UNA APROXIMACIÓN A LA SALUD Y LA ENFERMEDAD A TRAVÉS DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO PREHISTÓRICO

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Descripción

Universidad de Almería – Máster en Comunicación Social – Salud y Análisis Crítico de la Comunicación

UNA APROXIMACIÓN A LA SALUD Y LA ENFERMEDAD A TRAVÉS DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO PREHISTÓRICO. EL CASO PARADIGMÁTIACO DEL BRONCE PENINSULAR (CA. 2200-800 ANE)

Enrique Gi Orduña 2017

UNA APROXIMACIÓN A LA SALUD Y LA ENFERMEDAD A TRAVÉS DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO PREHISTÓRICO. EL CASO PARADIGMÁTIACO DEL BRONCE PENINSULAR (CA. 2200-800 ANE)

Enrique Gil Orduña

Introducción

Con este trabajo, dentro de la asignatura de Salud y Análisis Crítico de la Comunicación, pretendo hacer una aproximación conceptual al fenómeno de la enfermedad como uno de raigambre social y cultural, a través de las observaciones sobre restos óseos en el registro arqueológico perteneciente a niveles prehistóricos, y, especialmente, aquellos de la Edad del Bronce en la Península Ibérica -más concretamente aún, a los casos excepcionalmente ricos en la cultura del Argar y en el Bronce de la Meseta-. Enfermedades hubo antes y hubo después de la Edad del Bronce, pero el caso del Bronce peninsular me es harto interesante por la sistematización con que aparece una serie de patologías asociada directamente con según qué colectivo social estemos dialogando. Los modos de vida diferenciados y las desigualdades sociales son, a partir de estas fechas, evidentes en el registro arqueológico, tanto en la cultura material de los diferentes individuos, conocida gracias a los ajuares funerarios, como en las diferencias anatómicas que conocemos gracias a los estudios de Antropología Física, Osteología y, especialmente, Paleopatología. A partir de una aproximación limitada y modesta, acorde con las pretensiones con que se realiza este trabajo, podremos observar las características que aludo gracias a una serie de publicaciones académicas arqueológicas y paleopatológicas sobre la cuestión. La manera de abordarlo será realizar una reflexión sobre qué entendemos por enfermedad y salud, más concretamente en Prehistoria, y tener así nuestra base ontológica. Acto seguido, contextualizaremos el registro que analizaremos contando en unos pocos párrafos el estado actual de la cuestión del Bronce peninsular. Y es que es importante conocer bien el contexto socioeconómico y cultural 1

de los casos que vamos a encontrar para comprender bien las causas y motivos que determinaron la aparición sistematizada de estas características anatómicas que señalo, pues no hablamos de accidentes esporádicos y casuales. Hablamos, eso sí, de la asociación directa de diferentes colectivos sociales a unas determinadas lesiones y síntomas. Las pretensiones de este trabajo son, pues, realizar un análisis sociológico del Bronce peninsular a través de los datos paleopatológicos y anatómicos del registro arqueológico.

1. La salud y la enfermedad en Prehistoria

La salud y la enfermedad son conceptos de raigambre cultural asociados a lo que cada grupo humano ha pretendido señalar como el estado físico y mental apropiado o inapropiado. Naturalmente, la mayor parte de las veces siempre se ha buscado una comodidad corporal y la ausencia del dolor, y en la búsqueda de este bienestar general coinciden todos los complejos culturales actuales y pasados, hasta donde llegamos hoy día. La forma de abordar esa búsqueda de bienestar y salud ha sido diferente en función del macroesquema ideológico en que nos situemos. Por tanto, ciertas lesiones y características óseas que hoy día observamos como patológicas no tuvieron por qué ser consideradas tal en el contexto cultural en que se encontraba el individuo al que nos aproximamos. Empezando con esta reflexión de partida, determino así que la aproximación con que abordaremos la cuestión de la salud y la enfermedad está predeterminada por el condicionante cultural al que pertenece el autor de este trabajo, a fecha de 10 de marzo de 2017 y el estado actual de la cuestión con que se encuentra la Medicina. Dicho lo cual, y señaladas las vigas estructurales de mi aproximación, procedo a hablar de salud y enfermedad en Prehistoria. El estudio de la salud y la enfermedad en Prehistoria ha avanzado exponencialmente los últimos decenios gracias a la conformación de los que denominamos Nueva Arqueología a partir de los años 70’, la cual se caracteriza por la colaboración e inclusión de numerosas disciplinas que hacen de ella una mucha más rica y avanzada. De la Arqueología tradicional limitada a la observación tipológica y descriptiva de la cultura material, se ha pasado a otra que trata de abordar el estudio del ser humano a través del registro arqueológico completo y sometiéndolo al estudio y 2

aproximación del mayor número de especialistas posibles, incluyendo historiadores, historiadores del arte, geógrafos, topógrafos, químicos, antropólogos físicos y sociales, osteólogos, paleobotánicos, paleozoólogos, y, por supuesto, paleopatológicos, entre un larguísimo etcétera. La Paleopatología, en particular, aplica sus estudios sobre los restos humanos encontrados en el registro, lo que ha desembocado en la subespecialidad de la Arqueología Forense. Y es que en los restos óseos es posible identificar numerosos síntomas de lesiones y enfermedades de todo tipo, aunque tenemos que tener en cuenta, de partida, que no todas las enfermedades dejan huella ósea, y ésta última no siempre es inequívoca. El registro arqueológico de este país sobre el que más se ha aplicado este tipo de estudios pertenece al Bronce y a la Edad Media, razón de más por la que aproximarnos al primero de ellos, por ser uno de los casos de estudios más avanzados y maduros. Una práctica algo habitual de aproximación a las comunidades prehistóricas ha sido la comparación antropológica con sociedades actualmente “primitivas”, con todos los riesgos que ello supone, pues es un error, a mi modo de ver, asignar las mismas condiciones culturales a sociedades alejadas por una distancia temporal milenaria, tan sólo por compartir ciertos modos de vida material como la economía de la caza y la recolección. Se ha pretendido observar en la ausencia de una economía productiva agropecuaria un atraso evolutivo de las sociedades. Es consecuencia de la perspectiva evolutiva con que se aproxima al estudio científico del ser humano y que asigna la posición privilegiada y máximamente desarrollada, siempre, al ojo observador, como en nuestro caso. No obstante, las variables culturales son ingentes, y no hay suficiente rigor, a mi modo de ver, en este tipo de comparaciones. No rechazo la posibilidad de hacerlo, pero señalo, no obstante, que no es una aproximación definitiva y sí susceptible de equivocación. La medicina popular de los pueblos primitivos actuales no suele distinguir lo natural de lo sobrenatural, y su terapéutica se basa en la creencia popular de la existencia de una serie de fuerzas causantes de la salud y la enfermedad, del bienestar y el malestar, de la vida y la muerte. La figura del sanador, existente, por cierto, en todas las sociedades vivas conocidas, trata de expulsar las fuerzas malignas que resultan ser los agentes del malestar. Si bien durante el período que conocemos como Paleolítico, de economía trashumante basada en la caza y la recolección, los síntomas más habituales son producto de accidentes y traumatismos, en el Neolítico, gracias a que la vida sedentaria cambió los hábitos de trabajo y así también las enfermedades. Paradójicamente, a partir de entonces, 3

con el control de los medios de producción agroganaderos por parte de las sociedades, se extiende más la presencia de enfermedades, como la tuberculosis ósea, otras contagiosas -hablamos de sociedades con más densidad demográfica y de hacinamiento, en convivencia con numerosos animales domésticos- y, sorprendentemente, muchos casos de hambre. Y es que la economía de cultivo agrícola modifica los hábitos dietíticos hasta el punto de hacerlos más pobres, monótonos y sujetos a las contingencias climáticas. Es decir, que son sociedades muy dependientes de los condicionantes naturales, los cuales inciden en la bonanza de la producción si son propicios. El modo de vida característico de estas nuevas sociedades asentadas es la de un nuevo trabajo agrícola y el cargo de pesos excesivos en la espalda, los cuales se asocia a una serie de consecuencias sobre la salud si son de ejercicio prolongado. Casos como la artrosis o las hernias discales son muy comunes, así como otras lesiones osteoarticulares. El trabajo constante en posición agachada produce protuberancia anterolateral del astrálago, observable en poblaciones enteras; deformaciones del cráneo por el peso transportado por la cabeza; osteoartritis sacrolumbares; y fracturas causadas por accidentes (Ruiz Bremón y San Nicolás Pedraz 2008: 43-47). También tenemos otro tipo de enfermedades y patologías, como quística. Caso paradigmático y de elevada concentración es el del poblado del dolmen de Aizibita (Carauqui, Navarra), con cinco casos de patología quística radicular. Las causas primarias de este fenómeno son la fractura coronaria -traumatismo-, la abrasión -desgaste del diente- y la caries. El agente causante suele ser una bacteria, y, según el caso, virulento o no, evoluciona de forma diferente (Albisu Andrade 2001). Con respecto a las enfermedades relacionadas con la dieta, observamos numerosos casos de raquitismo o escorbuto, además del hambre. La dieta es analizable a partir de restos faunísticos y vegetales, así como en estrías dentarias y coprolitos -fósiles de excrementos-. Indicadores del hambre son, por ejemplo, las conocidas como Líneas de Harris, estrías óseas que se deben a la hiponutrición discontinua y quedan grabadas en los huesos largos. Nos dejan conocer, de ese modo, episodios más o menos largos de carencias alimenticias. La hipoplasia del esmalte dentario, el tipo de abrasión -ésta ocasionada por el uso dental en el trabajo, como en el curtido- y la caries también son buenos indicadores de la dieta, cuyo estudio pertenece a la subespecialidad de la Paleoestomatología o Odontoarqueología (Ruiz Bremón y San Nicolás Pedraz 2008: 4749).

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Para conocer cuál fue el significado profundo de la enfermedad en los grupos humanos del pasado podemos aproximarnos a los comportamientos y actitudes que tomaron frente a ella y los individuos “enfermos”. Tenemos casos de sacrificio ritual, como el de dos niños deformes en Harsova, Rumanía (Guilaine y Zammit 2002), pero más casos aún de cuidado y atención. En niveles masolíticos encontramos el caso de una serie de lesiones óseas en el brazo que imposibilitaba al individuo la minusvalía para ingerir alimento por sí mismo. Que sobreviviera durante tiempo indica el tiempo dedicado en su cuidado por sus allegados. Así, también contamos con el caso de una mujer adulta víctima de un grave accidente que le produjo una fractura vertical del sacro. La consolidación de las fracturas y la fusión de la cabeza del fémur con el borde acetabulario fracturado llevaron más de tres meses de obligado cuidado y atención (Dastugue y Gervais 1992). Luego, observamos variadas actitudes hacia los individuos con cualquier tipo de discapacidad o sujetos a dificultades (Ruiz Bremón y San Nicolás Pedraz 2008: 49-53).

2. La Edad del Bronce en la Península Ibérica: caso paradigmático de El Argar y el yacimiento de El Cerro de la Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad Real).

Al estudiar la Prehistoria nos topamos con la incómoda tradición de dividirla en etapas bajo un criterio tecnológico y asignarlas a espacios geográficos muy extensos donde se perciben notables diferencias, como en la misma Península Ibérica. Por tanto, se mantiene vigente la periodización que considera le Edad de los Metales tras el Neolítico, atendiendo a la aparición de la metalurgia del cobre como si fuera ese el único y determinante elemento cultural. Dependiendo del metal trabajado la Edad de los Metales se subdivide en la Edad del Cobre o Calcolítico y la Edad del Bronce. Durante estos años, además de la aparición de la metalurgia, acaecen sucesos de índole socioeconómica particulares como la aparición de las desigualdades sociales y las instituciones político-religiosas: ajuares funerarios desiguales, fortificación de algunos poblados, diferencias de tamaño entre los mismos, especialización funcional de cada uno de ellos, etc. Se desarrollan, así, estructuras socioeconómicas complejas denominadas jefaturas por algunos, o proto-estados, por otros. En la Península Ibérica el registro arqueológico está

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muy concentrado, a día de hoy, en el sureste peninsular, incluyendo la cultura de los Millares (Calcolítico, III milenio ANE) y El Argar (Bronce, II milenio ANE). Dentro de la Edad del Bronce, a nivel europeo, diferenciaremos a partir de cronologías calibradas -dataciones absolutas realizadas partir de la cantidad del isótopo Carbono 14 en restos orgánicos y su calibración con la ayuda de la dendrocronología- el Bronce antiguo (2300-1600 cal. ANE), medio (1600-1250 cal. ANE) y final (1250-800750 cal. ANE). No obstante, para el caso concreto de la Península Ibérica, esta división ha recibido ciertas críticas, aunque se sigue utilizando a menudo (Ángeles del Rincón 2012: 275-277). El Bronce en la Península Ibérica empezó a ser conocido desde finales del siglo XIX gracias a las excavaciones realizadas por los hermanos Siret en la provincia de Almería. La cultura del Argar, desde entonces, ha sido fijada como la paradigmática en suelo peninsular. No obstante, a partir de los años 60’ del siglo XX se desarrollaron nuevas excavaciones e investigaciones sobre el registro que desembocaron, poco a poco, con la identificación de otros complejos culturales en suelo peninsular diferenciados al Argar. M. Tarradell identifica, así, el Bronce Valenciano en 1963, así como el Bronce del sur de Portugal, el cuál será incluido dentro de lo que hoy conocemos como Bronce del Suroeste tras los trabajos de H. Schubart. La década de 1970 también aportará novedades importantes para con la Submeseta Sur, donde un proyecto de la Universidad de Granada desenterró una serie de yacimientos paradigmáticos que han recibido el nombre de “motillas”, dando nombre a su cultura. No obstante, las excavaciones recientes han puesto en evidencia una variada forma de ocupación y de emplazamientos, por lo que se ha considerado una nueva área conocida como Bronce de la Mancha. Como características más generales a nivel peninsular observamos, dentro de la heterogénea situación que nos muestra el registro, un crecimiento demográfico considerable, así como la intensificación de las explotaciones agro-ganaderas. Del mismo, se observa una especialización económica de los individuos y asentamientos. El descenso de la caza a favor de la ganadería, junto al aumento del comercio, la minería y la metalurgia, se dan de la mano de una creciente jerarquización, también entre individuos y asentamientos. Se consolida el rito funerario de inhumación individual, lo que nos ha permitido el acceso diferenciado a cada caso particular e individual. Por otro lado, la metalurgia aumenta su producción y se producen variedades tipológicas muy rígidas (Fernández y Hernando 2013: 46-48). El nombre de El Argar proviene del de un yacimiento paradigmático del complejo cultural, en Antas (Almería). Hablamos de una manifestación cultural encuadrable en el 6

II milenio ANE situado en el sureste peninsular y que englobó áreas costeras y de interior, desde el río Vinalopó (Alicante) hasta la vega de Granada, con núcleo principal en las actuales provincias de Almería y Murcia. Se han propuesto varias cronologías que dividan el periodo de estudio, siendo la más rigurosa por basarse en más de cien dataciones de 14

C, la propuesta por Castro y Llull: -

Fase I (2150-2050 cal. ANE): se inicia la cultura argárica con una posible coexistencia con poblados de tradición calcolítica.

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Fase II (2050-1960 cal. ANE): se inicia la expansión desde el área nuclear, situada en las cuencas de Vera y del Guadalentín.

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Fase III (1960-1810 cal. ANE)

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Fase IV (1810-1700 cal. ANE): ésta fase y la anterior muestran el período clásico argárico, con una alta estandarización de sus producciones materiales.

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Fase V (1700-1575 cal. ANE): Fase final con máxima expansión y una paulatina heterogeneidad cultural.

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Bronce Tardío (1575-1350 cal. ANE)

La cultura argárica se caracteriza por una organización del territorio concreta. Sus poblados se diferencian en tamaño, ubicación y funcionalidad económica y política. En los cerros más elevados con una mayor visibilidad sobre las llanuras, donde se encuentran pequeñas aldeas destinadas a la producción agrícola, se levantan complejos asentamientos con casas distribuidas en laderas y previo acondicionamiento mediante un sistema de terrazas. Las estructuras arquitectónicas tienen muros rectos y plantas rectangulares, muchas veces con varias estancias internas de uso especializado. En muchos casos es perceptible la diferencia entre estas unidades habitacionales. En Fuente Álamo (Almería) hay edificaciones grandes cercanas a la cisterna y otras estructuras de almacenamiento, lo que ha sugerido un control de esos bienes por parte de las familias que habitaran en ese espacio. Las diferencias de riqueza siempre concentran a ésta en el espacio más elevado del poblado, fortificado, y que conocemos como acrópolis. Los motivos que determinan la aparición de los diferentes asentamientos son de índole económica y estratégica, pues se busca, bien una orientación de explotación minera y agrícola, o de trabajo de artesanado en talleres con la transformación de materias primas, y el almacenamiento éstas últimas funciones se dan en los asentamientos principales, donde se concentra la mayor parte de las construcciones comunitarias, tales como graneros, corrales, hornos y talleres productores de una gran variedad de objetos y utensilios-. 7

También caracteriza a la cultura argárica la homogeneización del rito funerario. Se tiende universalmente a la inhumación individual dentro del mismo poblado, a menudo en el subsuelo de las viviendas, ya en fosas, cistas, covachas o en tinajas. Siempre se vendrá acompañado de un ajuar funerario que expresan las funciones según la edad, el sexo y el estatus social, bien adquirido o adscrito. Las diferencias de riqueza y ostentación son notables, de tal modo que Lull y Estévez han propuesto hasta cuatro clases sociales diferenciadas, contando con una clase dominante, asociada a elementos tales como alabardas, espadas, algún objeto de oro, vasos bicónicos y copas, diademas de oro y plata, pendientes, anillos y otros objetos de decoración personal –en el caso de mujeres y niños se excluye la presencia de armas, pero sí aparecen puñales y punzones-; miembros de pleno derecho, asociados a un puñal y un hacha, en el caso masculino, junto a algún recipiente cerámico y algún adorno, y a un puñal y un punzón en el caso femenino. Los servidores no incluirán más que algún objeto metálico y algún recipiente cerámico. Estudios anatómicos han demostrado que se da una dieta mixta, aunque con una preponderancia de la vegetal. No obstante, en casos como en Peñalosa se da un consumo más proteínico en los habitantes de la acrópolis, así como diferencias de ajuar en una misma unidad doméstica -¿existencia de siervos/esclavos con dependencia a un señor en cuya propiedad tendrían el derecho de descansar sus restos?-. Los varones parecen estar más expuestos a traumatismos a causa de tareas o enfrentamientos bélicos, y artrosis en los mayores de 40 años –en hombros y espalda en los casos masculinos, por carga de peso, y en codos y zona lumbar en el femenino, por trabajo de molienda-. Se observan altos índices de desnutrición y anemia, así como enfermedades derivadas en niños. Se han dado varias interpretaciones a estos resultados. Lull piensa en una sociedad estatal o paraestatal en la que se incluyen productores y no productores que conviven relaciones de explotación. La violencia parece tener un papel crucial en la conformación de esta pirámide social y estructura política, en la que los grandes yacimientos en altura contarían con un papel de concentración, proceso y gestación de los recursos básicos explotados en las aldeas y minas, para luego desarrollar una redistribución (Ángeles del Rincón 2012: 302-315; Fernández y Hernando 2013: 248-256). Sobre los restos óseos pertenecientes a la cultura de El Argar, el Laboratorio de Antropología Física de la Universidad de Granada inició un proyecto de investigación del que han ido surgiendo resultados parciales, sobre todo de aspectos relacionados con la salud-enfermedad y patrones de actividad. Es muy difícil conocer la profesión de un 8

individuo a partir de un esqueleto, pero sí se pueden comparar poblaciones de las que se conozcan sus patrones económicos, y dentro de un mismo poblamiento, realizar comparaciones entre sexos y observar si hay diferencias ocasionadas por la práctica de actividades físicas diferentes. Información sobre la actividad física desempeñada por los individuos nos la dan la sección transversal de los huesos, el desarrollo de entesofitos, artrosis o lesiones traumáticas. Jiménez-Brobeil et alii nos aportan datos sobre la presencia de artrosis, marcadores musculo-esqueléticos y lesiones traumáticas para determinar hasta qué puntos hubo diferencias de género para con la actividad productiva (Jiménez-Brobeil et alii 2004). Los individuos sobre los que se realiza el análisis proceden de los yacimientos de Castellón Alto, Fuente Amarga, Cerro de la Encina, Cerro de la Virgen, Cuesta del Negro, Puerto Lope y Terrera del Reloj, todos situados en la provincia de Granada, todos los casos pertenecientes a sujetos adultos con sexo determinado por la formad e la pelvis y del cráneo, llegando, en total, a 53 varones y 57 mujeres. En los resultados con respecto a la artrosis, los varones presentan frecuencias más altas que las mujeres en términos absolutos. En torno a la columna vertebral, las diferencias no son muy grandes, a excepción del sector dorsal. Los varones muestran una frecuencia muy superior en el hombro, mientras que en el resto de articulaciones no hay diferencias muy notables. En el miembro inferior, los varones vuelven a presentar mayores valores, a excepción del conjunto del pie. En general, el sector lumbar de la columna vertebral es la región más afectada, así como en la rodilla. Los índices son muy bajos en los codos y tobillos. Las frecuencias masculinas en el sector dorsal de la columna y el hombro coinciden con el desarrollo de entesofitos del pectoral y redondo mayor, mientras la artrosis del pie coincidiría con una mayor deambulación por terreno abrupto. Luego, aunque sólo hay diferencias significativas en tres caracteres, la hipótesis de la identidad entre sexos, en este caso, queda invalidada, pues, aunque hay diferencias de actividad, no sabemos exactamente cuáles eran exactamente. Con respecto a los marcadores de estrés musculo-esquelético, en los varones hay altos niveles en las extremidades superior e inferior -más desarrollo muscular en el pectoral mayor, supinador corto y redondo mayor-. Las mujeres presentan, por otro lado, valores más bajos, manteniendo las cifras mayores en la cresta del supinador y la tuberosidad bicipital del radio, donde se inserta el bíceps. Pero estos resultados pueden deberse a múltiples factores posibles, por lo que no podemos determinar claramente la dedicación de cada sujeto. Lo que sí destaca es la neta diferencia entre sexos, lo que indica 9

que, fuera como fuese, los varones se dedicaron a la realización de actividades físicas con mayor intensidad. En el miembro inferior, los varones muestran los mayores índices en la inserción del tendón de Aquiles y en el cuádriceps, así como en el marcador del espolón, que indica un gran esfuerzo de camino sobre terrenos agrestes y pedregosos. Con diferencias proporcionales en torno a los distintos músculos, las mujeres vuelven a mostrar un índice general más reducido. Indica esto la realización de actividades parecidas, aunque con diferencias para con la intensidad. También, como decíamos más arriba, se han observado traumatismos craneales que en su totalidad muestran signos de supervivencia y relación con impactos directos. Volvemos a observar una neta diferencia entre sexos, pues si once varones muestran estas señales, sólo dos mujeres lo hacen. La concentración de los traumatismos se produce en la región frontal. Las lesiones postcraneales son 19, producidas en once varones y ocho mujeres, en algunos casos con varias lesiones en una misma persona. La más habitual parece ser producida sobre el tercio distal del radio, por delante de costillas y clavícula. Son fracturas muy relacionadas con caídas, aunque hay otras que parecen relacionarse más con impactos directos. En este caso no se alcanza una significación grande entre sexos, aunque los varones vuelven a concentrar más casos. Con respecto a los traumatismos craneales, tradicionalmente se han asignado a episodios de violencia o a accidentes. Pero, aparte de una presencia de la guerra, parece más indicado relacionarlas con actividades peligrosas tales como la cantería, la construcción o el transporte. No obstante, la frecuencia de estos traumatismos en los sujetos masculinos es muy alta (20,75%), lo que no deja de invitar a pensar en más causas. Un caso mucho más interesante aún que las lesiones producidas en el marco de las actividades cotidianas, también relacionado con la temática de la salud y la enfermedad, es el de la discapacidad. Y es que los últimos años ha habido un incremento exuberante de la aproximación hacia este fenómeno a través de la Arqueología y el estudio del pasado humano. Un estudio de investigación realizado por varios profesionales, entre los que se vuelven a encontrar Jiménez-Brobeil y Al-Oumaoui, además de Fernando Molina, Juan Tristán y María Roca, sobre más de 200 esqueletos provenientes de yacimientos localizados en la provincia de Granada, ha sacado resultados muy sugerentes. De esos 200 individuos, cuatro muestran señales de invalidez: un hombre y una mujer requerían ayuda para caminar, y otros dos varones mostraban luxaciones en el hombro. Que los cuatro individuos fueran inhumados siguiendo el rito funerario 10

estrictamente argárico, en el subsuelo de sus propias viviendas, indica que no fueron rechazados socialmente, aunque no podemos adelantar más información que esta (Roca et alii 2012). La actitud sobre estos individuos en vida no ha quedado plasmada en registro arqueológico, y no podemos presuponerla de ningún modo. No obstante, que estos individuos sobrevivieran indican algún tipo de cuidado y atención. Fuera del ámbito argárico, dentro de lo que la historiografía y arqueología actual consideran el Bronce de la Mancha, tenemos otro caso paradigmático sobre el que se han desarrollado estudios de antropología física y han salido a la luz resultados harto interesantes en el marco de este trabajo. En otro trabajo realizado por numerosos profesionales vinculados a la Universidad Autónoma de Madrid (Lapuente et alii 2011) se ha estudiado la incidencia de la aparición de artrosis vertebral en la población del yacimiento del Cerro de la Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad Ral). La valoración la han llevado sobre la observación de osteofitosis, eburnación y libiación, las cuales aparecen en diferente grado e intensidad. Sus resultados han mostrado la tendencia de la aparición de artrosis por segmentos vertebrales -cervical, lumbar y dorsal-. Existen, no obstante, más diferencias dentro de cada sector que entre ellos. Dentro de las vértebras cervicales se observa una mayor presencia de libiación y osteofitosis. Puesto que la región lumbar es la que menos vértebras nos ha legado, aunque presenta índices de presencia de libiación muy bajos, no es un resultado fiable. Y, sin embargo, es en esta región donde se ha registrado la mayor incidencia de osteofitosis. En la región lumbar, ambas patologías se concentran en la mitad inferior. Como podemos suponer, estos signos se concentran en los sujetos con mayor edad, aunque los índices de aparición en jóvenes no son muy reducidos, por lo que tendemos a pensar en la incidencia de más factores en la aparición de estas patologías degenerativas, tales como una actividad física excesiva o una predisposición genética.

3. Conclusiones

Podemos concluir con estos resultados que la salud y la enfermedad, tal y como la entendemos hoy, se dieron de una forma muy exponencial en la Edad del Bronce de la Península Ibérica. Estos análisis paleopatológicos y antropólogos físicos nos son de gran utilidad para conocer la incidencia con que aparecen las patologías debidas a factores 11

externos en según qué colectivo -diferenciación entre sexos demostrada en los estudios de Jiménez-Brobeil et alii-, y cuál fue la actitud social frente a la aparición de discapacidades físicas innatas en ciertos individuos. En el trabajo de Rico, JiménezBrobeil, Al-Oumaoui, Molina y Tristán hemos observado que, fuera cual fuera la actitud general hacia este tipo de fenómenos, las personas con discapacidad fueron atendidas y cuidadas, y en ningún momento rechazadas de la vida social, pues son enterradas siguiendo el rito funerario general, sin mostrar distinción. No obstante, la información la tenemos hasta ahí, y no podemos inferir más. La gran incidencia con que aparece la artrosis vertebral en la población de La Encantada muestra, de nuevo, la participación social mayoritaria en labores de intensidad física excesiva. No podemos determinar cuál fue la “profesión” particular de cada sujeto, aunque sí la intensidad de trabajo que realizó, deducible a partir de este tipo de degeneraciones óseas, de lesiones y traumatismos. Y es que la aproximación debe ser, en todo caso, distante, y no debemos aventurarnos a dar explicaciones unívocas a todos los resultados, puesto que tenemos que atender siempre a la limitación que abarca el registro arqueológico y óseo. Las lesiones y señales sobre hueso no son siempre inequívocas, y no tenemos acceso a otro tipo de patologías y características que incidirían sobre los sujetos y que, probablemente, no carecieron de importancia. No obstante, no nos sujetamos en esos términos a evidencias positivas, y, por tanto, con respecto a las exigencias con que se realiza este trabajo, no podemos adelantar explicaciones hasta no aparecer atestiguaciones fiables.

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APÉNDICES

Lám. 1. Mandíbula de Homo Neanderthalensis de Bañola (Gerona) con gran desgaste dentario. Paleolítico Medio. Fuente: Ruiz Bemón y Pedraz 2008: fig. 12, p. 234.

Lám. 2. Cráneo peruano con trepanación craneal múltiple y signos de supervivencia. British Museum Natural History. Fuente: Ruiz Bremón y Pedraz 2008: fig. 16, p. 235.

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Lám. 3. Trepanación craneal con signos de supervivencia. Fuente: Ruiz Bremón y Pedraz 2008: fig. 17, p. 235.

Lám. 4. Reconstrucción del poblado de Peñatierra (Jaén). Fuente: Fernández y Hernado 2013: fig. 1, p. 250.

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Lám. 5. Copas argáricas y puñales de remaches. Fuente: Fernández y Hernando 2013: figs. 4 y 5, p. 255.

Lám. 6. Recinto defensivo del Cerro de la Encantada. Fuente: Fernández y Hernando 2013: fig. 12, p. 264.

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Lám. 7. Artrosis. Representación gráfica de las frecuencias masculina y femenina. 1: columna cervical; 2: columna dorsal; 3: columna lumbar; 4; hombro; 5: codo; 6: muñeca; 7: mano; 8: cadera; 9: rodilla; 10: tobillo; 11: pie. Fuente: Jiménez Brobeil et alii 2004: fig. 3, p. 146.

Lám. 8. Marcadores de estrés músculo-esquelético. 1: escápula; 2: pectoral mayor; 3: redondo mayor; 4: deltoides; 5: olécranon; 6: supinador; 7: radio; 8: trocánter mayor; 9: trocánter menor; 10: línea áspera; 11: rótula; 12: línea poplítea; 13: tuberosidad tibial; 14: tendón de Aquiles; 15: espolón. Fuente: Jiménez Brobeil et alii 2004: fig. 4, p. 147.

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Lám. 9. Distribución de los traumatismos craneales en varones y mujeres. Fuente: Jiménez-Brobeil et alii 2004: fig. 2, p. 145.

Lám. 10. Yacimiento de Castellón Alto (Galera, Granada). Izquierda: restos procedentes de un varón de 35-39 años (tumba nº 112). a) Diafisis en el fémur izquierdo, b) detalle de la misma diáfisis en vista posterior, c) detalle de epífisis en el distal izquierdo, d) secciones de un fémur derecho normal y un fémur izquierdo patológico, e) vista superior del astrágalo. Derecha: restos de una mujer de 41-60 años (tumba nº 30). a) en los húmeros, las flechas indican engarce muscular, b) detalle de epífisis en los fémures, c) coxis con la cabeza del fémur izquierdo en acetabulum. Fuente: Roca et alii 2012: figs. 2 y 4, pp. 165 y 166.

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BIBLIOGRAFÍA



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