Sones y tones de la música colonial

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Descripción

SONES Y TONES DE LA MÚSICA COLONIAL Cenedith Herrera Atehortúa Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín Colombia

“La música fue música antes de ser música. Pero fue música muy distinta de lo que hoy tenemos por música deparadora de un goce estético. Fue plegaria, acción de gracia, encantación, ensalmo, magia, narración escandida, liturgia, poesía, poesíadanza, psicodrama, antes de cobrar (por decadencia de sus funciones más bien que por adquisición de nuevas dignidades) una categoría artística”. Alejo Carpentier.

Junto con mosquetes, caballos, armaduras, perros, lanzas, provisiones y pendones, los conquistadores españoles trajeron al Nuevo Mundo todos los instrumentos propios de la fanfarria militar de su época: pífanos, clarines, atabales, trompetas, chirimías y sacabuches. Con estos instrumentos sonaron y tronaron los himnos marciales con los que se redujo a vasallaje un territorio mayor que el de su nativa península. Al lado de la soldadesca, vinieron también los capellanes y, de su mano, los instrumentos propios de la música litúrgica: violas de arco, arpas, rabeles, bajones, órganos pequeños. Pero apartando la cruz de la espada, fuera de los ritmos marciales y los cantos de iglesia, se interpretaron también las músicas propias del entretenimiento secular o civil: para ello se trajeron “[...] la guitarra andaluzana, la inseparable vihuela, las castañuelas y la pandereta, los cascabeles y los pitos [...]” i. Con todos estos elementos se estableció, desde los albores del Descubrimiento, un largo y poderoso sistema de transculturación, para dar paso al proceso de catequización y evangelización que habría de implantar la fe cristiana; con este propósito la corona española centralizó toda la legislación misional. Dado el carácter atrayente de la música, desde el comienzo de la acción misionera se la usó deliberadamente como herramienta de promoción ii y sobre esto, se tiene el registro de órdenes taxativas: en 1573, el rey Felipe II dispuso en una ordenanza que “[...] si para causarles mas admiración (sic) y atención pareciere cosa conveniente, podrán usar de música de Cantores y de Ministriles con que conmuevan á los indios á se juntar[...]”iii. Sin embargo, por lo que cuentan los cronistas de Indias (Juan de Castellanos iv, Fray Pedro de Aguadov y Fernández de Piedrahitavi, para el caso del Nuevo Reino de Granada) los naturales que habitaban este suelo, antes del Descubrimiento, ya poseían unos conocimientos y expresiones musicales que a mi modo de ver eran interesantes, puesto que constituían todo un lenguaje mágico-religioso que empleaban, a través de los sacerdotes (músico y sacerdote eran

una misma persona), para todo tipo de ceremonias, a saber: guerreras, de recolección, nupciales, fúnebresvii; además lo más importante era que la música estaba estrechamente asociada a la sanación de algunas enfermedades o para la disminución de las aflicciones viii. En sus fiestas siempre estaban presentes la música, el canto y la danza: los indios Mozcas, léase Muiscas, “[...]danzaban y bailaban al compás de sus caracoles y fotutos; cantaban juntamente algunos versos o canciones que hacen en su idioma y tienen cierta medida y consonancia, a manera de endechas y villancicos de los españoles. En este género de versos refieren los sucesos presentes y pasados y en ellos vituperan o engrandecen el honor o el deshonor de las personas a quienes los componen; en las materias graves mezclan muchas pausas y en las alegres guardan proporción; pero siempre parecen sus cantos tristes y fríos, y lo mismo sus bailes y danzas, mas tan acompasadas que no discrepan en un solo punto en los visajes y movimientos, y de ordinario usan estos bailes en corro, asidos de las manos y mezclados hombres y mujeres[...]”ix Para las ceremonias rituales de propiciamiento de cosechas y de organización de las mismas, algunas tribus concurrían a las danzas ceremoniales: “...los Quimbayas, por ejemplo, quienes antes de la cosecha organizaban sus danzas rituales al compás de tambores y en ellas expresaban las dificultades de la tribu y recordaban los sucesos pasados. Los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta realizaban bailes colectivos para las ceremonias propiciatorias de la fertilidad de sus campos y de la tribu, en los que representaban los movimientos de sembrar y cosechar.”x Y aunque con el afán evangelizador de los españoles, que querían hacer que los naturales abandonaran sus creencias (las que ellos como extranjeros no entendían y tachaban de idolatría), se provocó la desaparición de una parte de su música, aún subsiste un trozo de ella entre nosotros: instrumentos como la quena, la flauta de pan (conocida también como capador o caramillo), las ocarinas, las maracas y otros tantos utilizados por nuestros antepasados aborígenes, son empleados hoy por nuestros músicos y por sus descendientes. Ya se ha dicho que los misioneros españoles se valieron hábilmente de la música para hacer más certera su empresa de catequización y evangelización, entonces no es errado afirmar que, dado el dominio que tenían sobre este arte fueron la gran escuela en la época de la coloniaxi y para dar testimonio de ello están los archivos musicales de algunas catedrales y los instrumentos y partituras que reposan en el interior de éstas. Es así como con “los manuales xii de vihuela como la clásica Orphenica Lira de Miguel Fuenllana, los Seis Libros del Delfín de Música de cifras para tañer vihuela de Luís Narváez y las colecciones de polifonistas religiosas y populares”xiii, que dichos misioneros trajeron de Europa o hicieron en el Nuevo Mundo, le imprimieron a la música una técnica más refinada. Pero la historia de nuestra música no termina ahí. Como ya ha de saberse, en la primera etapa de la Conquista sólo se dio el contacto entre el español y el indio; ésta fue una etapa de violencia, de ocupación territorial que contó con la respuesta bélica de comunidades de naturales enteras. Un poco después vino el sometimiento de las poblaciones vencidas que fueron organizadas en encomiendas, resguardos y reducciones vecinas a las villas y parroquias de blancos (españoles y demás europeos). La contraviolencia indígena como respuesta a la agresión del conquistador fue más tarde impulsada por el cimarronismo de los esclavos negros

introducidos en el Nuevo Mundo durante la segunda mitad del siglo XVI; cimarrones y grupos indígenas, ya transformados en zambos y mestizos, tuvieron que crear, según Fals Borda xiv, mecanismos de supervivencia y resistencia diferentes al enfrentamiento bélico: la acomodación, la simbiosis y el sincretismo. La acomodación tuvo particular expresión a través de la implantación de los resguardos de tierras, institución que no iba directamente en contra de la tradición autóctona, toda vez que reconocía el uso comunal de la tierra, la posición del cacique y sus consejeros (cabildantes), los núcleos de población (reducciones) y formas especiales de ocupación del territorio (dispersión, movilidad espacial)xv. En otras palabras, esta institución no violentaba las jerarquías tradicionales ni las pautas de poblamiento, por lo que permitió en esta etapa la conservación de una serie de costumbres y tradiciones. Por esta razón: “No es de extrañar que en muchos de estos resguardos, cuyos nombres persisten hoy como municipios o corregimientos, todavía subsistan conjuntos de gaiteros y cañamilleros, expresión musical con gran influencia indígena. Para citar algunos, pueden mencionarse a Barona, Galapa, Malambo, Mahates, Tubará, cuyos conjuntos musicales son indispensables como acompañantes de las cumbiambas en el tradicional Carnaval de Barranquilla.”xvi Pero el resguardo como institución no tuvo larga vida en la costa, pues todos fueron invadidos por blancos y mestizos libres. De esta institución se pasó a la conformación de la hacienda (institución que permitió la simbiosis entre blancos criollos, indios y negros), lugar en el que estas dos últimas categorías hicieron mayores aportes gracias al manejo directo de las vacadas, inventando técnicas adaptadas a las condiciones del medio ambiente (inundaciones, régimen de lluvias), como el embalse y la arriería trashumante del ganadoxvii. Esta integración simbiótica de las tres etnias en un mismo territorio y en una misma tarea económica daría origen no solo al mestizaje (blancos criollos + negros = mulatos, blancos criollos + indios = mestizos, combinaciones de zambos mulatos y mestizos), sino a la constitución de una nueva cultura, que necesariamente se expresó en las manifestaciones musicales que persisten hoy como patrimonio de las clases populares campesinas y pueblerinas costeñas. Las instituciones coloniales de los cabildos y cofradías no pudieron evitar que se conservaran y se mezclaran tradiciones indígenas autóctonas y tradiciones africanas con creencias religiosas cristianas y valores culturales españoles. Esta mezcla de una y otra cultura, en una nueva síntesis, es la que se denomina como sincretismo que, en opinión de Fals Borda, fue otro de los mecanismos de supervivencia utilizado por las clases dominadas. Ahora es pertinente referirse a las manifestaciones musicales. Tomemos como ejemplo los cantos de arreo, vaquería, zafra y gritos de monte, todos ellos expresiones propias de regiones ganaderas y agrícolas, surgidas de circunstancias concretas, utilizadas durante las faenas cotidianas de manejo del ganado y limpieza de terrenos, con el fin de hacerlas menos fatigosas y más productivas: el hombre, sometido cotidianamente a jornadas de diez o más horas de trabajo, materializa su necesidad de comunicación social, improvisando cantos muy libres en los que narra el último acontecimiento del pueblo o de la región, el incidente familiar, amoroso o de trabajo, expresiones de lo vital, de lo que se siente y se resiente, de lo que se ha perdido, se imagina o se desea, de lo accidental o de lo trascendentexviii. Estos cantos de trabajo, con claras influencias indígenas y africanas, se cristalizaron también en los cantos de los decimeros mediante tonadas en que se mezclaron giros melódicos y temáticos provenientes del coplero

español, con viejos estribillos y coros en alternancia, en los que se fundió lo narrativo local y la sátira tradicional características del África con la picaresca española. Ya para ese entonces, “[...] los instrumentos de Europa, de África y de América, se habían encontrado, mezclado, concertado, en ese prodigioso crisol de civilizaciones, encrucijada planetaria, lugar de sincretismos, trasculturaciones (sic), simbiosis de músicas aún muy primigenias o ya muy elaboradas que era el Nuevo Mundo”xix. Cuando se habla de música colombiana no deben dejarse de lado tres zonas muy importantes por su fuerte influencia africana, que son: el litoral Caribe, el litoral Pacífico y las islas de San Andrés y Providencia. Veamos.

EL LITORAL CARIBE Casi todas las culturas del mundo han cantado a sus muertos, pero entre nosotros sólo encontramos y observamos esta costumbre en algunos grupos indígenas, en las comunidades negras del litoral Pacífico, en los velorios del angelito de los Llanos Orientales y en toda la región de la Costa Caribe, principalmente en San Basilio de Palenque y en algunos lugares de la sabana, sobre todo en las de los departamentos de Córdoba y Sucre. En el primer caso, los cantos reciben el nombre africano de lumbalú y, el segundo el de ‘zafra mortuoria’. En nuestro medio, el lumbalú es un canto funerario, propio de la región de Palenque y no hay duda de que se trata de una tradición africana; San Basilio de Palenque es actualmente una comunidad de gente negra, descendiente de antiguos cimarrones y en este como en los demás palenques, lo mismo que en los resguardos, se conservaron muchas tradiciones. Al referirse a San Basilio de palenque, Nina S. de Friedemann y Carlos Patiño Roselli dicen que: “...el poblado esta localizado a setenta kilómetros de Cartagena de Indias, puerto célebre del Caribe durante la colonia por sus actividades de trata de africanos. En la colonia española, los grupos de rebeldes negros de origen africano, que rechazaron el yugo de la esclavitud, y que se fugaron hacia los montes y ciénagas o lugares inaccesibles, se conocieron como cimarrones. A aquellos grupos que hicieron poblados fortificados y de allí empezaron a presentar resistencia violenta a las huestes españolas que los perseguían, en el territorio que hoy es Colombia se les conoció como Palenque.”xx San Basilio es uno de estos antiguos palenques del siglo XVIII. Como éste, existieron desde el siglo XVI, en toda la Costa Atlántica, asentamientos de negros rebeldes que más tarde se convirtieron en poblados; actualmente San Basilio de Palenque es un corregimiento del municipio de Mahates (Bolívar) y es el único de los palenques que se ha conservado hasta nuestros días como una unidad sociocultural, utilizando una lengua vernácula criolla que, en opinión del lingüista Carlos Patiño Rosellixxi, ha sido el más importante rasgo de preservación cultural. El lumbalú es un ritual exclusivamente funerario, y como tal se conserva en el presente, desde luego, con mezcla de elementos religiosos que se materializan en el altar elaborado junto al muerto, donde se va a realizar el ritual precedido de imágenes de santos católicos. Esta costumbre se ha preservado en Palenque a través del cabildo, institución colonial que agrupaba a negros bozales (nombre que se dio en América a los negros nacidos en el África),

procedentes de una tribu o nación: el cabildo permitía a sus miembros, en casas destinadas para este efecto, celebrar los días festivos con reuniones en que se ponían en práctica tradiciones africanas. Los cabildos también reunían fondos y eran una especie de sociedades de socorro mutuo; como estrategia esclavista, los cabildos cumplían una doble función: por un lado, dividían la sociedad negra y, por otro, como lo anota Nina de Friedemann, intentaban apaciguar la amenaza de la continua rebelión y fuga a los palenques. Cuando los cimarrones organizaron sus palenques trasladaron esta institución a sus poblados, no sólo con funciones religiosas sino también políticas. Por ello: “es indudable que el proceso de cambio acelerado sufrido por la comunidad ha repercutido con rigor en [el cabildo de] Palenque de San Basilio (sic), el cual ha quedado desempeñando funciones solamente rituales en la funebria. No puede establecerse cuándo perdió el poder político que seguramente compartió con otras instancias de mando, o que poseyó en los tiempos activos de la lucha guerrillera contra las milicias españolas. No obstante, los perfiles que sobrevivieron acentuados en el ámbito del ritual de vida o muerte y transformados sin duda en nuevas vivencias mantuvieron el cabildo como depositario de la sabiduría tradicional de la región y de la música.”xxii Lo cierto es que hoy en San Basilio de Palenque el cabildo es una institución en vías de desaparición y, por ende, el ritual del lumbalú, pues éste sólo se realiza cuando ocurre la muerte de los cabildantes, y éstos ya ancianos se han ido muriendo poco a poco. El ritual actual “se hace con acompañamiento de dos tambores, el quitambre (fabricado de piel de venado hembra) y el yamaró (hecho de piel de chiva) y de las voces y coros de las mujeres que realizan una especie de danza alrededor del cadáver; en los velorios, además del lumbalú, también se baila el bullerengue, este último según me decía una mujer mayor, ‘es baile e’mueto y de placer’ ”xxiii. El contenido de los cantos sagrados de lumbalú es un recuento de episodios importantes de la vida del difunto y es el único canto de los palenqueros interpretado en lengua plagada de africanismos. Los demás cantos (los de casimba, bullerengue) y juegos de velorio están interpretados en su lengua criolla. En este ritual se aprecia el típico canto responsorial de los rituales religiosos africanos, en el que se alterna el solista y el coro; siempre se ha señalado la estructura diagonal como una característica generalizada del canto africano, de acuerdo con la funcionalidad de la música. En cuanto a la ‘zafra mortuoria’, su nombre corresponde al canto o cantos funerarios realizados en el momento en que se apisona la tierra sobre el cadáver o féretro del sepultado; sin embargo, considero que se le da el mismo nombre que a los cantos de trabajo, toda vez que los enterradores están llevando a cabo una faena: en su labor funeraria, cuatro hombres, cada uno con un pilón grueso en la mano, cantan mientras golpean rítmicamente la tierra que cubre al difunto. Entonces, debemos preguntarnos: ¿costumbre indígena?, ¿africana?, ¿tonos del canto español? Pues tienen de todo esto un poco, si se toman en cuenta los rasgos básicos propios de nuestra raza triétnica sabanera. En el último tomo de su libro Historia doble de la Costa. Fals Borda narra el entierro de Manuel Zamora, un músico de banda de la isla de Barú, de la siguiente manera: “A Manuel Zamora lo enterraron los pelayeros dentro de un bote cavado en un árbol y con zafra cantada de muerto, al son de los pilones para aprisionar la tierra en el hueco, palmas y gritos de guapirreo triste. Un pilandero cantaba:

Al muerto cuando se muere se le canta la magona - la muerte y le echan la tierra encima p’que el gusano lo coma... Y otro le contestaba: El hueso en la calavera, la coyuntura se esgonza del oro en polvo en mi tierra venden quintales por onza”xxiv

EL LITORAL PACÍFICO Las exploraciones españolas en busca del oro de El Dorado fueron el comienzo del contacto de la cultura occidental (en su versión hispánica) con los habitantes indígenas de la región. Esta penetración se inició alrededor de 1515, desde los asentamientos españoles en el Darién y en la Costa Pacífica de Panamá. Los escritos de cronistas ponen de manifiesto la gran diversidad étnica y cultural que existía en aquella región antes del establecimiento de los centros mineros españoles con mano de obra indígena y africana que transformaron notablemente la región durante los siglos XVII y XVIII, y sentaron las bases de la configuración cultural que se presenta hoy. María Victoria Uribe Alarcónxxv indica que la población indígena de las tierras bajas tuvo acceso a otros núcleos de población indígena en los altiplanos andinos, lo que trajo consigo intercambio de cultura material de cierta importancia, desde el punto de vista musical, como se deduce por el hallazgo de caracoles marinos (probablemente trompetas) en algunas tumbas del altiplano nariñense. La presencia y la historia del elemento africano en el litoral Pacífico ha sido tratada por varios investigadores; entre ellos sobresalen Germán de Grandaxxvi y Robert West. Según Westxxvii, los primeros establecimientos mineros en las tierras bajas del norte del Pacífico colombiano se hicieron en la región de la hoya aurífera de los ríos Atrato y San Juan, y casi desde su iniciación contaron con mano de obra esclava africana. La región sur empezó a explotarse a comienzos del siglo XVII y, según documentos del Archivo Central del Cauca citados por West, a mediados de ese siglo ya se había establecido minas a lo largo del río Timbiquí y en el Alto Iscuandé. West concluye que de acuerdo con los documentos de cuentas y gastos relacionados con las cuadrillas de esclavos, éstos parecen haber recibido un ‘tratamiento humano’ que incluía descanso los días domingos y en otras festividades religiosasxxviii. Para su participación en éstas, fue muy importante la educación religiosa, primero impartida desde las pocas doctrinas establecidas en el siglo XVI y luego complementada con la actividad misionera que continua hasta el presente. Esta educación fue generalmente modelada en los cabildos o cofradías, que permitían cierta autonomía en los aspectos del culto religioso como manifestación cultural.

Desde el punto de vista cultural, uno de los elementos fundamentales en lo que se refiere a la transculturación de la ‘cultura negra’ actual es el estudio de la procedencia de los esclavos africanos llegados a esta zona del Pacífico. Los nombres dados a los esclavos en los documentos sobre el comercio esclavista y la persistencia de ellos en los apellidos actuales de la zona, pueden ser utilizados para obtener información sobre el origen africano de la población de estas áreas. La preservación en el Cauca, Nariño y Chocó de apellidos como Arará o Ararat, Lucumí, Mina, Brand y Carabalí, entre otros, sugiere un predominio de esclavos procedentes de África Occidental, en especial de la costa de Guinea. La división de tipo geográfico y cultural entre la región norte del río San Juan y la parte comprendida entre este mismo río y la frontera ecuatoriana es manifiestamente clara desde el punto de vista musical, porque su estilo lo mismo que los instrumentos y las principales formas de expresión artística presentan divergencias en estas dos regiones, pese a que se presenten algunas similitudes, especialmente en lo que se refiere a la música y técnica vocales. Por otra parte, la presencia de los elementos africanos es más notoria en la región meridional que en el Chocó, sobre todo en lo relacionado con el aspecto instrumental; un ejemplo de esto son la marimba y los tambores cónicos. Sin embargo, en estas dos regiones la cultura musical tradicional se puede caracterizar como afro hispánica, tal como lo sugiere Germán de Granda en sus trabajos sobre dialectología y tradición oral, aunque el prolongado contacto con los grupos indígenas de la zona, que trajo consigo influencias como las observadas en el tipo de vivienda adoptada por los grupos negros, es todavía un aspecto inexplorado considerados los aspectos cultural y musical.

SAN ANDRÉS Y PROVIDENCIA La historia de San Andrés y Providencia está íntimamente ligada a la de las posesiones británicas y holandesas en las Antillas, y a la dinámica de la lucha de poder entre España y estas naciones por el control de esta zona durante los siglos XVII y XVIII. Como es obvio, el resultado de este proceso sitúa a la población de las islas en una posición periférica con relación al desarrollo histórico de la región continental colombiana. Durante el siglo XVI, aparentemente, el territorio sólo fue visitado por navegantes españoles e ingleses y no se tienen noticias de un establecimiento fijo de población sino hasta el siglo siguiente. De acuerdo con Cabrera Ortízxxix, el establecimiento del régimen de plantación por parte de los ingleses en el archipiélago se remonta a 1629. La creación de la denominada ‘Company of Adventures of the City of Westminster for the Plantations of the Islands of Providence or Catalina, Henrietta or Andrea and the Adyacent Islands lying upon the Coast of America’, con un capital de dos mil Libras Esterlinas, trajo consigo la fundación del primer núcleo de población de puritanos en la isla de Providencia, denominado New Westminster, en lo que actualmente es Old Town en esta isla. La vida de la colonia puritana inglesa en las islas del Archipiélago tuvo muchos altibajos y, en ocasiones, algunos de los establecimientos fueron despoblados temporalmente. Pese a todo, en sus momentos de estabilidad, las plantaciones funcionaron de acuerdo con el patrón fijado en las demás islas, es decir, mediante el uso de mano de obra esclava traída directamente de África o de las otras colonias de las Antillas. Los esclavos fueron inducidos a participar de la

vida religiosa de los pobladores y –tal como sucede en la mayoría de las Antillas angloparlantes- ellos y sus descendientes practicaron y practican los cultos de las diferentes confesiones protestantes, especialmente la Bautista, Presbiteriana y Metodista, con adición posterior de otros cultos como el Adventista del Séptimo Día y algunos más. Cabrera Ortízxxx se refiere a un censo efectuado por las autoridades españolas en 1793, cuando aparecieron 110 pobladores (que incluían europeos, criollos y mulatos) y alrededor de 280 esclavos negros. Es interesante resaltar que las familias que más esclavos tenían son aquellas cuyos apellidos están hoy mejor representados en el Archipiélago, tales como las familias Lever, Anderson, McNisch, Bowie, Taylor y Pratt. El origen de los esclavos establecidos en el Archipiélago durante los siglos XVII y XVIII no ha sido totalmente esclarecido y, tal vez –si se mantiene el patrón de las otras posesiones inglesas en las Antillas-, es posible que hayan venido de la costa de África Occidental (Costa de Oro, actual Guinea, Nigeria, etc.); sin embargo, la influencia puritana opacó los vestigios de las religiones autóctonas y en San Andrés y Providencia sólo quedan algunos indicios de prácticas mágicas o rituales africanos, tales como las ceremonias funerarias estudiadas por Friedemannxxxi. El sistema de organización productiva agrícola-social, conocido como el de plantación, en el área del Caribe, trajo consigo una cultura con cierta homogeneidad. Sobre las características de esta cultura caribeña (sobre todo la influencia africana), Adelaida de Juan dice que: “Aparte de algunos rasgos antes atribuidos a raíces africanas, como la posesión de los espíritus o el culto a los antepasados, no son ni exclusivos ni comunes a todas las culturas africanas; algunas de éstas, a su vez, en su proceso de transculturación adquirieron formas de predominancia en ciertas partes del Caribe. Roger Bastide ha destacado cómo en América se produce ‘el etnia y cultura’, ruptura propiciada por los amos blancos como una forma más de dominación, al quebrar la posible unidad de raíz ancestral de las dotaciones esclavas. De ahí que en cada región antillana exista una cultura africana dominante sin que esta se halle vinculada a la preponderancia de tal o cual etnia. En términos generales, en el Caribe inglés y holandés las formas culturales dominantes son originarias de la Costa de Oro, con predominio de la cultura Fanti-Ashanti [...].”xxxii En cuanto a lo musical se refiere, hoy en día persisten en el Caribe inglés algunos indicios de música ceremonial con elementos africanos y la inmigración de trabajadores asiáticos (indios, chinos, etc.) ha ampliado el espectro musical, principalmente en las islas de Trinidad, Jamaica y Barbados. Además de kumina y cunvince jamaiquinos o el culto a Shangó, en la isla de Trinidad, el género más desarrollado no ceremonial en estas islas es el denominado calypso. El archipiélago de San Andrés y Providencia, al igual que la costa Atlántica de Nicaragua, Belice y la costa de Panamá se encuentra dentro de la esfera de influencia de este género musical. El origen de la palabra y de este género siempre ha sido motivo de controversia, aunque generalmente se acepta que éste se comenzó a poner de manifiesto en Trinidad. Malm y Wallisxxxiii indican que existe básicamente dos tipos de calypso, uno de patrones interpretativos más africanos, es decir utilizando el canto responsorial, textos con estribillos, muchos instrumentos de percusión y un tempo rápido, mientras que hay otros de corte más europeo, especialmente en lo que se refiere a la métrica de los textos y a la ausencia de estribillo. Puede concluirse entonces que nuestra música es una enorme mezcla triétnica que conserva aun hoy en día muchísimos elementos de la época de la Colonia, y no solamente de ésta sino

de otras que le preceden y le anteceden. Aunque se hayan exterminado pueblos indígenas enteros, maltratado razas africanas con el yugo aterrador de la esclavitud y aunque haya corrido mucha sangre en empresas tan cruentas como el Descubrimiento, la Conquista y la Colonización de estas tierras americanas (fenómeno que extendió sus garras hasta la Independencia y que sobrevive hasta nuestros días), las hermosas manifestaciones musicales de dominantes y dominados, de libres y esclavos, supieron mantenerse y se quedaron plasmadas en mucho de lo que ahora escuchamos, cantamos y bailamos.

NOTAS

i

Perdomo Escobar, José Ignacio. “La raza de Cabezón y de Salinas lleva su música a las tierras de América”, en Historia de la Música en Colombia. Bogotá: Editorial ABC. 1963, capítulo III, p. 20. ii Perdomo Escobar, Jorge Ignacio. “Contribución al estudio de la música religiosa en la Conquista y la Colonia”, en Textos sobre música y folklore. Boletín de programas de la Radiodifusora Nacional de Colombia. Bogotá: COLCULTURA. 1978. Tomo I, pp. 221–224. iii “ FELIPE II en la Ordenanza 144 de Poblaciones, en el Bosque de Segovia á 13 de julio de 1573”, en Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias. Madrid, Consejo de la Hispanidad, 1943, Ley iij, libro I, Título 1, folio 2. iv Castellanos, Juan de. Historia del Nuevo Reino de Granada. España: Espasa Calpe. 1930. v Aaguado, Fray Pedro de. Historia de la provincia de Sancta Marta y Nuevo Reino de Granada. España: Imprenta de A. Pérez Dubrull. 1886. vi Fernández de Piedrahita, Lucas. Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Kelly, 1973. vii Perdomo E., J.I. “Aborígenes”, en Historia..., Op. Cit., capítulo I, pp. 7-13; Osorio y Ricaurte, Juan Crisóstomo. “Breves apuntamientos para la historia de la música en Colombia”, en Textos sobre la música y..., Op. Cit. , tomo I, p. 81. viii Perdomo E., J.I. “La raza de Cabezón y de Salinas lleva su música a las tierras de América”, en Historia..., Op. Cit., p. 21. ix Fernández de Piedrahita. Op. cit., p. 66. x Martínez J.,William. “Las fiestas indígenas en Colombia. Introducción a una traducción festiva aun vigente”, en Revista Credencial Historia. Bogotá: Cordillera Editores. 1997. p. 14. xi de la Espriella Ossío, Alonso. “Antecedentes musicales en Colombia”, en Historia de la música en Colombia a través de nuestro bolero. Bogotá: Norma. 1997. capítulo II, p. 79. xii El más importante en Colombia es el Archivo Musical de la Catedral de Bogotá, pues conserva un buen número de documentación musical de la época colonial que nos da una visión de lo que se componía en este periodo. Véase Perdomo, José I. El Archivo Musical de la Catedral de Bogotá. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1976. volumen XXXVII, caps. III y IV. Para otras regiones de América Latina cfr. entre otros: Archivo e Música Colonial Venezolana. Venezuela, Ministerio de Educación Nacional, Dirección de Cultura, 1942-1943. Cuadernos 1-11; Claro Valdés, Samuel. Catálogo del Archivo Musical de la Catedral de Santiago de Chile. Santiago, Instituto de Extensión Musical, 1974. 67p.; Hernández Balaguer, Pablo. Catálogo de música de los archivos de la Catedral de Santiago de Cuba y del Museo Bacardí. La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, 1961. 60 p.; Curt Lange, Francisco. Archivo musical de la Capitanía Geral das Minas Gerais (siglo XVIII). Buenos Aires: Universidad Nacional de Cuyo. 1951. 102 p. xiii de la Espriella Ossío. Op. cit., p. 79. xiv Fals Borda, Orlando. “Resistencia en el San Jorge”, en Historia doble de la Costa. Bogotá: Carlos Valencia Editores. 1984. tomo III, pp. 50B-66B. xv Ibíd.

xvi

Carlos Mario Vásquez R., músico egresado de la EPA, director de la Estudiantina de la Casa Municipal de la Cultura Caldas, Antioquia, aportó este comentario para la investigación. xvii Fals Borda, Orlando. “Resistencia...”. Op. cit., pp. 50B-66B. xviii Londoño, María Eugenia, “Introducción al vallenato como fenómeno musical”, en Llerena Villalobos, Rito. Memoria cultural del vallenato. Medellín: Centro de Investigaciones Facultad de Ciencias Humanas U. de A., 1985. xix Carpentier, Alejo. “América en la confluencia de coordenadas históricas y su repercusión en la música”, en América Latina en su música. México: Siglo XXI-UNESCO, 1980, p. 14. xx Friedemann, Nina S. de, y Carlos Patiño Roselli. Lengua y sociedad en el Palenque de San Basilio. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1983, volumen LXVI, pp. 18-21. xxi Friedemann, Nina S. De, y Carlos Patiño Roselli. Op. cit., pp. 182-183. xxii Ibid., pp. 70-71. xxiii María Eugenia Yarce, música especializada en percusión, profesora de la EPA, ofreció este comentario para ampliar la investigación. xxiv Fals Borda, Orlando. “Retorno a la tierra”. Op. cit., tomo IV, p. 126. xxv Uribe Alarcón, María Victoria. “Relaciones prehispánicas entre la costa del Pacífico y el altiplano nariñense”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XX, 1976,p. 17. xxvi Granda, Germán de. “Onomástica y procedencia africana de esclavos negros en las minas del sur de la Gobernación de Popayán (siglo XVIII)”, en Revista Española de Antropología Americana, 1971, volumen VI, pp. 381-422. xxvii West, Robert. La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial. Baton Rouge: Lousiana State U. Press. 1972. pp. 23-31. xxviii Ibid., pp. 80-89. xxix Cabrera Ortíz, Wenceslao. San Andrés y Providencia: Historia. Bogotá: Cosmos. 1980. pp. 23-25. xxx Ibíd., p. 107. xxxi Friedemann, Nina S. de. “Ceremonial religioso funébrico representativa de un proceso de cambio en un grupo negro de la Isla de San Andrés (Colombia)”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XII, pp. 65; 107-182. Bogotá, 1964-1965. xxxii Juan, Adelaida de. “Las artes plásticas de las Antillas, México y América Central”, en África en América Latina. UNESCO-Siglo XXI. 1977. pp. 305-306. xxxiii Malm, Krister y Roger Wallis. Big Sounds from Small Peoples: The Music Industry in Small Countries. Constable, London, 1984, p. 87.

BIBLIOGRAFÍA

FUENTES PRIMARIAS

CRÓNICAS Aguado, Fray Pedro de. Historia de la provincia de Sancta Marta y Nuevo Reino de Granada. España: Imprenta de A. Pérez Dubrull. 1886. Castellanos, Juan de. Historia del Nuevo Reino de Granada. España: Espasa Calpe. 1930.

Fernández de Piedrahita, Lucas. Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Kelly. 1973.

LEYES

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