Tras los pasos de Ngai

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Descripción

RAFAEL BALAGUER ROSA

Viajar al hemisferio Sur y observar las maravillas que oculta su cielo nocturno es el sueño dorado de todos los aficionados a la Astronomía que habitamos en latitudes boreales. Si, además de la pasión por las estrellas, sentimos fascinación por la ciencia en general y en especial por la paleo-antropología, entonces un viaje al Norte de Tanzania cumplirá con creces nuestras más altas expectativas de satisfacción emocional.

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William y un compañero bajo la Gran Nube de Magallanes y varios cúmulos NGC. La estrella más brillante es Canopus. (Excepto donde se indique, todas las imágenes son cortesía del autor. Las astronómicas están tomadas con una cámara réflex Pentax y objetivo de 55 mm, película Kokak 400 ISO y 5 minutos de exposición. Montura Orion MinEq Table Top motorizada en A.R. Lugar: Sinya, Norte de Tanzania.)

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Porque en el fondo, la vida se trata de eso, de satisfacer nuestros peque ños sueños e ilusiones. Alguien dijo una vez que «la vida es una ilusión secuencial». Nada puede resultar más cierto en lo más profundo de la sabana africana, donde la vida se desarrolla en todo su esplendor ante nuestros ojos, ofreciéndonos además una oportunidad única para viajar en el espacio-tiempo, a lugares y comunidades todavía sin alterar por la cultura occidental, a instantáneas que nos transportan inmediatamente a nuestros orígenes como especie y que nos convierten en coetáneos a los primeros tiempos de la humanidad, no sólo como espectadores pasivos, sino como parte integrante e inseparable (me atrevería a decir que ya para siempre, porque África enamora) del ecosistema más fascinante del planeta. Una vez decidimos con Roser, mi paciente esposa (todos sabemos que la Astronomía es una ciencia que requiere sacrificios), que las vacaciones de 2005 nos llevarían a los lugares

así cómo la imprescindible brújula, linternas, baterías y material de recambio para todos los tornillos y trípodes (en la sabana no abundan las ferreterías). Además, claro, había que llevar todo el material apropiado para realizar un safari por la sabana africana en condiciones de seguridad, toda precaución resulta útil en un entorno tan distinto al por el que estamos acostumbrados a deambular. Del 7 al 21 de enero de 2005 estaríamos en el norte de Tanzania, muy cerca de la frontera con Kenia, en pleno territorio Maasai. Nada más poner el pie en tierra en el aeropuerto internacional Kilimanjaro, cerca de Arusha, las sensaciones ya son embriagadoras y una vez superada la impresión de estar en África y desembarcados en medio de la nada, esa nada extraña que lo abarca todo en la sabana, nos espera el campamento en Sinya. Sinya es una antigua zona minera en la que se extraía espuma de mar con la que se realizaban hermosas pipas a unos 100 km. al Noreste de Arusha. Ser recibidos por un gran jefe

La Gran Nube de Magallanes, «Ngare» y Canopus.

que vieron nacer a la humanidad y dado que la Astronomía me atrapó no se todavía cómo desde que era un niño, nos dispusimos a prepararnos para emprender un viaje que cambiaría nuestra vida cargados con no todo el material astronómico que me hubiera gustado llevar, ya que las características del viaje desaconsejaban llevar material de observación muy sofisticado, pero sí con unos prismáticos Oberwerk de 20 x 90 que harían las delicias de todos los expedicionarios, varios prismáticos de 7 x 50, la vetusta cámara réflex Pentax y la montura ecuatorial Orión MinEQ TableTop motorizada en ascensión recta muy ligera y compacta y que me permitiría intentar tomar alguna que otra fotografía del cielo nocturno, 28

Maasai como Kipululi y otros guerreros más jóvenes como Lomayani, Engamérica y William con extrema cordialidad no deja de ser sorprendente para los occidentales que quizás nos hemos olvidado de que en realidad todos somos hijos de África. El retorno al «hogar» siempre resulta agradable. Los nativos con los que tuvimos más relación fueron los Maasai de Sinya y los del lago Natron. Los Maasai llegaron a África Oriental desde el Norte, probablemente desde el valle del Nilo en el siglo XV a.C. Esta herencia nilótica se puede apreciar en los rostros de algunos guerreros Maasai que exhiben claramente rasgos faciales egipcios. Son básicamente ganaderos nómadas que desplazaron a las demás etnias de los

territorios que ahora ocupan gracias a las luchas constantes que libraron con éxito debido principalmente a la ventaja de contar con una casta de guerreros amplia y dedicada única y exclusivamente a la guerra. Así, los hombres son niños, guerreros o ancianos y las mujeres tienen gran poder en términos de economía familiar y de cohesión social de la comunidad dotando de equilibrio al ejercicio de la autoridad entre ancianos y guerreros. Actualmente ya no disputan batallas, aunque recientemente han tenido conflictos con los vecinos Sonjo a causa del ganado (los Maasai consideran que todo el ganado del mundo les pertenece). Sus rebaños constan de vacas, cabras, ovejas y asnos para el transporte y su alimento principal es la leche, que mezclan con sangre extraída de la yugular de los animales, que se recuperan pronto de esta operación. Sólo en ocasiones especiales como rituales de iniciación comen la carne procedente de los animales del rebaño. Trasladan los campamentos en busca de agua fresca para los

las dos Nubes de Magallanes. Era la primera vez que veía el cielo del Sur y la emoción se apoderó de mí. Mi corazón latía acelerado y los nervios me dominaban y los compañeros de expedición asistían sorprendidos al espectáculo de verme dando saltos de alegría exclamando sin parar: ¡las Nubes de Magallanes, las Nubes de Magallanes!, tal como un iluminado cualquiera... Soy demasiado apasionado con las cosas que me apasionan, valga la redundancia, y ver tantas estrellas sumado a las experiencias vividas durante el día junto a los Maasai observando la fauna de la zona era demasiado para mí. ¡Esa misma noche tenía que preparar mi propio campo de observación en plena sabana! Después de la copiosa cena me dispuse a realizar alguna observación para tomar contacto más directo con las zonas del cielo que eran nuevas para mí. Así, mientras William, el joven guerrero Maasai con el que entablaríamos amistad nos acompañaba a nuestra tienda, le comenté que mi intención era

Las Pléyades, «Nkokuai», con Aldebarán, la estela de una Delta Cándrida y el paso (muy tenue y vertical, a la derecha del meteoro) del satélite artificial Cosmos 2084(RB)2.

animales y los Maasai («los que hablan Maa») son animistas aunque cada vez hay más iglesias cristianas proliferando por la sabana. Creen que la divinidad está en todas las cosas y su dios único es Ngai. Como buen aficionado a la Astronomía lo primero que hice al salir de la tienda en el campamento de Sinya al finalizar la jornada y después de disfrutar de una bien merecida ducha fue levantar la vista al cielo. ¡Qué maravilla! A simple vista pueden verse unas 6.000 estrellas, creo que allí estaban todas. Eran las 20 horas y sobre el horizonte Suroeste se me aparecían colgadas junto a la imponente Vía Láctea que partía el cielo II Época / Nº 73 / 74 - julio / agosto 05

quedarme fuera de la tienda observando el cielo. William me dijo que no me lo recomendaba, que la noche era peligrosa y que él esa noche no podía quedarse conmigo. Yo pensé que no sería para tanto y le pregunté divertido y directamente que si había leones por la zona y mi sorpresa fue grande: William adoptó un gesto grave y afirmó rotundamente que sí, que por la noche por allí podían rondar leones. ¡Vaya!, ahora ya no estaba tan tranquilo. Cuando llegamos a la tienda William nos dejó en cuanto entramos y me repitió que era mejor que no saliera de noche: las tiendas son seguras, los animales las respetan pero la sabana de noche es su territorio y somos nosotros los que 29

debemos respetarlo, aventurarse fuera de las tiendas en la oscuridad puede ser ciertamente peligroso. Y si además un curtido Maasai con un cuchillo de 50 cm. colgado en la cintura te dice con cierta pesadumbre que el tema de los leones es serio, la verdad es que es mejor no arriesgarse demasiado por realizar una observación astronómica. Pese a todo y gracias a mi tozudez y, sobre todo, al «equipo de supervivencia» que hay en cada tienda, a saber: 1 silbato para soplar a todo pulmón en caso de emergencia, 1 walkie-talkie que básicamente cumple la misma función que el silbato pero con menos encanto y más eficacia y 1 magnífico cuchillo Maasai extraordinariamente afilado; decidí que debía probar mi valentía y salir de la tienda con los prismáticos para observar todo lo que se pusiera a tiro. Así que me colgué el silbato del cuello, conecté el walkie y me colgué el cuchillo a la cintura. Curiosamente, llevar el cuchillo no me hacía sentirme más seguro pero en fin, tenía que intentarlo. De esta guisa salí de la tienda con el trípode y los prismáticos de 20 x 90. Una vez todo estuvo instalado y para asegurarme de que todo iba bien decidí barrer con la linterna el perímetro que la potente luz me permitía alcanzar, unos 50 metros a mi alrededor. ¡Mi sorpresa fue mayúscula!, la cantidad de pares de ojos de todos los tamaños que me observaban desde todos los 360º que me rodeaban me inquietó en grado sumo. Los ojos podían pertenecer a impalas, gacelas, aves o a hienas y leones y como mis conocimientos del comportamiento de la fauna en estado salvaje son nulos y, por supuesto, era totalmente incapaz de distinguir por el brillo de los ojos qué criatura era la propietaria de tales destellos, decidí sabiamente que lo mejor sería retirarme a la seguridad de la tienda. Pero justo cuando terminaba de recoger los prismáticos aparecieron dos Maasai armados con cuchillos y lanzas que vigilaban el perímetro del campamento. Sólo hablaban Maa, pero entendían un poco de Inglés y fue realmente divertido William y dos compañeros guerreros jóvenes Maasai bajo la Cruz del Sur, hacerles entender que me gustaba la Astronomía y que «Lakarinet». había intentado observar el cielo y el susto que me había llevado al ver que toda la fauna de África estaba observándome a mí. Rieron encantados en cuanto les enseñé «camino». Nunca olvidaré este momento, con los Maasai el cuchillo que todavía llevaba colgado en el cinto. Entre la indicándome la Vía Láctea con mi linterna y recorriendo el mímica y mi pobre Inglés estuvimos un buen rato riéndonos camino sobre el que estábamos con su lanza. Este camino de mí y de mis temores. Es cierto que había leones por la zona, era el que nos comunicaba con el resto del campamento y la y elefantes, y monos, etc… pero los leones, por ejemplo, han tierra sedimentaria blanquecina que lo componía constituía aprendido a evitar a los Maasai a los que detectan por el olfato, un símil poderoso del camino que los Maasai también veían ya que saben que los humanos son presas difíciles y además en el firmamento, impresionante. A la noche siguiente tendría vengativas. Así que el peligro era relativo… si eres Maasai y la oportunidad de aprender un poco más sobre la Astronomía has cazado leones con tu lanza supongo que las cosas se ven de Maasai cuando William pasaría la noche conmigo charlando otra manera, pero para un occidental de hábitos básicamente tranquilamente al lado del fuego observando y fotografiando sedentarios el miedo puede ser un buen aliado de la prudencia. el cielo del Sur junto a los guerreros Maasai que custodiaban En la sabana los Maasai son los dueños de la noche así que el sueño del campamento. El primer paso es montar correctamente el equipo y aproveché el encuentro con ellos para intentar sacarles algo de información astronómica y en este sentido la velada resultó poner en estación con la mayor precisión posible la montura provechosa. Con la linterna apunté directamente a Orión y ecuatorial. Para ello lo primero que hay que hacer es fijar la ellos me dijeron que para los Maasai Orión era «Ngai», el latitud del lugar de observación. La latitud de Sinya es 3º mismísimo dios Ngai. Asombrado, luego les mostré las Plé- Sur, por lo que al principio de la noche todavía son visibles yades y ellos me dijeron que las llaman «Nkokuai» y, lo más algunas estrellas del hemisferio Norte y a medida que las horas sorprendente, que la maravillosa Vía Láctea se denomina en avanzan las estrellas australes van haciendo pausadamente Maa «Nkurrei» que, casualidades (o no) de la vida, significa su aparición por encima del horizonte, sólo interrumpido por 30

algunas acacias amarillas que parecen brillar con luz propia y el omnipresente Kilimanjaro. Luego hay que orientar la montura según el eje de rotación Norte-Sur. En el hemisferio Norte tenemos la suerte de contar para ello con la estrella Polar, casi perfectamente alineada con el eje de rotación de la Tierra, por lo que esta operación es relativamente sencilla. En el hemisferio Sur, en cambio, no hay una estrella perfectamente alineada con este eje de rotación y el sistema de orientación pasa por prolongar el brazo largo de la Cruz del Sur 4 veces y media para acercarse el polo Sur celeste. Aún así, la estrella que queda más cerca es Sigma Octantis, demasiado débil para ser útil en estos menesteres. E  n mi caso, como debía poner en estación la montura sobre las 22 horas y la Cruz del Sur no aparecía por encima del horizonte hasta la 1, no me quedaba más remedio que confiar en la brújula para poner la montura en estación. En principio todo debe ir bien, el inconveniente es que sin poder alinear correctamente la montura la precisión en el seguimiento de los objetos celestes puede verse afectada en exposiciones fotográficas superiores a los 5 minutos, así que las fotografías deberían tomarse con menos exposición. La película seleccionada era de 400 ISO de sensibilidad, muy polivalente y que implica menos riesgos de sobreexposición en las tomas que en las realizadas sobre películas más sensibles. Con el equipo fotográfico en estación coloqué los prismáticos de 20 x 90 sobre el trípode para observar el cielo, cielo que, todo hay que decirlo, sorprende por su tamaño aparente. Es muy curioso notar cómo las constelaciones y hasta la Luna en plena sabana se nos antojaban mucho más pequeñas que cuando las observamos en casa. En el caso de la Luna todos conocemos sus cambios aparentes de tamaño, que nos parece mucho mayor cuando está baja sobre el horizonte que cuando está a alturas más elevadas. De hecho la Luna cambia de tamaño porque a veces está más lejos y a veces más cerca de la

Los Maasai de Sinya nos obsequian con una danza antes de cenar.

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Tierra debido a la elipticidad de su órbita, pero estos cambios son pequeños (unos 4 minutos de arco) y no ocurren durante una noche por lo que resulta difícil de apreciar. El efecto de su mayor tamaño cerca del horizonte y menor tamaño cuando está más alta en el cielo es una ilusión óptica. Cuando la Luna está baja parece grande cuando está cerca de los árboles y de las casas, porque hay algo con lo que compararla; cuando está más alta aparece como un pequeño objeto en la inmensidad del espacio vacío, en nuestro caso lleno de estrellas. Es lo mismo que le ocurre al Sol al amanecer o al ponerse. En la sabana los espacios abiertos son tan vastos que el mismo efecto se aplica a las estrellas y así, hasta Orión-Ngai ve empequeñecida su majestuosidad, rodeado de miles de comparsas estelares. Mi experiencia de la noche anterior despertó la curiosidad del resto de expedicionarios y así estuvimos todos juntos observando la Gran Nube de Magallanes, nuestra galaxia vecina en el Grupo Local; varios cúmulos impresionantes en los que se resolvían miles de estrellas como los NGC 2516, 3114, 3293, y 3372; las siempre fantásticas Pléyades; M 42 en Orión y como no, el cometa C/2004 Q2 Machholz que presentaba en esos días un brillo intensísimo, sobre todo en su núcleo, muy activo con una gran coma ancha y brillante y dos colas impresionantes. De vez en cuando algún meteoro procedente de la lluvia de las Delta Cáncridas y también algún que otro satélite artificial como el Cosmos 2084 surcaban la inmensa bóveda africana. La sesión se completó explicando que un buen prismático es el que proporciona una pupila de salida lo más próxima a 7 mm., que es el tamaño de la pupila humana dilatada al máximo, así toda la luz que capta el instrumento es aprovechada por nuestros ojos. La pupila de salida se obtiene dividiendo la abertura de los objetivos del prismático por los aumentos que proporciona. Una vez todos los expedicionarios hubieron hecho el cálculo para sus prismáticos más de uno se arrepintió de haber comprado un binocular especialmente para viajar de safari que no ofrecía unas prestaciones óptimas. Una vez el grueso de los expedicionarios se retiró a descansar sólo quedamos William, dos compañeros jóvenes guerreros y yo junto al equipo. Fue entonces cuando ellos se animaron a acercarse a ver con detalle qué demonios hacía aquel turista con todos aquellos extraños artefactos. La montura ecuatorial con la cámara les intrigaba especialmente y gracias a que William hablaba Inglés pude explicarles su funcionamiento, que les sorprendió mucho cuando entendieron que la montura lo que hacía era seguir a las estrellas en su desplazamiento. Claro que les parecía extraño y complicado, la realidad para ellos es que es Ngai quien ordena a las estrellas que cada día salgan y se pongan inmutables, Ngai lo decide todo en el universo Maasai. No menos sorprendidos se mostraron cuando observaron las Pléyades con los binoculares 20 x 90. Sus exclamaciones de asombro tampoco se me 31

olvidarán nunca, no paraban de repetir «¡Nkokuai, Nkokuai! » mientras se alternaban para observarlas. Lo que ya no les gustó tanto, especialmente a William, fue descubrir que no estaban muy finos en agudeza visual, ya que sólo distinguían a simple vista 5, 6 y 6 estrellas respectivamente, cuando deberían poder ver unas 7 si tenían una vista sana. Ya los antiguos griegos utilizaban este método con las Pléyades para graduar las dioptrías y diagnosticar la miopía. Decirle a un orgulloso joven Maasai que es un poco miope no es muy recomendable, aunque si inmediatamente después uno se quita las gafas y les confiesa que sin ellas no es capaz de ver ni una sola estrella en las Pléyades y que para él «Nkokuai» es sólo una mancha difusa sin ningún encanto, todo se arregla en un santiamén. En cuanto William les tradujo a sus amigos la historia de los griegos y el turista miope los tres se echaron a reír haciendo gala de un sentido del humor envidiable, un sentido del humor Maasai que en más de una ocasión pudimos disfrutar a lo largo del viaje. No hay que olvidar que los Maasai se consideran

(el dios rojo). Para los Maasai el negro representa la felicidad y la vida, ya que es el color de las nubes que traen la lluvia de la que depende toda la vida en la sabana. Reflexionando sobre esto y viendo el atuendo de muchos hombres Maasai, que visten telas rojas y negras, se me ocurre pensar que quizás estas telas que adquieren en los mercados de los pueblos y ciudades les gustan tanto porque evocan esa dualidad que tantas culturas han deificado y que ellos simbolizan con los colores rojo y negro, ying-yang, blanco-negro, etc… Los Maasai tienen varios lugares sagrados, de los que pudimos visitar dos: la montaña del dios Ngai «Oldoinyo Le Ngai» volcán aún en activo y el agujero del dios Ngai «Shimo La Mungu», cráter volcánico, ambos cercanos al lago Natron. Ngai vive en el volcán y cuando la actividad volcánica se manifiesta claramente emitiendo sonidos, piensan que Ngai tiene algo importante que comunicarles. William me contó que Ngai no se considera masculino ni femenino y que puede adoptar múltiples aspectos y que cuando

La Vía Láctea ,«Nkurrei».

superiores a nosotros en todos los aspectos y no conviene entrar en polémicas con guerreros como William, que han participado en cacerías de leones. Le conté a William mi encuentro de la noche anterior con los dos Maasai y me explicó más detalles sobre Orión-Ngai. Después de mostrarles en un atlas estelar nuestra visión clásica de Orión, que les pareció graciosa pues no paraban de reírse entre ellos, William me dijo que Ngai es su único dios, que vive en todas la cosas y lo domina todo, el cielo y la tierra. Así Ngai puede enviar prosperidad y alegría y entonces llaman a Ngai «Ngai Norok» (el dios negro); pero cuando Ngai está enfadado y envía hambre y muerte le llaman «Ngai Na-Nokie» 32

creen que Ngai está enfadado y se muestra rojo representa… ¡a los británicos! Ngai es el creador de todas las cosas y al principio Ngai (que también significa «cielo») estaba unido inseparablemente a la tierra y era dueño y señor de todos los rebaños de ganado del mundo. Pero un día el cielo y la tierra se separaron y Ngai ya no habitó más entre los hombres. Pero había un problema muy grave en todo esto: resulta que Ngai se llevó el ganado al cielo con él porque Ngai amaba el rebaño y luego se dio cuenta de que en el cielo no había hierba y que sin hierba el rebaño moriría de hambre. Para solventar la cuestión Ngai envió de vuelta a la Tierra a todo el ganado del planeta, que bajó del cielo por las raíces aéreas del árbol sagrado, el

ficus negro que los Maasai llaman «Oreti». Ngai encomendó el cuidado del rebaño a los Maasai que desde entonces han sido pastores hasta el punto que cualquier otra actividad resulta indigna y se considera un insulto a Ngai. Tal es el tabú que incluso los Maasai tienen prohibido cavar la tierra para cultivar, que es considerada una tarea muy inferior a su encargo divino de pastorear el rebaño del mundo. Ni siquiera entierran a sus muertos siguiendo este precepto y solamente entierran en ocasiones muy especiales a personas que han sido muy notables, como por ejemplo ancianos que han llegado a vivir 100 años. No se puede enterrar a las personas en la tierra para no contaminar la hierba que crece sobre la sabana. Así la hierba adquiere también un carácter sagrado e incluso se sostiene en la mano como signo de amistad a modo de saludo y también se emplea para bendecir a los animales. Al nacer Ngai otorga a cada persona un espíritu guardián protector que guía al interesado en el momento de la muerte hacia una tierra llena de ganado y pastos si has sido bueno o hacia un desierto si no te has portado bien en vida. Curiosa coincidencia con nuestro cielo e infierno. Los Maasai explican la muerte como la maldición de «Leeyio», que fue el primer guerrero que creó Ngai. Como regalo Ngai le dio a Leeyio una canción que tenía el poder de resucitar a los niños muertos y convertirlos en inmortales pero Leeyio no utilizó nunca este poder, excepto cuando murió su propio hijo, lo que molestó a Ngai y anuló para siempre el poder de la canción volviendo a

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todos los hombres mortales. Algunos días más tarde en el lago Natron le pedimos a Thomas, guerrero Maasai que nos acompañó en nuestra ascensión a la montaña sagrada Oldoinyo Le Ngai, que nos recitara alguna canción en Maa. Por supuesto no entendimos nada de nada, pues estos cánticos tienen grandes oscilaciones de tono y pasan de los graves a los agudos tan rápido que apenas logramos distinguir algunas palabras. Una de las pocas que pudimos separar cuando le hicimos repetir la canción más despacio para internar aprenderla fue, precisamente, «Leeyio» y al preguntarle a Thomas qué significaba la canción nos comentó que tenía que ver con la iniciación de los guerreros. Obvio, si Leeyio fue el primero de dicha casta. Cuando le pregunté a William sobre sus conocimientos del cielo me sorprendió llegar a la conclusión de que parecía que no tenían nombres concretos para todas las constelaciones y que sólo nombraban algunas muy notables y las que les resultaban útiles para orientarse y para determinar las estaciones. Esta impresión quedó plenamente confirmada ya que, en efecto, las sociedades que se han mantenido fieles a las culturas ancestrales y que viven en entornos naturales y son nómadas o semi-nómadas sólo atesoran conocimientos astronómicos que les resultan de alguna utilidad práctica. También aquella noche William me confirmó que Orión es el dios «Ngai» y que la Vía Láctea «Nkurrei» es el «camino» por el que Ngai guió el rebaño al bajar a la Tierra a través del ficus sagrado. Además, si alguna vez Ngai viaja de su morada en

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los volcanes hacia el cielo o viceversa, lo hace transitando este «camino». Las Pléyades «Nkokuai» indican el inicio de la estación de las grandes lluvias y en este sentido los Maasai las equiparan a nuestros meses de marzo-abril y las asocian siempre a la lluvia, ya que están siempre visibles en el cielo en esta estación húmeda. Las estrellas reciben el nombre de «Lakra» o «Lakara» y el Sol se llama «Inkoloni», que también equiparan a nuestro concepto de día, así Sol sería sinónimo de día (en el sentido de secuencia de 24 horas). La Luna se llama «Lapa» y a la Luna Nueva la denominan «Enkborra Lapa».

Orión, «Ngai».

El autor ultimando el campo de observación. (Cortesía Jordi Serrallonga) 34

A la Cruz del Sur la llaman «Lakarinet», en lo que supongo será una variación del término «Lakara» (estrella). Lo mismo valdría para M 42, la gran nebulosa de Orión, a la que llaman «Láke». También derivada del término «Lakara» parece la denominación para los planetas «Lakanrajshé». Sobre la primera observación de la Cruz del Sur cabe destacar a Dante Alighieri que en su obra La Divina Comedia dice: «distinguí cuatro estrellas vistas por los primeros humanos» (tal vez incluso podría tratarse del mítico Leeyio). A las Nubes de Magallanes las llaman «Ngare», precioso nombre en Maa que significa «agua». Nada podría ser más sugerente y apropiado que este símil para describir la belleza de nuestras dos galaxias vecinas. Cuando me repuse de la clase magistral de Astronomía Maasai estuvimos observando cúmulos en las entrañas de la Vía Láctea y los Maasai no salían de su asombro. Nunca habían observado el cielo así y yo sólo podía pensar en que si alguna vez conseguía volver por aquellas tierras tenía que llevarles un telescopio y mostrarles los planetas… ¿qué me contarían de Saturno una vez hubieran descubierto sus anillos con sus propios ojos? Entonces les pedí que se colocaran delante de la cámara para intentar hacer alguna foto del cielo nocturno junto a ellos. Trabajo interesante pedirle a unos guerreros Maasai que permanezcan inmóviles en la total oscuridad de la sabana durante varios minutos mientras aquel turista loco les iluminaba de vez en cuando durante un segundo con una potente linterna. No sé que debían pensar de mí en aquellos instantes pero les debía resultar como mínimo muy divertido ya que no paraban de reírse. En fin, cosas de la Astronomía trans-cultural. Ya muy avanzada la noche y cuando estaba recogiendo el equipo apareció Venus sobre el horizonte. Inmediatamente le pregunté a William sobre Venus y me dijo que a Venus le llaman «Kileken» y me contó la leyenda que explica por qué Venus aparece a veces al amanecer sobre el horizonte Este y a veces sobre el horizonte Oeste al anochecer. Resulta que en tiempos muy remotos había un pastor Maasai muy anciano que amaba las estrellas casi como si fueran sus propios hijos. Una noche se dio cuenta de que una estrella importante y familiar había desaparecido y, en el mismo momento, un chico apareció junto a la entrada de su casa. El chico le dijo que era huérfano y que se llamaba Kileken y a partir de entonces el chico se quedó junto al anciano. A cambio de comida y cobijo el chico se comprometió a cuidar del rebaño del anciano cada mañana y cada tarde y así protegería el ganado del ataque de los depredadores, especialmente al anochecer. El chico cuidaba tan bien del rebaño que jamás faltaba una res y éstas nunca enfermaban así que el anciano pensó que el chico tenía poderes sobrenaturales. Cuando el anciano le preguntó al chico sobre esta cuestión el huérfano le dijo que seguiría con el anciano cuidando su rebaño siempre que jamás le espiara y que nunca le viera mientras trabajaba. El anciano así lo hizo hasta que un día al anochecer la curiosidad le venció y, en cuanto el anciano vio al chico, Kileken se desvaneció en el cielo, sobre el horizonte Oeste, en el que apareció la estrella que faltaba desde que Kileken llegó junto al anciano. Así, la suerte del anciano acabó y su rebaño ya no volvió a ser lo que era, víctima de la curiosidad. El huérfano Kileken continua su periplo por el cielo esperando encontrar otro pastor que merezca su ayuda y así, al amanecer (cuando hay que sacar el ganado a pastar) y al anochecer (cuando hay

que recoger el rebaño) Venus «Kileken» aparece en el cielo para guiar a los pastores en sus tareas. Con los Maasai de Sinya pasé dos noches inolvidables aprendiendo sus mitos y algo de su astronomía y cosmología. Es curioso notar cómo en todas las civilizaciones y culturas se da algo parecido a la convergencia adaptativa en la evolución biológica y que me atrevería a llamar «convergencia cultural». Todos los humanos han mirado al cielo preguntándose por la naturaleza de las estrellas y todas las culturas curiosamente han atribuido similares cualidades a las constelaciones que observaban. Orión en nuestra tradición clásica es un gran cazador que huye del Escorpión, persiguiendo a Tauro y las Pléyades, las Siete Hermanas. En las antípodas los aborígenes australianos del territorio «Pongaponga» ven las formas de las constelaciones no uniendo las estrellas entre sí como hacemos nosotros, sino que las ven en el fondo negro que las estrellas delimitan. Pese a todo, Orión es Manbuk, que estaba casado con Milajun, una ninfa acuática que tenía seis hermanas más y que un día decidieron subir al cielo escalando la lluvia. Manbuk, desesperado por recuperar a su esposa, se pasa la eternidad persiguiendo infructuosamente por el cielo a las Siete Hermanas, las Pléyades. De modo similar, al otro lado del mundo uno de los mitos Caribes explica que las Pléyades son una mujer con cinco hijos seducida por un tapir en cuya cabeza figuran las Híades y Aldebarán (el ojo de Tauro), en tanto que el marido (Orión) persigue a los amantes culpables en su venganza eterna a través de los cielos.

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Nuestra experiencia africana continuó desgranando emociones imborrables, como por ejemplo cuando en el campamento de Rongai en el Serengeti, uno de nuestros guías que además también es Maasai, observó por primera vez la Luna con los prismáticos 20 x 90. Mosses estaba entusiasmado… ¡veo gente en la Luna! decía... ¡y además allí arriba está lloviendo!... No hace falta decir que todos nuestros intentos por convencerle de que en la Luna no habitan los Maasai fueron infructuosos. Ahora, ya en casa y después de tantas emociones y tan intensas, sólo nos queda nostalgia por África. Nostalgia por un viaje que nos ha llevado directamente a nuestros orígenes y del que ya jamás regresaremos del todo. Hemos quedado heridos para siempre con la esencia africana, con la esencia pura del verdadero ser humano, esa esencia que no han olvidado los Maasai, amenazados por la globalización, pero que siguen recordándonos de donde venimos. ¿Por qué nos enamora África? ¿Por qué nos fascina y nos atrapa en una amalgama de sentimientos profundos que sólo sentimos una vez que hemos pisado sus tierras? Sencillamente porque nada más llegar allí África nos habla en susurros al oído de los que somos en realidad: hijos de África, siempre tras los pasos de Ngai. Rafael Balaguer Rosa es miembro de la Agrupació d´Afeccionats a l´Astronomia de Girona.

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