Torres Balbás y la restauración moderna y científica en España

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Javier Rivera Blanco

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Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional

Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional Javier Rivera Blanco

Resumen La restauración arquitectónica realizada en España durante el primer tercio del siglo XX, en cuanto al método y los criterios, por medio de los conservacionistas y anti restauradores, estuvo a la altura de las más avanzadas de las que se producían en Europa, a diferencia de las que se practicaron en el siglo XIX o durante el franquismo. A ello contribuyó la poderosa influencia de un arquitecto de prestigio internacional como Torres Balbás (1888-1960), personalidad muy pareja a la otra gran figura europea, Gustavo Giovannoni (1873-1947). A diferencia de en las sensibilidades políticas, se asemejan en muchos campos: ambos fueron docentes, investigadores, críticos, grandes historiadores de la arquitectura y desarrollaron la historiografía contextual; les interesó la restauración, muy poco la arquitectura contemporánea para insertarla en los monumentos, admiraban a Boito (1836-1814), repensaron las tipologías y las estructuras de los edificios históricos, su reutilización y refuncionalización, el urbanismo y la arquitectura popular y menor, el ambiente urbano y las pátinas de las superficies, el uso en las intervenciones de los nuevos materiales (hormigón, hierro, acero, cobre, etc); para los dos eran fundamentales los

criterios previos y el método planteados estrictamente y aplicados con flexibilidad dentro de estos límites; el primero avanzó desde la antirrestauración hasta la restauración científica en la que el segundo era adalid y ambos defensores en la Carta de Atenas (1931), los dos ejercieron notable influencia en las legislaciones de patrimonio y urbanismo de sus países introduciendo los nuevos principios (de Patrimonio Español de 1933 y de urbanismo en 1939 en España; carta italiana del restauro de 1932, de Tutela italiana de 1939 y de urbanismo de 1942).

Introducción Las teorías de Camillo Boito se extendieron a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX por toda Europa; sus postulados enunciados en el III Congreso de Arquitectos e Ingenieros Civiles celebrado en Roma, en 1883, influyeron decisivamente en una generación que nació en los alrededores del año de 1870 y de la que formaron parte ar­quitectos restauradores tan relevantes como el francés Paul Léon, el belga André Lemaire, el

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Partenón, columnas por anastylosis. Fotografía del autor.

italiano Gustavo Giovannoni y el español Torres Balbás1. Todos ellos asumieron sus criterios y los desarrollaron matizándolos llegando a cristalizar en lo que se ha llamado el «restauro scientifico» cuyos principios se explicitaron en la «Carta de Atenas« (1931), en la famosa «Carta italiana del restauro» de 1932, que redactó Giovannoni, en las leyes españolas de Patrimonio de 1929 y 1933, y en diversos artículos que publicó Torres Balbás sobre patrimonio y restauración en general o sobre su actuación concreta en La Alhambra de Granada. El español destacó, además de como teórico y práctico en restauración, en los campos de la crítica, la construcción, la museología y la Historia de la Arquitectura. Nació en Madrid en el año de 1888, ciudad en la que también falleció en 1960 después de un infortunado accidente al atropel­larle una moto. Se tituló en arquitectura en 1916

Partenón, antes de la restauración científica de Nicolás Balanos. Colección particular del autor.

llegando a declarar que había realizado esta carrera univer­ sitaria con el único fin de dedicar su vida a restaurar monumentos antiguos2. Su biografía y realizaciones en la Alhambra han sido reciente­mente estudiadas por Carlos Víl­chez y Alberto Muñoz Cosme.3 En 1910 se matricula como alumno en la sección arqueológica del Centro de Estudios Históricos asistiendo a las clases de su director, Manuel Gómez Moreno, y de otros profesores. En 1915 aparece entre los miembros de la recién creada Fundación Giner de los Ríos vinculándose estrechamente con la Institución Libre de Enseñanza, en la que ya había conocido al mismo Giner y a Manuel Bartolomé Cossío. Desde entonces comenzó a publicar artículos y libros sobre criterios de restauración e historia de la arquitec­ tura. De aquéllos nos ocuparemos luego; de los segundos des­tacaremos los más notables. En primer lugar la ponencia

Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional

Arriba: Partenón. Después de la restauración científica de Balanos. Colección particular del autor. A la izquierda: Partenón. Atenas. Antes y después de la restauración de N. Balanos.1923-1930. Colección particular del autor.

presentada en el Congreso Internacional de Historia del Arte celebrado en París en 1924 titulada Inventaire et classification des monasteres cisterciens espagnols4; sobre urbanismo publicó el capítulo correspondiente a la Edad Media en el Resumen histórico5 y dos volúmenes sobre las ciudades hispano-musulmanas6. Participó en la elaboración de la colección Ars Hispaniae estudiando el arte musulmán y el mudéjar7, temas que también abordó en la Historia de España de Ramón Menéndez

Pidal8, en otros diversos libros y en numerosos artículos y ensayos9. Igualmente redactó el tomo del Ars Hispaniae correspondiente a la arquitectura gótica10, etapa artística sobre la que realizó investigaciones paralelas a las de su buen amigo Elie Lambert.11 Tomó posesión como director de las restauraciones de la Alhambra el 17 de abril de 1923, cargo que conservó hasta su destitución por razones políticas el 25 de agosto de 1936. En

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Capítulo de La restauración de los monumentos de Francia, de Paul Léon. Colección particular del autor.

Retrato de Gustavo Giovannoni. Colección particular del autor.

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1924 se traslada a Italia pensionado para estudiar los métodos de restauración que allí se aplicaban. En 1929 se le nombra, al crearse las siete zonas del Tesoro Artístico en España, arquitecto de la sexta que comprende Andalucía Orien­tal, Murcia, Albacete y Alicante. En 1931 obtiene la cátedra de Historia de la Arquitectura y las Artes Plásticas en la Escuela de Madrid que conservará hasta su jubilación en 1960. Cuando estalla la Guerra Civil se encuentra en Soria con sus alumnos, lugar en el

que permanecerá durante la contienda ocupando su tiempo como profesor de Historia de España en el Instituto de Enseñanza Media y restaurando gratuitamente, entre 1937 y 1939, la catedral de Sigüenza por encargo del Gobierno de Burgos. Finalizada aquélla, el nuevo régimen le considera ajeno a su causa vetándole en los encargos de restauración por el resto de su vida, aunque colaboró entre 1935 y 1952 con Juan Temboury restaurando la alcazaba de Málaga. En 1951 es nombrado director del Instituto Valencia de Don Juan; en 1954 ingresa en la Academia de la Historia y poco antes de su muerte las univer­sidades de Argel y Rabat reconocen sus méritos nombrándole doctor Honoris Causa. Creemos preciso destacar previamente a su labor en el mundo de la restauración su importante aportación metodológica y conceptual como crítico de arquitectura12 dado que su disposición ante el debate del hecho arquitectónico, ante los problemas coetáneos de la arquitectura, le obligará a tomar

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también una postura acorde con la contemporaneidad en cuanto a la res­tauración. De igual manera destacó y fue pionero en el estudio de la arquitectura popular. Las arquitecturas menores que también definía Giovannoni y, también por influencia de este su interés por la historia del urbanismo y por la conservación del ambiente y los centros urbanos antiguos. España recibe lentamente las novedades europeas en las dos primeras décadas del siglo, con mayor intensidad después de la Primera Guerra Mundial. Así, Teodoro de Anasagasti y Gabriel Alomar contribuyen a difundir en nuestro país documentos y manifiestos tanto de la Secesión vienesa como del futurismo y de Sant’Elia, interpretándolos críticamente de forma que se suman así a las corrientes que entonces o con cierta anterioridad se habían desarrollado en Viena, Berlín, París o Roma. Sin embargo, la gran mayoría de los profesionales de la arquitectura española estaban embebidos en las consecuencias del tradicional debate patrocinado por Demetrio Ribes y Leonardo Rucabado, y difundido por sus respectivos seguidores. Será precisamente Torres Balbás quien provoque seriamente la indagación hacia las propuestas de vanguar­dia con artículos como el de «Las nuevas formas de la arquitectura» y con sus críticas a las demandas arquitectónicas de la burguesía o sus análisis de la evolución que entonces se producía en Europa, especialmente entre los alemanes (experiencias de LEF, Weimar, Darmstadt, etc.). Su posición ante la nueva arquitectura y contra la ecléctica prueba bien su concepción entre restaurar un edificio del pasado y proyectar obra de nueva planta: ... Y es que la Arquitectura clásica, la que levanta los edificios en nuestras ciudades, es un arte viejo, en plena decadencia. Es inútil querer resucitar­las. Otras formas bellísimas que

contemplamos diariamente constituyen la verdadera Arquitectura de la era actual, y tienen la sugestiva modernidad que anhelan nuestros espíritus. Son de lo que podríamos llamar de la Arquitectura dinámica: los grandes trasatlánticos de curvas graciosas y energéticas, los acorazados formidables, las locomotoras gigantescas que parecen deslizarse por las praderas, los aeroplanos que imitan, como casi todos los anteriores, las fuerzas de la naturaleza.13

De esta manera, Torres Balbás, informado de las ideas de Gropius y Taut, capaz de analizar y discutir a Le Corbusier, plantea desde igual rigor su encuentro con el pasado, desde el conocimiento preciso y la investigación seria. Consigue una posición de excepcional erudito-arqueólogo, que según Chueca Goitia no ha sido superada hasta nuestros días en la his­toriografía española14. Además, el madrileño concibe la dialécti­ca de la arquitectura histórica a través de su trans­ formación ideológica, sin por ello renegar de los estilos y las formas, aunque situando a éstos en una problemática secundaria, como entonces practicaban los historiadores teóricos alemanes. La posición de Torres Balbás es muy importante porque no sólo da un paso de gigante con respecto a visiones de la his­ toriografía como los de Gómez Moreno o de la restauración como los de Lampérez, sino que precisamente por su formación en la Institución Libre de Enseñanza y sus conocimientos del pensamiento europeo contem­poráneo llega a ofrecer una alter­nativa científica y moderna, rigurosamente nueva, frente al regeneracionismo cultural entonces desarrollado en España. De ahí sus permanentes intenciones pedagógicas en sus artículos, en su cátedra, en su esforzada actividad en la revista Arqui­tectura, en su actuación crítica, en su vida cotidiana,

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con la intención de educar al pueblo, a los profesionales de su mundo, y colocando toda su capacidad de trabajo al lado del desarrollo de la cultura. Pero la aportación que más nos interesa a nosotros del madrileño es su vertiente relacionada con la restauración ar­quitectónica. Chueca Goitia afirmó de él que es «el mejor arquitec­to que hemos tenido en la restauración de monumentos en lo que va de siglo»15, opinión que compartimos plenamente, aún a costa de carecer sobre los tiempos más recientes de perspec­tiva histórica. Torres Balbás articula toda una teoría que por diversos críticos españoles se ha descrito como de fundamentos en unos casos antirrestauracionistas y en otros arqueológicos, artísti­cos y eruditos,16 si bien nosotros entendemos que se puede incardinar perfectamente dentro de la metodología o criterio de la res­tauración denominada «científica» que procede de la evolución de las teorías desarrolladas por Boito y que se configuran más tarde por Giovannoni, el mismo Torres Balbás y otros miembros de la misma generación (Paul Léon, Lemaire, Balanos, etc.). Sus escritos sobre restauración fueron muy numerosos y se recogen en la bibliografía de este libro catálogo. Nos parecen los más importantes para detectar sus conceptos y teoría, como su evolución al respecto, los siguientes: «La restauración de los monumentos antiguos»17, «Los monumentos históricos y artísticos: destrucción y conservación; legis­lación y organización de sus servicios y su inventario» (ponencia al VIII Congreso Nacional de Arquitectos celebrado en Zaragoza, 1919)18, «La Alhambra y su conservación» y «La restauration des monuments dans l’Espagne d’aujourd’hui» (ponencia presentada en el Congreso de Arquitectos de Atenas, 1931)19. En Torres Balbás apreciamos una clara evolución de sus principios teóricos desde posturas «antirrestauradoras», en la línea de Ruskin,

Vega-Inclán y Santibáñez del Río, a las «modernas» de Boito, para confluir en las «científicas» de Giovannoni y la Carta de Atenas20. Una inflexión en su estruc­turación mental se produce, en nuestra opinión, en torno a 1923-1924, años en los que se le encarga pasar de la teoría a la praxis con su nominación para restaurar la Alhambra en el primer año y en el segundo con su viaje a Italia para estudiar los criterios que allí primaban.

Torres Balbás y la evolucion de su pensamiento y teoría: de la «anti-restauración» a las restauraciones «moderna» y «científica» Entre «antirrestaurador» decidido en cuanto a lo teórico y «restaurador boitiano» en la praxis se muestra en los primeros escritos: «La restauración de los monumentos antiguos» (1918) y «Los monumentos históricos y artísticos: destrucción y conser­vación...» (1919). Ambos trabajos vienen a ser el mismo, el segundo más desarrollado para presentarlo al VIII Congreso Nacional de Arquitectos de Zaragoza21. Son una reacción clara contra las intervenciones violetianas de Lampérez y los seguidores del francés en España recurriendo a autoridades del pasado y del presente para argumentar su posición, desde Goya22, pasando por Anatole France23, Puig y Cadafalch24 y Teodoro de Anasagasti25, todos opuestos a intervenir en los monumentos. Defiende la importancia del tiempo en los monumen­tos como las agresiones que sufren cuando se interviene en ellos para buscar la unidad o «integridad de estilo». La ponencia de 1919 es un modelo de propuesta pedagógica en la línea de la Institución Libre de Enseñanza y el Regeneracio­nismo por su planteamiento de los problemas

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Reproducciones de las portadas de monografías sobre Gustavo Giovannoni. Coordinadas por A. Buffalo y M. Piera Sette. Editoriales Kappa y Bonsignori, respectivamente.

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existentes en España respecto al patrimonio artístico, criticando construc­tivamente los defectos y ofertando soluciones, y a la vez un documento europeo de gran magnitud por insertarse en la cultura de la restauración del momento. Consta de un preámbulo en el que señala los «antecedentes españoles del tema» y cita a cuantos se han esforzado en mentalizar al Gobierno, a la Iglesia y al pueblo de la necesidad de educar para salvaguardar los monumen­tos como de crear un Servicio Técnico e instrumentos jurídicos con esta misión, destacando en esta labor a Lampérez, Cabello Lapiedra, Salvador, Vega In-

clán, Francisco Alcántara, Jerónimo Martorell, García Guereta y a algunas in­stituciones como la Diputación de Barcelona y la Sociedad Central de Arquitectos (antecedente del Colegio Oficial). Argumenta que el desdén hacia los monumentos estaba provocando la pérdida de «parte importante del espíritu nacional, que fue formándose a través de siglos por aportaciones colectivas», así como de «ingresos para la región donde se encuentran, por la atracción que ejercen sobre el turismo», dos parámetros claros sobre los que se articulaba la cultura pro-

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gresista del momento, espiritualidad y economía: el Regeneracionismo de España, la Institución Libre (Giner de los Ríos) y el Excursionismo y sus vínculos con la economía según defendía Vega-Inclán. El análisis pormenorizado de este artículo nos llevaría a replantear toda la cultura española de las dos primeras décadas del siglo, así como todos los sucesos vinculados al patrimonio desde la Desamortización con los diversos comportamientos de entidades, instituciones y particulares al respecto, situacio­ nes fundamentales para entender el problema español de entonces como las aportaciones de Torres Balbás, pero ello nos alejaría de nuestro objetivo actual. En esencia, Torres critica el abandono, pero le parece más grave todavía la interven­ción ignorante o intere­sadamente negligente de todos los respon­ sables citando ejemplos paradig­máticos como los del monasterio de Santa Maria de Aguilar de Campóo, San Pedro de Arlanza, Moreruela, Carracedo, Monsalud de Córcoles, el Paular, Calatrava la Nueva, Nuestra Señora de la Sierra, San Pedro de Roda o San Francisco de Betanzos, y en cuanto a urbanismo los casos de Granada, León y Palma con sus demoli­ciones. También cita la vergüenza de las ventas de monumentos como la casa de la Infanta de Zaragoza o el castillo de Vélez y otros muchos, como las enajenaciones y abandonos también realizados por la aristocracia y la nobleza. Estado, Iglesia, Corporaciones provinciales y municipales, todos los propietarios son analizados en sus responsabilidades frente a la conservación de los edificios históricos con un resultado amargo y negativo. En otro capítulo analiza desde la defensa del estilo imperante en el sector arquitectónico dominante (Lampérez)26 «el criterio seguido y el espíritu moderno» en cuanto a la restauraciones realizadas en España. No se trata de una defensa de opiniones personales, sino de una exposición de todos los principios

defendidos por los «restauradores» tales como los de la unidad de estilo, salvación de los edificios ante su ruina, sustitución de piezas dañadas o envejecidas, adaptación de edificios del pasado al presente, etc., demostrando en unos casos que tales operaciones conducen a la falsificación del monumento y que en otros se trata de sofismas o argumentos falsos que no contraponen intereses, de manera que el «conservacionismo» también puede aportar respues­tas para salvarlos. Denuncia a los seguidores de Viollet-le-Duc y Gilbert Scott, restauradores «radicalísimos» que ya son historia en Europa, donde hacía tiempo se habían superado las discusiones desarro­lladas entre clásicos/neogóticos y arquitectos/arqueólogos pero cuyos par­tidarios todavía tenían plena vigencia en España, aludiendo con claridad a Lampérez y su entorno y a la admi­nistración: Los monumentos españoles se restauran, completan y rehacen tan radicalmente, que de algunos de ellos quitan hasta los viejos sillares lisos para sustituirlos por otros perfectamente labrados»27

LLama en su ayuda a Anatole France contra esta grave fal­ sificación28, y asume sus conceptos de no destruir los añadidos históricos, no borrar las huellas del tiempo, considerar a las «piedras modernas labradas según un antiguo estilo» como tes­timonios falsos, para concluir en que la labor de un arquitecto debe limitarse a «sostener y con­solidar»29. Torres alerta sobre las reconstrucciones e invenciones que se han hecho en España desde 1850 –en que se empezó a restaurar– hasta entonces, en que se continuaba con igual criterio amena­zando con destruir todos los edificios de algún interés. Rebate también las posturas de quienes defendían que

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S. Estéfano Maggiore o degli Abisini. Vaticano. Roma. Antes y después de la liberación de Gustavo Giovannoni. Fotografía del libro de A. Buffalo.

eran necesarias para adaptarse a la vida moderna demostrando que infinidad de destrucciones carecían de esta intención, además de que era un argumento falso usado por los «restauradores» para poder actuar30. Un ejemplo paradigmático que expresa la posibilidad de salvar los intereses del pasado en su dialéctica con el presente es la actuación de Jeroni Martorell en el portal de la torre de Cente­lles, en Barcelona, inspirada en la intervención en la puerta Ticinense de Milán. También dedica esfuerzos para rebatir la defensa de la «unidad de estilo» por los restauradores, recurriendo en este caso a Paul Léon, jefe del servicio de monumentos históricos de Francia desde 1907:

La unidad que perseguían los arquitectos del siglo XIX no se realizó nunca en la época de creación. Cada generación proseguía la labor inacabada continuando el edificio según el gusto de su tiempo. El encanto de los monumentos de la edad media está en señalar, en la variedad de sus formas, la sucesión misma de los siglos. Así la doctrina abstracta de los arquitectos debía tropezar con la resistencia de los arque­ólogos interesados en la conser­vación integral de todos los testimonios del pasado... Actualmente los arquitectos encar­gados de las restauraciones creen que su intervención debe ser lo más limitada posible». «Toda reconstituci­ón monumental es cada vez más obra de dibujantes; la del construc­tor se detiene allí donde comienzan las hipótesis». «La Comisión de Monumentos históricos (de Francia) cree que ningún testimonio del pasado debe suprimirse o alterarse». «Tanto para los monumentos importantes, como para los de interés secundario, la conser­vación no consiste más que en un servicio de entretenimiento, que se ocupa mucho menos en ejecutar que en evitar obras. Una vigilancia local y permanente permite ejercer una acción preven­tiva. Asegurar la impermeabilidad de las cubiertas y la salida normal de las aguas, velar por la higiene

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S. Stefano Maggiore o degli Abisini. Vaticano. Roma. Antes y después de la restauración de G. Giovannoni. Fotografía del libro de A. Buffalo.

general del edificio, tal es la labor esencial. La sustitución de los materiales se limita a los órganos que interesan la existencia misma de las construc­ciones, con la exclusión de las partes decorativas. Es esta parece, la base del acuerdo establecido entre arquitectos y arqueólogos. Las grandes restauraciones ornamentales que ejecutaban antes pintores como Steinheil, escultores como Geoffrey Dechanme, no se consienten. Bajo la influencia de las doctrinas ar­queológicas, los arquitectos han restringido su acción sobre los monumentos: ‘renunciando’ a rejuvenecerlos, se limitan a prolongar su du­ración.31

Torres Balbás demuestra estar al tanto de los más importan­ tes ensayos que entonces se publicaban en Europa, y de manera

muy concreta en Francia, al citar en igual sentido a Paul Gout32. El madrileño llama a la teoría de Léon y Gout «arqueológica» o «conservacionista», señalando que se sigue en Francia y con mayor radicalidad en Italia, Inglaterra y Cataluña, aquí por el Instituto de Estudios Catalanes de la Mancomunidad por medio de un creado «Servicio de Conservación y Catalogación de Monumen­tos», fundado por la Diputación de Barcelona en 1914 y dirigido desde su fundación por Jerónimo Martorell33. Evidentemente no está siguiendo a Ruskin, aunque sea referencia lejana. Concluye su exposición resumiendo sus criterios sobre la conservación de los monumentos:

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Conservar los edificios tal como nos han sido transmitidos, preservarlos de la ruina, sostenerlos, consolidarlos, siempre con un gran respeto a la obra antigua; nunca completarlos ni rehacer las partes existen­tes. Y realizar esa labor con criterio artístico»34.

Los modelos a seguir –insiste– son el Servicio de la Mancomunidad Catalana y Vega-Inclán, de éste tomando como modelo sus actuaciones en el Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla y la Sinagoga del Tránsito de Toledo. Asume la utilización de los nuevos materiales y tecnologías para evitar desmontamientos, como en el caso de los pórticos de la Catedral de Chartres, apeados, y después consolidados con cemento armado. Así dará el mismo paso de acpetación que la Carta de Atenas asumirá incorporando este nuevo material en el año de 1931. Es en los años diez y primeros veinte del siglo XX cuando surge el Torres Balbás comprometido con la restauración monumental de su época, en una primera fase conservacionista nato, próximo a Boito, después, cuando le nombre director de la Alhambra y tenga que pasar de la teoría la práctica restaurador «científico» con obligación de actuar. Si hasta este instante del desarrollo de su teoría se le podía calificar desde ciertos ángulos como «antirrestaurador» (denominación que nunca adopta por no ser estrictamente un seguidor de Ruskin de manera alguna, pues sí siente la necesidad de actuar en los monumentos que lo precisan, cierto que desde los principios arqueológicos y eruditos y respetando totalmente la obra desde las posiciones de Boito), llegado a este punto debe enfren­ tarse con la verdad de: …la absoluta necesidad (de) realizar obra nueva para que no perezcan (los monumentos)». En este supuesto «lo lógi-

co es hacer esa obra con materiales modernos y en un estilo

moder­no... El peligro de tales obras en edificios antiguos es otro. Es que la moderna sea insig­nificante, vulgar e inexpresiva, pobre de concepto y mezquina de ejecución. Entonces sí habrá una desarmonía, pero no hay que echar de ella la culpa al arte ni a los materiales modernos, sino a la limitación del autor. En cambio, si esa obra es la de un verdadero artista, por revolucionarias que sean las formas que dé a sus creaciones, siempre armonizarán con las de los artífices medievales que fueron también grandes renovadores.35

Las precedentes afirmaciones sitúan a Torres Balbás en un ámbito bien lejano de los «antirrestauradores» y «conser­ vacionistas exclusivos». En cambio, le abonan directamente a la teoría de la «Restauración moderna» propugnada por Camillo Boito en el Congreso celebrado en Roma en 1883. Al igual que el italiano en su ponencia, la mayoría de ella se ocupa de tratar de defender la necesidad de «no restaurar» pero, tal como afirma Boito: Cuando sea demostrada la necesidad de restaurar un edificio, debe ser antes consolidado que reparado, antes reparado que restaurado, evitando renovaciones y añadidos.

Precisamente Boito defendió siempre no restaurar, pero el problema real surgía cuando una fábrica estaba inacabada y se precisaba su conclusión. Entonces Boito defiende en sus famosos puntos tres preceptos: 1.- «diferencia de estilo entre lo antiguo y lo nuevo», 2.- «diferencia de materiales en sus fábricas» y 3.-»supresión de molduras y decoración en las partes nuevas». Torres Balbás, según creemos con la absoluta seguridad de tener ante sus ojos la ponencia del italiano, responde

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de igual manera: lo nuevo construido será de «estilo moderno», con «materiales modernos» (viga armada, etc.) y «molduración moderna», siendo «obra contem­poránea». Añade el español el concepto de «la armonía» entre la obra del pasado y la contemporánea, alcanzando en ésta la calidad creativa desde el arte, admitiendo incluso que sea revolucio­ naria, lo cual le sitúa como un precedente de las décadas más recientes, pues no habla de «analogía de formas», sino de «armonía», aunque fuera por medio de aportaciones revoluciona­ rias, lo que implica que se podía alcanzar tanto por el camino de la «coherencia analógica» como por el opuesto del «con­ traste», poniendo como ejemplo indudable del segundo caso:

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La catedral de Toledo y el Transparente de Tomé que en ella existe, no desarmonizan, sino que por el contrario adquieren un pleno valor reunidos. Con tal ejemplo creo que no habría inconveniente alguno en acodalar dos pilares de esa misma catedral con una viga armada y dejar al tiempo hacer su obra armonizadora.

Pero en esta ponencia Torres Balbás también adelanta algunos de los puntos que refrendará la Carta de Atenas y que también desarrollaba por aquellas fechas Giovannoni, como la necesidad de realizar un inventario bien hecho de monumentos nacionales y la publicación de instrumentos legales para que en la conser­vación y protección de dichos monumentos prevaleciera el interés del Estado sobre el privado, pudiendo llegar a la expropiación y a la prohibición de la salida de España de objetos y elementos ar­quitectónicos36.

Torres Balbás y la «restauración científica»: teoría y práctica (la Alhambra de Granada) El arquitecto madrileño fue nombrado director de las obras de conservación de la Alhambra de Granada el 17 de abril de 1923, cargo que conservó hasta su destitución por razones políticas el 25 de agosto de 1936. Ahora se enfrentaba a la realidad, no a un proyecto teórico, y responsable con esta misión en febrero de 1925 solicita a la Junta para la ampliación de estudios e investigaciones científicas una pensión para una estancia en un país que ya había visitado, Italia con el fin de estudiar los métodos de restauración que entonces allí se aplicaban y visitar obras en Florencia, Venecia, Roma Pompeya y Sicilia, aquí para estudiar expresamente a Vittorio Spinazzola (1863-1943), activo arqueólogo restaurador en las provincias de Sicilia y Nápoles. Sin duda también para conocer personalmente a Giovannoni con el que tuvo contactos toda su vida. Sin embargo, la cantidad que demandaba fue reducida drásticamente, por lo que fue imposible realizar la visita de igual manera. Se produce en el arquitecto una reflexión profunda sobre la conservación del edificio histórico que desarrolla puntos plan­ teados por Boito, otros expuestos en el Congreso de Atenas (1931), al que asiste con una ponencia37, y, en definitiva, llega a parecidas conclusiones que Giovannoni en Italia y que la Carta del Restauro de 1932, que se concretarían en los principios generales de lo que se ha dado en llamar «restauro scientifico» y que el español define en varias ocasiones como «teoría ecléctica y elástica, no dogmática». Expone sus ideas teóricas en varios escritos de los que destacamos su artículo de 1927, su ponencia del congreso citado de Atenas y un último trabajo de 1960, aunque la directriz es común a todos ellos.38

Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional S. Andrés de Orvieto. Antes y después de la restauración de G. Giovannoni. 19261930. Forografías del libro de A. Buffalo y del autor, respectivamente.

Torres Balbás reivindica siempre sus posiciones y fuentes anteriores. Define su teoría sobre actuación en los monumentos como «teoría ecléctica y elástica, no dogmática» o «teoría ecléctica de la restauración conservadora»39, coincidiendo, como ya hemos señalado, con los postulados del «restauro scien­tifico». No volverá a evolucionar, a pesar de que en sus escritos recoja bibliografía –por ejemplo de Alfredo Barbacci– de los años cincuenta, ni se planteará, según parece, las críticas que la «Carta de Atenas» y la del «Restauro Italiana» reciben a partir de finales de los cuarenta, fundamentalmente por Roberto Pane y Cesare Brandi, que darán lugar a la for­mulación de la teoría del «restauro critico» y a la promul­gación de la «Carta de Venecia». Ello podría deberse a que en la posguerra asiste como simple espectador de las res­tauraciones de otros, muy pocas veces como crítico y nunca como restaurador al ser depurado en este campo por el régimen de Franco. 40 Señala que al enfrentarse con el espíritu de la Alhambra, cuantas obras allí realizó durante catorce años:

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Fueron de estricta conservación y máximo respeto a todo lo antiguo, con un criterio sustentado desde hacía tiempo en España,... y generali­zado en el mundo culto, acorde con el interés ar­queológico y con el artístico, practicado sin dogmatismos ni intentos de aplicar hasta sus últimas consecuencias teorías fabricadas a priori a un monumento tan complejo y vital. Cada viejo edificio presenta un problema diferente en su conser­vación y debe ser tratado de distinta manera, dentro, claro está, de la tendencia conser­vadora; cada aposento o parte de la Alhambra plantea nuevos problemas que conviene resolver para cada caso particular. Conservar y reparar casi

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siempre, restaurar tan sólo en último extremo y de tal manera que la obra moderna se distinga claramente de la vieja, huyendo de toda falsificación y superchería, condenable por inmoral, anti­científica y nunca artística. 41

O como escribirá en tiempos coetáneos a sus trabajos: Eclecticismo y elasticidad; tal creemos que ha sido nuestra fórmula, dentro de un criterio radical de conservación, en el que se ha atendido tanto a la solidez de las fábricas cuanto a su interés arqueológico y aspecto artístico. 42

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Como criterio específico aplicado en la obra granadina Torres Balbás informó en la Conferencia de Atenas de 1931 su forma de actuar: Allí donde falta un trozo de decoración se ha dejado el muro liso, un poco enfondado; cuando de un alero no quedan más que unos cuantos canecillos antiguos, los que faltan se han labrado con las mismas dimensiones que aquellos, pero sin talla alguna, dejándoles lisos. Se han restablecido las que pudiéra­mos llamar líneas envolventes y las masas, cuando hay datos seguro para ello, pero dejando liso todo lo nuevo para que, si de lejos pueda dar la impresión de obra completa, de cerca se distingan perfectamente la parte antigua y la moderna. 43

De esta manera, y salvo algún caso explícito de «des-restauración» como el que aplica al eliminar la cúpula de Rafael y Mariano Contreras sobre el templete oriental del Patio de los Leones granadino, Torres Balbás se inserta plenamente dentro de la teoría más avanzada que entonces se produce en Europa

y en Italia. Su concepto de la conservación de los monumentos participa de los más importantes puntos que serán en 1931 objeto de la «Carta de Atenas», así con el espíritu del preámbulo que sanciona la conservación del patrimonio artístico y arqueológico como «valor de civilización». Rechaza las «restituciones integrales», enten­diendo que el mantenimiento es indispensable para evitar restaurar y cuando éste sea ine­vitable se respetará «la obra histórica y artística del pasado, sin proscribir los estilos de ninguna época», así como adecuar el uso a las causas que originaron el edificio (punto II de la Carta de Atenas). También asume nuestro arquitecto de forma decidida los puntos IV y V relativos a los monumentos en ruina (aplicación del criterio de la anastilosis), a la reconocibi­lidad de las intervenciones necesarias por medio del uso de «materiales nuevos», así como el empleo para la consolidación de «todos los medios de la técnica moderna, y más en concreto del cemento armado», usándolos disimuladamente para no alterar el aspecto y el carácter del edificio. Particular relación mantiene con los puntos VI y VII, no sólo en cuanto a la metodología científica para recabar información y diagnosis (VI), sino también y especialmente por la preocupa­ción por mantener el entorno urbano próximo al edificio, la perspectiva pintoresca y la importancia de «las plantaciones y las ornamen­taciones vegetales» que en Granada le permitían una aplicación teórica y práctica privilegiada por la amplitud del programa y de las características de la Alhambra (VII). Pero todavía más vinculación producen sus actuaciones con las normas establecidas en la «Carta italiana del restauro» (1932), fruto de treinta años de experiencia en este país y que tuvo en Gustavo Giovannoni su más decidido valedor. Aunque Torres Balbás no cita en muchas ocasiones al italiano, conocía

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bien su teoría y realizaciones, de quien asumía explícitamente su afirmación de que : Los monumentos son testimonios que no deben ser alterados, ni falsificados, pero su vida es fundamental44.

Frase en la que se resume la actitud de ambos ante la arquitec­tura histórica. La «Carta» de 1932 es una transposición desarrollada de la de Atenas con normas concretas para uso de las superintendencias y fue promulgada por el Consejo Superior de Antigüedades y Bellas Artes del país trasalpino. Cuando analizamos minuciosa­mente la actividad de Torres Balbás en la Alhambra desde 1923 apreciamos que su método, criterios, etc., coinciden literal­mente con los documentos citados y de forma muy específica con la forma de trabajar de Giovannoni, que por entonces había ya realizado sus más importantes intervenciones y publicado sus más famosos trabajos, por ejemplo, los del monasterio de Subiaco con su correspondiente publicación y sus más pres­tigiosos artículos. 45 Bastaría para demostrarlo citar desde la creación del «Diario de obra» y un seguimiento exhaustivo de la misma dejando de todas las fases (desde la excavación, levantamientos, fotogra­fías, hasta el final de la intervención) documentos precisos (en coincidencia total con los puntos 11 y c de la Carta italiana), como su posición sobre el uso destinado a los edificios «muertos», permitiéndoles vivir «nuestra vida» y contrario a cerrarlos, exigiendo la con­siguiente manutención y como actuación máxima la «anastilosis» (preámbulo y puntos 1, 3 y 4). Su oposición radical a la búsqueda de la «unidad de estilo» defendiendo el carácter de arte y de recuerdo históri­co, cualquiera que fuera la época a la que pertenecieran las distintas

partes del monumento (punto 5). Su sensibilidad sobre las condiciones ambientales, evitando inoportunos aislamientos, y su continua preocupación por el color, los volúme­nes, etc. (punto 6). Cuando se ve obligado a efectuar añadidos sigue literalmente el punto 7, que recomienda: Limitar tales elementos nuevos al mínimo posible... darles un carácter de pura simplicidad y de correspon­dencia con el esquema constructivo y... solo puede permitirse en estilo similar, la continuación de líneas existentes en los casos en que se trate de expresiones geomé­tricas privadas de indi­vidualidad decorativa.

Aunque redactados por Giovannoni podrían haber sido escritos por él mismo. De igual forma, estos añadidos lo serían: …diseñados y con materiales diversos del primitivo o con la adopción de molduras de desarrollo simple y privadas de decoración.

Tod esto para evitar engaño y falsificación (punto 8). Su empeño por mantener las estructuras existentes y cuando era preciso recurrir a las técnicas constructivas modernas (punto 9) o su afán por tratar las excavaciones que quedaban abiertas, tanto en el trabajo metodológico de liberación como de la fase siguiente relativa a «la organización de las ruinas y su protección estable», que se plantea en el punto 10 de la carta italiana y que aplicó magistralmente en las excavaciones de las casitas de El Partal protegidas con jardines. Compárense, pues, los puntos referidos de la Carta de Atenas y de la Italiana del Restauro con los párrafos de sus escritos

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48 Ausonia. Antes y después del proyecto de completamiento de G. Giovannoni. Fotografías del libro de A. Buffalo.

que arriba hemos recogido y con la siguiente exposición del criterio seguido por Torres Balbás en el patio del Harem, según el proyecto fechado el 12 de julio de 1923: CRITERIO seguido en la redacción de este proyecto. Es el de respeto absoluto a la obra antigua existente, con exclusión de todo trabajo de restauración que trate de com­ pletar los elementos árabes, reproduciéndolos o copiándolos. Las disposiciones oficiales y los informes de los técnicos desde hace varios años así lo disponen. Al autor de este proyec-

to no le queda, pues, opción entre los diversos procedi­mien­tos a seguir en las obras de consolidación del monumento. Su criterio, además, coincide en todo con el que las dis­posiciones vigentes y los informes técnicos le marcan. ... Semejante criterio de absoluto respeto arqueológico deberá ser radicalmente seguido en parte como ésta de excepcional interés, una de las muy escasas ya en la Alhambra que por su autenticidad al no haber sufrido restauración alguna, son inapreciables documentos para el estudio del arte granadino. Algunos de los datos y detalles que sirvieron a D. Rafael Contreras para la renovación del patio de los Leones, tomólos de estos

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locales. Las pinturas del zócalo de la galería del patio son de extraordinario interés arqueológico, y no lo tiene menos el alero de su muro sur que, con los del mirador de la torre de las Damas y algún resto en el patio de la Alberca son tal vez los únicos conservados en su disposición primitiva, sin contar los grandes y más ricos de la fachada de Comares y puerta del Mexuar. Aunque en la descripción de las obras y reparaciones proyec­tadas se les enumera detalladamente nos parece conveniente decir aquí cómo se han entendido aquéllas. Las solerías que faltan por completo proyéctanse de losetas modernas; en los muros rehácense pilastras en los muy descompuestos, procurando asegurar lo más posible de los antiguos; las decoraciones de yeso se asegurarán a las paredes, completando lo destruido con un revestido algo más rehundido, al cual se dará un ligero tono amarillento o rojizo que entone con aquéllas; las arquerías conservadas se enderezarán en parte con templadores, volviendo a colocar a plomo de las pilastras las columnas y capiteles desmontados en 1915; en las de enfrente, de las que quedan muy escasos restos, se levantarán pilares de ladrillo sobre los que se construirán tres arcos en la misma forma que aquéllos, de modo que el patio quede en líneas generales en su disposición primitiva, sin que nunca pueda haber la menor duda de cuál es la obra antigua y cuál es la moderna. Finalmente: el alero árabe se afirmará con gran esmero sin desmontarle, sustituyendo algunas tabicas que están completamente descompuestas por otras modernas lisas, y los restantes aleros, que han cambiado de nivel después de la Reconquista, se reharán en la misma disposición que primitiva­mente tuvieron, aprovechando para ello los muchos canecillos árabes que se utilizarán al rehacerlos, dejando lisos los nuevos que haya que labrar. Las pequeñas maderas que falten en los techos de lazo, se

sustituirán por otras nuevas lisas, pero dándoles la entona-

ción general que el techo tenga. Las puertas nuevas proyéctanse de anca y gorrón, como las árabes. Pero en lugar de inventarlas tratando de imitar aquéllas, se harán de tableros clavadizos, al modo que no dé idea de una reconstrucción árabe que aquí sería completamente fantástica. 46

Este documento de la fecha tan temprana de 1923 muestra ya cómo Torres Balbás se aleja mucho de las posiciones ruskinianas de Vega-Inclán que él mismo tanto había exaltado en su escrito de 1919 para el Congreso de Zaragoza. El conjunto de obras que realiza en la Alhambra discurren desde la mera consolidación pasando por anastilosis (Casa Real o palacio árabe), protección arqueológica (casitas de El Partal), des-restauración (tejados y templetes del patio de los Leones), reintegración volumétrica y figurativa (Torre y mirador de las Damas en El Partal), diseño nuevo y copia de elementos del palacio de Carlos V y del convento de San Francisco, etc., siempre inmerso en el respeto hacia la verdad arqueológica y artística y dentro de los documentos europeos de los años treinta. Precisamente por ello su actuación maestra según dichos criterios en la Alhambra podría ser enjuiciada críticamente desde los presupuestos de cuantos en la década de los años cuarenta en adelante rechazaron el «restauro scientifico» (Pane, Brandi, Gazzola, etc.), por considerar a los res­tauradores «científicos» una preocupación casi única, cuando menos fundamental, al entender los monumentos como objetos museísticos, ar­chivísticos y ar­queológicos lo que se aprecia en el mismo Torres Balbás al tratar las distintas zonas de La Alhambra como unidades independientes unas de otras y no como un conjunto a pesar de su preocupación por los entornos, pero

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conceptualmente por cada entorno, no por el total. Así pues, Torres Balbás actúa fundamentalmente desde conceptos museísti­cos y de las ciencias históricas y arqueológicas y no ar­ quitectónicas y urbanísticas que surgirán después de la Carta de Venecia. Pudo, Torres Balbás, haberse adelantado a su tiempo dada su excepcional formación de «historiador urbanista» concibiendo la intervención de la Alhambra en este sentido, pero le dominó la teoría de la época –vanguardista de cualquier forma– y también sus estudios en la Sección Arqueológica del Centro de Estudios Históricos de Madrid, advirtiendo nosotros aquí otra vez la larga sombra de don Manuel Gómez Moreno. Pero también creemos que existen algunas lagunas oscuras en Torres Balbás que por coherencia y objetividad debemos cuando menos plantearlas. Nos parece censurable en el arquitecto madrileño la limitación en su propio discurso metodológico de su concepto de arqueología para aquellos monumentos antiguos y medievales que desaparece en los de la Edad Moderna, como por ejemplo en su intervención en el Palacio de Carlos V, en el que se aleja de la normativa internacional y de sus propios principios justificando tanto la copia como la reintegración y el completamiento que obligaría a plantear sus actitudes ante restauraciones de edificios posteriores al siglo XVI. Así, afirma taxativamente: La copia de elementos antiguos que se proponen para la terminación de este Palacio, parécenos justificada al no tratarse de un edificio de interés ar­queológico, siendo el problema en este caso completamente diferente del de la Casa Real o Palacio árabe, en el cual, durante los cinco años últimos, no hemos hecho obra más que de estricta consolidación (1928). 47

Otras restauraciones de Torres Balbás en Granada (la Alhambra, el Generalife y el Corral del Carbón) Si la Catedral de León se convirtió en el siglo XIX en el gran modelo violletiano de restauración realizado en España, podemos considerar a la Alhambra de Granada el gran modelo español restaurado en el siglo XX desde posiciones conservacionistas. El estado en que llegó a comienzos del siglo XX el conjunto de la Alhambra y su historia han sido narrados por diversos estudiosos, especialmente por Luis Seco de Lucena48, y en varias ocasiones por el mismo don Leopoldo Torres Balbás49. En un apresurado resumen destacaremos el mal estado al que llegó en el siglo XIX, después de la dominación de las tropas napoleónicas que intentaron volar algunos sectores, con multitud de destrozos, la mayoría de sus dependencias ocupadas indiscriminadamente por habitantes que sin ningún respeto demolían sus elementos, expoliaban sus decoraciones y transfor­maban espacios. De este momento son fiel reflejo los dibujos de Lewis. En completo abandono continuó hasta el reinado de Isabel II, a mediados de la centuria, en que se toma conciencia de su estado y se inician los primeros programas de restauración. Rafael y su hijo Mariano Contreras, que se autodenominan «arquitectos adornis­tas» realizan los empeños mayores de esta etapa sucediéndoles a comienzos del siglo XX Modesto Cendoya. Todos ellos pretendían la reconstrucción de los antiguos esplendores de la Alambra, preocu­pándose fundamentalmente por la apariencia exterior, por las epidermis y los elementos figurativos y decorativos, recreando cuanto restauraban buscando efectos sensuales y perceptivos. La Sala de los Baños es buen ejemplo de este proceder con colores que no son originales; el Patio de los Arrayanes, con cupulillas norteafricanas, y

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los templetes del Patio de los Leones con cúpulas hemisféricas y tejados vidriados y decorados, buscando un esplendor y carácter oriental pintorescos sin ninguna connotación de autenticidad con el ambiente real del edificio. Antes de acceder a los trabajos de dirección de las obras Modesto Cendoya, el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco efectuó un informe en 1903 sobre la protección y conservación de la Alhambra y que expresaba:

Barrio del Rinascimento. Roma. Diradamento. Piano Regolatore de Gustavo Giovannoni.

Deben casi suprimirse las res­tauraciones o reducirse a casos muy justificados, limitándose preferentemente las obras a las de conservación que preserven al monumento de la ruina. Sería difícil precisar lo que ha ocasionado mayor daño, si el abandono o las res­tauraciones. Lo primero nos ha conservado, aunque ruinosas, venerables páginas de pasadas edades, de gran valor histórico-artístico y ejemplos de aquella brillante arquitectura, producto y reflejo de nuestra civilización hispano-árabe, mientras que las restauraciones nos transmiten desfigurados y falsos documentos que sólo a la duda o al error pueden con­ducir. 50

Sin embargo Cendoya (desde 1907) no hizo ningún caso y continuó aplicando sus criterios. Esto indignó al marqués de Vega-Inclán, que formuló en 1915 sus denuncias que ya hemos citado en el capítulo que le dedicamos. La proximidad del político al Gobierno posibilitó que en 1915, el 23 de abril, se publicara un Real Decreto por el que «será expresamente excluida toda obra de restauración», exigiendo incluso la conservación de los jardines y el arbolado. Cendoya insistía en que: Su propósito (no) era llevar las restauraciones hasta el caso de pintar y dorar con la ex­huberancia que lo hicieron los árabes; porque sostenemos con respecto a la restauración de las

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obras de arte la opinión de conservarlas hasta donde sea humanamente posible, y después de que la obra se cae, rota o pulverizada, reponerla, cubriendo el hueco con otra semejante, para que la nueva sujete a la antigua, que se halla expuesta a desaparecer también.51

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Como consecuencia de esta situación, en 1917 el Gobierno comisionó al arquitecto Inspector Ricardo Velázquez Bosco para redactar una «Memoria del plan general de conservación de la Alhambra», que habrían de seguir puntualmente todos los res­tauradores posteriores del edificio. Según esta Memoria todas las obras que se afrontaran a partir de entonces:

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Serían exclusivamente de conservación, a fin de contener la ruina, excluyendo todo cuanto tenga carácter de restauración, la que por ahora sólo en algún caso muy excepcional puede acon­sejarse... La restauración, si se hiciera tendría que ser muy costosa y muy meditada y discutida, y difícil­mente podría llegarse a un acuerdo, con el peligro de hacer una Alhambra nueva y sin valor alguno.

No obstante, tres años después Manuel Gómez-Moreno volvía a denunciar que cuantas obras se habían hecho y hacían hasta la fecha lo eran «sin base ar­queológica ni respeto a la poesía de los siglos, por desgra­cia».52 Todo ello provocó, en medio de un duro debate a favor y en contra de Cendoya, que a comienzos de 1923 fuera cesado el granadino y sustituido por Leopoldo Torres Balbás. El arquitecto madrileño siguió en esencia el plan ideado por Velázquez Bosco, aunque en muchos casos llegó más allá en la necesidad de resolver problemas prácticos, pero siempre desde el respeto más absoluto hacia el monumento. En el Patio de los Leones des-restauró los templetes eliminando las cupulillas, los tejados quitando las tejas vidriadas y coloreadas, y restituyó la fuente a su altura original. También barrió las restauraciones de Contreras y predecesores en el patio del Harem y en la casa del Partal eliminando cornisas,

inscrip­ciones y otros añadidos de sus compañeros. La torre del Partal o de las Damas, que estaba ocupada por vecinos, fue desalojada y vuelta a su carácter antiguo con criterios arqueológicos, así en la figuración de la decoración de los paños de sebka, que Torres Balbás finge para que pueda parecer original desde lejos, aunque desde cerca se evidencia estar realizada en barro y sin carácter mimético; recuperó los huecos y en la arquería inferior colocó pilares, que en la posguerra sustituiría por columnas granadinas Prieto Moreno, su sucesor desde 1936 en las obras de la Alhambra. También recupera los jardines del Partal, que cobijan los restos de las excavaciones realizadas. Intervino también en el patio del palacio de Carlos V, aquí, como el mismo arquitecto señaló en los proyectos, con mayor libertad, recurriendo a copiar elementos renacentistas. Será su actuación más discutible. En el Generalife realiza labores de consolidación en todo el conjunto, edificios y jardines, con criterios similares a los aplicados a las zonas musulmanas de la Alhambra. Esta actitud la vuelve a aplicar en el Corral del Carbón de la misma Granada. Suceso prácticamente único en la España de entonces es la iniciativa que la población granadina lleva a cabo para salvar de la destrucción el Corral del Carbón, antigua Alhóndiga. El gremio de albañiles encabeza la protesta para que se realicen obras de consolidación, que lleva a cabo Torres Balbás plante­ ando un proyecto «moderno» y pleno de sensatez que aplica las teorías del «restauro scientifico». El edificio árabe se encontraba en muy mal estado, completamente deteriorado, con añadidos inconsistentes de indeter­minadas épocas y ruinoso. Torres Balbás se niega a efectuar una reconstrucción al estilo de las que realizaban la familia Contreras y otros violletianos o seguidores de Lampérez andaluces. Simplemente

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Atenas, Erecteión. Restauración por anastylosis. Fotografía del Autor.

consolida la ruina, la limpia y sanea de las construcciones innobles posteriores sin inventar nada, y donde aparecen restos figurati­vos, como en la ventana, sugiere su forma doble con materiales distintos para hacer notoria su intervención igual que en las decoraciones de yesos, donde deja zonas neutras, o en el dintel dovelado en que deja sus formas planas. Nuevo es también el alero que incorpora para proteger de la condiciones climatoló­gicas el conjunto de la fachada.

Torres Balbás una mirada a las restauraciones de la posguerra Considerado persona «non grata» por el régimen de Franco en 1939, Torres Balbás no es rehabilitado en su puesto y sólo conser­vará hasta su fallecimiento en 1960 la cátedra en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Este alejamiento forzado de las actividades arquitectónicas en los monumentos le obliga a verlos desde los criterios que defendió en su juventud y a preocuparse menos por los criterios de restau-

ración, de manera que en su artículo publicado en 1960 «En torno a la Alhambra» reiterará buena parte de sus posiciones manifiestas en la ponencia de 1919, como su actuación en el conjunto de Granada, ya conocido. Que no evolucionó haciéndose eco de las novedades planteadas en Europa lo expresa el trabajo de 1960 citado y en concreto la recensión que años antes realizó sobre el artículo que Luis Menéndez Pidal había publicado sobre sus restauraciones de la catedral de Oviedo53. En este breve ejercicio de crítica enjuicia la torpeza del nuevo régimen al no establecer un archivo para guardar los documentos y memorias de las restauraciones, considera negativo que los arquitectos no publiquen sus realizaciones, con todo lo que ello perjudica al conocimiento de los edificios y de la misma historia de la arquitectura española. Señala que la catedral de Oviedo ha sufrido graves daños y mutilaciones, primero cuando la Revolución de 1934, siendo hábilmente reparada por Manuel Gómez-Moreno y Alejandro Ferrant «con gran celo y singular acierto de la reconstrucción del edificio», y después, durante el asedio de la ciudad (1936-1937), por Luis Menéndez Pidal. Destaca Torres Balbás la calidad de este arquitecto que levantó planos del edificio y realizó memoria pormenorizada de todas las actuaciones; también resalta la labor de anastilosis, al recoger hasta las más pequeñas partículas originales de los

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escombros, y la labor del escultor Victor Hevia, gracias al cual, «mediante trazos rehundidos se han diferenciado las partes nuevas que suplen a las desaparecidas». Torres acaba la recensión con una exaltación de los conser­ vacionistas, entre los que sitúa a Menéndez Pidal, y una amarga crítica al Franquismo y a los restauradores de la posguerra, que siguen los criterios que les dicta el régimen y que considera erróneos:

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Es curioso el hecho de que las directrices de la reparación de monumentos, que casi siempre han respondido entre nosotros más a un criterio personal que a una orientación del Estado, cambiaron de rumbo totalmente en los últimos años. A una época, no muy larga, de respeto arqueológico, repugnancia a completar la obra antigua, imitándola, y conservación de la huella del tiempo, ha sustituído otra en la que se tiende a completar totalmente los viejos monumentos, dejándolos ‘perfec­tos’. Los muros de las fortalezas ruinosas, por ejemplo, se coronan con todas las almenas caídas y enlúcense para dejarlos como nuevos. Esta tendencia alcanza también a la escultura, a la pintura y a las obras de arte industrial como, por ejemplo, las de orfebrería. El señor Menéndez Pidal es uno de los pocos representantes que quedan de las restauraciones ‘conservadoras’, cuyos antece­dentes, algo lejanos, pudieran fijarse en las de San Miguel de la Escalada y Santa Cristina de Lena, hechas por el arquitecto don Juan Bautista Lázaro. A su lado no desmerece la de Santa María del Naranco, realizada por el Sr. Menéndez Pidal hace unos años.54

Torres Balbás restaurador avanzado europeo. Vida paralela con Gustavo Giovannoni A la espera de los nuevos datos que aporten los documentos recientemente adquiridos por el patronato de la Alhambra de Granada, que seguramente harán replantear a los historiadores varias de nuestras afirmaciones sobre este arquitecto y que no podemos usar ahora tanto porque muchos de ellos se encuentran en fase de restauración, como por la confidencialidad a la que estamos obligados sobre lo poco que conocemos, sí podemos afirmar que genéricamente Torres fue el arquitecto restaurador e historiador español más importante de la primera mitad del siglo XX, si cedemos para Lampérez el final del siglo XIX. Perteneció y fue apreciado por la generación de la denominada en Europa «restauración científica», que se agrupó teóricamente al amparo de la Carta de Atenas de 1931, y que fue formada por grandes profesionales como Giovannoni, Lemaire, Muñoz, Chierici, Balanos, Lèon, etc., activos en las tres o cuatro primeras décadas de la centuria. Le consideramos, igualmente, un importante pionero europeo en estas materias y de vida paralela a Gustavo Giovannoni, con el que se encontró en Roma y en Atenas y con quien intercambió cartas, libros, informes, etc., y al que mencionó en la revista Arquitectura, precisamente en su último trabajo fechado en agosto de 1961, aunque el italiano nunca mencionó al español en su revista Palladio55, pero sí le escribió varias cartas, hoy entre los nuevos documentos adquiridos por el Patronato de la Alhambra. Entre las diferencias con Giovannoni, quizá una de las mayores fue de carácter político, pues el español era republicano y liberal, y el italiano declarado fascista, por lo que después de la guerra sería olvidado, fortuna distinta de la del español

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que fue depurado y apartado de la profesión. Cierto que Torres evolucionó hacia el final de su vida, aunque nunca aceptó al «Nuevo Régimen». Respecto a la Teoría de la Restauración y a su concepto del Patrimonio, Balbás fue muy influido por los teóricos franceses y alemanes-austríacos, como Didrón, Léon o Riegl, y de manera especial tuvo similitudes importantes con Giovannoni, muchas directamente influidas por Boito, y otras adquiridas directamente del mismo ingeniero italiano, como su aprecio por las que éste llamaba arquitecturas menores que provocaron en Torres sus estudios de la arquitectura popular española, como su libro La vivienda popular en España (1923, editada en 1931)56. Mucho más fuerte se manifestó la influencia del profesor italiano en el estudio por parte de Torres del urbanismo, tanto por el de origen histórico como por su presencia en la contemporaneidad de los cascos antiguos57. En este campo el italiano tuvo una actitud auténticamente pionera a nivel internacional, con Camillo Sitte, estudiando profundamente las ciudades italianas, tanto para resaltar sus organizaciones urbanas como para proceder a redactar sus planos reguladores (Roma, Bari, etc.) y se debe destacar entre su numerosa bibliografía su extraordinaria (1931). Nuestro personaje ya tuvo preocupaciones al respecto al ver como se convertían en exentas nuestras catedrales por la negativa influencia de Viollet y su actuación en Notre Dâme de París, destruyendo todos los edificios anejos, pero fue a partir de su etapa docente cuando profundizó mucho más en la historia urbanística llegando a señalar humildemente que en el estudio de este campo tenía ciertas deficiencias. Pero no debemos olvidar que una de las grandes virtudes que nunca valoramos en la Alhambra de Granada es su integridad urbanística, rescatada y consolidada por Torres

Balbás, que encontró el conjunto muy transformado y deteriorado. A Giovannoni, a Torres y a todos los restauradores científicos de esta generación les preocupó especialmente el entrono y el ambiente y nadie puede negar que el que aún conserva la ciudad nazarí es cautivador. Desde luego ambos pusieron los pilares de lo que luego llamaríamos el paisaje urbano como la generalización de la historiografía del contexto. En cuanto a la jardinería también los dos trabajaron con interés y método en el Generalife, en el Partal, en el Templo de Vesta, etc. El valor histórico de la ciudad y de los centros o cascos monumentales fue asumido por la tutela jurídica de las leyes de ambos países casi de forma coetánea con ligera ventaja para Italia, con sus leyes de 1933, 1939 y 1942 y para nosotros especialmente por la de 1939. Ambos coincidían en el valor de reutilización de los monumentos y aunque tomaron de Didrón al comienzo del siglo su división de «monumentos vivos y muertos», según la funcionalidad antigua o continuista, pronto la abandonaron y entendieron que los edificios eran posibles contenedores de usos modernos, lo que era preferible a su congelación o a perderlos. Ambos se influyeron en sus estudios científicos. Si el español comenzó siendo un positivista total, aspecto que fue necesario en España en nuestros historiadores hasta los años sesenta y setenta por la falta de fuentes documentales, gráficas, etc., pronto pasó hacia el análisis específico de las tipologías y la estructuras como hacía en sus estudios el ingeniero italiano que se enfrentó a los decorativismos de Adolfo Venturi y de los historiadores del arte romanos y milaneses. Todas estas formaciones intelectuales llevaron a ambos a entender la vida de cada monumento distinta y un caso específico siguiendo los postulados de Luca Beltrami recogidos también por Boito, en contraposición a lo que defendían los violetianos de aplicar

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criterios genéricos iguales para todos (el estilo), lo que permitiría a los Restauradores científicos aplicar un tratamiento distinto para cada edificio y caso, dentro de unas normas generales más flexibles y elásticas. En el estricto mundo de la restauración la deuda de los dos con Boito es impagable, pues los dos hacen evolucionar las famosas recomendaciones de aquél y sus típicos puntos. Los dos se intercambiaron información y experiencias. En el artículo de 1933 Torres insiste en la importancia de la autenticidad y de las estratificaciones históricas, dos aspectos en los que siempre se configuró la actuación teórica de Giovannoni y la Carta de Venecia, que las enfatiza al máximo. Los dos como este documento reclama, atienden a la conservación de las pátinas, a mantener los originales, a recuperar o consolidar el ambiente, a interesarse e introducir los nuevos materiales, etc., en una comunión de ideas prácticamente generalizada. También les une la renuncia a la arquitectura moderna. Aunque Torres defiende la búsqueda de un nuevo camino, pero al igual que Giovannoni no lo encuentra y su arquitectura nueva sencilla, esencializada y abstracta sigue siendo historicista y en las restauraciones le ocurre lo mismo en la Alhambra de Granada cuando llegan las lagunas como en los pilares de la Torre de las Damas, o al italiano cuando se enfrenta a la nueva fachada para la iglesia de Ausonia, a en la fachada de San Andrés de Orvieto, donde realiza un segundo cuerpo con rosetón y frisos esquemáticos que bien se insertan en el mismo espíritu que los tachones y los arcos de la Torre de las Damas, entre otros ejemplos de los dos arquitectos., de manera que si es cierto que sus añadidos se distinguían con plenitud todavía recuerdan más al pasado que a un incierto

nuevo presente que se estaba formando con los seguidores de Le Corbusier, anque para dar este importante paso habrá que esperar a la Restauración Crítica a partir de los años sesenta (Pane, Minnisi, Scarpa, etc.). Por ello cuando las lagunas eran mínimas por un lado, o de gran escala por el otro, les surge la duda y a veces optan por la reintegración en estilo como en la casa granadina del Chapiz o en la iglesia de los Abisinios del Vaticano en Roma (San Stefano Maggiore). Esta operación última tiene su paralelismo con la des-restauración del patio de los Leones de la Alhambra de Granada. En las pequeñas lagunas donde surge la hipótesis la diferenciación es notoria, como en determinadas yeserías, por ejemplo del patio del Harem, del mismo de los Leones, etc. Mayores libertades se aprecian en edificios más modernos como el palacio de Carlos V o la fachada de la iglesia de Santa Maria del Piano de Ausonia, Montevergine, Castelgandolfo (Villa Torlonia), etc. Finalmente nos resta reivindicar a Torres Balbás como el más europeo de nuestros restauradores de la primera mitad del siglo XX, no solo por manejar y conocer puntualmente las diversas teorías y criterios de los más importantes profesionales de las naciones más importantes del continente (manejaba bien el francés y el italiano), sino también por haber conocido en persona a los más notables restauradores en Atenas, por haber entrado en relación con otros en el congreso de París de 1921 (Venturi, Paul León, etc) o en su viaje a Italia en 1924. Para España fue trascendental porque el ministro Fernando de los Ríos consiguió aprobar una ley inspirada en el documento de Atenas en el año de 1933 que estuvo vigente hasta el año de 1985, aunque durante la Dictadura (1936-1975) apenas se respetó, por las propias instancias oficiales.

Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional

Notas 1. MIARELLI, G.: «Historia de los criterios de interven­ción...», p. 19. Bibliografía, biografías, obras y teorías de estos arquitectos en RIVERA BLANCO, J.: De Varia Restauratione, Valladolid, 2001. CALDERÓN ROCA, Belén: «La huellas de la ciudad histórica desde los periodos autárquicos: Gustavo Giovannoni (1837-1947) y Leopoldo Torres Balbás (1888-1960) ante la cuestión historiográfica», III Bienal de la Restauración Monumental. Sobre la desrestauración, Instituto Andaluz de Patrimonio, Sevilla, 2006. Lo más reciente con toda la bibliografía anterior en GALLEGO ROCA, F.J.: Dos estudiosos, una cultura de la restauración arquitectónica: Piero Sanpaolesi y Leopoldo Torres Balbás, E.T.S.A. de Granada, Facoltà di Architettura. Università degli Studi di Firenze. Seminario Torres Balbás, 2.000; NAVASCUÉS, P.: «Torres Balbás y el compromiso con la Historia», Revista Arquitectura 1918-1936, Madrid, COAM, 2001; RIVERA BLANCO, J.: «La restauración arquitectónica española del S. XX vista desde Italia», en Academia de España en Roma, Embajada de España en Italia, Roma, 2002, p. 99; VV.AA., Revista del Partal. Revista de restauración monumental, Academia del Partal, números 1 (2002) y 4 (2008); MUÑOZ COSME, A.: La vida y la obra de Leopoldo Torres Balbás, Instituto Andaluz de Patrimonio, Sevilla, 2005.

2. GAYA NUÑO, J.A.: Arte del siglo XX, col. Ars Hispaniae, vol. XXII, Madrid, 1958, p. 305. 3. VÍLCHEZ VÍLCHEZ, C.: La Alhambra de Leopoldo Torres Balbás (Obras de restauración y conservación, 1923-1936), Comares, Granada, 1988 y MUÑOZ DE PABLOS, C.: La vida y la obra de Leopoldo Torres Balbás, Instituo Andaluz de Patrimonio, Sevilla, 2005.

Otros estudios importantes sobre la vida y obra del madrileño son: GARCIA GOMEZ, E.: «Contestación al Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia de don Leopoldo Torres Balbás, el 10 de enero de 1954», Anejos del Boletín de la Real Academia de la Historia, 1954; GARCIA GOMEZ, E.: «Leopoldo Torres Balbás (1888-1960). In Memoriam», Al-Andalus, XXV, 1960, pp. 257-286; SANCHEZ CANTÓN, F.J.: «Necrológica. Excmo. Sr. D. Leopoldo Torres Balbás», Boletín de la Real Academia de la Historia, CXLVII, C.II, octubre-diciembre, 1960, pp. 113-118; CHUECA GOITIA, F.: «Fragmentos de un epistolario. (A la memoria del arquitecto don Leopoldo Torres Balbás)», Arquitectura, núm. 34, octubre, 1961, pp. 47-49; MARTÍNEZ DE CARVAJAL, A.I.: «La Alhambra restaurada: de Contreras al Manifiesto de 1953», en Avance del Plan Especial de Protección y reforma interior de la Alhambra y Alijares, Granada, 1986; GALLEGO ROCA, F.J.: Epis­tolario de Leopoldo Torres Balbás y Antonio Gallego Burín, Universidad de Granada, 1987. Recientemente se ha publicado una antología de textos del restaurador, historiador y crítico de arquitectura: TORRES BALBÁS, L.: Obra dispersa, 10 vols., ed. de CASAMAR, M., y prólogo de CHUECA GOITIA, F., Instituto de España, Madrid, 1981-1985.

Es interesante la revista Papeles del Partal. Revista de Restauración Monumental, nº 1, Academia del Partal (Asociación Libre de Profesionales de la Restauración Monumental), número dedicado en buena parte a Torres Balbás, con textos de GALLEGO ROCA, JAVIER RIVERA BLANCO y JULIÁN ESTEBAN CHAPAPRÍA, 2002. 4. Otros trabajos importantes suyos sobre arquitectura cisterciense son: «El monasterio Bernardo de Moreruela», A.E.A., 1954, p. 333 y ss. y Monasterios cistercienses de Galicia, Santiago, 1954.

5. TORRES BALBÁS, L.: «Edad Media», Resumen histórico del Urbanismo en España, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1968 (seg. ed.), pp. 68-170. 6. TORRES BALBÁS, L.: Ciudades hispano-musulmanas, Madrid,, s.a.

7. TORRES BALBÁS, L.: Arte almohade. Arte nazarí. Arte mudéjar, vol. IV, Madrid, 1949.

Otros trabajos importantes sobre el mudéjar son: «Por el Toledo mudéjar: El Toledo aparente y el oculto», Al-Andalus, 1958, pp. 424 y ss.; «El Baño de doña Leonor de Guzmán en el palacio de Tordesillas», idem, 1959, pp. 409-425; «La iglesia de Santa Maria de Mediavilla, catedral de Teruel», A.E.A., 1953, pp. 81-97; «La arquitectura mudéjar en Aragón. Las iglesias de Daroca», A.E.A., 1952, pp. 209-221; «Las yeserías descubiertas recientemente en Las Huelgas de Burgos», Al-Andalus, 1943, pp. 20-54. 8. TORRES BALBÁS, L.: El arte hispano-musulmán hasta la caída del califato de Córdoba, «Historia de España» dirigida por R. Menéndez Pidal, vol. V, Madrid, 1957, pp. 333-738.

9. Sobre arquitectura del Emirato y el Califato, el trabajo citado en la «Historia de España», de R. Menéndez Pidal, Madrid, 1957. Sobre arquitectura de los Taifas destacamos: «Las puertas en recodo en la arquitectura militar hispano-musulmana», Al-Andalus, 1960, pp. 419-444; «Las torres albarranas», ídem, 1942; «La torre del Oro en Sevilla», ídem, 1934; «Arquitectos andaluces en la época almorávide y almohade», ídem, 1946, y su libro Artes almorávide y almohade, Madrid, 1955. Sobre la etapa Nazarí: el tomo del «Ars Hispaniae», Madrid, 1949; el libro La Alhambra de Granada y el Generalife, Madrid, 1953, y los artículos «Cronolo­gía de las construcciones de la casa real de la Alhambra», Al-Andalus, 1959, p. 400 y ss.; «Salas con linterna central en la arquitectura granadina», ídem, 1959, p. 197 y ss. y «Paseos por la Alhambra: La Rauda», en A.E.A.A., 1926, p. 261 y ss. 10. TORRES BALBÁS, L.: Arquitectura gótica, vol. VII, Madrid, 1952.

11. Sobre el valor de su aportación a la historia y su relación con la arquitectura contemporánea véase en este mismo catálogo los estudios realizados.

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12. Remitimos a los artículos publicados en este libro catálogo al respecto por estudiosos especialistas y que no han sido conocidos previamente por este autor. 13. Sobre Torres Balbás y su dimensión como crítico de la arquitectura contemporánea véase SAMBRICIO, C.: «Arquitectura», en Historia del Arte Hispánico. VI. El siglo XX, Ed. Alhambra, Madrid, 1980, pp. 14 y ss. 14. CHUECA GOITIA, F.: «Prólogo», en Obra dispersa I. Al-Andalus, de L. Torres Balbás, Instituto de España, Madrid, 1981, pp. VIII-XIV. 15. Prólogo a Obra dispersa, p. XIII.

16. Según Chueca Goitia en el restaurador Torres Balbás «se conjugaban... el rigor científico del arqueólogo y la sen­sibilidad del artista» (Obra dispersa, cit., prólogo, p. X). 17. Publicado en Arquitectura, I, diciembre de 1918, p. 229.

18. Actas del VIII Congreso Nacional de Arquitectos, Zaragoza, 30 de septiembre-7 de octubre-1919, Zaragoza, 1919, pp. 3-89. 19. Publicada con el título referido en Mouseion, Paris, 1932.

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20. Véase específicamente nuestro trabajo sobre el marqués de Vega Inclán y MUÑOZ COSME, A..: «La llegada de la modernidad: Torres Balbás y la escuela conservadora», Teoría e Historia de la restauración en España 1900-1936, Valencia, 1997.

21. Véanse los análisis realizados sobre ambos por VILCHEZ, C.: ob. cit., p. 230 y ss.; NAVASCUÉS, P.: «La restauración monumental como proceso...», p. 321 y ss. 22. Carta de Francisco de Goya a don Pedro de Cevallos: «... cuanto más se toquen las pinturas con pretexto de su conservación más se destruyen... aún los mismos autores reviviendo ahora no podrían retocarlas perfectamente a causa del tono y rancio de colores que les da el tiempo, que es también quien pinta, según máxima y observación de los sabios» («La restauración de los monumentos antiguos...», p. 229-230 y «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, vol. 8, p. 96).

23. «Un castillo no es nunca demasiado antiguo para nuestro gusto, pero el arquitecto no tiene menos ocasiones que en tiempos pasados para practicar su funesto arte. Antes se demolía para rejuvenecer; ahora se derriba para envejecer. Se pone el monumento en el estado en que se hallaba en su origen. Pero aún se hace más: se le repone en el estado en que habría debido de estar... Sería... muy interesante saber si nuestras iglesias medievales no han tenido que sufrir más cruelmente del celo indiscreto de los arquitectos modernos que de una larga in­diferencia que las dejaba envejecer tranquilas. Viollet-le-Duc perseguía una idea verdaderamente inhumana cuando se proponía restablecer un castillo o una catedral en su plan primitivo, que había sido modificado en el curso del tiempo o que, con mucha frecuencia,

no se había seguido nunca. El esfuerzo era cruel, llegaba hasta a sacrificar obras venerables y encantadoras, y a transformar, como en Nuestra Señora de Paris, la catedral viva en catedral abstracta. Un monumento antiguo es, en muy contadas ocasiones, de un mismo estilo en todas sus partes. Ha vivido y viviendo se ha transformado. Porque el cambio es la condición esencial de la vida. Cada edad lo ha ido marcando con su huella. Es un libro sobre el cual cada generación ha escrito una página. No hay que modificar ninguna de ellas. No son de la misma escritura porque no son de la misma mano. Es patrimonio de una ciencia falsa y de un mal gusto, querer reducirlas a un mismo tipo. Son testimonios diversos, pero igualmente verídicos... A mí no me entusiasma que una obra del siglo XII se ejecute en el XIX. Eso es una falsedad y toda falsedad es condenable. In­geniosos en destruir, los discípulos de Viollet-le-Duc, no se contentan con derribar lo que no es de la época adoptada por ellos. Reemplazan las viejas piedras negras por otras blancas, sin razón, ni pretexto. Sus­tituyen copias nuevas a los motivos originales. Eso no tiene perdón: es un dolor ver perecer la piedra más humilde de un viejo monumento. Aunque fuese un pobre obrero torpe y rudo el que la desbastó, esa piedra fue acabada por el más potente de los escultores: el tiempo. No tiene éste ni cincel ni maceta; sus herramientas son la lluvia, la luz de la luna y el viento del norte.

Termina en forma maravillosa la labor de los técnicos. Lo que añade es indefinible y vale inmensamente. Didron, que amaba las viejas piedras, escribió poco antes de su muerte en el álbum de un amigo este precepto sabio y olvidado: ‘En los monumentos antiguos es mejor consolidar que reparar, mejor reparar que restaurar, mejor restaurar que embellecer; en caso alguno se debe añadir o quitar’.

Tal es el criterio acertado. Y si los arquitectos se limitasen a consolidar los viejos monumentos en vez de a rehacerlos mere­cerían la gratitud de todos los espíritus respetuosos de los vestigios del pasado y de los monumentos históricos» (FRANCE, A.: Pierre Nozière, 1899, citado en «La restauración...», p. 230, en «Los monumentos históricos y artísticos...», pp. 14-15 y «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, pp. 96-97).

24. Tomado del trabajo de PUIG Y CADAFALCH, J.: Santa María de la Seu d’Urgell, Barcelona, 1918, cita: «Desechemos en primer término la idea de terminar la obra, construyendo lo que no existe. El resultado de estas restauraciones nos es conocido por una triste y larga experiencia. Docenas de monumentos restaurados por toda Europa por hombres inteligentísimos, arquitectos de gran saber arqueológico, demuestran que las épocas pasadas, como los muertos, no resucitan, y las obras ejecutadas con ese criterio son obras nuevas de escasa relación con la obra antigua que se ha querido restaurar. El monumento pierde así su valor histórico y deja de ser útil para la ciencia, desapareciendo como documento arqueológico. La solución en que actualmente coinciden arquitec­tos y arqueólogos es la de no

Torres Balbás y la «restauración moderna y científica» en España: un restaurador de nivel internacional

reconstruir; la de sostener y reparar... Los arquitec­tos de hoy, respetuosos con nuestros antepasados, viviendo en otro ambiente artístico y social, no debemos atrevernos, intentando completarles, a desnaturalizar su obra» (TORRES BALBÁS, L.: «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, p. 99).

25. Torres Balbás señala que Anasagasti «no sospechoso ciertamente de amor al pasado en sus concepciones» ha escrito «¿Cuantas incorrecciones y disimetrías no se encuentran en los monumentos antiguos... en plantas y alzado y con sujeción a una estética miope? ¿Son aquellos defectos, o su mayor encanto, lo impalpable que presentimos y no consiente análisis ni men­suraciones? Se copian conjuntos y se reproducen elementos, pero el espíritu no se aprisiona. Las formas imitadas son una fiel repetición de los originales; mas aquello es otra cosa y lo nuevo carece de vida: desentona. Abundan, entre los res­tauradores, los aficionados a relabrar, borrar la acción y modelado del tiempo, y completar con profusión de elementos nuevos lo que nunca se terminó y debe permanecer incompleto»

(ANASAGASTI, T.: «La incomprensión estética de los eruditos», La Construcción Moderna, Madrid, año XVI, núm. 23, citado por TORRES, «Los monumentos...», p. 20, y «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, vol. 8, pp. 99-100).

26. Sobre el arquitecto historiador y restaurador véase: RIVERA BLANCO, J.: «Vicente Lampérez», en BIEL IBÁÑEZ, Mª P. y HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, A.: Lecciones de los maestros. Aproximación histórico-crítica a los grandes historiadores de la arquitectura española, Zaragoza, 2011. 27. «Los monumentos históricos y artísticos...», p. 14. 28. Véase arriba el texto de FRANCE.

29. La referencia de FRANCE ahora es Le Lys Rouge («Los monumentos...», pp. 15-16).

30. Cita en este importante debate, siempre presente en todos los tiempos, a Didrón y otros arqueólogos como conser­vacionistas, y en frente a César Daly, restaurador («La res­tauración...», p. 230, y «Los monumentos...», pp. 16-17). 31. LÉON, P.: Les Monuments historiques. Conservation. Restauration, Paris, Laurens, 1917, citado en «Los monumen­tos...», pp. 18-19.

32. GOUT, P.: Viollet-le-Duc, son oeuvre, sa doctrine, Paris, 1914 (TORRES BALBÁS, L.: «Los monumentos...», p. 19, recoge este texto: «Toda restauración que bajo un pretexto cualquiera hace desaparecer de un monumento antiguo alguno de los elementos a los cuales debe su carácter histórico y artístico, es condenable. El interés de las obras de arte legadas por el pasado, no está solamente en su estructura, su decoración y las enseñanzas que de ellas puedan deducirse. Se imponen a nuestra veneración y tan sólo pueden pretender servirnos de jalones en la historia mientras conserven su autenticidad»).

33. De un artículo del catalán «El patrimonio artístico nacional»,

Arquitectura, núm. 14, Madrid, junio de 1919, cita «La conservación y restauración de monumentos ha de practicarse con gran respeto a la obra del pasado, procurando mantener ésta en la mayor integridad posible. No se hace así. Han sido repicados paramentos de viejas construcciones quitando las marcas de los picapedreros medievales para que armonizaran con los sillares puestos de nuevo; en un claustro de Aragón fueron sustituidos capiteles historiados, obras de escultura llenas de sentimiento y vida, inimitables, por reproducciones por estar aquéllas deteriora­das. Esto no es conservar ni restaurar monumentos. Es destruirlos». 34. Art. cit., p. 21.

35. «Los monumentos históricos...», p. 23. Para Giovannoni véase BUFALO, Alessandro: Gustavo Giovannoni, Edizioni Kappa, Roma, 1982; VENTURA, Francesco: Gustavo Giovannoni, 2º ed., Torino, Citta Studi, 1995; SETTE, Maria Piera: Il restauro in architettura, Torino, 2001; RIVERA BLANCO, J.: De Varia Restauratione, cit., 2001; SIMONCINI, G. et altri, Catalogo Generale dei disegni di architettura 1890-1947, Centro de Studi per la Storia dell´Architettura, Gangemi Editore, Roma, 2002 y CARILLO, S.: Spes contra Spes. Gustavo Giovannoni e Gino Chierici tra Liturgismo e Conservatorismo colto. Teorie, storiografia, metodologie, interventi, Istituto gráfico editoriale italiano, Dipartimento di restauro e costruzione dell´architettura e dell´ambiente, Napoli, 2007. 36. «Los monumentos ...», pp. 24-39. Otros importantes capítulos relacionados con la «Or­ganización y legislación», «clasificación» de los monumentos, «personal técnico», «presupuesto», «inventario», etc., son tratados con gran rigor por Torres Balbás dentro de los presu­puestos del Regeneracio­nismo y la Institución Libre de Enseñan­za, que nos vemos obligados a no profundizar en ellos por la naturaleza de nuestro trabajo. 37. También concurrieron de España el historiador y subdirector del Museo del Prado Francisco Javier Sánchez Cantón, los arquitectos Emilio Moya Lledós, Juan Arrate Celaya y Modesto López Otero y el diplomático Alonso Caro y del Arroyo.

38. TORRES BALBÁS, L.: «La Alhambra y su conservación», Arte Español, XVI, T. VIII, Madrid, 1927, pp. 251-252; IDEM: «La restauration des monuments dans l’Espagne d’aujourd’hui», Museion, a, VI, vs. 17-18, París, 1932, y «En torno a la Al­hambra», Al-Andalus, Crónica XLVI, T. XXV, 1, 1960, p. 33 y ss. Este también reproducido en Obra dispersa, T. 7, pp. 94 y ss. 39. ISAC MARTÍNEZ DE CARVAJAL, A.: «La Alhambra restaurada. De Contreras al manifiesto de 1953», Avance del plan especial de Protección y Reforma Interior de la Alhambra y Alijares, Junta de Andalucía, Granada, 1986, pp. 292-307, y VÍLCHEZ, C.: ob. cit., p. 34.

40. Caso especial es su recensión de un artículo de Luis MENÉNDEZ PIDAL («Catedral de Oviedo. Obras de restauración», Separata de la revista Arbor, núm. 8, 32 pp.) que publica en Archivo Español de Arte, núm. 74, abril-junio

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de 1946, en el que señala al nuevo régimen como causante de que la restauración diera un fuerte giro contrario a las tesis conservacionistas citando al autor de la restauración ovetense como uno de los pocos que se mantienen en la línea por él preconizada. 41. «En torno a la Alhambra», p. 217.

42. «La Alhambra y su conservación...», p. 251 y «En torno a la Alhambra», p. 217. 43. VÍLCHEZ, C.:, ob. cit., p. 39.

44. «En torno a La Alhambra», Obra dispersa, p. 100.

45. GIOVANNONI, G.: I monasteri di Subiaco, l’architettura, Roma, 1904; id.: I restauri dei monumenti e il recente congresso storico, Roma, 1903; idem: «Il restauro dei monumenti», Atti del I Convegno degli Ispetori Onorari, Roma, 1912; idem: Questioni di Architettura nella storia e nella vita, Roma, 1925; idem: Vecchie città ed edilizia nuova, Torino, 1931; idem: voz «restauro», en Enciclopedia Italiana, Roma, 1936. 46. Citado por C. VÍLCHEZ, pp. 37-38.

47. «Proyecto de terminación del palacio de Carlos V. Crujías de Poniente y Norte. 30 de junio de 1928 (citado por VÍLCHEZ, C.: LIB. CIT., P. 42).

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48. En especial SECO DE LUCENA ESCALADA, L.: La Alhambra de Granada. Cómo fue y como es, Im. F. Román, Granada, 1935.

49. TORRES BALBÁS, L.: Obra dispersa, ob. cit., y VÍLCHEZ, C.: ob. cit., que recoge toda la bibliografía del arquitecto sobre el conjunto, así como la precedente. Véase sobre la historia de las destrucciones y las res­ tauraciones primeras el artículo del primero «En torno a la Alhambra», vol. 7, p. 94 y ss. 50. TORRES BALBÁS, L.: «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, vol. 7, pp. 98-99. 51. CONTRERAS, R.: Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba, Madrid, seg. ed., 1878, pp. 284-285.

52. GÓMEZ-MORENO, M.: «Alhambra, I», El Arte en España, Barcelona, s.a.,

p. 6, en TORRES BALBÁS, L.: «En torno a la Alhambra», Obra dispersa, p. 105.

Es evidente la intervención de Vega-Inclán en la redacción de este Real Decreto que contraviene la propia legislación del Estado, pues desde 1855 hasta las leyes de 1926 (el art. 10 señala la búsqueda de la «armonía y la unidad») y 1929, la jurisprudencia española relativa a restauración expresa entender esta como la búsqueda de la «unidad de estilo» del edificio. Será en 1933 con la Ley del Patrimonio Histórico, cuando se manifieste (art. 19) toda prohibición para reconstruir los monumentos.

53. MENÉNDEZ PIDAL, L.: Catedral de Oviedo. Obras de res­tauración, Madrid, 1946, separata de la revista «Arbor», núm. 8, 32 pp. con planos y fotografías. Sobre este arquitecto véase RIVERA BLANCO, J.: «Luis Menéndez Pidal», Diccionario biográfico español, Real Academia de la Historia, Madrid, 2011; sobre su actividad en Castilla y León RIVERA BLANCO, J.: «La restauración arquitectónica durante los siglos XIX y SS», en Patrimonio arquitectónico en Castilla y León. Tomo I. Introducción, Salamanca, 2007, pp. 174 y ss. Sobre la personalidad completa del arquitecto: MARTÍNEZ MONEDERO, M.: Castilla y León y la 1ª zona monumental (1934-1975). La conservación monumental de Luis Menéndez-Pidal, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2011. 54. TORRES BALBÁS, L.: «Menéndez Pidal (Luis): Catedral de Oviedo. Obras de restauración...», Archivo Español de Arte, núm. 74, abril-junio, 1946. 55. Mi artículo de Academia de España en Roma

56. En CARRERAS Y CANDÍ, F.: Folklore y costumbres de España, 1931.

57. A este respecto es muy destacable y desconocida en España la aportación de CALDERÓN ROCA, Belén: «La huellas de la ciudad histórica desde los periodos autárquicos: Gustavo Giovannoni (1837-1947) y Leopoldo Torres Balbás (1888-1960) ante la cuestión historiográfica», III Bienal de la Restauración Monumental. Sobre la des-restauración, Instituto Andaluz de Patrimonio, Sevilla, 2006. De mayor profundidad su tesis doctoral: Revisión del criterio historiográfico en la tutela de la ciudad histórica: teórica e instrucción a través de los paralelismos entre España e Italia (1900-1950)», Málaga, 2010 (inédita).

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