Un pasado volcado hacia el futuro: El V Centenario y el nacionalismo español del PSOE

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Un pasado volcado hacia el futuro: El V Centenario y el nacionalismo español del PSOE 22 marzo, 2017/0 Comentarios/en Artículo, Enrettdando /por Giulia Quaggio Durante la década de los ochenta, los signos de identidad democrática de la Nación española reactualizaron, no sin ambigüedad, una serie de referencias históricas, si bien, paradójicamente, dichas referencias fueron vaciadas de su significado profundo y convertidas en mero simulacro del pasado. Por lo tanto, no puede sorprender que los actos de 1992, “el año de España”, en el que el PSOE hizo coincidir estratégicamente los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla y Madrid Capital Cultural Europea, girasen en torno a la conmemoración fastuosa del V Centenario del Descubrimiento de América. Los socialistas se basaron, una vez más, en la evocación histórica del lejano pasado americano, como ya habían hecho las élites decimonónicas. Unos años antes, en 1987, tras haber abandonado definitivamente la propuesta de convertir el 6 de diciembre, día de la ratificación en referéndum de la Constitución de 1978, en la principal fiesta nacional, el PSOE estableció el 12 de octubre como fecha fundadora de la identidad española. La UCD había creado en 1981 una Comisión para la Conmemoración del V Centenario. Además, el rey Juan Carlos, como había hecho su abuelo Alfonso XIII en Sevilla en 1929, había manifestado ya en 1976 la importancia de una exposición universal en la que los pueblos iberoamericanos pudiesen presentar al mundo sus valores. Fundándose el proceso de transición política a la democracia en una profunda movilización de las identidades periféricas y en el estigma del nacionalismo español como legado franquista, los socialistas mantuvieron una actitud de perfil bajo en relación con los símbolos nacionales. Semejante retórica se mantuvo dentro de límites prudentes por varias razones. En el propio seno del partido socialista no existía una única idea de España, sino que esta era más bien heterogénea.

El presidente del Gobierno, Felipe González, asumió, por consiguiente, un discurso neopatriótico moderado, el cual, recuperando la tradición de cuño institucionista y regeneracionista, ligaba a España con la modernidad, el europeísmo y la solidaridad interregional simétrica. Dado que el pasado reciente aparecía conflictivo, los socialistas, buscando un consenso social transversal, prefirieron volverse hacia un pasado mítico con la intención de reinterpretarlo bajo el prisma de los principios constitucionales de 1978. Ya en el último tercio del siglo XIX la corriente progresista del movimiento hispanoamericanista había teorizado acerca de una regeneración de España que debía pasar por su proyección exterior, en particular a través de sus vínculos con la América hispánica. También en parte del pensamiento de los republicanos exiliados en América se habían originado reflexiones en esa dirección.

El PSOE no inventó nada nuevo; por el contrario, basó su proyecto identitario en una noción liberal de Hispanidad: la construcción de una comunidad de naciones hispánicas debería ser beneficiosa para todos los miembros y no apoyarse en nociones de raza o religión, sino en la lengua y la cultura comunes. Uno de los productos del V Centenario fue, de hecho, la creación en 1991 de la red de centros del Instituto Cervantes, así como la Casa de América, un consorcio público que insistía en la divulgación de la cultura hispánica.

Es importante añadir que los actos de conmemoración de 1492 se vieron particularmente favorecidos por los intereses diplomáticos y económicos de los socialistas que buscaron reforzar la integración atlántica, haciendo de España el puente entre Europa y América. El V Centenario sirvió también para instituir las Cumbres Iberoamericanas y, en paralelo, se

intentó dar un mayor protagonismo a la participación española en Naciones Unidas a través de programas de pacificación y cooperación en Nicaragua y El Salvador (ONUCA, 1989). El nuevo nacionalismo español debía exportar con orgullo a América Latina y al mundo entero el modelo de democratización puesto en marcha a partir de 1975, una transición convertida en el relato de un éxito sin precedentes capaz de subvertir la Leyenda Negra que había tiznado la imagen nacional durante siglos. Esto parecía, por otra parte, aún más estratégico en un momento en el que los focos recaían dramáticamente sobre el PSOE a causa de numerosos casos de corrupción (de Filesa a Ibercorp). Con el final de la Guerra Fría, en fin, la construcción de una Comunidad Iberoamericana venía a representar un modelo futuro de intercambio cultural entre el Norte y el Sur del mundo. De hecho, los procesos de nation-building de finales del siglo XX tuvieron que reorientar su retórica en virtud de los nuevos retos que proponían la globalización, la migración y la autonomía local. El V Centenario trató de esbozar, de hecho, una idea transnacional de España. Por ejemplo, la Expo de Sevilla se basó en una idea casi obsesiva de red y comunicación, visible en la constante presencia de pantallas, la exhibición de los primeros modelos de telefonía móvil y la construcción de la línea ferroviaria de Alta Velocidad entre Sevilla y Madrid. Dicho lo cual, lo que resulta sorprendente es el hecho de que, en la Expo, la historia de España fuese finalmente ocultada. Ni siquiera se erigió un busto en recuerdo de Cristóbal Colón en la isla de la Cartuja. Ciertamente se recordaron de forma individual figuras concretas, caso de Cervantes o Fray Bartolomé de las Casas. Sin embargo, en conjunto, el vacío histórico dominó un evento que se valió del pasado para proyectarse desmemoriadamente hacia el futuro y exaltar de forma espectacular la modernidad de los instrumentos de comunicación entre países, como quedó de manifiesto, por ejemplo, con la reconstrucción de las carabelas de Colón. Esta vez fueron los dirigentes socialistas quienes desearon reactualizar aquel momento considerado glorioso de unificación y reconciliación bajo una única Corona de los reinos españoles; momento interpretado, además, simultáneamente como fruto de la curiosidad renacentista de una Europa respecto a la cual España quería presentarse como parte integrante. Se hizo especial énfasis, por eso mismo, en la obra civil española realizada en el continente americano, se condenó la expulsión de los judíos y se confirmó la centralidad de la cultura árabe para el país (Programma Sefarad 92 y Al-Andalus): paradójicamente, alterando la realidad histórica, 1492 fue interpretado por el PSOE como el culmen de una España sincrética y mestiza, cuya proyección americana no era sino un reflejo ulterior en clave global. Giulia Quaggio (Universidad de Sheffield)

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