Testimonio colectivo de austeridad y pobreza en la vida consagrada

September 19, 2017 | Autor: Juan Martinez | Categoría: Religion, Espiritualidad, Derecho canónico, Vida Consagrada
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Descripción

Testimonio colectivo de austeridad y pobreza (en: Tabor 23 [2014] 173-176). Juan F. Martínez Sáez, FMVD Desde siempre uno de los grandes tesoros de la vida consagrada ha sido la vivencia del seguimiento de cerca de forma que con su testimonio de vida se manifieste la riqueza de la vida cristiana y de la comunión de la Iglesia. Parte esencial del testimonio de la vida consagrada es el del voto de pobreza. Sobre la vivencia del voto pobreza de las personas consagradas hay abundante literatura; pero no tanta acerca del testimonio colectivo que los institutos de vida consagrada deben dar. Con esta preocupación el papa Francisco convocó en Roma en el mes de marzo un Simposio con el tema “La gestión de los bienes eclesiásticos de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica al servicio del humanum y de la misión de la Iglesia”. Fruto del mismo, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica ha hecho pública en fecha 2 de agosto una carta circular sobre el tema de título “Líneas orientativas para la gestión de los bienes en los Institutos de vida consagrada y en las Sociedades de vida apostólica”. Es evidente que el testimonio colectivo y comunitario de austeridad, sencillez, pobreza… para la vida consagrada es esencial; forma parte de sus más arraigadas tradiciones. El Papa en su reciente viaje a Corea hablando a los religiosos y religiosas sobre la pobreza la definía como un «muro» y una «madre»: “Un «muro» porque protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino”. Inmediatamente alertaba de dos peligros: uno es la “hipocresía” de las personas consagradas “que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos” porque “daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia”; el otro es “la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana” ya que “induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó”. El Papa con estas palabras alerta para evitar caer en la divergencia (hipocresía lo llama el Papa en el texto) entre los criterios personales y comunitarios (e institucionales) de forma que al final existe exigencia personal sincera en los miembros pero que al formar parte de una estructura donde eso no es visible y claro (dentro de las exigencias del carisma y la misión), da lugar a dudas sobre la pobreza y austeridad personal. También alerta el Papa de que a menudo se cae en esta contradicción por el funcionalismo que conlleva pensar según criterios del mundo y no según el Evangelio de Jesucristo.

Nueva evangelización y criterios económicos En el contexto en que vive la Iglesia de nueva evangelización hay que tener en cuenta que ésta es “nueva en sus formas” e implica un testimonio eclesial claro en este sentido. El Papa lo predica constantemente de palabra y de obra. De hecho su programa es “una Iglesia pobre y para los pobres” (EG 198). Se trata de un programa muy exigente, que por eso mismo corre el riesgo de quedar en una utopía, si pensamos que es irrealizable. Si se quiere con voluntad decidida, no es imposible ya que efectivamente este ideal de pobreza evangélica “es imposible para los hombres, pero no es imposible para Dios” (Mt 19,26). La vida consagrada contribuyen a la evangelización con su ser, no sólo con su hacer; y además con su ser como personas consagradas y también como instituciones de vida consagrada. Por este motivo es importante que su estructura organizativa y su forma de gestión económica sean también evangelizadoras. Ello supone ajustar la infraestructura económica de la Iglesia al mínimo indispensable para la misión. Implica 1

criterios económicos de eficacia y rentabilidad, aunque evitando contar sólo con lo inmediato y pensando a largo plazo. El Papa criticó fuertemente en Brasil el funcionalismo en el modo de proceder de la Iglesia1; éste tiene que ver con la mirada corta, que sólo ve lo urgente a corto plazo y no piensa en las consecuencias que trae para el funcionamiento a largo plazo. Por eso es necesario tener en cuenta criterios de otro tipo, acordes con la misión evangelizadora de la Iglesia. Estos tienen que ser: -

Espirituales: de austeridad y pobreza real, de vivencia y testimonio del evangelio. Apostólicos: un proyecto apostólico y misionero institucional a largo plazo según el carisma de la institución y no meramente condicionados por situaciones particulares o personales.

El objetivo es que todos los bienes materiales sean en función de la misión y no se conviertan a la larga en una carga y un anti-testimonio. Es la manera de vivir la solidaridad con los más pobres de manera institucional. La estructura económica debería favorecer la vivencia de la pobreza por parte de los miembros, el espíritu de austeridad, de servicio, de trabajo, etc. Pero las instituciones -por ser duraderas en el tiempotienden a crecer y a acumular bienes; si no hay criterios claros de pobreza a nivel institucional, el peligro es que a la larga el espíritu de pobreza personal se diluya también. Como recuerda la carta circular “la necesidad de los bienes económicos no debe exceder nunca «el concepto de los ‘fines’ a los que deben servir y de los que ha de sentir el freno del límite, la generosidad del empleo, la espiritualidad del significado»”.

La necesaria referencia al seguimiento de Cristo La cuestión es que actuar en base a criterios meramente funcionales en sí no es malo, pero para cumplir la misión de la Iglesia no es suficiente: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo y luego ven y sígueme” (Mt 19,21). Porque un cristiano debe cumplir los mandamientos, pero para seguir a Jesús debe dar un paso más. De la misma manera con las instituciones eclesiásticas: hay que actuar con criterios funcionales, pero para ser perfectas (seguir a Jesús) hace falta que vivan y reflejen la pobreza evangélica, máxime cuando se trata de institutos de vida consagrada. Manejando criterios de competencia profesional, de honestidad, transparencia, buena gestión, etc. se cumple con lo bueno, pero no se llega al seguimiento de Cristo como institución. A la larga la pregunta es si en el fondo se cumple con la misión que deberían realizar. “Una Iglesia pobre y para los pobres” es un programa exigente, pero no imposible. Si las primeras comunidades cristianas pudieron vivir la pobreza, ¿dónde se perdió la huella del camino? La respuesta es muy simple: desde el momento en que se abandonó el seguimiento de Cristo y se cae en la falsa seguridad (“idolatría”, en definitiva) de la institución eclesial y de las instituciones eclesiales. Al perder la referencia personal con Cristo tanto los bautizados como las comunidades cristianas se pueden adoptar muchos criterios buenos desde muchos puntos de vista humanos y olvidar que el criterio último 1

“El funcionalismo. Su acción en la Iglesia es paralizante. Más que con la ruta se entusiasma con la ‘hoja de ruta’. La concepción funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. Reduce la realidad de la Iglesia a la estructura de una ONG. Lo que vale es el resultado constatable y las estadísticas. De aquí se va a todas las modalidades empresariales de Iglesia. Constituye una suerte de ‘teología de la prosperidad’ en lo organizativo de la pastoral” (Discurso del Papa Francisco al Comité de coordinación del CELAM, 28 de julio de 2013).

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para la Iglesia es Cristo hecho hombre por nosotros. Cristo revela y restaura la imagen de Dios en el hombre y le hace participar de la vida divina, de la vida eterna. La misión de la Iglesia es infundir la vida divina, alimentarla y fortalecerla en los creyentes y manifestarla al mundo; pero en cuanto formada por hombres y mujeres que viven en este mundo, también las instituciones eclesiales llevan “la imagen de este mundo que pasa” (1 Cor 7,31; cf. LG 48c), por eso hay que “ahorrarse preocupaciones” (v. 32); en cualquier caso, con los criterios de mundo “no se hace mal” (v. 36), pero se puede “hacer mejor” (v. 38). El riesgo es relajarse y descuidar lo que realmente es la misión de la Iglesia y de la manera que se debe realizar en este mundo; perder el dinamismo de buscar el reino de Dios por el que luego lo demás vendrá por añadidura (cf. Mt 6,33). Queda, según san Pablo, como solución “vivir como si no”. Éste es el reto de las instituciones eclesiales, especialmente de los institutos de vida consagrada. La carta circular “Líneas orientativas…” hace “memoria de opciones innovadoras y proféticas” que han hecho las personas consagradas a lo largo de los siglos, para invitar a una formación de los miembros en el campo económico y mantener vivo “que las opciones misioneras sean innovadoras y proféticas”.

La pobreza de las estructuras En materia de pobreza, al tratarse de una cuestión muy personal, es muy difícil establecer normas, más allá de lo estrictamente mandado; ya que en cuestiones de la práctica de la pobreza la norma la pone la medida del amor a Dios y a los demás. Para una comunidad cristiana es por eso mismo bastante complicado y para el conjunto de la Iglesia parece tarea imposible. Aunque ciertas comunidades actuales demuestran que si se quiere se puede, por lo profético de sus opciones para que el testimonio personal y colectivo sea evidente, sine glossa. Se trata de establecer los criterios y las normas acerca de la austeridad y la pobreza en todas las esferas: personal, comunitaria e institucional. Porque (dando por descontadas la disposición y la determinación personales, libres y voluntarias) la pobreza es cuestión de vigilancia. Sin vigilancia y control del uso de los bienes no hay pobreza. Ello supone criterios compartidos y aplicación de los mismos en cualquier instancia. Los criterios son los que se han ido creando como parte del patrimonio espiritual y carismático, de las sanas tradiciones, las costumbres consolidadas, etc.; la aplicación depende de los órganos de gobierno para tomar las decisiones pertinentes y vigilar para que se cumplan. Como decía el papa Francisco en el mensaje enviado al Simposio: Se debe vigilar atentamente para que los bienes de los Institutos sean administrados con cautela y transparencia, sean tutelados y preservados, combinando la prioritaria dimensión carismáticoespiritual a la dimensión económica y la eficiencia, que tiene su propio humus en la tradición administrativa de los Institutos que no tolera desperdicios y está atenta al buen uso de los recursos. La pobreza personal es custodiada por la pobreza comunitaria y ésta a su vez por la institucional. Si se descuida la vigilancia, como cuidado del espíritu de pobreza de los unos por los otros, la consecuencia inevitable es la acumulación de bienes. Porque hay que ser muy fuerte espiritualmente para mantener criterios personales si no se hace en un entorno comunitario; y a su vez una comunidad relaja su austeridad si la institución globalmente no mantiene firmemente unos criterios globales. Conservar el espíritu de pobreza así como la práctica de la misma no debe ser resultado de una deficiente estructura económica heredada, eso sería obrar por necesidad y en ello no hay virtud. Debe ser por 3

convencimiento de que tiene que ser así. Las instituciones deben servir para ayudar a las personas y no tienen porqué desviarse de sus fines: Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo. (EG 26c) A las estructuras las pervierten las personas que no mantienen con firmeza los objetivos, ideales, criterios, etc. a los que las instituciones deben servir: “Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen; no será así entre vosotros” (Mt 10,42ss). La Iglesia no tiene por qué desviarse de sus principios, si los cristianos no quieren que así suceda; para eso la guía de los pastores es esencial. La base es la determinación personal de cada uno de que así sea y el compromiso comunitario de fidelidad, impulsado por los responsables y ayudados por su labor de vigilancia.

El funcionalismo Porque la cuestión estriba en que siempre se empieza a hacer las cosas con buena voluntad y espíritu de servicio, de entrega y de desprendimiento de sí mismo; pero dura poco: el esfuerzo y la fatiga pronto hacen mella en la buena voluntad (cf. Lc 10,38ss). Aunque el verdadero problema no es el cansancio (el papa Francisco habla de “acedia” en EG 81-83), sino el apego del corazón a lo que se hace y que se olvida de la intencionalidad primera y de las motivaciones profundas que dieron lugar al trabajo. Se apaga el amor y sólo queda la obligación; se termina lo que constituye el móvil y sólo queda la actividad que hay que realizar. Y eso agota a cualquiera, porque se pierde la riqueza del corazón y se pretende sustituir por cualquiera de las riquezas de este mundo. Pasa lo mismo a las personas que a las comunidades e instituciones. Se comienza con entusiasmo y grandes deseos de amar y servir a Dios y al prójimo y se acaba pensando sólo en sí mismo: la auto-referencialidad que denuncia el papa Francisco con tanta insistencia, porque tanto daño hace a las personas y a las comunidades. Por eso es necesaria la referencia a los pobres y a las necesidades de los demás con un amor que nos saque de nosotros mismos y nos haga “amar hasta que duela”. La tendencia a una vida acomodada y burguesa es inevitable y mucho más en las instituciones que por definición son lentas y presentan mucha inercia ante los cambios. Por eso tienen el peligro de crecer desmesuradamente y lo que al inicio era un instrumento claramente al servicio de la misión poco a poco va sirviendo a otros fines también claramente auto-referenciales (seguridad, prestigio, comodidad…). “Una Iglesia pobre y para los pobres” significa: 1. “Pobre”: Pobreza en las estructuras y medios y en la apariencia externa (“como el dedo del Bautista que apunta a Cristo”, decía un obispo). Austeridad y simplicidad como estilo de vida y de hacer las cosas que invite a la austeridad personal y comunitaria, al trabajo, al servicio, al desprendimiento de las cosas y de sí mismo. Que no acumula y saber decir “no” a lo superfluo, al lujo, a la comodidad, al lucro inmoderado… 2. “Para los pobres”: Con una clara referencia a la misión evangelizadora, no centrada en sí misma. Libre de sí misma y desprendida de sí misma y de las cosas; dispuesta a dar “no sólo lo superfluo, 4

sino también hasta lo necesario” (GS 69; SRS 31). Con una clara jerarquía de valores: primero las personas, luego las cosas. Renovando constantemente la opción por los pobres, descubriendo y acercándose a las nacientes pobrezas humanas (materiales, morales y espirituales) que surgen con el devenir de la historia, como dice el Papa en el mensaje enviado al Simposio. No es una actitud de lavar la imagen ante la opinión pública, sino volver a los principios de la Iglesia tanto el estilo de vida de las primeras comunidades cristianas como sobre todo a los principios teológicos. Porque en un contexto de cristiandad era muy fácil acomodarse al entorno y perder la tensión por el testimonio y la misión. Pero los tiempos han cambiado y ahora es necesaria una nueva evangelización; hay que recuperar el fervor de los orígenes que llevó a los primeros cristianos a ser evangelizadores y a la Iglesia a ser fermento en medio de la masa. Hay que lograr ser una presencia significativa en el conjunto de la sociedad y eso pasa por ser testigos de algo distinto de las cosas de este mundo: tener criterios de acuerdo con el evangelio y aplicarlos con decisión. No hay que cuidar de la institución en sí misma sino que la institución sea signo e instrumento de evangelización. Lo primero es típico de un contexto de cristiandad; lo otro es necesario en un contexto de misión.

La evangelización y los medios Muchas veces se piensa que para evangelizar hacen falta muchos medios, pero eso no es verdad, sin más matizaciones. Los medios son necesarios para sustentar la acción evangelizadora porque es llevada a cabo por personas humanas que viven en este mundo. Como afirma la carta circular, los bienes eclesiásticos son “medios al servicio de las finalidades propias de la Iglesia”. Para evangelizar hacen falta personas enamoradas de Cristo y de su Evangelio, dispuestas a ser testigos y a comunicarlo a otras personas. Este principio teológico, en sí evidente, se olvida con demasiada frecuencia. La nueva evangelización está llamada a recuperarlo. La nueva evangelización es nueva en sus protagonistas, en sus su ardor y en sus métodos. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». (EG 120) Implica tener presente la primacía de lo espiritual: la evangelización la llevan a cabo “evangelizadores con Espíritu” (EG cap. V) que necesitan medios para su tarea; pero hay que tener claro que no evangelizan las estructuras, las cosas, la organización o los planes en sí mismos. Ciertamente todas esas cosas son necesarias pero no como condición previa (y mucho menos imprescindible) para la evangelización. La novedad de los protagonistas supone valorar la aportación que todo cristiano puede y debe hacer a la evangelización, sin discriminar a nadie por su pobreza (económica o formativa o cultural). Significa además privilegiar el apostolado de tú a tú, personal y directo (cf. EG 127ss), a los planes y estructuras pastorales. En cuanto a la forma de la evangelización, supone que la acción pastoral sea una acción del conjunto del pueblo de Dios, una verdadera acción eclesial. Las grandes estructuras y planes pastorales con frecuencia 5

desvían de este objetivo porque siendo buenos en sí, la realización exige grandes esfuerzos que superan las posibilidades de la gente más sencilla. Se hace mucho por la gente pero sin contar con ella ni con la posibilidad que se impliquen. Es así como paulatinamente una institución eclesial se vuelve auto-referencial, centrada en sí misma y no en los demás y crece desmesuradamente, dejando además de lado a los verdaderos protagonistas de la evangelización. Desde un punto de vista pastoral son esfuerzos inútiles y hasta contraproducentes porque no son acciones eclesiales (en este sentido da que pensar el éxito de las comunidades cristianas evangélicas y pentecostales entre la gente más sencilla, precisamente porque a pesar de las deficiencias palpables en formación doctrinal permiten involucrarse a las personas de lleno). Respecto de la financiación (sobre todo en las Iglesias con más carencia de medios personales y económicos) hay que decir que la práctica milenaria de la comunión entre las Iglesias y la ayuda recíproca no debe sustituir a la implicación personal y económica de las personas y comunidades destinatarias. Tiene simplemente carácter subsidiario como ayuda. Esto implica que -tal vez- ciertos proyectos por buenos y necesarios que sean se deben posponer si la única forma de realizarlos es con medios externos a la comunidad y ésta no se va a sentir suficientemente involucrada. “Una Iglesia pobre y para los pobres” tiene que ser una Iglesia más comedida como institución y que fomente la libertad de los fieles en cuanto al espíritu misionero y el ímpetu evangelizador, también con iniciativas apostólicas organizadas (cf. cc. 211 y 216). Si en un momento dado de la historia esta jerarquía de valores se subvirtió, es el momento de volver a poner orden con criterios evangélicos y evangelizadores. La Iglesia como institución no puede sustituir a los cristianos; como madre debe potenciar a sus hijos y hacerlos crecer y madurar en la fe en Cristo y en el compromiso cristiano y apostólico. Debe vivir más el misterio divino que la constituye y menos lo institucional y humano (EG 111).

El único criterio cristiano: el amor En cualquier caso, el mandamiento primero y principal es el amor a Dios y luego el segundo amar al prójimo como a uno mismo. Así que todo en la Iglesia debe servir para cumplir estos dos mandamientos y, si no, no es verdaderamente bueno ni útil. Por eso una institución que sólo se sirve a sí misma (auto-referencial) ciertamente no sirve para amar a Dios y al prójimo, no es cristiana en definitiva. La auto-referencialidad es tan dañina al espíritu (de la persona propiamente y de las instituciones por extensión) porque mata interiormente, incapacita para amar, sólo conoce el amor narcisista. Puede ser que se hace algo por cierta forma de amor a Dios, pero debe ir unido al amor al prójimo, si no, no es verdadero amor o amor según la verdad (caritas in veritate). Una institución no se mueve por el amor al prójimo, mientras no esté abierta a las necesidades de otros y piense sólo en sí misma: sus fines, sus necesidades, sus miembros, etc. La trampa del funcionalismo es pensar que sí la institución cumple con los fines propios (obviamente de tipo religioso) ya sirve a los demás. Lo engañoso de este razonamiento lo expresa muy bien el evangelio en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25ss). Por desgracia, muchas instituciones eclesiales pasan de largo ante las necesidades concretas de las personas porque tienen que

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cumplir con sus obligaciones estatutarias. No por casualidad el CIC dice que los institutos religiosos deben dar de sus propios bienes para los pobres2. Por eso tiene razón el Papa al denunciar una vivencia hipócrita de la pobreza y al proponer un programa de pobreza que parece demasiado exigente y poco realista. Pero está convencido no sólo de su necesidad sino de que es posible y urgente ponerlo en práctica. Es evidente que el mundo sigue unos criterios distintos y hasta opuestos: de lujo, ostentación, fama, vanidad, poder, buena imagen… Por eso la Iglesia debe discernir según el criterio del Evangelio: el amor a Dios y al prójimo. Las instituciones eclesiales deben ayudar a los miembros a cumplir con el mandamiento del amor a Dios y al prójimo; para eso deben tener criterios claros, conocidos y aceptados por todos que ayuden a discernir lo que es necesario para la misión de lo que es auto-referencialidad y auto-complacencia. La carta circular “Líneas orientativas…” recuerda que en la formación inicial se deben dar a conocer y en la permanente se deben recordar continuamente para un ejercicio de discernimiento constante acerca de la vivencia y es testimonio de pobreza, personal y comunitario.

Pistas para algunos criterios concretos La carta circular ofrece una serie de referencias prácticas y concretas con el objetivo de ayudar a “vivir evangélicamente la dimensión económica” de forma que “los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica podrán encontrar un renovado impulso apostólico para seguir su misión en el mundo”. Dice que desea que sean una “ayuda para que los Institutos respondan con audacia renovada y profecía evangélica a los desafíos de nuestro tiempo y puedan continuar siendo signo profético del amor de Dios”. Cada instituto deberá llevar a cabo esta reflexión en su propio seno. Aquí sólo se ofrece alguna sencilla pista, a modo de apretada síntesis. Ya la cita del Evangelio que la inspira es significativa: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12, 48). Porque intenta que los institutos de vida consagrada vivan de forma práctica la “lógica del don” (de la que habla el Papa en su mensaje al Simposio) que les es propia y característica para continuar dando un testimonio evangélico y siendo un signo profético en la Iglesia y el mundo. Recuerda que son “recursos que la Providencia ha puesto a disposición de la Iglesia para que desarrolle con mayor eficacia su misión de servir a Cristo y a los pobres, según diversos carismas”. Además resalta que siempre los bienes eclesiásticos son “medios al servicio de las finalidades propias de la Iglesia”. A título orientativo y como pistas de reflexión se podría decir que hay que considerar los siguientes criterios generales: 1. Confianza en la providencia divina Testimoniar el principio de gratuidad y la lógica del don. Evitar la excesiva preocupación por el mañana (no aquella justa, en cuanto previsión por los contratiempos de la vida, la enfermedad o la vejez). Privilegiar la dimensión espiritual de la misión apostólica. 2

C. 640: Teniendo en cuenta las circunstancias de los distintos lugares, los institutos esfuércense en dar testimonio, de algún modo colectivo, de caridad y de pobreza y, en la medida de lo posible, han de destinar algo de sus propios bienes a las necesidades de la Iglesia y al sustento de los pobres.

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Poseer sólo los bienes indispensables para el ejercicio de la misión y evitar la acumulación innecesaria de bienes: discernir el uso que se hace de las obras, planificar los recursos en proyectos a largo plazo, verificar la sostenibilidad de las obras, crear si es necesario estructuras más ágiles y más fáciles de gestionar. 2. Pobreza efectiva Actuar siempre y en todo con principios evangélicos y de la doctrina social de la Iglesia. Cuidar la transparencia y la vigilancia; ajustarse a presupuestos y hacer balances económicos. Hacer la declaración del patrimonio estable del instituto como la “dote permanente […] para facilitar la consecución de los fines institucionales y garantizar la autosuficiencia económica”. Colaborar con la Iglesia local y los otros institutos de vida consagrada. Formar a los miembros en cuestiones económicas para que vivan el voto de pobreza también en la gestión económica. Vigilar por una auténtica comunión de bienes entre todas las instancias del instituto y por la solidaridad entre miembros, comunidades y órganos de gobierno. 3. Servicio a los pobres Recordar que “existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (EG 48); entender la opción por los pobres como “categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (EG 198) y reconocer su papel en la tarea de la nueva evangelización. Privilegiar el signo de la opción por “los últimos”, “por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). Dispensar a los pobres “una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (EG 200). Hacer opciones misioneras “innovadoras y proféticas”, que equivale a ser “una Iglesia en salida” (cf. EG 20ss). La mejor conclusión son las palabras del papa Francisco en el mensaje que envió al Simposio. Recordaba la importancia del testimonio de pobreza de la vida consagrada, pero advertía: “No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos, los niños”. Por eso alentaba a las personas consagradas: “Sed todavía hoy, para la Iglesia y para el mundo, la avanzada de la atención a todos los pobres y todas las miserias, materiales, morales y espirituales, como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio, que nos enseña a confiar en la Providencia de Dios”.

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