Tremor octubrino: narrativa publicada en Revista Cruce

October 15, 2017 | Autor: Y. Arroyo Pizarro | Categoría: Gay And Lesbian Studies, LGBT Studies, Literatura Lésbica Latinoamericana
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Descripción

Tremor octubrino Por Yolanda Arroyo Pizarro Para Revista Cruce Del libro Lesbofilias

Primera detonación. La estructura se cae y me aseguro de estar presente, con binoculares atentamente colocados, alejada lo suficiente de la explosión. El primer molino eólico estalla y mis compas y yo lo celebramos. Nos abrazamos, nos revoleteamos el pelo, chocamos las manos en señal de victoria y es en ese momento que vuelvo a advertir la presencia de mi ex en el grupo de rebeldes, sus ojos inseguros pero copartícipes, su cuerpo esbelto de compromiso fallido, pero de ideales solidarios. Y recuerdo nuestra primera foto tomada en las letras de Ponce, aquella tarde de octubre en que nos juramos durar para siempre, sin saber que para siempre se remitía a catorce meses, como máximo. P-O-N-C-E, habíamos deletreado ilusionadas, boca con boca abierta, lengua mostrada adrede para que la foto tuviera más efecto. Nuestras cabelleras al viento y una de sus trenzas encaramada en mi cuello, adornando mi puca. Las letras grotescas, rojas y negras, de veinte pies de alto y dieciocho de ancho, se habían quedado cortas ante nuestra declaración de amor eterno. —El pendejo artista de estos armatostes se apellida Rivera Villafañe. Es un escultor de Ponce.— dice con desprecio mi ex, en aquel momento cuando todavía no lo era. Y acto seguido decidimos besarnos y vandalizar la “O” con un grafiti en forma de corazón, y escribimos dos letras románticas y una frase singular que durante más de una semana son reseñadas en los titulares de los periódicos del país. Pero eso no es lo único que se publica en las primeras planas de los diarios. La demanda por $80 millones de dólares de la Administración Federal de Carreteras al gobierno municipal gana la atención de la opinión pública (rebasando nuestro aguerrido garabato), cuando se supo que era ilegal colocar cachivaches gigantescos de esa índole, que entretienen y distraen, en los expresos de ningún estado o territorio americano. Y eso incluye a nuestra híbrida colonia portorricensis. Aquello fue lo que nos dio la idea. Quisimos superar el suceso. Fue una estocada definitiva al orgullo. Mi ex, nuestras compinches ecoterroristas y yo, decidimos

reconquistar el interés general y por extensión, otorgarles protagonismo a los recién instalados molinos de viento de Santa Isabel. Cuando detonó el último, ya íbamos todas por Cayey boleto aéreo en mano y felices. Nos sentíamos unidas porque estábamos construyendo un mejor mundo. Camino al aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, que dicho sea de paso no queda en San Juan como nos hacen creer las azafatas durante el aterrizaje, pues es parte de Carolina (nuestro oriundo pueblo), recordamos el grafiti de la “O”. Y nos reímos del resto del mensaje que habíamos pintarrajeado junto a nuestras iniciales: Carolina es Carolina y Ponce es su parking.

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