Tartessos: del mito andalucista en Schulten al registro arqueológico de hoy

May 23, 2017 | Autor: Enrique Gil Orduña | Categoría: Phoenicians, Historicism, Megalithic Monuments, Phoenician, Megaliths (Archaeology), Phoenician Punic Archaeology, Protohistory, Protohistoric Iberian Peninsula, Tartessos, Gadir, Gades, Arqueología del Bronce Final y Hierro I, Archeologia Fenicio-Punica, Metalurgia, Megalitismo, Campaniforme, PHOENICIANS IN THE WEST, TARSHISH-TARTESSOS Ph. D. scholarship in History. Official acknowledgment of educational and research capability by the University of Huelva, Spain, Historia Antigua, Prehistoria e Historia Antigua, Tartesos, Phoenician trade, Protohistoric Archaeology, Arqueología, Historia Antigua, Antigüedad Tardía, Roma, Hispania, Mundo Ibérico, Bronce Atlántico, Los Millares, Ancient history Spain Tartessos Phoenicians, Adolf Schulten, Minería Y Metalurgia Del Cobre, Protohistoria y antigüedad en el sureste peninsular, Phoenician Punic Archaeology, Protohistory, Protohistoric Iberian Peninsula, Tartessos, Gadir, Gades, Arqueología del Bronce Final y Hierro I, Archeologia Fenicio-Punica, Metalurgia, Megalitismo, Campaniforme, PHOENICIANS IN THE WEST, TARSHISH-TARTESSOS Ph. D. scholarship in History. Official acknowledgment of educational and research capability by the University of Huelva, Spain, Historia Antigua, Prehistoria e Historia Antigua, Tartesos, Phoenician trade, Protohistoric Archaeology, Arqueología, Historia Antigua, Antigüedad Tardía, Roma, Hispania, Mundo Ibérico, Bronce Atlántico, Los Millares, Ancient history Spain Tartessos Phoenicians, Adolf Schulten, Minería Y Metalurgia Del Cobre, Protohistoria y antigüedad en el sureste peninsular
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Descripción

UNIVERSIDAD DE ALMERÍA – MÁSTER EN COMUNICACIÓN SOCIAL – CLAVES PARA LA COMPRENSIÓN DE LA ANDALUCÍA ACTUAL

TARTESSOS DEL MITO ANDALUCISTA EN ADOLF SCHULTEN AL REGISTRO ARQUEOLÓGICO DE HOY

Enrique Gil Orduña 14-3-2017

TARTESSOS: DEL MITO ANDALUCISTA EN ADOLF SCHULTEN AL REGISTRO ARQUEOLÓGICO DE HOY Enrique Gil Orduña

Introducción

Con este trabajo se intenta abordar la tergiversación historiográfica de la mítica Tartessos desarrollada por Adolf Schulten en su obra de 1922 Tartessos. Bajo los postulados de la escuela historicista alemana y un halo de idealización continua de la nación-estado como constante histórica, en este caso andaluza, desarrolla sus estudios de Tartessos basándose, principalmente, en las fuentes mitológicas y referencias históricas de escritores clásicos. Es estas referencias, Tartessos ya se ve imbuido dentro de un campo de enigma y misterio que propició el arranque de la imaginación griega a la hora de imaginar en el lejano Occidente tras las columnas de Heracles un reino mítico con capital en un emporio comercial donde ejercía su soberanía el rey Argantonio. Todas estas referencias alimentaron las aspiraciones de Schulten por encontrar la hipotética ciudad contando con la inspiración de Schliemann en Troya y Micenas, aunque sus esfuerzos fueron en balde. No obstante, no duda en establecer en sus líneas una serie de declaraciones de calidad científica deleznable, con una constante idealización y sensacionalismo rodeando el concepto de Tartessos como primer núcleo residente de la inevitable Europa de las naciones eternas configuradas por el devenir de las fuerzas históricas. Mediante una revisión del registro arqueológico y el estado actual de la cuestión sobre el fenómeno de Tartessos, se intentará señalar cuáles son las incongruencias dentro de las tesis de Schulten y así ofrecer una imagen más aproximada y fiel a la realidad reflejada en el registro arqueológico y en el comentario crítico de las fuentes escritas.

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1. Fuentes de la mítica Tartessos

Tartessos ya fue un tema recurrente para los autores clásicos grecorromanos, y ya para algunos de ellos resultaba un concepto rodeado de un halo de misterios y enigmas irresolubles. Para los antiguos griegos la zona del Estrecho de Gibraltar era el fin del mundo conocido, lo que, aunado al desconocimiento general sobre el mismo, estimulaba la imaginación y ubicaba en él numerosos episodios mitológicos. Heródoto, hacia el siglo V ANE., incluye dentro de sus Historias dos misteriosos pasajes en los que menciona una mítica ciudad en la que reside un magnánimo monarca de gran longevidad, y un puerto comercial virgen en el que era posible obtener pingües beneficios mediante operaciones comerciales sencillas. Los tales foceos fueron los primeros helenos que se dedicaron a largas navegaciones; y el Adriático y Tirrenia e Iberia y Tartesos, son éstos los lugares que las dieron a conocer. Navegaban no con naves de transporte, sino con penteconteros. Llegados a Tartesos se hicieron amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio: reinó sobre Tartesos durante ochenta años y vivió en total ciento veinte. Pues bien, de este hombre se hicieron ciertamente tan amigos los focenses que, en primer lugar, a ellos, abandonando Jonia, les animó a asentarse en la parte que quisiesen de su país; y luego -ya que lo anterior no convencía a los focenses- y después de enterarse por ellos de que el medo estaba en auge, les entregó riquezas para que una muralla rodeara su ciudad; y se las dio espléndidamente, pues, en efecto, el perímetro de la muralla no pocos estadios son y todo él de grandes piedras y bien ensambladas. La muralla, pues, de los focenses de tal modo fue construida (…). Pero, al estar éstos ausentes más tiempo del convenido, a Corobio le faltó todo. Después, una nave samia, cuyo patrón era Coleo, que navegaba en dirección a Egipto, fue desviada hasta el tal Platea. Y tras informarse los samios por boca de Corobio de toda la historia, le dejaron alimentos para un año y ellos, habiendo partido de la isla y estando ansiosos de Egipto, navegaban siendo arrastrados por el viento, tras atravesar las columnas de Heracles, llegaron a Tartesos, gozando de la protección divina. Este centro comercial estaba virgen en aquel tiempo, de modo que al volver ellos de regreso, de sus mercancías, hicieron las mayores ganancias de entre todos los helenos cuya historia exacta conocemos, después, por supuesto, del egineta Sóstrato, hijo de Laodamante, pues no es posible que otro rivalice con él. Los samios, apartando el décimo de sus ganancias -seis talentos-, hicieron una vasija de bronce a modo de una crátera argólica; alrededor de ella hay cabezas de grifos dispuestas en fila. Y la dedicaron en el Hereo, habiendo puesto debajo de ella tres colosos de broce de seis codos, apoyados sobre sus rodillas. A raíz de este hecho, por los cireneos y tereos se trabaron fuertes lazos de amistad con los samios.

Heródoto I: 163 y IV: 1521

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Heródoto 1994: 130-131 y 426-427.

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Las referencias griegas apelan a la existencia de una gran monarquía abierta al comercio y localizada en algún lugar situado en el suroeste de la Península Ibérica, donde abundaba la plata y con la que los foceos iniciaron un contacto directo durante algún tiempo en el sigo VII ANE. Es el lugar donde la mitología griega sitúa las fábulas del gigante de tres cabezas Gerión y sus ganados, que representarían uno de los retos en los trabajos de Heracles, así como las historias de Gárgoris y Habidis. Y es que una tierra tan alejada y desconocida resultaba para los griegos una muy tentadora para la imaginación. Argantonio refleja una serie de aspectos míticos que hacen dudar sobre su verdadera historicidad -un buen monarca que hospeda al viajero y es, además, fuente de riqueza-. También lo hace su teórica longevidad, que es fácilmente relacionable con un típico módulo mítico de origen oriental y asimilado por el acervo mítico griego. Su nombre, además, procede de un adjetivo griego que significa el de la tierra de plata. Se ha propuesto que se tratara de más de un rey, y que su longevidad hiciera más apelación al tiempo en que los griegos pudieron comerciar con esta tierra. El mismo nombre de Tartessos es eminentemente griego, procedente, tal vez, del nombre autóctono del río Guadalquivir: Tertis. No obstante, no hay referencias suficientes en los relatos de Heródoto que nos permitan ubicar cronológicamente el viaje de Corobio, aunque tenemos como evidente fecha ante quem la caída de Jonia a manos persas en 540 ANE. A estas referencias y otras griegas se añaden las de la Tarsis bíblica en numerosos pasajes del Antiguo Testamento. No se ha terminado de concretar si de lo que se habla es de una región con la que comercian los fenicios de Tiro o un tipo de embarcación, pues siempre se alude a las naves de Tarsis. La mayor parte de las referencias se concentra en I Reyes y II Crónicas, que mencionan un lugar del que procede oro, plata, marfil, pavos reales y monos. Algunos de estos productos aludidos han hecho pensar en la India u otro lugar de Oriente, y no en Occidente, aunque parte de los autores siguen relacionando la Tarsis bíblica con la Tartessos griega (Álvarez Martí-Aguilar 2011; Harrison 1989: 8083; Padilla Monge 2014; Schulten 2006: 33-45). Toda la vajilla del rey Salomón era de oro, y de oro fino todos los utensilios de la sala “Bosque del Líbano”. No había nada de plata, no se hacía aprecio de ella en los tiempos del rey Salomón, porque el rey tenía en el mar una flota de Tarsis, juntamente con la de Jirán; y cada tres años llegaba la flota de Tarsis, que traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales.

I Reyes 10: 21-22 y II Crónicas 9: 20-212

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Dos pasajes exactamente iguales en dos libros diferentes del Antiguo Testamento (Serafín de Aurejo 2004: 399 y 497.

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2. Tartessos: el poderoso imperio andaluz en el paradigma historicista alemán

Todas estas referencias motivaron el interés por parte del historiador Adolf Schulten por descubrir la mítica ciudad, siguiendo el ejemplo de Heinrich Schlieman en Troya. Schulten se obsesionó con su propio coto de investigación y trató de asignar una gran importancia a la mítica Tartessos y rodearla, así, de una excesiva idealización producto de su imaginación y su punto de partida historiográfico. Aunque sus tesis son un producto científico poco riguroso, además de ampliamente superado, siguen teniendo una gran relevancia en el lector público gracias a su atractivo y sensacionalismo, perpetrando una imagen tergiversada y distorsionada de la mítica Tartessos, adonde el mismo historiador ya trató de retrotraer la esencia andaluza. Para comprender el producto historiográfico de Schulten (1922) debemos encuadrarlo bien en su contexto. Se trata de un historiador formado en la escuela alemana, de la mano de figuras del nivel de Mommsen, aunque acabará teniendo más peso en la historiografía española, gracias a sus aportaciones y adelantos en el estudio de la protohistoria peninsular, fueran de mayor o menor calidad. Observamos que en su obra hay una constante, y es Tartessos idealizado como un estado centralizado e imperialista, además de una tendencia a retrotraer la antigüedad de su entidad. Ubica cronológicamente la fundación de la Gades fenicia a fechas tan antiguas como 1100 ANE. basándose en las fuentes orales indígenas que utilizaron autores clásicos; la presencia fenicia en estas costas hacia 1500 ANE, y la de navegantes cretenses más temprano aún. Establece, así, basándose en los hallazgos calcolíticos y del Bronce en el sureste peninsular descubiertos por los hermanos Siret, la antigüedad de Tartessos en 2500 ANE, y la antiquísima civilización andaluza como la cultura más antigua de Occidente. Viendo los dólmenes como el primer elemento encuadrable dentro del complejo cultural, estira la barra cronológica más aún, y establece los orígenes “pretartesios” en el IV milenio, otorgándoles una antigüedad equiparable a las más antiguas de Oriente. Como digo, los restos materiales de la Prehistoria reciente del sureste peninsualr son asignados por el historiador al pueblo pre-tartesio, uno que ya en el III milenio ANE acoge navegantes y comerciantes provenientes de Oriente, concretamente, chipriotas. Además, asigna a estos pueblos pretartesios un nivel de desarrollo cultural parangonable a los antiguos estados de Oriente, con buenos navegantes, mineros y metalúrgicos capaces de comerciar y extender su presencia en toda 4

la región atlántica y llevar a las desembocaduras del Rin y el Elba su cerámica campaniforme. Que las tumbas cupulares sólo se concentraran en la provincia de Almería lo asigna a que las excavaciones se concentraron para sus fechas en esta región, en lo que no faltó a ninguna razón, y que, por tanto, aquí empezando a pecar de excesiva ilusión, la civilización andaluza debería ser observable con el paso de los años en todo el territorio del sur peninsular, desde el cabo Roca hasta el cabo Nao, coincidiendo con el posterior e hipotético imperio de Tartessos. En la idealización continua que realiza del gran estado centralizado e imperialista de Tartessos, uno rico y bien organizado, un fenómeno histórico excepcional por ser la más antigua ciudad-estado de Occidente y donde se concatenan todas las fuerzas conformadoras de la cultura occidental en forma de estado monárquico. Todo lo dicho es para Schulten una prueba inequívoca de “desarrollo”. Frente a esta situación envidiable del sur peninsular identifica antagónicamente al resto de íberos, fanáticos, belicosos, faltos de civilización, comercio, industria y cultura. Como vemos, al relacionar toda la parafernalia tartésica a los antiquísimos contactos con Oriente, desarrolla un concepto difusionista de la civilización a partir de una necesaria conquista y asentamiento colonial cretense que dio a Tartessos, así, un carácter egeo. El eurocentrismo y la representación del estado occidental como clave para el éxito y el desarrollo son constantes. A causa de su obsesión por encontrar la mítica ciudad-estado capital del poderoso imperio tartésico, realizó una serie de excavaciones infructuosas en el Coto de Doñana. Tras éstas, siguió apostando por la existencia de la ciudad en algún punto, tal vez en Huelva o Sevilla, a partir de una particular combinación de fuentes obviando su contexto historiográfico y datación cronológica. Pero ¿cuáles son las razones que empujan a Schulten a insistir en esta serie de aspectos como único modo de desarrollo y positividad? Si observamos, además, la comparación que realiza con el resto de íberos, englobados en un mismo bloque de desconocimiento y desinterés, los juicios de valor que dispone son clarividentes del paradigma historiográfico en que se formó. La historiografía alemana historicista del siglo XIX y comienzos del XX considera la nación-estado como única entidad necesaria para resolver todos los problemas, producto de fuerzas históricas que aglomera las comunidades en una misma cultura, lengua, historia, religión, espíritu e intereses. La formación de entidades nacionales y el desarrollo de los estados se convierten en la temática fundamental en esta historiografía, de cuyo seno surgirán los escritos y cuadros 5

ideológicos que estimularon la unificación alemana. Es una escuela universitaria que, además, gracias a su labor en la conformación ideológica necesaria, recibirá ostentosas financiaciones por parte del estado prusiano. Estas universidades tienen una rica tradición de investigación filológica dentro del paradigma historicista, y es en ellas donde Schulten dio sus primeros pasos. No obstante, éste no escribe su obra sobre Tartessos durante el siglo XIX, sino en los años 20’ del siglo XX, cuando ya se vinieron dando una serie de cambios en el campo de la historiografía que evidenciaron la falta de rigurosidad científica en el historicismo. A causa de la preponderancia de nuevas corrientes paradigmáticas, como la nueva tesis histórica del marxismo -materialismo histórico-, o el auge de las nuevas ciencias empíricas y de observación sobre sujetos humanos antropología social, etnografía etc.- se establece una nueva concepción científica del ser humano, como un animal no necesariamente abocado a la alternativa social del estadooccidental como panacea de todos los males. Comienzan a desarrollarse estudios sociológicos, economistas y juristas sobre las fuentes históricas, y se abandona la línea esencialmente política del relato unilineal historicista. De hecho, en esta nueva línea historiográfica participó el mismo Schulten antes de dedicarse al mito de Tartessos, escribiendo sobre latifundios de época romana. Pese a estos avances, tras la I Guerra Mundial en Alemania se produce un giro de timón para con los planteamientos generales del campo científico, más aún con los estudios humanísticos. La historiografía alemana, mayoritariamente conservadora, hizo su propia lectura de los acontecimientos recientes y los relacionó con el pasado más próximo asignando la culpa del fracaso bélico al abandono de las normas tradicionales que conformaban la cohesión social alemana. Ante el fantasma bolchevique, además, se rechaza cualquier tipo de historia social y se vuelve al Estado centralizado y autoritario como elemento central e indiscutible del bienestar nacional. Cualquier otra perspectiva que pudiera producir cierto relativismo es observada de peligrosa en los círculos académicos, y rechazada de raíz -llegando a denegar la entrada en universidades y revistas especializadas a demócratas, liberales y pacifistas-. Desde los mismos círculos se critica a la República de Weimar como una excesivamente condescendiente y democrática, contradictoria con los valores tradicionales germánicos y propiciatoria de los peores males para el interés nacional. Se trataba de demostrar, en definitiva, que los problemas y sus soluciones son netamente políticos, ocultando así las contradicciones sociales en el fondo de estos planteamientos. En esta vuelta a los valores historiográficos tradicionales alemanes es donde debemos insertar la producción historiográfica de Schulten en alabanza continua del “estado occidental” como constante 6

histórica y estrechamente relacionado con el bienestar de su pueblo. Además, haciendo honor al planteamiento típicamente historicista de, a cuanto más antiguo, mejor, cataloga a esta civilización como la más antigua de Europa y Occidente, extendiendo así el ideal de la Europa de las naciones hacia fechas lo más remotas posibles y así insinuar la irreversibilidad de caminar hacia ese modelo (Álvarez Martí-Aguilar 2011; Cruz Andreotti 1987; Schulten 2006).

3. La evidencia arqueológica: del Calcolítico al horizonte orientalizante

3. 1. Los megalitismos

Como vemos, Schulten retrotrae el complejo cultural tartésico a los inicios del megalitismo, visto éste como signo de los primeros avances culturales hacia la conformación del estado imperialista andaluz. El megalitismo -o, mejor dicho, los megalitismos- es un fenómeno remontable a los inicios del Neolítico en la Europa atlántica, producto de los nuevos comportamientos territoriales causados por la sedentarización y la mayor solidez de las construcciones poblacionales, entre las que debemos incluir la diversidad de monumentos megalíticos, cuya función es generalmente funeraria. El panorama es realmente dispar, aunque se generaliza una escasa densidad de poblados reducidos a unos cuantos hallazgos superficiales que muestran cierta continuidad con el Mesolítico, con la excepción de la aparición de cerámica. Nos ha quedado, eso sí, la monumentalidad que se reservó al mundo funerario. No obstante, hablamos de un complejo que no responde a un mismo planteamiento, pues son construcciones muy diferentes dadas en un espacio cronológico de más de dos milenios. Los más probable es que la funcionalidad de cada uno de estos ejemplos arquitectónicos fuera muy diversa. Entre estas construcciones, por ejemplo, destacan grupos de funcionalidad no funeraria y que han sido interpretados como dentro de una funcionalidad ceremonial y religiosa cuyos detalles evidentemente desconocemos -menhires, henges y otros-. Las construcciones de funcionalidad funeraria son también muy diversas, aunque en su mayor parte parecieron estar cubiertas por túmulos que escondían sus estructuras arquitectónicas basadas en grandes ortostatos pétreos que dibujaban plantas de diversa 7

forma -generalmente dotadas de un corredor y una cámara, o sólo una cámara-. Los materiales de construcción también varían, y junto a las construcciones basadas en grandes ortostatos verticales vemos otras estructuras de mampostería que además dibujan plantas circulares cubiertas por una falsa cúpula por aproximación de hiladas. El número de enterramientos cambia en cada caso y no se relaciona drectamente con el tamaño del monumento. Generalmente los huesos se encuentran dispuestos desordenadamente de tal forma que se presentan en forma de osario, lo que se ha interpretado como una continua reorganización del espacio para la inclusión de nuevos miembros. Entre otras formas donde se dan estas primeras culturas funerarias de Europa occidental podemos observar también la construcción de hipogeos y cuevas artificiales, así como el uso de cuevas naturales. Cada vez son también más numerosos los enterramientos múltiples en estructuras semisubterráneas como silos u hoyos, sobretodo en la Meseta peninsular y Andalucía, relacionables a los primeros asentamientos agrícolas al aire libre. El espacio conjunto donde se desarrollan estos comportamientos tan diversos y dispares no se circunscriben sólo, como vemos, a la Europa atlántica, sino que engloba también la iberia mediterránea y el Mediterráneo Central.

Fig. 1: Estructuras megalíticas. 1. Cámara sencilla de Outerio de Ante (Portugal); 2. Tumba circular de Vélez Blanco (Almería); 3. Sepulcro de corredor de Anta dos Gorguinos (Portugal); 4. Sepulcro de corredor de Gutina (Gerona); 5. Galería catalana pequeña del Barranc del Lladre (Gerona); 6. Sepulcroo de cámara indiferenciada de Barrosa (Portugal). Fuente: Del Rincón 2012: fig. 3.1., p. 251.

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El principal problema que tenemos para abordar el estudio del complejo megalítico es el de la cronología. Tradicionalmente, antes de disponer de métodos de datación absoluta se seguía un criterio tipológico de las construcciones bajo criterios muy subjetivos que tendía a considerar siempre la mayor antigüedad a lo más sencillo, como si no cupiera la posibilidad de la convivencia de diferentes estructuras. Esta posibilidad no cuadraba dentro de la concepción difusionista de la cultura -que, por cierto, asignaba por entonces el origen de estas estructuras en los tholoi egeos hasta que la datación del túmulo de Barnenez (Finisterre) al V milenio cal. BC acabara con dicha teoría-. El método más frecuente, así, ha sido el estudio tipológico de los ajuares y su atribución a fases culturales, lo que no prevé ausencias producidas por el expolio o la reorganización continua del espacio, ni tampoco posibles perduraciones o arcaísmos. Por lo tanto, la cronología es muy difícil de delimitar en ausencia del

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C, pues los carbones son muy

poco frecuentes y suele ser problemática la atribución estratigráfica de la muestra problema de una habitual estratigrafía horizontal-. No sabemos, en definitiva, qué estamos datando exactamente. Sólo en los casos en que disponemos de dataciones sobre estratos previos a la construcción del monumento podemos disponer de una fecha post quem. Con todo, las pocas dataciones por

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C y termoluminiscencia sobre objetos

cerámicos llevan el fenómeno megalítico a remontarse al V milenio cal. ANE, con foco más antiguo en la fachada atlántica francesa. (Del Rincón 2012: 249-253). Las construcciones megalíticas de la Península Ibérica son, en su mayor parte, de carácter funerario. Hay, excepcionalmente, en la fachada atlántica portuguesa una serie de círculos -henges- y menhires -éstos también en el noreste- que se han acabado datando en cronologías remontables al V milenio cal. ANE. La distribución geográfica del resto del megalitismo cubre gran parte de la superficie peninsular, aunque con poca intensidad en la Meseta oriental, la Mancha y la vertiente mediterránea desde el Llobregat hasta el Segura. La distribución geográfica no es uniforme, como vemos, pero el número general de megalitos contrasta con la información arqueológica de momentos anteriores, lo que ha hecho a los estudiosos tender a interpretar una “colonización” de estas tierras, aunque otros prefieren plantear un mero aumento de densidad demográfica y un nuevo modo de vida que consolidaba sus restos materiales. No obstante, no podemos obviar que se trate de un fenómeno uniforme, pues sus comienzos no son sincrónicos en las diferentes regiones y obedecen a necesidades diferentes. Como consecuencia de las interpretaciones tradicionales que asignaban un origen egeo de estas construcciones se pensó en una oleada 9

pobladora proveniente del Egeo y que repoblase en sureste y la Extremadura portuguesa, hipótesis que actualmente se encuentra muy en entredicho por las dataciones que atribuyen una mayor antigüedad a las construcciones occidentales que egeas. Las primeras que conocemos a día de hoy se localizan en la vertiente atlántica portuguesa y se remontan a mediados o finales del V milenio cal. ANE, como ya se ha apuntado. Un poco más recientes, de comienzos del IV milenio cal. ANE son sepulcros de corredor catalanes, junto a otras manifestaciones funerarias producidas hacia estas fechas en el noreste, como sepulcros de fosa y en cista del Neolítico medio. El origen del fenómeno megalítico en la Península es, así, encuadrable en el Neolítico, aunque se seguirán dando durante el Calcolítico e incluso mucho más adelante con una continua reutilización, o bien con nuevas construcciones, llegando, así, hasta el III milenio cal. ANE. Habrá casos de reutilizaciones más adelante durante la Edad del Bronce, el Bronce final y el Hierro. En el sur peninsular la continuidad del fenómeno a lo largo del IV y III milenio tendrá su foco de alimentación en el mundo atlántico, mientras que las construcciones nororientales se asimilarán más a las construcciones francesas al otro lado de los Pirineos. El panorama en Andalucía es excesivamente amplio y diverso, también a causa de la desigual investigación que se ha centrado en el área de Los Millares. Además, no disponemos de dataciones radiocarbónicas. En la Andalucía oriental podemos distinguir dos grupos megalíticos: los tholoi típicos de la cultura de Los Millares; y los sepulcros megalíticos que se concentran fuera de este territorio. Esta dualidad se ha interpretado como perteneciente a sociedades, bien agricultoras y sedentarias, o bien ganaderas trashumantes. En general, para todo el megalitismo andaluz se proponía un inicio durante el Calcolítico procedente de los primeros sepulcros de planta circular de la “cultura de Almería” neolítica, al menos en el caso de Los Millares. En el resto de Andalucía se ha preferido observar influencias provenientes de suroeste y remontables a finales del IV milenio cal. ANE. No obstante, obedecen a un comportamiento diverso y extremadamente complejo en espacios tan pequeños como en la misma región onubense -cámaras de pequeñas dimensiones, sepulcros de corredor, cámaras de medianas dimensiones sin corredor, galerías cubiertas, grandes cámaras de planta alargada con grandes ortostatos que funcionan como pilares centrales, y muchas formas más-, lo que nos puede dar una idea de la dificultad de hablar de una cultura megalítica “andaluza”. Generalmente, los casos que conocemos suelen relacionarse con asentamientos en cueva y al aire libre donde ya se dan evidencias de una economía agrícola y ganadera, que verán 10

una paulatina expansión en su distribución geográfica a lo largo del Neolítico y el Calcolítico. Trabajos recientes, como en el dolmen de Alberite han elevado las fechas andaluzas a la transición entre el V y el IV milenio cal. ANE., donde ya se observa una gran construcción destinada a un uso restringido entre la población. Hay, en todo momento, fenómenos funerarios alternativos, como enterramientos colectivos de unos pocos individuos en el subsuelo de estructuras habitacionales dentro de poblados al aire libre, como en Cerro Virtud (Cuevas de Almanzora, Almería). (Del Rincón 2012: 256258 y 264-266). El fenómeno del megalitismo, pues es uno de antigüedad muy temprana y radicado en la vertiente atlántica europea, aunque con sus propias formas de expresión en el sur peninsular. Esas formas, en este espacio geográfico tan constreñido, son diversas y no cumplen los mismos esquemas ni cronologías, pudiendo diferenciarse principalmente el núcleo de la provincia de Amería y la cultura de Los Millares. Las hipótesis que adelantó Schulten sobre la homogeneidad del fenómeno megalítico en todo el sur peninsular, desde el cabo Roca hasta el cabo Nao, quedan totalmente desechadas e invalidadas, así como el difusionismo orientalista y el colonialismo cretense. Tampoco hay muestra de una actuación conjunta y uniforme por parte de las sociedades andaluzas, las cuales son muchas y heterogéneas. Las mismas participan de economías diferentes, yendo desde las sedentarias de tradición agrícola en la región almeriense que se relacionan con las estructuras de los tholoi, hasta los sepulcros del resto de Andalucía relacionados con sociedades más o menos participantes de una economía ganadera y trashumante, aunque también muestren pequeños poblados al aire libre con evidencias de agricultura. De cualquier modo, no se refleja en este registro arqueológico ningún indicio de precedente tartésico como bloque cultural monolítico en el sur peninsular, ni mucho menos tendente hacia una estatalización centralizada e imperialista.

3. 2. El concepto de los metales: ¿difusionismo orientalista o desarrollo autóctono?

En la historiografía tradicional se vino asociando la expansión de la metalurgia a un proceso de difusión tecnológica proveniente de Oriente, con una serie de colonizadores asentados en la Península y conformadores de la cultura de Los Millares, el megalitismo 11

y otras culturas del Bronce. Con el tiempo se ha ido desmantelando esta hipótesis difusionista y se ha sustituido por otra procesual que se centra en explicar los cambios culturales centrándose en la dialéctica interna de las sociedades autóctonas y las necesidades que impulsaron la adopción de nuevas tecnologías, sin descartar el contacto entre distintos territorios. El inicio de la metalurgia del cobre se contextualiza en el Neolítico final, momento en el que en algunos lugares se tiende a la búsqueda de materias primas de calidad y a su circulación. No hablamos, de todas formas, de un proceso simultáneo y sincrónico en la Península Ibérica, ni mucho menos en el continente europeo, y tampoco debemos relacionar la aparición del metal a las mismas funciones prácticas o sociales. No se observa hoy tanto la metalurgia como propiciadora de cambios sociales como viceversa. Y es que estamos en los inicios de la formación paulatina de una complejidad social que irá inundando el espacio peninsular en forma de jefaturas, como precedentes de la entidad estatal. El principal foco europeo donde esto ocurrirá será, además del Egeo, el sureste de la Península Ibérica, especialmente durante el Bronce argárico, mientras que el resto de la Península muestra una menor densidad de asentamientos fortificados y necrópolis. No se trata tanto de un menor “desarrollo” como de sistemas socio-económicos diferentes que han adoptado un ritmo de cambio más o menos lento.

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Fig. 2: Evolución de la metalurgia peninsular: 1. Metalurgia precampaniforme de Zambujal (Portugal); 2. Puñales de cobre de Alcalar y Los Millares; 3. Puñales campaniformes de Pai Mogo, Montilla y Entretérminos; 4. Puntas de Palmela de Pai Mogo; 5. Alabardas tipo Montejícar, carrapatas y El Argar; 6. Metalurgia argárica. Fuente: Del Rincón 2012: fig. 3.5., p. 278.

Con respecto a la tecnología metalúrgica, la Península Ibérica ha sido establecida recientemente como un foco independiente de desarrollo, aunque posterior al caso balcánico, con indicios anteriores al IV milenio cal. ANE. Son incuestionables las fechas hacia la segunda mitad del V milenio cal. ANE. salidas de las excavaciones en Cerro Virtud (Almería) para las primeras evidencias de actividad metalúrgica. A partir de este foco, la metalurgia tendrá continuidad durante el siguiente milenio en otros yacimientos de Andalucía, y a finales del mismo y comienzos del III, en la vertiente atlántica portuguesa, el noroeste y la Meseta norte, para en pocos siglos englobar el resto de territorios peninsulares y consolidarse como una práctica económica habitual y no 13

marginaría. Más tarde, durante la mal llamada Edad del Bronce, en el II milenio, habrá una mayor variabilidad tipológica de la producción metalúrgica, pero esta seguirá siendo mayoritariamente de cobre o cobre arsenicado. En la cultura de El Argar, las verdaderas producciones de bronce aparecerán en una fase ya avanzada, hacia el 1800 cal. ANE., sin dejar de convivir con otras composiciones mayoritarias. No dejan de aparecer, no obstante, piezas de bronce en otros contextos peninsulares remontables a finales del III milenio que evidencian una introducción a través del ámbito atlántico, desmintiendo de nuevo la hipótesis difusionista oriental. Por tanto, seguimos teniendo un grave problema con la periodización hecha sobre la Prehistoria reciente, que asigna una Edad del Cobre a unas fechas que quedan ampliamente rebasadas por la verdadera actividad de la metalurgia del cobre, mientras establecemos, al mismo tiempo, una Edad del Bronce que tampoco se encuadra con la verdadera generalización de esta aleación. La complejidad del asunto se acrecienta aún más cuando observamos otros elementos con que se conforman utensilios que no disponen de menor significado social, como pétreos u óseos. (Del Rincón 2012: 275-281). Tal y como queda reflejado el registro arqueológico de los metales, podemos observar de nuevo la invalidez de las tesis difusionistas orientalistas propugnadas por Schulten, que asignaba la aparición de la metalurgia a las navegaciones cretenses en busca de plata y estaño ya controlados por sociedades plenamente desarrolladas andaluzas. El proceso de adelanto de la minería y la metalurgia es lento y responde a necesidades muy heterogéneas, como hemos visto, y en modo alguno los procesos son sincrónicos en todos los lugares. Si bien podemos detectar cierto foco primigenio en la región de Almería, desde mediados del V milenio cal. ANE., tampoco debemos presuponer la paulatina extensión de la tecnología metalúrgica como producto de una imposición cultural colonizadora y belicista. Por ahora, según queda reflejado en el registro, gracias a otros elementos que muestran continuidad con el período inmediatamente anterior, siempre se refleja una iniciativa propia por parte de las sociedades autóctonas, ya sea debido al contacto con otras sociedades distantes que ya disponían de la tecnología, o a partir de diversos focos independientes de experimentación. Lo que queda claro, a día de hoy, es que hablamos de iniciativas propias locales propiciadas por las nuevas necesidades sociales. Tampoco vemos un comportamiento uniforme en el sur peninsular, pues volvemos a diferenciar, tanto en el periodo calcolítico -ca. III milenio ANE- como en la Edad del Bronce -a grandes rasgos, el II milenio ANE-, el núcleo particular del sureste 14

peninsular como uno bien diferenciado del núcleo suroeste. En definitiva, no hay signo de ningún precedente tartésico en el desarrollo metalúrgico del sur peninsular, ni las sociedades parecen estar abocadas a la conformación de un estado centralizado para la resolución de sus problemas.

3. 3. El vaso campaniforme: ¿fósil de una empresa colonial andaluza en la Europa occidental?

Como vaso campaniforme entendemos a una gran variedad de cerámicas decoradas que presentan como particularidad común una forma acampanada. Desde su estudio por Bosch Gimpera y Castillo en la década de los 50’ se concibió como una entidad cultural pese a verse ubicada en una amplia extensión geográfica, desde Bohemia y Moravia hasta el Atlántico, y desde el norte europeo al Mediterráneo. Se dio el intento de explicar el todo como un fenómeno civilizatorio con un inicio y un final que debían tener una explicación y narración unilineal. La idea de una raza relacionable a este recipiente se acrecentó con el descubrimiento de contextos funerarios con cráneos braquiocéfalos y la relación de estos recipientes con puñales de cobre, puntas de flecha de sílex y brazaletes de arquero. Todo apuntaba a la conformación de un nuevo pueblo de tendencia guerrera en Europa occidental, originario, según Bosch Gimpera, en la Península Ibérica, y según otros, en Bohemia y Moravia. Más tarde, en la década de los 70’, esta tesis fue sustituida por la de Sanmeister, quien distinguió dos estilos decorativos sucesivos cronológicamente: el Marítimo o Internacional, con una gran homogeneidad en gran parte del territorio, y el Continental o Regional, en el que se observan netas diferencias regionales. Si bien defendió un origen peninsular, en la desembocadura del Tajo, para el estilo Marítimo y una expansión marítima hacia la cuenca del Rin que vino acompañada, además, de la metalurgia del cobre. Pero trabajos más recientes en el Bajo Rin han dado a conocer nuevos estilos decorativos y cronologías, que han desembocado en nuevas y variadas explicaciones que entran en continuo choque y en las que se suceden muchísimos lugares como hipotéticamente originales. En realidad, sólo los campaniformes marítimos parecen responder a una estética perecida. Así, por tanto, se procede actualmente a un estudio de la cerámica campaniforme tendente a comprender su significado y función dentro de los diferentes contextos regionales en que aparece, que 15

muestran diferencias netas entre ellos. Se ha solido abandonar la hipótesis de pueblos repobladores del territorio que transportaran consigo este recipiente.

Fig. 3. Cerámica campaniforme. Fuente: Del Rincón 2012: fig. 3.6., p. 284.

La distribución de la cerámica campaniforme no es, ni mucho menos, uniforme, y se observan, de hecho, numerosos vacíos. Mientras que los campaniformes marítimos se concentran, sobre todo, en el estuario del Tajo, en el resto de la Península su presencia es escasa, sobre todo, en el suroeste. Es cierto que la generalización de la metalurgia es paralela a la de esta cerámica, aunque hay que recordar que muy anteriormente ya existían regiones en la Península donde se conocía y se usaba habitualmente. Además, hay otros objetos culturales que acompañan a la cerámica campaniforme en según qué lugares, como la punta de Palmela, de origen portugués, que no se extiende apenas fuera de la Península. La explicación más habitual suele relacionar el recipiente a la existencia de algún tipo de red de intercambio de algún producto o bebida, y que atribuyera a la pieza algún tipo de prestigio o valor social. Aunque es cierto, además, que va de la mano del retroceso paulatino del megalitismo y el avance de un enterramiento individual, el ritmo es diferente 16

y no se equipara en ningún sitio -si bien la alternancia funeraria se produce antes de la irrupción del campaniforme en las Islas Británicas, al contrario, una vez desaparecido, sucederá en la Bretaña y el sur de la Península Ibérica-. Además, sincrónicamente a la aparición de enterramientos individuales se da el aprovechamiento y reutilización de sepulcros megalíticos calcolíticos durante toda la Edad del Bronce. En cualquier caso, las últimas dataciones radiocarbónicas han acomplejado más el panorama tipológico, pues algunos estilos regionales adquieren un amplio intervalo que les hacen convivir con los tradicionalmente considerados primigenios, y dificultan realizar secuencias cronológicas basadas en tipología de una forma sólida. Gracias a esas dataciones, podemos hoy encuadrar el fenómeno de la cerámica campaniforme de estilo cordado y marítimo desde 2750 cal. ANE hasta la aparición de las regionales Ciempozuelos, Palmela, Pirenaico, etc. a mediados del milenio cal. ANE. Otros grupos se incorporan hacia el último tercio, aunque con fases de convivencia con los anteriores. Pocos trascienden el límite del milenio, aunque algunos típicos elementos de acompañamiento se mantendrán en la Península atlántica -puñales de lengüeta, puntas Palmela y botones de perforación en V- (Del Rincón 2012: 282-287). El contacto entre sociedades europeas parece ser una constante y no queda, en modo alguno, invalidado en el registro arqueológico acompañante de la cerámica campaniforme. No obstante, lo que observamos no es, en modo alguno, una empresa colonizadora por parte de una Andalucía más desarrollada y civilizada que el resto de territorios europeos, como paradigma que retrotraiga a la Prehistoria la Europa de las naciones idealizada del siglo XIX. Lo que observamos son comunidades variadas en niveles calcolíticos, con toda la heterogeneidad ya observada en el mundo megalítico, que se abre paso a una mayor interactuación comunitaria y a la apertura de una serie de redes de contacto e intercambio de elementos de prestigio y valor social, como el vaso campaniforme. Las diferencias de elementos acompañantes del mismo, las particularidades regionales, así como continuidades para con el registro de época inmediatamente anterior, rechazan la hipótesis de una sustitución démica general en toda Europa occidental. En cualquier caso, si podemos hablar de un origen claro geográfico, este es el Bajo Tajo y no el sur peninsular. Con estas descripciones y explicaciones del registro arqueológico actual quedan, a mi modo de ver, en entredicho las tesis de Schulten sobre la historia más antigua de Occidente remontable a 2500 ANE. 17

3. 4. Tartessos y el periodo orientalizante

Tras las infructuosas excavaciones de Schulten en Coto de Doñana, la comunidad científica ha apostado por ubicar la mítica ciudad de Tartessos en ciudades como Huelva, Sevilla, Gades o Malaka. El hallazgo del tesoro de El Carambolo, en 1958, no obstante, disparó la imaginación rápidamente y vino a ubicar el lugar privilegiado en este espacio sevillano (Camas, Sevilla). Más tarde, excavaciones en el casco histórico de Huelva sacaron a la luz un antiguo asentamiento indígena con importaciones griegas y fenicias, además de necrópolis con ostentosas tumbas y ajuares, lo que inclinó la tendencia a pensar en esta ciudad como la candidata más probable. En los últimos años, no obstante, se ha procedido a un estudio más orientado hacia lo que observamos como una “cultura” territorial en el suroeste peninsular a partir del siglo VIII ANE, y no hay demasiada preocupación por ubicar el lugar exacto de la mítica ciudad capital del teórico imperio que imaginó Schulten. Se ha venido considerando, así, la sociedad tartésica como una indígena que acoge importaciones fenicias e interactúa con los cercanos asentamientos costeros fenicios, produciéndose una serie de importantes asentamientos en Cádiz, Huelva y Sevilla que son producto de esta interactuación cultural. Y es que no podemos terminar de entender el fenómeno tartésico si no incluimos en él, aparte de las sociedades autóctonas, las comunidades fenicias con centro neurálgico en Gades (Álvarez MartíAguilar 2011). Tartessos es visto hoy día como producto del fenómeno colonizador, el cual dejó también huella para posteriores formaciones políticas ibéricas. También se ha venido valorando la aportación propiamente autóctona, por lo que se concibe más bien como un resultado de síntesis entre las tradiciones indígenas del Bronce final y las aportaciones greco-fenicias en la ocupación y ordenación del territorio, la religiosidad y el mundo funerario. En su periodo inicial, entre los siglos X y IX ANE, se ha pretendido circunscribir en el área de los ríos Tinto, Odiel y el Bajo Guadalquivir, para ir extendiéndose los siglos siguientes, como complejo cultural, y nunca como estado unitario y centralizado, hasta el área del río Segura, abarcando todo el sur peninsular. Como digo, las sociedades autóctonas acogieron la importación de ítems orientales antes del inicio colonizador, durante los siglos X y IX ANE. En estos años la sociedad es una poco compleja y de carácter tribal con una economía basada en la explotación agroganadera y mineral. Hay un foco metalúrgico importante en Huelva, donde destacan 18

grandes yacimientos de cobre, estaño, hierro, plata y oro. Las representaciones figurativas en las estelas del suroeste apelan la existencia de numerosos objetos metálicos, y tal vez importados del mundo mediterráneo y atlántico. Los asentamientos que se conocen de esta época son poblados de cabañas de planta circular y sin divisiones internas, hechas de barro y postes de madera, aunque aparecen las primeras fortificaciones con murallas de mampostería. El elemento material que más caracteriza a estos siglos en el suroeste peninsular es la cerámica de retícula bruñida y la cerámica pintada de estilo Carambolo. La primera, de tono oscuro, se realiza a mano y a torno lento. Mientras sus formas más típicas son abiertas, también predominan carretes que sirven para sostener vasos de fondo curvo. Este tipo de cerámica perdurará en la cultura autóctona de la tierra llana de Huelva y el llano del Guadalquivir hasta bien entrado el siglo VII ANE. La cerámica pintada de estilo Carambolo tiene mayor número de formas y una decoración basada en motivos rojizos sobre fondo claro de tono ocre o anaranjado, con motivos geométricos organizados en metopas. Su secuencia cronológica es menor que la anterior cerámica, abarcando no más que los siglos IX-VIII ANE en el Bajo Guadalquivir y las provincias de Cádiz y Sevilla. Su nombre se debe a su aparición debajo de un fondo de cabaña en el yacimiento homónimo de Camas (Sevilla). Ambos estilos cerámicos carecen de precedentes en la cultura autóctona del Bronce final, y muestran claros signos de influencia mediterránea por sus motivos decorativos y formas. Como elemento cultural más notable, aparte de estos estilos cerámicos, destacan las ya mencionadas estelas decoradas del suroeste.

Fig. 4: Cerámica de retícula bruñida y cerámica pintada estilo Corambolo. Fuente: San Nicolás 2013: figs. 1 y 2, pp. 330 y 331

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Fig. 5: Estela decoradas del suroeste. Fuente: Fernández y Hernando 2013: fig. 11, p. 306

También destaca la ausencia de testimonios funerarios durante estos siglos finales del Bronce, lo que ha hecho pensar en cualquier rito que evitara la permanencia de los restos. El hallazgo de restos metálicos en el fondo de ríos como el Genil, o el Guadalquivir, han hecho pensar en un rito funerario similar al llevado a cabo para esas fechas en el Bronce Atlántico, en el que los difuntos eran arrojados al agua junto a sus pertenencias. Cabe destacar el especial depósito metálico encontrado en el fondo del río Odiel, en las proximidades de Huelva, en el que se encontraba una gran variedad de objetos como puntas, espadas, fíbulas o cascos (San Nicolás 2013: 328-332).

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Fig. 6: Objetos hallados en la ría de Huelva. Fuente: Fernández y Hernando 2013: fig. 12, p. 309

Con el comienzo de la Edad del Hierro en el suroeste peninsular, a partir del siglo VIII ANE y la instalación de la colonia fenicia de Gades, se inicia una serie de grandes transformaciones socioeconómicas que diferencia bien este periodo del anterior. Se conforma una nueva sociedad orientalizante que se extenderá desde el núcleo de Huelva y el Bajo Guadalquivir hacia el resto del sur peninsular, con la consolidación de un grupo de aristócratas que es capaz de controlar los recursos y la ordenación del espacio para con sus intereses, construyendo y manteniendo obras de fortificación a la manera fenicia observable en el castillo de Doña Blanca (Cádiz). Una serie de yacimientos de esta envergadura sobresale entre otros menores de llano dedicados a la explotación agroganadera. Asistimos en los siglos siguientes a un gran desarrollo de la agricultura y la ganadería gracias a la introducción de nuevos cultivos -víd y olivo- y animales domésticos -asno y gallo-. También se desarrolla aún más la actividad minera y, gracias a la técnica de la copelación se adquieren grandes cantidades de plata en los yacimientos de Huelva. También se usa el torno de alfarero y se desarrolla la metalurgia del hierro, así como nuevas técnicas de orfebrería como la filigrana, el repujado y el granulado. Todos estos aprendizajes provienen directamente de las comunidades fenicias asentadas

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en la costa y en el interior de los asentamientos indígenas, con quienes, además, inician un fructuoso comercio atendiendo a las demandas lujosas de su élite. En los asentamientos de estas fechas, aunque se mantienen poblados de cabañas como las del Bronce final, aparecen nuevos asentamientos urbanos con fortificaciones y construcciones sobresalientes, así como nuevos edificios con muros rectos y plantas rectangulares, además de subdivididas en varias estancias internas. Normalmente, sobre zócalo de mampostería, las paredes se levantan de tapial o adobe y los edificios se cubren con madera o fibras vegetales. Estas características de impronta netamente fenicia existen en los asentamientos de Setefilla, Carmona, Spal, Corduba, Onuba y Niebla. En estos asentamientos, además, de forma independiente se lleva a cabo el almacenamiento y distribución de todo tipo de recursos y mercancías de importación. En lo que toca a cerámica, tras un breve periodo de importación de cerámica fenicia realizada a torno rápido, se desarrolla esta nueva técnica entre las comunidades autóctonas, sin dejar de realizar cerámica a mano de estilo San Pedro o Medellín. De la cerámica a torno destacan la gris, de superficie bruñida, la cerámica de barniz rojo, de imitación fenicia, y la de estilo Lora, especialmente vinculada a ritos de sacrificios de animales. También se seguirá dando durante un tiempo la cerámica pintada estilo Carambolo, comentada más arriba De entre todos los yacimientos es destacable El Carambolo, el cual parece remontarse al siglo VIII ANE. Aunque durante mucho tiempo se interpretó como una aldea de chozas dedicada a la producción cerámica de almacenamiento, parece ser hoy una colonia oriental próxima a una población autóctona. La aparición durante el curso de sus excavaciones de una figura broncínea de Astarté hizo pensar en el lugar como uno de culto semita, y, de hecho, las excavaciones más recientes han demostrado la existencia allí de un santuario de tipo fenicio. Otros santuarios de impronta fenicia se encuentran en el Cerro de San Juan (Coria del Río) y en Santillo (Carmona). En esta última volvió a encontrarse grandes recipientes cerámicos destinados al almacenamiento. De El Carambolo también merece la pena señalar el descubrimiento en 1958 de un tesoro de oro macizo ocultado en un agujero abierto bajo una cabaña. 21 piezas de 3 kg incluyendo barazaletes, collares, diademas y pectorales son producto de un taller local y realizadas en diferentes momentos entre los siglos VIII-VI ANE. Se desconoce cuál fue la función concreta que cumplirían estas piezas, aunque hay un cierto consenso en relacionarlas con

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las actividades de rito que debieron realizarse en el santuario (San Nicolás 2013: 348357).

Fig. 7 y 8: Objetos procedentes del tesoro de El Carambolo. Fuente: Harrison 1989: 98.

Uno de los aspectos referentes de la cultura tartésica es el mundo funerario, del que destacan el caso de La Joya (Huelva) y Setefilla (Sevilla). La Joya, dentro de la actual ciudad de Huelva, ha presentado numerosos objetos procedentes de ostentosos ajuares. El rito funerario que se observa es mixto, y destaca de igual modo la individualidad de las tumbas, abarcando desde una riqueza principesca hasta una pobreza extrema. De entre todas, destaca la enorme t. 17 de un solo individuo, que incluía un carro de madera de nogal decorado con láminas de bronce repujado y acompañado de una lanza de 2,1m fijada con un tachón de plata. Las ruedas llevaban adosados platillos de bronce con forma de cabeza de león. Al lado de este excepcional hallazgo se encontraban las posesiones del individuo, incluyendo un cofre de marfil con incrustaciones de plata, cuchillos de hierro con remaches de plata y mangos de marfil, y un espejo de bronce con un mango de marfil. Además, contaba con varios recipientes de bronce como una jarra, una fuente y un quemaperfume. Entre los pocos objetos cerámicos se pueden señalar dos ánforas. En la t. 18, también equipada ostentosamente, destacan cuchillos de hierro similares a los anteriores, una jarra de bronce y una fuente, así como un pesado escudo hecho de cuero o madera. Fragmentos de láminas de bronce decoradas han hecho pensar en la posibilidad de que aquí hubiera también otro carro. Todos estos objetos son de procedencia claramente fenicia y probablemente gaditana, realizados por artesanos especialistas mediante las técnicas más sofisticadas. Tan sólo las piezas cerámicas son de artesanado local. El que muchos de estos objetos procedentes de las tumbas ricas de Setefilla -datadas 23

entre 650-550 ANE- queden representados en las estelas del suroeste indica cierta sincronía.

Fig. 9 y 10. Objetos funerarios de La Joya (Huelva). Fuente: Harrison 1989: 84 y 85

Frente a las principescas tumbas de La Joya destacan las más humildes, simples inhumaciones sin objetos de ajuar que indican serios indicios de posible sacrificio. En la t. 13 destacan los cuerpos de tres adultos encogidos con algunos cantos esparcidos alrededor que indican un posible acto de lapidación. Rasgos parecidos, pero más claros, aparecen en El Acebuchal (Sevilla), con posturas retorcidas que sugerían el arrojo a una fosa con vida. Estas características funerarias onubenses nos indican una marcada diferenciación social como consecuencia de las transformaciones acaecidas con el contacto fenicio. No obstante, este rasgo de individualidad tan claro en el campo funerario no será tan equivalente en las necrópolis de Setefilla y El Acebuchal (Sevilla). Entre 1881 y 1927, George Bonsor trabajó en las cercanías del poblado tartésico de Carmona, donde encontró numerosas necrópolis, como El Acebuchal, Bencarrón y Cruz del Negro, con contenidos orientalizantes de gran importancia. En 1973, María Eugenia Aubet retomó el trabajo en los túmulos de Setefilla, cerca de Lora del Río, cuyas 24

aportaciones dieron información detallada de la etapa entre 650-550 ANE. De los diez túmulos, Aubet excavó dos, A y B. El A, de 29 m de anchura y 3, 2 de altura, albergaba una cámara funeraria de piedra de 10m de longitud. Por desgracia, esta cámara acabó siendo saqueada, aunque debió albergar un rico ajuar si atendemos los demás casos de la misma necrópolis. Anteriormente a su construcción ya existían otras tumbas en el subsuelo que no fueron respetadas, pues los constructores recurrieron al sedimento térreo en que se encontraban para levantar el túmulo, en el cual, consecuentemente, se encuentran cuatro cremaciones en recipientes cerámicos. Bajo el montículo, pues, se encontraba el cementerio de cremaciones de individuos adultos y niños. Entre estas humildes tumbas hay pocas diferencias, y se limitan a vasijas grandes hechas a mano que contenían restos humanos salvados de la cremación y unos pocos objetos, e incluso restos alimenticios tal vez provenientes de un banquete funerario.

Fig. 11 y 12: Fotografía y panta del túmulo A de Setefilla. Fuente. Harrison 1989: 90

El túmulo B no contenía ninguna cámara funeraria, pero también tapaba un pequeño cementerio anterior de 33 tumbas semejantes a las del túmulo A que no se destrozaron como en el anterior caso. Bonsor y Thouvenot excavaron entre 1926-1927 el túmulo H, en el que ya se hallaron varias cámaras funerarias de piedra con ofrendas de bronce, plata y oro, además de placas de marfil que, desgraciadamente, se perdieron durante la Guerra Civil. Otra cámara de piedra se encontró en el túmulo G de El Acebuchal, y otros ostentosos objetos de ajuar. La interpretación que hizo Aubet de estos cementerios es que, tras los inicios del asentamiento de Carmona hacia 650 ANE en que se entierra un grupo poblacional homogéneo mediante el rito de la cremación, se produce la acumulación de capital en unos pocos individuos que son capaces de canalizar la fuerza 25

de trabajo hacia la conformación de grandes tumbas para ellos y sus familiares, desembocando a una excepcional diferenciación social dentro de la comunidad autóctona local. Este cambio se produce, así, algo más tarde en el Bajo Guadalquivir que en la región onubense, y a partir de entonces se acrecentará con una rapidez inusitada de forma repentina. Se piensa en que las grandes tumbas sin cámaras funerarias de Alcantarilla y Cañada de Ruiz Sánchez, cerca de Carmona, podrían ser las más antiguas y seguidas por los túmulos A y H de Setefilla, y el G de El Acebuchal (Harrison 1989: 83-92). En la Andalucía oriental, a partir del siglo VII ANE vemos surgir en la zona jienense una serie de pequeñas aldeas con edificios de planta rectangular, y de las que cabe señalar Calañas de Marmolejo. También hay grandes poblados como Torreparedones, que incluyen fortificaciones y necrópolis de prestigio reservada a las élites, como en el caso de Cerrillo Blanco de Porcuna -24 fosas de inhumación con ricos ajuares y una tumba de cámara circular con dos individuos carentes de ajuar. El poblado de Cástulo, sobre el río Guadalimar, desarrolla nuevos niveles encima de los del Bronce final en los que es perceptible un notable desarrollo urbano enlazado con las minas de Sierra Morena, el sureste y la Baja Andalucía a través del Guadalquivir. También cabe destacar el cercano santuario de La Muela, cercano al río Guadalimar, y sus pavimentos realizados por medio de guijarros con interesantes paralelos en Chipre. Por lo que se refiere a las necrópolis de esta zona, también son indicadoras de la influencia general fenicia, como en Estacar de Robarinas. Esta necrópolis incluía objetos y exvotos de bronce con clara estética orientalista, tales como figurillas de tipo hathórico, calderos con trípodes, braseros, una espada de hierro y otros muchos. También hay objetos de estas características en la necrópolis de Los Patos y la de Los Higuerones (San Nicolás 2013: 358-359). En el área mediterránea también vemos imprimirse una importante influencia fenicia a partir de colonias como La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante). Especialmente vinculados a este asentamiento fenicio estarían Castellar de Librilla, Peña Negra y Los Saladares, que muestran importaciones fenicias, así como tartésicas. En toda la zona valenciana se desarrolla un cambio de patrón de asentamiento. Ya en altura o en valles, los nuevos asentamientos muestran fuertes fortificaciones y viviendas con planta rectangular y otras características, de nuevo, de clara impronta fenicia. Aunque existen pocas necrópolis en esta región, es de notar que el rito más habitual es el de cremación. Más al norte, en área catalana, aunque se observa una continuidad de asentamientos y 26

formas durante el siglo VIII ANE para con el Bronce final y la cultura de los Campos de Urnas, a partir del siglo VII ANE se desarrollan algunos poblados pequeños fortificados con casas rectangulares y ordenadas en torno a calles y plazas. Aldovesta (Tarragona) es un ejemplo de estas características, ubicado en la antigua desembocadura del Ebro que se dedicaría al almacenamiento y distribución de productos fenicios entre los habitantes autóctonos de la zona (San Nicolás 2013: 359-360). A partir del siglo VI ANE se produce otra serie de transformaciones internas de gran calado debida a diversos factores internos y externos a la sociedad tartésica, que ocasionaron una profunda crisis y el final de las importaciones griegas, así como cambios en el modelo de ocupación territorial fenicio. Parece ser que se produjo un declive de la actividad minera en Huelva, tal vez ocasionada por el agotamiento de filones superficiales y la imposibilidad de acceder a los más profundos a causa de la rudimentaria minería. También se ha propuesto como explicación alternativa algún tipo de reorientación del mercado oriental que hiciera descender notablemente la demanda de la plata tartésica. En cualquier caso, este descenso de actividad minera repercutió en otros sectores de la economía, que sufrió un aminoramiento repentino de su dinámica. Paralelamente, parece que se aviene un descenso demográfico y un cambio de patrón de asentamiento. Desaparecen los pequeños rurales mientras se mantienen los signos de fortificación y parecen aumentarse los signos de violencia. J. Alvar ha propuesto un clima conflictivo entre entidades algo desconocidas, aunque se propone que bien sea entre autóctonos y colonos fenicios, o bien entre las distintas clases sociales conformadas y distanciadas durante el periodo orientalizante, a causa de la tensión social producida con los efectos de la crisis Algunos han relacionado este clima de crisis con la caída de Tiro en 573 ante Nabucodonosor de Babilonia, así como la penetración de pueblos célticos desde el interior peninsular en el territorio tartésico. No obstante, es importante señalar que la ruptura entre el periodo orientalizante y el posterior ibérico no es tan acusada, pues las formas tartésicas observarán una especial continuidad en el área turdetana (San Nicolás 2013: 371).

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Fig. 13: Principales yacimientos fenicios e indígenas en el sur peninsular durante el periodo orientalizante (siglos VIII-VI ANE) Fuente: San Nicolás 2013: fig. 4, p. 335.

4. Conclusiones

Visto el panorama arqueológico general del sur peninsular durante la época orientalizante (siglos VIII-VI ANE) se muestra la claridad con que no aparecen signos de un estado centralizado e imperialista conformador de la cultura tartésica. Existen, eso sí, entidades proto-estatales independientes aunque participantes del mismo sistema de intercambio y clientela con las comunidades fenicias asentadas en el interior. Si hay una gran ciudad-estado que funcionara como capital de todo el macro-sistema económico sería la Gades fenicia, productora y canalizadora de todos los productos manufacturados le lujo que se internan en las élites de las comunidades locales tartésicas. En estas se produce, como hemos visto en las necrópolis, un repentino distanciamiento social como producto de las emulaciones culturales fenicias y la adopción de sus valores sociales. Las imitaciones arquitectónicas, así como manufactureras, solo son una prueba superficial y material del proceso inmaterial de la culturización orientalista en el seno de la comunidad tartésica. En este bloque poblacional no podemos eludir la inclusión del sustrato fenicio y el comercio griego como elementos conformadores del sistema en su conjunto. 28

Tartessos es concebido, así, como un todo complejo cultural de interacción y dialéctica social entre sociedades dispares que conforman una síntesis estructural socio-económica en que se canalizan nuevas formas de explotación sistemática de los medios de producción mineros, el control y organización de los almacenes en los santuarios y edificios principales de los nuevos asentamientos, y la explotación de la fuerza de trabajo de una mayoría social por parte de una nueva élite aristocrática que encabezara las jefaturas tartésicas y que contase, así, con construcciones funerarias de gran calado y magnificencia principesca. La apropiación de grandes recursos agrícolas, ganaderos y metalúrgicos debieron ser el requisito para canalizar hacia sí todos los objetos de manufactura especializada fenicia y que sirvieron como acrecentadores de su estatus social en el seno de su comunidad. Esto es, en definitiva, lo que podemos observar en el registro arqueológico actual, pero en ningún caso un estado centralizado e imperialista que ejerza su soberanía desde el cabo Nao hasta el cabo Roca. Existen aspectos parangonables en toda la vertiente mediterránea peninsular como efecto directo a la presencia fenicia, pero esto no se debe confundir con la extensión de una misma entidad estatal radicada en el suroeste peninsular. Lo que podemos observar, hasta hoy, es una mera asimilación conjunta de valores materiales fenicios y la importación comercial de productos artesanos y agrícolas transportados en ánforas y organizados en almacenes como El Carambolo o Aldovesta.

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