Una leyenda gallega de fantasmas (siglo XI), dos leyendas chinas de fantasmas (siglos III-V) y una leyenda urbana internacional

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UNA LEYENDA GALLEGA

DE FANTASMAS SIGLO XI],

DOS LEYENDAS CHINAS DE FANTASMAS [SIGLOS III-V]

Y UNA LEYENDA URBANA INTERNACIONAL

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Sobre la muerte del rey

OrdÓñeZ de Galicia y sobre el emotivo luto que en homenaje suyo

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circuló en la Edad Media curiosísimo que tiene, sin duda, más de leyenda que me de

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No puede extrañar que así sea, ya que el en que murió tal rey —quien tuvo fama de justo y piadoso constructor de iglesias y protector de monasterios—, y en que su viuda inició un retiro que la llevó a profesar en el monasterio de Cástrelo de Miño, se hallaba todavía inmerso en el nebuloso período de configuración y asentamiento de los territorios, de las monarquías, de las culturas hispanomedievales, anclado en una época en que la distinción entre leyenda e historia, entre memoria fabulada y memoria documentada, era todavía incierta, borrosa, falta de la claridad que la historiografía

posterior iría a muy duras penas —y al ritmo de bastantes siglos— conquistando. De hecho, cuando el llamado Cronicón Iriense redactado en latín a finales del siglo XI evocó la figura de aquel rey, incorporó al relato de su muerte las circunstancias en que falleció un monarca completamente diferente, Sancho i de León, envenenado y muerto en el año 966 mientras regresaba de Galicia a León. El disparatadamente híbrido relato sobre la muerte del rey gallego que ofrece el Cronicón Iriense acabó convirtiéndose en una típica historia de fantasmas y, más en concreto, de ánimas en pena. Los episodios del envenenamiento, del entierro, de las apariciones a la viuda para que contribuyese con oraciones, sufragios y ayunos a la salvación del alma del finado, más el inquietante desenlace centrado en la prenda del rey —un trozo de su pelliza— que queda como prueba y testigo de sus andanzas espectrales y del amor postumo de quien fuera su esposa, conforman un relato al que los siglos no han despojado de su impactante dramatismo: El rey Sancho pobló muchas iglesias y villas y castillos, hizo muchas guerras y salió vencedor. Pero cuando con los condes de la región de Portugal hubo establecido bajo vínculo de juramento un acuerdo de paz firme, un conde llamado Gonzalo entre otros obsequios diversos manjares infectados con una pócima de mortífero veneno los envió traidoramente en una saca para que lo tomara como manjar exquisito. Comida ésta, se dio cuenta de que había ingerido un veneno. Mientras se dirigía a León, muere en el camino y en el monasterio de Cástrelo, a orillas del Miño, su esposa la reina Doña Godo lo enterró con todos los honores, y allí en compañía de otras monjas se consagró a Dios.

Cuando un sábado la reina hacía oraciones intensas a Dios estando ante el altar, he aquí que el rey Sancho su marido se le presenta atado con dos cadenas y agarrado por dos diablos y le dice: «Me estás ayudando», y luego: «Persevera». Así lo hizo ella por cuarenta días con ayunos y lágrimas y dando limosnas. Después de pasados los cuarenta días mientras ella otro sábado rezaba ante el altar, de nuevo su marido bajó ante ella vestido con una túnica blanca y con una pelliza que ella había entregado a cierto sacerdote en sufragio de su alma; y empezó a mostrar su satisfacción porque ya se había librado del poder del demonio, y le contó muchas cosas del paraíso y del infierno. Cuando ella quiso abrazarlo y no lo logró, se quedó en las manos con un jirón de la piel. Llevado este trozo al monasterio de San Esteban de Ribas de Sil, encontraron que faltaba en la pelliza, que la propia reina había entregado al sacedote, solo y precisamente el pedazo que ésta llevaba al monasterio. Este prodigio lo vieron con sus propios ojos el abad y todos los monjes del monasterio.Y fue un gran milagro1. La llamada Crónica Najerense, compuesta posiblemente a finales del siglo XII,

Sigo el texto editado en Manuel C. Díaz y Díaz, Visiones del más allá en Galicia durante la Edad Media (Santiago de Compostela: [edición del autor], 1985) págs. 74-77. Sobre todo lo relativo a esta leyenda, sus orígenes, desarrollos y contextos históricos, véanse además los muy nutridos e interesantes datos de las págs. 65-81. Y también Ariel Guiance, «Fantasmas políticos en la Castilla medieval», El discurso político en la Edad Media, eds. N. Gugliclmi y A. Rucquoi (Buenos Aires: Primed-CNRC, 1995) págs. 77-95.

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El vecino asintió, el otro le explicó qué había de hacer para llegar a ella y así fue: al cabo de no mucho tiempo la tuvo ante sí, y habló con ella, y sintió una mezcla de gran dicha y gran desdicha, y se hundió con ella en la emoción de estar juntos otra vez y en el amor que habían sentido en vida. Huyeron las horas, oyeron tambores sonar y, al cruzar el umbral, cuando se iba, se le quedó enganchada la túnica en el quicio de la puerta. La desenganchó de un tirón y salió, dejando un trozo de tela atrás. Al cabo de un año le llegó a aquel hombre la hora de la muerte. Al ir a sepultarlo, estando ya en el interior de la cámara funeraria, vieron todos que había algo colgando de la lápida de la urna en que estaba enterrada su esposa: un trozo de tela3. Otro relato del Soushenji chino de los siglos ni al V, el titulado De qué ocurrió a Xin Daodu —título que vuelve a reivindicar verosimilitud e historicidad— muestra un argumento no menos impactante. El protagonista es, ahora, un hombre que llega por casualidad a una casa perdida en un descampado, y que es recibido allí por una mujer que le confiesa lo siguiente: «Mi muerte ocurrió hace veintitrés años y, desde entonces, aquí he vivido, en medio de esta soledad que hoy me ha movido a desearos como a esposo en cuanto os he visto llegar». Al cabo de tres noches y tres días, la mujer le confesó: —Aunque en verdad parece que estamos hechos el uno para el otro,

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.Y UNA LEYENDA URBANA INTERNACIONAL-: has de saber que nuestro límite es tres noches y que, siendo tú un hombre vivo y yo un espíritu de muerta, prolongarlo no podría traer más que desgracias. Pero también has de saber que estas tres noches no han bastado para agotar mi amor por ti, y que por eso, antes de que te vayas, quisiera darte alguna alhaja mía en prueba de ello. Ordenó que le trajeran una caja de detrás del diván, de la que tomó una pulsera de oro que le dio como recuerdo. La sirvienta de azul salió delante de él indicándole el camino, y tan llenos de lágrimas tenía los ojos ella por verlo partir como él por dejarla atrás. Atravesó el portal, se alejó unos pocos pasos, se giró para mirar a sus espaldas y lo que vio no fue casa ni edificio sino una tumba. Lleno de miedo se alejó de allí apretando el paso y comprobando si la pulsera también había sufrido transformación, pero estaba igual que antes. Al cabo de unas semanas se acercó hasta el mercado del reino de Jin y puso en venta la pulsera con tal fortuna que una concubina del monarca, que estaba por allí de viaje, reparó en ella. La examinó con sus propias manos y, albergando ya ciertas sospechas, le preguntó a Xin Daodu cómo la había conseguido. Antes de haber acabado su relato, a la mujer comenzaron a rodarle lágrimas por toda la cara. Mandó que fueran a abrir la tumba y que verificaran lo que Xin Daodu le había contado.Y así se hizo. Sus enviados fueron a ella, la abrieron, miraron dentro del lucillo y vieron que todos los objetos funerarios seguían tal cual habían quedado el día de la sepultura, todos salvo la pulsera, que no hallaron alM. Apartaron las ropas y, en efecto, vieron señales

de que había copulado. Fue entonces cuando le creyó la concubina. —Si mi hija —le dijo ésta con gran gozo— ha sido capaz de yacer con un hombre vivo aun llevando ya muerta veintitrés años, es que era realmente un ser extraordinario, una Inmortal. A Xin Daodu le concedió grandes honores, le -regaló carruajes, caballos y oro, y le rogó que regresara a su país de origen4. En los cuatro relatos que acabamos de conocer, diversas piezas de indumentaria —un trozo de pelliza, un girón de túnica, una sortija— que el vivo retiene del muerto se convierten en testigos irrebatibles de los efímeros encuentros amorosos que unen las dos orillas —la del más acá y la del más allá— desde las que tienden sus brazos sus apasionados protagonistas. Una leyenda urbana internacional a la que dediqué, hace algunos años, un estudio muy detallado5, viene a cerrar el triángulo. No podemos adentrarnos ahora en el detalle de todas las versiones de la leyenda que entonces analicé —de España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Suecia, Ecuador, México, Guatemala, Panamá, Perú, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Egipto, Guinea Conakry o Madagascar—, y será preciso reproducir sólo una, recogida por mí en el año 1998 a un muchacho de 15 años del pueblo de Coslada (Madrid). Lo suficiente, en todo caso, para que volvamos a tropezamos con tópicos y motivos que nos resultarán a estas alturas muy familiares, empezando por el del efímero

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Gan Bao, Cuentos extraordinarios, págs. 130-131. Que ocupa casi todo el extenso prólogo de mi libro La autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas españolas (Madrid: Páginas de Espuma, 2004).

encuentro amoroso entre un mortal y un fantasma y el de la prenda intercambiada por ambos que queda como mudo y dramático testigo de su fugaz encuentro: Se trata de una leyenda puertorriqueña. Su protagonista es un chico joven que frecuentaba fiestas buscando la mujer de su vida. En una de esas fiestas, se encontraba aburrido y decidió salir al jardín a fumar un pitillo. Caminando por el jardín encontró a una joven en un banco que miraba ensimismada una fuente frente a un árbol. Él quedó prendado de su belleza y se acercó a hablar con ella. Ésta se volvió para mirarlo y le sonrió dulcemente. El muchacho se dio cuenta de que había encontrado lo que buscaba. La fiesta y sus amigos se habían alejado de su mente. Ella pasó a ocupar el lugar de su atención. Junto a ella el tiempo transcurrió velozmente hasta que a altas horas de la noche la mujer tenía que irse a casa. Él se ofreció a acompañarla. Durante el camino, ella sintió frío, y el joven ofreció su chaqueta. Una vez llegados a su casa, se despidieron. El mozo regresó a la suya con esperanzas de volver a verla, prometiéndose que, al día siguiente, le propondría relación fija al ir a recoger su chaqueta, y así lo hizo. Tocó la puerta y preguntó por ella. Cuál no sería su sorpresa al enterarse de que la mujer de sus sueños estaba más allá de su alcance, pues había muer-

to hacía un año en accidente. Con pasos trémulos se dirigió a la tumba donde estaba enterrada y, ante ella, enloqueció de asombro al descubrir encima de la lápida su chaqueta y, en el bolsillo, una flor6. ¿Parecidos casuales (poligénesis) o lazos efectivos (monogénesis) entre las leyendas chinas de los siglos III al v, la gallega del xi y la internacional del xx y del xxi? Para quien esto escribe, acostumbrado a seguir, a calibrar, a admirar la inusitada potencia comunicativa de la voz, el empuje subterráneo de tradiciones que viven latentes pero desbordantes en la penumbra de la oralidad, al margen casi siempre de la exposición pública de la escritura, la única opción posible es la segunda. Aunque no sea fácil -aunque resulte, de hecho, imposible— recuperar tan a posteriorí todos los eslabones que se habrán fatalmente perdido, los tres islotes documentales que hasta ahora hemos logrado allegar —a reserva de que con el tiempo pueda ir aflorando alguno más— nos permiten intuir la imagen de un auténtico archipiélago narrativo, de un territorio cuyo aspecto actual es discontinuo, irregular, disperso, pero cuya raíz sólo puede ser común.

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El informante fue Miguel Ángel Y. B.

En todos los casos estamos,

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