Un cochino corazón en este perro mundo (animalidad y sentimientos en la poesía de José Emilio Pacheco)

June 29, 2017 | Autor: Daniel Ares-López | Categoría: Animal Studies, Critical Posthumanism, Ecocriticism, Latin American Poetry
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Descripción

Un cochino corazón en este perro mundo (animalidad y sentimientos en la poesía de José Emilio Pacheco)* Daniel Ares López Desde el surgimiento del Humanismo en la Europa de los siglos XIV y XV (y la recuperación y relectura de los clásicos grecolatinos que impulsó este movimiento) la palabra humano ha gozado de un prestigio creciente y con pocas fisuras dentro de la historia cultural de Europa y las Américas. Este prestigio de lo humano está enmarcado dentro de una narrativa progresista del mundo moderno según la cual una supuesta cosmovisión teocéntrica o animista ̶ que definiría tanto a la Pre-Modernidad europea como a otros pueblos no Occidentales ̶ sería sustituida por una cosmovisión antropocéntrica, naturalista y liberadora (Descola). De esta manera, a través de una historia convulsa llena de conflictos, avances y retrocesos (las guerras de independencia y revoluciones liberales euroamericanas del XVIII y XIX, el auge y caída de los fascismos y dictaduras del XX, la abolición de la esclavitud, las victorias de la ciencia) la razón humana y el corazón humano, expresados y codificados a través del lenguaje, se revelan como los únicos actores en el gran teatro del mundo, de la historia y de la cultura. El resto, lo que no es humano (las restantes especies que forman la biosfera, el mundo mineral, líquido y gaseoso que nos habita y nos rodea) está ahí, sin duda, pero, sin voz ni conciencia, no participa de forma activa. Tiene presencia como pura materia, vida tenaz o instinto ciego, con frecuencia domesticable, cultivable o manipulable genéticamente, pero no constituye un sujeto y agente históricos. En esta visión antropocéntrica y humanista del mundo lo que no es humano queda enmarcado en la categoría de Naturaleza y separado de las culturas humanas (Latour). Esta Naturaleza que se opone a la Cultura (las escribo con mayúscula para enfatizar la artificialidad de esta distinción, que dista de ser universalmente aceptada) se ha entendido en Occidente como objeto para las conquistas de la ciencia y la industria o bien ha constituido un venero de metáforas y símbolos para la expresión artística de sentimientos humanos. Pensemos por un momento en todas las plantas, animales y paisajes literarios que asociamos al amor, al deseo, a la emoción estética, a la nostalgia, al horror ante la violencia, al patriotismo, al desasosiego ante la muerte o al ansia de trascendencia. Aún sin salir de la poesía la lista sería inacabable: el cuervo de Poe, el gato de Baudelaire, los tigres de Blake y Borges, el mar de Juan Ramón, las golondrinas de Bécquer, el cisne de Rubén Darío… En fin, mientras que para los Modernos ilustrados (planificadores o negociantes) todas las especies son objetos de conocimiento y posibles materiales de producción y consumo, para sus primos los Modernos románticos (la tropa de simbolistas, modernistas, jipis y demás melenudos) los bichos y plantas que pueblan la Tierra *

Éste es el borrador final de un ensayo publicado en la revista Cruce Riviú, Edición 0, Junio/Septiembre 2016. Se puede acceder a la edición digital de la revista a través de este enlace: http://issuu.com/cruceriviu/docs/cruce_rivi___edici__n_cero__final_/2?e=25120767/36131420

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son un objeto de contemplación estética, de culto panteísta o pastoral, o bien un eco de los abismos insondables de su humanísima conciencia. A medida que la crisis ecológica global que estamos experimentando se va haciendo más palpable, el andamiaje ideológico humanista y antropocéntrico que ha sustentado las visiones y proyectos de los Modernos va perdiendo vigencia y sentido. Empezamos a darnos cuenta de que tanto nuestra supervivencia como especie como las posibilidades de justicia social en cada región depende de nuestra capacidad para buscar nuevas formas (sostenibles, éticas y justas) de habitar este planeta y de entender y practicar las relaciones con los otros seres que habitan la biosfera. José Emilio Pacheco es uno de los primeros poetas en lengua española (junto con Ernesto Cardenal y Homero Aridjis) cuya obra incorpora una sensibilidad y una preocupación medioambiental (Binns). Ya desde los años 70, muchos poemas de Pacheco proyectan una visión eco-apocalíptica de lo que para los Modernos románticos era la Naturaleza (el mar, el bosque, el cielo). En estos poemas, este nuevo ente que antes era Naturaleza ha perdido su naturalidad y autonomía al haberse materialmente fusionado con los detritos de la Cultura: los vertidos y emisiones industriales que ya están provocando cambios geológicos a gran escala. Sin embargo, la representación de lo que no es humano y su relación con nuestra especie en la poesía de Pacheco va mucho más allá de esta visión anti-arcádica de una naturaleza corrompida. Retomando ciertas corrientes marginales de la Modernidad (que se pueden observar en los ensayos de Montaigne sobre los animales o en el interés de cineastas vanguardistas como Painlevé o Luis Buñuel por la zoología y la entomología) Pacheco llega a cuestionar de una manera penetrante y radicalmente lúcida las certidumbres humanistas y antropocéntricas heredadas de la tradición artística y cultural en la que nuestro poeta se sitúa. En todos los libros de Pacheco, ya desde No me preguntes como pasa el tiempo (1964-1968), son frecuentes los poemas que describen y reflexionan sobre la fisiología y el comportamiento de diferentes especies de animales, desde los simios a los ácaros. En ocasiones estos poemas sobre animales ̶ animales no-humanos, se entiende, porque Pacheco nos deja claro que todos somos animales ̶ están construidos a través de la perspectiva y voz imaginadas de un animal. ¿Cuál es el efecto de estos poemas sobre esa rara especie que somos los humanos lectores de poesía? Principalmente dos: desbaratar formas convencionales de concebir a los otros animales (por ejemplo el animal concebido como manjar, como bicho asqueroso o como plaga indeseable) y ponernos delante un espejo escéptico que nos señale nuestra humilde, precaria, destructora y auto-destructiva posición como especie dentro del planeta y del universo. Veamos algunos ejemplos. En “Cerdo ante Dios” (226), el poeta se ubica en su infancia en el momento de contemplar el sacrificio de un cerdo y se interroga sobre el sentido de la vida y el dolor cruzando la línea divisoria que define la supuesta excepcionalidad humana: Casi humanos, escucho / alaridos premonitorios./ (Casi humano es, dicen los zoólogos, el interior del cerdo inteligente, / aún más que perros y caballos.) / Criaturitas de Dios, los llama mi abuela. / Hermano cerdo, hubiera dicho san Francisco. / Y ahora es el tajo y el 2

gotear de la sangre. / Y soy un niño pero ya me pregunto: / ¿Dios creó a los cerdos para ser devorados? / ¿A quién responde: a la plegaria del cerdo / o al que se persignó para degollarlo? / Si Dios existe ¿por qué sufre este cerdo? / Dentro de poco, tragaré como un cerdo. En “La mosca juzga a Miss Universo” (572) una imaginada voz de mosca nos juzga desde su condición moscuna y revela con ironía el carácter específico (es decir, consustancial a la fisiología de cada especie) de la percepción sensorial y estética: Qué repugnantes los humanos (…) / Miren a ésta. / La consideran hermosísima. / Para nosotras es horrible. / Sus piernas no se curvan ni se erizan de vello (…) / Parecen despreciables esos ojillos / en vez de nuestros ojos que lo ven todo. / Asco y dolor nos dan los indefensos. / Viven tan sólo para hostilizarnos / con su odio impotente. / Pero los compadezco: no tienen alas / y por eso se arrastran en el infierno. “Perra en la tierra” (279-280) ̶ un hermoso homenaje literario a los millones de perros callejeros que sobreviven en nuestras ciudades ̶ celebra la vida perra, el deseo y el placer sexual que bulle en nuestro planeta rebasando los estrechos límites de nuestra especie: La manada de perros sigue a la perra / por las calles inhabitables de México (…) / Y mientras alguien se decide a matarlos / siguen los perros a la perra. / La huelen todos, se consultan, se excitan / con su aroma de perra. / Le dan menudos y lascivos mordiscos. / La montan / uno por uno en ordenada sucesión. / No hay orgía / sino una ceremonia sagrada, inclusive / en estas condiciones más que hostiles: / los que se ríen, / los que apedrean a los fornicantes, / celosos / del placer que electriza las vulneradas pelambres / y de la llama seminal encendida /en la orgásmica vulva de la perra (…) / Por un segundo ella es el centro de todo. / Es la materia que no cesa. Es el templo / de este placer sin posesión ni mañana / que durará mientras subsista este punto, / esta molécula de esplendor y miseria, / átomo errante que llamamos la Tierra. En definitiva, a través de una escritura poética matizada por la cuidadosa observación zoológica, Pacheco hace un esfuerzo (que podríamos llamar sobre-humano) por intentar pensar, imaginar y sentir los animales desde sí mismos y a los humanos desde fuera. De esa manera, los animales dejan de ser fábula, símbolo o alegoría de los asuntos internos de nuestra especie y pasan a cuestionar qué entendemos por humanidad, animalidad, sentimiento y sensibilidad en este mundo tan cochino, tan bestial y apenas humano.

Obras citadas Binns, Niall. ¿Callejón sin salida? la crisis ecológica en la poesía hispanoamericana. Zaragoza, España: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004.

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Descola, Philippe. Beyond Nature and Culture. Trans. Janet Lloyd. Chicago ; London: The University of Chicago Press, 2013. Latour, Bruno. We Have Never Been Modern. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1993. Pacheco, José Emilio. Tarde o temprano: poemas, 1958-2009. Barcelona: Tusquets Editores, 2010.

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