Superos / Medio / Inferos: los héroes suspendidos entre el cielo y la tierra

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Descripción

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Superas / Medio / Inferes: los hóroes suspendidos entre el cielo y la tierra* di José Manuel Pedresa

Hdtmla dtl Lineal, Col tlpl del Sal-

Itpi, Nuoro, I trlf Romtn Provínoos", In «BAR i «Ion Dutult: greca, hellónistiques,

I, i, Oxford, In «La Parola dal Passato», fase.

Según el esfuerzo, se llega a las cimas; quien busca las cumbres pasa las noches en vela. Quien busca las perlas debe buscar en el mar, y así consigue el señorío y la riqueza. Quien quiere subir sin fatiga, malgasta la vida en busca de un imposible. (Simbad el marino, Noche 538)

4 VOll,, Pauly, A. F. von, Wissowa

•( Ituttgart, Ütf «U dábt/f ofu ler mi Itonaira av. í-304,

1986-1992", ¡n «Hesperia», red Antas", In «Studi Sardi», XXI, e/ freo/a 0 nor/z/e c// s/frí suo/ morí Llnguae Graecae, 8 voll., C. B. /M: un eeemplo", in Aa. Vv., G// Pallottlno, Roma 11-13 dicembre egna arcaica, Longanesi, Milano. m á l'átude de /'expansión phónielogia» claaslcae, Artemis, Zurich l Aa.Vv,, 1995:315-325.

1. El desanidador de pájaros Una de las ideas clave del pensamiento antropológico de Claude Lévi-Strauss (quien la desarrolló en varias de sus obras) es que el trickster, es decir, el tramposo, el burlador, el embaucador (figura que acaba identificándose a veces con el héroe positivo, y otras con el antihéroe negativo) de mitos y relatos conocidos en un número incalculable de culturas, es un mediador, un puente de unión, un intermediario, un muñidor de fronteras, entre mundos separados por distancias insalvables para el común de los mortales. No para todos, claro, puesto que él (que es humano o que tiene una parte de humano) sí es capaz de salvarlas. En particular, el trickster, ya sea heroico, ya sea antiheroico (ya sea, incluso, diabólico), es capaz de instalarse (siempre en tránsito, nunca de forma permanente) en el espacio que queda entre el mundo terrenal o medio de los humanos y el mundo elevado de las divinidades del superas, el cielo. O bien entre el mundo medio de los humanos y el mundo subterráneo de las divinidades del inferos, el Infierno. Espacios crí-

ticos, de transición, inhabitables, azotados por todos los vientos y expuestos a las más violentas corrientes, centrífugos (porque en ellos operan impulsos de eyección hacia arriba o hacia abajo), en los que ningún humano que no tenga dotes muy excepcionales puede perdurar, ya que es imposible resistir por mucho tiempo a las fuerzas desatadas (atmosféricas o telúricas) del éter sobrehumano o de las profundidades del subsuelo. Un primer relato ejemplar: el de la densa y dinámica familia mítica de El desanidador de pájaros, cuyos ecos recorren gran parte de las mitologías amerindias (intemporales pese a la fecha en que cada versión concreta haya podido ser registrada), y cuyo análisis tan presente está en las obras de Lévi-Strauss. Mitos que están siempre protagonizados por héroes que quedan atrapados entre el cielo y la tierra, que cuentan, por lo general, con la ayuda inestimable de una pértiga, de un bejuco, de una cuerda, de una escala providencial, que les permite mantenerse precariamente, por corto tiempo, en el filo de ese espacio crítico, y quedar, en el entretanto, asidos a la vida, hasta que llega la salvación, traída en ocasiones por animales volátiles que les sacan por los aires del peligro. Apreciémoslo en este episodio de la versión de El desanidador de pájaros de los bororo del Mato Grosso brasileño cuyo protagonista es un trickster que intenta librarse de las tramposas asechanzas que su padre (celoso de las relaciones de su esposa con el hijo) le tiende:

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Furioso al ver frustrados sus planes, el padre invita a su hijo a acompañarlo para capturar guacamayos que anidan al flanco de las rocas. La abuela no sabe bien cómo enfrentarse a este nuevo peligro, pero entrega a su nieto un bastón mágico al cual podrá agarrarse en caso de caída. Los dos hombres llegan al pie de la pared; el padre levanta una larga percha y manda a su hijo que trepe por ella. En cuanto llega este a la altura de los nidos el padre retira la percha: el muchacho apenas tiene tiempo de clavar su bastón en una grieta. Queda suspendido en el vacío pidiendo socorro mientras el padre se va. Nuestro héroe distingue un bejuco al alcance de sus manos; lo coge y sube penosamente hasta la cima. Después de descansar se pone a buscar qué comer; hace un arco y flechas con ramas, caza lagartos que abundan en la meseta. Mata cierto número, y se cuelga los sobrantes del cinturón y de las bandas de algodón que le'ciñen brazos y tobillos. Pero los lagartos muertos se corrompen y exhalan un hedor tan abominable que el héroe se desmaya. Los buitres de la carroña se precipitan sobre él, devoran primero los lagartos y luego la emprenden con el cuerpo mismo del desdichado, empezando por las nalgas. Reanimado por el dolor, el héroe expulsa a sus agresores pero no sin que éstos le hayan descarnado completamente el cuarto trasero. Así rechazados, los pájaros se vuelven salvadores: con el pico levantan al héroe del cinturón y las bandas de brazos y piernas, echan a volar y lo depositan suavemente al pie de la montaña (cfr. LéviStrauss, 1996:42-43).

2. La frontera inhabitable, o los reinos de Eolo y de los Nibelungos

Ningún humano, ni siquiera el más hábil de los tricksters o el más eficiente de los héroes, es capaz de habitar indefinidamente el espacio que media entre el cielo y la tierra, o entre la tierra y el infierno. Para habitar tales espacios de manera permanente hace falta no ya ser un dios (ya que los dioses tienen su sede perfectamente fijada o bien en el cielo o bien en el infierno), sino ser, más bien, un ente híbrido, ambiguo, fronterizo: por ejemplo, un genio o un demonio de los

aires (el Eolo de los griegos; el Huracán de las mitologías caribeñas; el Nubero o demonio de la tempestad de la mitología hispánica), o bien un genio o un demonio del interior de la tierra (los Cíclopes herreros del ultramundo griego; los Nibelungos germánicos del subsuelo; los enanos de las profundidades en innumerables culturas; los dragones de las cuevas). Seres no humanos, o no del todo humanos, marcados por su carácter mixto, monstruoso, liminal, como corresponde a los espacios fronterizos que solo ellos pueblan.

3. Ascensos (Moisés, Heracles, Empédocles, Cristo), descensos (Eurídice, Ahab, Nemo), escisiones (Perséfone, Teseo)

El humano tríckster, y el humano héroe, incluso aquellos que son capaces de sobrevivir por algún tiempo en el crítico y desordenado interregno que queda entre el cielo y la tierra, están obligados a acogerse, para vivir, al cielo, a la tierra o al infierno. No disponen más que de esas tres alternativas. Deben ocupar de manera clara, irrefutable, una habitación simbólica que no sea temporal sino definitiva, que no sea frontera, sino casa. Han de integrarse, en fin, con todas las consecuencias, en alguna de las clasificaciones de espacio (superosl medio I inferes) y de persona (espíritu divino / ser humano / espíritu muerto) que articulan el imaginario de los hombres y que reconoce la cultura. Permanecer entre medias es quedarse en una situación de inestabilidad y de desorden que genera angustia, que causa graves desequilibrios, que ha de ser resuelta lo antes posible. Ejemplos de seres carismáticos que desde el espacio que media entre el cielo y la tierra (desde un monte, por lo general) subieron al cielo: Moisés, que partió de la estepa de Moab para subir al monte Nebo, a la cima del Fasga, desde donde

de los griegos; el Huracán de las 'Ibeñas; el Nubero o demonio de la ll mitología hispánica), o bien un monlo del Interior de la tierra (los Iros del ultra mundo griego; los Ninánlcos del subsuelo; los enanos lldldes en innumerables culturas; Je las cuevas). límanos, o no del todo humanos, MU carácter mixto, monstruoso, corresponde a los espacios fron>0 «líos pueblan.

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vio la tierra prometida en la que nunca entraría, porque desde allí fue llamado a lo alto; Heracles, que ascendió a morir en lo alto de una pira levantada sobre la elevada cumbre del monte Eta, y que desde allí fue elevado hasta el Olimpo; el filósofo Empédocles, que, según la leyenda, ascendió al Etna (y se arrojó luego desde lo alto) para hacerse digno de una muerte comparable a la de una divinidad; Jesucristo, que murió en lo alto de una cruz y en la cima de un monte, el Gólgota, para desde allí ascender al cielo. Ejemplos de seres angustiados, fronterizos, marcados por algún problemático solapamiento entre la condición de vivos y la condición de muertos, pero que al final (precipitándose desde un territorio de transición: una galería subterránea, unas aguas tempestuosas) quedaron definitivamente asignados al mundo del infierno: la Eurídice a la que Orfeo intentó mantener con vida, pero que mientras era sacada del infierno por su amado fue llamada de nuevo, y para siempre, a las profundidades; o el capitán Ahab de Moby Dick (la novela de Hermán Melville) y el capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino (la novela de Jules Verne), enigmáticos, liminales, en cierta medida demoníacos personajes que viven en el filo de las aguas, que han experimentado ya la fría cercanía de la oscuridad, y que acaban precipitándose (suicidándose, en realidad), con su Pequod, con su Nautilus y con sus respectivas tripulaciones, en los abismos o en los torbellinos de unas aguas que les arrastran a todos hasta el infierno. Hay que insistir en que la permanencia definitiva en el gozne de arriba (superas / medio) o en el gozne de abajo (medio/ inferos) que separa dos mundos es imposible para ningún humano, por más héroe o por más trickster que se sea. Y en los casos que más parecen aproximarse a ese estado, el resultado acaba siendo, siempre, una escisión conflictiva, insatisfactoria para quien tiene la mala fortuna de quedar atrapado en el res-

quicio que hay entre los dos espacios. Porque los impulsos centrífugos que actúan desde lo medio hacia lo superior, o desde lo medio hacia lo inferior, producen una tensión que rompe en dos -por así decirlo- a tales sujetos. Se aprecia muy bien en figuras como la de la joven Perséfone, que, escindida entre el amor de su madre Démeter -diosa de la tierra, de la fecundidad, de la agricultura-, que tiraba de ella hacia arriba, y el amor de su amante Hades -dios del infierno-, que tiraba de ella hacia abajo, quedó condenada a la (angustiosa) solución de compromiso de pasar la mitad del año arriba y la mitad del año en las profundidades; o en Teseo, atrapado en una silla infernal hasta que fue liberado por Heracles, si bien su trasero se quedó para siempre allí pegado, para darnos la medida de otro héroe híbrido, fronterizo, traumáticamente partido en dos.

4. Fronteras angustiosas: ánimas en pena, herreros agotados, el Judío Errante, el Holandés Errante, El inmortal de Borges En realidad, sí que hay relatos acerca de humanos (o acerca de dobles fantasmales de humanos) que llegan a vivir por tiempo apreciable en el límite, en la frontera, en el espacio inestable (ya sea vertical, ya sea horizontal) en el que es imposible encontrar habitación fija. Pero se trata, siempre, de humanos angustiados, tensos, agotados, cuya única aspiración es escapar de ese estatus fronterizo y encontrar el descanso, eterno, o bien en el superas, o bien en el inferos, que son las dos únicas metas seguras, los destinos más inamovibles, que hay. De esa naturaleza es la angustia que domina a los fantasmas y a las ánimas en pena que, en creencias y narraciones de muchas culturas, se dice que deambulan por los fronterizos espacios de la oscuridad, de las casas abandonadas

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o de los cementerios a oscuras, suplicando que alguien cumpla los ritos o satisfaga las deudas que les asignen de manera definitiva al mundo celestial o al mundo infernal, pues cualquier cosa es mejor que deambular, sin tregua ni descanso, por el mundo agotador de lo liminal. Se aprecia también esa angustia en el difundidísimo cuento internacional que se conoce como El herrero y el demonio y que tiene el número de 330 en el gran catálogo de cuentos universales de Aarne, Thompson y Uther. Está protagonizado por un trickster que suele estar encarnado en un herrero (a veces en un soldado) dividido entre dos irreconciliables deseos: el de una vida terrena inmortal, en movimiento constante, con aventuras perpetuas; y el de una vida eterna tranquila y en paz, en un lugar fijo, ya sea el cielo, ya sea el infierno: albergues en los que su presencia jamás es bienvenida, y en los que es siempre rechazado: Un herrero que, por culpa de la pobreza (o por otras causas) vendió su alma al diablo (o a la muerte), da abrigo a Cristo y a San Pedro durante su visita a la tierra. Como recompensa, podrán ser cumplidos tres de sus deseos. San Pedro le advierte que desee un lugar en el paraíso, pero el herrero quiere un árbol y un banco o silla a los que la gente se quede pegada, y una mochila que haga que la gente se meta dentro (o un juego de cartas con el que siempre gane él). Cuando el demonio (o la muerte) está a punto de llevarse al herrero, se queda pegado al banco y al árbol, y tiene que dar al herrero más tiempo de vida (o dar por concluido el pacto), porque, si no, no morirá ningún hombre. Al final, el demonio (o la muerte) queda atrapado dentro del saco y recibe muchos golpes. El herrero, cansado de vivir, no puede ir ni al infierno ni al paraíso. Engaña a San Pedro arrojando la mochila al interior del paraíso, y metiéndose en ella (o arroja sus cartas por encima del portón del paraíso para que le sea permitido recogerlas). En algunas versiones, el trickster protagonista es una figura alegórica (la Miseria, la Envidia, la Pobreza), que atrapa al diablo en un árbol hasta que le es prometida la inmortalidad. Entonces libera al diablo (Uther, 2004, núm. 330).

La angustia de no poder detenerse, de no poder encontrar habitación, de deambular siempre por una frontera difusa, que se mueve con los pasos que se van dando, se aprecia, también, en las leyendas del Judío Errante y del Holandés Errante (el atribulado fantasma de la ópera de Wagner), cuyas almas quedan condenadas a errar para siempre (el primero por la tierra, el segundo por el mar), sin encontrar refugio ni descanso, en busca de algún alma caritativa que les redima y les ayude a ingresar para siempre en el reino de la inmovilidad eterna y final. La misma angustia es la que siente, también, El inmortal del impresionante cuento de Jorge Luis Borges, cuyo protagonista recorre épocas y mundos, desde la homérica hasta el hoy, sin aliento, ya casi sin mirada y casi sin voz, buscando con desesperación el descanso eterno.

5. Otros héroes en suspensión: Gilgamesh, Odiseo, Tristán, Roldan, Harold Lloyd, los personajes de Hitchcock, Bruce Willis Retornamos a los tricksters o a los héroes que, como el desanídador de pájaros de las mitologías amerindias, eran capaces de mantenerse durante algún tiempo colgados -literalmenteen el espacio crítico, inhabitable, absolutamente angustioso, que queda entre el cielo y la tierra, asidos a pértigas, a lianas, a bejucos, a escalas, a asideros precarios. No es aventurado suponer que tales escenas debieron nacer con las primeras imaginaciones y narraciones (orales) de la humanidad, como no es exagerado afirmar que asoman en los primeros relatos que conocieron registros escritos, ni que sus protagonistas continúan (y continuarán) debatiéndose, hoy (y siempre, mientras haya humanos y mientras haya relatos), en el tenso interregno que media entre lo de arriba y lo de abajo.

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Gilgamesh, el angustiado semidiós babilónico que quiso ser inmortal, pero al que su parte inferior acabó devolviendo a la fría tierra de los mortales, salvó no con una, sino con ciento veinte pértigas, el crítico espacio que separaba el mundo terrenal en que vivía de las aguas infernales que arrastraban hacia abajo: Llegó al Agua mortal, le habló a él, a Gllgamesh; 'Apártate de la borda y coge la primera pértiga; tus manos no deben tocar el Agua mortal. Luego Gilgamesh coge la segunda, la tercer, y la cuarta pértiga. Luego la octava, la novena y la décima. Luego la undécima, a duodécima...' Al llegar a la ciento veinte, Gilgamesh acabó con todas las pértigas. Se desató entonces el cinturón, se levantó las vestiduras y, con sus manos, hizo avanzar la barca (Bollero, 1998: 206, lablilla X, IV, 1-12).

Odiseo no necesitó ciento veinte pértigas, sino solo dos: una rama del árbol que pendía sobre la cueva marina de la terrible Caribdis; y un madero que le condujo, después, desde las aguas turbulentas hasta la tierra firme: Cuando el sol asomaba al peñasco de Escila llegué y a Caribdis terrible, que absorbía en aquel punto las aguas saladas. Yo enionces dando un sallo en el aire colguéme del gran cabrahigo; cual si fuera un murciélago allí me agarré, no lenía ni lugar de hacer pie ni podía irepar a la copa; las raíces quedaban bien lejos, las ramas robustas se elevaban muy altas cubriendo de sombra a Caribdis. Allí firme aguardé que la diosa arrojase de nuevo quilla y mástil. La espera en verdad no fue vana: a la hora

en que el juez se levanta en la plaza pensando en su cena tras haber sentenciado disputas de gente sin cuento, arrojaba a mis ojos Caribdis los leños. Yo al punió solté manos y pies y en las aguas un golpe estruendoso vine a dar junto a aquellos mis largos maderos. Cogílos y aseniándome encima remé con los brazos y el padre de deidades y hombres no quiso que Escila me viese, pues de verme no hubiese escapado a la abrupla ruina. (Oof/sea,XII,vs. 429-446)

El reemplazo de la rama vertical, que ofrece un asidero crítico entre lo de arriba y lo de abajo, por el madero igualmente providencial que se mueve en horizontal, y que permite al tricksterhéroe hacerse con el control del revuelto espacio que hay entre las aguas y la tierra firme (a la que al final arribará), apunta hacia otra categoría del desplazamiento mítico-épico que sólo podremos dejar, aquí, apuntada, y que dará lugar a un estudio futuro sobre "los héroes suspendidos entre el mar y la tierra". Categoría a la que -adelantamos- podrán acogerse no solo Ulises, sino también el Santiago, el San Amaro o el Parsifal que fueron conducidos por barcas prodigiosas a sus respectivos carismáticos destinos, o Simbad el marino, o el Pez Nicolás, o Robinson Crusoe, o el Tom Sawyer, el Huckleberry Finn y el Buster Keaton de las epopeyas fluviales norteamericanas, o el Gary Cooper que deserta de su ejército arrojándose a un lago e impulsándose con un madero en A Farewell to Arms (Adiós a las armas, 1932) . Conformémonos, ahora, con un simple y muy iluminador avance textual, el que nos ofrece la epopeya bizantina de Díyenís Akritas, refundida en el siglo XII sobre cantares heroicos anteriores: Y mi corcel apuré para alravesar el río, y el rio lenía agua, mucha agua y {muy enturbiada),

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y mi caballo cayó y se sumergió hasta el cuello, y un árbol envió el Señor al medio del (mismo) río, si hubiera faltado el árbol, se ahogaría el Akritas (Castillo Didier, 1994: 283, vs. 1534-1538).

Si retornamos a los héroes que pasan apuros en la línea aérea y vertical, y no en la línea acuática y horizontal, y que se debaten en el vacío asidos a pértigas, cuerdas o asideros precarios, es justo citar al enamorado Tristán, que en una de las escenas de huida de su tenaz perseguidor, el rey Marco, por detrás del altar llega hasta la ventana, la abre con la mano derecha y por el hueco salta afuera; prefiere saltar que arder en la hoguera ante la muchedumbre. Señores, una piedra grande y ancha sobresalía en mitad del acantilado. Tristán saltó con agilidad. El viento hincha sus ropas y le impide caer pesadamente. Todavía en Cornualles llaman a esta piedra el Salto de Tristán (cfr. Tomás de Inglaterra, Berol, María de Francia y otros, 2001: 75).

Salto de Roldan es el nombre, por cierto, que se da, en los Pirineos, al abismo que se abre entre la llamada Peña de San Miguel y la llamada Peña de Aman, entre las que se dice que el heroico Roldan y su caballo dieron otro salto espectacular, no comparable, desde luego, con el que podría dar ningún otro humano. El cine, el arte que desde el siglo XX ha ocupado gran parte del espacio de la tabulación que antes se repartían la literatura y la pintura, no ha dejado de explotar, de manera muy intensa, a veces casi abusiva (sobre todo en las películas contemporáneas de acción, que la recrean hasta la saciedad) la imagen del héroe colgado del vacío, asido con dificultad al precario asidero de la vida en el mundo terrenal. Recuérdese, por ejemplo, la celebérrima escena de Safety Last (El hombre mosca, 1923) en que Harold Lloyd escalaba un elevado rascacielos de Los Angeles y quedaba varias veces pataleando con la nada bajo los pies, antes de lograr agarrarse dramáticamente a las agujas de

un reloj. O tantísimas escenas de las películas de Alfred Hitchcock, quien, al parecer, sintió una morbosa pasión por dejar a sus héroes colgando angustiosamente sobre el vacío: ahí están, por ejemplo, el James Stewart suspendido de su ventana indiscreta en Rear Window (1954), o ascendiendo trabajosamente por una atormentada escalera y venciendo al final su miedo en Vértigo (1958), o Cary Grant a punto de ser tragado por el viento en las memorables escenas finales de North by Northwest (Con la muerte en los talones, 1959) rodadas sobre los perfiles resbaladizos (con las caras presidenciales esculpidas) del Rushmore Mount. Recuérdese, también, al heroico y agotado Rick Deckard interpretado por un Harrison Ford cuyos dedos resbalaban milímetro a milímetro de la oscura azotea de Blade Runner(1982) de Ridley Scott, o a los dos Skywalkers de las diversas entregas de Star Wars (1977-2003), cuyas vidas pendieron tantas veces sobre abismos que al final se tragaron al malvado emperador Palpatine; o al imponente Vidocq encarnado por Gerard Depardieu en la película (2001) de Pitof: arrojado a un abismo que se suponía que había de llevarle directamente al infierno, pero que para él fue simple vía de tránsito para el regreso a la tierra. Un ejemplo último, moderno (podríamos decir contemporáneo), hiperbólico. Live Free orDie Hard (Duro de Matar 4, 2007). Cuarta entrega de la serie Die Hard (La jungla de cristal), dirigida por Len Wiseman y protagonizada por un Bruce Willis que encarna al irrefrenable detective John McCIane. Imposible hacer el recuento, aquí, de todas las escenas de salvaje enfrentamiento con sus apocalípticos y malvadísimos oponentes en que el héroe ha de mostrar su pericia para saltar -literalmente- por los aires, o para adentrarse en laberínticas criptas que hacen frontera con la muerte. Hay, eso sí, un episodio que es imposible no evocar: el de la lucha a muerte entre el portentoso detective y la durísima Mai, una chi-

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na joven, menuda y de aspecto delicado, pero terrorífica luchadora, que pone en serios apuros a McCIane. La última batalla la sostienen los dos sobre un abismo sin fin en el que un coche ha quedado inestablemente en suspenso, y en el que un cable de acero es la única garantía de regreso a la vida. Colgando en el vacío, disputándose cada centímetro del coche y del cable, se asestan golpes terribles el uno al otro. Al final, McCIane logra empujar el vehículo, con Mai en su interior, hacia el negro abismo, y el héroe sudoroso logra, sin aliento pero vivo, trepar por el cable hasta el refugio del suelo firme: es decir, escapar del inferos para retornar al medio. 6. Más héroes en suspensión: Robin Hood, Tarzán, el Zorro, Indiana Jones, Spiderman Pero la pértiga, la liana, el cable, la escala precaria que surca el aire, apoya y salva los movimientos del héroe suspendido en la frontera entre dos espacios, tiene muchas hipóstasis más, en consonancia con el lugar, con el momento, con la sociedad. En el bosque británico de las baladas medievales o en el reconstruido en las películas hollywoodienses protagonizadas por actores como Errol Flynn, el silvestre Robin Hood se ocultaba encaramado sobre las copas arbóreas, subía, bajaba y cruzaba mediante cuerdas maestras, y combatía diestramente encima de troncos que había cruzados sobre un río, o de maderos que se precipitaban por el cauce. En las praderas norteamericanas, la cuerda del cowboy, hábilmente enlazada en torno a una roca o a un árbol, tendía puentes (sobre una sima, sobre un río, sobre cualquier espacio quebrado) que le procuraban siempre la salvación. En la selva africana, Tarzán se movía asido a lianas que le llevaban de un lado a otro, surcando los aires con la velocidad del pájaro y la seguridad del mono. En los mares del sur, In-

festados de piratas, las sogas de nudos y las escalas de cuerda permitían abordajes temerarios de corsarios que se balanceaban como arañas en el espacio entre buques. En palacios inverosímilmente suntuosos que se levantaban en el árido desierto norteamericano, El Zorro surcaba el aire de los salones más espectaculares, agarrado a lámparas que nunca le fallaban a él y que siempre traicionaban a sus enemigos. En lejanas geografías medio orientales, medio africanas, medio indescifrables, los esforzados expedicionarios blancos (del tipo de Indiana Jones) cruzan puentes precarios que se derrumban sobre el abismo (precipitando consigo a sus perseguidores no blancos o dudosamente blancos) nada más pasar ellos, o quedan críticamente asidos a lianas y a cuerdas mientras que sus enemigos se precipitan sobre un infierno poblado a menudo por serpientes o por cocodrilos. En la incógnita ciudad del futuro, Spiderman secreta ¡rrompibles hilos de araña que lanza sobre loa abismos que infaliblemente es capaz de subir, de bajar y de cruzar. 7. El zorro cuyos intestinos quedaron colgados entre el cielo y la tierra La eficacia simbólica de la línea vertical (e interrumpida por fronteras críticas, en blanco) que enlaza superos, medio e inferos es tan poderosa, tan recurrente, tan necesaria, y articula de manera tan intensa nuestras fabulaciones, que ha dado lugar, incluso, a una tipología de criaturas cuya naturaleza liminal, mediadora, conectora, se manifiesta en una especie de estiramiento corporal que les permite tener una parte de su cuerpo en un mundo y la otra parte en el otro, y convertirse así en simbólicos puentes entre los dos. Es muy significativo que tales criaturas no puedan ser denominadas tricksters ni héroes en sentido estricto. Por lo general, no se trata de

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seres humanos, sino de seres sobrehumanos (celestiales o demoníacos), lo que concuerda con la norma, prácticamente universal, de que los humanos no puedan permanecer por mucho tiempo en los precarios espacios de frontera que quedan entre dos de las tres habitaciones posibles que nos clasifican: la superior, la media y la inferior. Hay un ejemplo de este tipo de relatos que, de algún modo, me atañe a mí personalmente. Hace algunos años, mis ideas acerca de los héroes que quedan colgados entre el cielo y la tierra, que yo me estaba construyendo a partir solo de mis lecturas literarias y antropológicas, o de las películas que veía, tuvieron la oportunidad de ser contrastadas con una voz real, porque fui oyente, receptor de primera mano, de un mito que, a medida que iba desplegándose ante mí, fue permitiéndome reconocer la teoría de LéviStrauss sobre los tricksters y sobre los héroes que quedan suspendidos y que median entre el cielo y la tierra, y apreciar con luz distinta muchísimas más fábulas e ideas (algunas de las cuales estoy exponiendo aquí) que después han seguido muy presentes en mis reflexiones sobre los mitos. Estaba yo, en agosto de 1999, en el norte de la provincia de Salta, en el Chaco argentino, en un poblado de indios wichíes (a los que los criollos llaman indebidamente matacos) cercano al pueblo de Tartagal, casi fronterizo con Solivia. Delante de un anciano cacique que me desveló, en español muy pausado (él era de los pocos que lo hablaba en su comunidad), con inolvidable despliegue de detalles poéticos que ahora han de quedar, por desgracia, fríamente sintetizados, la historia nada menos que de Tokwaj, el zorro. Así es como recuerdo sus palabras, que en alguna ocasión futura, cuando disponga de (mucho) más espacio, transcribiré fielmente: En tiempos antiguos, vivían los indios en el cielo, en las inmediaciones de un gran lago celestial, que estaba lleno de peces y en el que, con solo meter la

mano, se podía sacar el alimento para saciar el hambre. Aunque había una prohibición muy rigurosa: nadie podía pescar el pez dorado. Quien lo hiciera, comprometería su bienestar y el bienestar de los demás indios, para siempre. Pasó por allí Tokwaj, el zorro, amigo siempre de engaños y de robos. Y se atrevió a pescar el pez dorado, el pez prohibido. Al instante, el lago se abrió por su fondo, las aguas, los peces, los indios, cayeron sobre la dura tierra, y se formó el río Pilcomayo, en el que, desde entonces, han pescado los indios, aunque con mucha menos fortuna y mucha más dificultad que en los tiempos del pasado celestial. En cuanto a Tokwaj, el zorro, aunque se precipitó también hacia la tierra, quedó enganchado, por los intestinos, del cielo. Y aquellos intestinos que quedaron desplegados entre el cielo y la tierra formaron los bejucos, las lianas de la selva.

Como hijo que soy de la tradición cultural judeocristiana, la primera y automática asociación que me vino a la mente fue, obviamente (y no era poca cosa), la del conocidísimo mito bíblico de Adán, Eva, la pérdida del paraíso en castigo por el robo de la fruta prohibida y la instauración de la dura vida y de la conflictiva cultura humana en la tierra que se halla en el medio. Relato con el que la narración wichí presenta coincidencias estructurales que no pueden menos que impresionar. Inmediatamente después recordé otros mitos amerindios, algunos de los cuales escuché y registré por aquellos mismos días de boca de otros wichíes o de personas de otras etnias, acerca de humanos que transitan, por hilos, lianas o árboles, entre el cielo y la tierra originarios, hasta que algún egoísmo disgregador o algún conflicto interno (a menudo entre padres e hijos y, más a menudo aún, entre hombres y mujeres) causa la interrupción de la comunicación entre lo de arriba y lo de abajo (igual que la había interrumpido entre el uno y el otro) y condena a la permanencia, o a la prisión, para siempre, en el duro suelo. Mitos que, por cierto, había leído también, en versiones parecidas, en muchas más compilaciones de mitologías amerindias (en las que

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han quedado documentados de la manera más profusa); y, por supuesto, en los libros de LéviStrauss, a quien sirvieron también de cimiento de sus teorías sobre el trickster mediador entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Desde el momento mismo en que escuchaba al anciano narrador wichí atrapó mi atención el motivo de los intestinos de Tokwaj, el zorro, que quedaron en suspenso entre el cielo y la tierra, y que formaron la espesa vegetación del bosque subtropical, chaqueño, en el que hasta hoy han vivido, y que ha dado abrigo y alimento durante siglos de los indios wichíes. Aunque quizás sería más apropiado hablar del bosque en el que cada vez menos y peor viven los indios wichíes, por causa de las expulsiones dictadas por criminales intereses políticos y económicos, por la destrucción brutal de su medio a manos de explotadores insaciables de petróleo, minerales y madera, y por la construcción de nuevas y despiadadas carreteras. Pero el caso es que el episodio de la suspensión de Tokwaj, atrapado por sus propios intestinos entre el cielo y la tierra, de los que se convirtió en puente mediador, determinante para la existencia de los humanos de más abajo, no solo se me antojaba similar a muchos otros episodios narrativos que resonaban en otros mitos amerindios o en los análisis de Lévi-Strauss.

8. Prometeo, Loki y más intestinos y efluvios colgantes Acaso fuera el acto impresionante de escucharlo de viva voz el que hizo volar mi memoria (o mi imaginación) hasta culturas y tradiciones muy lejanas, y lo que me trajo a la mente a Prometeo, el fríe/rafe/--he roe griego por antonomasia, ladrón del fuego prohibido de los dioses, conductor del valioso bien robado desde el elevado Olimpo hasta el bajo suelo en el que vivían

los hombres, promotor por tanto de una nueva cultura humana en la tierra llana, encadenado por Zeus sobre la cima de un inaccesible monte del inaccesible Cáucaso, y con el hígado extirpado y devorado cada día por un águila, y regenerado también cada día para volver a servir de alimento, en seguida, a la misma rapaz. Otro trickster, pues, condenado a quedar en suspenso en la cima de un monte escarpadísimo, en el espacio crítico en el que se juntan el cielo y la tierra, aprisionado por sus entrañas en permanente proceso de estiramiento, de muerte y de regeneración (igual que el bosque chaqueño nacido de los intestinos de Tokwaj) a una condena que hubiera sido eterna si Hércules no hubiera pasado providencialmente por allí y no le hubiera liberado. Las semejanzas y las relaciones no quedaban ceñidas solo a esos dos mitos, el wichí y el griego. El mito de Prometeo, el trickster por excelencia de los griegos de la antigüedad, conduce hasta paralelos como el del trickster (no heroico benefactor, sino diabólico destructor) germánico Loki, encadenado a tres rocas por medio de los intestinos (de nuevo unas entrañas perdurables) de su hijo Narfi, y condenado a la tortura del veneno de una serpiente colocada encima de su cabeza, cuya ponzoña gotearía eternamente, hasta el día final, sobre su cara, porque, después de caer sobre ella, era recogida en un cuenco cuyo contenido era de nuevo arrojado sobre él. La impresionante ecuación formada por los intestinos extirpados de Tokwaj, el hígado que el águila separa y desgarra de Prometeo, el veneno de la serpiente que se derrama sobre un Loki encadenado mediante unos intestinos, dispuestos todos en orden de caída, de arriba a abajo -visceras, efluvios, humores colgantes entre el cielo y el suelo-, puede dar cabida a muchos más factores que alimentan muchos más mitos.

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9. Héroes suspendidos entre lo medio y lo inferior: de Sísifo y Ticio a José, Juan el Oso y el conde de Montecristo Un poco más adelante retomaremos la pista de esas visceras y efluvios de personajes carismáticos que se constituyen en puentes de comunicación entre mundos diferentes. Es preciso, ahora, señalar que el mito de Prometeo se relaciona, también, con paralelos grecolatinos que podríamos considerar, en cierto modo, inversos o simétricos, si se les considera en un eje puramente espacial. Como el de Ticio, raptor de mujeres, arrojado también al subsuelo infernal y eviscerado, una y otra vez y para siempre: Nueve pletros su cuerpo ocupaba, tendido en un llano, sin poder defenderse; dos buitres de un lado y de otro le roían el hígado allí penetrando sus carnes. (Odisea, XI, vs. 576-580).

O como el de Sísifo, condenado no en lo alto de un monte, sino en el infierno subterráneo, a empujar una gran piedra por una cuesta pronunciada, y a volver a empezar siempre la misma labor porque la piedra acababa rodando una y otra vez hacia abajo. Ejemplo insuperablemente angustioso de liminalidad, de imposibilidad de hallar el descanso, de condena a un movimiento perpetuo y agotador en una especie de lugar de enloquecedor tránsito, en que jamás quedan claros los puntos de salida y de llegada. El elenco de los trickstersy de los héroes que se quedan en suspenso en la prisión temporal del subsuelo, es decir, del espacio opuesto, inverso, simétrico en vertical (en relación con el espacio de arriba) que media entre la tierra y el infierno, es tan extraordinariamente denso y complejo que habremos de prestarle atención monográfica en otro artículo, hermano de este, que llevará el título (simétrico también) de "Los

héroes suspendidos entre la tierra y el infierno" (cfr. Pedrosa, 2006). Artículo que acaso nos permitirá llegar a conclusiones algo más detalladas y fundamentadas acerca del extendidísimo tópico cultural y literario que conocemos como el descensus ad inferos de los héroes, y seguir explorando la polaridad medio I inferos que funciona como eje simbólico de tantos mitos: entre ellos, los de Hércules, Teseo, Orfeo, Ulises o Eneas en sus periplos de ultratumba, el de José arrojado al pozo por sus hermanos, el de Jesucristo yacente en su sepulcro, el de Juan el Oso abandonado por sus compañeros en otro pozo, el del conde de Montecristo en su cripta oscura, el de Indiana Jones atrapado en su templo maldito.

10. Héroes y santos entre la tierra y el cielo: Adonis, Edipo, Ganímedes, Heracles, Vírgenes del Pilar, penitentes estilitas, santos de los altares Retornemos a los sujetos carismáticos que viven en algún momento de su vida suspendidos en el espacio precario que media entre el cielo y la tierra. Fijándonos tan sólo en la mitología griega, encontramos un elenco amplísimo de ellos, que recorre desde el estado no nato o desde el estado apenas neonato hasta el estado críticamente ante-mortem y post-mortem. Pensemos en Adonis, cuyo embrión se desarrolló, antes incluso de nacer, en el seno del árbol en que se había metamorfoseado su madre Mirra: bajo el cielo, pero sin tocar la tierra. Pensemos en el Edipo apenas nacido que fue abandonado y colgado por los pies de un árbol, hasta que fue descubierto y descolgado por el pastor que le salvó. Período, el de la suspensión entre el cielo y la tierra, absolutamente crucial en su curriculum heroico, del que heredó hasta el nombre: Edipo, "el de los pies hinchados" en recuerdo de aquella penosa suspensión. Recordemos, también, al adolescente Ganímedes raptado por el

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águila celeste y pataleando temeroso sobre la y pobres, por lo general: inferiores no solo por atmósfera que ningún otro humano podía surcar la posición que ocupaban en el espacio terrenal, mientras era conducido hasta la elevada compa- sino también en el plano de la edad y de la clañía de Zeus, en el alto Olimpo. Evoquemos, una se social- se convertían en mediadoras perfectas vez más, al Heracles que subió penosamente entre el cielo y la tierra. Tanto más, en un nivel hasta la inmolación en la cima del monte Eta, en ya casi escenográfico, cuando el humano se arroel que quedó un punto por encima de los hom- dilla ante ella, toca sus pies, besa su manto y rebres y un punto por debajo de los dioses, como compone la previsible vertical simbólica que deja correspondía. Aunque sólo transitoriamente, arriba a la divinidad y abajo a sus fieles. ya que acabó ingresando, post-mortem, en el Algo más abajo encontrarían su lugar los peOlimpo. Pensemos, en fin, en el nutrido elenco nitentes estilitas que aspiraban a santos encade héroes y de heroínas griegos que, en premio ramándose, en la medida de sus posibilidades de sus virtudes épicas o trágicas, quedaron a y equilibrios, a los aledaños del cielo, según su muerte colgados, con el fulgor de estrellas o reflejan tantísimas hagiografías viejas, y según de constelaciones, en el cielo empíreo. O en los evoca, en tono ácidamente paródico, la pelícuque, sin alcanzar tan elevado podio, quedaron la magistral de Luis Buñuel, Simón del desierto, inmortalizados, en efigies de piedra o de metal, protagonizada por un santo penitente que vive sobre altas columnas que pregonaban su gloria sobre una alta columna y que al final hace un perdurable, más allá de la muerte y del tiempo. onírico y pecaminoso descenso a las criptas de Si los mitos griegos establecieron mojones lo prohibido. graduales (árboles, montes, columnas) en el Y hasta habríamos de reparar, también, en el ambiguo espacio que separa lo medio de lo su- propio concepto de altar, alto y eminente, o en la perior, para que determinados seres carismáti- perífrasis subir a los altares, o en el concepto de cos pudieran mantenerse de algún modo, aun- ascesis, y en el género de la literatura ascética, en que fuera precariamente, en él, los relatos cris- el que tanta relevancia tiene el concepto de subitianos puede que hayan sido aún más prolijos da, de elevación: términos e ideas que codifican y circunstanciados en ese aspecto. En el vértice en el ámbito de la lengua una geografía simbólica superior del paraíso se ha representado siem- que va más allá de lo que el léxico puede estricpre a Dios Padre, ligeramente elevado sobre el tamente denotar. Porque cada vez que entramos Hijo, sobre el Espíritu y sobre la Virgen, quienes en una iglesia y contemplamos las imágenes y dominarían, a su vez, el espacio intermedio de los retablos que hay sobre nuestras cabezas, y los ángeles y de los santos, mediadores emble- vemos a los devotos arrodillados (buscando comáticos, en continuo ir y venir, entre el arriba y locarse aún más abajo) delante de ellos, toda la el abajo. Como muy en detalle, y con todo tipo inmemorial organización espacial del mito vuelde habitáculos y de jerarquías, se puede apre- ve a manifestarse, viva y real, ante nosotros. ciar en las pinturas de Miguel Ángel en la CapiIgual que cuando contemplamos la imagen lla Sixtina o en El entierro del conde de Orgaz de un sacerdote hablando desde un pulpito, de de El Greco. un rey sentado sobre su trono elevado, de un Algo más abajo estaría el lugar de los árboles, político o de un profesor disertando desde su los promontorios, las peñas, los pilares y colum- estrado, o de un deportista victorioso sobre el nas a los que dieron en subirse Vírgenes -como la podio que establece jerarquías en relación con del Pilar- que, al aparecerse a los humanos -niños los que se han singularizado menos que él.

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11. Gigantes descuartizados, efluvios de la sangre de Cristo, efusión de leche de la Virgen, reliquias y humores de santos Sigamos comparando viejas mitologías precristianas y arranadísimos relatos cristianos, y recuperemos, de paso, la cuestión de los efluvios y de los humores de seres carismáticos que chorrean entre el cielo y la tierra y tienden puentes de comunicación entre los seres celestiales y los humanos. Recordemos, por ejemplo, las partes del cuerpo descoyuntadas y descuartizadas (con efusión también de visceras y de sangre) de tantísimos gigantes divinos, originarios, cosmogónicos, de cuyos cuerpos, que se alojaron en principio en el espacio superior, se cree en muchas tradiciones míticas (desde las mesopotámicas, egipcias, griegas y nórdicas hasta las amerindias) que se formaron el cielo, la tierra, el mar, la vegetación (la cual se identifica, por lo general, con los cabellos o con los intestinos de tales seres míticos), los animales, los hombres: los objetos y los seres del espacio medio, el de la tierra. La misma ecuación podría dar cabida, también, a la sangre que, en la tradición cristiana, cae del costado de un Cristo clavado en lo alto de la cruz, lacerado y torturado, suspendido en un dolorosísimo y agotador interregno espacial; o a la leche que sale del pecho de una Virgen eminente, los cuales (la sangre y la leche: fluidos o humores del cuerpo) suelen caer, según ha quedado reflejado en una iconografía muy profusa, sobre la cara o dentro de la boca de los cristianos devotos y prosternados, que en el contacto y en la ingestión de ese chorro de divinos efluvios que vienen de arriba hallan una vía simbólicamente eficaz de comunicación con lo superior. No otra cosa podría decirse de la relación espacial que los creyentes establecen con las reliquias: restos, despojos, cabellos, a veces fluidos o humores, del cuerpo de los santos, o de

objetos que habrían tocado sus cuerpos (si bien las reliquias más efectivas son, por supuesto, las estrictamente corporales: la sangre, los huesos, las visceras, los cabellos). Ante las que los fieles se humillan, se arrodillan o se prosternan, buscando un eje vertical de comunión con lo divino que llega al climax en el momento del beso y del contacto reverentes que alinea a todos en el orden que no se debe mutar: la divinidad arriba, los despojos en el medio, los fieles abajo. Existen también representaciones atenuadas de estos flujos que se precipitan desde la divinidad de arriba hasta los fieles que se alimentan de ellos abajo: un avatar bellísimo es el que nos muestra el célebre cuadro La fuente de la gracia, de Jan Van Eyck o de la escuela de Jan Van Eyck, conservado en el Museo del Prado, que pinta una corriente de agua bendita que cae de arriba a abajo: metáfora transparente de la sangre de Cristo, que nace justo debajo del cordero sacrificial, el cual está a su vez a los pies de Dios Padre, el más alto de todos, para descender, atravesando una arquitectura portentosa, por los espacios del cielo superior y del cielo intermedio de los ángeles, hasta llegar al dominio medio de los hombres.

12. El invasor mutilado: el gigante hetita Ullikummi, el dios griego Urano, los hombres soberbios de Babel Mito tan antiguo (del segundo milenio a. C.) como hermoso, el relato hetita (con influencias posiblemente hurritas) del gigante Ullikummi es un perfecto ejemplo de cómo la cultura precisa diferenciar netamente entre superos, medio e inferos, estableciendo fronteras, fijando distancias, marcando negativamente, expulsando o sacrificando a quienes pretenden apropiarse de manera no heroica, no pactada con los hombres ni legitimada por el sistema religioso, de unos

I habrían tocado sus cuerpos (si bien • mal efectivas son, por supuesto, las Itt corporales: la sangre, los huesos, I, loa cabellos). Ante las que los fieles 1, a* arrodillan o se prosternan, busje vertical de comunión con lo divino II Climax en el momento del beso y O reverentes que alinea a todos en el FIO ae debe mutar: la divinidad arriba, ti en el medio, los fieles abajo, también representaciones atenuadas ijoa que ae precipitan desde la diviniba haata los fieles que se alimentan •Jo: un avatar bellísimo es el que nos Célebre cuadro La fuente de la gracia, iyck O de la escuela de Jan Van Eyck, ) en el Museo del Prado, que pinta ita de agua bendita que cae de arriba •táfora transparente de la sangre de naca juato debajo del cordero sacrifi•Btá a au vez a los pies de Dios Padre, dff todoa, para descender, atravesanjltaotura portentosa, por los espacios iparlor y del cielo intermedio de los lata llagar al dominio medio de los

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intersticios que deben quedar en blanco, deshabitadas, para que las categorías esenciales de la cultura puedan preservar sus perfiles e identidades bien claros y diferenciados. Ullikummi era un gigante de piedra, sordo y ciego, nacido de la unión prodigiosa del dios Kumarbi con una roca, que a los pocos días de nacer había experimentado ya un crecimiento asombroso: Como una torre se va alzando la Piedra y arriba, en el cielo, ¡ba alcanzando a los templos y a los aposentos de los dioses. (71H,184) Días después, incluso crecía más.

Conmovió el cielo y sacudió la tierra. Empujó el cielo hacia arriba como un vestido vacío. [...] La diorita se alza abajo, sobre la tierra, la diorita se va alzando como una torre y llega a los aposentos, al templo. Tiene ya la diorita una altura de nueve mil leguas y su anchura es de nueve mil hanegadas. (7LH, 191)

entre ambas categorías. De acuerdo con una estrategia parecida a la que usó Cronos para castrar con una hoz y para eliminar a su padre Urano, dios todavía primitivo, caótico, de cuya sangre, caída desde un cielo sobre una tierra cada vez más apartados y diferenciados, nacerían los gigantes, las erinias y otros seres sobrenaturales, y dios cuya muerte abriría una era nueva y germinal (la llamada Edad de Oro, que sucedía a la era del caos) en el proceso de la creación. Imposible no añadir, en este punto, que el método hitita-hurrita de la sierra y el método griego de la hoz para separar contundentemente las categorías de lo medio y de lo superior fueron un tanto más violentos y menos sutiles que los que empleó Yavé para quebrar la torre de Babel que amenazaba con borrar la frontera entre la tierra de los hombres y el reino celeste de Dios. La caótica alteración del orden del universo que ello hubiera provocado fue combatida por el dios de los hebreos con otro tipo de caos, el de la confusión de las lenguas, que detuvo en seco el crecimiento monstruoso de la torre, restauró y consolidó la frontera entre los dos mundos, preservó las categorías que la cultura necesita para organizarse.

Entre los djerma-songay de Níger se sigue contando, hoy, un hermosísimo mito etiológico que intenta explicar la separación de la tierra media y del cielo superior, y que tiene indudable relación con varios de los mitos que hemos analizado en estas páginas. Incluye los motivos del tabú no respetado por exceso de curiosidad o de ambición, del acto de violencia con que se ejecuta la trasgresion, de la clausura de una edad antigua y la instauración de una edad nueva,

De ese modo fue vencido Ullikummi, y así quedó preservada, mediante golpes de sierra contundentemente asestados, la frontera entre lo medio y lo superior, y evitado el caos (material y cultural) que suponía la no discriminación

13. La muchacha que con su mortero provocó la separación del cielo y de la tierra

Ninguna alianza de dioses fue capaz de detener el crecimiento monstruoso de Ullijummi, ninguna seducción pudo distraerle, ningún rayo abatirle. Hasta que alguien se acordó de "cuando sucedió que el cielo y la tierra / fueron separados por un cortante", y resonó el grito: I Que traigan la sierra primigenia, con la que fueron separados el cielo y la tierra, y que sierren por los pies a Ullikummi, la diorita, que Kumarbi creó como rival contra los dioses!. (TLH, 197)

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de la demarcación nítida de la frontera entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Se acerca más al mito wichí del zorro Tokwaj, que al abrir un abismo entre el cielo y la tierra provocó el fin de una edad feliz y la instauración de una edad de sufrimiento para los humanos. También está cerca del mito griego de Urano, el dios celeste que, al ser castrado con una hoz por su hijo Cronos, privado del aparato genital que le unía con su esposa, la diosa Gea, la Tierra, que se encontraba justo debajo, abrió una brecha irrefutable entre el cielo y la tierra, resolvió expeditivamente la caótica continuidad e indiferenciación que antes privaba de identidad a los niveles necesarios del mundo geográfico y del cultural, y dio paso al surgimiento de una edad nueva (aunque feliz, y no de sufrimiento) en la tierra. Pero tiene, también, similitudes indudables con el mito hitita del gigante Ullikummi o con el semita de Babel, por más que en estos la apertura del abismo entre cielo y tierra sirva para restaurar el orden del universo, mientras que en el mito djermasongay sirva para arruinar el paraíso originario e instaurar una época de dolor para los humanos. Lo cual no tiene por qué ser entendido como indicio de desorden, sino, acaso, como prueba de un nuevo, fatal y desdichado orden: Hace mucho, muchísimo tiempo, el cielo se hallaba muy cerca de la tierra. Tan cerca que hasta los niños pequeños podían tocarlo. En aquel entonces no existían ni el hambre, ni las enfermedades ni la pobreza, y nadie se veía obligado a trabajar para poder comer, ya que todo caía del cielo. Cuando alguien tenía ganas de comer o de beber algo, bastaba solamente con que lo pensase, y en seguida le caía el objeto anhelado del cielo. Todo les estaba permitido a los seres humanos, excepto la labor agrícola de majar. Nadie se había atrevido a infringir aquella ley jamás. De modo que la gente vivió felizmente durante muchísimo tiempo. Pero, un día, una joven muchacha, muy curiosa y muy mal educada, decidió majar a escondidas, para ver lo que ocurría en el cielo. Así que puso una piedra muy grande en el mortero, cogió una maja y empezó a

majar: —¡ Tuc\l primer golpe de la maja en el mortero, el cielo se alejó un poquito. Pero, en vez de renunciar su indeseable maniobra, la muchacha sintió aún más viva la curiosidad de ver hasta dónde podría seguir alejándose el cielo. Y siguió majando: —¡ Tuc\! ¡ Tuc! Y el cielo continuó alejándose cada más, y más, y más. Y ella perseveró en su labor con más energía, y cada vez con mayor curiosidad: —¡ Tuc! ¡ Tuc! ¡ Tuc! Fue justo después de que ella majase por séptima vez cuando alguien se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, y llegó a todo correr para arrancarle la maja de las manos. Pero ya era demasiado tarde. El cielo se había alejado tanto que había acabado por situarse a la misma distancia a la que sigue estando hoy en día. Y fue desde entonces que comenzaron los sufrimientos de los seres humanos: el hambre, la pobreza, las enfermedades, la violencia y, sobre todo, la necesidad de trabajar duramente para poder comer (Amadou, Pedresa, 2005: núm. 1).

14. El mal ascenso: los Gigantes, Lucifer, Babel, Faetón, ¡caro, Calisto, don Juan, Fausto Ullikummi, el gigante abatido que a punto estuvo de convertirse en puente ¡ndeseado entre el cielo y la tierra, o los soberbios hombres de Babel que intentaron llegar a las alturas del cielo, obrando fuera de cualquier orden moral y evadiéndose de cualquier clasificación cultural, han tenido larga y pluricultural parentela. Por ejemplo, los gigantes primordiales, que habían nacido de la sangre derramada de Urano sobre Gea, la tierra, y que quisieron elevarse sobre el cielo apilando las montañas de Tesalia unas encima de otras, hasta que fueron derribados por los dioses. O sus epígonos, los gigantes Oto y Efialtes, los Aleadas, que crecieron monstruosamente, sin parar, y que para elevarse hasta el cielo y derrocar a los olímpicos pusieron varios montes uno encima del otro, hasta que

ir golpe de la maja en el mortero, el cielo se poquito. Pero, en vez de renunciar su ¡ndefianlobra, la muchacha sintió aún más viva la Id d( ver hasta dónde podría seguir alejándolo. Y ilguló majando: | Tuol | Tucl ) continuó alejándose cada más, y más, y más. irieveró en su labor con más energía, y cada miyor curiosidad: | Tuol | Tuc\ después de que ella majase por séptima vez llgulen se dio cuenta de lo que estaba suceV llegó a todo correr para arrancarle la maja •nos. iri demasiado tarde. El cielo se había alejado • habla acabado por situarse a la misma dista que Sigue estando hoy en día. Y fue desde I que comenzaron los sufrimientos de los seinos: el hambre, la pobreza, las enfermedalolencla y, sobre todo, la necesidad de trabanente para poder comer (Amadou, Pedrosa, m, 1),

aaoanso: los Gigantes, Lucifer, Babel, •ro, Gallito, don Juan, Fausto iml, al gigante abatido que a punto convertirse en puente ¡ndeseado en3 y la tierra, o los soberbios hombres que Intentaron llegar a las alturas del indo fuera de cualquier orden moral y >aa de cualquier clasificación cultural, ) larga y pluricultural parentela, mplo, los gigantes primordiales, que cldo de la sangre derramada de Ura3ea, la tierra, y que quisieron elevarse lelo apilando las montañas de Tesalia na de otras, hasta que fueron derriba• dioses. O sus epígonos, los gigantes tas, los Atoadas, que crecieron monsite, sin parar, y que para elevarse hasy derrocar a los olímpicos pusieron ntes uno encima del otro, hasta que

fueron abatidos por Apolo. Otro ejemplo: el soberbio ángel caído que en algunas tradiciones fue llamado Lucifer, y que primero fue precipitado desde lo alto del cielo y después se empeñó en reconquistar las alturas, según relata Isaías 14:12-15: ¿Cómo has caído desde el cielo, / brillante estrella, hijo de la aurora? / ¿Cómo has sido derribado a tierra / tú, el vencedor de las naciones? / Te decías en tu corazón: / "El cielo escalaré, / encima de las estrellas de Dios / levantaré mi trono; / en el monte de la asamblea me sentaré, / en lo último del norte. / Subiré a las alturas de las nubes, / seré ¡gual que el Altísimo". / Mas, ay, has caído en el seol, / en las honduras del abismo (La Santa Biblia, 1988: 880).

Recuérdese también al temerario Faetón, que no tuvo la pericia suficiente para conducir el carro solar de su padre Helios, y que en su agónico peregrinar por el crítico espacio que media entre el cielo y la tierra, abierto a todas las corrientes, hizo primero (cuando subió demasiado alto) que la tierra se enfriase y que después (cuando descendió demasiado) se quemase, hasta que Zeus se vio obligado a abatirle con su rayo y a precipitarle sobre la tierra. O al desobediente ícaro, que no siguió los prudentes consejos de su padre Dédalo, y que se empeñó en volar tan alto que el sol derritió la cera que mantenía unidas las plumas que formaban sus alas postizas, con lo que se condenó a sí mismo a precipitarse desde lo alto hasta la muerte. En el imaginario hispánico no carecemos de antihéroes llamativamente incapaces de salir con bien de la prueba de la suspensión sobre el abismo: Caliste, noble indigno, trasgresor del código de la ética caballeresca, que perdió la vida al precipitarse desde lo alto de la escalera que le llevaba al disfrute del placer individual y clandestino de la joven Melibea. O Don Juan, que desde las alturas de su arrogancia y engreimiento fue arrastrado a las profundidades del infierno cuando una sima ardiente se abrió bajo sus pies.

Claro que hasta para los mes soberbios antihéroes hay, en ocasiones, una escala redentora y hasta una posibilidad de ingresar, in extremís, en el mundo superior. Existen avalares del mito de don Juan, como el Don Juan Tenorio de Zorrilla, en que la mano angelical de doña Inés salva al tricksterde\o y,cuando todo parecía estar ya perdido, y el abismo aspiraba hacia abajo con toda su fuerza, le conduce, en vertical, hacia la gloría. Igual que sucedía en el Fausto de Goethe, en que la caída a los abismos del soberbio trasgresor fue frenada porla dulce Gretchen, quien le abrió al pecador las puertas del cielo.

15. El buen ascenso: Perseo, Belerofonte, Simbad, Peter Pan, Dante, El barón rampante, Alejandro Todos este elenco de antihéroes que se precipitaron desde lo alto hacia el abismo, por soberbia, ambición o temeridad, por romper normas, desobedecer consejos o aspirar a bienes no legítimos o no pactados, tiene sus correspondencias, a veces prácticamente simétricas, en el mundo de los héroes. Es imposible hacer un contra-elenco, aquí, de los héroes voladores que, en clave épica (Perseo o Belerofonte a lomos de Pegaso), en clave de relato de aventuras (Simbad el marino sacado del abismo por el pájaro roe), en clave de relato para niños (Petar Pan ascendiendo cuando quiere por los aires, frente al capitán Hook, precipitándose siempre hacía las fauces del cocodrilo que seguía sus pasos), en clave cómica (el barón de Munchaussen surcando los aires sentado sobre una bala de cañón) han atravesado los aires de la ficción y renovado con insistencia esta poética de los espacios elevados, medios e inferiores que parece prácticamente universal. Algunos relatos de este tipo han dado lugar a dilatadas, excéntricas, inimitables alegorías,

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morales al tiempo que amorosas, como la Commedia de Dante, organizada a modo de accidentado ascenso desde el infierno hasta el paraíso. O a hermosísimas metáforas en que la reflexión moral se alia con la exploración de los límites para construir ficciones, como es la encarnada en El barón rampante de ítalo Calvino, héroe irrepetible, épico, lírico y cómico, todo a la vez, que desde el árbol en que transcurre su vida se convierte en símbolo del bien alternativo, de la moral desobediente, de la fantasía redentora. Algunas de las escenas heroicas de este tipo pueden ser tenidas por reflejos inversos, simétricos, de las protagonizadas por los antihéroes. El Calisto inmoral de La Celestina, que se precipitó hacia la muerte desde lo alto de una escalera con la que pretendía no alcanzar el bien común, sino el puro placer egoísta, tiene el épico contrapunto del Alejandro Magno que, en el medieval Libro de Alexandre (y en sus fuentes clásicas y medievales) se encarama, subiendo por una escalera, sobre las murallas de la ciudad india de Sudraca, desafiando el dolor, despreciando la muerte, dando la mejor medida de la estatura del héroe que se desprecia a sí mismo y arriesga su vida por la victoria de los suyos: Mandó las escaleras en el muro poner; quiso la delantera él mismo tener: ovóse en las menas someras a meter. Ya era el buen rey en la tapia somera; subíen en pues él mucha de gent' ligera. De la grant pesadura fallegió Tescalera: cayeron todos yuso; quebró mucha mollera. El rey fincó señero en somo del castiello: sedié entre dos menas en angosto portiello; tenié en el escudo fito mucho quadriello, mas era la loriga leal, e el capiello. Los vasallos veyén al señor mal seer; no'l podién por manera ninguan acorrer: non tenién escaleras nin las podién aver; (non se sabién por guisa ninguna componer!. (Libro de Alexandre, est. 2222-2225).

Alejandro alzado precariamente sobre una débil escala, con el abismo bajo los pies, aislado en lo alto de una almena, apartado de sus hombres, a punto de conquistar, para rematar la hazaña, la ciudad india de Sudraca: digno correlato del desanidador de pájaros amerindio, del Odiseo colgado de una rama sobre el abismo de la cueva de Caribdis, de tantos otros héroes de pértiga, cuerda o escala que fueron capaces de mantenerse, durante el tiempo justo y preciso, entre dos mundos, en el vacío expuesto a todos los vientos, en la frontera que convierte en héroes a quienes no logra precipitar en el abismo.

16. Absalón colgado de una encina, Odín suspendido del fresno Yggdrasil Absalón, ambicionando la sucesión del trono, se enfrentó a su padre David en lucha auténticamente épica y cruel. El bíblico episodio de II Samuel9-15 describe en términos dramáticos la muerte del joven, que rindió su alma enredado por su cabellera y colgado de una encina, literalmente "suspendido entre el cielo y la tierra", si creemos el texto hebreo: Absalón se encontró frente a frente con los servidores de David. Absalón iba montado en un mulo, y, al pasar el mulo por debajo de las ramas de una gran encina, la cabeza de Absalón se enredó en la encina y quedó suspendido entre el cielo y la tierra. El mulo sobre el que cabalgaba continuó adelante. Lo vio uno y se lo anunció a Joab, diciendo: "He visto a Absalón suspendido en una encina". Joab contestó al hombre que se lo había anunciado: "Puesto que lo has visto, ¿por qué no le has matado y echado a tierra? Yo te hubiera dado diez siclos de plata y un cinturón". Pero el hombre respondió a Joab: "Aunque sintiese en mi mano el peso de mil siclos de plata, no pondría mi mano sobre el hijo del rey; porque llegó a nuestros oídos la orden que te dio el rey, lo mismo que a Abisal y a Itai, diciendo: "Guardadme al joven Absalón". Si yo hubiese atentado fraudulentamente contra su vida, al rey nada se le oculta, y tú te hubieses quedado al margen. Joab respondió: "No quiero perder el

ridro alzado precariamente sobre una ;ala, con el abismo bajo los pies, aislai alto de una almena, apartado de sus I, a punto de conquistar, para rematar la la ciudad india de Sudraca: digno corred»8»nidador de pájaros amerindio, del lOlgado de una rama sobre el abismo de da Carlbdis, de tantos otros héroes de cuerda o escala que fueron capaces de irae, durante el tiempo justo y preciso, • mundos, en el vacío expuesto a todos 08, en la frontera que convierte en héjienea no logra precipitar en el abismo.

ilón colgado de una encina, Odín susdel freano Yggdrasfl ón, ambicionando la sucesión del troifrentó a su padre David en lucha autén:a épica y cruel. El bíblico episodio de II í-15 describe en términos dramáticos la Jel joven, que rindió su alma enredado ibellera y colgado de una encina, literalluapendldo entre el cielo y la tierra", si el texto hebreo: n •• •noontró frente a frente con los servidoDavid. Abtalón Iba montado en un mulo, y, al ti mulo por debajo de las ramas de una gran la oabaia de Absalón se enredó en la encina Ó luapandldo entre el cielo y la tierra. El mulo il que cabalgaba continuó adelante. Lo vio uno anunció a Joab, diciendo: "He visto a Absalón dldo an una encina". Joab contestó al hombre 10 habla anunciado: "Puesto que lo has visto, jé no la haa matado y echado a tierra? Yo te l dado dlaz tlclos de plata y un cinturón". Pero bra raapondló a Joab: "Aunque sintiese en mi 11 paao da mil slclos de plata, no pondría mi lobra al hijo del rey; porque llegó a nuestros oíarden que te dio el rey, lo mismo que a Abisal I, dictando: "Guardadme al joven Absalón". lublaaa atentado fraudulentamente contra su ray nada se le oculta, y tú te hubieses queda"larflen. Joab respondió: "No quiero perder el

tiempo contigo". Tomó tres dardos y los clavó en el corazón de Absalón, que todavía estaba vivo en medio de la encina. Después se acercaron a Absalón diez jóvenes, escuderos de Joab, golpearon a Absalón y lo remataron (La Santa Biblia, 1988: 362).

Absalón, aunque príncipe, era mortal, y la dramática suspensión de su encina no pudo prolongarse durante mucho tiempo. Porque ni a los mortales, ni tampoco a los dioses -¡ni siquiera al gran Odín, una de las divinidades a las que mayores poderes se han atribuido!- les es dado quedar por largo tiempo colgados entre el cielo y la tierra. En la mitología nórdica, el árbol Yggdrasil era un fresno perenne y, al mismo tiempo, un axis mundi (eje del mundo) que organizaba y jerarquizaba los espacios del universo y de la cultura. Dominando su copa estaban un águila y un halcón que salía de sus ojos, por su tronco correteaba una ardilla, y en sus raíces se cobijaban cuatro ciervos que alcanzaban a ramonear entre las ramas: bestias del aire (el halcón y el águila), del espacio que media entre el aire y la tierra (la ardilla), y de la tierra (los ciervos). El árbol Yggdrasil se hallaba organizado en nueve reinos o nueve mundos, que se correspondían, de tres en tres, con la copa, el tronco y la raíz. Su detalle es, de arriba a abajo, el siguiente: el Muspelheim o mundo originario y superior, hecho de fuego y de hielo; el Asgard o reino de los dioses: el Alfheim o reino de los elfos de la luz; el Vanaheím o reino de la familia de los dioses Vanir; el Midgard o reino de los hombres; el Jotunheím o reino de los gigantes; el Nifíheim o reino oscuro; el Svartálfaheim o reino de los elfos oscuros, y el Helheim o reino Infernal de los muertos. A los pies del fresno Yggdrasil viven las diosas nornas, que lo riegan con las aguas del pozo de Urd, y el dios Heimdall, que intenta protegerlo de los ataques de los aún más inferiores dragones y gusanos, los cuales se aliarán con

el resto de los demonios y de los gigantes cuando llegue el apocalipsis, el ñagnarok, cuyo fin es derribar a Yggdrasil y hundir así al fundamento del mundo. Solo Wotan-Odín, el dios supremo, el peregrino incansable, era capaz de transitar por todos y cada uno de esos mundos (a veces sobre el lomo de su caballo de ocho patas, Sleipnir), de contemplar desde su trono en el Asgard lo que sucedía en cada rincón de ellos, y de conocer el destino de cada una de sus criaturas. Ningún hombre, ni siquiera el más heroico, ni ningún otro de los dioses, tuvo jamás la facultad de traspasar tantas fronteras. Es más: fue Odín quien fortificó la frontera entre el Jotunheím de los gigantes y el Midgard de los hombres, para preservar la seguridad de estos. El único capaz de trascender las fronteras era, también, el único que podía garantizar su inviolabilidad. Odín, para aprender a descifrar las runas y para iniciarse en los arcanos de la adivinación, se colgó durante nueve días y nueve noches, "herido de lanza" (¿traspasado por una lanza? ¿sostenido por ella?), del árbol Yggdrasil, en una especie de autosacrificio que ha sido muchas veces comparado con el de Cristo en la cruz: Sé que pendí nueve noches enteras del árbol que mece el viento; herido de lanza y a Odín ofrecido - yo mismo ofrecido a mí mismo del árbol colgué del que nadie sabe de cuáles raíces arranca. Ni pan me tendieron ni copa alguna; fijo en lo hondo miré; las runas alcé, las gané entre gritos; caí a la tierra de nuevo. (Edda Mayor, Vóluspá, est. 138-139).

Cayó Odín a la tierra, exhausto, dolorido, al cabo de nueve días de pasión colgado del carismático árbol Yggdrasil, que sostenía el mundo. Igual que descendió el cuerpo de Cristo a la tie-

rra tras pasar las jornadas insoportables de la pasión y los días fríos de la muerte en suspenso sobre el no menos carismático árbol de la cruz, pilar fundamental del mundo de acuerdo con la tradición cristiana. Ni aun los dioses más poderosos, los que llegaron a extender su poder sobre los nueve, o sobre los tres mundos, fueron capaces de mantenerse, más allá de un tiempo brevísimo, angustioso, sacrificial, en suspenso en el lugar casi imposible en que se unen el cielo y el abismo.

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Referencias bibliográfico

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Miti mediterranei Atti del Convegno internazionale Palermo-Terrasini, 4-6 ottobre 2007

a cura di Ignazio E. Buttitta

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Buttitta, Ignazio E. Mili medlterranel : attl del convegno internazionale : Palermo-Terrasini, 4-6 ottobre 2007 / a cura di Igniilo E, Buttitta, • Palermo : Fondazione Ignazio Buttitta, 2008.

(Aota diurna ; 3) 1. Mili - ••••! Medlterranel - Attl di congressi.

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Piercarlo Grimaldi, Miti e storie d'acqua del Grande Fiume: memorie di salvezza Salvatore D'Onofrio, Storia sacra e párentele María Tausiet, La Fesfa della Tarantola: giubilo e pena nell'Alta Aragona Mana Margherita Salta, Miti, storie e leggende dell'immaginario in Sardegna Tatiana Cossu, Giulio Angioni, Miti del desiderio sulla preistoría della Sardegna Elsa Guggino, Nell'orizzonte del sacro. Una cittá del Mediterráneo Antonio Ariño Villarroya, La patrimonialización de la cultura y sus paradojas postmodernas Antonino Buttitta, Todo es verdad todo mentira. Menzogna della venta e verítá della menzogna nel mito

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