Trabajo social y derechos humanos: Comentarios al libro Memoria, política y pedagogía, Graciela Rubio Soto, editorial LOM, 2013.

June 30, 2017 | Autor: N. Arellano-Escudero | Categoría: Historia, Filosofia y Derechos Humanos en America Latina, Trabajo Social, Pedagogia
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Trabajo Social y derechos humanos: Comentarios al libro Memoria, política y pedagogía, Graciela Rubio Soto, editorial LOM, 2013.

Dr. Nelson Arellano Escudero [email protected]

El jueves 12 de septiembre de 2013 se presentó el libro Memoria, política y pedagogía, de la doctora Graciela Rubio Soto, docente en la UNAB sede Viña del Mar. La actividad se desarrolló entre las 10:00 y 12:00 hrs. en el auditorio 002 del campus ubicado en calle Quillota N° 910, Viña del Mar. Memoria, política y pedagogía. Memoria, política y pedagogía desarrolla un análisis hermenéutico e histórico, a partir de la memoria como categoría reflexiva y crítica, sobre las formas en que la opinión pública chilena ha elaborado la memoria histórica de su pasado reciente dictatorial en el período 1991-2004. El libro presenta un análisis de fuentes diversas, en las que se expresan las formas discursivas, propósitos y sentidos de las políticas de la memoria instaladas a partir de la socialización de los informes de verdad Rettig y Valech, y enfatiza cómo en la discusión pública se abren apreciaciones sociales sobre la historia que nos remiten a esquemas de pensamiento oligárquicos, y cómo en la disputa política contingente, que alcanza el recuerdo del golpe de Estado de 1973 y las experiencias de muerte y represión, se plasman las redefiniciones de lo público y la ciudadanía vulnerada. Memoria, política y pedagogía releva la relación que existe entre las políticas de la memoria implementadas y los acuerdos políticos pactados en la democracia recuperada desde los años 90, a partir de tres tesis históricas explicativas de la experiencia dictatorial que consolidan, a través del recuerdo, una sociedad de vencedores y vencidos incapaz de integrar su pasado reciente. A partir de la reflexión crítica de las memorias emergentes, y desde la necesidad de promover una ciudadanía memorial responsable, la autora discute la relevancia de las bases teóricas y prácticas de la pedagogía de la memoria y propone unas tesis para la enseñanza del pasado reciente en nuestro país que integren referencias experienciales, narrativas y ético-políticas como orientaciones para la formación ciudadana.

Graciela Rubio Soto Es doctora en Educación por la Universidad de Granada, magíster en Historia de Chile por la Universidad de Chile, licenciada en Historia por la Universidad Católica de Valparaíso y profesora de Estado en Historia y Geografía por la misma casa de estudios. Se ha desempeñado como Página 1 de 9

investigadora de la CEAAL y como académica de la UMCE. Actualmente es profesora invitada en el magíster en Enseñanza de las Ciencias Sociales de la Universidad del Biobío y académica de programas de magíster y doctorado en Educación. Ha publicado diversos artículos científicos y libros relacionados con la memoria, la historia y la ciudadanía. *** Este libro fue comentado por los académicos: Eliseo Lara Órdenes Profesor de Filosofía, Licenciado en Filosofía y Licenciado en Educación por la Universidad de Playa Ancha, Magíster en Literatura, mención Chilena e Hispanoamericana por la Universidad de Playa Ancha y candidato a Doctor en Estudios Americanos, Mención Pensamiento y Cultura por la Universidad de Santiago de Chile. Desde el año 2009 es docente de la Universidad Andrés Bello. Sede Viña del Mar, Facultad de Humanidades y Educación y Cursos de Educación General y desde 2012 docente de post-grado en la misma universidad, sede Viña del Mar, en el Magister en Comprensión Lectora y Producción de Textos.

Nelson Arellano Escudero Trabajador Social y licenciado en Servicio Social por la Universidad de Valparaíso, Máster en Investigación Social aplicada al Medio Ambiente por la Universidad Pablo de Olavide y doctor en Sustentabilidad por la Universidad Politécnica de Cataluña. Desde 2012 se desempeña como Docente de la escuela de Trabajo Social de la Universidad Andrés Bello, en su sede de Viña del Mar. Especializado en Historia de la Tecnología ha desarrollado su interés académico en el campo de la sustentabilidad y la justicia ambiental. NAE/nae

*** Por supuesto que es necesario explicitar que es un privilegio y un honor colaborar esta mañana a la reflexión en un asunto hondo y difícil. El desafío de mirar el conflicto directo y sin tapujos, de enfrentar los miedos, dolores e incertidumbres es la tarea que le compete al Trabajo Social. A un Trabajo Social con anhelos de transformación. Esta es una tarea de gran envergadura para la intervención social. Es por esto que resulta doblemente relevante y trascendente asimilar la perspectiva, lectura e interpretación de la Dra. Graciela Rubio en torno al fenómeno de la Memoria, Política y Pedagogía. Encontraremos aquí una serie de claves para la desclasificación y resignificación de relatos y Página 2 de 9

narrativas y, si se quiere, la deconstrucción historiográfica de los hechos aún abiertos que, en mi opinión, ni comenzaron ni concluyeron en la mañana del martes 11 de septiembre de 1973. Es que aquel tiempo aciago no podemos desligarlo de las múltiples implosiones y explosiones que acontecieron con sus interioridades y exterioridades cuyas huellas se han ido fosilizando paulatinamente en memorias sueltas cuyos ecos nos arriban polifónicas y aparentemente inorgánicas, retratando la fragmentación en la que navegamos en nuestra cotidianeidad. Y no se trata de ahondar en denuncias suficientemente conocidas, sino de incentivar el pensar rememorante. Es por ello que tiene sentido comprender los dolores del golpe de Estado de septiembre de 1973 conectados con los dolores de tantos otros sujetos afectados por lo que Emanuel Levinas nos dirá es el sufrimiento inútil. Este entendimiento evoca de inmediato al Angelus Novus, de Paul Klee, el grabado que fue comprado por su amigo Walter Benjamin. Benjamin interpretó la imagen emulada desde el Talmud diciendo: “El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos parece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso” (pág. 44). Esto es: no hay cadena de acontecimientos. Rompe Benjamin con el positivismo que durante el siglo XIX y de la mano con la idea revolucionaria del darwinismo alimentó la pira eugenésica y las tesis raciales que ciñeron el cepo sobre millones de personas por sus colores de piel o capacidades diferentes. Tenía una experiencia vital Walter Benjamin para justificar su escepticismo: las leyes de Nüremberg hicieron que él se dirigiera al exilio y, acaso a la desesperanza, promovió su radical opción por el suicidio en Port Bou, en Cataluña. ¿Fue Benjamin una víctima en la Shoah? Puede ser. Pudo haberlo sido. Se trata de la nuda vida que nos enseña Giorgio Agamben en su Homo Sacer: el derecho romano arcaico en vigor en el siglo XX: aquel condenado por orden del soberano no será muerto, pero si alguien le llegaba a asesinar, eso no sería considerado delito. Será Claude Lanzmann, a través de su extenso documental de 9 horas y media, quien ponga al descubierto, 30 años después de la segunda guerra mundial, la persistencia de los prejuicios y odiosidades antisemitas en los poblados cercanos a los campos de exterminio. Estos hechos son las ruinas que se van acumulando a los pies del ángel de la historia llevado por el viento del progreso que acompañaba a los camiones de la muerte adaptados como cámaras de gas por la fábrica Saurer utilizados en el campo de exterminio de Chelmno, Polonia oriental. Los camiones Saurer siguieron transitando por las carreteras europeas muchas décadas más.

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Pero esta perspectiva trágica y pesimista no nos explica hechos notables en tanto tiene un contrapunto: los y las sobrevivientes. Primo Levi, entre tantos otros. Movilizado por una fuerza indómita y misteriosa logró salir con vida de Auschwitz-Birkenau. Químico de profesión, a pesar de la fama literaria que alcanzó no quiso declararse escritor. Su deseo mayor y el móvil de su escritura fue el testimonio, pero de una manera peculiar: en su novela ¿Si no es ahora cuándo? no plantea una fantasía evasiva, sino que recoge un hecho excepcional: la formación de escuadrones de partisanos judíos en muchos puntos de la Europa oriental hasta Bielorusia, entre los cuales probablemente el más conocido sea el grupo partisano de Tuvia Bielsky. Ambos, Levi y Bielsky nos diría Giorgio Agamben, fueron testigos. Ambos fueron movilizados por la pulsión del testimonio, no del terstis que es la denominación en latín del que presencia hechos protagonizados por otros, sino del superstes, el que ha participado de los hechos. Esta es la misma posición que tuvo Hernán Valdés, que en su libro Tejas Verdes, cuenta paso a paso el circuito del seguimiento, captura, secuestro, tortura y liberación de un prisionero político en el Chile gobernado por la Dirección de Inteligencia Nacional, la DINA. ¿Cómo no ver las similitudes y parentelas de las agencias estatales para el control y persecución interno de los Estados? ¿Qué sabemos de sus rasgos en común? La DINA, luego la CNI, aprendices de la NKVD soviético, es decir, el Comisariado del pueblo para asuntos internos que controlaba los Gulags y fue capaz de deportar a docenas de miles de personas para que en las ciudades soviéticas no se viera mendicidad, generando tragedias como la de Nazino en 1933, más conocida como la Isla de los caníbales. O los férreos mecanismos de espionaje que el Ministerio para la Seguridad del Estado, la STASI, mantenía sobre la población de la llamada República Democrática Alemana. Múltiples juicios, archivos desclasificados e investigaciones historiográficas y periodísticas han demostrado que la Operación Cóndor en Sudamérica fue uno de los momentos álgidos en la colaboración de los organismos de represión política de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y esporádicamente, Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador con la Agencia Central de Inteligencia, CIA, de los Estados Unidos. Muchos de los policías y militares que colaboraron en ello fueron entrenados en Panamá y Estados Unidos, donde aprendieron una doctrina, en realidad, milenaria: la tortura. El diccionario de la Real Academia de lengua española dice que la tortura es el: “Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo.” Tortura, fue lo que recibió Francisco Maldonado da Silva o Elihau Hanazir, que nació en San Miguel de Tucumán en 1592. Fue un médico que pasó su vida entre las actuales Argentina, Chile y Perú. De condición cristiana nueva, fue acusado de judaizante y hereje por la Inquisición, condenado y ejecutado en hoguera. Provenía de una familia portuguesa calificada como cristianos nuevos. De origen judío fueron conversos al cristianismo. Tanto su padre, Diego Nuñez da Silva, también médico, como sus Página 4 de 9

hermanas, habían sido llevados ante el tribunal de la Inquisición acusados de prácticas criptojudías. Estudió medicina en Lima donde se tituló como médico para luego ejercer su profesión en la ciudad chilena de Concepción, siendo considerado como el primer médico de la ciudad. En base a las acusaciones formuladas, que declaraban que Francisco observaba los rituales judíos, entre ellos el Shabat y festividades como Yom Kipur, Francisco Maldonado Da Silva fue apresado en Concepción, trasladado a Santiago y luego llevado a Lima, donde fue encarcelado en una celda del convento de Santo Domingo el 29 de abril de 1627, permaneciendo bajo proceso por seis años. Durante el juicio sorprendió a los inquisidores con su erudición judaica. Fue sometido a intensas torturas, sin que llegara a abjurar. Se le condenó a ser quemado vivo en la hoguera, sentencia que se cumplió junto a la de otros nueve condenados en un auto de fe que tuvo lugar en Lima el día 23 de enero de 1639. Su historia ha sido divulgada en Chile por Guillermo Blanco, en Camisa Limpia y en Argentina por Marcos Aguinis, en La gesta del Marrano. Queda a la vista que la colaboración para la persecución en Sudamérica es una práctica de larga data y permite conjeturar que la continuidad en las prácticas de control ideológico desde la era colonial hasta nuestros días parece bastante robusta. Para comprender esto podemos alojarnos en la reflexión de Foucault en Lo que digo y lo que dicen que digo: justamente es la impotencia del poder, su ceguera para controlarlo todo lo que insufla el aliento de vida a los métodos y herramientas de control. La incapacidad del soberano para atenazar la inmensa red de relaciones sociales forja el hierro de su paranoia. El miedo se transforma en rabia y se infringe dolor. Así arranca el ciclo de la agresión que, encarnada en las instituciones, se convierte en violencia: el hábito de someterse al maltrato, de dejarse torturar para evitar más dolor. Los sujetos se revisten de roles y las propiedades de las categorías sociales se convierten, de pronto, en los rasgos físicos y se adentran en la memoria corporal. Nos gobierna la naturalización de una construcción social que, cuando se le quiere denunciar, deconstruir y redefinir sufre la amenaza mortal: ser despojado de la bios, digamos el ser político, y acaso, la zoe el simple hecho de vivir. Esto último es: la imposibilidad de llegar a ser testigo superstes. Este acto, el de la privación de la vida, ha sido concebido desde tiempos ancestrales como una atributo del poder soberano, la única nuda vida capaz de adjudicarle una nuda vida a otro ser humano. Pero, en el devenir de la historia de las ideas un grupo marginal del oriente cercano llegó a divulgar y expandir su visión legándonos el poder pastoral y su condición oblativa y presentándonos una doctrina en la que el pastor es quien da la vida por el rebaño. Es por esto que nos resulta no sólo entera y completamente razonable sino, además, exigible que la autoridad tome el debido resguardo para preservar la vida e integridad biopolítica de los y las integrantes de la comunidad. Esta doctrina es la que hace pensar y sentir que la autoridad se debe a la comunidad y que sus errores y abusos deben ser denunciados y pueden ser disculpados.

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No obstante ello, el pensamiento moderno revolucionario ha esparcido su visión miope, mecanicista y efectista que alimenta espejismos de eras, tiempos ideologías que se dan por extintas. En la ansiedad de los afanes refundadores el proyecto modernizador es incapaz de conceder su mayor fracaso: la historia no tiene progreso. Esa es la cruda realidad que nos enrostran Elizabeth Lira y Roger Loveman: Las suaves y las ardientes cenizas del olvido, títulos de sus investigaciones inspiradas en un peculiar acontecimiento de 1922: Los generales Barbosa y Alzérreca, líderes del ejército defensor del gobierno de José Miguel Balmaceda, obtuvieron el reconocimiento póstumo de sus honores militares, a pesar de, o justamente por, haber sido masacrados en la derrota de la batalla de Placilla. Entonces, La Estrella de Valparaíso, publicó en su editorial del 9 de septiembre: “Pertenecen a un pasado doloroso, sobre el cual debe caer la suave ceniza del olvido”. Esta voluntad conscientemente amnésica en lo oficial ha tenido su contraparte en el mundo literario tan empeñado en la denuncia desde el arte. Un rápido vistazo nos muestra que la novela Martín Rivas, de Alberto Blest Gana, que fue publicada en 1862 nos relata variados aspectos de la vida criolla en el año 1851 y el enfrentamiento entre los sectores liberales y conservadores y los combates que ello desató. El mismo Blest Gana escribió Durante la Reconquista, que pone en relieve la desconfianza entre realistas e independentistas. Agreguemos, para el siglo XX, en 1972 la publicación de la novela histórica de Patricio Manns La Revolución de la Escuadra, inspirada en la Sublevación de la marinería en 1931 y la ucronía SYNCO, que pone al centro un hecho notable de la historia de la tecnología: la invención en el Chile de la Unidad Popular de un sistema informático capaz de administrar los datos de la producción industrial en todo Chile en tiempo real; según la novela este invento –parcialmente real- le dio a la Unidad Popular un poder que revirtió el curso de los acontecimiento y terminó por convertir a Chile en una República Socialista. Así, entre la realidad y la fantasía, nuestros relatos acerca de una memoria negada se han dispersado y diluido sin llegar a condensar un relato que nos permita comprender el fenómeno de manera íntegra. Loveman y Lira irán desmenuzando en toda la llamada era republicana chilena la extensa lista de episodios de violencia política que nos aconteció y que -recogiendo la visión propuesta por el historiador Pablo Aravena Nuñez en su comentario a este mismo libro de la Dra. Rubio la semana pasada en la Universidad de Valparaíso- siguen aconteciendo, es decir, aún vivimos sus efectos. La combinación de poder pastoral con poder absolutista ha moldeado el desarrollo de lo que Lira y Loveman designan como “La vía chilena a la reconciliación”. Nos ponen así frente al corazón del conflicto y nos donan una clave sustancial para comprender el problema de la reparación y, asociado a ello, el desafío de la intervención social ¿Cómo es la reconciliación en Chile, cómo se hace, qué se le entiende? ¿Cuándo, cómo y quiénes son sus actores protagónicos y secundarios y quiénes son los obliterados? La reconciliación se ha desarrollado desde el relato oligárquico proclive al orden y la valoración de la palabra monárquica como cristalización de la unidad del reyno, sin importar la transmutación Página 6 de 9

republicana. La concepción pastoral ha instituido una narrativa de linaje, en la que todos (sin un “todas”) los habitantes de Chile sencillamente somos chilenos (sin chilenas) y, de vez en cuando, cuando los hijos pródigos y rebeldes alteran el orden establecido son reprimidos, punidos y perdonados. Los vencedores deben acoger a los vencidos en un acto de misericordia, tal como se hizo a finales de los años ochenta del siglo XX con los exiliados a quienes se les permitió el retorno. Redimidos los descarriados se exige que la vida cotidiana vuelva a la normalidad y que las penas y pesares de cada quien sean el sambenito inquisitorial que cada uno y cada una debe portar. Finalmente, el problema colectivo tiene una solución individual. Este ciclo de violencia, o según nos dice la psicóloga Elena de la Aldea: de violencias, le permite al régimen oligarca sostener la arquitectura, estructura y balance de masas de su articulación política con las consecuencias sociales que ello implica. El meticuloso estudio de la Dra. Graciela Rubio conjuga un abordaje teórico de una solidez regocijante con un enfoque y postura política que debemos celebrar y agradecer. Es al mismo tiempo un trabajo reflexivo y una muestra pedagógica, pues es materia de su propio análisis. De manera incisiva y sin concesiones extrae las muestras de los discursos de políticos, pedagogos e historiadores y espeta sus alcances y limitaciones dejando en evidencia sus posiciones éticas, de las que más de alguno o alguna, hubiese preferido que pasara desapercibida. En su visión, ocupada del problema de la memoria de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura establecida entre 1973 y 1990, abre una puerta a la reflexión acerca de las múltiples acciones de violencia y las variados atropellos a los derechos internacionales de las personas que se cometen a diario, de manera sistemática y bajo un orden establecido: “Llama la atención cómo desde un análisis histórico no considera que no son categorías directamente homologables las violencias ejercidas en distintos contextos históricosociales, dados los marcos o principios de convivencia (por nombrar algunos elementos y sin negar su condena en todas sus formas)” (pp: 234) La condena a la violencia en todas sus formas es la materia del Artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, es decir, que “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Este mandato es incumplido en muchas ciudades de Chile cada día, cuando los ciudadanos estamos expuestos a un sistema de transporte público maltratador y agresivo, incapaz de cumplir estándares de buen servicio para adultos mayores, personas con discapacidad, padres y madres con niños pequeños; un sistema capaz de dañar, lesionar y matar personas. Transitamos todos y todas en manos de conductores, en definitiva, operarios de máquinas, que son sometidos a condiciones de explotación mercantil de un negocio subyugado a los intereses de organizaciones que muchas veces exhiben comportamientos reñidos con los valores fundamentales de la convivencia, cuando no, con la legalidad. Examinar el Artículo 5 de la misma Declaración nos puede abrumar, porque si: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.” Los sistemas y las Página 7 de 9

instituciones judiciales y de cumplimiento de condenas debieran experimentar no sólo reformas, sino refundaciones. El problema está todavía más extendido en las situaciones de vejación y tropelías cometidas en el contexto de la vida familiar, ante lo cual subsisten la connivencia de instituciones alimentadas por el sexismo y la economía adultocéntrica de la administración del poder. Si existe una dimensión en la que el Estado de Chile se utiliza como herramienta de la negligencia es ante el mandato de que: “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener (…) la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.” La población trabajadora es sometida a un sistema previsional que no sólo le genera pérdidas –al tiempo que las Administradoras de Fondos de Pensión generan ganancias para sus accionistas- sino que luego, se desentiende de sus responsabilidades para endosarle al Estado el deber de cuidar de la población jubilada. Se privatizan las ganancias y se colectivizan las pérdidas. Esto es justamente lo que el Dr. en economía Gabriel Palma ha comentado en el último congreso chileno de Historia de la Economía: socialismo para los más ricos y capitalismo para los demás. La auditoría de la protección de los derechos humanos, en su amplia definición, continúa exhumando una larga lista de incumplimientos, como la libre elección de su trabajo y la protección contra el desempleo. Todavía peor: recibir igual salario por trabajo igual; en este caso las fronteras chilenas encierran una discriminación vergonzosa con las mujeres, tácitamente inhabilitadas para los cargos públicos, forzosamente alejadas de las instancias de decisión e ignominiosamente castigadas en sus ingresos. Si tuviésemos que abordar el tratamiento que reciben los pueblos originarios podemos recurrir a un amplio número de investigaciones, como las realizadas por José Bengoa con la historia del Pueblo Mapuche o Raúl Molina, y sus aportes para el rescate de linajes tomados por desaparecidos y la vinculación de las familias con sus territorios y el uso de los recursos naturales. De cualquier manera el balance es más bien desolador y concordante con las condenas que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha dictaminado contra el Estado de Chile por sus abusos con la población indígena. Este dramático cuadro de la estratificación social en Chile se encuentra bajo estudio en el proyecto Desigualdades, que ejecuta un consorcio de organizaciones y universidades. Sus datos nos muestran la combinación de las viejas y nuevas formas de discriminación de clase, sexo, etnia y edad que conducen los imaginarios y subjetividades en Chile. Estas informaciones y los análisis de Hugo Fazio acerca del mapa de la extrema riqueza puede que ayudan a comprender el movimiento pendular de la chilenidad, amorosa en el acuerdo y brutal en el disenso. Es en este plano, que la revisión de la articulación de Memoria, política y pedagogía deja en evidencia la trascendencia de la integración del análisis historiográfico en la enseñanza profesional del Trabajo Social, pues considerando las tecnologías del Yo, una apuesta por la transformación social requiere, ineludiblemente, una intervención en la memoria que le facilite a las narrativas su reencuadre y la valorización de los aportes de los actores sociales populares: los pobres que Página 8 de 9

generan riquezas, los pobladores de construyen ciudades, discapacitados que denuncian la desigualdad, las distintas minorías que reivindican, al igual que Tolstoi, Luther King y David Thoreau, a través de la desobediencia sus derechos civiles. Este cuadro comprensivo del fenómeno de la agresividad, la violencia, el perdón y la reconciliación le plantea al Trabajo Social la reordenación de sus viejas tareas y el cumplimiento del mandato social y político que le ha sido instituido: la instauración de lo que Juan Ruz concibe como la pedagogía de la convivencia.

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