Teoría y Crítica. Estado de la cuestión

July 8, 2017 | Autor: Julio Arroyo | Categoría: Architecture, Theory Of Architecture, Arquitectura, Teoria de la Arquitectura
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL FACULTAD DE ARQUITECTURA Y URBANISMO

TALLER PROYECTO ARQUITECTONICO III – IV Comisión Arq. Julio Arroyo

TEORÍA Y CRÍTICA Estado de la cuestión

ARQ. JULIO ARROYO

PUBLICACION DE LA CATEDRA

SERIE: ENCUADRES 2006

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FACULTAD DE ARQUITECTURA DISEÑO Y URBANISMO – UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL

TALLER PROYECTO ARQUITECTONICO III – IV – 2007 comisión Arq. Julio Arroyo

El propósito de este trabajo es el reconocimiento del estado de situación de la teoría y la crítica en el marco académico de la FADU. Para ello se intentará hacer una mención de los autores que, con distintos grados de centralidad y peso gravitatorio, estuvieron vigentes en el debate a lo largo de los últimos 25 años. En este tiempo se fueron renovando posiciones y abriendo nuevos encuadres, en ocasiones contradictorios entre sí, desencantados y provisorios en otras; consideradas en conjunto, es posible reconocer un campo de tensiones en el que se pretende colocar este texto.

CRÍTICA Manfredo Tafuri proponía hacia fines de la década de los sesenta que criticar significaba …recoger la fragancia histórica de los fenómenos, someter a éstos a una rigurosa valoración crítica, descubrir sus mixtificaciones, valores, contradicciones y dialécticas internas y hacer estallar toda la carga de sus significados.1 Su propósito era hacer una “…despiadada criba de las bases mismas del movimiento moderno /…/ como monolítico corpus de ideas, de poéticas, de tradiciones lingüísticas.” Para ello planteaba la necesidad de hacer una crítica ideológica (en el sentido marxista) implacable no sólo de sus objetos sino también de sí misma puesto que la crítica “…está obligada, como la arquitectura, a revolucionarse continuamente buscando los parámetros adecuados a cada momento”. Ello exigía una fundamentación rigurosa de los instrumentos críticos comenzando por la tradición empírica de la postguerra que le permitió “…injertar, sucesivamente, las contribuciones del realismo de Lukács, del existencialismo y del relativismo, de la fenomenología de Husserl, de algunos aspectos rescatables de Bergson, de un revisado puro-visibilismo de marca fiedleriana, del crocianismo y más recientemente, de la Gestaltpsychologie, de la lingüística estructural, de la semántica, de la semiología, de la teoría de la información y del estructuralismo antropológico”.2 Un eclecticismo de vasto alcance que, al igual que el empirismo, reconoce tan necesario como limitado y por lo mismo sujeto a permanente revisión. Su llamado a desmontar, a desentrañar los objetos dejando al desnudo sus contradicciones propias y las de los soportes de validación ideológica suponía una obligación ética a la vez que una operación práctica. La crítica se presentaba no sólo como operación de denuncia de las ideologías y estructuras de poder implicadas en la obra sino también como la condición 1 TAFURI, Manfredo (1970). Teorías e historia de la arquitectura. Hacia una nueva concepción del espacio arquitectónico. Laia, Barcelona, 1973, p. 11. 2 Ibidem, p. 17.

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necesaria para el proyecto crítico, adquiriendo la crítica un carácter operativo y un sentido de desmixtificación de la institucionalidad de la arquitectura. Por crítica operativa, dice el autor, “se entiende comúnmente un análisis de la arquitectura /…/ que tenga como objetivo no una advertencia abstracta, sino la ´proyección´ de una precisa orientación poética, anticipada en sus estructuras y originada por análisis históricos dotados de una finalidad y deformados según un programa.” 3 Agrega luego que “…semejante tipo de crítica fuerza la historia pasada, puesto que, al investirla de una fuerte carga ideológica no está dispuesta a aceptar los fracasos y las dispersiones de que está llena la Historia; fuerza el futuro, porque no se contenta con registrar los acontecimientos, sino que empuja hacia soluciones y problemas no planteados todavía...” Planteada como una crítica interna a la modernidad, es decir, afirmada en sus propios argumentos lógicos y éticos, su proyecto intelectual descansa sobre una razón sustantiva encarnada en una subjetividad auto-conciente que destaca en el cielo del humanismo ilustrado y pone en el centro a un sujeto que asume plenamente los desafíos de la Historia. La crítica sólo tiene validez si parte de hechos reconocidos en el contexto histórico del que es parte por lo que la crítica es un tipo de acción material y no resultado de la contemplación idealista, separándola de la estética y estableciendo una alianza, que llega al punto de ser una identificación, con la historia. Dice al respecto: “la crítica arranca siempre, del modo que sea, del acontecimiento actual del ámbito cotidiano, con sólo buscar sus significados y razones; y no es posible definir aquellos significados y aquellas razones sin reinserir el acontecimiento artístico en las estructuras de la Historia.” 4 El planteamiento de Tafuri es frontal. Crítica es desmixtificación de la historia, historización del presente, proyección exploratoria, formulación de problemas, utopía, proceso continuo, búsqueda de significados plurales, orígenes múltiples; en síntesis, es “…el descubrimiento del retículo de las relaciones inconscientes, desconocidas, que está subyacente a las elecciones figurativas, que está detrás de los códigos arquitectónicos y que los informa, que liga aquellos códigos al comportamiento social, a los mitos, a la dialéctica histórica.” 5 Esa crítica que se identifica con la historia permite un conocimiento de la realidad que también hace estallar al sujeto en su ingenua búsqueda de certezas. Tafuri dirá después que “.ya no hay otra posibilidad que la de trazar la historia que lleva al divorcio entre significante y significado…” 6 Sin embargo, ve en el juego de significados abiertos técnicas diferenciadas de dominio que deben revisar la pertinencia misma de la crítica, advirtiendo (y 3

Ibidem, p. 177. Ibidem, p. 212. 5 Ibidem, p. 233. 6 TAFURI, Manfredo (1980). La esfera y el laberinto. Vanguardia y arquitectura de Piranesi a los años setenta. Barcelona, G. Gili, 1984, p.10. 4

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parafraseando a Nietzche) que “…el lenguaje que debería – `desplazar y romper rocas`”-, es él mismo una ´roca´” 7, es decir, un instrumento en sí mismo enmascarador de la realidad y por lo tanto poco adecuado aunque insustituible para la crítica. La vastedad del aparato epistemológico que moviliza la propuesta de Tafuri, la carga de erudición que conlleva, la consistencia de su producción bibliográfica, estableció un aforo tan difícil de alcanzar como ineludible de considerar, saturando el campo de la crítica arquitectónica. Casi treinta años después, Ignasi de Solá-Morales señalará que Tafuri había dejado de interesarse por la arquitectura contemporánea y con ello canceló “la posibilidad de disponer de lo que convencionalmente se ha llamado crítica.” 8 Tal desinterés se debió, en la opinión de Solá-Morales, al fracaso de la neovanguardia, que había llegado a un extremo distanciamiento con la realidad cerrándose un proceso de fractura entre la arquitectura, “cada vez más desarrollada como un acto privado, solitario y subjetivo”, y el mundo real y cotidiano. Solá-Morales fue más allá al decir que esta retirada de Tafuri, verificada en los años ochenta como una reorientación de sus estudios hacia el neoclasicismo, no era un simple cambio de los materiales de trabajo sino un actitud madurada “…desde finales de los años sesenta, a través de la definición de unos objetivos propios de la historia de la arquitectura, totalmente distintos de los discursos internos del sistema de los objetos arquitectónicos y de su producción.” 9 Agrega que existió en Tafuri “…un reduccionismo propio de las aproximaciones dualistas, basadas en oposición de conceptos tales como trabajo concreto/trabajo abstracto; objetividad/subjetivismo; realidad/ideología, cuya consecuencia inmediata será la imposibilidad de Tafuri por incorporar los atributos convencionales de la arquitectura: valores perceptivos junto a valores afectivos que poco tiene que ver con las urgencias históricas de la historia crítica.” 10 Habría, según se deduce de la cita, una cancelación de toda aproximación fenomenológica a favor de lo conceptual de la arquitectura, una preferencia por las ciencias sociales antes que por el placer estético que producen los objetos, preferencia encubierta por un “intelectualismo crítico y un inconfesado estructuralismo” que habría recorrido toda la obra de Tafuri, quien aparece así atrapado por los prejuicios que tan insistentemente llamaba a evitar, prejuicios que Solá-Morales justifica en las posiciones ideológicas de las fuentes teóricas y las corrientes del pensamiento a las que apeló en su momento.

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Ibidem, p. 14. SOLA MORALES, Ignasi de. “Más allá de la crítica radical. Manfredo Tafuri y la arquitectura contemporánea”. En SOLÁ-MORALES, I. de, Inscripciones, Barcelona, G. Gili, 2000, p. 245. 9 Ibidem, p. 246. 10 Ibidem, p. 248. 8

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Este señalamiento que Solá-Morales hace de Tafuri tiene su sentido en la justificación de su propia y diferente actitud ideológica. Solá-Morales afirma que descree de la historia, aquella “…que hemos vivido desde /…/ Per una critica dell´ideologia architettonica, ya que no nos ayuda a mantener las armas en alto, ni las seguridades de poder separar a uno u otro lado lo real y lo abstracto, lo ideológico y lo científico, lo práctico y lo teórico, etc.” 11 Con esto el autor asume la mutación histórica originada en la caída del mundo bipolar y la experiencia existencial de un presente eternizado. Caídos los grandes relatos del proyecto emancipador de la modernidad, la historia cede paso a la experiencia plural, casual y morosa del arte, que se presenta como puro énfasis de su inconsistencia. En los noventa, Ignasi de Solá Morales constituyó una referencia tal vez incómoda pero insoslayable. Incómoda porque obligaba a recuperar en algún grado la estabilidad perdida por los desplazamientos de la supuesta solidez de la modernidad; incómoda también porque una posición históricamente situada en el Tercer Mundo, no podía sino reivindicar la necesidad del cambio social. Insoslayable, porque la evidencia de los hechos políticos y económicos en el mundo- también palpables en Argentina, no podía sino promover el escepticismo y la sospecha acerca de las reales posibilidades de un cambio radical de estructuras. Serán Michael Hardt y Antonio Negri quienes plantearán en las postrimerías del siglo XX la hipótesis que dice que “…la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismo nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominios /…/ que llamamos imperio. 12 Con ello declaran el fin del imperialismo y el surgimiento de una nebulosa en la teoría política que postula que, “…en contraste con el imperialismo, el imperio no establece ningún centro de poder y no se sustenta en fronteras o barreras fijas. Es un aparato descentrado y deterritorializador de dominio que progresivamente incorpora la totalidad del terreno global dentro de sus fronteras abiertas y en permanente expansión. El imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales a través de redes adaptables de mando…” 13 Acompañan tan desconcertante como atendible afirmación (dada la jerarquía intelectual y trayectoria política de los autores) nuevas categorías: en vez de lucha de clases, la multitud, en vez de bases organizadas movimientos neoanarquistas antiglobalización, en vez de acción política, biopolítica. Atilio Borón refuta puntualmente esta hipótesis diciendo que “…estamos viviendo un momento muy especial en la historia del imperialismo: el tránsito de una fase, 11

Ibidem, p. 252-253. HARDT, Michael y NEGRI, Antonio. Imperio. Paidós, Bs. As., 2002, p. 14. 13 Idem. 12

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llamémosle `clásica´, a otra cuyos contornos recién se están dibujando…” 14 para afirmar que “…un mundo post-capitalista y post-imperialista es posible /…/ es imprescindible…” 15 Queda establecida en el campo de la política las líneas de un debate cuyo desarrollo es concomitante con el que se suscita en el campo de la arquitectura entre forma justificada por su contenido ético (progreso, redención humana, sujeto de la historia, etc.) y forma como metáfora estética (haecceidad, objetualismo, etc.). Debilitada la teleología, la historia se reduce a relatos, la crítica al descubrimiento de la superficie de los acontecimientos y la teoría se disuelve en meros textos especulativos y conjeturales. Al respecto, y retomando a Solá –Morales, el autor dice: “Más que cuerpo teóricos lo que encontramos son ´situaciones´, propuestas de hecho que han buscado su consistencia en las condiciones particulares de cada acontecimiento” 16 En la misma línea, señala que “…en estas condiciones de posestructuralismo epistemológico y de nihilismo político, la crítica no pude ser otra cosa más que un sistema provisional /…/ puede acometer la construcción de mapas, de descripciones que, como las cartas topográficas, muestren la complejidad del territorio.” 17 Cartografías como operaciones posibles en un contexto de sobredeterminaciones y desencantos, que vienen a ocupar el lugar de una historia que, evidentemente, no está en condiciones de consumarse como proyecto emancipador. Cartografías, en fin, que al dibujarse una y otra vez expresan con igual patetismo tanto la indiferencia complaciente de quien nada se pregunta como la exasperación espantada de quien quiere recuperar la utopía perdida. Solá-Morales propuso el término arquitectura débil para referirse a una estética afín al pensamiento débil contemporáneo que parte de la no linealidad ni unicidad de la historia debido a la defección de los sistemas de la modernidad. Esto le llevó a decir que “…la arquitectura contemporánea, igual que las demás artes, se encuentra con la necesidad de construir sobre el aire, de construir en el vacío. Las propuestas del arte contemporáneo se deberán construir no a partir de una referencia inamovible, sino con la necesidad de proponer para cada paso, simultáneamente el objeto y su fundamento.” 18 La arquitectura queda desplazada del centro de las representaciones, es una actividad desde el margen, “una construcción débil de la verdad de lo real” lo que, paradójicamente, le confiere validez en un contexto de relativismo 14 BORON, Atilio. Imperio & imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. CLACSO, Bs. As., 2002, p. 21. 15 Ibidem, p. 23. 16 SOLA MORALES, Ignasi. Diferencias. Topografía de la arquitectura contemporánea. G. Gili, Barcelona, 1996, p.1 4. 17 Ibidem, p. 14. 18 Ibidem, p. 67.

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cultural. La proliferación de producciones estéticas – autojustificadas y evasivas de cualquier voluntad de constituir sistemas que organicen la realidad como totalidad- hace que se perciba al arte y la arquitectura como una experiencia fragmentaria y descentrada de la realidad, de prácticas dispersas en espacialidades contingentes. También los tiempos aparecen desdoblados en esta visión, en particular al proponerse la experiencia metropolitana como paradigma de la vida urbana. “La temporalidad no se presenta como un sistema sino como un azaroso instante que, guiado sobre todo por la casualidad, se produce en un lugar y en momento imprevisible.” 19 El sentido del lugar, el valor del proyecto, el valor de la periferia urbana, la inestabilidad de la forma, la individuación tanto de la producción como de la recepción de la obra, el carácter nomádico de los significados, son algunos de los problemas que toman vigor en los textos de Solá-Morales, textos que, referidos a la cultura de la Europa unificada y opulenta, se infiltran en los espacios marginales del mundo y sorprenden por su curiosa, sino perversa, utilidad. También en el mundo latinoamericano prolifera la experiencia de la instantaneidad, de la precariedad de los ambientes urbanos, de la ausencia de sistemas de representación total y de la movilidad de los significados, pero por motivos que la historia demuestra que son muy diferentes. El esfuerzo por recuperar una especificidad de los problemas de Latinoamérica se suscitó en la década de los ochenta por la combinación de las aperturas políticas posdictatoriales y la rampante posmodernidad de Occidente. La diferencia y la singularidad de los procesos ganaron primacía haciendo pensar en Latinoamérica como un juego de identidades regionales, de oportunidades únicas para el arte, de verificaciones de teorías y utopías impracticables en Europa, de hibridaciones, mestizajes y sincretismos inacabables, etc., que definían una axiología de lo propio y de lo nuestro. Momento ambiguo de la historia cultural, el regionalismo se alejaba, a la vez que no podía ocultar ser deudor, tanto de los determinismos históricos de la teoría de la dependencia como de las hegemonía del capitalismo globalizado cuyo contra efecto potencia la experiencia de lo local. Lentamente se fue gestando una ideología regionalista, que necesitó de autores y obras emblemáticas que los críticos detectaban con rigor sacramental, en pos de la consagración de una especificidad latinoamericana. Marina Waisman advirtió que “…con los instrumentos de conocimientos forjados en países centrales, corremos el riesgo cierto de equivocar o desconocer nuestra realidad históricoarquitectónica y urbana.” 20 Era necesario por lo tanto seguir las 19

Ibidem, p. 77. WAISMAN, Marina. El interior de la historia. Historiografía arquitectónica para uso de latinoamericanos. Bogotá, Escala, 1990, p. 11. 20

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indicaciones de Tafuri en cuanto a recoger la fragancia histórica de los fenómenos dándose a la tarea de “…reformular o formular instrumentos historiográficos adecuados para la comprensión y el análisis de esa realidad /dado que/ …la reflexión histórica es uno de los medios más completos para conocer la propia realidad y proyectar en consecuencia, un futuro propio liberado de la limitación de modelos ajenos.” 21 Con voluntad honesta, Waisman al igual que tantos críticos e historiadores de Latinoamérica, emprendió una tarea que se proponía a la vez defensiva y soberbia, al intentar construir una historia propiamente latinoamericana con la cual contener los avances del eurocentrismo. Pero la historia no estaba sola en semejante tarea. Junto a ella, la teoría y la crítica “…son tres modos de reflexionar sobre la arquitectura, íntimamente entrelazados, a menudo confundidos en el pasado, que se diferencias por sus modos y objetivos y cumplen, además, distintas funciones para el pensamiento y la praxis.” 22 El pensamiento regionalista demoró la lectura de la evolución del sistema capitalista y sus efectos a escala mundial. Otorgó centralidad a la idea de una diferenciación por esencias, nunca terminadas de dilucidar, que resultaron de escaso valor para enfrentar estratégicamente los procesos de la contemporaneidad con los cuales quiere involucrarse la asignatura. Fue un tiempo de abundante producción de textos, que hallaban su confirmación en encuentros y seminarios, pero también de onerosas demoras en adquirir instrumentos más estratégicos para la articulación inteligente con el mundo globalizado. Mientras en los ámbitos académicos de la arquitectura se pensaba en clave regionalista, las prácticas profesionales avanzaban hacia un pragmatismo cortoplacista, ramplón y complaciente con las crecientes exigencias del mercado, adscribiendo a la estética del posmodernismo historicista con resultados tan ingenuos como degradados. Haciendo la salvedad por quienes a la luz de las jóvenes y condicionadas democracias intentaron recuperar un sentido de compromiso social para su práctica profesional, subsistían formas de ejercicio totalmente divorciadas y desinteresadas por cualquier implicancia crítica, entrándose en un productivismo ignorante. En muchos sentidos puede hablarse de los ochenta como una década perdida en Argentina y por supuesto, también en la producción de la crítica arquitectónica. Hacia mediados de los noventa, Marina Waisman revisa y articula con mayor complejidad su posición. Asumiendo la crisis de un mundo post revisa los tópicos de la disciplina aceptando la existencia de un modo de entender el universo en el que “…la indeterminación y el azar desempeñan papeles fundamentales, en 21 22

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Ibidem, p. 11. Ibidem, p. 29.

el que las tendencias y las probabilidades ocupan el lugar anteriormente reservado a las leyes, en el que se subraya la importancia de las diferencias y de lo particular frente a las generalizaciones, en el que la acción del tiempo se traduce en una realidad en perpetuo cambio.” 23 Apartándose del regionalismo se aboca a reconocer el realismo en el marco de un proceso de creciente consolidación de las economías neoliberales. Los noventa vieron cómo se imponía un rumbo a la sociedad argentina. Una sociedad que no pudo ni supo jugar la oportunidad histórica de la democracia recuperada con tanto costo social y económico. La hegemonía del neoliberalismo y su impronta como capitalismo financiero y transnacional, su fuerza expansiva potenciada por las tecnologías de la comunicación y el consumo, sumado al clima nihilista y escéptico del final de siglo terminó de marcar el rumbo del mundo y también del país, dando lugar a las configuraciones que convenimos en llamar contemporaneidad. Roberto Fernández se propone “…investigar el después de la posmodernidad, como el presente cultural aceleradamente superador de los hitos conceptuales de los 90. Un después de la posmodernidad, que nos ofrece algunos indicios, a saber: a) la consolidación de la globalidad político-económico-cultural /…/; 2) un reaprovechamiento de la circulación de la información global /…/; 3) un cambio escalar en las formas de la habitabilidad, que reorganiza modos de antropización territorial que superan las tradiciones urbanas y que impone nuevas condiciones de proyecto /…/; 4) un desplazamiento de criterios/valores tradicionales de la modernidad y el capitalismo –como el producto o el ciudadano, la planificación o el empleo- hacia otras dimensiones como el servicio o el consumidor, la gestión o la precarización laboral.” 24 Desde el sujeto la contemporaneidad es el entramado de relaciones vividas que dan sentido de pertenencia a un tiempo que, siendo histórico, se experimenta como un intenso presente en curso. Los procesos y fenómenos de la contemporaneidad nos involucran sin distanciamientos magnificándose la experiencia de vida por la conciencia del tiempo que se vive. En este marco de condicionamientos objetivos y experiencias de vida, es necesario revisar el estatuto del proyecto y de la arquitectura. Para ello Fernández busca la articulación de “problemas y oportunidades” lo que permitiría “…configurar un basamento crítico y teórico susceptible de relacionar crítica (máxima) y proyecto (mínimo).” Nuevamente se invoca a la crítica como condición para la acción, pero es una crítica careciente del 23 WAISMAN, Marina. “La crisis: apocalípticos o integrados”. En La arquitectura descentrada. Bogotá, Escala, 1995, p. 100. 24 FERNANDEZ, Roberto. Después de la posmodernidad. Análisis del mapa proyectual contemporáneo. Mimeo, Rosario, 2003. p. 4.

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ímpetu desmixtificador que adquiría con Tafuri para ser una operación de reconocimiento de “…problemas que el grado de desarrollo de la fase avanzada del capitalismo le asigna, mediante los procesos de globalización, a la calidad de vida social /…/ El proyecto mínimo supone admitir un nuevo rol, básicamente ligado al potenciamiento de la efectividad cultural (ya no socioproductiva) de la arquitectura…”25 Acabada la modernidad, para Fernández la arquitectura sólo puede ser un juego a la zaga de oportunidades coyunturales cuyos efectos se miden en la segmentada peculiaridad de los archipiélagos urbanos en los que la idea sistémica y global de ciudad, es ya totalmente inasible. Sin embargo, las posibilidades aún existen; reconociendo que “pensar arquitectónicamente la ciudad implica la posibilidad de poner en juego todo el bagaje de conocimiento que la disciplina atesora históricamente”, Fernández piensa que todavía la arquitectura “…puede tener la posibilidad de pensar la crisis de la ciudad: su anomia creciente, su derroche energético, su puesta al borde de las condiciones de sustentabilidad…” 26 Reivindicando la arquitectura como “…cultura del espacio y como forma de conocimiento que puede apuntalar intervenciones mucho más diversificadas, incluso inmateriales”, encuentra en la pequeña gestión, en un asesoramiento o en intervenciones modestas una pervivencia del proyecto. El proyecto en la ciudad posmoderna, o en la ciudad de la posurbanidad como prefiere decir el autor, no está imbuido de fuerza transformadora y voluntad de representación del cambio, pero todavía puede ser una forma necesaria de mirar el espacio de la ciudad. Concluyendo este texto, sin por ello haber agotado el tema, Jorge Francisco Liernur propone una inversión de la mirada al decir que “…mucho mas apropiado me parece apuntar a una crítica latinoamericana de la arquitectura contemporánea. Esto es a una crítica de las ideas y las obras que actualmente se producen en todo el mundo, realizada por quienes por definición portamos un punto de vista permeado por la realidad del subcontinente.” 27 Entiende que en Argentina se “…hizo hegemónica una modalidad de análisis que, embanderada en torno a la idea de la ´otredad´ de la arquitectura latinoamericana, estableció su modelo de referencia basado en la sencilla ecuación adentro/afuera.” Este esquema todavía hoy inhibe la posibilidad de explorar “sin ninguna restricción de objetivo ni de método” la producción de la arquitectura en la contemporaneidad. Al fijar un mecanismo de convalidación/denuncia no hace sino una inversión aparente de la narración euronorteamericana de la que procura protegerse.

25 FERNANDEZ, Roberto. “Archipiélagos urbanos. Notas para una teoría del proyecto-fragmento”. En Derivas. Arquitectura en la cultura de la posmodernidad. Santa Fe, Ediciones UNL, 2001, p. 125. 26 Ibidem, p. 113 27 LIERNUR, Jorge. F. Consideraciones sobre la crítica contemporánea de arquitectura. Material cedido por el autor. 2004.

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Tal vez sea este último criterio el que venga a respaldar el modo en que se propone el abordaje –amplio e irrestricto- de la arquitectura producida en la imprecisa condición de la contemporaneidad, entendiendo que es pertinente enfrentar el mundo con mirada desinhibida pero atenta, aceptando los campos en constante redefinición de la arquitectura como conocimiento y como práctica que, desde su repliegue de sentido, aún es una fibra crispada con la cual es posible azuzar las realidades del presente.

TEORÍA La definición desde la teoría del marco conceptual de la asignatura requiere considerar que por teoría se entiende un vasto e impreciso conjunto de textos que difieren en su finalidad y sentido. Aceptada la convención de que, junto a la historia y la crítica, la teoría es una de las formas de reflexionar acerca de la arquitectura, sus objetos y sus prácticas, inmediatamente se abren diferentes interrogantes: ¿Se trata de una reflexión acerca de la arquitectura como saber o como hacer, es decir, como campo de conocimiento (una disciplina) o como producción técnica (ejercicio de una profesión)? ¿Es previa o posterior al proyecto? ¿Construye su objeto en los procesos del pensamiento arquitectónico (corrientes filosóficas, conceptos disciplinares, sentidos éticos, ideologías, expectativas), de la producción/gestión del proyecto (métodos de diseño, gestión del proyecto) o de la condición fáctica del objeto/obra (forma/utilidad/materialidad, pragmática/semántica/sintagmática, morfología/tipología/tecnología, estética/historia/construcción, sistema/subsistema/contexto/universo, etc.)?¿Existe como un campo epistemológico autodeterminado y contenido o como héterodeterminado y abierto? ¿Por su finalidad debe ser prioritariamente prescriptiva, descriptiva, celebrativa, condenatoria o ponderativa de prácticas y producciones? La multiplicación de preguntas explica la complejidad de una definición taxativa. La consideración de los siguiente autores –sin ánimo de agotar la extensión de la bibliografía disponible- contribuye a despejar algunos interrogantes y al armado del campo de trabajo. Hanno-Walter Kruft permite una vía de entrada al manifestar que “…entre la arquitectura y la teoría no existe una relación causal.”28 Ya que “…el arquitecto, individualmente, no tiene que ofrecer una teoría personal si su actividad está en consonancia con las normas de tiempo /…/ ni el teórico tiene que comprobar por sí mismo la consistencia de su teoría.” En la perspectiva del autor 28

KRUFT, Hanno-Walter (1985). Historia de la teoría de la arquitectura. Tomo 1. Desde la Antigüedad hasta el siglo XVIII. Alianza, Madrid, 1990, p. 19.

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existe una independencia operativa entre la teoría como especulación intelectual y la producción, pero ello no implica indiferencia ya que la teoría debe entender en el tramado de las relaciones históricas ya que “…una idea no es importante, lo que interesa es bajo qué circunstancias y en qué contexto fue formulada.” La condición histórica de la teoría lleva a que ésta haya sido influenciada por los desarrollos del pensamiento en el campo de la estética, la filosofía de la historia y la política, de la sociología y la antropología y la cultura, y por las evoluciones en el conocimiento de las ciencias fácticas en general, así como de la ecología, la construcción y las tecnologías. En esta perspectiva la teoría se define por sus dependencias externas perfilándose como un campo permeable de conocimientos concurrentes, en constante redefinición. Kruft reconoce que desde un punto de vista metodológico una historia de la teoría de la arquitectura admite diversas posibilidades, entre ellas la de investigar conceptos consecutivos (tales como proporción, simetría, orden, ornamento, función, tipo, etc.), pero no en forma abstracta puesto que se arriesga a perder la posibilidad de detectar la polivalencia de los mismos, que una puesta en relación histórica favorece. Dice el autor: “…para hacer afirmaciones sobre teoría de la arquitectura en un sentido estricto es necesario conocer el contexto teórico artístico y filosófico (también ideológico) que permite determinar su punto de vista histórico…” 29 Aceptada esta condición de saber situado, Kruft se pregunta por la orientación del mismo, que puede ser eminentemente teórica o práctica, “…dependiendo de si el autor examina minuciosamente la tares y las posibilidades de la arquitectura y da con ello impulsos para transformaciones, o si, con escasa motivación teórica, quiere dar instrucciones prácticas de construcción, frecuentemente en forma de una complicación de ejemplo.” 30 Surge acá el carácter transformador de la realidad que puede adquirir una teoría cuando se formula con miras a su articulación política con los procesos productivos. De tal modo la teoría no sólo puede llegar a conformar una completa axiomática sino una deontología para la práctica (funcionalismo, organicismo, metabolismo), deviniendo una ideología. Reconociendo en el autor un interés por la historia de la teoría –que no es el perseguido por la asignatura- sus aportes contribuyen a despejar inicialmente algunos conceptos y en tal sentido es citado. Por su parte, Kate Nesbitt dice de la teoría que “…es un discurso que describe la práctica y producción de la arquitectura e identifica desafíos para la misma /…/ superponiéndose con, pero diferenciándose a la vez, de la historia y la crítica.” 31 La definición 29

Ibidem, p. 15. Idem. 31 NESBITT, Kate (editor). Theorizing a new agenda for architecture. An anthology of architectural theory 1965-1995. Princeton Architectural Press, New York, 1996, p. 16. (Traducción propia). 30

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como discurso dispara otra perspectiva, quedando involucrada la teoría en las prácticas de sentido, los dispositivos de comunicación y las subjetividades. La teoría es “especulativa, anticipatoria y catalítica”, dice, “…establece soluciones alternativas basada en observaciones del estado actual de la disciplina o bien ofrece nuevos paradigmas de pensamiento para la aproximación a los temas”. Así, la teoría es una actividad paralela a la producción, de amplio alcance y múltiples objetivos, ya que no se define por la sistematización de conocimientos sin por la capacidad para focalizar nuevas problemáticas, temas y desafíos a la vez que abre perspectivas al reconocer nuevos paradigmas que permiten un pensamiento alternativo. En su antología Nesbitt incluye textos recientes, encuadrados en el posmodernismo, al que caracteriza como período histórico con una relación específica con el modernismo, como variedad de paradigmas significantes (marcos teóricos) para la consideración de temas y objetos culturales y como un grupo de temas que quedan instalados. Identifica como los paradigmas que prioritariamente conforman la teoría contemporánea a la fenomenología, la estética, la teoría lingüística -que desdobla en semiótica, estructuralismo, posestructuralismo y deconstrucción-, el marxismo y el feminismo.32 Entre los temas incluye la relación entre historia e historicismo, el significado, el lugar, la teoría urbana, las agendas política y ética, y el cuerpo. Estos temas se van abriendo en abanicos de problemáticas que dibujan claramente el clima cultural anglosajón, tan agudo en sus especulaciones intelectuales como confuso en sus horizontes éticos. El planteamiento de Nesbitt está ampliamente afectado por la teoría cultural, tan desarrollada en la costa este norteamericana, que ha proliferado en el clima de la deconstrucción y el posestructuralismo. Roberto Follari dirá que estos estudios han dado lugar “…a un curioso efecto de pérdida de filo conceptual, a la vez que generalizada retorización de posiciones supuestamente radicals, (con lo que se ha logrado hablar) de política sin hablar de política en serio ni retar el poder.” 33 Estos estudios encuentran su contraparte criolla en los estudios culturales latinoamericanos que “…en tiempos de alivianamiento generalizado de la experiencia, en tiempos del sujeto light, de exacerbación del consumo y del imaginario del consumo, de proliferación de los signos y de la cultura como negocio, deconstrucción y estudios culturales están en curiosa posición en relación con ellos. Son sus análisis a la vez que su síntoma. Operan en fusión/identificación con su objeto de análisis…” con la consecuente pérdida de la vigilancia epistemológica. Sigue diciendo: “Cuando más necesita 32

Ibidem, p. 28. FOLLARI, Roberto. Teorías débiles. Para una crítica de la deconstrucción y de los estudios culturales. Rosario, Homo Sapiens, 2002, p. 7.

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Latinoamérica apoyo conceptual para la constitución de pensamiento crítico en esta época de dictadura generalizada de los mercados, menos ayudan estos discursos a establecerlo. Cuando más desprovistos estamos de nuevos modelos para enfrentar lo establecido desde el campo de una política alternativa /…/ menos los encontramos en discursos cuya legitimidad está asociada a la del mercado/consumo, o a la búsqueda de poder en el espacio interno de lo académico.” 34 La advertencia de Follari no deja de reconocer “…que el logro de los estudios culturales al haber puesto bajo la lupa una serie de mecanismos como el consumo, las tribus urbanas, la identificación por vías del gusto, etc., que sin duda ningún otro tipo de estudios había tomado previamente como objeto de análisis, pero a al vez entiende que tal avance es un retroceso al quedar excluidos los principales temas de la política.” 35 Follari ve en las agendas la expresión de las peripecias del sentido de individuos insatisfechos partícipes de sociedades satisfechas y autocomplacientes, que avanzan en fascinantes exploraciones de superficie en la misma medida que niegan la densidad del espesor histórico del presente. Habría un fracaso epistemológico cuando se confunde el objeto con su análisis al perderse la distancia crítica, con lo cual se hace necesario reenfocar los modos de conocimiento retornando a “…una dialéctica sujeto/objeto de conocimiento, donde sin duda los primeros son influidos por los segundos.” 36 Bien advertida la posición de Follari, y no obstante la adhesión que suscita, cabe reconocer que el campo de la teoría de la arquitectura está fuertemente condicionado por lo estudios culturales y que éstos constituyen una vía de quiebre del ensimismamiento en lo disciplinar de la teoría de los años setenta, algo que ha derivado maliciosamente en un profesionalismo (como ejercicio profesional escaso o nulo de reflexión) pragmático y miope, además de ausente en los procesos de construcción del ambiente humano y social. Si se piensa en la escasa participación profesional en la construcción de la edilicia masiva de las ciudades –tanto desarrolladas como subdesarrolladas, grandes o medianas- y si además, se considera el mínimo porcentaje de producciones que incorporan implícita o explícitamente algún grado de especulación (intelectual, estética, ética), se verá que la arquitectura es una profesión marginal. A lo cual rápidamente cabe agregar que como campo de conocimientos ha demostrado tener suficiente flexibilidad y versatilidad para seguir el pulso de la historia. Los estudios culturales influyen en una apertura que por cierto no es heroica pero sí enteramente necesaria so pena de

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Ibidem, p. 8-9. Ibidem, p. 127. 36 Ibidem, p. 136. 35

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que la arquitectura además de un tipo de práctica marginal sea innecesaria. Por lo tanto, hay una conveniencia en la asignación de validez a estas agendas si a la vez se asume el compromiso de trascender su mero valor de levantar testimonios de un estado de situación para reinsertarlas en las tensiones históricas del presente. Conveniencia también porque, al instalarse estas agendas en las coordenadas de lo supranacional, lo planetario y lo global, logran torcer la mirada en el sentido de una crítica de la arquitectura desde Latinoamérica, superando la dialéctica de lo propio-bueno y lo ajeno-malo a la que refería Liernur, que tampoco contribuyó a reivindicación histórica ni emancipación social alguna. También es light el sujeto que se gesta en el provincianismo cultural que campea por los espacios académicos de la mayoría de las universidades argentinas, en donde la retórica de la región y lo propio sólo conlleva una arquitectura producto de la pereza intelectual y el conformismo, capaz de generar sólo mediocridad y hastío. Es fácil asociar el peligro y la aprehensión de Follari con la arquitectura débil de Solá-Morales y el cinismo histriónico de Rem Koolhass. Pero tampoco la pervivencia formal enteramente vaciada de contenidos de arquitectura moderna de Mario Roberto Alvarez, celebrada con sospechosa obcecación por Helio Piñón, brinda esperanza alguna. Ni el compromiso moral de las ONGs logra salvar el vacío de ideología y la desmovilización de las bases (entregadas a ilusiones de consumo e imaginarios de inclusión social, al menos en Argentina) con lo cual no es posible hallar el sujeto de la dialéctica histórica, aquél que cargue de sentido a la arquitectura. Es de esperar que este texto encuentre en el futuro próximo nuevos elementos con los cuales pueda recuperar la confianza en una epistemología de la arquitectura surgida de la dialéctica hombre-mundo, sociedad-ciudad, sujetoobjeto, ya que por el momento sólo cabe, al igual que para el caso de la crítica, el reconocimiento de un estado de hecho no resuelto.

CONTEMPORANEIDAD La revisión realizada permite reconocer un estado de hecho que se caracteriza del siguiente modo: a) No hay una teoría en el sentido de sistema de conocimientos completo, dotado de consistencia lógica, epistemológica y formal, de existencia independiente de su aplicación práctica, sino textos discursivos, en algunos casos más próximos al manifiesto o al programa, en otros a la ponderación de obras,

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autores y procesos, casi siempre originados en, u orientados hacia, hechos empíricos antes que a conceptos abstractos. b) No hay una crítica en el sentido de un juicio de valor fundado en un marco teórico e ideológico sino discursos interpretativos casuales y no sistemáticos de objetos que, dentro de las incertidumbres contemporáneas, trazan genealogías, formulan hipótesis sobre la articulación objeto-medio físico-medio social, reconocen, repeticiones y diferencias, derivas, transducciones. Se plantean los conceptos de multiplicidad y complejidad para la comprensión de la producción de la arquitectura en la contemporaneidad. Multiplicidad en el sentido de irreductibilidad, por imposibilidad ontológica y metodológica, a un valor y sentido único capaz de ordenar el campo.37 Complejidad en el marco del pensamiento complejo como estrategia de conocimiento que permite abordar fenómenos de lógicas no lineales.38 Es fácilmente observable que el presente de la arquitectura y la ciudad, en lo que cabe reconocer como resultado de los desarrollos del capitalismo transnacional, financiero y posindustrial, es un tiempo no canónico y epigonal, exploratorio y no precisamente vanguardista, tiempo desagregado en prácticas discursivas fundadas en subjetividades replegadas e individuadas, en ocasiones intencionadamente críticas y, en otras, simplemente anuentes y concesivas. Arquitecturas europeo-norteamericanas se alinean con producciones latinoamericanas o argentinas sin que estos gentilicios tengan mayor carga de determinación en un mundo planetarizado. La planetarización o mundialización de los procesos es una condición de hecho que cabe reconocer como efectos del desarrollo del sistema más allá de cualquier posicionamiento ideológico que procure manidas resistencias a lo global en defensa de realidades nacionales o regionales de imprecisa definición. Mundo planetarizado implica el reconocimiento –aunque no necesariamente la aceptación- de procesos de globalización económica y cultural, y de sus efectos locales concomitantes propios del despliegue del sistema, sustentado en la tecnología de la información y la comunicación, que transforma los modos de producción y trabajo, las relaciones interpersonales, la conciencia social y la sensibilidad subjetiva. Implica también un mundo polarizado no sólo geográficamente (hemisferio sur pobre / norte rico; medio-oriente amenazante / occidente amenazado / oriente 37

La noción de multiplicidad se aplica aquí con referencia a la amplia vertiente del pensamiento posestructuralista, en particular a las contribuciones de Gilles Deleuze y Félix Guattari relativas al carácter no estructural o rizomático de algunos fenómenos (DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia, Pre-textos, 1997, capítulo 1) y de Jacques Derrida, en lo que atañe a su proyecto de inversión de la metafísica (DERRIDA, Jacques. La escritura y la diferencia. Barcelona, Anthropos, 1989). 38 El término complejidad se entiende en el contexto del pensamiento complejo propuesto por Edgard Morin. (MORIN, Edgard. “Epistemología de la complejidad”. En SCHNITMAN, D. Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Buenos Aires, Paidós, 1994.

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expectante) sino también culturalmente dividido (culturas hegemónicas / culturas híbridas / culturas latentes). En cada país y en cada ciudad, las segregaciones y diferenciaciones por causas sociales, económicas y políticas que se viven dramáticamente como procesos locales y propios aparecen, con sólo virar unos grados el ángulo de mirada, como efectos sistémicos de procesos planetarios en los que quedan comprometidos por igual grupos sociales y comunidades en cualquier lugar del mundo. Esto da lugar a la comprensión de que las dimensiones de la construcción histórica en el presente no dependen sólo de conceptos de estado, nación o clase sino de procesos transversales, supranacionales, en los que quedan comprendidas las problemáticas del ambiente, la ecología y los recursos no renovables, de las migraciones y de los desplazamientos de poblaciones de todo tipo, de las comunicaciones instantáneas, de las economías regionalizadas y los capitales fluctuantes, etc., que abren otras perspectivas de interpretación de las realidades vividas. La ruptura de escala que supone pensar la parte y el todo a la vez -abandonando los gradualismos que van desde la parte al todo o viceversa- tal vez sea el principal condicionamiento para el conocimiento, la acción y la percepción de los procesos en general y de la producción de la arquitectura y la ciudad en particular. En este marco de referencia, conceptos y relaciones tales como proyecto y diseño, lugar y territorio, forma y contenido, significante y significado, sociedad y ambiente, representación y expresión, adquieren nuevas dimensiones y sentidos. La vida urbana –la cultura de vida urbana- ya no depende sólo de posiciones de clase, segregaciones espaciales o acceso a los medios de producción, también depende de problemas de género, ambiente, consumo, comunicabilidad, etc. por lo que los modos de vivir, apreciar, construir y simbolizar la ciudad a través de la arquitectura se multiplican en diversas formas de estratificaciones y coagulaciones contingentes. Las producciones arquitectónicas no pueden ser sino expresión de esta multiplicidad del mundo contemporáneo, ser en sí mismas una experiencia de la complejidad. La aproximación a la arquitectura parte asimismo de reconocer su producción como una práctica tecno-cultural situada. Los artefactos resultantes de esta práctica se asemejan a dispositivos que, intercalados en ambientes físicos y culturales diversos, operan desagregando formas, alentando usos y desatando procesos de semiosis de variados alcances. Exploratoria o reiterativa, elitista o popular, provocativa o neutra, polémica o aquiescente, la práctica de la arquitectura sostiene aún un rango de vigencias y validaciones propias de las que extrae pertinencia en el mundo contemporáneo, fuertemente marcado por los aludidos procesos de mundialización. Lo estructural y lo contingente, lo

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fenomenológico y lo existencial, lo determinado y lo creado suponen modos muy diferentes de pensar, actuar y percibir la arquitectura, conformándose un plano de tensiones que constituye la premisa epistemológica de la asignatura. ¿Cuáles son las corrientes de pensamiento que más impactan en la reflexión teórica y crítica de la arquitectura? ¿Cómo descubrir en una obra la presencia de una línea de pensamiento? ¿Cómo pensar el sentido de la arquitectura desde distintas plataformas de pensamiento? ¿En qué medida es necesario el concepto para construir el significado y el significado para justificar el objeto? ¿Es posible en arquitectura hacer crítica sin ideología? ¿Es posible hacer teoría sin historia? ¿Alcanza la evidencia fáctica de la obra para producir sentido? Se abre un espacio de trabajo para ponderar fundamentos, procedimientos, influencias e impactos de las obras, para discernir sobre su pertinencia ética y estética, para conocer intenciones y posiciones de los autores, para apreciar el impacto que como dispositivos técnicos y culturales producen y por cuyo intermedio contribuyen a la articulación disciplinar y profesional con el presente. En tal sentido, la producción arquitectónica es entendida como objeto-texto en un contexto (estructuralismo), objetoproducto-reflejo de determinaciones materiales históricas (marxismo, crítica dialéctica), objeto-expresión de una subjetividad situada (existencialismo), objeto-presencia de una percepción intencionada (fenomenologismo), objeto-sujeto de una performance contingente (posestructuralismo). Diferentes constructos filosóficos habilitan epistemologías, estéticas, metodologías y axiologías igualmente diferentes y, en consecuencia, estrategias y procedimientos alternativos para el abordaje crítico de las obras al variar en cada caso el estatuto del objeto y del sujeto.

PRODUCCIÓN La producción contemporánea de arquitectura arroja una fenomenología marcada por la multiplicidad y dispersión de obras, tendencias y autores. Una estrategia de abordaje válida pasa por un enfrentamiento con la producción despojado de aprioris, que permita colocar en el horizonte los materiales disponibles sin ambages ni restricciones, sin prejuicios ni limitaciones. A partir de este reconocimiento en extensión y mediante la aplicación de recursos conceptuales y de procedimiento pertinente, debería iniciarse un trabajo gradual de desbroce comprensivo y valorativo del cúmulo de la producción.

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Este encuentro o voluntad de enfrentarse a la producción lleva que la clasificación sea por el modo según el cual el arquitecto accede a la misma antes que por un criterio geográfico (internacional, regional o local). Al respecto se reconoce tres modos de acceso a las obras o a información relativa a las mismas: a) La recepción mediada. En este caso la producción llega al arquitecto como un flujo de información relativa a obras casi siempre distantes geográfica y culturalmente. Se trata de aquellas obras difundidas por publicaciones, exhibidas en bienales y eventos relevantes o presentadas en sitios de la red, instancias que se constituyen en intermediaciones entre las obras objeto de conocimiento y el arquitecto, que queda constituido en público receptor. La información que se recibe es resultado de selecciones, comentarios, traducciones e interpretaciones de interpósitas personas (críticos, periodistas, curadores, jurados, docentes), que convierten a las obras en textos discursivos, revestidos de sus propios juicios de valor, que al ser masivamente transmitidos automáticamente convierten al arquitecto en un público receptor/consumidor especializado. La experiencia es de comunicación antes que de percepción directa lo cual condiciona el modo de comprender y valorar las obras. b) El acceso directo. La obra es parte de una producción que está al alcance físico del arquitecto, es decir, en proximidad geográfica y probablemente también cultural. El arquitecto puede reconocer personalmente la obra logrando la experiencia de la percepción en acto del objeto. Se trata en general de obras que forman parte de los ámbitos ordinarios de vida del arquitecto, relacionados a su lugar de residencia o, eventualmente, a ocasiones de viaje. A diferencia del caso anterior, la obra es accedida sin intermediaciones y su efecto de presencia satura la percepción dificultando a la misma vez la distancia crítica, con lo cual en este caso es necesario quebrar la naturalización de lo evidente para comprender y valorar la obra. c) La búsqueda exploratoria. Se trata de descubrir mediante investigaciones y exploraciones aquellas obras que, sin estar físicamente próximas ni ser objeto de mediaciones discursivas, constituyen una producción inferida y probable a la que el arquitecto accede guiado por un afán de búsqueda. Las obras dependen menos de una construcción discursiva previa (que si está presente no tiene la densidad de una mediación estructurada) y no descansan en la contundencia de su presencia física, pero se ofrecen como un dispositivo sugerente y dotado de una tensión propia que suscita el interés por su desciframiento. Queda incluido en este modo la obra narrada, es decir, la que es presentada en persona por el

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autor o un comentarista que relata la arquitectura lo cual constituye una mediación no dependiente de dispositivos institucionales (las editoriales, la prensa, los portales, las exposiciones) sino de un juicio subjetivo. La obra -descubierta o hallada, narrada o comentada- demanda asimismo de estrategias diferenciadas para su comprensión y valoración. El acceso a Internet –experiencia del vértigo informativo-, el consumo de publicaciones –especialmente de difusión- y la más esporádica pero no menos significativa concurrencia a exposiciones –espectacularización de la arquitectura, conviven con la experiencia personal y directa por parte del arquitecto, que se enfrenta de tal modo a un horizonte ampliado de oportunidades y medios de acceso a la producción actual de la arquitectura, un horizonte que se quiebra en distintas escalas todas ellas visibles en simultáneo. Así, la arquitectura más distante y la más próxima se ubican en parecidos niveles de accesibilidad, sin gradualismos ni jerarquías, sin mayores diferencias de tiempo ni esfuerzos de accesibilidad, sólo condicionados a la disponibilidad de medios (tecnológicos, económicos, de comunicación). Esta situación lleva a que, en principio, el arquitecto disponga de una incrementada masa de información heterogénea en calidad y desbordante en cantidad, que debe ser interpretada, valorada y procesada. ¿Cómo enfrentar la vastedad y diversidad de esta producción? ¿Con qué recursos conceptuales y de procedimientos intentar su desciframiento? ¿Cómo desnaturalizar las producciones cultural y geográficamente más próximas, aquéllas que forman parte de la experiencia cotidiana de la ciudad y cómo conjurar la idealización de aquéllas más distantes, pero seductoras? ¿Cómo controlar las mediaciones –que suponen una selección de obras por parte de críticos, curadores, etc.? ¿Cómo jerarquizar los flujos de información de la red, ámbito que por definición es plano e isovalente? ¿Cómo entender los mecanismos de consagración, validación y justificación de aquellas obras que, por ser premiadas o celebradas por los comentarios especializados de la crítica, adquieren un valor paradigmático? ¿Qué hacer frente a objetos arquitectónicos que expresan multiplicidad de valores y fundamentos, de estéticas y materialidades, que se expanden en un espacio que va de las sociedades opulentas a las pobres? ¿Cómo hacer todo esto en momentos en que los sistemas ideológicos se repliegan frente a los dispositivos de sobredeterminación de la subjetividad a los cuales no escapan, por supuesto, los arquitectos, en su intento de construir el campo de su saber disciplinar? Los interrogantes precedentes ponen de manifiesto la pertinencia curricular de la asignatura desde la perspectiva del arquitecto en formación, que debe integrar elementos conceptuales e instrumentales que le permitan ensayar una mirada alerta e inteligente de los procesos en curso de la

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disciplina y la profesión arquitectónica. Se trata por lo tanto de generar un espacio de reflexión y estudio motivado directamente en la observación empírica y en la experiencia existencial de problemas y temas que agitan a la arquitectura y los arquitectos, cada vez más demandados, una y otros, de asumir las condiciones materiales que el momento histórico determina.

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