Una mirada crítica a las intersecciones entre la heteronormatividad y la econormatividad. Hacia un Ecosocialismo Queer

July 19, 2017 | Autor: Siobhan Mc Manus | Categoría: Queer Theory, Queer Ecology, Ecosocialismo
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Descripción

"Una mirada crítica a las intersecciones entre la heteronormatividad y la econormatividad. Hacia un Ecosocialismo Queer."1

Por: Fabrizzio Guerrero Mc Manus

Este texto persigue transmitir dos tesis fundamentales así como una propuesta positiva para abordarlas. La primera de dichas tesis consiste en señalar que la gramática de la heteronormatividad está íntimamente asociada al término “Naturaleza”. Por gramática me refiero aquí al sistema de reglas que gobiernan la producción, articulación y uso de los enunciados del discurso heterosexista, funcionalista y complementarista que calificamos como heteronormatividad. La segunda tesis elabora sobre la primera al mostrar que las consecuencias de dicha vinculación no sólo se manifiestan en el plano ideológico sino que tienen consecuencias importantes en la esfera de la acción política. Así también, se plasman en la forma en la cual la Naturaleza se construye como una morada que bien puede resultar hospitalaria u hostil para la vida humana. Finalmente, la propuesta de este texto consiste en comenzar a esbozar un Ecosocialismo Queer que funda las intuiciones tanto del Ecosocialismo2 como de la Ecología Queer3. Apuesto así por la construcción de un modelo de crítica y acción política que no sólo sea capaz de superar a la heteronormatividad sino que, por un lado, evite la posibilidad de que ésta se rearticule a modo de una econormatividad y, por otro, evite asimismo la posibilidad de que las identidades Queer sean mercantilizadas y subsumidas bajo la dinámica urbana en la cual florecieron. 1 Este texto sirvió de base para la conferencia del mismo nombre que dicté en el COLMEX el día 20 de mayo de 2015 dentro del Seminario Permanente de Investigación 2015. 2 Una adecuada caracterización de los objetivos y propuestas del Ecosocialismo se encuentra en Wall (2010). 3 Una adecuada caracterización de los objetivos y propuestas de la Ecología Queer se encuentra en Mortimer-Sandilans (2014). Morton (2010) es igualmente un punto de inicio pertinente para comprender qué es la Ecología Queer.

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Sobre esta propuesta vale aclarar que, si bien el término de Ecosocialismo Queer es de mi cuño, tanto el Ecosocialismo como la Ecología Queer han tenido trayectorias que hacen de dicha aproximación un enfoque natural, válgase el juego de palabras. Así, por ejemplo, el Ecosocialismo, en palabras de Derek Wall (2010), no sólo versa acerca de una crítica radical al Capitalismo como sistema productivo, incluyendo sus redes de distribución y sus patrones de consumo, de tal suerte que se le señala como el factor causal por antonomasia en la crisis ecológica actual. Versa, asimismo, acerca de cómo articular una agenda verde que resista la falsa disyuntiva de apostar por una sostenibilidad que sacrificaría el bienestar humano o, por el contrario, de hacer justo lo opuesto y asumir una actitud prometeica que, en nombre del desarrollo, condene a muerte al medioambiente. Precisamente por esto último es que el Ecosocialismo no sería simplemente rojo y verde sino que tendría, como también afirma Derek Wall, un componente altamente sensible a las agendas de las mujeres, las minorías sexo-genéricas, las relaciones racializadas y las herencias coloniales y sus nuevos avatares en la neo-colonialidad4. Ello no únicamente por su mayor vulnerabilidad sino también porque las herencias coloniales son imprescindibles tanto para pensar la opresión, el despojo y la crisis ecológica, por un lado, y las relaciones de género, por otro. Asimismo, porque las relaciones de género se hacen presentes en las relaciones productivas de formas que tienen consecuencias para la conservación y la restauración dado el rol que históricamente se le ha asignado a las mujeres como encargadas del espacio doméstico. Esto es, el Ecosocialismo sería ya eminentemente interseccional en sus alcances como discurso crítico y marco de acción política. Sería ya verde, rojo, pardo y rosa. Por otro lado, la Ecología Queer, nacida del Ecofeminismo Queer5 y la Ecocrítica6 tras sus giros ontológicos y post-humanos7, persigue interrogar no sólo la idea misma de una supuesta Naturaleza 4 Wall de hecho señala como antecedentes importantes en la tradición ecosocialista a Edward Carpenter y Havelock Ellis, ambos socialistas, homosexuales y críticos de las visiones tanto prometeicas como funcionalistas. 5 El texto de Gaard (1997) es mencionado tanto por Morton (2010), Garrad (2010) y Mortimer-Sandilans (2014) como el punto de quiebre en el cual se comienza a configurar una Ecología Queer. 6 Esto es especialmente cierto en lo que respecta a la Ecocrítica articulada por el mismo Morton (2009). 7 Éste no es el lugar para definir ambos términos. Basta decir que el giro post-humano versa acerca de las consecuencias

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Humana -rígida, inmutable, pancultural y eterna- sino también la forma en la cual dicha idea se produce y post-produce8 siempre en consonancia con un imaginario sobre la Naturaleza; dicho imaginario decretaría una ruptura radical entre lo natural y lo humano, haciendo de lo primero el reino del funcionalismo y de lo segundo la provincia de lo perverso. Dicha ruptura se volverá así, por tanto, un sitio de indagación privilegiada para comprender cómo se articulan los imaginarios que naturalizan y esencializan a lo humano, por un lado, y cómo le asignan de igual modo un lugar en el mundo y precondicionan con ello el tipo de relaciones que habrá de tener para con la Naturaleza, por otro. Sin embargo, la Ecología Queer corre el riesgo de no prestar suficiente atención al Capitalismo como fenómeno global y, con ello, pasar por alto la forma en la cual la mercantilización y el consumo afectan hoy en día a las identidades Queer mismas. En suma, si bien tanto las tesis como la propuesta aquí presentadas pueden considerarse parte de dos corrientes preexistentes, lo que yo agrego justamente es el esfuerzo de conectarlas para construir con ello un aparato crítico mucho más fino en su capacidad de atender tanto a los imaginarios que subyacen a los discursos y aparatos de opresión como a nuestra capacidad de deconstruirlos y ofrecer nuevos senderos. Habiendo dicho esto, doy paso al cuerpo del argumento. Me enfocaré primeramente en presentar esta gramática de la heteronormatividad y sus vínculos con el concepto de Naturaleza. A ello le seguirá un recuento de las consecuencias que tiene dicha conexión y los riesgos que entraña para las agendas verde y rosa el no prestarle atención a la forma en la cual se co-producen los imaginarios acerca de la Naturaleza y la Naturaleza Humana. Finalmente, delinearé algunos elementos del Ecosocialismo Queer en el entendido de que dicha propuesta es, en cualquier caso, un esbozo. que tiene la deconstrucción de la distinción humano-no humano y su correlato en naturaleza-sociedad. El giro ontológico apunta a que estamos ante una discusión acerca de entidades, procesos y objetos y no meramente acerca de cómo se les representa. Grusin (2015) ofrece un buen texto introductorio sobre este punto. 8 Uso el término “post-producción” para traducir el término “rendering” que Timothy Morton (2009) toma de los estudios sobre cine y que lleva a la ecocrítica.

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Venga entonces la pregunta acerca de qué es esto que he llamado la gramática de la heteronormatividad o del porqué el verde y el rosa, el pardo y el rojo, se necesitan mutuamente. Para ello atendamos al concepto de Naturaleza. Este concepto -la Naturaleza- es, en términos derrideanos, un concepto claramente diseminado, esto es, está encantado por su propia historia, por su propia genealogía; cada frase en la que se le encuentra es ya una deconstrucción en ciernes. La huella de dicha historia amenaza con hacerlo inútil o, peor, peligroso. Por ello es que autores como Timothy Morton (2009) quisieran desembarazarse de él, negar su fecundidad indomable. Y es que, si fuera simplemente un concepto polisémico, con múltiples acepciones, entonces quizás sería todavía domesticable. Pero la Naturaleza es un concepto salvaje, silvestre, y se resiste a nuestros intentos de legislarle. La Naturaleza es un concepto vivo y lleno de herencias en las cuales la diferencia diferida de sus usos, de los usos de la Naturaleza y de la palabra “Naturaleza”, nos hacen creer que estamos ante la presencia coherente y aprehensible de un gran Otro que, sin embargo, es ya el resultado de la arqui-escritura que produjo tanto al Nosotros y a sus Otros implícitos. La “Naturaleza”, en tanto palabra, construye su valor a través de redes de oposiciones que le brindan un significado. Naturaleza es aquello que no es artificial, que no es producido por el ser humano -o, ¿deberíamos decir El Hombre?-, es lo propio de la Physis del Universo, es también este Universo, las Leyes de dicho Universo y los términos de Clase Natural que las conforman. Naturales son pues esos entes que pertenecen a una clase porque las clases también son naturales. Naturaleza es aquello que no es urbano, porque lo urbano es artificial y, quizás, artificioso. Naturaleza es también aquello que está allá afuera, lejos, el otro del Sujeto, es decir, el universo de los objetos. Naturaleza también es un mandato. Es un principio de orden que acomoda a los objetos del Mundo. Que otorga posiciones y legitima, por la Ley, el lugar que a cada uno le toca. Y este mandato, puede ser teológico o ateo, puede ser ecológico, termodinámico y trófico. Lo mismo dicta qué se puede 4

comer que a quién se puede amar. Lo mismo dicta quién puede aspirar a qué y quién es el tutor y quién el tutelado. Pero, entonces qué pasa con el otro de lo urbano que está allá afuera. Aquéllos que en su ruralidad carecen de clase. Aquéllos que son juzgados como naturales, menos artificiosos, más genuinos. Bajo esta lógica se les considera como si fueran los conocedores por antonomasia de las Leyes de la Naturaleza y, también, los sujetos más claramente forjados por ellas, los sujetos más claramente cercanos a la Physis y, por ello, alejados de lo excrementicio de lo civilizatorio que los coloca como primitivos, salvajes, silvestres, indomables, etc. Sin embargo, media aquí un proceso que los romantiza y los despoja de su condición humana. Condición que sólo se les regresa con un segundo despojo, ya no simbólico, para integrarlos en la productividad civilizatoria del proletariado urbano. Pero, entonces qué pasa con el otro de El Hombre y su razón como fundamento del artificio. Qué pasa con la otra de la Razón a la cual se le juzga, por tanto, como Natural, infantil, femenina... me refiero, desde luego, a La Pasión. Qué pasa con ésta en este accidente congelado del nombre de una especie que se llama Homo sapiens y que busca distinguirse a sí mismo del resto de la Naturaleza, de ese resto que queda de la Naturaleza tras el paso del Ser Humano; nos conectamos con la Naturaleza con el atributo femenino que nombra una Clase Natural: Mamíferos. Es el atributo considerado femenino el que conecta al Ser Humano con la Naturaleza; el atributo de la Madre, de la corporalidad de amamantar, del altruismo profundamente emotivo del amor de Madre. Y es la razón, masculina por antonomasia en su genealogía, la cual nos separa de esa misma Naturaleza. Y, si naturales son las leyes, entonces las contingencias son ilegales y lo que no es propio de la Ley es asimismo antinatural, supernatural o preternatural. A Dios le está dado el re-escribir sus leyes en tanto que es él el único ente supernatural puesto que fue Dios quien hubo forjado a la Naturaleza, quien la hubo hablado. A las criaturas mágicas que el folklore dieciochoesco creía vivas se les permitía operar dentro de esas leyes para generar posibilidades improbables. Pero, sería el gran Otro del Bien el 5

que podía transgredir esas leyes -que no es igual a re-escribirlas- y era suyo, por tanto, el dominio de lo antinatural. Lo artificial, por tanto, puede ser el resto de soplo divino en nosotros, cuando seguimos el mandato de la Naturaleza, o bien puede ser nuestra malignidad; en el mejor de los casos, un punto medio que, vía la tecnología, nos confiere lo que otrora fue magia. Consecuencias no buscadas y productos de esos espacios en el intersticio de la Naturaleza. Si las pasiones son naturales, entonces el dolor de la pérdida de la Naturaleza sólo puede sentirlo la Naturaleza misma, incluso si ésta se expresa en la carne humana. Pero esa carne será la de las mujeres, los niños, los indios, los negros, los homosexuales, los locos, etc. Lo mismo será el caso para el dolor del despojo y, quizás más grave, para la posibilidad misma de atender al Otro. En suma, el nudo Giordano del concepto Naturaleza no sólo proviene de su carácter diseminado sino de toda la onto-teo-teleología que evoca. En dicho concepto se filtra Dios, se filtran las polaridades del Bien y del Mal, la Legalidad del Mundo, la Legalidad también de las Clases del Mundo, el Fin mismo de la Historia9 y de los objetos del Mundo qua objetos para un Sujeto. Concepto estratégico en la ontología de lo social: en el devenir Hombre y Mujer, en la Historia Natural de las razas, la locura y el sexo. Una onto-teo-teleología que se filtra también en las ciencias, en los activismos, en los movimientos ambientalistas, emancipatorios y en defensa de la Tierra. Ésta es pues la gramática del concepto de Naturaleza. Y ésta es también la gramática del decreto heteronormativo que juzga que el telos de los cuerpos y el deseo, su finalidad, es la reproducción. Y dicha reproducción se alinea no sólo con un mandato natural sostenido sobre Leyes de la Naturaleza que dictan la existencia de dos Clases Naturales: hombres que desean mujeres y mujeres que desean hombres. Mas, esta reproducción se alinea con un productivismo que encuentra en la complementariedad de los sexos la condición de posibilidad de producir seres humanos que alimenten a 9 Concepto que aparece aquí en al menos dos sentidos. Primero, como sinónimo de teleología y, por tanto, como un rostro del funcionalismo. Segundo, como una mirada teleológica de la historia misma y, con ello, como sinónimo de un clímax o fin que se alcanza y que, al alcanzarlo, implica el fin del tiempo, el fin del devenir.

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la Physis del Capitalismo. La heteronormatividad no sólo sería así funcionalista y complementarista por reproductivista sino también por productivista. Decreta, por tanto, la antinaturalidad de los inútiles en la reproducción productivista mientras los destierra al dominio de la animalidad, la pasión y lo salvaje; con ello, los arroja al dominio de los objetos que habrán de ser administrados por un saber médico que versa acerca de las peripecias de la Naturaleza. La peligrosidad salvaje de un concepto así nos abruma. Su fecundidad inagotable de metáforas, su adaptabilidad, su orgánica ductilidad y su evolucionabilidad podrían llevarnos a pensar, como le pasa a Timothy Morton (2009), en que quizás lo mejor sería dejarlo de lado. Dejar morir, lingüísticamente hablando -¿se puede hablar de otra manera?- a la Naturaleza. Pero, dejarla morir, incluso simbólicamente, es repetir en este plano nuestro esfuerzo domesticador de la Naturaleza, de nuestro afán, como decía John Stuart Mill (1874), de gobernarla e imponerle un orden. Es un afán en todo caso profundamente racionalista. Supone, asimismo, que gobernamos el lenguaje. Proyecta esa fantasía civilizatoria del orden a la lengua misma. Y reifica y naturaliza la peligrosidad de los conceptos, en este caso del concepto de Naturaleza, como si los conceptos tuvieran naturalezas o esencias que los rigidizaran o, incluso, cuando asume el cambio, lo asume como la perpetuación de lo mismo. Ello ocurre en forma similar con términos como “negro”, “puto” o “maricón” cuando se asume que su peligrosidad les es intrínseca y, ojo, que con ello no me comprometo a la tesis igualmente simplista que cree que estos términos necesariamente se refuncionalizan -para bien- con el puro fluir del tiempo. En todo caso, hay quien aspira a exiliarlos de la lengua como si su ausencia implicara el borramiento de las diferencias diferidas que nombran y hay quienes creen que su historia se borra con la voluntad de la pura inclusión. Lo anterior olvida que allí donde hay una diferencia, cabe una marca, una huella. Cabe un trazo que retrace la injusticia, que la presente de nuevo, que exhiba la resiliencia de ésta para dejarse morir. La solución, contra los que aspiran a sociedades post-raciales, post-coloniales, post-gay y post7

capitalistas, no radica en vigilar la lengua sino en asumir que la dinámica de exclusión la opera siempre el Sujeto. De nada sirve eliminar palabras bajo la ilusa presunción de que el Sujeto es una mera estructura del lenguaje. No lo es, éste es carne, pasión, memoria e historia; éste es también Naturaleza. Por tanto, más que dejar morir a la Naturaleza, quizás se trata -por oximorónico que parezca- de dejarla germinar y acompañarla en su capacidad de engendrar conexiones que nos recuerdan los vínculos entre ese afuera llamado “Naturaleza” y este adentro llamado “Naturaleza Humana”. Pero, antes de emprender este intento, antes de ello, es menester recordar, como hiciera Derrida (2008), el porqué de esta estrategia. El margen, la demarcación, entre lo humano y lo animal es una de las múltiples fronteras entre lo natural y sus opuestos. Es una frontera que marca tanto la exterioridad como la interioridad del ser humano. Marca su más profundo Yo y su más absoluto opuesto. Lo animal está allá afuera, en la Naturaleza, y es ajeno a lo urbano y civilizado. Lo animal está acá dentro, en el corazón, aprisionado por los principios y gobernado por la razón. Esa demarcación, por tanto, es estratégica para comprender cómo nos posicionamos en el mundo -o, habríamos de decir, ¿en la Naturaleza?-. Pero esa distinción se mueve. Se ha movido en favor del colonialismo y en detrimento para los múltiples pueblos que son -o han sido- lo otro de los blancos. Hoy el color pardo pretende recuperar esas voces. Está revestido de temporalidades, algunas que se miden en épocas, otras en años; el etarismo, la discriminación por edad, asume que el ser humano emerge de su animalidad infantil y vuelve a ella con el paso de los años. Ello configura al adulto como epítome de lo humano. Y esta demarcación se ha movido también en favor de la misoginia y el menosprecio a la diversidad sexogenérica. Ha hecho de las mujeres criaturas eternamente infantiles. Ha hecho de la diversidad sexual una monstruosidad antinatura. Hoy el color rosa pretende recuperar esas voces. Esa distinción se mueve y animaliza así a los sectores más vulnerables de lo humano porque vulnerables eran también los animales, arrojados ya a una descalificación de su condición de seres 8

poseedores de dignidad. Convertidos, por tanto, en objetos dada la altísima exigencia que se le pide a un sujeto para ser concebido como eso: Sujeto. Carentes de voz y, por ello, juzgados como carentes de mundo y, quizás por ello, ajenos también al mundo de la ética y la política. Y ese movimiento de radical objetivización no se detiene, sino que se acrecienta, con los seres vegetales. La Naturaleza, en tanto medioambiente, se vuelve así un universo de objetos instrumentalmente colocados al servicio del Sujeto. Hoy lo verde recupera esta lucha. Y, como espero sea claro, estos movimientos antropocéntricos no sólo configuran un tipo muy específico de ser humano como culminación de la especie; configuran, además, a la Naturaleza como el gran Otro del Sujeto a través de la creación de una Escala del Ser que lo mismo racionaliza la explotación a los ambientes que la discriminación a la propia especie. Por todo lo anterior es que se puede afirmar que lo que opera en esta lógica es justamente un proceso de ocultamiento de las relaciones políticas que así se naturalizan. Ese fetichismo, por décadas denunciado, es el eje central de la crítica marxista. El rojo en este arcoiris. Se atisba aquí, por tanto, por dónde es que se hilan las relaciones entre heteronormatividad y econormatividad y el porqué de la deseabilidad de unir pardo, rosa, verde y rojo en eso que he elegido nombrar como Ecosocialismo Queer. Ambas normatividades, como construcciones ideológicas, emergen de la construcción de un imaginario acerca de la Naturaleza. No es, por ende, un accidente que el pensamiento derrideano y la zoocrítica (Derrida, 2002, 2008), la ecocrítica (Morton, 2009) y la filosofía vegetal (Marder, 2013) que lo retoman, se conecten justo en el punto de las políticas de la diferencia. Y es que serán justo las políticas de la diferencia las que estén en condiciones de lidiar con la irrupción que representa el Otro en sus múltiples apariciones. Así, este ejercicio de conectar la heteronormatividad y la gramática de la Naturaleza no consiste en volver únicamente a lo que dijera en su momento el Ecofeminismo aunque ahora bajo una gramática deconstructiva y sin pretensiones de esencialismo. Hay desde luego herencias y vínculos pero no 9

solamente hay eso ya que no se trata simplemente de poner en evidencia el hecho de que la gramática de la heteronormatividad tiene en la Naturaleza a uno de sus ejes, ni tampoco en señalar las relaciones de opresión entre lo pardo, lo verde, lo rojo y lo rosa. Eso ya se ha dicho. Lo que quizás hay que exhibir, para resistirlo, es la estetización que subyace a la producción de los imaginarios sobre la Naturaleza, por un lado, y la Naturaleza Humana, por otro. Esto lo ha hecho ya la Ecocrítica, sobre todo la Ecocrítica Postcolonial. Pero en su giro ontológico y post-humano no versa ya únicamente acerca de la creación de ideologías sino también de corporalidades y espacios, concebidos estos últimos como sitios de habitación, de moradas en las cuales habitan cuerpos -humanos y no humanos-, de hábitats en los cuales se vive. Y es que, históricamente, la exotización del Otro, su orientalización, pasa también por la exotización y orientalización no sólo de su cuerpo sino también de su morada y de su hábitat. Se declara como salvajes y primitivos a unos pueblos porque se declara que su hábitat es primigenio, silvestre y ajeno a la civilización urbana. Este proceso admite, desde luego, un ir y venir en el cual se co-producen tanto un imaginario de la Naturaleza como de aquellos que la habitan, es decir, de la Naturaleza Humana que le corresponde. Y es que, en ambos casos, nunca está dado aquello que habremos de nombrar como Naturaleza o como Naturaleza Humana. En ambos casos, como dice la Ecocrítica, es menester demarcar los límites de lo natural; y aquí resulta por demás relevante la lógica de la marca que Derrida hiciera famosa al señalar la importancia del margen, de la marca que anuncia que estamos ante un fenómeno que anuncia un significado. La Naturaleza, Humana o no, se produce por medio de marcas que señalan sus límites y que, en cierto sentido, le dan cohesión al otrorizarla de nosotros mismos. Igualmente se le produce al hacerla aparecer como dada. Morton (2010) usa la palabra inglesa d e “rendering”, yo prefiero usar la palabra española de post-producción, la cual también tiene una filiación cinematográfica, de tal suerte que permite reconocer el proceso de edición conceptual que 10

permite engendrar este atributo de aparente anterioridad, de aparente autenticidad primigenia, pero que igualmente permite señalar los vínculos entre dicha post-producción de imaginarios y el productivismo ya antes invocado. En suma, para volver a las dos tesis anunciadas al comienzo. No sólo es el caso que la heteronormatividad opera bajo la gramática de la Naturaleza sino que, además, esos vínculos no son solamente ideológicos sino que reflejan las conexiones íntimas entre estos cuatro colores: rojo, verde, pardo y rosa. Mas, estas conexiones no son únicamente imaginarias ya que configuran espacios de habitación, moradas, hábitats, a los cuales revisten de cualidades post-producidas que los hacen más o menos receptivos a ciertos tipos de cuerpos y ciertos tipos de prácticas. Así, por ejemplo, al configurar a lo femenino como propio de los espacios domésticos, lo que se hace es decretar su inherente carácter extranjero ante la Naturaleza; con ello, se construye a esta última como un espacio indómito y salvaje y así se le coloca como un espacio típicamente masculino justamente porque son las virtudes del coraje, la fuerza y la intrepidez las que se requieren para explorarla, para habitarla. Esto, desde luego, es sólo un ejemplo que ilustra como los espacios, las moradas, los hábitats, etc. son revestidos de cualidades, por medio de dicha post-producción, que los hacen más o menos proclives para ser explorados, transitados, ocupados o habitados por cierto tipo de sujetos. Y es este punto el que anuncia la importancia del giro ontológico en la Ecología Queer. Es aquí donde entra, por tanto, esta segunda gramática de la Naturaleza que sería la Econormatividad. En tanto gramática, es decir, en tanto sistema de reglas que gobiernan la producción, uso y articulación de enunciados acerca de la Naturaleza como Oikos, como morada, como hábitat, dicha formación discursiva concibe un imaginario acerca de lo que debe ser la Naturaleza y, con ello, acerca de cómo debe ser habitada; articula, por ende, una relación específica entre dicha Naturaleza y la Naturaleza Humana. Pero su especificidad radica en que este discurso del Oikos emana 11

fundamentalmente de la ecología, de ciertas ramas de la filosofía ambiental y, en general, del pensamiento verde. La econormatividad, en suma, evoca la idea de un Todo integrado, en balance y complementario; un holismo romantizado que re-escribe la complementariedad entre El Hombre -así, en masculino y disfrazado de universal- y la Naturaleza; evoca también la fantasía de un Edén primigenio, intocado y silvestre o de comunidad ecológicas clímax que son el equivalente ecológico del Fin de la Historia. Postula igualmente una onto-teo-teleología que diviniza a la Naturaleza, que la eleva al carácter de referente ético y la hipostasia como lo auténtico por antonomasia; ello conlleva una suerte de romantización de la ruralidad en la cual se entreteje un desprecio a lo urbano por artificioso y excrementicio, por un lado, con una ensoñación en la cual la Naturaleza Humana se concibe como más plenamente realizada en un espacio natural en el cual la cultura no la vicia. Hace así de la Naturaleza, en su avatar como Ecosistema, un espacio gobernado por funcionalismos asociados a los ciclos biogeoquímicos, las redes tróficas y las comunidades ecológicas; funcionalismos que, en todo caso, reinscriben el productivismo en la Naturaleza y decretan la inexistencia de lo atélico -lo que no tiene fin alguno- y de lo hipertélico -lo que rebasa la esfera de los fines-. Y, de la mano de todo lo anterior, prescribe una suerte de ascetismo de renuncia que ve, en la espartana entrega a lo más mínimo de nuestra biología, el más alto gesto de moralidad humana. Esa Econormatividad no es un invento mío. Se cuela todo el tiempo en los idilios del pensamiento ambiental, en las fantasías de los jóvenes urbanos que abrazan la causa verde y en los centenares de miles de documentales sobre la Naturaleza y el cambio climático que se esfuerzan en post-producir un medioambiente que exhibe una belleza primigenia que ha violado el ser humano. Estructuralmente es un nuevo mandato para exiliarnos del Jardín del Edén, un mandato en el que somos, a una misma vez, Dios, la Serpiente, Adán y Eva. Un mandato que igual está presente en el ambientalismo New Age como la Deep Ecology que en las narrativas anticapitalistas del propio 12

Ecosocialismo. Y es que, a pesar de que los propios Ecosocialistas se esfuerzan por incluir agendas rosas y pardas, lo cierto es que la onto-teo-teleología de la econormatividad corre el riesgo de construir un imaginario que opere bajo esta segunda gramática de la Naturaleza al evocar la idea del Valor de Uso como eje articulador de la relación ser humano-Naturaleza, en oposición al Valor de Cambio entronizado por el Capitalismo. Este Valor de Uso sería así el máximo garante de nuestra responsabilidad ambiental y social. Empero, cabe el riesgo de inscribir, por medio de este culto al Valor de Uso, un nuevo funcionalismo que decrete el carácter excrementicio del Valor de Cambio y de aquello que resulte ajeno a la esfera de lo útil y del Valor de Uso y, con ello, afirme el carácter prescindible de lo atélico y de lo hipertélico. Pienso aquí en las viejas demandas Ecofeministas que denunciaron la cosificación de la mujer y su inserción en redes de intercambio bajo la lógica de su Valor de Uso como reproductora; ¿no sería éste un ejemplo de cómo el Valor de Uso puede convertirse en pesadilla? Pienso aquí también en el arte, al menos en aquellas manifestaciones de la misma que no persiguen servir función alguna; ¿qué lugar tendrán en este mundo? Pienso, finalmente, en la brutalidad con la cual impacta esta lógica a los cuerpos Queer humanos y no humanos, a los actos Queer humanos y no humanos, en los cuales se presenta un cuerpo o un deseo que no pueden racionalizarse bajo la lógica del funcionalismo. Sin embargo, de lo que va este texto es de las conexiones entre heteronormatividad y econormatividad. Me pregunto así qué tan hospitalaria será esta Naturaleza evocada por la econormatividad para con la diversidad sexo-genérica; es ésta quizás la gran pregunta que motiva todo este ejercicio10. Y es que, si la econormatividad funciona bajo la misma gramática que la heteronormatividad, entonces tendremos que reinventar lo verde, torcerlo, We will have to queer it! Porque si es verdad, como yo sostengo, que comparten cierta onto-teo-teleología que alcanza al cuerpo, 10 Ha sido Morton (2009) quien ha planteado que la pregunta por la hospitalidad que Derrida articuló en Hostipitality es perfectamente extrapolable a nuestra relación tanto con la Naturaleza como con el colectivo LGBT.

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al Sujeto, al deseo, al acto sexual y al espacio qua morada, qua hábitat, entonces se corre el riesgo de instaurar una nueva Ley Natural, ya no emanada de Dios o la Biblia o la biología decimonónica sino de un ambientalismo que, en su afán de conservar y restaurar, encuentra monstruos producidos por la acción antropogénica que no pueden ser más que aberraciones que habrá que corregir. Dicho sea de paso, clamar que la vida es un valor es la mejor forma de poner en jaque luchas como la que han peleado los feminismos en torno al derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Sea como fuere, al hablar de las econormas pienso desde luego en ejemplos como el tan sabido caso de Evo Morales, el pollo y sus hormonas y la supuesta etiología de la homosexualidad. Pero pienso también en aquellos estudios que sostienen, a priori, que las conductas homosexuales en aves se deben a una disrupción endocrina producida por metales pesados. Y pienso finalmente en cómo los cuerpos intersexuales de ciertos cetáceos se han considerado un signo de la contaminación de los mares. Aquí no se trata tanto de si ello es verdad o no. Bien pudiera serlo. De lo que se trata es de cómo la diversidad sexo-genérica estaba ya arqui-escrita como monstruosidad ajena a la Naturaleza, una monstruosidad que, en todo caso, ahora se considera monstruosa bajo otra encarnación de la misma gramática de la Naturaleza. De lo que se trata es de la facilidad con la cual cual nace la hipótesis y se le vuelve creíble antes de toda prueba, antes de todo intento genuino de evaluarla; ello revela la persistencia y omnipresencia de los imaginarios que rigen la idea del disidente sexo-genérico como ente antinatura. Situación que se refuerza por el eminente carácter urbano de las identidades lésbicas, gay, bisexual y trans, por un lado, y de su identidad vástago: lo Queer. Son todas ellas fenómenos fundamentalmente urbanos, no tanto porque no haya sujetos rurales con estos deseos, sino porque los procesos de constitución de dichas identidades y de dichas subculturas y contraculturas nacieron en las ciudades y es allí donde tienen más fuerza. Nacieron del anonimato que dan las masas, de los espacios que son un intersticio entre lo público y lo privado y que se transmutan así en heterotopías en las cuales 14

es posible un gesto, un guiño, un acto sexual que escapa a la mirada del panóptico o, cuando no escapa del todo, puede todavía refugiarse en el anonimato que dan los mares de cuerpos. Ganaron igualmente fuerza política en las ciudades porque fue allí donde se junto la masa crítica necesaria para gestar un Movimiento de Liberación Homosexual. Difícil es, por ello, transplantarlas a sitios donde no domine la masa. Ante estos hechos debemos, por tanto, preguntar cuáles son las consecuencias de este carácter urbano. Un carácter urbano que, desafortunadamente, se ha traducido en la construcción de espacios de socialización que están fundamentalmente estructurados bajo la lógica del consumo y el Capital al punto de hacer de las propias identidades un producto que, en cierto sentido, se compra al sumergirse en estilos de vida en los cuales “lo gay” o “lo lésbico” se vuelven marcas en un proceso de branding identitario cuyos perpetuos referentes son series como Queer Eye, apps como Grindr, revistas como The Advocate, etc. En cierto sentido, hay una ironía en la cual la posibilidad misma de la emergencia de las identidades disidentes descansa en cierta configuración de un Capitalismo urbano que permite el empoderamiento y la visibilización mientras simultáneamente gesta un sector demográfico que es, así también, un mercado. Al sostener esto no busco menospreciar la importancia que tuvo la historia del Movimiento de Liberación Homosexual y sus orígenes rojos, al menos en México y otras parte de América y Europa. Pero poco queda hoy de ese tenor contestatario en la identidad misma, en el ahora llamado Voto Rosa. Y es, al arribar a este punto, donde confluyen todos los recorridos de este texto, todas las tensiones de unas identidades y unas luchas desde siempre afectadas por la gramática de la Naturaleza incluso y, quizás gracias a, su carácter urbano. Por un lado, hoy no sólo las identidades LGBT, sino también las Queer, están siendo presa de un proceso de mercantilización y branding que las coloca estructuralmente como un sector diferenciado del mercado y no como un colectivo políticamente subversivo; las ata a procesos políticos 15

que las subsumen bajo políticas netamente liberales y, con ello, las doméstica. Doméstica la naturaleza desnaturalizante de lo Queer. Pero, también, las arroja a una dinámica en la cual lo otro de lo urbano -lo rural y, por asociación, lo indígena- es siempre ajeno a lo Queer; ello se traduce en la invisibilización de los disidentes sexo-genéricos no urbanos y en la construcción de los espacios no urbanos como esencialmente heteropatriarcales y, con ello, anatemas para la presencia de cuerpos, deseos e identidades Queer. Por otro lado, este hecho representa un reto para el ambientalismo, en general, y el Ecosocialismo, en particular, ya que la necesaria lucha en contra del Capitalismo y la degradación ambiental amenaza con imponer inadvertidamente una econormatividad que restituya a la heteronormatividad pero con otro color; ello en parte por su propia subsunción ante la gramática de la Naturaleza pero, además, por la constante amenaza de hipostasiar una mirada romántica sobre lo rural que resulte profundamente excluyente para con la diversidad sexo-genérica y su génesis urbana. En este punto, resulta necesario, tanto para la agenda rosa como para la agenda verde, el aproximarse de tal suerte que se retroalimenten mutuamente. La agenda verde puede contribuir a descentrar a la discusión sobre la diversidad sexo-genérica de los contextos urbanos; puede asimismo ayudar a señalar la importancia de rebasar las esferas identitarias en las cuales nos encontramos subsumidos. Por otro lado, la agenda Queer puede ayudar a desnaturalizar las ideas románticas asociadas a esta gramática de la Naturaleza que hemos venido criticando; ayudar, con ello, a resistir una tentación de romantizar y exotizar a ciertas subalternidades o a perpetuar la fantasía de que otras más son simplemente frívolas, hedonistas y triviales. En ello consistiría, después de todo, el sendero al que he denominado Ecosocialismo Queer. En incorporar seriamente una agenda Queer que desnaturalice a las concepciones de Naturaleza que subyacen al pensamiento ambiental, en general, y al pensamiento ecosocialista, en particular, para evitar que la heteronormatividad se transfigure en econormatividad y, con ello, que se pierda de vista la 16

importancia histórica que ha jugado la ciudad, lo urbano y lo anónimo. Hacer, asimismo y en otro tenor, habitable para la diversidad sexo-genérica esos espacios naturales y permitir, de la mano de esto, un descentramiento de lo urbano en la política identitaria LGBT y Queer. Por otro lado, ello permitirá recobrar parte del tono contestatario que ha ido perdiéndose en la conformación de las identidades LGBT de corte liberal; resistir con ello la subsunción ante el mercado. Evitar, asimismo, cierto chovinismo narcisista en el cual se cae cuando la lucha por la diversidad sexo-genérica se pliega sobre sí misma como si fuera un fenómeno autónomo.

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