones funerarias intramuros. Retoman con ello los hispanorromanos (aun cuando el fenómeno sea extrapolable a otros muchos lugares del Imperio) aquella vieja tendencia a enterrar en la proximidad de sus casas que venía proscribiendo de forma reiterada la ley desde el siglo V a.C.

66  “Este lugar se llama cementerio para que sepas que los que son depositados aquí no están muertos, sino que duermen” (Juan Crisóstomo, In Coemet. Appel. 1; cfr. Muñiz 2007, 130). 67  Este trabajo, que presenta las últimas novedades de Barcino, destaca como actualización crítica del tema, además de incluir una completa relación de la bibliografía más relevante al respecto.

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6. Una ciudad en transición. Corduba durante la Tardoantigüedad La imagen de la ciudad, consolidada por lo que a sus grandes programas públicos respecta ya a inicios de la dinastía flavia (Murillo 2010), permanecerá inmutable hasta los primeros cambios, operados en las últimas décadas del s. II, y los signos de radical transformación que comenzamos a vislumbrar desde mediados del s. III. Por estas fechas, el esplendor monumental que había caracterizado a Colonia Patricia durante los dos siglos precedentes empieza a decaer: no se construyen nuevos edificios públicos, ni se importan materiales en la cantidad y calidad que se había venido haciendo; entran en crisis, como vimos, los talleres escultóricos y de decoración arquitectónica; se siguen usando las mismas casas de siglos precedentes, y comienzan las reutilizaciones de materiales68 y de algunos espacios, públicos y privados. Así ocurre, de hecho, con numerosos monumentos funerarios (vid. Moreno Almenara, Gutiérrez 2008, 78 ss. para el caso de los túmulos de Puerta de Gallegos), las termas, el circo, los foros colonial y provincial (incluido el templo de la calle Claudio Marcelo, que según todos los indicios habría sido reconsagrado) o el anfiteatro, aunque cada uno de ellos pasa por un proceso diferente que va desde el arrasamiento a nivel de cimientos del primero, utilizado enseguida para el aprovisionamiento fácil de materiales, a la cristianización del último. Del mismo modo, detectamos un avance del mundo funerario, que toma posesión de espacios o estructuras que hasta entonces le habían estado vedados, en un proceso similar al que se repetirá algo más tarde, con la caída definitiva del Imperio (Moreno Almenara, Gutiérrez 2008, 76 ss.; Murillo et alii 2009, 94 ss.; Vaquerizo, Murillo, Garriguet 2010) (vid. supra et infra). La carencia de datos que indiquen la construcción de nuevos edificios públicos en Colonia Patricia no debe confundirse necesariamente con un síntoma de parálisis o incluso recesión de la ciudad. No se construyen por la simple razón de que el “equipamiento urbano” había sido completado a finales de la dinastía julio-claudia o comienzos de la flavia. Desde este momento y hasta el triunfo de Septimio Severo (197), el evergetismo de las elites patricienses, auténtico motor de la transformación experimentada por la ciudad en la centuria anterior, se habría dirigido preferentemente hacia el mantenimiento y ornamentación de los edificios y espacios públicos (foros, teatro, anfiteatro, circo, termas…), sin olvidar infraestructuras tales como vías, puentes o acueductos, o la financiación de los diversos espectáculos que integraban el calendario festivo de la ciudad. Buena prueba de esta dinámica la encontramos en el último gran acto evergético conocido en Córdoba (CIL II2/7 221), fechado a finales del s. II o comienzos del siglo III. Fue el munificiente Lucius Iunius Paulinus, pontífice, flamen perpetuo y duoviro de la colonia, flamen de la provincia, quien ofreció espectáculos gladiatorios y escénicos, y celebró con juegos circenses la dedicación de estatuas por importe de 300.000 sestercios. Avanzada la centuria, se advierte la confluencia de diversos fenómenos interrelacionados: en primer lugar, la reducción hasta su completa desaparición del mecenazgo cívico (Melchor, 1994), síntoma claro de la falta de interés de las elites locales hacia unas curias que se perciben cada vez menos como vía de promoción y más como carga en exceso onerosa; en segundo lugar, el golpe a la economía bética que supuso el ascenso al poder de la dinastía Severa, primero con la represión y castigo impuestos a los partidarios de Clodio Albino, al parecer muy numerosos en Hispania (Pérez Centeno, 1990), y después con la pérdida de los mercados tradicionales para los productos béticos, en beneficio de las exportaciones africanas; por último, no debemos olvidar el escenario de fondo impuesto por la inestabilidad política crónica que se extiende entre el asesinato de Caracalla (217) y el acceso al poder de Diocleciano (284). 68  Moreno Almenara, Gutiérrez 2008, con bibliografía anterior. Además de la crisis política, social, económica e ideológica, o la rarificación del evergetismo, algunos autores incluyen entre las causas de esta inflexión en el esplendor urbanístico cordobés de época imperial el supuesto terremoto que habría sacudido a la ciudad a finales del siglo III (vid. infra). Dicho fenómeno natural habría contribuido de manera decidida a la ruina de los grandes edificios públicos, transformados en muchos casos directamente en canteras (Moreno Almenara, Gutiérrez, 2008, 69 y 75 ss.). Como expondremos a continuación, ningún argumento objetivo demuestra la coincidencia cronológica entre los diferentes procesos de “ruina” de cada uno de esos grandes edificios públicos, y mucho menos que éstas se debieran a una sucesión de terremotos, de los que no existen pruebas objetivas.

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A partir de estos momentos reaparece en las inscripciones el viejo nombre turdetano de la ciudad, que acabará consolidándose hasta nuestros días, y Corduba acabará trasladando, de un modo progresivo, su centro de poder al cuadrante meridional, donde se construirán, a lo largo del s. V. el complejo episcopal de San Vicente y un castellum destinado a la defensa del puente y el río, revalorizado como vía privilegiada de comunicación (debido en parte al mal estado general de la red terrestre de caminos), que posiblemente será el germen de la posterior residencia del gobernador visigodo y, siglos más tarde, del alcázar andalusí (León, Murillo, 2009; Murillo et alii 2009, 98 ss.; Moreno Almenara, Gutiérrez 2008, 74-75). Pero analicemos con mayor detenimiento este proceso de gradual transición desde la urbe clásica a la nueva “ciudad cristianizada” que se opera entre los siglos III y VI como preámbulo de la nueva mutación, más profunda si cabe, que se producirá entre los siglos VIII y X. El primer cambio operado en la imagen urbana de Colonia Patricia, tal y como había quedado establecida a comienzos del último tercio del s. I d.C., se produce precisamente a extramuros, en el extremo oriental del gran eje monumental definido por el doble decumano máximo. Aquí, en el último cuarto del s. II, y por razones que por el momento no han sido establecidas, se produce el abandono del circo y su transformación en cantera, habiendo desaparecido toda huella del mismo pocas décadas después, expoliado hasta la base de sus cimentaciones. En paralelo, se desmantela el pavimento de la terraza intermedia del complejo de culto imperial de la prouincia Baetica y se cierra con un muro el lado oriental, hasta entonces abierto, de la plaza de la terraza superior (Murillo et alii 2003 y 2009). En la zona de la antigua fachada septentrional del circo encontramos una corta ocupación marginal a comienzos del s. III, relacionable tal vez con el propio proceso de reutilización de los materiales constructivos del edificio. Sobre ella, tanto en este sector del graderío como en el de la arena adyacente se depositarán basureros y escombreras, permaneciendo despoblados hasta el s. IX. Por el contrario, en la parte meridional de la arena, a la altura de la C/ Huerto de San Pablo y en el contacto con la C/ Pedro López (Murillo et alii 2009), se han documentado evidencias de construcciones residenciales, con algún mosaico fechable en la primera mitad del s. III, demostrando que el desmantelamiento de la espectacular fachada Sur del circo (Murillo et alii 2001, Fig. 13) fue acompañado de un terraplenado hasta enlazar con la zona residencial configurada, desde época augustea, en torno a la Plaza de la Corredera (Murillo et alii 2009). Una situación similar a la del graderío septentrional la encontramos en la antigua terraza intermedia y en la zona de contacto con la cabecera del circo, donde además de los consabidos basureros se ha localizado una ocupación tardía a la que corresponderían un depósito hidráulico y una sepultura de inhumación en cista que reutiliza un capitel de pilastra, posible indicio de una zona funeraria más amplia que se extendería hasta la aledaña C/ Diario de Córdoba, de donde procede un conjunto de sarcófagos de plomo (Santos Gener 1940-1941; Martín Urdiroz 2002a). No menos significativa es la transformación operada en la terraza superior del complejo, donde un potente muro, para cuya construcción se empleó material reutilizado69, sirvió de soporte al cierre del lado oriental de la plaza que rodeaba al templo de culto imperial, probablemente con un cuarto pórtico. Gran importancia tuvo la construcción en los primeros años del s. III de dos nuevas arae (casi con seguridad tres en origen) ante la escalinata de acceso al templo, lo que evidencia la profundidad de la remodelación, que probablemente implicó la restauración del edificio cultual y su reconsagración. Aunque de menor calado, por los mismos años encontramos diversas transformaciones en otros puntos de la ciudad. Así, el pórtico oriental de la plaza de la Puerta del Puente es ocupado con tabernae, y en unas posibles termas excavadas en el Colegio de Santa Victoria, inmediatamente al

Junto a diversos elementos de decoración arquitectónica reciclados, destacan dos cupae (Vaquerizo 2008c, 30 ss.,

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Fig. 13).

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Norte del teatro, se documenta una refectio con la construcción de una fuente en la que se reutilizan grandes placas de cipollino originariamente pertenecientes a un pórtico monumental70. El siguiente hito en el proceso de transformación de la vieja Colonia Patricia nos lleva al tercer cuarto del s. III, cuando un supuesto terremoto (Ventura 2004) provoca el derrumbe de uno de los muros de contención que salvaban el desnivel entre la vetus y la nova urbs existente junto al teatro. Lejos de procederse a la reparación de los desperfectos, algo perfectamente lógico de tratarse de un seísmo, la única actuación se limita a habilitar una rampa terriza sobre los escombros (Ventura et alii, 2002). En nuestra opinión, tal proceder sólo encuentra lógica si consideramos que el uso del teatro era ya por entonces en extremo esporádico o se encontraba abandonado, como parecen reconocer los propios excavadores al admitir que a comienzos del s. IV el edificio estaba siendo saqueado (Ventura 2004)71. Un proceso de saqueo que, a diferencia de lo visto para el circo, será muy dilatado, centrándose en primera instancia en los materiales más nobles del interior, mientras se mantiene el edificio en ruinas, como lo prueba el desplome de la fachada a comienzos del s. V72. Indudablemente, en estos momentos la ciudad no tenía necesidad de materiales de construcción, circunstancia que contrasta con la observada, de nuevo a propósito del circo, a finales del s. II73. Abundando en lo que decimos, conviene contextualizar el abandono e inicio del expolio del teatro, ya en el tránsito del s. III al IV, con lo que está sucediendo en otros puntos de la ciudad. En primer lugar, y como ya adelantamos, a escasos metros al Noroeste, en el supuesto “Templo de Diana”74, se constata la ocupación de parte de su espacio con una construcción con pavimento de losas de cipollino obtenidas de fustes de columnas. Muy poco después, ya en el siglo IV, el edificio se abandona y su espacio es ocupado por humildes estructuras domésticas. En paralelo, desde finales del s. III, y ya más claramente en el s. IV, se constata la falta de mantenimiento en algunas calles, en las que desaparecen los pavimentos de losas de pudinga bajo depósitos procedentes del derrumbe de los edificios públicos. Quizás sería más correcto hablar de falta de utilidad de las mismas, ante el abandono de las edificaciones vecinas y su conversión en solares. Es lo que acontece con el kardo minor documentado en el antiguo Convento del Corpus Christi (Soriano 2003), inmediatamente al Noreste del teatro, donde entre finales del s. III e inicios del s. IV se produce el derrumbe de la casa colindante sobre la calle. No se retiraron los escombros y, de nuevo, se mantuvo el tránsito sobre la superficie irregular de los mismos. En el momento de su caída el edificio se encontraba muy degradado, con parches en la fachada, lo que abunda en la idea de un proceso de abandono y falta de mantenimiento de edificios y espacios públicos, más que de un terremoto. Similar es el panorama que nos proporciona la excavación practicada en el patio del Colegio Santa Victoria (Castro, Carrillo 2005), también en las proximidades del teatro, donde en un momento avanzado del s. III se produce el derrumbe de las edificaciones vecinas sobre el trazado de otro kardo minor. El espacio, convertido en solar, quedará abandonado sin volver a ocuparse durante siglos.

70  Vid infra. El hecho de que a finales del s. III, a escasa distancia, en el mal llamado “foro de Altos de Santa Ana”, se esté ocupando parte del cardo máximo de la colonia con una edificación cuyo pavimento se realiza con losas de cipollino obtenidas de fustes de columna, permite plantear la hipótesis de que tanto las placas labradas con canales y contracanales como las columnas pertenecieran al pórtico de esta vía monumental, de 22 m. de anchura, cuyo proceso de transformación se habría iniciado en el tránsito del s. II al III con una refectio que eliminó parte de la decoración, continuando a finales de esta última centuria mediante la ocupación del propio espacio viario con una edificación que reutiliza las columnas del pórtico. 71  Debemos recordar al respecto que el teatro de otra capital provincial, Tarraco, pierde su función original a finales del s. II, experimentando un proceso de abandono a lo largo del s. III (Dupré, 2004). También el teatro de Acinipo fue abandonado en el último cuarto del s. II, en relación, según algunos autores, con la inestabilidad provocada por las razzias de los mauri (Amo 1982). 72  A lo largo de esta centuria seguirá funcionando un horno de cal dispuesto sobre la antigua cavea, hasta la total amortización de los restos del edificio bajo un barrio de casas en el s. VI (Ventura et alii 2002: 155-158). 73  A falta de un programa edilicio de carácter público conocido para estos momentos de tránsito del s. II al III, es muy probable que los miles de metros cúbicos de piedra obtenidos del expolio del circo se destinaran a la edilicia privada. 74  En el también presunto “Foro de Altos de Santa Ana”, que en realidad es el kardo maximus de la colonia (Murillo 2004).

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Por último, y también en el tránsito del s. III al IV se desmontan el pavimento y parte de las columnas del pórtico que rodeaba la plaza ocupada por el templo de la C/ Claudio Marcelo y hacia la segunda mitad del s. IV el área ha sido ocupada por construcciones domésticas para cuya construcción se reutilizan materiales del propio templo (Jiménez, Ruiz 1999). La ya constatada falta de atención a determinadas vías públicas se incrementará a lo largo del s. IV. Así se observa en el decumano documentado en las excavaciones realizadas en C/ Ramírez de las Casas Deza, donde se constata el saqueo de las losas de pudinga que pavimentaban la calle romana, al tiempo que los pórticos se ocupan con construcciones privadas que invaden el espacio público (Hidalgo 1993). Como reflejo de lo que está pasando en la superficie, algunas cloacas comienzan a colmatarse, y los lacus que distribuían el agua limpia en los cruces de las calles de Colonia Patricia también dejan de funcionar, como se constata en C/ Ramírez de las Casas Deza y en el Colegio de Santa Victoria (Hidalgo 1993; Carrillo, Castro, Carrillo 2005)75. También el gran colector conformado por el arroyo que sirvió como foso occidental, al que vertían varias cloacas situadas bajo los decumani de la franja más occidental de la “vetus urbs”, experimentó un proceso masivo de relleno y colmatación a lo largo del s. IV, como se ha puesto de manifiesto en las excavaciones realizadas para la construcción del aparcamiento bajo el Paseo de la Victoria. Evidentemente, muchas calles romanas continuaron utilizándose76, pero se aprecia una tendencia generalizada a descuidar el mantenimiento de los pavimentos, reparados con gravilla e incluso con elementos de decoración arquitectónica reaprovechados, como es el caso de la Via Augusta a la altura de la iglesia de San Andrés. Frente a esta situación de transformación, en el sector del Foro Colonial disponemos de documentación epigráfica que constata el mantenimiento de sus funciones de representación hasta mediados del s. IV, con pedestales honoríficos de estatuas dedicadas por Octavius Rufus, praeses de la Bética, a Constancio Cloro (CIL II2/7, 261) y a Constantino (CIL II2/7, 262), por Egnatius Faustinus, también praeses de la Bética, a Constantino I o Constantino II (CIL II2/7, 264), y por Decimus Germanicus, consularis de la Bética, a Constancio II (CIL II2/7, 265). Tales documentos epigráficos tienen el valor de documentar tanto la continuidad en el uso de tan privilegiado espacio de la ciudad, como la más que probable permanencia de la capitalidad provincial en Corduba77. Habrá que esperar al tránsito del s. IV al V para constatar la colmatación del pavimento de la plaza bajo vertidos, sobre los que poco después se disponen edificaciones para las que se emplea material arquitectónico reutilizado (cfr. Aparicio, Ventura 1996; Carrasco 2001). Algo similar acontece por los mismos años en la plaza de la Puerta del Puente, donde tras la remodelación de finales del s. II con la que el pórtico oriental había sido ocupado por tabernae, se documenta ahora su amortización, con un derrumbe en el que se constata la presencia de fragmentos del propio pavimento de la plaza, constituido por grandes losas de caliza micrítica gris similares a las empleadas para pavimentar el foro de la colonia (Carrasco et alii 2003). Todo ello acontece en un momento impreciso de los siglos IV o V, con anterioridad a que un enorme edificio, en cuya construc75  Tal situación no parece deberse, en principio, a un colapso en las traídas de aguas a la ciudad, pues de los tres acueductos altoimperiales hasta ahora documentados, al menos dos (Aqua Vetus y Santa Ana de la Albaida, o Estación de Autobuses) continuaron en uso hasta época medieval islámica. Lo probable es que ahora se proceda simplemente a una redistribución de los caudales de acuerdo con las nuevas necesidades y, tal vez, con un cambio en los criterios de redistribución, a los que no debían ser ajenos la crisis de las finanzas municipales y el desinterés de los evergetas. 76  Algunas de ellas hasta la actualidad, por ejemplo Alfonso XIII y María Cristina, en las que el nivel de la calzada romana se sitúa a escasa profundidad. 77  El traslado de la capital de Baetica a Hispalis en el s. IV no está constatado por ninguna evidencia arqueológica o epigráfica. Al contrario, todo apunta a su permanencia en Corduba (Arce 1982 y 1999) hasta un momento muy avanzado, cuando ya la administración provincial romana es prácticamente una sombra de lo que fue. En última instancia, la preeminencia de Hispalis sobre Corduba está unicamente atestiguada por Isidoro de Sevilla y por la subordinación del episcopado cordubense a la sede metropolitana hispalense, también en una fecha incierta pero nunca anterior a mediados del s. VI (Prieto, 1994).

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ción se emplea material reutilizado, ocupe todo el espacio situado entre el lado oriental de la puerta y el kardo minor existente a la altura de la actual C/ Caño Quebrado78. ***** Del panorama hasta ahora presentado podríamos deducir, siguiendo a buena parte de la historiografía, una cierta sensación de quiebra, de crisis urbana en Corduba. Evidentemente, esto sería así si lo contemplásemos sólo desde la perspectiva de la ciudad clásica que fue y que ya no era. Sin embargo, las ciudades son organismos vivos, en constante transformación, y a lo que estamos asistiendo desde el s. III es precisamente a un proceso de transición, de cambio en los fundamentos políticos, sociales, económicos e ideológicos en los que se basó la ciudad altoimperial, considerada a sí misma como una Roma en miniatura, espejo de romanidad y de adhesión al régimen instaurado por Augusto. Buena prueba de esa transformación la proporciona la arqueología si centramos nuestra atención en el suburbium, donde encontramos evidencias contradictorias. Comencemos por la necrópolis monumental situada frente a la puerta conocida en época islámica como Bab ‘Amir (Puerta de Gallegos tras la conquista cristiana). Los dos espectaculares monumentos funerarios que flanqueaban el primer tramo de la vía Corduba-Hispalis (Murillo, Carrillo 1999) habían quedado englobados, desde mediados del s. I d.C. (Murillo et alii 1999; Vargas 2000; Castro et alii 2009) en un barrio residencial cuyo desarrollo continuaría a lo largo del s. II. Este vicus occidental de Colonia Patricia se extendía al otro lado del arroyo que sirvió de foso a la muralla de la ciudad por este flanco y que fue utilizado como colector de aguas residuales tanto del sector intramuros vecino como del suburbium (Murillo et alii 2002; Murillo 2004). Un camino pavimentado con losas de pudinga corría paralelo al cauce del arroyo, definiendo la línea de fachada del vicus, afrontada a la muralla úrbica, mientras por el Norte debía extenderse hasta quizás conectar con el vicus septentrional, documentado desde la Avenida de Cervantes hasta las inmediaciones de la Plaza de Colón. El límite meridional estaba a la altura de la Puerta de Almodóvar, y hacia occidente se prolongaba hasta la vecindad del anfiteatro. Más allá, y siguiendo los ejes marcados por las vías, se extendían las necrópolis. Pues bien, en la segunda mitad del s. II comenzamos a advertir cambios. El primero, la instalación de una cloaca bajo el tramo de la vía Corduba-Hispalis situado junto a los monumentos funerarios gemelos de Puerta de Gallegos, lo que está confirmando el desarrollo del área residencial, en detrimento de la antigua necrópolis 79, y la conversión de este primer sector de la vía en una calle urbana80. En paralelo, se produce la repavimentación de aquélla con las habituales losas de pudinga y la instalación de un acerado, así como el desmantelamiento hasta los cimientos del “Mausoleo Sur”, que es incorporado a una edificación de funcionalidad probablemente residencial (Murillo et alii 2002). Del “Mausoleo Norte” se respeta su volumen arquitectónico, pero sometiéndolo a una profunda transformación, al igual que se hace con los recintos funerarios de su trasera, parte de los cuales son demolidos para abrir una calle dotada de su correspondiente cloaca. Esta calle, posiblemente porticada, se encontraba flanqueada por edificaciones que se superponían a los espacios funerarios ya existentes desde la Fase III de la necrópolis (Murillo et alii 2002). Junto a ella se dispuso una

78  Esta singular edificación, actualmente en estudio, ha sido documentada en el curso de las sucesivas excavaciones realizadas por el Convenio GMU-UCO con motivo de la remodelación de la Puerta del Puente y de la construcción del Centro de Recepción de Visitantes. Su extremo oriental fue ya exhumado por P. Marfil en el curso de las excavaciones por él realizadas en un solar de C/ Caño Quebrado esquina con Paseo de la Ribera. 79  Y también de determinadas instalaciones productivas, ya constatadas desde las primeras décadas del s. I d.C. frente al foso (cfr. Murillo et alii 1999). 80  Esta “urbanización” y dotación de infraestructuras para las vías interurbanas en los tramos en que atravesaban el suburbium está también constatada para la via Augusta en su sector paralelo al circo (cfr. Murillo et alii 2009).

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gran estructura hidráulica abierta a la estrada, tal vez perteneciente a un ninfeo81, y en sus lados Este (frontero con la vía que discurría en paralelo al foso) y Sur (hacia la Vía Corduba-Hispalis), se instalaron varias tabernae, alguna pavimentada con mosaicos y provista de los característicos umbrales con ranura para instalar los cierres de las puertas. Creemos que esta remodelación, que incluyó el abastecimiento de agua al suburbium (además del posible ninfeo, bajo la calle de nueva apertura constatamos una completa red de distribución de agua mediante fistulae plumbeae), marca el floruit en el desarrollo del suburbium occidental de Corduba82, en un momento previo al abandono del circo y a la reestructuración del extramuros oriental. Pocos años después, a lo largo del primer tercio del s. III, se opera el abandono de una de las domus del extremo meridional del vicus, ya en las proximidades de la Puerta de Almodóvar. Es la denominada “domus del Sátiro”, excavada en el Parque Infantil de Tráfico (Castro, Pizarro, Ruiz 2009). Construida en época de Claudio, experimentó una importante remodelación en el último cuarto del s. II, incluyendo un interesantísimo programa de decoración parietal que no llegó a concluirse83. El abandono de la casa está fechado por los materiales asociados al mismo, encuadrables en el segundo cuarto del s. III, y por un depósito monetario, con numerario datable entre Trajano y Alejandro Severo (219-235), vinculado a los estratos de saqueo84. El pavimento de la calle que delimitaba la domus por su lado occidental, constituido por losas de pudinga instaladas en época flavia, quedó también colmatado por vertidos en el primer tercio del s. III (cfr. el trabajo de S. Vargas en Vaquerizo, Murillo, 2010). Unas cronologías ligeramente posteriores muestran las casas excavadas en el borde oriental del vicus (Murillo et alii 1999). Es el caso de la “domus de Thalassius”, abandonada hacia mediados del s. III (Vargas 2000), en tanto que el núcleo dispuesto frente a la Puerta de Gallegos, sobre los monumentos funerarios gemelos, se mantuvo en uso hasta finales de ese mismo siglo (Murillo et alii 2002). Se advierte de este modo un gradual proceso de abandono del vicus occidental a lo largo del s. III, más temprano en su periferia meridional y más tardío a medida que nos aproximamos a la via Corduba-Hispalis y a la Puerta de Gallegos. Como consecuencia de la dinámica ocupacional del sector de vicus más próximo al anfiteatro, muy afectado por la ulterior ocupación tardoislámica y contemporánea, contamos con menor información sobre su proceso de abandono, aunque éste parece corresponderse con la segunda mitad del s. III (cfr. la aportación de Castillo et alii, en Vaquerizo, Murillo, 2010). Aun cuando falta mucho por aquilatar en cuanto a sus ritmos de desarrollo y transformación, la información actualmente disponible apunta al decisivo papel del anfiteatro como elemento catalizador

81  Conformado por un depósito rectangular al que se vertería el agua desde un frontal configurado por una pérgola adosada al mausoleo, dotado de caños de mármol, de los que se recuperó uno, además del desagüe. 82  Creemos significativo el hecho de que a mediados del s. II se feche la Fase 3 de la villa de Cercadilla, en la que la instalación para la producción de aceite en uso desde un siglo antes es sustituida por una residencia suburbana (Moreno Almenara 1997). Una cronología ligeramente anterior (adrianea) ha sido supuesta para la compleja “villa” suburbana de Santa Rosa. 83  Cfr. la contribución de Á. Cánovas en Vaquerizo, Murillo 2010. 84  La minuciosidad con la que fue excavada esta domus ha permitido documentar el proceso completo de formación de los depósitos relacionados con su abandono, expolio y colmatación. En primer lugar, debemos destacar la complejidad estratigráfica observada, diferente de unas estancias a otras y que casa mal con un hecho traumático y violento, sea de naturaleza antrópica o natural (saqueo, incendio, terremoto…). Sirva de ejemplo la secuencia detectada en el triclinium: una vez despojada la estancia de todo su mobiliario (los suelos aparecen completamente “limpios”), se produjo el desplome de la decoración de paredes y techo, incluyendo los clavos de fijación del mortero de base. Posteriormente, y una vez desmontada la cubierta (es significativa la no presencia de tegulae), se produjo el desplome de los muros de tapial, formando un derrumbe de 1 m de potencia. Más tarde todavía se detectan dos hogueras, quizás relacionadas con la apertura de sendas zanjas para el saqueo de los zócalos de sillería de los muros que habían quedado previamente soterrados. Sobre todo ello, un nuevo depósito definió la superficie del terreno, convertido en solar durante el resto del s. III y todo el s. IV.

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del desarrollo de este sector suburbano. Su construcción, a finales de la etapa julio-claudia, coincide con la edificación de las primeras domus, como la del Sátiro, en el marco de un proceso bien planificado que pivota sobre la base de una red viaria a partir de la que se procede a la “urbanización” de la zona, a expensas de las áreas funerarias y productivas preexistentes en determinados sectores. Buena prueba de ello es la calle porticada de quince metros de anchura documentada frente al extremo sur-oriental del anfiteatro, que comunicaría el edificio de espectáculos con el sector meridional del vicus y con la Puerta de Almodóvar. Dada las características topográficas de la zona, esta calle fue también concebida para la instalación de dos grandes cloacas, de las cuales al menos una estaba destinada a drenar el anfiteatro85, cuyas aguas residuales vertería al arroyo que desde la primera etapa de la ciudad romana actuaba como foso del lienzo occidental de la muralla y que desembocaba en el Baetis inmediatamente aguas abajo del puerto fluvial. En un segundo momento, bajo la calle, pavimentada con las habituales losas de pudinga, se dispuso una tercera cloaca de idéntica tipología que las dos anteriores, aunque ligeramente más pequeñas y a menor profundidad, destinada ahora a evacuar en exclusiva las aguas residuales generadas por las edificaciones situadas al Sur de la calle86, así como las pluviales recogidas por las cubiertas de los pórticos. A la hora de establecer la secuencia relativa de estas canalizaciones, y aparte las relaciones estratigráficas, destaca el detalle funcional de que la cloaca del borde meridional de la calle, de menor recorrido hacia el Oeste que la central y la septentrional, fuera dotada de un aliviadero al desagüe central, algo más profundo, con el fin de evitar su posible entrada en carga. Para ello fue necesario proceder a la rotura de la cloaca principal. La disposición de grandes pozos de registro demuestra por último tanto la calidad de la construcción como las previsiones y voluntad de mantenimiento de la infraestructura87. Si la génesis y el desarrollo del suburbio están claramente ligados al anfiteatro, no parece tan evidente la influencia de este último en el declive y descocupación de la zona, por cuanto el proceso parece ya concluido algunos años antes de la documentación, arqueológica e histórica, del abandono de aquél, que hemos situado (vid infra) en los primeros años del s. IV, con posterioridad a la ejecución en el mismo de Acisclo, en 303-304. Advertimos, por tanto, una dinámica hasta cierto punto similar, en sus formas y ritmos, a la ya descrita para el interior de la ciudad. Hasta aquí las semejanzas. Centrémonos ahora en las diferencias. Frente a lo observado para la ciudad intramuros, donde, en el estado actual de la investigación, no se constata proceso edilicio alguno de carácter público que merezca tal denominación en todo el s. IV, en el suburbium occidental sí que documentamos para estos años una intensa y trascendental actividad constructiva. Tras su abandono, el anfiteatro es objeto de un rápido proceso de desmantelamiento, muy diferente al del teatro, que indica, de un modo similar a lo acontecido un siglo antes con el circo, una importante demanda de materiales de construcción en la ciudad, reflejo a su vez de una importante actividad edilicia. Pero, ¿qué programa constructivo pudo generar tal demanda? En el estado actual de la investigación, y tomando en consideración el contexto arqueológico e histórico general de Corduba a lo largo del siglo IV, sólo caben tres opciones:

85  Dadas las dimensiones del anfiteatro patriciense y el aforo calculado para el mismo (vid el análisis de Murillo et alii, en Vaquerizo-Murillo, 2010), dudamos que éste fuera el único desagüe del edificio, que sólo en su arena, de 5.576 m2, recogería una enorme cantidad de aguas pluviales, independientemente de las caídas en la cavea (de 15.875 m2) y de las residuales generadas por su actividad. 86  La existencia de numerosas instalaciones hidráulicas (tanto canalizaciones secundarias como piletas y depósitos), así como la particular tipología de los espacios documentados (de imposible adscripción a domus) y la ausencia de pavimentos musivos, apuntaría a un carácter más productivo (y en algún caso comercial) que residencial. 87  Sobre estos magníficos colectores, de características muy similares a las de la doble cloaca dispuesta bajo el kardo maximus de la colonia (Ventura et alii 1996; Carrillo et alii 1999, con la corrección de la separación entre ambas cloacas y de la anchura del kardo), cfr. el trabajo monográfico incluido en Vaquerizo, Murillo 2010.

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• Una reconstrucción quasi completa del puente, posible aunque harto improbable y, hoy por hoy, indemostrable. • Una refectio generalizada y extensiva de las murallas, cuestión que trataremos más adelante a propósito del castellum recientemente documentado junto a la Puerta del Puente, bastándonos aquí con indicar que al ser uno de los pocos elementos urbanos objeto de atención y mantenimiento constante no es candidata válida para acoger el enorme volumen de piedra que generaría el desmantelamiento del anfiteatro en la primera mitad del s. IV. • La construcción del complejo monumental de Cercadilla, a nuestro juicio la hipótesis más probable dada la proximidad entre ambos edificios y el hecho, constatado arqueológicamente, de la existencia de escombreras con materiales procedentes del anfiteatro (vid infra) destinados a la construcción de aquél, localizados entre uno y otro (Fuertes et alii 2007). Dejando a un lado el material de acarreo más noble (v. gr. fustes y capiteles), que procedería del expolio de otros edificios cordobeses, el grueso de la piedra necesaria se extraería de una cantera muy próxima y bien accesible como era el anfiteatro, apenas abandonado y desafectado. Contrariamente, el teatro, cuya fachada se mantendría en pie hasta su desplome a comienzos del s. V (vid supra), no fue tomado en consideración. Creemos, pues, que sólo el complejo monumental de Cercadilla puede ser considerado como destino de los miles de metros cúbicos de piedra reciclados del anfiteatro. No obstante, esta hipótesis choca con un problema: la cronología asignada por uno de sus excavadores, R. Hidalgo, para la construcción del palacio. Ello nos obliga a analizar los criterios seguidos para fijar la atribución cronológica del mismo, así como las hipótesis alternativas de interpretación del monumento publicadas en los últimos años88.

7. El complejo monumental de Cercadilla y la transformación del suburbium occidentalE Dadas las particulares características edilicias de Cercadilla (Hidalgo et alii 1996), resulta muy complicado fechar el momento de su construcción, al utilizarse la propia zanja excavada en el terreno como encofrado perdido para las cimentaciones de opus caementicium. Igualmente, en los escasos “horizontes de construcción detectados” y en los rellenos de nivelación y preparación hasta ahora excavados el material cerámico es muy escaso y rodado (Hidalgo 1996). Como consecuencia, el único criterio de datación “interno” del complejo monumental, por lo que a contextos cerámicos relacionados con su construcción se refiere, procede de la cimentación del paramento del criptopórtico que delimita la plaza central, donde “se ha localizado una zanja de cimentación colmatada con sedimento y material arqueológico (…) El material fechable se limita prácticamente a algunos fragmentos de terra sigillata africana C, siempre de la forma Hayes 50 y, sobre todo, imitaciones locales de este mismo plato. La presencia de imitaciones de una forma cuya gestación y exporta88  La investigación arqueológica desarrollada en Cercadilla, modélica en muchos aspectos, ha estado lastrada por las circunstancias que rodearon su “redescubrimiento” y primera destrucción a comienzos de 1991 (Hidalgo 1996, 141), por las excavaciones desarrolladas contra reloj hasta la total destrucción de la mayor parte del conjunto a finales de 1992, por las interferencias extra arqueológicas registradas durante ese período (“Comisión de Expertos” incluida), y por las profundas heridas dejadas en las siempre difíciles relaciones arqueología-sociedad. Destacamos el término “redescubrimiento” porque una de las cosas más sorprendentes, y tristes, del affaire Cercadilla es el clamoroso fracaso de tres administraciones (estatal, autonómica y local) a la hora de planificar unas actuaciones destinadas a ser el estandarte de la más profunda modernización en la historia de las infraestructuras españolas (AVE) y de una completa remodelación urbanística de la ciudad sobre los terrenos liberados del ferrocarril. Todo ello con la Exposición Universal de Sevilla de 1992 en el horizonte, que exigía la conexión entre Madrid y Sevilla por el nuevo tren de alta velocidad, aun cuando exigiera situar la nueva estación de ferrocarril cordobesa donde ya en 1921 se había constatado la monumental bóveda del criptopórtico que articula el conjunto. Un dato que ni siquiera fue percibido por los investigadores encargados de los estudios previos, a pesar de llevar publicado desde 1922 en el Boletín de la Real Academia de Córdoba, vademécum de la historiografía cordobesa (Navascués 1922).

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ción se lleva a cabo en la primera mitad del s. III nos obliga a plantear un período de tránsito para la activación y desarrollo de dichos productos locales, lo que, junto con los datos proporcionados por la datación del abandono de la villa, permite plantear como término post quem una fecha imprecisa del último cuarto del s. III d.C. La ausencia de sigillata africana D en cimentación nos lleva a proponer como término ante quem los primeros años del s. IV, momento en que, en el estado actual del conocimiento, se puede datar el inicio de la importación de esta producción a Córdoba” (Hidalgo 1996, 141). Por otra parte, dada la superposición física de una pequeña parte del complejo monumental a lo que ha sido definido como una villa suburbana en uso entre el s. I y la segunda mitad del s. III (Hidalgo 1996, 24), podría tener cierta relevancia la fecha de amortización de la misma como data ante quem para la construcción de aquél. Sin embargo, el ya señalado nivel de arrasamiento previo al inicio de las excavaciones arqueológicas, más agudo si cabe en este sector, además de otras incidencias (Moreno Almenara 1997, 13), hacen que el establecimiento de la cronología de este abandono sea, como mínimo, tan complicada como la de la construcción del palacio. En su excelente estudio monográfico de la villa, Moreno Almenara distingue la siguiente secuencia: • Necrópolis de incineración previa a la primera fase de la villa y fechable entre la segunda mitad del s. I a.C. y la segunda mitad del s. I d.C, de la que sólo ha sido documentada una cremación en urna. • Fase 1 de la villa, con una pars rustica en la que destaca un amplio espacio acotado para la instalación de una prensa de aceite, y diversas dependencias anexas. • Fase 2 de la villa, caracterizada por una ampliación de las dependencias a costa de la amortización de la prensa. • Fase 3 de la villa, en la que se advierte una sustancial transformación, con la construcción de una pars urbana de difícil interpretación dadas las limitaciones ya señaladas. Parece articularse con varias crujías, en torno a un gran espacio central (¿peristilo?) y algunas de sus estancias estaban pavimentadas con mosaicos geométricos monocromos. Esta fase ha sido fechada en la segunda mitad del siglo II d.C.89. • Abandono y amortización de la villa, que los excavadores ponen en relación con la construcción del conjunto áulico (Hidalgo 1996, 27) y fechan, a partir del análisis de las producciones cerámicas (Moreno 1998), en los últimos años del s. III. Aunque teóricamente podría darse la coincidencia entre la amortización de la villa y la construcción del nuevo complejo monumental, no deja de ser significativa la coincidencia con el contexto general ya explicitado para el vicus occidental, que muestra el paulatino abandono de sus áreas residenciales a lo largo de la segunda mitad del s. III, en sintonía con lo constatado en el vicus oriental (Murillo et alii 2009) y, probablemente, también en el septentrional. Por ello, y aun cuando aceptáramos la cronología más baja propuesta por los excavadores para la construcción del palatium en 296-297 (Hidalgo 1996, 155), es probable que en ese momento la “villa de Cercadilla” estuviera ya abandonada. La planta del complejo monumental que sobrevivió a la primera destrucción de la primavera de 2001 ha sido objeto de un exhaustivo análisis por parte de R. Hidalgo (1996, 1996b), quien establece los pertinentes paralelos con la arquitectura de finales del s. III y s. IV. La cuestión es de un enorme interés y calado histórico, pues la excepcionalidad de la planta va de la mano de las di-

89  Esta cronología es coincidente con la ampliación del vicus al Norte de la via Corduba-Hispalis, incluyendo la amortización de los dos grandes monumentos funerarios de Puerta de Gallegos, y con el desarrollo del vicus septentrional, dentro de una clara explicitación del desplazamiento de las áreas funerarias y de las actividades productivas. A este respecto es significativa la amortización de la almazara de la Fase 1 en la Fase 2, probablemente no muy distante de la Fase 3 desde el punto de vista cronológico.

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mensiones del complejo y de la singularidad de cada uno de sus elementos constitutivos, por lo que excedería de nuestra pretensión una síntesis pormenorizada del documentado análisis efectuado por el excavador. Sin embargo, todo ese despliegue de erudición se ve lastrado por un apriorismo que condiciona su interpretación: “la edificación del complejo arquitectónico de Cercadilla debe fecharse en un momento comprendido entre los años 290 y 304 d.C., preferentemente con anterioridad al 303” (Hidalgo 1996, 151). Tan precisa datación –que, como hemos indicado, en modo alguno es demostrada por las evidencias intrínsecas a la secuencia arqueológica del propio yacimiento hasta ahora conocidas– lleva a su excavador a rechazar todos aquellos paralelos con edificios que “fueron construidos en momentos más avanzados del s. IV (…) porque ellos representan la difusión del modelo que Cercadilla encarna a edificios no imperiales” (Hidalgo 1996, 151). Y como segunda derivada de esta “cronología ajustada y sorprendentemente temprana”, R. Hidalgo va aún más allá y establece que “el aula basilical de Trier (305-312 d.C.), que hasta ahora habíamos tomado como paralelo debido a la similitud formal con la ahora descubierta en Colonia Patricia, ya no puede considerarse su precedente; más bien se da el caso contrario: el aula central que preside el conjunto de Cercadilla se constituye en posible modelo de aquélla, solamente comparable por su cronología con la construida por Diocleciano en Split y, en consecuencia, anterior a las de Galerio en Tesalónica, Gamzigrad y Majencio en la Vía Apia” (Hidalgo 1996, 151). Una vez establecido el apriorismo de que Cercadilla sólo podía ser un palacio imperial, era necesario buscarle un emperador que se ajustara al periodo predeterminado entre 290 y 304, y es cuando aparece en escena Maximiano Hercúleo, el César designado por Diocleciano en 285 y ascendido a la categoría de Augusto al año siguiente para compartir las responsabilidades de gobierno90. Curiosamente, la vinculación de Cercadilla con Maximiano se produce a través de dos artículos publicados en el mismo año y por investigadores diferentes. El primero se debe a Haley (1994), quien basándose en la publicación por parte de Hidalgo y Marfil (1992) de tres litterae aureae procedentes de un depósito de saqueo del s. VI documentado en el criptopórtico, así como de la cronología de los últimos años del s. III o los primeros del s. IV allí propuesta, plantea la hipótesis de que se trata de un palacio imperial mandado construir por Maximiano Hercúleo, a la sazón Augusto responsable de este sector del Imperio. En paralelo, Hidalgo y Ventura (1994) llegan a idéntica conclusión a partir de un reducido fragmento de epígrafe, de unos 34 x 30 cm. de lado y 3 cm. de grosor, hallado en un contexto que amortizaba una de las estancias de las termas. El documento epigráfico conserva una letra completa y trazos correspondientes a otras ocho, para las que Ángel Ventura ofreció la siguiente restitución: [Consta]nti et M[aximiani] [nob]b(ilissimorum) Ca[ess]. De acuerdo con esta hipótesis de lectura, los autores identificaron los personajes de este votum del tipo pro salute o felicissimo saeculo con los Césares M. Flavius Valerius Constantius y C. Galerius Valerius Maximianus, dando por supuesta la probable mención, en una línea superior perdida, a los dos Augustos: Diocleciano y Maximiano. Por lo que se refiere a las litterae aureae, no creemos necesario extendernos en exceso dada la habitual presencia de este soporte epigráfico en relación con todo tipo de edificios públicos e incluso de monumentos privados. Sin ir más lejos, un fragmento de soporte marmóreo con la marca de una littera aurea expoliada, de similares dimensiones a las encontradas en el relleno del criptopórtico de Cercadilla, ha sido documentado por nosotros en el vecino anfiteatro. Más compleja, sin embargo, es

90  Tal reparto del poder, intensificado en 293 con la incorporación de Galerio y de Constancio como Césares (inaugurando la denominada Tetrarquía), es algo absolutamente inusual en la tradición imperial romana, constituyendo una prueba palpable del pragmatismo de Diocleciano como respuesta a la inestabilidad política que se había apoderado del Imperio entre los años 235 y 284, demostración palmaria de la imposibilidad del emperador para hacer frente simultáneamente a diversos escenarios de conflicto, dada la tendencia de los jefes de los distintos ejércitos a reclamar la púrpura imperial, frecuentemente con éxito, a la primera ocasión favorable que se les presentaba.

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la problemática derivada de la interpretación que Hidalgo y Ventura hacen del fragmento de inscripción hallado en la amortización del frigidarium de las termas. Aun en el caso de que demos por buena la lectura (obviando el pequeño tamaño del fragmento y que caben otras alternativas), no es segura su procedencia del mismo yacimiento91, ni tampoco se puede considerar a alguno de los allí nominados como el constructor del complejo, cuando el empleo del genitivo está indicando exclusivamente el deseo del comitente de honrar a sus Augustos y Césares92. Sí es probable que Maximiano Hercúleo pasara por Hispania (aunque no necesariamente por Corduba), en el contexto de su campaña de 297-298 en el Norte de África93. En efecto, y aun cuando las fuentes son en algunos aspectos ambiguas e incluso contradictorias, puede admitirse la marcha de Maximiano desde su residencia en Mediolanum hasta Trier, donde se encuentra en la primavera de 296 para vigilar el limes con motivo de la campaña de su César, Constancio Cloro, contra la rebelión iniciada algunos años antes por Caraussius en Britannia. Tras la rápida victoria de Constancio al otro lado del Canal, Maximiano marchará hacia el Norte de África, aprovechando su paso por Hispania para desarrollar una breve campaña contra unos bárbaros (probablemente piratas francos) que habían llevado sus correrías hasta sus costas. Puesto que un panegírico leído el 1 de marzo de 297 en Trier en honor de Constancio, a su regreso victorioso de Britannia, indica que Maximiano se encuentra ya en el Norte de África, la presencia del emperador en Hispania se circunscribiría a un período de cinco a ocho meses, entre el verano y el otoño/invierno de 296, dependiendo el plazo mínimo y el máximo de la posibilidad de cruzar el Estrecho durante el mare clausum (Zuckerman 1994, 67). Entre el verano y el invierno de 297 se desarrolla la campaña norteafricana y el 10 de marzo de 298 Maximiano se encuentra ya en Carthago, desde donde emprenderá otra campaña de pacificación en Tripolitania, para después realizar una visita a Roma en 299/300 (Maymó 2000). A nuestro juicio, tanto la cronología como las circunstancias de esta campaña de Maximiano invalidan la posibilidad de que, aun admitiendo la presencia del emperador en la capital de la Bética durante unos pocos meses, hubiera tenido ni la necesidad ni la ocasión de poner siquiera en marcha la construcción de un edificio de la extensión y complejidad del conjunto monumental de Cercadilla94, que a todas luces ni pudo utilizar ni ver finalizado. Incluso el último recurso a plantear la hipótesis de una concepción e inicio de las obras con anterioridad a su presencia en Hispania en 296 (Hidalgo 1996, 155) resulta indemostrable y, en nuestra opinión, improbable en el contexto de la cambiante geoestrategia de la primera Tetrarquía95. Y en todo caso, y como acertadamente observa Arce (1997, 301), de haber precisado realmente Maximiano una base de operaciones, ¿por qué Corduba y no Carthago, mucho más próxima al escenario de la campaña? Dejamos para el final un último argumento esgrimido en defensa de la interpretación de Cercadilla como palacio imperial. La construcción del mismo en función de la reutilización del viejo acueducto de Valdepuentes (el Aqua Augusta o vetus), y en la proximidad de un hipotético circo (Hidalgo 1996 y

91  En Cercadilla hay constancia más que fehaciente de la reutilización de materiales de acarreo procedentes de otros puntos de la ciudad, y especialmente del cercano anfiteatro. A este respecto, es significativa la inclusión de un fragmento de inscripción funeraria en el núcleo de uno de los muros del criptopórtico (Hidalgo et alii 1996, 21, Fig. 14) 92  Como acertadamente señala J. Arce en su contribución a este mismo volumen. 93  Cfr. los trabajos esenciales de Barnes (1976) para el conjunto de campañas militares de los tetrarcas, y el de Zuckerman (1994) para las circunscritas a los años que aquí nos interesan. También, Arce (1997) y, últimamente, Maymó (2000), quien plantea diversas precisiones cronológicas y una reconstrucción de los itinerarios seguidos por Maximiano en su campaña norteafricana. 94  Esta evidente objeción ha sido puesta de relieve por Arce (1997), Marfil (2000a) y Maymó (2000, nota 29), quien considera “escaso” el plazo de un año para la ejecución de las obras, aunque sólo sea por comparación con el estimado por otros investigadores para construcciones de los propios emperadores en proyectos mucho menos ambiciosos. A este respecto, debemos recordar que el magno programa desarrollado por Constantino en Trier durante el período 306-312 quedó inconcluso. 95  Más aún en una campaña con el nivel de “improvisación” de la de 296-298, en el que el objetivo principal de la acción es Britannia y, subsidiariamente, Africa, y en la que el paso por Hispania viene motivado por un hecho tan impredecible como las razzias de los piratas francos (ARCE 1982).

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1999) identificable con los vestigios arquitectónicos de carácter monumental documentados cuando se construye la vieja Escuela de Veterinaria (Santos Gener 1955; Humphrey 1986). En relación con el Aqua Augusta, no existe la menor evidencia arqueológica de que dicho acueducto fuera utilizado para abastecer a Cercadilla. Y aun cuando así fuera, el carácter de tales infraestructuras, de las que Colonia Patricia contó con al menos tres de gran entidad (cfr. Ventura 1996), les permitía adaptarse a cambios en las necesidades de abastecimiento, ya fueran públicas como, en determinados casos, incluso privadas. Además, el que Cercadilla no fuera el palacio de Maximiano Hercúleo no implica necesariamente que no fuera un edificio público. Por lo que respecta al circo occidental, valorado por Hidalgo (1999) dentro de un supuesto modelo tetrárquico que conllevaría la asociación palaciocirco-mausoleo, desde 2004 sabemos que el edificio visto por Santos Gener bajo la antigua Facultad de Veterinaria se corresponde en realidad con el anfiteatro (Vaquerizo 2004; Murillo et alii 2009b). La historia de las principales ciudades del Imperio está repleta de programas edilicios de carácter público que durante los siglos I y II, más raramente en el III, responden a actos evergéticos desarrollados y financiados por miembros de las curias locales y, en determinados casos, por el propio emperador, cuyo ámbito de actuación por excelencia, a nivel urbano, se desarrollará en la propia Roma. Sin embargo, a partir de mediados del s. III el evergetismo de los curiales se limita al mantenimiento de los edificios e infraestructuras ya existentes; e incluso a regañadientes, dado el agotamiento de las vías de promoción a nivel local y el desvío de las grandes fortunas provinciales a la obtención de un puesto en el Senado de la capital que, una vez obtenido, justificaba la construcción de sofisticadas y enormes residencias privadas, tanto en la ciudad como en el suburbium y el territorium. La reacción a esta situación de abandono será, a partir de la Tetrarquía, una abundante legislación que tratará de corregir la situación de franca transformación de los parámetros por los que discurría la vida urbana, tratando de devolverla a la situación anterior, y la actuación directa de los emperadores en las distintas ciudades puestas bajo su responsabilidad, comenzando por las capitales en las que residían ellos mismos o sus representantes provinciales. Es en este contexto en el que debemos encontrar una razón de ser para el impresionante complejo arquitectónico de Cercadilla, dejando por fin de lado su interpretación como palatium de Maximiano Hercúleo aunque sin negar el valor que esta hipótesis ha tenido durante las dos últimas décadas. Hoy, la perspectiva del tiempo, nuestro mayor conocimiento de los procesos de transformación en el interior de la ciudad, los avances de la investigación en relación con los suburbia cordubenses, las excavaciones en el suburbium occidental, particularmente bajo la antigua Facultad de Veterinaria, y, por último, la comprobación de las características y de la fuerza de la ocupación tardoantigua del anfiteatro, tras ser desmantelado en un período de tiempo relativamente breve, hacen necesario reabrir el debate sobre la interpretación de Cercadilla, sacándola del halo de misticismo que la ha envuelto en la última década96. Creemos que la interpretación general de la secuencia del yacimiento es correcta salvo en un par de detalles: el limitadísimo margen cronológico propuesto para su construcción (296-297), y su consideración como palacio imperial construido por orden de Maximiano Hercúleo en el contexto de su campaña en el Norte de África. En este sentido, la crítica (creemos que bastante constructiva) en su día hecha por Arce (1997) y algunas de las observaciones efectuadas por Marfil (2000a), pueden ser retomadas parcialmente a la luz de la nueva documentación disponible. De acuerdo con las evidencias que hemos conseguido reunir hasta el momento, el complejo monumental de Cercadilla habría sido construido con posterioridad a 303-304, fecha en la que es

96  Con tal intención fueron invitados a participar en esta monografía aquellos autores que han defendido hipótesis diferentes sobre el conjunto, encabezados, como no podía ser de otra forma, por R. Hidalgo. Sin embargo, éste nos hizo llegar su negativa categórica y por escrito, al entender que no cabían matizaciones en su propuesta y pretender eludir así la polémica.

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ejecutado en el anfiteatro San Acisclo, uno de los cinco mártires cordobeses97. Pocos años después, y en un período relativamente corto de tiempo, que contrasta con la larguísima agonía del teatro de la colonia (vid supra), el coliseo cordubense es desmantelado hasta el nivel de cimientos, tanto en fachada como en la cavea, siendo este expolio aún más intenso en su sector noroccidental, el más cercano a Cercadilla. Se convierte, pues, en “cantera” para la construcción de Cercadilla98, como lo prueba el precioso (desde el punto de vista histórico) “vertedero” de spolia excavado en el antiguo Cuartel de San Rafael (Torreras, 2009), instalado a comienzos del s. XX entre la estación de Cercadilla y la Facultad de Veterinaria. La presencia en él de dovelas engatilladas extraídas de la bóveda del ambulacrum del anfiteatro, junto a varias piezas fabricadas en caliza micrítica gris, de peculiarísima fisonomía, que M. I. Gutiérrez interpreta, muy verosímilmente, como pertenecientes a tribunas de honor acotadas en la proedia del anfiteatro, constituyen la prueba arqueológica de la procedencia de estos materiales. Pero, al mismo tiempo, establecen también la relación con Cercadilla. Dada la peculiar técnica edilicia empleada para la construcción del complejo monumental, la mayor parte de la sillería del anfiteatro sería fragmentada para añadirla al caementicium o para retallarla en el menudo vittatum que lo reviste. Sin embargo, al menos a la altura de los lucernarios del criptopórtico se emplearon grandes sillares de calcarenita, claramente de acarreo, muchos de los cuales aún presentan la anathyrosis tan característica de la fábrica en opus quadratum del anfiteatro (Hidalgo et alii 1996, 22, Figs. 16 a 18). Y, como evidencia final, junto a la cimentación de la puerta monumental exterior de acceso al complejo (Hidalgo, 2007) encontramos una de las piezas labradas en caliza micrítica gris presentes también en el “vertedero” (más bien acopio de materiales que resultaron sobrantes) del Cuartel de San Rafael, que la actual directora del yacimiento arqueológico de Cercadilla pone “en relación directa con la reutilización de tales piezas en el palacio romano” (Fuertes et alii 2007, 177). Si en lugar de situar la construcción de Cercadilla con la rigidez que supone el mínimo intervalo 297-298, vinculándolo además con una hipotética estancia en Córdoba de Maximiano Hercúleo e interpretándolo por tanto como palatium Maximiani, la dejamos pendiente de concreción a lo largo de las primeras décadas del s. IV, muchas de las dudas que planteaba Arce (1997) comienzan a verse desde otra perspectiva, uniendo cuanto de acertado tiene el trabajo arqueológico realizado en Cercadilla con la imagen que comenzamos a vislumbrar del suburbium, y todo ello en un contexto histórico mucho más amplio que el tan limitado de la primera Tetrarquía. Nos movemos en el segmento cronológico que va desde la renuncia al Imperio, anunciada y voluntaria, de Diocleciano y Maximiano99 en 305, y la obtención del poder unipersonal por Constantino en 323 tras eliminar a su último rival, Licinio, cargada de una trascendencia única, aun cuando en última instancia su actuación no se aparte en lo fundamental de las directrices establecidas en su momento por Diocleciano. De hecho, durante las dos terceras partes de su permanencia en el poder Constantino fue un tetrarca más, pero supo poner en marcha unos mecanismos, o se vio forzado a ello por las circunstancias, que hicieron que ya nada fuera igual que antes. Tras la retirada de los dos Augustos, Diocleciano y Maximiano, serán los respectivos Césares, Galerio y Constancio Cloro, quienes les sucedan, promocionando en sus anteriores puestos a Maximino Daia y Severo. Sin embargo, esta “segunda Tetrarquía” apenas durará un año. En 306, inopinada Vid. un desarrollo contextualizado de esta cuestión en Vaquerizo, Murillo 2010. Aun cuando este permanente reciclaje de materiales constructivos será una constante en la historia de nuestras ciudades, el empleo de los spolia en la gran arquitectura no será frecuente hasta, precisamente, el s. IV (como es lógico sólo allí donde había algo que expoliar), dentro de un complejo proceso en el que primaron algo más que los simples criterios económicos. 99  Esta última menos “voluntaria”, como los ulteriores acontecimientos se encargarán de demostrar. Para una contextualización global en el s. IV, nos hemos basado fundamentalmente en la visión de Arce (1982) por lo que a Hispania respecta; de Cameron, Garnsey (1998) para el conjunto del Imperio, y en los trabajos de Barnes (1973 y 1982), Kolb (1987), Cameron, Hall (1999), Corcoran (2002), Brandt (2007), y Veyne (2008) específicamente para la etapa constantiniana. 97  98 

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e inoportunamente, Constancio Cloro muere en Eburacum y sus legiones nombran como Augusto a su hijo Constantino, quien se apresta a solicitar su aceptación a Galerio, convertido ahora en el emperador de mayor rango y garante de los preceptos, nunca escritos, que debían regir el proceder de los tetrarcas. La aceptación por Galerio de la situación planteada de facto en Britannia, aunque camuflada con la subordinación de Constantino (César) a Severo (Augusto), legitimó la usurpación de Constantino al tiempo que hería de muerte al sistema diseñado por Diocleciano. Pocos meses después, Majencio, hijo del ex Augusto Maximiano, se hace con el poder en Roma, contando con el apoyo expreso de su padre. El intento de Severo por reducirlo acaba en un rotundo fracaso en el que el Augusto encuentra la muerte. De nuevo, a Constantino se le presenta la ocasión para autoproclamarse Augusto, y Maximiano propicia una alianza entre aquél y Majencio, formalizada en el matrimonio de Constantino con su hija Fausta. Alianza por lo demás efímera, pues en 307 se producirá la ruptura, primero entre Majencio y Constantino y después entre Majencio y Maximiano, obligando al padre a buscar refugio con el yerno. En dos años escasos, el intento tetrárquico de sustituir el acceso hereditario al trono por la elección de un candidato capaz como modo de prevenir las permanentes usurpaciones que fueron el “cáncer” del Imperio durante el s. III se había revelado ineficaz por completo, ya sin posibilidades de recuperación, como certificará el fracaso de la conferencia de Carnuntum de 308, celebrada a instancias de Galerio en presencia de Diocleciano (sacado a regañadientes de su retiro) y de Maximiano. Galerio volverá a humillar a Constantino degradándolo de nuevo a la condición de César y poniéndolo bajo las órdenes de un nuevo Augusto, Licinio, con lo que provoca el descontento de su propio César, Maximino Daia. Y, mientras tanto, África, la mayor parte de Italia y la propia Roma seguían bajo el control de Maximiano100, sin que los recelos mutuos entre los emperadores permitieran el acuerdo necesario para posibilitar su eliminación. Es más, la situación continuaría degradándose, como lo prueba que en 310 un cada vez más débil Galerio intente calmar los ánimos ascendiendo a Constantino y a Maximino Daia a la condición de Augustos. Mientras tanto, Majencio, cuya posición en Roma101 depende de los suministros norteafricanos, pretende consolidar su control mediante el nombramiento en África, como lugarteniente, de un personaje llamado Domicio Alejandro, y su padre, el inquieto Maximiano, intenta en Gallia un fallido golpe contra su yerno Constantino, que a la postre le costará la vida. Poco después, en 311, muere Galerio y Maximino Daia se hace con el control de buena parte de “sus posesiones”. La muerte casi simultánea de Maximiano Hercúleo y de Galerio inaugura una nueva etapa. Han desaparecido todos los protagonistas de la “Primera Tetrarquía”102 y también el emperador de mayor rango de la segunda. Desde 310, el año de los cuatro augustos (más el usurpador Majencio), no existe una jerarquía clara y ya nadie se plantea incrementar la nómina. Asistiremos ahora al típico juego

100  Algunas fuentes textuales y, fundamentalmente, la supuesta localización en Tarraco de la “ceca T” llevó a considerar como hecho probado que Hispania también se habría decantado por Majencio, apartándose de la órbita de Constantino. De hecho, esa supuesta defección habría sido la causa de la ruptura de la efímera alianza entre Constantino y Majencio del año 207. Sin embargo la, parece que definitiva, atribución de la enigmática “ceca T” a Ticino, en Italia, y no a Tarraco, zanjó la cuestión (Bastien 1979). Con todo, algunos autores siguen dando validez a los textos, al tiempo que cuestionan la automática adscripción de Hispania a Constantino por el simple hecho de que hubiera estado bajo el ámbito de responsabilidad de Constancio, resaltando que los ámbitos de actuación de los Augustos y de sus respectivos Césares eran más competenciales que estrictamente territoriales (Barnes 1982). Así se advertiría en la campaña simultánea de 296-298, en la que el César (Constancio) desarrolla el objetivo más importante (acabar con la rebelión de Britannia), en tanto que el Augusto (Maximiano) permanece en retaguardia vigilando primero el limes del Rhin, para pasar a ejecutar operaciones secundarias en Africa (y de camino en Hispania) en el momento en el que la rápida victoria de Constancio se lo permite. 101  Donde desarrollará una política tendente a ganarse el apoyo de las tropas y del Senado, en la que el prestigio proporcionado por una frenética actividad edilicia (entre la que destaca la construcción de su espléndida villa junto a la Via Appia) constituirá uno de los puntales. 102  Diocleciano, vivo a efectos físicos pero no políticos, se encontraba retirado en su villa de Spalato, junto a su ciudad natal de Salona, donde permanece hasta su fallecimiento, posiblemente en 313-314.

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de las alianzas. Primero, entre Licinio y Maximino Daia, si bien la casi simultánea entre el mismo Licinio y Constantino obligará a una tercera entre los que ya se perfilan como perdedores: Maximino Daia y Majencio. Majencio, que en 311 se ve obligado a enviar una expedición militar para acabar con su César en África, Domicio Alejandro, será derrotado al año siguiente por Constantino en la famosa batalla del Puente Milvio. En paralelo, Licinio hace lo mismo con Maximino Daia en Oriente, y en 313 ambos vencedores, Constantino y Licinio, se reúnen en Mediolanum para concretar los términos del acuerdo definitivo y repartirse la totalidad del Imperio. De esa reunión surgirá el Edicto de Milán, pero también el germen del futuro desacuerdo que llevaría al enfrentamiento casi inmediato, hasta la definitiva victoria de Constantino en 323. ***** Después de este sucinto relato de los vertiginosos sucesos que acontecen entre 305 y 323, volvemos a Corduba y a la cuestión de fondo que lo ha provocado: responder a las preguntas de cuándo, por qué, por quién y para qué se construye Cercadilla. Evidentemente, las respuestas que aquí vamos a proponer deben ser entendidas como simples hipótesis de trabajo, que vienen a enriquecer las ya existentes y que deberán ser contrastadas en los próximos años. El método científico, tal y como lo definieron Galileo o Newton, no es sino eso: formular preguntas, comprobar mediante la experimentación y plantear respuestas que a su vez darán origen a nuevas preguntas… Tratemos, pues, de proporcionar algunas respuestas mediante la formulación de tres hipótesis para las que argumentaremos los principales pros y contras. Hipótesis 1. El complejo arquitectónico de Cercadilla es construido en el contexto de la supuesta adhesión de la diocesis Hispaniarum a la causa de Majencio, entre 307 y, como máximo, 312. En tal proceso habría tenido un papel principal el vicario y/o uno o varios gobernadores, que decantan a la Diócesis hacia el hijo de Maximiano, Augusto bajo cuyo mandato habrían sido nombrados la mayoría de ellos. El primer argumento a favor de esta propuesta sería el valor geoestratégico de la diocesis Hispaniarum para garantizar la seguridad de África, sin cuyo abastecimiento la posición de Majencio en Roma era insostenible. Dado el control ejercido por éste sobre el Mediterráneo occidental, la principal amenaza para las provincias africanas la constituía un eventual ataque de Constantino a través de Hispania, reproduciendo la campaña de Maximiano de 296-298. En tal tesitura, la mejor candidata de entre las capitales provinciales para albergar al vicarius y al núcleo de partidarios encargados de organizar el control y defensa del Estrecho era, sin duda, Corduba, que unía a su excepcional posición en relación con sus iguales, la proximidad a los puertos de embarque en el Estrecho y el control de las comunicaciones a lo largo de la via Augusta mediante su puente sobre el Guadalquivir103. Esta hipótesis contaría con la ventaja añadida de explicar las características arquitectónicas perfectamente destacadas por R. Hidalgo para Cercadilla, pero sin convertirla en el modelo para toda la arquitectura del s. IV, sino en una plasmación más de uno o de los varios modelos que se están desarrollando simultáneamente en el contexto de la “Tercera Tetrarquía”: Galerio en Tesalonica, Constantino en Trier y Majencio en su villa de la via Appia. Del mismo modo, no entra en conflicto con la probable sede del vicarius Hispaniarum en Emerita (Arce 1982), si bien esta fijación de la capital de la diócesis no sería inmediata a su creación, hacia 297 (Chastagnol 1965). Lo más plausible es que en una primera etapa el vicarius no tuviera una sede predefinida, desplazándose por las distintas capitales provinciales en el cometido de sus funciones.

103  De las restantes capitales, Tarraco se encontraba demasiado expuesta a un ataque proveniente desde Gallia, Emerita y Braccara en una posición demasiado excéntrica y Carhago Nova, pese a su carácter portuario, carecía de las ventajas de Gades y los restantes puertos de la zona del Estrecho para un rápido y masivo cruce de las tropas hacia Africa.

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La coyuntura creada por la usurpación de Majencio y el apoyo recibido desde Hispania y Africa podría, pues, explicar la construcción en Corduba, por las razones antes aducidas, de una gran villa suburbana o praetorium (cfr. Arce 1997) destinado a albergar al vicarius Hispaniarum en su primera sede. Posteriormente, tras el triunfo de Constantino sobre Majencio en 312, la reorganización a la que someterá a la diocesis Hispaniarum hacia 315-316, probablemente en paralelo a la creación de la nueva figura del praefectus praetorio al frente de las praefecturae, pudo suponer el más o menos inmediato traslado de la sede del vicarius a Emerita, en consonancia con un cambio en los planteamientos geoestratégicos del momento, marcados por el progresivo interés de Constantino hacia Oriente. Un apoyo en este sentido podría proporcionarlo la presencia en Corduba, en 316, del comites Hispaniarum Rufinus Octavianus, cargo excepcional al margen de la administración “estable” de la diócesis, siempre desempeñado por un miembro del comitatus imperial, a fin de cumplir una misión del máximo interés para el emperador (Arce 1999)104. Como argumento en contra de esta hipótesis, uno evidente: la no existencia de pruebas incuestionables, desde la resolución de la localización de la “ceca T” (vid supra), de que la diocesis Hispaniarum se encontrara bajo el control de Majencio. Indudablemente, los restantes argumentos de carácter textual aducidos, pese a no ser concluyentes tampoco pueden ser ignorados. Hipótesis 2. Es ante esta falta de unanimidad sobre quién controla Hispania a partir de 307 donde entra en juego la segunda hipótesis, en nuestra opinión más plausible que la anterior. Si la diocesis Hispaniarum no quedaba en la esfera de Majencio, sólo podía estarlo en la de Constantino. Contamos ahora con la ventaja de poder ampliar el plazo de construcción del complejo monumental de Cercadilla a un período ligeramente más dilatado, entre 307 y 316, aunque la decisión de construirlo como sede del vicarius Hispaniarum se tomaría hacia la fecha más baja, tal vez en 308, cuando como resultado de la conferencia de Carnuntum Constantino comprende que no existe voluntad por parte de Galerio de eliminar al usurpador Majencio y sufre, por segunda vez, la humillación de ser degradado al rango de César. En 308, la única opción de Constantino es planificar la eliminación de sus adversarios mediante la sistemática organización de sus recursos, la movilización de sus partidarios y la explotación en beneficio propio de las debilidades de los rivales. Es ahí donde creemos que radica la excepcionalidad del personaje, equiparable, en un mundo igual de cambiante que el de la segunda mitad del s. I a.C., a la figura de Augusto. El primer objetivo estaba claro: su cuñado, el usurpador Majencio. Sin embargo, un ataque directo a Roma, la alternativa más rápida, era también la más peligrosa, dada la proximidad de los dos Augustos: su teórico superior, Licinio, y el propio Galerio. Ante tal situación de bloqueo, la opción más lógica para Constantino era minar la posición de Majencio en África, e Hispania era el trampolín idóneo ante el dominio marítimo que ostentaba el hijo de Maximiano. Frente a un conflicto que se presentaba largo, Constantino ordenaría a su vicarius la construcción del praetorium de Cercadilla, en una ciudad, Corduba, que contaba con todas las ventajas ya enumeradas a propósito de la Hipótesis 1, y que, a diferencia de Tarraco y Carthago Nova, se encontraba además a salvo de cualquier posible golpe de mano por parte de las flotas de Majencio. Por lo que respecta a la arquitectura de Cercadilla, los estrechos paralelos entre su aula basilical y la de Trier tienen fácil explicación si aceptamos un mismo comitente. Por otro lado, y para quien pueda considerar desmesuradas sus dimensiones en relación con las necesidades reales del vicarius, sólo es necesario recordar el carácter excepcional de la coyuntura histórica en la que nos movemos, en la que Constantino debía movilizar y centralizar, rápida y eficazmente, todos los recursos disponibles. Y en este cometido el praetorium de Cercadilla cumplía a la perfección las misiones encomendadas, 104  En los otros dos casos de comites Hispaniarum documentados, Acilius Severus y A. Tiberianus, no se especifica en qué ciudad se encontraban cuando reciben las leyes imperiales, pero ambos están relacionados con Emerita: el primero con la reconstrucción del teatro en 333-337, y el segundo con la del circo.

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entre ellas la de almacenamiento en sus enormes horrea de víveres, armas y otros recursos básicos para la prevista campaña norteafricana, y otra no menos importante para Constantino: la manifestación ante sus súbditos, mediante el lenguaje de las imágenes, de la grandiosidad del poder imperial. Una propaganda constantiniana que sus gobernadores se encargarían de desarrollar, como prueban los pedestales de estatua (CIL II2/7, 2204 y II2/7, 264) erigidos por los gobernadores de la Bética Egnatius Faustinus y Decimus Germanicus allí donde correspondía, en el viejo foro de la colonia. Por último, no debemos obviar que, en el diseño inicial, el praetorium podría haber sido concebido para la eventualidad de tener que albergar al propio emperador al frente de la previsible campaña norteafricana. Ello podría explicar el carácter quasi gemelo de su aula basilical con la de Trier. El cambiante curso de los acontecimientos, no obstante, plasmado en el fallido complot de Maximiano (310) y la muerte de Galerio en 311, junto a los problemas de Majencio en África ese mismo año, sumados a la rebelión fracasada de Domicio Alejandro y, finalmente, el acuerdo alcanzado con Licinio, alejaron a Constantino del plan inicial, acelerando su objetivo de acabar con Majencio mediante un ataque directo a Roma. Tras la victoria sobre Majencio, el centro de atención de Constantino se desplazará hacia el Este, pasando tanto el palatium de Trier como el praetorium de Corduba a un segundo plano. La vinculación de la construcción del praetorium de Cercadilla con Constantino introduce también en escena a un personaje que será fundamental en el futuro del complejo monumental. En efecto, la figura de Osio aparece vinculada a la de Constantino, como principal consejero en asuntos relacionados con la religión cristiana, desde su victoria sobre Majencio en el Puente Milvio105, sin que hasta el momento se haya presentado ninguna hipótesis, y mucho menos evidencia, sobre el origen de la relación entre el emperador y el obispo. Creemos que, de tomarse en consideración nuestra Hipótesis 2, Corduba se convertiría en el centro principal de los intereses constantinianos en Hispania, con la presencia en ella del vicarius y siendo visitada, si no por el propio emperador (de lo que no existe referencia textual alguna), sí por miembros de su comitatus. Sería precisamente uno de estos altos personajes el que estableciera un primer contacto con Osio, uno de los obispos de más prestigio de Hispania, y sirviera a la vez de nexo entre éste y Constantino106. Como ya hemos indicado a propósito de nuestra Hipótesis 1, hacia 315-316 se produciría una reestructuración de la diocesis Hispaniarum que corre pareja a la creación de la praefectura Galliae. En dicho contexto, determinado por el enfrentamiento con Licinio, Emerita Augusta será considerada como más apropiada para las misiones encomendadas al vicarius que Corduba, produciéndose el gradual traslado a ella de su centro de actuación, culminado en la década de los años 30 como demuestra la ya reseñada implicación de sendos comitatus Hispaniarum en la restauración, en nombre del emperador, del teatro y del circo de la capital lusitana (Arce 1982). En 313, en una carta cuyo texto nos transmite Eusebio de Cesarea, Constantino se dirige a Ceciliano, obispo de Cartago, anunciándole el envío de un copioso donativo imperial que “debía ser repartido entre los ministros de la legítima y santísima religión católica”, de acuerdo con el documento elaborado por Osio (Clerq 1954, 149 ss.). Dicho documento, sobre el que la historiografía no ha planteado dudas, tiene el enorme interés de presentarnos ya en una fecha muy temprana, meses después de la victoria sobre Majencio, a Osio como consejero e inspirador de la política constantinia105  Sobre Osio, obispo de Córdoba, el trabajo fundamental sigue siendo el de Clerq (1954), quien ha condicionado, no obstante, cierta visión sesgada derivada de los duros sucesos que debió afrontar en los últimos años de su longeva vida. Puntos de vista más recientes y comprensivos se encuentran en Sotomayor (1979), Lippod (1981), Nieto (2003) y Fernández Ubiña (2000). 106  Conviene recordar en este sentido el destacado papel que numerosos autores (cfr. Sotomayor, 1979) conceden a Osio ya en el primer concilio hispano, el de Elvira. Aún estaba muy reciente la persecución de 303-304 desarrollada por Maximiano a instancias de Diocleciano, de la cual el propio Osio fue víctima. El ulterior desarrollo de los acontecimientos, con la segura presencia de Osio junto al emperador en 313, no hace más que sugerir la intervención del obispo cordobés en la concertación del apoyo del episcopado hispano, y seguramente galo, a la causa de Constantino, continuador por otro lado de la política, si no favorable, sí al menos neutral hacia los cristianos llevada por su padre, Constancio Cloro (Fernández Ubiña 2000).

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na respecto a los cristianos107, comenzando por una cuestión esencial como era la provisión de bienes necesarios para que los obispos pudieran desempeñar sus funciones, aspecto que poco después sería desarrollado en el denominado Edicto de Milán con la restitución a las comunidades cristianas de los bienes confiscados durante las persecuciones de Diocleciano y Maximiano (Fernández Ubiña 2000, 448). La significativa coincidencia entre la victoria sobre Majencio y la disposición de estas medidas, en cuya aplicación se vincula a los máximos representantes de la administración imperial en Africa, sólo puede entenderse desde la perspectiva de un “programa” previamente diseñado en el que, junto al emperador, se advierte la mano de Osio como principal consejero en materias relacionadas con la “legítima y santísima religión católica”, misión que continuaría desempeñando durante la década siguiente y que alcanzaría su cenit con el protagonismo absoluto que el prelado cordobés tuvo en el Concilio de Nicea, presidido por el propio emperador. Hipótesis 3. Como derivación lógica del contexto histórico que acabamos de dibujar, el praetorium de Cercadilla, limitado en su uso por el paulatino desplazamiento del centro de acción del vicarius Hispaniarum a Mérida, habría sido cedido por Constantino a Osio, en su calidad de Obispo de Corduba y principal consejero en asuntos religiosos, para dotar su residencia y el conjunto episcopal de la ciudad bética, de un modo similar a como había hecho en Roma con el primer complejo episcopal de San Juan de Letrán, también configurado sobre la base de una residencia imperial. Este hecho, sin duda excepcional, vendría legitimado por el carácter también excepcional de Osio. Dicha donación tendría lugar probablemente tras la participación estelar de este último en el Concilio de Nicea (325), en parte como recompensa y en parte también como medio para desplazarlo a un segundo plano, si es correcta la versión que plantea un cierto distanciamiento entre el obispo y el emperador a raíz de haber ordenado éste la ejecución de su hijo Crispo y de su esposa Fausta (326). Lo cierto es que la presencia de Osio en Córdoba es prácticamente segura entre los años 326 y 343108. En este punto es necesario volver de nuevo a las excavaciones del anfiteatro para encontrar una posible evidencia en apoyo de la hipótesis que planteamos, por cuanto en la secuencia ocupacional de Cercadilla parece existir un hiatus109 entre la construcción del complejo y las primeras evidencias de ocupación cristiana, concentrada en el extremo noroccidental del complejo, para la que por el momento no existe constancia anterior a la primera mitad del s. VI (Hidalgo 2002). Nos referimos al conjunto de edificaciones dispuestas sobre la ima cavea y la arena del anfiteatro, en un momento posterior al desmantelamiento del edificio de espectáculos para edificar con sus spolia el praetorium destinado a albergar a los máximos representantes de Constantino en Hispania entre 307 y 312. De acuerdo con la documentación disponible hasta el momento, se trata de tres estructuras semicirculares de c. 8,30 m de diámetro, construidas en una fábrica de opus vittatum con refuerzo de pilares de sillería dispuestos radialmente, aglutinado con un mortero de cal de tonalidad rosácea que incluye pequeñas partículas de gravilla. Estas estructuras fueron cuidadosamente trabadas a la fábrica del podium del anfiteatro, lo que obligó a la retirada y ulterior recolocación de varios sillares del mismo. Tales construcciones formaban parte de un conjunto más amplio, de idéntica edilicia, dispuesto sobre la ima cavea y la arena del antiguo anfiteatro. Al encontrarse todavía, 107  Evitamos detenernos, por no ser sustanciales al núcleo de nuestra argumentación, en otras cuestiones como el papel de Osio en la interpretación de los signos del sueño de Constantino en vísperas de la batalla de Puente Milvio, en su conversión al Cristianismo o en su influencia sobre el “círculo de mujeres” próximas al emperador, en especial las futuras santa Elena y Santa Constanza. 108  La sombra de Osio ha estado siempre planeando sobre Cercadilla, ya sea como instigador de su construcción (Marfil 2000a), ya como beneficiario de su usufructo (Hidalgo 2002). 109  Que se debe a la imposibilidad de haber podido analizar la mayor parte de los edificios situados tras el pórtico en sigma, objeto de la primera destrucción del yacimiento en la primavera de 1991, con anterioridad al inicio de las excavaciones (cfr. Hidalgo, Marfil 1992), y a la falta de datos sobre las excavaciones realizadas en la necrópolis ad sanctos localizada en torno al aula de cabecera triconque Norte, cuya adaptación al uso cristiano está en el origen del cementerio allí localizado.

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en el momento de redactar estas líneas, en proceso de excavación, su planta y cronología no son en absoluto seguras, especialmente por lo que respecta al momento de su construcción. Sin embargo, los contextos cerámicos asociados a la amortización del conjunto (o en todo caso a una remodelación radical del mismo) apuntan a una fecha de finales del s. V o primera mitad del s. VI, por lo que, de acuerdo con la lógica estratigráfica del conjunto, lo más probable es que su construcción haya que llevarla al s. IV. Como hemos argumentado en otro lugar, con motivo de la publicación de los resultados de las dos primeras campañas de excavación en el coliseo cordubense110, los procesos de transformación de los edificios romanos de espectáculos, y muy en particular de los anfiteatros, responden a un reducido número de modelos. Así, y dejando a un lado adaptaciones excepcionales como la del teatro de Carthago Nova, reconvertido en el s. V en un mercado articulado por una gran exedra porticada (Ramallo, Ruiz 1998: 43-48)111, lo normal será la adaptación de este tipo de edificios a una funcionalidad defensiva, bien incorporándolos a una muralla urbana, bien convirtiéndolos en baluartes extramuros112. En el caso concreto de la Colonia Patricia, el grado de expoliación que el anfiteatro había experimentado ya desde comienzos del s. IV hacía inviable una funcionalidad de este tipo, pues el desmantelamiento de la fachada, summa y media cavea lo había privado de la mayor parte de su volumen arquitectónico. Por otro lado, la hipotética consideración de las estructuras semicirculares como torres choca con su ubicación en el interior de la arena. Una reutilización del anfiteatro con una funcionalidad defensiva habría dispuesto estos “refuerzos” en la fachada, nunca en el podium. Descartada la funcionalidad defensiva113, nos resta la religiosa, generalmente vinculada con el lugar en el que sufrieron martirio los primeros cristianos. Tal mutación es recogida tanto por las fuentes como por la propia investigación arqueológica, si bien su formalización adopta diferentes fórmulas. En Hispania contamos con el precioso ejemplo del anfiteatro de Tarraco, en cuya arena se construyó, en el s. VI, una basílica martirial en recuerdo del obispo San Fructuoso y de sus diáconos Augurio y Eulogio, quemados vivos en ese mismo lugar en 259 (Dupré 2004, 84; Godoy 1995, 184 ss). Una transformación de estas características parece mucho más probable para nuestro anfiteatro, máxime si tenemos en cuenta que contamos con un paralelo casi exacto en el Coliseo de Dyrrachion (actual Durres, en Albania), con un ábside adosado al podium y una nave, dispuesta sobre un vomitorium de la ima cavea, definiendo una pequeña capilla decorada con mosaicos que forma parte de un complejo cristiano mucho más amplio. Éste incluye una segunda capilla decorada con frescos y construida sobre la media cavea114, un supuesto baptisterio y una extensa necrópolis que ocupa tanto la arena como otros sectores de un anfiteatro ya abandonado y ruinoso en el momento de su construcción (Bowes-Hoti 2003)115. Tanto su cronología inicial como la de las ulteriores refor-

Cfr. los trabajos incluido en Vaquerizo, Murillo 2010. Reemplazado a su vez por un barrio comercial “bizantino” que se le superpone, fechable desde la segunda mitad del s. VI hasta finales del primer cuarto del s. VII (Ramallo, Ruiz 1998, 40). Por su parte, en el anfiteatro de Segobriga la arena es ocupada con un barrio de casas (de características indefinidas dado el modo en que fue excavado) durante los siglos IV y V. 112  Tal será el caso de varios anfiteatros italianos y galos, entre los cuales el de Caesarodunum (Tours), incorporado al recinto amurallado del s. IV. 113  El que rechacemos, por las razones expuestas, una reutilización con fines defensivos del anfiteatro en una primera instancia, no excluye que el nuevo complejo arquitectónico resultante pudiera acabar desempeñando ciertas funciones de este tipo en el suburbium occidental, a modo de fortín o baluarte y en un contexto histórico preciso y diferente al del s. IV, como es el de la lucha por el mantenimiento de la autonomía política cordubense, bajo la égida de sus obispos y de la oligarquía urbana, frente a la presión expansionista del reino visigodo de Toledo, al que asistiremos desde un momento avanzado del s. V y, fundamentalmente, durante la primera mitad del s. VI (cfr. García Moreno 1995) 114  Y tal vez una tercera, localizada apenas a 15 m de esta segunda (cfr. Bowes-Hoti 2003, Fig. 4). 115  Una reutilización como lugar de culto cristiano está también atestiguada en el anfiteatro de Salona, con una cronología de los ss. VI-VII (cfr. Dyggve, Recherches à Salone, Copenhagen, 1933, vol. II, p. 55). 110  111 

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mas, incluyendo un vasto programa decorativo con frescos y mosaicos, está poco clara debido a las deficiencias que rodearon su excavación y a la no publicación de los resultados de la misma (Miraj 2003). No obstante, el proyecto de investigación actualmente en curso que dirige S. Santoro116, y que contempla la reexcavación, restauración y creación de un parque arqueológico en el anfiteatro, promete un sustancial cambio en la situación (Santoro 2003). A este respecto, parece probable que la construcción de la capilla, consagrada a un mártir local, el obispo Astion, y a S. Stefano, se realizara con motivo de la restauración de la ciudad en el último cuarto del s. V por el emperador Anastasio I, natural de Dyrrachion (Santoro, Hoti 2008). Comenzamos, pues, a vislumbrar modelos con los que contrastar la dinámica de transformación de nuestro anfiteatro en centro de culto cristiano, seguramente de carácter martirial si atendemos a la probable muerte en su arena de Acisclo117. Conviene, en cualquier caso, ser prudentes hasta que las nuevas campañas de excavación nos proporcionen un conocimiento más profundo, tanto de las características arquitectónicas de estas edificaciones, como de su horizonte cronológico y posible funcionalidad. No obstante esta necesaria prudencia, consideramos posible (o al menos sugerente) relacionar el complejo arquitectónico que se erige sobre las ruinas del antiguo anfiteatro, orientado hacia Cercadilla y construido con una técnica edilicia que en nuestra opinión se inspira claramente en el opus vittatum allí empleado118, con el paso del praetorium de Cercadilla a residencia del obispo Osio, tal y como hemos expuesto en nuestra tercera hipótesis y de acuerdo con una idea ya manifestada tanto por Marfil (2000a y 2006) como por Hidalgo (2002), si bien el segundo lo considera el beneficiario del palatium construido por Maximiano, y el primero directamente como el constructor del complejo a partir del segundo cuarto del s. IV119. Nosotros nos inclinamos por considerar Cercadilla como un praetorium construido por orden de Constantino (a partir de 307/308) para el vicarius Hispaniarum y la administración de las provincias hispanas, en el contexto de la reorganización que realiza de sus territorios con el fin de movilizar los recursos que, a la postre, le permitirán vencer a sus rivales (primero Majencio y luego Licinio). Sin embargo, suscribimos plenamente la hipótesis de Hidalgo (2002, 344 ss.) de vincular el destino posterior de Cercadilla a la figura de Osio, en tanto y en cuanto obispo de Córdoba, consejero del emperador y personalidad de indudable prestigio en amplios círculos del Imperio. De este modo, como ya vimos, Constantino no haría sino repetir el proceso ya seguido en Roma con el complejo de San Juan de Letrán, convertido en sede del obispo de Roma. Por su parte, Osio, testigo en primera persona de la persecución de Maximiano, que había conducido a la muerte a los cinco mártires cordobeses, y que para el momento en el que nos encontramos (segundo cuarto del s. IV) era conocedor de los primeros signos de culto martirial surgidos en Roma, Jerusalén y otras ciudades del Imperio, en muchos casos auspiciados por Constantino y su círculo más íntimo (cfr. Deichmann 1993; Krautheimer 1993; Testini 1980), debió recibir el donativum imperial con la evidente intención de convertir el complejo en símbolo de la Iglesia triunfante, incrementando su discurso propagandístico con la edificación sobre los restos del anfiteatro de un complejo martirial cuyas características aún deberán definir los trabajos arqueológicos, tanto en curso como futuros.

Del que puede consultarse una interesante síntesis en este mismo volumen. Sobre el carácter de San Acisclo como principal mártir cordobés, junto a San Zoilo, San Fausto, San Genaro y San Marcial, víctimas todos de la persecución de Diocleciano y Maximiano en 303-304, así como del temprano culto al mismo ya en la Corduba del s. IV, cfr. Hidalgo 2002, pp. 358 ss., quien sigue en este punto la opinión de Sotomayor (1964) y García Rodríguez (1966). 118  Con la única diferencia de que sustituye los listeles horizontales de ladrillo por “pilas” verticales de sillería dispuestas radialmente (estructuras absidales) o en las esquinas (edificaciones de la arena). 119  Aun cuando una fecha de construcción para Cercadilla a partir de 325, como plantea Marfil (2000a), podría acomodarse al contexto arqueológico del suburbium, del anfiteatro y de la propia secuencia del yacimiento, los problemas de datación interna que aún plantea hacen difícil considerar a Osio como comitente, por una simple cuestión de fechas. 116  117 

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Nos encontraríamos así ante uno de los primeros ejemplos de lo que tanto Constantino como Osio, cada uno desde su perspectiva pero indudablemente de un modo coordinado, comenzaban a pergeñar como núcleo de un discurso en el que la comunión Iglesia-Imperio, teniendo siempre a Constantino como cabeza visible de aquélla, se iba a transformar en uno de los principales soportes ideológicos del nuevo régimen. Sin embargo, las inmediatas disputas teológicas se convirtieron en un contrapunto de esta tendencia, recientemente objeto de las sugestivas hipótesis planteadas por Veyne (2008). ***** La conformación en el suburbium de Corduba de un complejo cristiano integrado por la sede episcopal, un conjunto martirial y varias áreas cementeriales sería notable por dos razones. En primer lugar por la situación extramuros del complejo episcopal, ciertamente no frecuente pero en absoluto excepcional, como ponen de relieve las contribuciones en este mismo volumen de A. Arbeiter y A. Chavarría, y en segundo lugar por su extensión y alta cronología. Esa inicial excepcionalidad motivada por ser Osio episcopus Cordubae y principal consejero de Constantino en asuntos relacionados con la Iglesia Católica, coincidencia que explicaría la transformación del praetorium en sede episcopal integrada por el palacio del obispo y otra serie de dependencias (cfr. Marfil 2000a y 2006), desaparece desde el momento en que atendemos a la totalidad del suburbium. En estos momentos, el suburbium occidentale cordubense se encuentra en pleno proceso de cristianización: en él se distribuyen el posible conjunto martirial que estamos definiendo en el anfiteatro y su entorno inmediato120, así como las áreas funerarias cristianas identificadas en el Paseo de la Victoria (Castro et alii, 2006), el Cortijo de Chinales y el Cementerio de la Salud (Fig. 13); todo lo cual dibuja un panorama muy similar al complejo coetáneo del Francolí en Tarraco (López Vilar 2006). La comparación con Tarraco puede resultar esclarecedora121: un conjunto urbano que para el s. IV ha sido definido como “bipolar”, con un acusado proceso de abandono y transformación de la ciudad baja desde el tránsito del s. III al IV, que está acompañada, desde 313, por el desarrollo del suburbium del Francolí, focalizado por la edificación de una memoria a los mártires locales (Fructuoso, Augurio y Eulogio), en torno a la que se desarrollará una tumulatio ad sanctos y el primer episcopio (Macias 2000). Frente a ella, en la zona alta, el área ocupada por el complejo provincial permanecerá indemne hasta inicios del s. V, albergando los últimos y agónicos signos de la administración provincial romana hasta su desintegración definitiva tras 409 (Arce 1999). Se detecta entonces un proceso de transformación reflejado en la ocupación del circo con viviendas y espacios artesanales, la instalación de cisternas en los criptopórticos de la plaza de representación, la disposición de vertederos que reflejan la ocupación doméstica, e, incluso, la eliminación de grandes estructuras altoimperiales para abrir nuevas calles. En suma, una completa reestructuración urbanística que culminará en un momento indefinido con la instalación de un nuevo complejo episcopal en esta zona alta, la única realmente urbana de Tarraco, y la construcción, en el s. VI, de un santuario martirial en la arena del anfiteatro (Macias, Remolá 2004). Sin pretender entrar en la discusión sobre si la basílica y el baptisterio anexo excavados por Serra deben ser considerados o no el primitivo complejo episcopal tarraconense (Macias 2000), lo que sí parece incuestionable en el estado actual de la investigación es la imposibilidad de que éste 120  Recordemos, por ejemplo, las referencias relativas a enterramientos y a ladrillos decorados “visigodos” en el sector existente entre Cercadilla y el anfiteatro, o la tumbas localizada a gran profundidad, en 1927, con motivo de la construcción de la Escuela de Veterinaria (cfr. Santos Gener 1958). Esta tumba tardía, junto a la documentada en las excavaciones de 2003 en el anfiteatro (cfr. Vaquerizo, Murillo 2010) y las referencias a otros hallazgos de tumbas con motivo de la construcción del Cuartel de la Victoria y de la Avenida de Medina Azahara (cfr. Martín Urdiroz 2002), podrían estar estrechamente relacionadas con un área funeraria formada en función del complejo cultual del anfiteatro. 121  En Augusta Emerita no existe aún una visión tan extensa del comportamiento del suburbium como las que comienzan a ofrecer Tarraco y Corduba. Para un estado de la cuestión actualizado cfr. Mateos, 2005.

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Fig. 13. Los suburbia de Corduba durante la Antigüedad Tardía.

Fig. 14. Hipótesis de localización de los principales espacios de poder en Corduba durante la Tardoantigüedad (© GMU-UCO).

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se ubicara en la parte alta de la ciudad, que mantendrá unas funciones estrictamente civiles y administrativas hasta comienzos del s. V, lo que obliga a relativizar el principal argumento esgrimido por López Vilar (2006, 259 ss.) para negar que nos encontremos ante la basílica y la residencia episcopal: su carácter extramuros frente al carácter supuestamente intramuros que concede a los complejos episcopales en consonancia con el cambio historiográfico que al respecto se operó en las últimas décadas del siglo pasado122. Los últimos trabajos desarrollados por Marfil (2006) en la Mezquita-Catedral de Córdoba, y por nosotros mismos en el sector meridional frontero con el río (León, Murillo 2009; Murillo et alii 2010), comienzan a ofrecernos una nueva visión del gradual proceso de transición desde la Colonia Patricia clásica a la Corduba tardoantigua (Fig. 14). A diferencia de lo observado en el suburbium, tras las transformaciones de los siglos III y IV, no encontraremos programas edilicios de envergadura hasta comienzos del s. V. Es cierto que las excavaciones en el Alcázar Cristiano han demostrado la existencia, a lo largo de los siglos III y IV, de reiterados procesos de refortificación que acabaron convirtiendo la muralla pomerial de época julio-claudia (cfr. Murillo 2010, con la última bibliografía) en una poderosa fortificación de más de 8 m. de anchura, proceso que es posible extrapolar a otros lienzos de la ciudad, como el Noreste frontero a la Plaza de Colón, donde se constata la disposición de un forro externo que amortiza incluso una domus del s. III adosada a la muralla. Sin embargo, son operaciones que mantienen los recintos existentes, destinadas por tanto a dar respuesta a la creciente inestabilidad, más que a una sustancial remodelación de los sistemas defensivos de la ciudad, hecho que no se operará hasta el siglo V, con la construcción de un castellum de 45 x 95 m adosado al ángulo suroccidental de la muralla por su lado meridional, con el objetivo evidente de proteger el puerto fluvial y de garantizar el control y acceso a la cabecera del puente por ese lado de la ciudad (León, Murillo 2009). Aun cuando las dificultades para fechar estas estructuras son grandes, dada la escasa precisión cronológica que aportan todavía los contextos cerámicos, y la superposición de dependencias pertenecientes al posterior Alcázar omeya, la alcazaba almohade y el castillo cristiano (León, Murillo 2009; Murillo et alii 2010), los datos existentes apuntan a su construcción entre mediados del s. V y mediados del s. VI. Este castellum, muy similar al constatado en Barcino junto al puerto, albergaba una monumental estructura hipóstila, y se convertiría en el germen del complejo civil de gobierno de la ciudad durante los siglos VI y VII (y posteriormente durante toda la etapa medieval, hasta su desplazamiento al entorno de la Plaza de la Corredera en los siglos XVI-XVII). Por primera vez, nos encontramos con un programa edilicio autónomo que no es único, por cuanto las excavaciones que venimos realizando ininterrumpidamente desde 1999 junto a la Puerta del Puente nos han permitido documentar un amplísimo edificio que se extiende desde el lado oriental de la plaza construida en época julio-claudia (Murillo 2004), hasta el kardo existente a la altura de la C/ Caño Quebrado. Este monumental edificio, que se mantuvo en uso hasta época almohade, transformado durante la etapa omeya en una gran residencia áulica vinculada al control de la Puerta del Puente (cfr. Murillo et alii 2004), presenta una particular edilicia definida por grandes cimientos de mampostería abiertos hasta alcanzar el terreno geológico, sobre los que se dispondría un alzado de sillería que reutiliza material procedente de edificios romanos próximos. Actualmente en estudio, presenta, a partir de los primeros contextos excavados y estudiados en 2003-2004 (Casal, Salinas 2009) una cronología de finales del s. V o

122  Volvemos a insistir en la necesidad de no incurrir en viejos errores y analizar a la luz de las nuevas evidencias arqueológicas los diversos comportamientos regionales y las circunstancias excepcionales de muchas ciudades. El hecho de que lo habitual sea que el conjunto episcopal se instale en el interior del recinto amurallado no excluye necesariamente la existencia de excepciones, o, como en el caso de Tarraco o Corduba, una primera implantación extramuros, en el suburbium, y un ulterior traslado intramuros, todo ello como consecuencia de factores locales, primero, y de un progresivo proceso de inseguridad, después, que aconsejó su ubicación al amparo de las defensas urbanas, en un momento en el que, además, los órganos de gobierno de la ciudad habían experimentado una sustancial modificación.

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inicios del s. VI, y ha sido recientemente identificado como perteneciente al complejo episcopal de Corduba en su sede, ya históricamente constatada, de San Vicente (León, Murillo 2009). De acuerdo con la propuesta de León Muñoz y Murillo (2009, Figuras 2 y 5), el complejo episcopal cordubense se habría dispuesto a ambos lados del antiguo kardo maximus en su trazado por la nova urbs correspondiente a la refundación augustea de la ciudad (Murillo 2010, Fig. 4), delimitado al Este y al Oeste por sendos kardines que conformarían tanto la fachada occidental como la oriental de la Mezquita aljama omeya (anterior a la ampliación amirí hacia el Este de finales del s. X). La ausencia de excavaciones estratigráficas en el interior de la Mezquita-Catedral nos impide saber si la configuración del complejo supuso la amortización o no del kardo máximo, aunque es probable que así fuera, quedando configurada la circulación desde la parte alta de la ciudad hasta la Puerta del Puente a través de los dos kardines laterales. Éstos circunvalarían el recinto episcopal conduciendo hasta la antigua plaza romana allí existente, ya muy transformada con el desmantelamiento de los pórticos en el s. V, el vano occidental de la original puerta trifora tapiado desde probablemente el s. VI, y la fachada del gran edificio tardoantiguo, que interpretamos como perteneciente al complejo episcopal, presidiendo su lado oriental (cfr. Carrasco et alii 2003; Casal, Salinas 2009; Murillo et alii 2010). Sería la imagen urbana del poder del obispo, auténtico señor de la ciudad en los dos siglos que van desde el desplome de la administración provincial romana en la Bética a la conquista definitiva de Corduba por Leovigildo en 585. Marfil (2006) plantea un traslado de la residencia episcopal y de los restantes edificios a ella vinculados desde Cercadilla, donde según su hipótesis habrían sido fundados por Osio, al interior de la ciudad a mediados del s. VI, tras el episodio que rodeó la profanación por Agila del templo consagrado a San Acisclo y la posterior derrota sufrida por el monarca visigodo a manos de los cordobeses (cfr. García Moreno 1995). La ya reseñada falta de excavaciones en el interior del recinto sagrado impide contextualizar y aquilatar la cronología de los sin duda importantísimos vestigios cristianos existentes bajo el patio y el oratorio de la mezquita omeya, lo que explica las divergencias interpretativas, como la plasmada en la reciente publicación de I. Sánchez (2009) a propósito del complejo episcopal de Corduba, donde la investigadora, apoyándose de nuevo en la supuesta imposibilidad de que existan sedes episcopales fuera de las murallas urbanas, sostiene que la misma estaría emplazada en este punto ya desde un primer momento, que sitúa en el s. IV. Evidentemente, en tanto y en cuanto no contemos con nuevas excavaciones en la propia Mezquita-Catedral, o al menos con una revisión en profundidad de los edificios, sin duda cultuales, ya conocidos a través de las excavaciones de F. Hernández, la cuestión continuará siendo opinable, pero ello no es óbice para que rechacemos la propuesta de restitución que hace Sánchez (2009) para la basílica, por cuanto la sitúa con un desarrollo hacia el Oeste que ocupa e intercepta el trazado de un kardo romano que se ha mantenido hasta la fecha como límite occidental del complejo religioso, separando la Mezquita aljama del Alcázar Omeya, y que, además, no ha sido nunca ocupado por edificaciones, como demuestran los trabajos arqueológicos desarrollados con motivo de la reciente remodelación de la calle Torrijos, que por el contrario han permitido documentar la traza del sabat o pasadizo cubierto construido sobre ella por al-Hakam II, y evidencias de su antecesor, construido por el emir ‘Abd Allah. En cualquier caso, estimamos que, como han sostenido antes que nosotros otros investigadores, es muy difícil encontrar una respuesta satisfactoria al uso del praetorium de Cercadilla una vez operado el desplazamiento de los intereses estratégicos constantinianos hacia Oriente y el traslado del vicarius Hispaniarum a Mérida, si no es mediante la vinculación del mismo a Osio, único comitente en nuestra opinión capaz a su vez de desarrollar un programa constructivo como el documentado tras el desmantelamiento del anfiteatro, dotado de una muy probable connotación martirial y que imita la arquitectura de Cercadilla en un intento de dotar a todo el suburbium de una unidad que simbolizara el triunfo de la Iglesia y el ascenso de su obispo. Por otra parte, la continuidad de las funciones de representación en el foro colonial hasta los comedios del s. IV, desarrollada por los gobernadores provinciales como evidencia la epigrafía (vid.

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supra), y la notable extensión del complejo episcopal de San Vicente, perfectamente adaptado además a la trama urbana de la parte meridional de la ciudad, hacen improbable, a nuestro juicio, su configuración en un momento temprano del s. IV. Además, de aceptarse esta cronología temprana, y en este contexto, el único candidato plausible para haber promovido tan vasta área episcopal sería el mismo Osio, y su trayectoria y quehacer parecen encajar más con nuestra hipótesis. En este sentido, conviene traer a colación otro argumento, y es el olvido (prácticamente una dannatio memoriae) al que el ya centenario obispo cordubense fue sometido en toda la cristiandad occidental (incluida su propia diócesis; Nieto 2003, 20 ss.), tras los confusos acontecimientos que rodearon su llamada a Mediolanum y retención por el emperador Constancio II en 256, su presumible caída en la herejía arriana (a la que había combatido durante media vida), y su inmediata muerte en Sirmium, probablemente a finales de 357 (cfr. Clerq 1954). Indudablemente, estos acontecimientos debieron influir en la pérdida de prestigio de la sede episcopal de Osio en Cercadilla, por lo que no es descabellado plantear la hipótesis de que sus inmediatos sucesores promovieran el traslado de la misma al emplazamiento de San Vicente, tal vez ya a finales del s. IV o a inicios del s. V, en un momento aún lo suficientemente temprano como para que la trama urbana heredada de época romana no se hubiera fragmentado en exceso. Esto permitiría una implantación unitaria y extensa como la que hemos defendido en otro lugar (León, Murillo 2009), coincidente también con la definitiva desintegración de la administración provincial romana y la configuración del obispo y de una reducida oligarquía urbana como nuevos rectores de la ciudad, en las vísperas del reparto de Hispania en 409 por suevos, alanos y vándalos, llamados por el propio emperador en el contexto de la enésima usurpación y consiguiente guerra civil (Arce 1982). Desde este momento, la niebla del olvido que había borrado de la memoria a Osio caería también sobre Cercadilla, convirtiéndose el suburbium en un espacio eminentemente martirial y funerario estrechamente vinculado a su mártir por antonomasia, San Acisclo, con el que se relacionan muchos de los sucesos que en él acontecen (como los de 550 o 711123).

8. Recapitulación Acabamos aquí nuestro rápido repaso por la realidad arqueológica cordubense actual, a partir de los trabajos realizados fundamentalmente por nuestro equipo en las últimas décadas. A través de ellos hemos podido comprobar que Córdoba es mucho más que su intramuros; no ya sólo porque sus murallas quedaran pequeñas para acoger a sus habitantes en varios momentos de su historia, sino también porque fuera de los muros se prolongaba la vida, y reinaba la muerte. Así se ha documentado en sus cuatro áreas suburbanas, evidenciando de forma fehaciente la enorme complejidad del yacimiento. Desde esta premisa, el análisis arqueológico del anfiteatro cordubense y su entorno suburbano debe contextualizarse en el marco de las profundas transformaciones que a lo largo de la historia ha conocido la imagen urbana de Córdoba, entendida siempre como único y complejo yacimiento. Este imponente edificio de espectáculos, erigido hacia mediados del siglo I d.C. (esto es, unos cincuenta años más tarde que el teatro, pero prácticamente coetáneo al circo), hubo de convertirse desde un primer momento en uno de los principales referentes urbanísticos de la ciudad, dadas su monumentalidad (sus dimensiones lo sitúan entre los mayores del mundo romano; vid. al respecto Vaquerizo, Murillo 2010) y ubicación, frente al recinto amurallado occidental y junto a una de las principales vías de acceso a aquélla: la Corduba-Hispalis (Murillo et alii 2009b). A los efectos escenográficos y emocionales (también, de orgullo y excitación) que su contemplación suscitaría entre los habitantes y visitantes de Corduba que lo sabían sede de ejecuciones, munera gladiatoria, venationes y todo tipo de espectáculos sangrientos, debemos sumar el inequívoco mensaje de adhesión a Roma y al régimen del Principado que las elites cordubenses –orgullosas

Cfr. HIDALGO, 2002, pp. 358 ss.

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del carácter capitalino de su ciudad–, proclamaron al resto del Imperio mediante su construcción y magnificencia. Al estudiar, pues, el edificio y sus espacios aledaños nos ha sido posible percibir, con nitidez y desde una lente poco habitual, la evolución diacrónica, funcional y sociológica del suburbio occidental cordubense, contrastando con criterio especular la imagen de la ciudad que se proyecta y se percibe desde el extrarradio (para propios y extraños escaparate especialmente representativo de la propia ciudad)124, así como el papel determinante que las áreas periurbanas desempeñan siempre en el funcionamiento del corazón mismo del conjunto habitado. Ésta sería la Corduba que en las últimas décadas del s. VI pasa definitivamente a la esfera visigoda, perdiendo su anterior autonomía política e iniciando un período que ha sido también objeto de atención estos últimos años (Sánchez Velasco 2006), pero necesitados en último término de un estudio en profundidad que clarifique las múltiples ramificaciones culturales e ideológicas de una etapa todavía por conocer en su más profunda expresión. A ellos les sucederían desde comienzos del siglo VIII los musulmanes, que tras devolver a Qurtuba su carácter capitalino y conjugando perfectamente herencia clásica y tradición oriental concederían a la ciudad nuevos siglos de esplendor (Acién-Vallejo 1998; Murillo et alii 2004; León Muñoz 2006); pero ésa es otra historia en la que no podemos detenernos ahora125.

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Desiderio Vaquerizo / Juan F. Murillo

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Garriguet Mata, José Antonio: “Samuel de los Santos Gener y los inicios de la Arqueología Urbana en Córdoba”.

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Arqueología Clásica Rodríguez, M.ª Carmen: “El poblamiento rural del Ager Cordubensis: Patrones de asentamiento y evolución diacrónica”.

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León Pastor, Enrique: “Portus Cordubensis”.

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Cánovas Ubera, Álvaro; Castro del Río, Elena; Vargas Cantos, Sonia: “Intervención arqueológica preventiva en la nueva sede de EMACSA (Avda. Llanos del Pretorio, Córdoba)”.

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Gutiérrez, M.ª Isabel; Mañas Romera, Irene: “Los pavimentos del Convento de Jesús Crucificado, Córdoba”.

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García, Begoña; Pizarro, Guadalupe; Vargas, Sonia: “Evolución del trazado urbanístico de Córdoba en torno al Eje Tendillas-Mezquita. Hallazgo de una cisterna romana de abastecimiento de agua”.

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[ monografías de arqueología cordobesa ]

Pág. 21 / 44

Castro, Elena; Cánovas, Álvaro: “La domus del Parque infantil de Tráfico (Córdoba)”.

monografías de arqueología

Monografías de Arqueología Cordobesa (MgAC), que vio la luz en 1994, es una serie de carácter temático publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo de esta misma ciudad,

cordobesa

en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas, que dirigen

Vaquerizo, D. (Ed.)

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica Topografía, usos, función

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el Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo Gil y el Dr. Juan Fco. Murillo Redondo. MgAC surge como instrumento para dar a conocer de forma monográfica propuestas de interpretación arqueológica desarrolladas por Investiga-

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ÍNDICE

dores de dicho Convenio, que someten así, de manera periódica, su trabajo al juicio crítico de la comunidad científica internacional, así como temas de especial relevancia para el avance de la investigación arqueológica española y cordobesa.

Casal, M.ª Teresa; Martínez, Rafael; Araque, M.ª del Mar: “Estudio de los vertederos domésticos del arrabal de Šaqunda: Ganadería, alimentación y usos derivados” (750 - 818 d.C.) (Córdoba).

Pág. 183 / 230

Murillo, Juan F.; Ruiz, Dolores; Carmona, Silvia; León, Alberto; Rodríguez, M.ª Carmen; León, Enrique; Pizarro, Guadalupe: “Investigaciones Arqueológicas en la Muralla de la Huerta del Alcázar (Córdoba)”.

Pág. 231 / 246

Pizarro, Guadalupe: “El alcantarillado árabe de Córdoba II. Evidencia arqueológica del testimonio historiográfico”.

Pág. 247 / 274

Arnold, Felix: “El edificio singular del Vial Norte del Plan Parcial RENFE. Estudio arquitectónico”.

Pág. 275 / 288

León Pastor, Enrique; Dortez, Teresa; Salinas, Elena: “Las áreas industriales en los arrabales de al-Yanib al Garbi de Qurtuba. El alfar del Cortijo del Cura”.

Pág. 289 / 302

Salinas, Elena; Vargas, Sonia: “Un pozo tardoalmohade en el Hospital de Santa María de los Huérfanos de Córdoba”.

Pág. 303 / 326

Martagón, María: “Qurtuba y su territorio: una aproximación al entorno rural de la ciudad islámica”.

Pág. 327 / 342

Larrea Castillo, Isabel; Hiedra Rodríguez, Enrique: “La lápida hebrea de época emiral del Zumbacón. Apuntes sobre arqueología funeraria judía en Córdoba”.

Pág. 343 / 362

Cánovas, Álvaro; Salinas, Elena: “Excavaciones Arqueológicas en el entorno de la Iglesia de Santa Marina de Córdoba”.

Publicaciones Pág. 365 / 382

Convenio GMU-UCO. Publicaciones y actividades 2008-2010.

Con la colaboración de MINISTERIO DE Ciencia e Innovación

Vaquerizo, D. (Ed.)

Pág. 143 / 182

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica

Arqueología Medieval

Imagen de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia desde el suburbium orientalis (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

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