Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la carpetania.

Share Embed


Descripción

1

Zona Arqueológica

1er SIMPOSIO SOBRE LOS CARPETANOS Arqueología e historia de un pueblo de la edad del hierro

Zona Arqueológica

1er SIMPOSIO SOBRE LOS CARPETANOS Arqueología e historia de un pueblo de la edad del hierro

COMUNIDAD DE MADRID PRESIDENTE Ignacio González González

ZONA ARQUEOLÓGICA, Nº 17 1 SIMPOSIO SOBRE LOS CARPETANOS ARQUEOLOGÍA E HISTORIA DE UN PUEBLO DE LA EDAD ER

DEL HIERRO

Consejería de Empleo, Turismo y Cultura CONSEJERA DE EMPLEO, TURISMO Y CULTURA Ana Isabel Mariño Ortega VICECONSEJERA DE TURISMO Y CULTURA Carmen González Fernández SECRETARIO GENERAL TÉCNICO Alfonso Moreno Gómez DIRECTOR GENERAL DE PATRIMONIO HISTÓRICO Fernando Gonzalo Carrión Morales DIRECTORA GENERAL DE BELLAS ARTES, DEL LIBRO Y DE ARCHIVOS Isabel Rosell Volart

EDITOR Enrique Baquedano

DISEÑO, MAQUETACIÓN Y PREIMPRESIÓN Vicente Alberto Serrano / Esperanza Santos IMPRESIÓN Y ENCUADERNACIÓN B.O.C.M. ISSN 1579-7384 ISBN 978-84-451-3497-9 DEPÓSITO LEGAL M-32327-2014

MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID DIRECTOR Enrique Baquedano

© De los textos: sus autores

JEFA DEL ÁREA DE CONSERVACIÓN E INVESTIGACIÓN Isabel Baquedano Beltrán

© De las ilustraciones y gráficos: sus autores

© De las fotografías: sus autores

JEFA DEL ÁREA DE EXPOSICIONES Inmaculada Escobar JEFE DEL ÁREA DE DIFUSIÓN Y COMUNICACIÓN Luis Palop

La revista ZONA ARQUEOLÓGICA ha sido evaluada por el Grupo de Investigación de Evaluación de Publicaciones Científicas (EPUC), asociado al Consejo Superior de Invesigaciones Científicas (CSIC), y está incluida, entre otras, en las siguientes bases de datos: Arts & Humanities Citation Index ® , DICE y LATINDEX

Zona Arqueológica

1er SIMPOSIO SOBRE LOS CARPETANOS Arqueología e historia de un pueblo de la edad del hierro

Número 17 Alcalá de Henares, 2014

MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL

Índice

13 Los carpetanos y el M.A.R. Enrique Baquedano

15 1ª Sesión: Historiografía de la Carpetania Ponencia 15

La investigación protohistórica en la Carpetania. Jorge de Torres Rodríguez Comunicaciones

39

Carpetania no es Celtiberia. Un axioma en la historiografía humanista. Rosario Ortega

45 2ª Sesión: Paisaje, poblamiento y urbanismo Ponencia 45

Paisaje y poblamiento en la Carpetania: un territorio en proceso de definición. Antonio F. Dávila Comunicaciones

71

La Segunda Edad del Hierro en la cuenca media del río Henares: asentamiento y territorio. José Ángel Salgado Carmona y Elena Vega Rivas

85

Últimos avances en la investigación del oppidum de Titulcia (Titulcia, Madrid). José Polo López y Mª del Carmen Valenciano Prieto

99

Procesos de urbanización durante la Edad del Hierro en el yacimiento “Momo” de Alcalá de Henares (Madrid). César Heras Martínez y Ana Bastida Ramírez

111

Oppidum, urbanismo y organización de los espacios de hábitat en El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid). Miguel Contreras Martínez, Gabriela Märtens Alfaro, Gonzalo Ruiz Zapatero y Enrique Baquedano

125

El hábitat carpetano del parque Miralrío (Rivas Vaciamadrid). Daniel Pérez y Marta Bueno

135

Evolución del poblamiento en el enclave carpetano de “Cerro de las Brujas” (Pinto, Madrid). Miguel Rodríguez Cifuentes

149

El Cerro de la Cruz (Puebla de Almenara, Cuenca). Arquitectura defensiva y urbanismo de un enclave carpetano en los albores de la romanización. Luis Andrés Domingo Puertas

161

La Carpetania Meridional: el poblamiento durante la II Edad del Hierro en el interfluvio Riansares-Cigüela de La Mancha toledana. Luis Andrés Domingo Puertas

8

175 3ª Sesión: Economía y sociedad Ponencia 175

Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania. Dionisio Urbina Martínez Comunicaciones

201

Actividades productivas en La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid). Raúl Flores-Fernández y Primitivo Javier Sanabria Marcos

211

Los grandes poblados carpetanos cercanos a fuentes salobres: Cerro de La Gavia, Titulcia, Oreja y Valdelascasas. Santiago Valiente Cánovas, Fernando López Cidad, Francisco Ramos Sánchez y Mariano Ayarzagüena Sanz

223

El poblado “en espolón” carpetano del cerro de “Fuente de la Mora” en Leganés (Madrid). Jorge J. Vega y Miguel, Juan Carlos Méndez Madrid, Roberto C. Menduiña García, Sonia Díez Baranda y Marta Cuesta Salceda

235 4ª Sesión: Cultura material Ponencia 235

Los Carpetanos y sus vecinos: fenómenos de interacción a la luz de la cultura material. Concepción Blasco y Juan Francisco Blanco Comunicaciones

267

Celtíberos y carpetanos: ¿frontera cultural, lingüística y étnica? Mª Luisa Cerdeño y Emilio Gamo Pazos

279

Estudio de la cerámica itálica de barniz negro en El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid): primeros resultados. Sandra Azcárraga Cámara, Gabriela Märtens, Miguel Contreras, Gonzalo Ruiz-Zapatero y Enrique Baquedano

293

Viviendas en El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid); la jerarquización del espacio doméstico a partir del estudio del material cerámico. Gabriela Märtens, Miguel Contreras, Gonzalo Ruiz-Zapatero y Enrique Baquedano

317 5ª Sesión: Mundo funerario, arte y simbolismo Ponencia 317

Datos para el estudio del mundo funerario durante la II Edad del Hierro en la Meseta Sur: Las necrópolis carpetanas. Juan Pereira Sieso y Jorge de Torres Rodríguez Comunicaciones

335

El ascenso de los jefes: desigualdad, competición y resistencia en la necrópolis de Palomar de Pintado. Juan Pereira Sieso y Jorge de Torres Rodríguez

349

Cerámica lañada: arte, economía y estética en la Carpetania prerromana. Esther Andreu y Alexandra Uscatescu

9

361 6ª Sesión: Arqueozoología Ponencia 361

Implicaciones de la zooarqueología en la economía en la Edad del Hierro. José Yravedra y Verónica Estaca Comunicaciones

377

El Llano de la Horca: primeras valoraciones del análisis de los restos faunísticos. Mª Dolores López Gila, Gabriela Märtens, Miguel Contreras, Gonzalo Ruiz Zapatero y Enrique Baquedano

387 7ª Sesión: Arqueobotánica Ponencia 387

Encuentros en la Carpetania: panorama de los estudios arqueobotánicos en el centro peninsular. Paloma Uzquiano y Mª Blanca Ruiz Zapata

407 8ª Sesión: Romanización: etapa republicana Ponencia 407

La romanización de Carpetania durante la República Romana. Julio Mangas Comunicaciones

427

“El Llano de San Pedro” (Valderrebollo, Guadalajara): Un oppidum en los confines de la Carpetania. Emilio Gamo Pazos

435

Nuevos datos sobre la romanización de la Carpetania centro-septentrional. Sandra Azcárraga Cámara

447

Una ciudad en la zona meridional de la antigua Carpetania: Consabura (Consuegra, Toledo). Juan Francisco Palencia García

455 Conferencia de clausura Presente y futuro de una arqueología carpetana. Gonzalo Ruiz Zapatero

Los carpetanos y el M.A.R.

a llegada de la civilización romana a los confines de lo que terminó siendo uno de los imperios más relevantes de la historia universal implicó un fenómeno uniformizador, incluso globalizador en opinión de algunos, que conocemos todos como romanización. Este fenómeno que despierta un razonable interés en todos los campos del saber y especialmente de cuantos nos dedicamos a bucear en el pasado, no se manifestó, sin embargo, de la misma forma ni con la misma intensidad en todos los confines del orbe latino. De tal manera que en unos lugares el sustrato cultural pervivió con mayor o menor relevancia que en otros, en virtud de muchos factores. En la Península ibérica, la resultante de esa mezcla social y cultural es conocida como el mundo hispanorromano. Y como en el resto de fronteras no se manifestó de la misma forma en todos sus territorios. El origen, la impronta y la personalidad de cada uno de los diferentes pueblos prerromanos, “indígenas” entre comillas, dio lugar a una cosa nueva en cada una de las zonas de aquel territorio. Por ello, era inevitable que el sarampión centrífugo llegara a nuestro país junto con la recuperación de las libertades al retornar a la democracia. A nadie le sorprendió que los gobiernos de las Comunidades Autónomas primaran en la investigación de la historia, y singularmente en la arqueología, el conocimiento de los pueblos prerromanos, “indígenas”. Sin embargo esto no ocurrió en la Comunidad de Madrid. Por razones complejas, la Comunidad no primó en sus orígenes la investigación arqueológica. Desde luego la identidad no identitaria de esta región, reconocida hasta en el himno oficial escrito por el filólogo y poeta Agustín García Calvo, es seguramente la razón más importante. Los investigadores de las universidades, museos y centros de investigación madrileños encontraron probablemente más atractivo, con excepciones muy meritorias, el trabajo en lugares más lejanos. Quienes investigamos al lado de nuestra casa y también en lugares exóticos sabemos bien de lo que hablamos. Por último, la inexistencia de un Centro específicamente dedicado a la arqueología madrileña regional, como el Museo Arqueológico Regional, contribuía a esa laguna en el saber sobre un mundo conocido mucho más por las fuentes literarias clásicas que por sus restos arqueológicos. Por ello una de nuestras primeras tareas en el M.A.R., inaugurado en mayo de 1999, fue determinar esas lagunas en nuestro conocimiento arqueológico para intentar paliarlas. La ignorancia arqueológica sobre los carpetanos era clamorosa. Prácticamente casi todo lo poco que sabíamos de ellos era por prospecciones o excavaciones de carácter preventivo y escasamente publicadas. Salvo muy pocas excepciones. En 2000 revisamos la carta arqueológica y varios yacimientos carpetanos in situ para optar por El Llano de la Horca, en Santorcaz, debido a varios argumentos explicitados en otras páginas.

L

14

En 2001 comenzamos las excavaciones arqueológicas en aquel cerro alcarreño y tras once campañas de excavación y una de prospección geofísica llegamos a unas conclusiones que hemos anticipado en varias publicaciones y en la exposición Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid) que se presentó en 2012 con gran éxito de público y crítica, como decían los clásicos. Actualmente preparamos la correspondiente memoria de excavación que verá la luz en la serie ZONA ARQUEOLÓGICA. La misma serie que en 2007 sacó de la imprenta dos volúmenes monográficos dedicados a la Edad del Hierro en la Carpetania como forma de presentar un estado actual de la investigación, de manera previa a la organización de un congreso específico sobre Los Carpetanos, celebrado en 2013. También se ha publicado la tesis doctoral de Jorge de Torres, en 2012, titulada La tierra sin límites. Territorio, sociedad e identidades en el Valle Medio del Tajo (ss. IX - I a.C.). Y muy próximamente se publicará la de Sandra Azcárraga, titulada La Carpetania centro-septentrional entre la Segunda Edad del Hierro y la época romana (ss. III a.C. - I d.C.): el Valle Bajo del Henares. El presente volumen recoge las actas de aquel congreso dirigido científicamente por Gonzalo Ruiz Zapatero, y secretariado por Gabriela Märtens y Sandra Azcárraga. De ellos y de los ponentes íntegramente son los méritos de aquel cónclave y de estas actas. Confiamos en que puedan celebrarse más congresos futuros sobre los carpetanos, en Alcalá de Henares o en cualquier otro punto de la Carpetania, pero deseamos que este episodio no sea un hito más sin continuidad, como es tan frecuente entre nosotros, los arqueólogos españoles. Y confiamos también en que este texto no resulte excesivamente autocomplaciente, pero creemos que los gestores estamos obligados a explicar y justificar lo que hacemos con nuestras responsabilidades y con los fondos públicos. Gracias por tu benevolencia, lector amable. Enrique Baquedano Director del Museo Arqueológico Regional

Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

Resumen En el presente escrito se intenta realizar una síntesis interpretativa sobre la economía del Hierro II en el área carpetana. Nos enfrentamos a un panorama desigual, con gran escasez de registros y ausencia de recogida sistemática de datos arqueobotánicos. Con los datos disponibles se puede hablar de una economía basada en una agricultura cerealística de secano, probablemente en régimen de “año y vez”, donde los barbechos se complementarían con los aprovechamientos ganaderos de ovicápridos. El comercio parece alcanzar sólo cierta importancia al final del período. Tan sólo se pueden esbozar unos trazos sobre la sociedad de estos pueblos. Palabras clave Edad del Hierro, carpetanos, economía, agricultura, ganadería, huesos, semillas. Abstract In the present writing we trying to make an interpretive synthesis on the economy of the Second Iron Age in the carpetanian area. We are faced with a mixed picture, with great scarcity of records and absence of systematic collection of archaeobotanical data. With the available data it is possible to speak of an economy based on agriculture based on cereals, probably in regime of “year and time”, where the fallow lands are complemented by the graze cattle of ovicapridos. The trade seems to reach only some importance at the end of the period. We can only outline a few lines about the society of these peoples. Key words Iron Age, carpetanian, economy, agriculture, farming, bones, seeds.

Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

Dionisio Urbina Martínez*

Introducción La tarea de realizar un estado de la cuestión sobre la economía de los carpetanos, (que yo prefiero llamar de la IIª Edad del Hierro), presenta numerosas dificultades que en parte son las mismas con las que nos enfrentamos ante cualquier otro tipo de estudio sobre esta época y este lugar, y han sido puestas de relieve en trabajos anteriores (Urbina, 2000; Ruiz Zapatero, 2009). Podríamos resumirlas en la enorme parcialidad del registro, el excesivo peso que las pequeñas intervenciones tienen sobre el conjunto de las actuaciones arqueológicas realizadas, la ausencia de unos protocolos de recogida de muestras que aún no son práctica habitual en las excavaciones arqueológicas y la parcialidad y falta de estándares mínimos en las publicaciones. Pero seríamos injustos si no reconociéramos que en los últimos años, fruto del gran auge de las intervenciones arqueológicas propiciadas por las obras civiles, se ha avanzado notablemente en el número de analíticas realizadas y han aumentado sensiblemente las publicaciones de datos relacionados con la economía de los yacimientos. Los datos que nos permiten acercarnos a la economía de las comunidades que las fuentes antiguas denominaron genéricamente “carpetanos”, provienen casi en su totalidad del registro arqueológico, y dentro de * Doctor en Geografía e Historia, Arqueólogo Dir. Arqueoexperiences [email protected]

este concretamente de los restos de huesos y semillas, junto con algunos análisis de polen. Medioambiente Los datos polínicos, antracológicos y carpológicos combinados, permiten hoy esbozar, aunque sea de una forma aún muy genérica, el paisaje o medioambiente que pudo predominar la segunda mitad del Primer Milenio en la cuenca media del Tajo. Los distintos estudios apuntan a la existencia de un paisaje abierto, con manchas boscosas no demasiado importantes, en donde predominarían los pinos junto con las encinas y quejigos, más abundantes al sur del Tajo, no muy diferente de lo que podemos encontrar en la actualidad, como se desprende de los numerosos restos carbonizados estudiados en Plaza de Moros (Urbina, et al. 2004), en donde se ha constatado el empleo de maderas de estas especies. En concreto se ha documentado el uso de quejigos de más de 12 años de edad y en algunos casos hasta 25 años o más, junto con madera de encina que en algunos casos alcanza también los 25 años de edad, y ramas de 8-9 años. El uso de estas maderas que aún hoy crecen en abundancia en las inmediaciones del yacimiento, nos indican la existencia de un paisaje similar al de hace 2.500 años, corroborado por la presencia de otros arbustos como la coscoja (todavía presente en las laderas del yacimiento), el aladierno, el esparto y el cáñamo, identificados en improntas de cuerdas sobre bloques de barro quemado. El pino (pinaster, probablemente), ya desaparecido en la zona,

178

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

Fig. 1. Microfotografía (x8) de un fragmento de barro quemado con improntas de caña y carrizo y otro con impronta de cuerda de cáñamo, procedentes de una de las estancias de Plaza de Moros. Informe de Natàlia Alonso y Núria Rovira (Arqueocat) 2000.

también está presente aunque en muy pequeña proporción. Junto a ellos se comprueba la presencia de plantas de ribera como las cañas y el carrizo (empleados para la techumbre de las casas), y árboles como el chopo que aún crece junto a los cauces de agua1. Al norte el Tajo, la presencia del pino parece más abundante, por ejemplo, en los análisis del poblado de La Gavia, a pesar de que los carbones localizados fueron escasos, de las 25 muestras 6 corresponden a pinus, aunque son superadas por las 7 de arce. Las encinas y coscojas aparecen representadas por 3 taxones junto a matorrales leguminosos (aulaga o retama) y un taxón de juniperus (Urbina, et al. 2005). En los recientes análisis sobre la ocupación al pie del cerro de La Gavia (Gavia III, inéditos), en dos estratos se hallaron grandes concentraciones de carbones, de los cuales se han podido identificar tan sólo la mitad de ellos, que en todos los casos corresponden a pinus. Debe tratarse de los restos de unos postes quemados de edificación, aumentando los datos sobre el empleo de este tipo de madera que ya se tenían del poblado del alto del cerro. En el yacimiento del Llano de la Horca se han establecido unas secuencias dominadas por un paisaje mediterráneo seco anterior a la ocupación del lugar, una paulatina deforestación desde el siglo III y una posterior recuperación de la masa arbórea. Esta masa arbórea estaba formada por diferentes especies como con pinos quercus perennifolios y caducos, y bosque de ribera con predominio de fresnos, y sabinas, junto a arbustos como las rosáceas. En definitiva, un espacio abierto donde predominarían los cultivos en torno al 1

Estudio antracológico inédito realizado por P. Uzquiano.

poblado, atestiguados por las malas hierbas (herbáceas y nitrófilas) a ellos asociadas, y restos de bosque de escasa importancia y especies variadas más alejados (Ruiz Zapatero et al., 2012; Uzquiano et al., 2011). Si para épocas anteriores los datos sobre las especies cultivadas son mucho más escasos (Torres, de, 2013: 268 y ss), las especies arbóreas parecen haber cambiado poco, como la presencia de encina o coscoja y pino albar o negral en Arroyo Culebro parece evidenciar (Penedo, 2001:305 y ss.). De acuerdo a los datos procedentes de otras regiones, como por ejemplo en la cuenca media del Duero, el panorama detectado no parece ser muy diferente. Está formado por masas boscosas de quejigos y robles melojos, pinos pinaster y piñoneros en menor media, junto con especies más necesitadas de humedad: castaños y temperaturas más bajas: enebros y sabinas, y restos de arbolado de ribera: álamos, olmos, alisos, abedules. Hay constancia en los poblados del empleo de la madera de quejigo, pino y alcornoque, y arbustos como brezos, jaras, lentisco y sauco. Se constata un paulatino crecimiento de las gramíneas y herbáceas de secano desde los inicios de la Edad del Hierro, al tiempo que la vegetación higrófila silvestre va decreciendo (Delibes et al., 1995). Como podemos ver, la interpretación de estos datos se basa en la existencia de paisajes abiertos en el entorno de los yacimientos. En la Segunda Edad del Hierro están fuera de toda duda los síntomas de antropización del paisaje, expresados por los propios restos de cereales y las herbáceas y nitrófilas a ellos asociadas y, con más dudas, al pastoreo: La cobertura forestal muestra

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

signos de ser ya muy escasa con predominio del encinar y/o coscojar, o pinar, estando presentes los elementos arbustivos propios de las etapas degradativas de los bosques. Los datos palinológicos de Las Camas son muy evidentes en este sentido, lo mismo que los antracológicos del Cerro de la Gavia. La paleovegetación estaría sobre todo dominada por amplias planicies de herbáceas, fundamentalmente gramíneas, por pastos de vocación pastoril, aun cuando también serían importantes otros elementos relacionados con la presencia del ser humano en el ecosistema, caso de los pastos antrópicos-nitrófilos antropozoógenos, siendo estos últimos notables como resultado de la presión ejercida por el ganado doméstico, la cual se ve también reflejada en la importancia relativa de hongos coprófilos (López y Pérez, 2012: 301). Hay que resaltar que los datos disponibles de los siglos anteriores, apuntan en el mismo sentido: Este estudio nos muestra taxones que proceden de paisajes abiertos fruto de la intensidad de la actividad antrópica. Los pinos y encinas formarían zonas de bosque, y los brezos, coscojos, estepas y leguminosas, los matorrales. Los datos antracológicos de esta área muestran resultados similares destacando a menudo la baja variabilidad taxonómica. Este hecho puede estar relacionado con el origen de las muestras que pueden proceder de elementos constructivos. Otros yacimientos holocenos del valle del Duero y de la Comunidad de Madrid muestran resultados antracológicos similares. Durante este período es importante el desarrollo de los matorrales debido a la actividad antrópica y por lo tanto una explotación intensiva de este tipo de formaciones (Allué et al., 2012: 331).

Fig 2. Cereales hallados en La Gavia trigo (arriba), cebada (abajo). Quero et al, 200, p. 149 y ss. Molino de Llano de la Horca (dcha). Ruiz Zapatero et al. 2012, Catálogo 192.

179

Agricultura: especies cultivadas Al igual que ocurre con los restos polínicos, los estudios carpológicos se han multiplicado en los últimos años. No obstante, la información de que disponemos presenta bastantes desigualdades. Para los últimos siglos de la Edad del Hierro contamos con estudios en Plaza de Moros, La Gavia, Fuente de la Mora y Llano de la Horca. En Plaza de Moros (Villatobas) tan sólo fue posible estudiar las improntas sobre adobes y barro quemado, ante la ausencia de restos carpológicos entre los restos excavados. Se pudieron reconocer cariópsides impresionadas en adobes de cebada vestida (hordeum vulgare) y trigo desnudo (triticum aestivum / durum), junto a fragmentos de pajas que evidencian el trillado de los cereales (Urbina et al., 2004). El estudio de los materiales arqueobotánicos del yacimiento de La Gavia (Vallecas), tanto por lo que respecta a las semillas carbonizadas como a las improntas en adobes, ha permitido identificar para las fases de la Edad del Hierro la presencia de: cebada vestida (hordeum vulgare), trigo común / duro (triticum aestivum / durum), trigo almidonero (triticum dicoccum) y escanda mayor (triticum cf. spelta). La cebada es con mucho la mejor documentada, con más de 1.500 taxones de los poco más de 1.700 hallados. Aparece en bolsadas, limpia de otros productos, indicando la existencia de procesos de aventado o al menos de una minuciosa selección de cara a su almacenamiento. Los cereales carbonizados recuperados en las muestras que han sido analizadas se presentan limpios de impurezas (únicamente una de las muestras presenta una mezcla de cebada vestida y escanda mayor), algo que no es tan

180

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

común como pudiera parecer en los registros carpológicos (Urbina et al., 2005). Parecen corresponder a cereales almacenados para su consumo, en conjuntos casi monoespecíficos, y esta es una característica a tener presente a la hora de considerar los resultados de los análisis, y las precauciones que deben tenerse antes de generalizar con este tipo de datos, ya que al tratarse de acúmulos almacenados el descubrimiento de uno de ellos dispara su representación en el conjunto de la muestra. El descubrimiento de estas zonas de concentración de semillas aumenta la aleatoriedad a lo hora de hablar del conjunto de los cereales cultivados, y uno de los mejores ejemplos lo constituye el propio yacimiento de La Gavia. En las excavaciones al pie del cerro (Gavia III) se hallaron dos concentraciones con granos carbonizados (inéditos), una de ellos con más de 30.000 granos de trigo triticum aestivum durum y otra con 10.000 de cebada desnuda (hordeum vulgare/nudum). De este modo si consideramos el conjunto de evidencias de todo el yacimiento, es ahora el trigo desnudo el que predomina seguido de la cebada desnuda, quedando la cebada vestida del acúmulo del cerro en tercer lugar. Señalamos que entre el grano de estos depósitos se halló una pequeña proporción de semillas de malas hierbas. Entre las improntas en adobes y pellas de barro quemado de La Gavia, se hallaron también restos de paja trinchada, que al igual que en Plaza de Moros, deben evidenciar la práctica del trillado, de la que no tenemos evidencias directas. El trigo desnudo y la cebada vestida están también presentes en el yacimiento del Llano de la Horca de Santorcaz (Ruiz Zapatero et al., 169). Los análisis de contenidos de varias vasijas han demostrado la presencia de preparados de harinas de trigo, cebada y bellotas, junto con cereales fermentados (Märtens et al., 2009: 213). En el yacimiento de Fuente la Mora (Leganés) se tienen escuetas noticias de la existencia de grandes cantidades de cereal calcinado. Se habla de vasijas completas (al menos 6 de ellas como se puede observar a través de la fotografías publicadas: Vega et al., 2009: fig. 4) con el cereal quemado dentro, halladas in situ en el área C-2, junto con un acúmulo de 27 fusayolas. En el Área 2 se halló una zona interpretada como granero con adobes quemados caídos sobre grandes contenedores con cereal calcinado (al menos 2m3 trigo) y contenedores de madera y/o fibra vegetal quemados, con restos de herramientas de hierro. En el Área 3 también se

documentan derrumbes de adobe con un nivel de incendio y grandes contenedores cerámicos con cereal quemado dentro, al igual que ocurre en el Área 5. La importancia del cereal se atestigua además por la presencia de numerosos fragmentos de molinos rotatorios reaprovechados en los zócalos de las estancias (como también es frecuente en La Gavia), y algunos hallados in situ (también presentes en Llano de la Horca). Se cita asimismo la existencia de un conjunto de aperos agrícolas consistente en horcas, azadas y hoces, tijeras de esquilar y cardadores. A todo ello hay que añadir la presencia de más de 70 fusayolas (Vega et al., 2009: 283 y ss.). Con estos datos el yacimiento se convierte en un lugar de enorme interés para el estudio de la agricultura del final de la Edad del Hierro en el ámbito carpetano, por ello lamentamos que transcurridos más de 13 años desde que fuera excavado no se haya publicado un estudio completo del mismo (carencia suplida en parte con la información contenida en la comunicación de este volumen). Los datos para yacimientos de cronología más antigua son escasos, si bien es cierto que las intervenciones sobre esos enclaves se caracterizan por ser menos extensas, excepto tal vez en Las Camas, en donde se han localizado algunas de semillas de trigo desnudo y cebada vestida (Allué et al., 2012; López y Pérez, 2012). En ese lugar, el análisis de fitolitos de los molinos ha podido constatar el procesamiento de hojas y tallos de gramíneas junto con sus semillas. Semillas de cerealia se citan en Ecce Homo y algunas de cebada en Puente Largo del Jarama. La cebada vestida y el trigo desnudo están ya presentes en la zona en yacimientos del Bronce Final como el de Perales del Río (Torres de, 2013:268/9). En conclusión, los datos que poseemos sobre la agricultura en la Edad del Hierro nos hablan del cultivo de cereales: cebada (vestida y desnuda) y el trigo desnudo, casi en exclusividad. El resto de muestras tiene un valor prácticamente anecdótico. La presencia abundante de cereales está constatada en casi todos los registros peninsulares con grandes porcentajes en otras cuencas de la meseta, como la del Duero, donde parece constatarse una situación similar ya que buena parte de los datos proceden de grandes depósitos de cereales, como los de Las Quintanas, en donde se documentó uno de 2,1ml con un 62% trigo desnudo y el resto trigo vestido (escanda), un 10% de gramíneas y herbáceas silvestres, todo en el mismo depósito. En otra vivienda aparecieron dos vasijas encastradas en el suelo con trigo en su

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

interior y un entablado de madera con restos de bellotas. Los mayores porcentajes de aquella región son para el trigo común, llegando casi al 90% de los trigos, seguido a gran distancia por la escanda, la esprilla, la cebada y la avena. Es común encontrar los granos de los cereales muy mezclados, con malas hierbas y con tallos y raquis, evidenciando una falta de limpieza que sugiere que se guardan juntos y que tal vez se cultivaran juntos. Se documentan también en esta zona abundantes restos de bellota, junto a otros frutos secos como avellanas y castañas, además de hortalizas como la zanahoria y el apio (Delibes et al., 1995). Estos horizontes del interior contrastan con el panorama del ámbito ibérico, en donde los valores de los cereales en el conjunto de las especies documentadas representan poco más del 50%, complementados con leguminosas (lenteja, guisante, habas) y frutales, además de la presencia de la vid, el olivo y la higuera que aumentan sus porcentajes en el Ibérico Pleno, al tiempo que otras especies como el mijo están siempre presentes aún en pequeñas proporciones (Alonso, 2000; Iborra et al., 2010; Buxó et al., 2010). No obstante, hay que enjuiciar con precaución la pobreza de especies documentadas en nuestra región. Debemos considerar en principio que las superficies excavadas en la cuenca media del Tajo son mucho menores que las de otras zonas peninsulares. Las actuaciones son menos y la extensión de las mismas más pequeña. Otro factor a tener en cuenta, es la ausencia de una sistemática recogida de lo que los anglosajones denominan los ecofactos en los protocolos de actuación arqueológica. De este modo, la mayoría de los datos que hemos reseñado provienen de depósitos de cereales muy visibles en el registro arqueológico, o de improntas en materiales de barro quemados, y son escasos los registros procedentes de recogida o muestreos sistemáticos de amplias zonas de las áreas excavadas. Todo ello incide en unas muestras más pobres en cuanto a variabilidad se refiere. A pesar de todo, y aunque no estemos en condiciones de afirmar tajantemente que los cereales ocupan el 90% de las evidencias de los cultivos practicados en la Edad del Hierro, parce indiscutible que su peso debió ser considerable. Probablemente la vid, el olivo, la higuera, almendra y otros frutales, llegaron tardíamente y su aclimatación a las condiciones continentales más extremas de estas tierras no debió ser la más idónea. Por lo que respecta a los cultivos de leguminosas,

181

es probable que a medida que los registros sean más exhaustivos, su presencia aumente, aunque tampoco parece factible que lleguen a los valores del Levante peninsular. Hasta el presente no contamos con datos que nos permitan hablar de cultivos de regadío, por más que se suponga su existencia en pequeñas zonas con disponibilidad de agua junto a los poblados. Las condiciones de adaptabilidad a ambientes rigurosos con períodos de escasez de lluvias, hacen que los trigos desnudos, más resistentes, sean elegidos frente a los vestidos, al igual que ocurre con las cebadas vestidas. El Triticum aestivum, por su parte, es la variedad que mayor calidad de harina ofrece, por lo que a su capacidad para resistir las inclemencias del tiempo se añadirían las de ofrecer una mejor harina panificable (Oliver, 2000). La cebada también se consume en forma de sopa o gachas, además de que de ella se puede obtener cerveza, y no hay que olvidar su valor como pienso para los animales, especialmente las bestias de tiro, sin embargo su harina es difícilmente panificable. Por lo que respecta al modo de consumo de estos alimentos, se ha resaltado la abundancia de ollas de cocina en los repertorios ibéricos, al tiempo que los análisis de contenidos hablan de preparados cocidos o hervidos a base de agua con harinas de cereales, legumbres y bellotas, a los que pueden añadirse grasas animales o vegetales e incluso trozos de carne (Buxó et al., 2010). Curiosamente, preparados similares son los constatados en los únicos análisis similares realizados hasta el presente en esta zona, como aquellos del Llano de la Horca que citamos anteriormente (Märtens et al., 2009: 213). Otros indicios de actividades económicas se hallan en diversos tipos de estructuras interpretados como lugares de producción o almacenaje. Así por ejemplo se ha sugerido que los sectores B y C de La Gavia situados extramuros del poblado, pudieron servir como graneros o instalaciones de transformación (Urbina y Morín, 2009), o las propias cuevas detectadas en los escarpes de yacimientos como Arroyo de los Castrejones (Colmenar de Oreja) o Villapalomas (La Guardia) utilizadas como graneros (Urbina, 2000:221 y ss.), así como diversos hoyos encontrados a menudo en los yacimientos. No obstante, no debemos confundir las evidencias directas con las interpretaciones que están siempre sujetas a verificaciones posteriores y continuas revisiones.

182

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

3. Agricultura: herramientas agrícolas Las herramientas agrícolas son el mejor exponente de los avances que supone el empleo del hierro. Como mineral que se encuentra en abundancia en extensas zonas del planeta, en oposición a cobre y estaño, y que es relativamente sencillo de trabajar, el hierro representó una verdadera revolución para las sociedades humanas al aportar sensibles mejoras en el instrumental cotidiano, tanto herramientas como armas. El hierro posibilitará el desarrollo de una agricultura que es en muchos aspectos similar a la existente hace apenas unos siglos. Así se ponía de manifiesto, ya desde los primeros estudios dedicados al utillaje agrícola de la Edad del Hierro: En conclusión diremos que la especialización del instrumental del trabajo alcanzó en época ibérica un alto grado, consiguiéndose en muchas actividades a herramienta justa y apropiada para la finalidad a que se dedicaba, y que, con pocas variantes, ha llegado hasta nuestros días.… (Pla, 1968:165). En realidad, salvo por el empleo masivo de mulas, la collera y el arado de vertedera, el instrumental agrícola detectado en la Segunda Edad del Hierro de zonas muy diferentes de la Península ibérica, sería perfectamente reconocible

por nuestros abuelos (caso de que nuestros abuelos hubieran sido agricultores, claro). La tipología de las herramientas halladas muestra una especialización que ha perdurado en muchos casos hasta nuestros días, con modelos que vemos iniciarse hacia el siglo IV a.C. en los yacimientos ibéricos levantinos y a partir del siglo III en el interior de la Meseta (Barril, 1993b:24). Los aperos de labranza aparecidos en los yacimientos arqueológicos de época ibérica, comenzaron a ser estudiados por los años 60, mediante la publicación de un catálogo de la región valenciana (Pla, 1968), y de forma intermitente han merecido la atención de los investigadores (Sanahuja, 1971; Barril;,1992; 1993; 1999; 2000; Rovira, 1999; Berzosa, 2005; Pérez et al., 2011). En los catálogos se incluyen rejas de arado, aguijadas, layas, legones, azuelas, escardillos, alcotanas, podones, hoces, castraderas, taladros, formones, escoplos, barrenas, sierras, cuñas, hachas, martillos, picos, macetas, cinceles, paletas, pinzas, compases, tijeras, cuchillas, agujas, leznas, anzuelos, etc., ordenados por oficios: agricultura, carpintería, albañilería, cantería, herrería, sastrería, orfebrería, ganadería. Existen útiles especializados en tareas de la viña, el olivar y los frutales.

Fig. 3. Herramientas agrícolas Halladas en La Gavia. (LG) Urbina et al. 2005; y Llano de la Horca, Ruiz Zapatero et al. 2012.

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

En los yacimientos de nuestra región, contamos con alusiones a horcas, azadas y hoces, en el yacimiento de Fuente de las Mora (Vega et al., 2009) y los restos aparecidos en la Guirnalda, La Gavia y Llano de la Horca2. En el yacimiento de La Guirnalda (Quer, Guadalajara) se halló un conjunto de útiles y herramientas de hierro, formado por varios ganchos de cocina, un bocado de caballo, una hoz y dos vilortas. Aparecieron en un hoyo excavado bajo el suelo de la estructura 6511 y estaban sellados por un derrumbe de adobes quemados (Agustí et al., 2012). En La Gavia se encontraron fragmentos de varias hoces, una punta de aguijada, otra probablemente de otra arrejada, y otra de un hacha (Urbina et al. 2005), pertenecientes a las fases de ocupación II y III, a las que hay que añadir varios fragmentos de enmangues, de un bocín y fragmentos de hierro de la llanta de rueda de un carro, junto con diversos clavos y fragmentos de pletinas, en el Ámbito 14 de la Fase II del poblado (inéditos). En el Llano de la Horca se han encontrado distintas piezas de enmangue, la hoja de una hacha de sección triangular, una azada, hoces, podaderas, dos fragmentos de aguijadas, un bocín y un fragmento de llanta de hierro (Ruiz Zapatero et al., 2012). A pesar de que una vez más hay que tener en cuenta la escasez general de intervenciones arqueológicas en la región, es de destacar la cronología tardía de los contextos en los que aparecen estas herramientas agrícolas. Las piezas de sílex denticuladas o dientes de hoz son frecuentes en los yacimientos del Bronce Final, pero después se enrarecen sin que contemos por el momento con evidencias de que sean sustituidos por herramientas de hierro que, como hemos visto, no hacen su aparición en la zona hasta el siglo III y más adelante. De nuevo, la ausencia de excavaciones de contextos domésticos de los siglos VI al IV, podría ser la causa de este vacío. Por lo que respecta al lugar en que han sido halladas estas herramientas, no contamos con los datos de Fuente la Mora ni del Llano de la Horca, aunque con este último parece que ocurre como en La Gavia, donde se hallan dispersas en distintas estancias. Algo similar a este panorama (aunque muchísimo más variado en cuanto a tipos y ejemplares) que se detecta en yacimientos de levantinos como el de la Bastida de les Alcusses (Pérez et al., 2011). El depósito de La Guirnalda, por el 2 Los restos de la Dehesa de la Oliva entran ya dentro del ámbito de influencia romano: E. Cuadrado, Arqueología, paleontología y etnografía, 2, 1991, p. 189-256.

183

contrario, nos recuerda al descubierto en un hoyo bajo el suelo de una estancia en el poblado de Pintia (Valladolid), en el que se hallaron varias azadas, horcas de hierro, reja de arado, vilorta y aguijada (Sanz et al., 2003). Salvo algunos podones que pudieron ser utilizados en trabajos de poda de la vid, olivo o frutales, el equipamiento descubierto hasta el presente, está íntimamente relacionado con una agricultura eminentemente cerealística de secano. Aunque no se han documentado rejas de arado, ciertos fragmentos de vilortas atestiguan la presencia de las mismas. Debía tratarse de los llamados arados romanos o timoneros que, con sus variaciones locales, constituyen el modelo más sencillo, compuesto fundamentalmente por un timón al que se uniría el yugo para uncir los bueyes, y una cama de madera curvada unida al timón en cuyo extremo se alojaría la reja. Una de las escasas representaciones iconográficas relacionadas con el cultivo de los campos se halla en el kalatos de Alcorisa. Allí se puede ver un individuo que sujeta el arado de la esteva o mancera, y éste está formado por un timón o lanza que se curva para formar la cama de la misma pieza. Se aprecia la presencia del dental o pieza sobre la que se dispone la reja, aunque no es visible si la reja es o no de hierro, así como de la presencia o ausencia de orejeras. La yunta la forman una pareja de bueyes. De la Edad del Hierro se han encontrado rejas triangulares planas con remaches para engancharse a los dentales de madera, en el área ibera (Pla, 1968), mientras que tienden a ser más alargadas hacia el interior: Soria, Alava, Avila, Valladolid (Barril, 1993; 1999; Sanz y Velasco, 2003), con orejas cortas para ensamblar la madera del dental. Se ha supuesto una explicación cronológica para estas rejas largas, más parecidas a las de los arados romanos, aunque también se podrían achacar a las diferencias de dureza de los suelos en diferentes comarcas. Las rejas de arados presentan variaciones locales, muchas de las cuales no se reflejan en el utillaje de la agricultura tradicional, sin embargo, las capacidades de remover la tierra son muy similares. Las rejas de hierro tienen una vida más larga que las de madera, lo cual supone una cierta comodidad aunque la diferencia no es en extremo significativa. Hesíodo nos ilustra sobre la forma de construir un arado: Corta un mortero de tres pies, una maja de tres codos y un eje de siete pies… Corta una pina de tres palmos para un carro de diez manos,

184

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

y muchos maderos curvos. LLévate a casa un dental… Construye trabajando en casa dos arados distintos, uno de una sola pieza y otro articulado, pues así será mejor, y si tú llevas uno, puedes enganchar el otro a los bueyes. Los timones de laurel o de olmo son más seguros; la reja de encina, y el dental de carrasca… (Trab. 422-36). Que los arados llegaron a tener una consideración simbólica más allá de su mera función, lo demuestra la presencia de rejas y arados en tumbas (Barril, 1993) y los bronces votivos con yuntas de bueyes en Castellet de Banyoles, yunta con yugo y timón en la Bastida de les Alcuses y arado votivo en Covalta (Lucas, 1990). La consideración social del hombre puede estar ligada también al arado, ya que el buen labrador expresa su hombría en el trazado recto de los surcos, pues para conseguirlo se necesita mucha fuerza, además de destreza. Por ello no es extraño que hasta nuestros días hayan llegado concursos del mundo rural en donde compiten hombres en el trazado recto de surcos de kilómetros de largo. La aguijada, arrejada o hijón es un complemento indispensable del arado “común o timonero”, ya que el arado al poseer una sola esteva o mancera para sujetarlo con la mano, hace que la otra quede libre y descompensada, de modo que la aguijada sirve para compensar el peso y ayudar a dar al arado la dirección adecuada clavándola en la tierra junto a la reja a modo de timón. Además, con el astil de madera de la aguijada se puede manejar una de las riendas de los bueyes para

obligarles girar. Finalmente, se puede utilizar para aguijar a los bueyes y obligarles a que tiren con más fuerza, de donde deriva su nombre. Junto al arado la hoz es la otra herramienta ligada a los cultivos cerealistas. Esta herramienta apenas ha cambiado de forma a lo largo del tiempo, tan sólo la calidad del hierro empleado ha determinado un menor grosor de la hoja y mayor filo de la misma en los ejemplares modernos. La siega está ampliamente representada en el instrumental de hierro por medio de numerosos tipos de hoces. Existen dos formas básicas de realizarla, una consiste en cortar los tallos cerca del suelo y la otra cerca de la espiga. En la segunda sólo se aprovecha el grano haciendo mucho más fácil el proceso de trillado o separación del grano que se puede realizar con unos palos o mayales, al tiempo que la paja dejada en la tierra sirve de materia orgánica, pero eso requiere mayor esfuerzo a la hora de labrar la tierra. La paja alta no es tampoco aprovechable por los ganados en el sistema de barbecho. La siega a ras del suelo requiere mayor trabajo, no sólo por el esfuerzo de la tarea sino por el acarreo de un volumen mayor de materia y la necesidad del trillado para separar el grano de la paja. Por el contrario la paja así obtenida se puede utilizar como combustible, para cubierta de tejados, para mezclar con los materiales de construcción como los adobes, como complemento al alimento de los animales o como cama para los mismos que, junto con sus excrementos, se convertirá en fértil abono.

Fig. 4. Dibujo de Enrique Navarro para unas viviendas de La Gavia, siguiendo las directrices de los materiales de la techumbre hallados en Plaza de Moros.

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

Pero todo este volumen de paja será necesario guardarlo en el poblado y en sitio aireado a fin de que se conserve. Ello implica un tipo de construcción que cuente con espacios en la parte alta de las casas o edificios específicos. La evidencia del empleo del carrizo en las techumbres de Plaza de Moros indica la necesidad de que su inclinación se acerque a los 40º-45º lo que además de permitir un correcto drenaje del agua de lluvia, proporciona un espacio que puede llegar utilizarse como pajar aportando un gran aislante térmico. De ambos sistemas escribe Columela: Pero hay muchas maneras de segar. Muchos cortan la caña por la mitad con hoces de mango largo… otros muchos recogen sólo la espiga con horquillas, algunos con rastrillos… (De Re Rust. II.19). Si la mies ha sido segada con hoces junto con parte de la caña… tras secarse al sol, se trilla. Pero si han sido cortadas solamente las espigas, pueden llevarse al granero… Las espigas solas es mejor batirlas con palos y expurgarlas con cribas (Ibidem II.20). El tipo de hoces documentadas en los distintos yacimientos Protohistóricos peninsulares parece avalar la siega con el tallo casi completo, pues se necesita una hoz de mango largo para segar baja la paja. Los datos sobre la trilla en la Edad del Hierro son bastante parcos, sin duda por la dificultad que existe para documentar este tipo de lugares, máxime cuando las intervenciones rara vez superan el espacio urbano de los yacimientos, dejando fuera de la investigación estas zonas cuya existencia se pudo constatar en las intervenciones arqueológicas efectuadas en La Gavia (Urbina, et al. 2005; Urbina y Morín, 2009). Las eras las citan varios autores clásicos como Livio el cual dice que Catón llega a Ampurias en el siglo II a.n.e: en la época del año en que los hispanos tienen el trigo en la eras (XXXIV.9). No existen restos materiales de trillos en la protohistoria hispana, aunque eran bien conocidos entre los agrónomos latinos. Sin embargo, ya hemos mencionado que los restos de tallos de cereales trinchados entre las improntas de adobes en Plaza de Moros y La Gavia, indicaría la existencia de este proceso, al igual que se ha supuesto en Pintia (Sanz et al., 2003). Destaca la presencia de carros en Llano de la Horca y La Gavia, aún a pesar de la fecha tardía de los contextos a los que se asocian, por la rareza de estos elementos en los registros arqueológicos peninsulares. En ambos casos se conserva una parte del refuerzo de la llanta de la rueda, que debió ser de madera. En La Gavia incluso se conservan los clavos que la fijarían a

185

la madera, así como numerosos fragmentos que debían pertenecer a otras partes del carro. Los carros han sido siempre relativamente escasos en las sociedades agrícolas3, sobre todo por la complejidad que entraña su construcción, y de hecho, en el mundo rural el trabajo de la madera nunca ha constituido una profesión en sí mismo, salvo en el caso de los carreteros. Las azadas, hachas y hachuelas son funcionalmente menos precisas, ya que se pueden emplear para trabajos de arboricultura, el cultivo de la vid, horticultura, para quitar las malas hierbas en los campos, etc. Las horcas de hierro se suelen emplear más para manejar el forraje verde o el estiércol que para la manipulación de las mieses secas de los cereales. Agricultura: animales de tiro. Restos óseos Los datos faunísticos constituyen hoy por hoy el mayor volumen de restos relacionados con la economía de las sociedades de la edad del Hierro. La abundancia de huesos fácilmente detectables en los registros arqueológicos ha favorecido su recogida frente a otros ecofactos más difíciles de detectar o que requieren técnicas específicas de recolección. Sin embargo, existen todavía ciertas lagunas en lo que respecta al análisis de los mismos. Un trabajo reciente (Torres de, 2013) se han recogido la mayoría de los datos arqueofaunísticos existentes hasta la fecha en los yacimientos de la edad del Hierro de la cuenca media del Tajo. Comentaremos de forma separada los datos que se refieren a animales relacionados con la agricultura, esto es, los équidos y los bóvidos. En primer lugar hay que señalar que no en todos los estudios se contiene el número y porcentaje de restos y NMI. Para los momentos más antiguos contamos con pocas muestras y de carácter muy irregular, pues mientras que en yacimientos como Las Camas tenemos la presencia de 2.777 restos identificados, el total de restos para los otros 6 yacimientos de una época antigua no llegan a 800, con ejemplos como los solo 14 de Puente Largo del Jarama o los 59 de Ecce Homo. La presencia de équidos no es del todo pequeña en los momentos más antiguos, aunque representan tan sólo el 3 o el 1% de los conjuntos sobre el número de restos, en los yacimientos con muestras más pequeñas. Entre las muestras de mayor tamaño como las de Las Camas y Arroyo Culebro, alcanzan el 9 y el 12% respecF. Quesada. La posesión de carros y el significado de su colocación en la tumba: contraste entre culturas. el caso de Iberia. http://www.uam.es/proyectosinv/equus/enter.htm

3

186

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

tivamente. Porcentajes del 6% representan los caballos en la ocupación del Hierro I de La Guirnalda y otro 6% los burros, lo que da un conjunto de un 12% (Yravedra, 2012), similar a los de Arroyo Culebro. Para estos momentos existen serias dudas sobre el empleo del caballo como fuerza de tiro, ya que son varios los indicios, como marcas de corte en los huesos, que apuntan hacia un aprovechamiento cárnico de estos animales (Yravedra, 2007; 2012), e incluso deberíamos preguntarnos en qué momento los caballos deben comenzar a considerarse como animales domésticos. Para una época posterior tan sólo contamos con équidos en el conjunto documentado en el yacimiento C de Arroyo Culebro con 21% de los individuos, pero obtenido con una muestra escasamente representativa de 4 individuos (Liesau, 1998). Hay que añadir el interesante dato de dos individuos de asno en la fase más antigua de Cerro Redondo, Fuente el Saz del Jarama en donde representan el 5,4% (de Miguel, 1985). Para los momentos más tardíos el porcentaje general de équidos parece descender. No están presentes entre los escasos restos de Plaza de Moros y sorprendentemente tan solo hay asnos en el Cerrón de Illescas, con porcentajes del 9 y casi el 15% según las fases (Miguel, de y Morales, 1994). En los momentos más modernos de Cerro Redondo se documenta un 6% de équidos sin poder determinar la especie, y en La Gavia los porcentajes apenas superan el 1% con mayor número de asnos. En la fase tardía de La Guirnalda los porcentajes se acercan de nuevo al 11%, con tres individuos de caballo y 3 de asno (Yravedra, 2012). En el Llano de la Horca en conjunto se han recuperado restos de 7 individuos de equus asinus y 43 de equus caballus, que representan respectivamente un 0,32% y un 1,92% sobre el total de la muestra (algo más si excluimos los animales salvajes). Estos porcentajes tan pequeños se deben a la abundancia de bóvidos y ovicápridos en el conjunto con más de 1.500 animales representados (Ruiz Zapatero et al., 2012: 74). La sensación general es la de que la mayor abundancia de équidos en los momentos antiguos obedece a un aprovechamiento cárnico de los animales. Las cifras relativamente elevadas de un 10% y mayores para los équidos, se rebajan notablemente en aquellos lugares en los que las muestras son más abultadas, como en Llano de la Horca y La Gavia en donde oscilan del 0,3 al 2%. Si hemos de dar mayor credibilidad estadística a las muestras mayores, cómo parece lógico, esos serían los porcentajes más representativos.

Si comparamos estos datos con los obtenidos para otros lugares durante la Edad del Hierro, observamos que en yacimientos cercanos como el de Fuente la Mota, en Barchín del Hoyo, Cuenca, un asentamiento de los siglos IV-II, los asnos representan el 1,2% de los huesos recuperados, y el resto de los équidos un 8%. En tierras de la Rioja los porcentajes de asnos son muy escasos, y cuando están presentes nunca alcanzan el 1% de las muestras, mientras que el caballo se sitúa del 1 al 3% con algunos casos en los que alcanza el 3 e incluso el 7% (Liesau y Blasco, 1999: Tabla 5). En el valle del Duero el conjunto de los équidos ronda el 3,5% (Delibes et al. 1995), mientras que en distintos yacimientos andaluces oscila del 3 al 5% (Urbina et al., 2005). En el Levante caballos y burros se sitúan del 1 al 3% salvo en el caso de la Bastida de les Alcusses donde casi alcanzan el 10% (Iborra et al., 2010), sin que se documente una aumento de los équidos en yacimientos de cronología más moderna, cuyas proporciones son siempre discretas y muy variables de unas muestras a otras (Iborra, 2004:Gráficas 92-110). Se ha dicho que los burros durante la Edad del Hierro II son sacrificados a edades más tardías que en el Hierro I (Yravedra, 2012). También se ha utilizado la falta de asnos en los registros más antiguos para justificar un aumento de la agricultura en fechas más tardías (Torres de, 2013:41 y ss), cuando la aparición de asnos en La Guirnalda anula completamente este supuesto. Creemos que estos son los inconvenientes de realizar generalizaciones basadas en muestras tan exiguas, por más que exista un lógico anhelo de encontrar significados. En la Mesa de Ocaña en el siglo XVIII se censaron 2415 mulas y caballos y 4.697 asnos, junto con 54.925 ovicápridos, que arroja una proporción de casi el 12% para los équidos en relación a los ovicápridos. No existen datos para los bóvidos, que ya eran escasos, y no están incluidos en estas cifras otros animales como los cerdos, conejos o gallinas, pero si tenemos en cuenta que la población era de 27.581 habitantes y que los cerdos debían representar al menos la mitad de esa cifra, el porcentaje de los équidos se rebajaría hasta valores del 4-5%. No muy alejados de los que hallamos en algunos registros arqueológicos, a pesar del auge de animales como el cerdo y la infinita menor importancia de los animales silvestres. Sin llegar a ser determinantes, y a pesar de que es común considerar la presencia de caballos ligada exclusivamente a las actividades guerreras, no podemos descartar taxativamente su utilización como bestias de

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

tiro. Desconocemos datos como los porcentajes de yeguas entre los caballos, y sí creemos que se puede concluir una presencia no desdeñable de burros, aunque no sea el animal más adecuado para “tirar del arado”. Con todo, las representaciones iconográficas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica, aún siendo escasas, relacionan el arado con los bueyes, del mismo modo que son bueyes los que aparecen en los textos griegos de época arcaica, y las mulas (de yegua o burreñas –burdéganos-) se mencionan ya en textos latinos. Las altas proporciones de aguijadas aparecidas entre los aperos agrícolas, podría ser también un indicio del empleo de bueyes, ya que esa herramienta es propia para aguijar a bueyes, mientras que la tralla o vara es más indicada para mulos y burros. En los yacimientos de la comarca los bóvidos presentan proporciones en torno a la mitad de las cantidades de los ovicápridos. Tan sólo en algunos yacimientos de los inicios de la Edad del Hierro sus porcentajes son mayores, de entre los cuales cabe destacar el de Las Camas, en donde superan incluso a ovejas y cabras (Yravedra, 2007). En el resto de lugares, y a medida que avanzamos en el tiempo, los bóvidos mantienen porcentajes estables de en torno al 20% del total de restos, hasta los momentos tardíos en donde decrecen hasta valores cercanos al 10%: Llano de la Horca, y aún más bajos: La Gavia, La Guirnalda. Parece evidente que en los primeros momentos, y al igual ocurría con los caballos, los bóvidos fueron aprovechados para el consumo de su carne, y que a la par que se desarrollan estructuras más estables en los yacimientos, como son las estancias con zócalos de piedras y alzados de adobes al final del Primer Hierro, sus porcentajes decrecen. El hueco que dejan los bóvidos en los porcentajes de animales domésticos se rellena poco a poco por los cerdos, mostrándose ambos indicios como evidencias indirectas de lo que podríamos llamar la antropización de los espacios adyacentes en poblados sedentarios de larga duración. Una vez que los yacimientos adquieren ubicaciones más estables, de más de uno o dos siglos, se debió notar en el entorno de los mismos la paulatina antropización del paisaje, haciendo que hubiera menos disponibilidad de espacios húmedos para los pastos de bovinos y equinos y la cría para el consumo de su carne era cada vez menos aconsejable. Por el contrario, y a pesar de que el cerdo es un competidor por su dieta omnívora con el hombre, los restos orgánicos generados en los poblados y sus entornos por las actividades humanas, hacía rentable su cría.

187

Los bóvidos debieron ser utilizados cada vez más como animales de tiro, hasta llegar al extremo de desaparecer prácticamente como ganado para otros fines, extremos que conocemos para épocas históricas posteriores, salvo en las zonas de piedemonte de la sierra madrileña. Cómo hemos podido ver anteriormente, no hace falta más de un buey por cada 12-15 personas para labrar la tierra que garantiza la producción de los cereales necesarios para la supervivencia, y esa cifra está garantiza con los porcentajes hallados en el registro arqueológico, dada la población que podemos inferir para los poblados de la Edad del Hierro. Ganadería: Restos óseos En las tablas y estudios que hemos mencionado anteriormente con relación a los équidos, se puede apreciar la alta proporción que ocupan en todos los registros los ovicápridos, con valores del 60% en Plaza de Moros, cercanos al 50% en el Cerrón de Illescas, 56% en Llano de la Horca, 48% en la IIª fase de La Guirnalda, o 60% en La Gavia. En los yacimientos más antiguos como Las Camas o Arroyo Culebro, Cerro de San Antonio o La Capellana, están siempre por encima del 40%, llegando a cifras por encima del 60%. Aunque dentro de los ovicaprinos es difícil diferenciar a menudo entre cabras y ovejas, la presencia de las primeras no es desdeñable, tanto es así que en los registros donde se han podido aislar los restos de cabras las cifras oscilan del 10 al 20% de la representación total, cifras que son sólo ligeramente inferiores a las de las ovejas. Estos datos contrastan con las proporciones observables en las cabañas de épocas históricas, lo que puede deberse a varios factores, como el excesivo peso de las muestras de yacimientos al norte del Tajo, más cercanos a la sierra, y la prácticamente ausencia de datos sobre las llanuras manchegas; el aumento de la oveja debido a la demanda de la lana desde la Edad Media; y la probable presencia de una extensión del arbolado y los matorrales mayor que en la actualidad. Predominan los adultos en todos los grupos, con tendencia a los viejos entre los ovicápridos, lo que indica claramente su funcionalidad económica ligada a la producción láctea y de lana. El aporte de leche de unas y otras no llega a un litro diario por oveja en un período de 1/3 del año. Las cabras producen algo más, unos dos litros diarios. Esto supone unas medias anuales de 0,5 litros diarios. Para la fabricación de 1 kg queso se

188

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

Fig. 5. Porcentajes de fauna en distintos momentos: Bronce Final, Hierro I y Hierro II: J. de Torres, 2012), y del HII de La Guirnalda: Yravedra, 2012 (abajo dcha.).

necesitan 4 litros de leche. Se necesitan unas 20 ovejas para satisfacer las demandas de lana suficientes para vestir a 5 personas. En otras zonas peninsulares la presencia de ovicápridos es similar, donde alcanzan el 65% en el yacimiento de Kelin, el 45% en la Edetania y no llegan al 30% en la Bastida de les Alcusses (Iborra et al., 2010). En el valle medio del Duero predomina el vacuno con evidencias de utilización para labores agrícolas y carne con animales sacrificados jóvenes. Por detrás se sitúan los ovicápridos, que aumentan en el Hierro II. Predominan los adultos, con proporciones de 10 a 1 a favor de las ovejas (Delibes et al., 1995). Como norma general en los yacimientos más montañosos se considera una ganadería intensiva, con aprovechamientos mixtos de ovejas y agricultura de barbecho en las tierras bajas. Para el área de Cataluña se propone una ganadería de tipo intensivo, basada principalmente en la explotación de los ovicaprinos para el consumo cárnico y de lana y leche; el cerdo como consumo cárnico; los bovinos como consumo cárnico y como fuerza de trabajo agrario; los équidos como fuerza de transporte y en tareas militares. La tendencia general parece ser el incremento de la importan-

cia de los ovicaprinos frente a los bovinos y un aumento en el consumo de cerdos a partir del Ibérico Pleno. Otra característica común a todos ellos es la existencia de centros especializados en determinadas actividades ganaderas, caprinos en zonas de montaña y bovinos en zonas litorales y el recurso ocasional aunque constante de la caza (Iborra, 2004). Las fuentes clásicas alaban las ovejas peninsulares (Plinio, VIII, 19; Columela, VII, 2,5; Diodoro, V, 32,2 y Avieno, 485), nos indican que la oveja fue la base de la alimentación de muchos pueblos. En cambio, la cabra no era tan apreciada, ya que, por ejemplo, Polibio nos indica que en la Lusitania el precio de un cabrito era de un óbolo, mientras que las ovejas podían alcanzar los cuatro óbolos (XXXIV,8,8). Ya en época romana la preferencia de las ovejas se había establecido en función del valor de la lana, y así Estrabón (111,2,6) y Plinio (VIII, 191) hacen referencia a la calidad de la lana ibérica tanto de las béticas como las del interior, y elogian las prendas tejidas con lana. En el registro arqueológico son comunes los hallazgos de elementos relacionados con la ganadería. En La Gavia se encontraron dos cencerros de tamaño pequeño y de forma troncocónica que debieron corresponder

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

189

Fig. 6. Porcentajes de restos óseos documentados en Llano de la Horca. Santorcaz (Ruiz Zapatero et al. 2012).

a ovejas. Varios cencerros mayores y probablemente utilizados para ganado vacuno, proceden de Arroyo Culebro (Penedo et al., 2002) y son frecuentes en numerosos yacimientos entre los cabe destacar los de la Dehesa de la Oliva (Cuadrado, 2001) y Llano de la Horca, habiendo aparecido también tijeras de esquilar y cardadores en este último, de igual modo que su existencia se menciona en el yacimiento de Fuente la Mora. Las fusayolas son objetos comunes entre los hallazgos de los yacimientos tardíos, estando presentes en grandes cantidades en lugares como Fuente la Mota, Llano de la Horca, La Gavia o Plaza de Moros. Están presentes en todas las necrópolis de incineración de la zona desde el siglo VI a.n.e. y son más escasas en los contextos del Hierro Antiguo, en parte porque contamos con menores superficies excavadas y en parte por-

que son más difíciles de reconocer, pues aún no se han adoptado las clásicas formas bicónicas o troncocónicas de momentos posteriores y son tan sólo una pieza redonda con un agujero en el centro, comunes en los yacimientos del Bronce Final. Es problemático establecer una relación directa entre ellas y las cabañas de ovejas más allá de la mera constatación de que se hilaba, pues los pesos de huso no indican más que la presencia de una actividad cotidiana que se supone se venía realizando desde antiguo. Desde nuestro punto de vista el aspecto más relevante y de mayor transcendencia económica, es la consolidación de los modelos ganaderos basados en los ovicaprinos, cuya gestión proporciona no solo carne sino sobre todo productos secundarios: lana, leche, cuero y abono, complementándose con los sistemas

190

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

agrarios basados en el cultivo de cereales de secano que contempla la existencia de barbechos y que examinaremos más adelante. 6 Otros aprovechamientos Por lo que a aprovechamientos animales se refiere, el cerdo ocupa el tercer lugar tras los bóvidos y los ovicaprinos entre los animales domésticos constatados en la cuenca media del Tajo, con porcentajes nada despreciables que rondan el 10% (16% en Llano de la Horca) y su presencia es más o menos estable en todas las épocas, con diferencias achacables a los volúmenes de las muestras más que al reflejo de una tendencia en su consumo. Los cerdos se consumen jóvenes sólo en el 20-25% de los casos, aunque son pocos los yacimientos que cuentan con datos de este tipo (Yravedra, 2012). Se trata de un animal cuyo aprovechamiento se encuadra dentro de una economía de subsistencia, y su consumo está ligado a la unidad familiar, por lo que son pocas las variaciones sobre el número de individuos que una familia puede alimentar, y de ahí que sus proporciones en los registros arqueológicos se muestren estables a lo largo del tiempo. Los valores del cerdo como alimento estratégico son grandes, ya que se puede regularizar su consumo, y utilizarlo en los momentos más críticos del calendario agrícola, que son el invierno y la primavera. En otros lugares se observan pautas similares como en la cuenca media del Duero, aunque allí se ha constatado un aumento de los cerdos junto con los ovicápridos en el Hierro II (Delibes et al., 1995). En Levante, las proporciones entre cerdos y bóvidos, ligeramente por encima del 10%, son también muy estables, con la excepción de la alta representación que alcanzan los bovinos en la Bastida de les Alcusses. Al igual que se constata en nuestra zona de estudio, en el ibérico pleno valenciano hay más cerdos que bóvidos (Iborra, 2010 386 y ss.). Entre los animales cazados destaca en los registros de toda la Península Ibérica el ciervo. Los porcentajes con respecto a los animales domésticos son pequeños, siempre por debajo del 10%, y se reducen paulatinamente, hasta alcanzar un 2-3% en los yacimientos madrileños del final de la Edad del Hierro. Este dato implica que el ciervo va perdiendo peso frente a la cabaña doméstica. No obstante, el valor simbólico de este animal es grande, si hemos de juzgar por las representaciones figuradas que de él nos han llegado, como puede ser el grafito en cerámica gris de La Guirnalda

(Azcárraga et al., 2012: fig. 12), o el animal representado en la placa de bronce del Llano de la Horca (Ruiz zapatero et al., 2012: 200). En esta placa se representan además dos gallináceas: perdices o codornices, en unan clara alusión (a nuestro parecer) a la caza. El ciervo sería la presa por excelencia de las cacerías, que debieron adquirir con el tiempo mayor carga simbólica, asociadas a ritos de paso y festividades, en una línea que desembocará siglos después en la concepción de la caza (mayor) como actividad asociada a una élite. Élite que además se muestra a menudo a caballo, el otro animal documentado entre las representaciones figuradas carpetanas. El resto de animales cazados tiene menor significación dado su pequeño tamaño: conejo, liebre, cabra montesa, aunque hay que señalar la presencia de un importante número de individuos de lagomorfo. Extrañan los pequeños porcentajes de jabalí, animal que debió ser muy abundante entre las extensiones de encinares y pinares. Con respecto a otras regiones, podemos señalar el alto porcentaje de lagomorfos entre los registros faunísticos del Levante (Iborra, 2004). Los conejos son asimismo abundantes en los registros del valle medio del Duero, llegando a representar casi el 50% de los individuos cazados, a pesar de que en estas latitudes los ciervos, jabalíes y corzos, están representados en mayor número que en la Meseta Sur, especialmente en el Hierro I, con porcentajes próximos a los del ganado vacuno (Morales y Liesau, 1995). El resto de animales son anecdóticos: zorro, lobo, lince. Es curiosa la presencia de aves esteparias como los sisones y avutardas en algunos registros del levante y la Meseta Norte. La gallina (o gallo) hace su aparición en los registros hacia el siglo IV y su presencia es casi anecdótica. No deja de llamar la atención la presencia del perro en varios yacimientos de la Meseta Sur, al igual que ocurre en la Meseta Norte, siendo más escasos en otras zonas como el Levante. Los restos de perro hallados en una de las vasijas analizadas del Llano de la Horca (Märtens et al., 2009; Ruiz Zapatero et al., 2012), debe alertarnos sobre la posibilidad de que fuera frecuente la ingesta de carne de estos animales. Tendríamos que incluir también en este apartado los aprovechamientos vegetales. Tenemos distintos indicios sobre el empleo de plantas que debían crecer en las inmediaciones de los poblados, utilizadas fundamentalmente en la construcción, como los ejemplos que citamos anteriormente sobre el empleo de cañas y

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

carrizo para las techumbres en Plaza de Moros. La presencia de leguminosas como aulagas o retamas en La Gavia (Urbina et al., 2005) pudiera estar relacionada también con su empleo en techumbres o como coronación de tapias de corrales. Algo similar podemos decir respecto del empleo de la madera. En La Gavia se conservó parte de una viga de madera de pino en la pared de una casa, y se han constatado taxones de pólenes de la misma especie en las inmediaciones. En Plaza de Moros la madera empleada es de quejigo y encina, especies que aún crecen en la ladera del cerro. El empleo de esparto y cáñamo para la confección de cuerdas también esta atestiguado, y aunque la conservación de estos materiales vegetales es muy mala en general en la comarca, aquí y allá existen indicios de sacos y cestas las que se debieron utilizar plantas cercanas como el cáñamo, el lino, el junco, el mimbre, el esparto, la paja y las cortezas de ciertos árboles. Otras plantas como la coscoja eran empleadas para teñir la lana, y al decir de Plinio (XVI,32), con sus pequeños granos (cusculium) pagaban los pobres la mitad de sus tributos en Hispania. Las agallas de robles y quejigos se utilizaban también como curtientes para el trabajo del cuero. Se trata del aprovechamiento de los materiales que se encuentran en el entorno de los poblados, desde los animales a las plantas, sin olvidar la tierra y la piedra. 7 El territorio de explotación De todo lo dicho anteriormente podemos deducir algunos aspectos con cierto grado de certidumbre. El modelo agropecuario practicado en los valles fluviales de la cuenca media del Tajo se basaba en el cultivo de cereales de secano, preferentemente con trigos desnudos y cebadas vestidas que son más resistentes a las condiciones continentales de estas tierras interiores, sobre todo a los períodos de sequía. Estos cultivos se complementaban con una cabaña de ovinos relativamente abundante, en donde las ovejas se irán imponiendo poco a poco a las cabras, para convertirse en animales cuya lana será explotada en época romana a niveles que podríamos definir ya como “industriales”. Estas características básicas se parecen mucho al sistema de cultivo predominante en estas tierras hasta mediados del siglo XX, denominado de año y vez, en el que la rotación de cultivos de cereales con leguminosas es escasa, y el barbecho una práctica profundamente extendida. Las cabras y ovejas son parte esencial de este modelo, ya que aprovechan los restos de los culti-

191

vos a la par que las escasas hierbas, al tiempo que abonan los campos. El barbecho de “año y vez” o de “dos años y vez”, dependiendo de la calidad de los suelos, es consustancial a la agricultura de la comarca desde que tenemos datos escritos, y los ecofactos de los registros arqueológicos apuntan en la misma línea: ausencia de leguminosas y por tanto de rotación de cultivos. Ya Hesíodo alababa los barbechos en los suelos pobres de Grecia… el barbecho aleja los males de los niños y calma sus llantos (Hesíodo, 62-64). Los productos frutícolas y hortícolas están prácticamente ausentes en los registros, por lo que su cultivo debió ser anecdótico. De hecho, no existen datos sobre la práctica de cultivos de regadío (López y Pérez, 2012). Cómo ya hemos expresado en varias ocasiones, las zonas potencialmente cultivables corresponderían a las franjas de arcillas y arenas y a los coluviones de escaso espesor desarrollados sobre los niveles yesíferos de la fosa del Tajo, junto con las laderas y terrazas elevadas de los fondos de valle de los ríos Jarama, Manzanares, Henares y Tajuña, que presentan la misma composición ecológica, ya que al ser más estrechos sus valles, los coluviones de las mesetas se depositan sobre ellos. Aseveraciones que se vienen repitiendo todavía como la existencia junto a los poblados de vegas fértiles, abundantemente regadas, etc., no pueden relacionarse con los cultivos agrícolas. Exponíamos al redactar nuestra tesis doctoral hace más de 15 años lo que sabe cualquier agricultor de más de 50, y es que las tierras encharcas de ríos y arroyos son prácticamente imposibles de cultivar de forma extensiva con los arados disponibles en la Edad del Hierro. Se necesitan arados de vertedera (mejor si van equipados con ruedas) que deben ser tirados por grandes animales, mulas (mejor machos) y a veces con varias yuntas unidas a un arado, tecnología sólo disponible desde el final de la Edad Media, y que aún tardó varios siglos en generalizarse en nuestra zona de estudio, por ello las terrazas inundables de los ríos de la región no han sido cultivadas de forma intensiva hasta hace poco más de un siglo, en pequeñas explotaciones donde se utilizaba la azada antes que el arado. Lo cual está en concordancia con la ausencia de productos hortícolas en los registros arqueológicos. Al analizar los patrones de asentamiento de la Mesa de Ocaña (Urbina, 2000: Cap. 6.9), interpretamos que las disposiciones lineales a los cursos de agua que mostraban los asentamientos, más allá del planteamiento simplista de la cercanía al líquido elemento,

192

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

generaban unos territorios perpendiculares a los cauces, consiguiendo de este modo que las áreas de explotación contuvieran la mayor diversidad ecológica existente en cada lugar, algo que ha sido ya recogido por investigadores de otras disciplinas ante la evidencia de los datos: El registro carpológico del Cerro de la Gavia, efectivamente, permite desechar la utilización del regadío, pues no se documenta ninguna especie afín a este tipo de cultivo. El aprovechamiento ganadero de la vega es obvio a la luz del registro arqueozoológico dominado por fauna doméstica, sobre todo los ovicápridos y en menor medida los bóvidos..; mientras que aquellas zonas potencialmente cultivables corresponderían a las franjas de arcillas y arenas y a los coluviones de escaso espesor desarrollados sobre los niveles yesíferos. (López y Pérez, 2012: 302). El estudio de arqueología espacial desarrollado en la Mesa de Ocaña (Urbina, 2000) nos permitió disponer de unos modelos que han mostrado su eficacia incluso después de casi 20 años de intervenciones arqueológicas en la zona, con prospecciones para la elaboración de cartas arqueológicas municipales incluidas. Lamentablemente, este modelo no ha sido debatido por la historiografía posterior, se asume sin crítica o sencillamente se obvia en los discursos, y lo que es aún peor, no ha podido ser contrastado porque, incomprensiblemente, no se han realizado estudios similares en la Meseta Sur a pesar de la existencia de unos registros más abundantes, fruto de prospecciones de mayor intensidad. Entre las características que consideramos de mayor interés de aquel estudio, señalamos las tendencias que se apreciaban en diversas zonas de distintos ámbitos del Mediterráneo sobre la densidad de yacimientos en un área determinada. Aquellas cifras oscilaban entre 0,009 y 0,013 yacimientos por km2, lo que implica unas distancias al vecino más próximo, cercanas a los 10 km y unos territorios de explotación 66 a 100 km2 para cada asentamiento4. Para la Mesa de Ocaña los valores eran de 0,011 y polígonos de 80-90 km2, en la Campiña de Jaén, por ejemplo de 0,012, en la campiña cordobesa de 0,013, de 0,011en el Camp de Túria, etc. (Urbina, 2000: 140). Conjugando numerosos tipos de datos (entre los que se encuentran varios estudios etnoarqueológicos: Kramer,1982) establecimos el “umbral de subsistencia” (Urbina, 2000: Cap. 6.8), o extensiones medias de culti-

vos y pastos necesarios para la subsistencia y la generación de la cultura de la Segunda Edad del Hierro en los territorios de cada asentamiento para cada una de las dos fases de ocupación detectadas. De acuerdo con estas cifras, con una media de 0,97Has por habitante sería necesario tan sólo un porcentaje de explotación del 12,5% sobre el área de unos círculos de 5 Km. de radio, y apenas el 10% de la superficie de los territorios medidos desde los polígonos Thiessen de los yacimientos (Urbina, 2000: 187). En el siglo XVIII la media de Has cultivadas por habitante en la Mesa de Ocaña era de 2,86. Al mismo tiempo había 54.925 cabezas de ovicaprinos, a razón de dos animales por individuo, aproximadamente. El total de la superficie dedicada a los cultivos superaba algo el 50% de las tierras disponibles. El erial ocupaba un 20,3%, el monte un 11,6% y las tierras no aprovechadas para la agricultura y dehesas un 13%. La superficie de regadío era apenas anecdótica: un 1,7%. Estos datos hacen más creíbles aún las cifras que ofrecemos para la Edad del Hierro. El paisaje así generado está conformado por grandes vacíos entre un núcleo de población y otro, con grandes porciones de un territorio donde la presión antrópica fue muy débil, que está en consonancia con las evidencias que derivan de los análisis polínicos realizados hasta la fecha, en donde se detectan masas

2 El área de un círculo de 5 km. de radio en torno al yacimiento supone 78,5 km2 de territorio teórico.

Fig. 7. Círculo de 5km en torno a Plaza de Moros. Porcentaje de tierras de cultivo necesarias para alimentar a la población supuesta del yacimiento.

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

arbóreas en disminución constante que se ubicarían en los territorios más alejados entre un asentamiento y otro. Ese modelo teórico de círculos concéntricos en torno al asentamiento, esbozado por los agrónomos latinos y desarrollado más tarde por los geógrafos desde mediados del siglo XX, es susceptible de múltiples matizaciones en función de las características de la orografía del terreno, la calidad de los suelos, etc. A medida que se ha invertido más trabajo en las infraestructuras de los asentamientos: casas con zócalos de piedra y alzados de adobe, construcción de murallas, etc., el coste del traslado del emplazamientos ante las variaciones de las coyunturas históricas o los cambios tecnológicos, comienza a ser muy costoso y las estrategias de subsistencia se orientarán a maximizar la obtención de recursos de los alrededores (Urbina, 2000: 192). Será entonces cuando comiencen a decrecer los bóvidos entre la cabaña ganadera, utilizados cada vez más como animales de tiro, en parte a consecuencia del retroceso de los humedales en parte provocado por la antropización del entorno. Al mismo tiempo se incrementará la presencia de los cerdos que viven en los poblados o sus arrabales. Se incrementarán las tierras de cultivo especializadas en unos pocos tipos de cereales y los ovicápridos pasarán a formar parte esencial de este sistema agroeconómico. 8. Intercambios Las muestras del intercambio de objetos o comercio a pequeña escala que han llagado al registro arqueológico, son escasas. De entre ellas hay que diferenciar entre los objetos de alto contenido simbólico y los de uso cotidiano. En el primer apartado hay que incluir piezas como la pátera de Titulcia recientemente encontrada en unos sondeos, o las representaciones del conocido relieve de Illescas (Valiente, 1984). En ambos casos nos encontramos representaciones claramente importadas del Mediterráneo Oriental, lo que al margen de sus implicaciones sociales, nos indica la existencia de cauces y caminos para que conceptos muy alejados espacialmente circulen por estas tierras, lo cual ni es novedoso ni implica la existencia de redes comerciales directas ya que se trata de objetos excepcionales ligados a actos simbólicos. Por lo que respecta a los objetos de uso cotidiano, la cerámica ocupa con diferencia los mayores volúmenes. Está documentada la presencia de barnices negros en distintos yacimientos desde la primera mitad del siglo IV, y existe algún ejemplar de figuras rojas, lo cual ava-

193

la la existencia de circuitos para la llegada de estos productos, no obstante, el volumen es tan pequeño que difícilmente podemos entenderlo como comercial. Otra cuestión es que estas cerámicas llegaran junto a otros productos por circuitos comerciales o de intercambio más o menos regulares, por ejemplo acompañando a las cerámicas a torno. Las producciones de barniz rojo se vienen considerando también como un producto foráneo, aunque no están claros sus centros de producción. De origen púnico, se ha supuesto un taller en la ciudad de Cástulo e incluso en Alarcos (Fernández, 1987). Hace unos años detectamos la presencia de dos tipos de pastas claramente diferenciables, entre las cerámicas de barniz rojo halladas en Plaza de Moros, una de ellas de color verdoso propia de la zona y otra de color rojizo que es el característico de estas producciones (Urbina et al., 2004). Podríamos estar ante la presencia de un taller comarcal que necesitaría ser rastreado. Desde mediados del siglo II son comunes los hallazgos de barnices negros campanos y en general el aumento de los objetos de diferentes materiales fruto ya de la presencia de las legiones romanas en suelo hispano. Parece fuera de toda duda que algunos artesanos de la Edad del Hierro, sobre todo desde los siglos V-IV, trabajaban a tiempo total y sus producciones traspasaban el ámbito local, pero es difícil encontrar pruebas de ello más allá de la industria cerámica, y de ésta desconocemos todo lo relacionado con la escala de su producción. Hace unos años se planteaba la posibilidad de detectar estilos propios locales y regionales entre los productos a torno de los yacimientos ibéricos (Mata et al., 2000). Creemos firmemente que ello es posible si adaptamos nuestra investigación a esos fines. El volumen de restos cerámicos a torno en la región es hoy lo suficientemente extenso cómo para realizar un acercamiento de esas características, y consideramos que esa debería ser una de las líneas de investigación sobre la Edad del Hierro en el Centro Peninsular. Comparando de visu por ojos expertos miles de fragmentos cerámicos que hoy se hallan en unos pocos museos provinciales, se podrían aislar producciones de distintos alfares atendiendo a las características de las pastas, los acabados de las superficies, los engobes, los trazos de los pinceles para las decoraciones geométricas, etc. Un acercamiento de este tipo podría ayudarnos a conocer la escala de la producción cerámica en la Edad

194

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

Fig. 8. Cerámicas áticas y de barniz rojo de La Gavia. (Urbina et al. 2005).

del Hierro. Conocemos a través de la cultura popular española la existencia de alfares en donde trabajaban artesanos a tiempo completo, cuyas producciones abastecían a regiones de una veintena de pueblos o más, pero no se ha realizado ningún estudio de ese tipo (que sepamos) para la protohistoria peninsular. En la necrópolis de Cerro Colorado (Villatobas) se hallaron medio centenar de fíbulas anulares a las que se asigna una cronología de fines del V primera mitad el IV. Entre ellas se documentan todos los tipos conocidos, así como ejemplares híbridos que muestran gradaciones entre un modelo y otro, lo que ha llevado a plantear la posibilidad de la existencia de un taller de orfebre en el propio yacimiento o sus inmediaciones. Los estudios arqueometalúrgicos concluyen que estas fíbulas tienen unos bronces similares a los de necrópolis como Esperillas (Santa Cruz de la Zarza) pero diferentes a los de Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros), sugiriendo la existencia de dos talleres distintos5. En Plaza de Moros se han hallado pequeños objetos de plata (Urbina et al., 2004), que pudieron ser producidos en un C. González Zamora. Estudio analítico de las fíbulas Urbina y Urquijo, e.p., Apéndices, 4. 5

taller similar. Un taller de orfebre se detectó en Fosos de Bayona (Lorrio y Sánchez de Prado, 2000-1), pero en los dos análisis publicados se trata de bronces con pequeñas proporciones de estaño: 2-3%, cantidades más próximas a las de las fíbulas de Palomar de Pintado que a las de Cerro Colorado o Esperillas (Montero, 2001). A juzgar por las tipologías de herramientas agrícolas y armas de hierro descubiertos en la Península Ibérica, nos encontramos ante producciones muy locales que hacen suponer la existencia de pequeñas fraguas en muchos de los poblados, en donde trabajarían herreros a tiempo completo o parcial, e incluso pudieron llegar a tener algún tipo de itinerancia. Itinerancia que podría ser más acusada entre broncistas y orfebres (Quesada et al., 2000). En cualquier caso, parece que la producción de armas y herramientas en general, apenas superó el nivel del mercado o los intercambios locales. Los análisis arqueometalúrgicos son una vía de estudio que puede ayudar a establecer la existencia de diferentes talleres y el verdadero ámbito espacial a los que pudieron abastecer.

195

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

9 La sociedad En el estado actual de nuestros conocimientos es problemático esbozar siquiera un esquema de la sociedad de los pueblos de la carpetania. El horizonte que hemos diseñado a través de los datos económicos, implica la existencia de sociedades agrarias con un bajo de nivel de intercambios y prácticamente sin elementos de diferenciación social, signos ausentes en el urbanismo o en los objetos hallados en los poblados. Aunque se habla a menudo de patrones de asentamiento jerarquizados, lo cierto es que no conocemos ningún estudio espacial exhaustivo con la excepción del que nosotros llevamos a cabo en 1993-96 (Urbina, 2000), en el que, precisamente, las tendencias evidenciaban todo lo contrario. Del mismo modo, entre los ajuares de la necrópolis se han encontrado escasos signos de diferenciación social más allá de los empedrados tumulares que aparecen en unas pocas tumbas de Palomar de Pintado, El Navazo y Alconchel de La Estrella (Urbina y Urquijo, e.p.), y la impresión general es la existencia de una sociedad de base igualitaria que podría estar en proceso de desarrollar una sociedad de jefaturas, cuando llegaron los romanos y modificaron drásticamente la evolución indígena Torres de, 2013). Los lugares para ejercer tareas colectivas son numerosos en el ámbito agrario. Desde el caso más extremo narrado por Diodoro a propósito de los vacceos ...Cada año se reparten los campos para cultivarlos y dan a cada uno una parte de los frutos obtenidos en común. A los labradores que contradicen la regla se les aplica

UEZD DE VOLOKOLAMSK

Hombres jóvenes

la pena de muerte” (5, 34), hasta la organización de actividades como el acotado de las dehesas boyales donde los animales de tiro tenían derecho a pastar de forma comunal hasta hace un siglo, o los repartos de las tierras cultivadas entre los pastores que eran sorteadas cada año, o los aprovechamientos de montes y baldíos, y otras más contenidas en fueros y legislaciones medievales vigentes hasta el siglo XIX. Hemos visto cómo la figura del artesano no queda definida sino tal vez en la fabricación de cerámica. En el medio rural, todos los habitantes son artesanos y tan sólo aquellos impedidos por algún motivo físico para el trabajo en los campos, se dedican a tiempo total a otros menesteres, incluso los herreros (recuérdese que Hefesto dios griego del fuego era cojo). La capacidad para producir artesanía (autoabastecimiento), le viene al campesino de su continuo contacto con muchas materias primas; no son actividades profesionales sino suplementarias. Las tareas del agricultor están muy próximas a la recolección, son muchas y variadas, y no explota el medio, lo rebusca (Limón, 1982). La tarea fundamental para el campesino estriba, según Chayanov (1984), en la distribución de las tareas y los cultivos de modo que los momentos críticos del trabajo no coincidan, y la intensidad general del mismo sea lo más uniforme posible. No hay que imaginarse unos seres agobiados por las tareas que impone la ruda vida del campo, al contrario, Chayanov aporta estas cifras sobre el trabajo y el tiempo libre en una comunidad campesina rusa.

Hombres adultos

Mujeres jóvenes

Mujeres adultas

Tiempo no usado

58,5%

26,8%

49,4%

12,3%

Trabajo doméstico

4,1%

5,7%

25%

40,2%

Artesanía-comercio

17,6%

32,5%

14%

13,7%

Labranza

14,7%

27,5%

8,8%

20,4%

Ganadería

5,1%

7,5%

2,8%

13,4%

Tabla 1. Porcentajes de tiempos dedicados a los distintos trabajos distribuidos por sexo y edades (Chayanov, 1984)

196

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

La diversidad ecológica sirve mejor para estos fines. También ayuda a mitigar los períodos de riesgo e incertidumbre inherentes a los ciclos naturales, y en general la disposición de las cosechas y productos que ofrece el entorno se establecen para la prevención de estas etapas. Estos momentos críticos del año se reflejan claramente en las fuentes: Y la época del año era la más difícil, en la que ni había provisiones en los cuarteles de invierno, ni faltaba mucho para la recolección (César, De Bell. Civ. 1.XLVIII): la primavera, cuando se iniciaban todas las campañas guerreras. Los propios ciclos naturales ofrecen también períodos de abundancia, de modo que la capacidad para almacenar y conservar los excedentes se convierten en una efectiva estrategia de supervivencia, como bien ilustra la fabula bíblica de José en su estancia en Egipto y se desprende de las palabras de Hesíodo: Si tienes en abundancia llegarás a la blanca primavera sin necesidad de mirar a otros; sino que otro hombre tendrá necesidad de tí. (Trab. 475-80). En ambos ejemplos se puede observar la ventaja a nivel personal y comunal que ofrece la abundancia y buena gestión del excedente, siendo susceptible de generar situaciones de dependencia personal y comunal. La existencia de excedente es pues una característica recurrente de las sociedades agrícolas, y su acertada gestión puede generar situaciones en las que unas personas o grupos adquieran ventajas sociales. Este es el punto de partida de postulados como los de Halstead y O’Shea (1989). Este sería el comienzo del proceso de apropiación del excedente por una clase social, y con ello la capacidad para movilizar la producción y conseguir un aumento de la misma. En este instante desaparecen los techos demográficos propios de las sociedades segmentarias y se inicia el camino hacia la ciudad (Ortega, 1999). Pero aún no se puede hablar de jerarquías. En este estadio sería más apropiados términos como la heterarquía de Crumley (1995), que parece reflejar adecuadamente el ambiente prevaleciente en las ciudades celtíberas de las que nos han llegado algunos textos con motivo de las guerras celtíberas. Los grupos de edad (senado) detentan cierta influencia en la toma de decisiones, pero según las circunstancias su postura será seguida o no, como se manifiesta en varias ocasiones con la adopción del camino de la guerra por los jóvenes contra la opinión de los ancianos. Hacia mediados del siglo IV se produce la emergencia de los recintos fortificados en los valles del Tajo medio, y más o menos al mismo tiempo comienzan a

documentarse estructuras tumulares en las necrópolis como la de Palomar de Pintado y las conquenses de La Hinojosa, Alconchel de la Estrella, Iniesta y Arcas del Villar (Quesada y Valero, 2011-12). En su día señalamos que los asentamientos en llano de la Mesa de Ocaña, cuyas secuencias de ocupación comienzan en el siglo VII, conforman un patrón regular en el que apenas hay variación entre las distancias a los cinco vecinos más próximos, al tiempo que los asentamientos se ubican en los “óptimos ecológicos”. Ese equilibro con los recursos se rompe hacia mediados del siglo IV con los recintos amurallados cuyo patrón es mucho más irregular y pero adaptado en virtud de las necesidades de topografías específicas que necesitan para su defensa. De ahí que consideráramos a estos recintos amurallados como verdaderos graneros fortificados. Este concepto puede explicarse como una estrategia defensiva ante agresiones exteriores, pero también como la expresión de la defensa del excedente. Sería de enorme interés la excavación de alguna necrópolis asociada a uno de estos recintos (de Alconchel de la Estrella apenas se han publicado dos páginas), del mismo modo que la excavación con cierta extensión de un poblado en llano del que se haya excavado su necrópolis. Lamentablemente, esta situación no se ha dado en los últimos 15 años. Confiamos que no hayan de pasar muchos más. Los yacimientos más tardíos como Llano de la Horca responden ya a dinámicas opuestas que no son ajenas a la presencia de los romanos en la Península Ibérica. 10 Las personas y su apariencia A modo de epílogo, nos gustaría llamar la atención sobre un aspecto emergente que apenas ha sido considerado, al tiempo que queremos rendir un pequeño homenaje a la gente real del campo que ha vivido hasta hace muy poco de forma similar a la de aquellos campesinos de la Edad del Hierro. Nos referimos a las imágenes y recreaciones que cada vez más, ya sea por medio de dibujos o reconstruidas con tecnología 3D, inundan los escritos arqueológicos. Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, y dado que obviamente es así, deberíamos ser mucho más exigentes con la fidelidad de las mismas que los somos con las palabras. A modo de ejemplo traemos a colación la imagen de la portada del catálogo sobre la exposición “los últimos carpetanos” (Ruiz Zapatero et al., 2012), en donde se recrea el ambiente de un alfar del poblado. Sin intención de cuestionar la labor del dibujante que a todas

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

luces es muy meritoria, y alabando el esfuerzo realizado por los autores para divulgar el conocimiento arqueológico, enfoque que creemos acertado, necesario y poco puesto en práctica en nuestro país, nos gustaría llamar la atención sobre ciertos anacronismos detectados, como la presencia de un torno de pie alto cuya existencia no está demostrada antes de la Edad Media, y el hecho de que sea la chica la que mueve la rueda, cuando los paralelos que se conocen de la alfarería popular española indican que son los hombres los encargados de esta tarea. Por otro lado, se considera que la cerámica a torno supone el paso de la producción autosuficiente que comúnmente realizaban las mujeres, a la artesanal y comercial llevada a cabo precisamente por los hombres, de modo que entendemos que la imagen debería haberse centrado en reflejar esa idea. Encontramos en general una tendencia a la idealización en la mayoría de las ilustraciones arqueológicas que conocemos, la tendencia a representar cuerpos y expresiones que son de nuestro tiempo y que probablemente serán enjuiciadas pasados unos años del mismo modo que hoy contemplamos las pinturas renacentis-

197

tas que intentan representar soldados romanos con armaduras medievales. Pero a nosotros no se nos puede perdonar la ignorancia de aquellos. Nos parecería una estupenda idea recurrir a los modelos que encontramos en las viejas fotografías de de nuestros abuelos, pues se trata de gente real que un día trabajó los campos, acarreo los ganados, construyó sus casas, se vistió y dejó que se curtiera su piel por el viento y el sol, de un modo muy cercano a como debieron hacerlo las gentes de la Edad del Hierro. Contemplando alguna de esas imágenes, nos vienen a la mente las palabras de Hesído que parecen sacadas de ellas: En ese momento vístete…con un mullido manto y una cálida túnica; teje abundante lana en poca trama. Envuélvete en ella para que no te tiemble el vello…Cálzate los pies con sandalias hechas de buey…bien tupidas de pelos por dentro. Al llegar la estación de los fríos, cose con tripa de buey pieles de cabritos primogénitos para ponértelas en la espalda como protección de la lluvia. Encima de la cabeza ten un gorro de fieltro para que no se te mojen las orejas… (Trab.537-46).

Fig. 9. Tío Agapitón, Pablete, Quintín y Cañamón Huerta del Marquesado (Cuenca). Campesino descansando cerca de Toledo hacia 1860. Foto Jean Laurent. Alfarero aragonés. C. Díez. Barro y fuego. Alfarería aragonesa en basto. Zaragoza, 2005: 17. La Hilandera. Deleitosa, Cáceres, 1950. Spanish Village (Life, 1951) Foto: W. Eugene Smith.

198

1 SIMPOSIO SOBRE CARPETANOS ER

BIBLIOGRAFÍA AGUSTÍ, E.; URBINA, D.; MORÍN, J.; VILLAVERDE, R.; MARTÍNEZ, A.; NAVARRO, E.; DE ALMEIDA, R.; LÓPEZ, F.J. y BENITO, L. (2012): “La Guirnalda: un yacimiento de la Edad del Hierro en la provincia de Guadalajara”. El Primer milenio a.C. en la Meseta central. De la longhouse al oppidum. J. Morín y D. Urbina (eds.). AUDEMA S.A. Madrid. Vol 2: 171-183. ALLUÉ, E.; CABANES, D.; EXPÓSITO, I.; EUBA, I.; RODRÍGUEZ, A.; CASAS, M. y BURJACHS, F. (2012): “Estudio arqueobotánico de Las Camas (Villaverde, Madrid): un ejemplo de interdisciplinariedad para el conocimiento del paisaje vegetal y los usos de las plantas en la Meseta durante el 1er Milenio a.C.” El Primer milenio a.C. en la Meseta central. De la longhouse al oppidum. Madrid. Vol 2: 307-335. ALONSO, N. (2000): “Cultivos y producción agrícola en el mundo ibérico”. III Reunió sobre Economía en el Món Ibéric. Saguntum, Extra 3: 25-46. AZCÁRRAGA, S.; MORÍN, M. y URBINA, D. (2012): “Conjunto cerámico de una estructura doméstica de la Segunda Edad del Hierro en el yacimiento de La Guirnalda (Quer, Guadalajara)”. El Primer milenio a.C. en la Meseta central. De la longhouse al oppidum. J. Morín y D. Urbina (eds.). AUDEMA S.A. Madrid. Vol 2: 227-242. BAQUEDANO, E.; CONTRERAS, M.; MÄRTENS, G. y RUIZ ZAPATERO, G. (2007a). “El oppidum carpetano de “El Llano de la Horca” (Santorcaz, Madrid)”. Zona Arqueológica, 10, vol. II: 374-394. BAQUEDANO, E.; CONTRERAS, M.; MÄRTENS, G. y RUIZ ZAPATERO, G. (2007b): “En busca de los últimos carpetanos”. Madrid histórico, nº 11: 7-17. BARRIL, Mª. M. (1992): “Instrumentos de hierro procedentes de yacimientos de la provincia de Soria en el M.A.N.” Boletín del Museo Arqueológico Nacional. X, pp. 5-24. ——- (1993): “¿Tumba de labrador? celtibérico procedente de Turmiel (Guadalajara) en el M.A.N.”. Boletín del Museo Arqueológico Nacional. IX, pp. 5-16. ——- (1999): “Arados prerromanos de la Península Ibérica: las rejas y su distribución zonal en el interior peninsular.” IV simposio sobre los celtíberos. Economía . F. Burillo, (coord.): 89-102. ——- (2000): “Útiles agroforestales ibéricos de Castilsabás, Huesca.” Bolskan, 17: 195-206. BERZOSA, R. (2005): “Utillaje y herramientas de trabajo de los celtíberos. Celtíberos. Tras la estela de Numancia. Soria: 319-328. BUXÓ, R. (1997): Arqueología de las plantas. Crítica. Barcelona. BUXÓ, R.; PRINCIPAL, J.; ALONSO, N.; BELARTE, Mª. C.; COLOMINAS, L.; LÓPEZ, D.; PONS, E.; ROVIRA, Mª. C.; SAÑA, Mª y VALENZUELA, S. (2010): “Prácticas alimentarias en la Edad del Hierro en Cataluña.” De la cuina a la taula IV Reunió d’economia en el Primer Mil·lenni AC. C. Mata, G. Pérez i J. Vives-Ferrándiz (eds.) Sagvntvm Extra-9, pp. 81-98. CHAVES, P.; MORALES, A.; SERRANO, L. y TORRE, M. A. (1991): “Informe faunístico”. En Mª. C. Blasco, M. A. Alonso, y Mª. R. Lucas, (Coords.): “Excavaciones en el poblado de la Primera Edad del Hierro del Cerro de San Antonio”. Arqueología, Paleontología y Etnografía, 2: 167 171. CHAYANOV, A. (1974): La organización de la unidad económica campesina. Nueva Visión. Buenos Aires.

CRUMLEY, C. (1995): “Heterarchy and the Analysis of Complex Societies”.Archeological Papers of the American Anthropological Association 7 (1): 1-5. CUADRADO, E. (1991): “El castro de la Dehesa de la Oliva”. Arqueología, Paleontología y Etnografía, 2: 191 255. DELIBES, G.; ROMERO, F.; ESCUDERO, Z.; SANZ, C.; SAN MIGUEL, L.C.; MARISCAL, B.; CUBERO, C.; UZQUIANO, P.; MORALES, A.; LIESAU, C. y CALONGE, G. (1995): “El medio ambiente durante el primer milenio a.C. en el valle medio del Duero. Consideraciones finales”. Delibes, G., Romero, F. & Morales, A. (Eds). Arqueología y medio ambiente. El primer milenio A.C. en el Duero medio. Valladolid: 543-582. FERNÁNDEZ, M. (1987). La Cerámica de barniz rojo del Cerro de Alarcos. JCCM. Ciudad Real. IBORRA, Mª. P. (2004): La ganadería y la caza desde el Bronce Final hasta el Ibérico Final en el territorio valenciano. S.I.P.Valencia. IBORRA, Mª. P.; MATA, C.; MORENO, A.; PÉREZ, G.; QUIXAL, D. y VIVES-FERRÁNDIZ J. (2010): “Prácticas culinarias y alimentación en asentamientos ibéricos valencianos”. De la cuina a la taula IV Reunió d’economia en el Primer Mil·lenni AC. C. Mata, G. Pérez i J. Vives-Ferrándiz (Eds.) Sagvntvm Extra-9: 99-114. KRAMER, C. (1982): Village ethnoarchaeology. Rural Iran in Archaeological Perspective. Academic Press. New York. LIESAU, C. (1998): “La fauna del Arroyo Culebro en el marco de la Edad del Hierro en la región de Madrid”. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, 25(1): 283 294. LIESAU, C. y BLASCO, C. (1999): “Ganadería y aprovechamiento animal”. IV Simposio sobre los celtíberos. Economía. Zaragoza: 118-147. LIMÓN, A. (1982): La artesanía rural. Reflexiones sobre el cambio cultural. Editora Nacional. Madrid. LÓPEZ, J.A. y PÉREZ, S. (2012): “Paleoambientes y dinámica antrópica en la Meseta Sur (Madrid) durante la I y II Edad del Hierro”. El Primer milenio a.C. en la Meseta central. De la longhouse al oppidum. J. Morín y D. Urbina (eds.). AUDEMA S.A.Madrid. Vol 2: 294-305 LORRIO, A. y SÁNCHEZ DE PRADO, Mª. D. (2000-1): “Elementos de un taller de orfebre en Contrebia Carbica (Villas Viejas, Cuenca)”. Lucentum, 19-20: 127-148. LUCAS PELLICER, R. (1990): “Trascendencia del tema de labrador en la cerámica ibérica”. Zephyrus, XLIII: 293-303. MÄRTENS, G; CONTRERAS, M.; RUIZ ZAPATERO, G. y BAQUEDANO, E. (2009): “El Llano de la Horca (Santorcaz). Un asentamiento carpetano en los albores de la romanización”. Actas de las terceras Jornadas de patrimonio arqueológico en la Comunidad de Madrid. Madrid, 2006: 201-222. MATA, C.; DUARTE, F.X.; GARIBO, J.; VALOR, J.P. y VIDAL, X. (2000): “Las cerámicas ibéricas como objeto de intercambio”. III Reunió sobre Economía en el Món Ibéric. Saguntum, Extra 3: 389-397. MIGUEL, J. de. (1985): “Informe sobre los restos faunísticos recuperados en el yacimiento de “Fuente el Saz” (Madrid)”. Mª. C. Blasco, y M. A. Alonso. (Eds.) Cerro Redondo. Fuente el Saz del Jarama. Madrid: 301 350. MIGUEL, J. de y MORALES, A. (1994): “Informe sobre los restos faunísticos recuperados en el yacimiento de “El Cerrón”, Illescas, (Toledo)”. S. Valiente, Excavaciones arqueológicas en “El Cerrón” de Illescas (Toledo). Toledo: 206 211. MONTERO, I. (2001): “Estudios sobre metalurgia antigua en la provincia de Toledo: el proyecto Arqueometalurgia de la

DIONISIO URBINA MARTÍNEZ / Tierras, huesos, semillas y personas. Economía y sociedad en la Carpetania

Península Ibérica”. II Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo. La Mancha occidental y la Mesa de Ocaña. Vol. I. Toledo: 275-301. OLIVER, A. (2000): La cultura de la alimentación en el mundo ibérico. Servei de Publicacions, Diputació de Castelló. Castelló. ORTEGA, J. M. (1999): “Al margen de la identidad cultural”. Historia social y económica de las comunidades campesinas celtíberas”. F. Burillo Mozota (coord.): IV Simposio sobre los celtíberos. Economía. Zaragoza: 417-452. O’SHEA, J. y HALSTEAD, P. (1989): Bad year economics. Cambridge University Press. Cambridge. PENEDO, E., OÑATE, P., SANGUINO, J. y MORÍN, J. (coord.) (2002): Vida y Muerte en Arroyo Culebro, Leganés. Catálogo exposición Museo Arqueológico Regional, Madrid. PÉREZ, G.; FERRER, C.; IBORRA, Mª. P.; FERRER, M. A.; CARRÓN, Y.; TOTORTAJADA, G. y SORIA, L. (2011): “El trabajo cotidiano. Los recursos agropecuarios, la metalurgia, el uso de la madera y las fibras vegetales.” En la Bastida de les Alcusses, 1928-2010. H. Bonet y J. VivesFerrándiz Eds. Valencia: 95-138. PLA, E. (1968): “Instrumentos de trabajo Ibéricos en la región valenciana”. Estudios de economía antigua de la Península Ibérica. Barcelona: 143-190. QUESADA, F. y VALERO, M.A. (211-12): “Un casco variante del grupo Italo-Calcídico en la Necrópolis de Los Canónigos, Arcas del Villar (Cuenca)”. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, 3738: 349-386. QUESADA, F.; GABALDÓN, M.; REQUENA, F. y ZAMORA, M. (2000): “¿Artesanos itinerantes en el mundo ibérico? Sobre técnicas y estilos decorativos, especialistas y territorios”. III Reunió sobre Economía en el Món Ibéric. Saguntum, Extra 3: 291-301. ROVIRA, Mª. C. (1999): “Aproximación a la agricultura protohistórica del noreste de la Península Ibérica mediante el utillaje metálico.” Els productes alimentaris d’origen vegetal a l’edat del Ferro de l’Europa Occidental: de la produccio al consum. (XXII Col-loqui Internacional AFEAF). 1999, Girona: 269-280. RUBIALES, J. M.; HERNÁNDEZ, L.; ROMERO, F. y SANZ, C. (2011): “The use of forest resources in central Iberia during the Late Iron Age. Insights from the wood charcoal analysis of Pintia, a Vaccaean oppidum”. Journal of Archaeological Science, 38: 1-10. RUIZ ZAPATERO, G. (2009): “La Segunda Edad del Hierro en el centro de la Península Ibérica: un estado de la situación y una agenda para la acción”. Actas de las terceras Jornadas de patrimonio arqueológico en la Comunidad de Madrid. Madrid, 2006: 187-200. RUIZ ZAPATERO, G.; MÄRTENS, G; CONTRERAS, M. y BAQUEDANO, E. (2012). Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid). Catálogo exposición MAR. Alcalá de Henares. SANAHUJA, M. (1971): “Instrumental de hierro agrícola e industrial de la época ibero-romana en Cataluña.” Pyrenae 7: 61-110.

199

SANZ, C.; ROMERO, F.; VELASCO, J. y CENTENO, I. (2003): “Lo cotidiano en Pintia: El poblado de Las Quintanas. Nuevos testimonios sobre la agricultura vaccea”. C. Sanz y J. Velasco (eds.): Pintia. Un oppidum en los confines orientales de la región vaccea. Valladolid: 99-124. TORRES, de J. (2013): La tierra sin límites. Territorio, sociedad e identidades en el valle medio del Tajo (s. IX – I a.C.). Zona Arqueológica 16. Museo Arqueológico Regional. Alcalá de Henares, Madrid. URBINA, D. (2000): La Segunda Edad del Hierro en el Centro de la Península Ibérica. Un estudio de Arqueología Espacial en la Mesa de Ocaña, Toledo, España. BAR. Int. Ser. 855 Oxford. URBINA, D. y MORÍN, J. (2009). “El Cerro de la Gavia (Madrid). Espacios de producción y transformación agraria”. Actas de las terceras Jornadas de patrimonio arqueológico en la Comunidad de Madrid. Madrid, 2006: 145-161. URBINA, D. y URQUIJO, C (e.p.): Objetos y personas. La necrópolis de Cerro Colorado y la arqueología de la Edad del Hierro en la Meseta Sur. URBINA, D. GARCÍA, O. y URQUIJO, C. (2004): “Plaza de Moros (Villatobas, Toledo) y los recintos amurallados de la IIª Edad del Hierro en el valle medio del Tajo”. Trabajos de Prehistoria, 61, nº 2: 155-166. URBINA, D.; MORÍN, J.; ESCOLÀ, M.; AGUSTÍ, E. y YRAVEDRA, J. (2005): “El Poblado en la II Edad del Hierro. La vida cotidiana”. S. Quero, A. Pérez, J. Morín y D. Urbina (Coords.) La Gavia. El Madrid que encontraron los romanos. Catálogo exposición Museo San Isidro. Madrid: 147-176. UZQUIANO, P.; D’ORONZO, C.; FIORENTINO, G.; RUIZ-ZAPATA, B.; GIL-GARCÍA, Mª. J.; RUIZ-ZAPATERO, G.; MÄRTENS, G.; CONTRERAS, M. y BAQUEDANO, E. (2011): “Integrated archaeobotanical research into vegetation management and land use in El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid, central Spain)”. Vegetation History and Archaeobotany, 21. s/p. VALIENTE, S. (1994): Excavaciones arqueológicas en “El Cerrón” Illescas (Toledo). JCCM. Toledo. VEGA, J. J.; MARTÍN, M. P. y PÉREZ, D. (2009): “El poblado de la Segunda Edad del Hierro del Cerro de la Fuente de la Mora (Leganés, Madrid)”. Actas de las terceras Jornadas de patrimonio arqueológico en la Comunidad de Madrid. Madrid, 2006: 281-290. YRAVEDRA, J. (2007): “Macromamíferos del yacimiento de la Primera Edad del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid)”. Primer Simposio AUDEMA de la Investigación y Difusión Arqueopaleontológica en el Marco de la Iniciativa Privada. AUDEMA S.A. Madrid, ed. Cdrom: 413 428. ——- (2012): “Zooarqueología. La fauna en la Primera Edad del Hierro”. El Primer milenio a.C. en la Meseta central. De la longhouse al oppidum. J. Morín y D. Urbina (eds.). AUDEMA S.A. Madrid. Vol 2: 279 292.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.