Sociología del entorno: Una observación de la relación individuo-sociedad desde la referencia sistémica de los individuos

July 1, 2017 | Autor: Cecilia Dockendorff | Categoría: Individuality, Systems Theory, Individualism, Niklas Luhmann, Teoría De Sistemas
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Sociología del entorno: Una observación de la relación individuo-sociedad desde la referencia sistémica de los individuos Cecilia Dockendorff Fundación SOLES, Chile

Introducción En este texto partimos de la tesis de que la teoría de sistemas sociales propuesta por Niklas Luhmann se ha concentrado en la descripción del sistema social y no ha prestado la misma atención al individuo, dando la impresión de no entregar posibilidades teóricas suficientes para describir a estos. Bajo esta premisa, lo que llamamos metafóricamente en este artículo, ‘sociología del entorno’, en alusión a la propuesta sistémica de que los seres humanos (y la naturaleza) constituyen el entorno de la sociedad, se plantea como un intento por aportar a una descripción sistémica de los individuos, en tanto la teoría ofrece una noción fuerte de la autonomía de estos, lo que posibilita una mejor observación de su complejidad. A la vez, este texto esboza una particular propuesta de observación de la relación individuo-sociedad al interior de la teoría de sistemas sociales, destacando el papel de la semántica en el contexto teórico de la formación y mantención de las expectativas que orientan la comunicación. Intentar una descripción sociológica de los individuos implica observar el tipo de vínculo que se establece entre el individuo y la sociedad. En la perspectiva sistémica dicha observación se focaliza en el proceso de acoplamiento conciencia-comunicación, esto es, en el acoplamiento estructural entre sistemas psíquicos y sociales, donde destacamos la función que cumplen las expectativas. Es nuestra proposición el que dicha observación, realizada desde la referencia sistémica de los sistemas psíquicos (individuos), al pretender dar cuenta de la variabilidad de dichos acoplamientos debe prestar atención al papel que juega

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la semántica. Y por semántica entendemos los contenidos de las referencias al sentido que conlleva toda expectativa. El artículo está dividido en cuatro partes. En la primera exponemos los conceptos sistémicos con que la teoría describe a los individuos (sistemas psíquicos, personas y semántica de la individualidad), abordando la controvertida proposición, por parte de la teoría de sistemas sociales, de que el individuo en la sociedad moderna ya no es definido por inclusión sino por exclusión (1). Luego, respondiendo a críticas respecto de la posición de los individuos en el entorno de la sociedad, exponemos las ventajas teóricas para describir a los individuos desde la perspectiva sistémica (2). En la tercera parte esbozamos un análisis crítico de la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados, destacada por la teoría de sistemas sociales como el mecanismo por excelencia que explica el vínculo entre los individuos y la sociedad (3). Finalmente delineamos la construcción de una particular propuesta de observación de la relación individuo-sociedad, la que proponemos como complementación teórica a la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados. Es esta aproximación a la descripción sistémica de los individuos, en su vínculo con la sociedad, la que pretende dar sustento a una ‘sociología del entorno’ (4).

1. El individuo y semántica de la individualidad La teoría de sistemas sociales aborda conceptualmente la individualidad del ser humano con los conceptos teóricos de sistema psíquico y persona. No obstante la alta abstracción que caracteriza esta teoría y la poco tradicional forma de describir la individualidad, no le impide reconocer una básica referencia empírica. Luhmann expresa este reconocimiento en relación al individuo al afirmar: «Se puede partir de la base de que la individualidad del hombre —comprendida como una unidad corporal-psíquica en el sentido de su automovilidad y, sobre todo, en el sentido de la muerte propia y única de cada uno— es una experiencia aceptada y reconocida por todas las sociedades» (1985: 15). Sin duda la concepción de la individualidad en teoría de sistemas sociales, por poco convencional que se muestre, no trasgrede esta evidencia empírica. Hecha esta salvedad, desde el paradigma sistémico los individuos se entienden como sistemas de conciencia (y de vida) cerrados, autónomos y autorreferentes, teóricamente definidos como sistemas autopoiéticos. Es la autopoiesis del sistema psíquico la que define la individua406

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lidad, en tanto clausura de su auto-reproducción circular (Luhmann, 1995: 65). Respecto a la teoría de la conciencia que se desprende de la conceptualización de los sistemas psíquicos, la teoría de sistemas sociales logra, a la vez, hacer justicia a la referencia empírica mencionada como también superar los problemas filosóficos derivados de la concepción trascendental de la conciencia, problemas que permanecían sin solución concluyente en las ciencias sociales, según la argumentación de Luhmann1. Por cierto, la autopoiesis del sistema psíquico que define la individualidad como clausura de su auto-reproducción circular requiere de condiciones externas, las que vienen dadas por las estructuras sociales. Aunque ello aparentemente se asemeja a la teorización sociológica clásica, Luhmann destaca que trastoca fundamentalmente el punto de partida: en lugar de la unidad con que era considerado el individuo, se trata ahora de la diferencia entre autopoiesis y estructura. Diferencia que Luhmann media llevando a mayor especificación los conceptos de interpenetración, inclusión y socialización parsonianos (1995: 65). En la teorización luhmanniana, el sistema psíquico ya no puede ser penetrado por elementos pertenecientes a los sistemas sociales, ni viceversa. La socialización se convierte así en una auto-socialización, en tanto el sistema autopoiético de la sociedad pone su complejidad a disposición de los sistemas psíquicos auto-referentes. En sentido inverso, la inclusión es el mecanismo con que un sistema psíquico autopoiético pone a disposición de la construcción de sistemas sociales la complejidad que le es propia. Sin inclusión de los sistemas psíquicos no pueden emerger sistemas sociales, pero serán estos últimos los que luego regulen la forma en que la inclusión se hace posible. Sistémicamente entonces, el ser humano solo puede ser individuo con base en la clausura operativa y en la auto-reproducción de sus propias vivencias (Luhmann, 2007: 692). La sociedad, como su entorno, le provee estructuras para mantener activa su operación autopoiética. Sin socialización no se puede formar un sistema psíquico pero, como indicamos, no se trata de transferencias de las estructuras de la sociedad a los sistemas psíquicos. En lugar de ello, y mediante el lenguaje, los sistemas psíquicos se acoplan a la sociedad en la comunicación. Ahora, como sistema psíquico, a nivel operativo el individuo se ve obligado   No podemos exponer aquí la extensa argumentación luhmanniana al respecto; baste señalar que, sistémicamente, por conciencia no debe entenderse algo que existe sustancialmente, sino que se trata solo del modo de operación específico de los sistemas psíquicos (Luhmann, 1991: 268).

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a observar su comunicar, esto es, a auto-observarse y producir así su propia forma. Este constante observar (distinguir auto y hétero-referencia) condensa sus referencias y las densifica. Así, el individuo refleja su propia unidad como punto de referencia para sus observaciones (Luhmann, 2007: 697 y s.). Forma así su ‘identidad’, que no es otra cosa que el resultado de las operaciones del sistema psíquico, en tanto todas sus operaciones tienen como una de sus funciones determinar el estado histórico desde el cual el sistema debe partir en su próxima operación (Luhmann, 2007: 67). Desde su operar autopoiético, el sistema psíquico observa su entorno y establece una relación de acoplamiento con él por medio de estructuras que la teoría describe como expectativas. Ahora, en términos de su relación con la sociedad, entendida esta como el nivel emergente de la comunicación, el que a su vez es teorizado como un sistema autopoiético que se diferencia según niveles de constitución de sistemas: interaccionales, organizacionales y funcionales. El sistema psíquico pasa a ser entorno de la sociedad y es observado por ella en calidad de persona. Sistémicamente, en el acoplamiento conciencia-comunicación la sociedad requiere identificar a quienes participan en el suceso comunicativo. Es a la forma de esta identificación a la que Luhmann llama persona (2007: 77)2. Así, en el proceso de comunicación la sociedad puede personalizar sus referencias externas, las cuales, a través de la reutilización de estas referencias, condensa a las personas (y a las cosas), las deja fijas como si fueran idénticas, las confirma y las enriquece con nuevas referencias (Luhmann, 2007: 78). A diferencia de los sistemas psíquicos, que indican sistemas autopoiéticos que operan distinguiendo constantemente auto-referencia de hétero-referencia, las personas no constituyen sistemas. No indican al ser humano como un todo, tanto corporal como espiritualmente, aclara Luhmann (1998b: 236). Desde la perspectiva de la sociedad moderna funcionalmente diferenciada, cada sistema social, a través de las atribuciones y expectativas requeridas por la comunicación que le es propia, puede incluir o excluir a los sistemas psíquicos en calidad de personas. Si bien es cierto que las formas de inclusión han dependido siempre 2

Luhmann observa como problemática la solución sociológica que tradicionalmente se ha utilizado para indicar la identidad social: la distinción entre el I y el me. No corresponde desarrollar aquí la argumentación de Luhmann respecto de esta crítica. Un tratamiento del tema se encuentra en Luhmann (1998b: 231 y 1995: 56 y ss.).

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del tipo de diferenciación social que prima en la sociedad, la diferencia entre la inclusión/exclusión3 de los seres humanos a partir de su única posición social en el orden estratificado y la moderna diferenciación funcional implica un cambio sustancial. La situación en la sociedad funcionalmente diferenciada implica que la inclusión se convierte en un problema. El individuo deja de pertenecer a un solo sistema parcial de la sociedad puesto que ella se ha diferenciado en sistemas funcionales y ahora no puede ofrecerle una sola forma para incluirlo, sino múltiples. La sociedad funcionalmente diferenciada hace una especie de disección del ser humano en diversas personas. Los sistemas incluyen personas pero no seres humanos, lo que lleva a Luhmann a sostener una de sus afirmaciones que se han tornado más polémicas: «el individuo ya no podrá ser definido por la inclusión sino ya solo por la exclusión» (1995: 62). Las críticas en este tema resultan aclaradoras. Nassehi (2002) ha sido uno de los críticos que se ha resistido a aceptar las consecuencias de que los sistemas sociales incluyen personas pero no seres humanos, y que por ende el individuo ya no podrá ser definido por la inclusión sino solo por la exclusión. Su cuestionamiento dice relación con el proceso de individualización4. El problema para Nassehi surge porque la individualidad por exclusión sitúa las condiciones de la auto-reproducción fuera de las perspectivas de los sistemas funcionales y reduce la semántica de la individualización a una semántica ajena a dichos sistemas. Critica así el que para Luhmann las semánticas de la individualización estén localizadas en el ‘área de exclusión’ de la sociedad, argumentando que, por el contrario, dichas semánticas son elementos centrales para los sistemas funcionales y sus programas. A diferencia de lo que sostiene Nassehi, observamos que la exclusión de la individualidad total no impide que los sistemas sociales aludan a esta a través de múltiples semánticas individualizantes, no solo

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Conviene aclarar que, sistémicamente, los conceptos de inclusión y exclusión pierden su dimensión normativa y expresan la sola función de acoplamiento de las personas a la sociedad. De esa manera, tanto inclusión como exclusión pueden sostenerse como equivalentes a integración social en el sentido de indicar la relación entre sistemas psíquicos y sistemas sociales (Luhmann, 2007: 490). Respecto al concepto de individualización, Nassehi sostiene que al comienzo se refiere a un actor autónomo que es el creador de su propia vida. En segundo lugar, individualización apunta al aumento de las decisiones individuales que los miembros de la sociedad moderna deben alcanzar para sus propias vidas. En tercer lugar, el concepto representa la pluralidad de estilos de vida (lifeconcepts) (Nassehi, 2002).

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explícitas en sus programas sino también condensadas en las estructuras de expectativas, en tanto presuponen la semántica del sujeto que se reintroduce en sus comunicaciones. La teoría de la individualidad por exclusión no puede reducir la semántica de la individualización al margen de los sistemas funcionales, como lo interpreta Nassehi, precisamente porque, para incluir a las personas, los sistemas deben utilizar semánticas que aluden a la individualidad total, en tanto asiento de las personas. A su vez, son estas mismas semánticas operantes en los sistemas funcionales las que los propios individuos, situados en el entorno de la sociedad, utilizan para construir sus identidades y elaborar sus procesos de individualización. Observamos que las semánticas de la individualidad deben estar presentes en las comunicaciones de los diferentes sistemas funcionales en tanto las diferentes personas que son requeridas por la comunicación de los diferentes sistemas sociales se encuentran concentradas en los individuos. Las personas son atribuidas a individuos. Precisamente, el concepto de persona se distingue del concepto de rol en tanto las personas se individualizan y los roles no, sostiene Luhmann (1998b: 239)5. En consecuencia, los sistemas funcionales, por el solo hecho de utilizar la forma persona para acoplar estructuralmente a los sistemas psíquicos e incluirlos así a sus comunicaciones, están compelidos a atribuir dichas personas a individuos, y de ese modo requieren utilizar semánticas que refieran a la individualidad. Si observamos ahora la relación entre la individualidad por exclusión y la utilización de semánticas de la individualidad desde la perspectiva de los propios individuos, queda claro que estos, no obstante construir su identidad en el entorno (el área de exclusión) de la sociedad, se orientan por la información disponible sobre sí mismos que se procesa en la sociedad. Por consiguiente, la teoría de sistemas sociales no admite duda alguna en cuanto a que la semántica de la individualidad —que orienta los procesos de individualización llevados a cabo autónomamente por los individuos— sea una semántica que pone a su disposición la sociedad a través de la comunicación en cada uno de los sistemas funcionales. Solo en desconocimiento o rechazo de esta construcción teórica se podría sostener que «la teoría de la individualidad por exclusión no contempla el significado que para los procesos de in-

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La diferencia entre el concepto de rol y el de persona es que este último individualiza, mientras los roles refieren a categorías (1998b: 239). Una explicación exhaustiva se encuentra en Luhmann (1998b: 231-236).

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dividualización y las auto-descripciones de la individualidad tienen los propios sistemas funcionales» (Nassehi, 2002: 4. Traducción propia). Pasamos ahora a tratar el otro concepto sistémico que refiere a la individualidad: la semántica de la individualidad, conceptualizada en la teoría de sistemas sociales como una semántica histórica. Sostiene Luhmann: De todo lo que sociológicamente sabemos y suponemos sobre génesis social de la individualidad a nivel personal, no nos es posible deducir que la necesidad de alcanzar dicha individualidad personal y la posibilidad de objetivarse a sí mismo y a los demás pueda ser aclarada mediante constantes antropológicas. Tal necesidad y su posibilidad de expresión y reconocimiento en el campo de las relaciones comunicativas se corresponden, más bien, con la complejidad y la tipología diferenciada del sistema social (1985: 15).

Los seres humanos, antropológicamente hablando, no tienen porqué ser necesariamente ‘individuos’, coincide Luhmann con Elías (1990) y con Foucault (1993); solo están tildados de o son producto de una reciente demiurgia del saber. Así, siguiendo a Luhmann, en la sociedad moderna el ser humano deja de ser ‘individuado’ por estratos y la sociedad, que confía la regulación de las inclusiones a la autonomía de los sistemas funcionales, ya no puede excluir a ninguna persona (2007: 812). En la sociedad moderna el ser humano es ‘individuado’ universalmente con el concepto de sujeto. En palabras de Luhmann: El concepto de sujeto no excluye a nadie y resulta adecuado por ello como símbolo para una inclusión que ya no es regulada estamentariamente; el sujeto se ofrece como fórmula salvadora para que el modus de inclusión se traslade a las condiciones específicas modernas de los sistemas funcionales (2007: 813).

Es, entonces, la semántica histórica del sujeto la que da respuesta a qué es el ser humano en la sociedad moderna. Los párrafos anteriores llevan a la conclusión de que la teoría de sistemas sociales cuenta, por una parte, con conceptos teóricos que permiten una novedosa descripción de los individuos y su vínculo con la sociedad, y, por otra, ofrece una comprensión de la individualidad moderna como una semántica que remite estrictamente a una descrip411

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ción histórico-empírico (una auto-descripción), lo que la sitúa en la contingencia de la evolución social y la libera de interpretación alguna sobre lo que es o cómo debe ser tratado el individuo. Concluimos así que lo que se indica como individualidad, en su versión moderna, es una semántica resultado de la evolución de la comunicación social, y su contenido no es ni más relevante ni más verdadero que la semántica con que se describía al ser humano en épocas anteriores, o de como se lo describirá eventualmente en el futuro. A partir de dicha conclusión, la ‘sociología del entorno’ puede preguntarse por los efectos de la moderna semántica de la individualidad sobre las vivencias y acciones de los individuos y sus expectativas mutuas, como desarrollaremos más adelante (4). Esta ‘sociología del entorno’ no es sino la elección de la referencia sistémica del individuo y obedece a que pretendemos una observación sociológica más comprehensiva de los individuos. Desde allí intentamos aportar una nueva respuesta a la persistente pregunta: ¿cómo podemos dar cuenta de lo que les significa a los «seres humanos reales y concretos» (Larraín, 1996; Wagner, 2001) vivir bajo las condiciones que impone la semántica históricamente predominante en la sociedad? Podemos decir también que intentamos responder sistémicamente la pregunta que aborda Archer (1995 y 2000) sobre si los ‘seres humanos reales y concretos’ son títeres o titiriteros en el escenario de lo social6.

2. La posición de los individuos en el entorno de la sociedad: ¿antihumanismo o autonomía? La arquitectura teórica sistémica observa al individuo como un sistema psíquico, operativamente clausurado a la vez que cognitivamente abierto, que se ubica en el entorno de la sociedad. Como consecuencia — ‘escandalosa’, al decir de Izuzquiza (1990)— los individuos pierden su calidad de elementos unitarios constitutivos de la sociedad, pasando a ser descritos más precisamente como sistemas orgánicos acoplados a sistemas psíquicos, cada uno de los cuales es autorreferente y opera autopoiéticamente. La sociología no sistémica ha formulado críticas en cuanto a que situar a los individuos en el entorno de la sociedad implica otorgarles un papel secundario ante la necesaria primacía de las estructuras sociales. Dichas críticas van desde que propicia un modelo de sociedad hiposta6



En alusión a la relación agencia-estructura que suscita respuestas conflacionistas en la mayoría de los acercamientos teóricos estudiados por la autora.

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siado en la idea de sistema (Habermas, 1993), hasta un antihumanismo metodológico que sustituye la acción colectiva por la comunicación, y sustrae con ello a los actores empíricamente observables de los procesos de decisión (von Reese-Schaefer, 1992). Ante la crítica de Habermas (1993) respecto del lugar disminuido en que la teoría de sistemas sociales ubica a los individuos, los que según su opinión perderían sus derechos al hacerlos objeto de la contingencia de una sociedad sin cabeza, podemos reconocer que, en efecto, desde la perspectiva luhmanniana todo queda librado a la variación y la contingencia, pero una sociedad sin cabeza y sujeta a la contingencia no necesariamente les quita ‘derechos’ a las operaciones intencionales de los individuos. Muy por el contrario, las operaciones intencionales de los individuos son parte de aquella contingencia y lo que los individuos pierden en centralidad filosófica lo recuperan desde su operar empírico. Una teoría no requiere partir de la autocomprensión de los mismos actores —autocomprensión de ninguna manera unitaria— para dar cuenta de lo que ocurre en la sociedad. Otra de las observaciones críticas realizadas a la teoría de sistemas por el lugar que otorga al individuo, dice relación con el concepto de observador en reemplazo del concepto de sujeto. El individuo, en tanto sistema psíquico, es definido por la teoría como un sistema observador que efectúa distinciones. Ello le permite a Luhmann abandonar el tradicional concepto de sujeto y superar la epistemología de fundamento kantiano, la que, según estima, le resta potencial explicativo a la tradición sociológica en general. En su argumentación, el concepto de observador permite escapar a cualquier fundamento universal del conocimiento en tanto la distinción es siempre una operación empírica, que puede conducir a un conocimiento tanto verdadero como falso. Esta propuesta ha sido también objeto de observaciones críticas. En efecto, la teoría del observador ha recibido fuerte oposición, en particular por parte de Habermas (1993), quien ha sostenido que, si desde la perspectiva sistémica las sociedades modernas no tienen la posibilidad de desarrollar una identidad racional, entonces falta todo punto de referencia para una crítica a la modernidad y, en el caso de que la hubiera, la crítica estaría condenada al fracaso ante la diferenciación que discurre a espaldas de la razón (Habermas, 1993: 440). Ciertamente, la diferenciación efectivamente ocurre a espaldas de alguna supra-razón, y ello, a nuestro juicio, constituye justamente la condición de posibilidad de adoptar no solo un único punto de referencia para criticar la modernidad sino múltiples y diversos. Es precisamente esta premisa sis413

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témica la que otorga sustento teórico a una ‘sociología del entorno’ que se propone comprender los alcances de la relación individuo-sociedad en ambos sentidos de condicionamiento mutuo. Para la ‘sociología del entorno’, la adopción de la perspectiva sistémica del individuo no hace necesarios puntos de referencia normativos a priori como en la perspectiva de Habermas (1992), sino que trata de observar las posibilidades concretas que las irritaciones realizadas por los individuos logren abrirse camino en la contingencia comunicativa de la sociedad. Tales posibilidades no adquieren su fuerza de alguna racionalidad supra individual sino de la capacidad de estructuración comunicativa que los individuos, asociados o no, logren adquirir en el propio proceso de comunicarse. Se puede acceder así a una multiplicidad de racionalidades que buscan —o luchan, al decir de Bajtin (2002)— por ser reestabilizadas en la comunicación social. Sostenemos que, contrario a los juicios críticos, el individuo situado en el entorno de la sociedad ofrece ventajas teóricas que permiten comprender mejor su independencia y su relación con la sociedad. Ahí conserva un rol protagónico en tanto origen o condición necesaria para la formación de los sistemas sociales, lo que permite a la teoría de sistemas sociales proveer una noción clara de la autonomía de los individuos, posibilitando una mejor observación de su complejidad y su vínculo con la sociedad. Los individuos en el entorno de la sociedad, concebidos como capaces de operar autónoma y acopladamente, poseen así cierta fuerza causal sobre la comunicación, la sociedad. Esta, aun cuando se trate de un orden emergente, deja posibilidades de conducción para los individuos participantes en ella. Si bien es cierto que la comunicación está sujeta a la autonomía de su emergencia, ello no impide que la autonomía de los individuos, por su parte, tenga posibilidades concretas de influir en su orientación. Ello significa que los individuos no solo son indispensables como condición de posibilidad de la comunicación, sino que también disponen de herramientas para orientarla (Mascareño, 2008a). Para esta ‘sociología del entorno’, entonces, la ubicación de los individuos en el entorno de la sociedad no constituye un problema. Lo que sí aparece como problema no dice relación con un desconocimiento de la contribución de los individuos a la morfogénesis de lo social, sino surge en el plano de la aplicación de la teoría, en tanto muestra una falta de elaboración teórica sobre el operar autónomo de los individuos y en dar cuenta de la variabilidad de sus acoplamientos. En efecto, a pesar de que la teoría de sistemas sociales plantea que sistema 414

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y entorno se implican mutuamente, por lo que la emergencia del sistema de la sociedad no puede explicarse sin referencia a los individuos como uno de sus entornos, el tratamiento de los propios individuos no ha estado aparejado al tratamiento dado al nivel de la sociedad. Es más, a pesar de que Luhmann (1991 y 2007) ha planteado que no se pueden observar separadamente sistema y entorno, dado que ambos, individuo y sociedad, están presentes en el nivel emergente de la comunicación, el propio concepto de comunicación es usado en la teoría para hacer referencia al sistema social. Por cierto, son únicamente los sistemas sociales los que incluyen y excluyen las comunicaciones que les corresponden, pero el acento se ha puesto en la selección por parte del sistema y no en la acción irritatoria de los sistemas psíquicos que se incluyen en las comunicaciones de los diferentes sistemas funcionales. Está claro que el sistema incorporará, bajo sus propios términos, comunicaciones que le hagan sentido a su lógica sistémica, pero destacar mayormente la lógica sistémica por sobre la participación de los sistemas psíquicos en la comunicación sistémica termina produciendo un sesgo interpretativo, que contribuye a la crítica generalizada de otorgar un papel secundario a los individuos y subordinarlos al funcionamiento de la sociedad. Con todo, hemos afirmado que la teoría de sistemas sociales de Luhmann ofrece ventajas teóricas para observar la relación individuosociedad desde la perspectiva del individuo. Una primera ventaja que muestra la teoría de sistemas sociales es que, al comprender al individuo y la sociedad como una cadena de sistemas emergentes que adquieren autonomía al operar en forma clausurada, provee una noción fuerte de la autonomía de los individuos y permite así una mejor observación de su complejidad. Ello en base a que dicha construcción teórica resuelve —por vía del concepto de emergencia— los tradicionales problemas epistemológicos y de meta-teoría sociológica asociados a la distinción agencia/estructura (Mascareño, 2009). En efecto, la perspectiva sistémica logra mantener teóricamente separados individuo de sociedad, los que desde sus respectivas autonomías aportan por igual al proceso de construcción de lo social sin que pierdan ni impongan sus respectivas propiedades. Adicionalmente, la solución al problema de la intersubjetividad que la teoría sistémica ofrece a través de las teorías de la doble contingencia y la comunicación, constituye también una ventaja teórica para observar el vínculo individuo-sociedad desde la perspectiva del individuo, en tanto permite conceptualizar al individuo sin necesidad de recurrir a conceptos problemáticos como los de sujeto e intersubjetividad. 415

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3. Los individuos en la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados El distinguir a los individuos como sistemas autopoiéticos, autorreferentes y operativamente clausurados, implica que cada participante en la comunicación acarrea su propia contingencia. Esta doble contingencia describe la situación ineludible en que se encuentran alter y ego y ello plantea el problema no solo de la factibilidad de la comunicación, sino de la sintonización de los comportamientos (Luhmann, 1991: 151186). La teoría sistémica sostiene que la sociedad moderna resuelve este problema de sintonización a través de los medios de comunicación simbólicamente generalizados, mecanismo evolutivo que acopla las motivaciones de los individuos con la selectividad social, proponiéndose como una alternativa sociológica a las interpretaciones individualistas y culturalistas de la relación individuo-sociedad (Mascareño, 2008b). Construyendo sobre las formulaciones de Parsons, pero a la vez diferenciándose, Luhmann desarrolla su teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados basada en la teoría de la doble contingencia utilizando la distinción acción/vivencia de alter y ego y sus posibilidades de combinación. Sostenemos que la versión luhmanniana de la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados resulta una ventaja para esta ‘sociología del entorno’ que intenta una descripción sistémica de los individuos en su vínculo con la sociedad. Ello porque en la propuesta luhmanniana no son los valores ni las normas imponiéndose desde la sociedad sobre los individuos los que explican la coordinación social, sino que son los medios simbólicos los que operan como un mecanismo abstracto que facilita y probabiliza el acoplamiento entre lo idiosincrático de los sistemas psíquicos y lo generalizado de los sociales. Dicho mecanismo permite acoplar en forma equilibrada —sin determinaciones unilaterales— las motivaciones de los individuos con la selección social, solución teórica que resulta una clara ventaja al intentar profundizar en la relación individuo-sociedad desde la referencia sistémica de los individuos. Esta ventaja teórica surge del propio punto de partida que adopta Luhmann para formular su teoría de los medios simbólicos: el intento por comprender el vínculo entre la experiencia cotidiana de las vivencias y acciones de los individuos y los efectos evolutivos de la formación de estructuras sociales. Luhmann busca «unir más directamente el concepto de los medios generalizados con el problema central de la contingencia subjetiva de la orientación y de la elección» (1998a: 12). 416

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Es esta formulación del acercamiento luhmanniano, que implica un decisivo giro a partir de la teoría parsoniana, lo que caracteriza su teoría de los medios simbólicos y lo que atrae el interés de esta ‘sociología del entorno’, en cuanto permite vincular dichos medios con la experiencia subjetiva. De este modo, la propuesta luhmanniana del acoplamiento individuo-sociedad permite una comprensión de dicho vínculo que evita la subordinación del individuo respecto de la sociedad. El acoplamiento estructural que facilitan los medios simbólicos se explica en base a cuatro conceptos claves: vivencias y acciones; atribuciones y expectativas. Los individuos, en tanto sistemas observadores, solo tienen dos modos de elaborar su clausura operativa: como vivencias o como acciones. A la vez, solo pueden observar las vivencias y acciones en modo de atribuirlas, ya sea a sí mismos o a otros. A partir de atribuir vivencias o acciones se forman recurrencias que la teoría describe como expectativas. Consecuentemente, es a partir de las combinaciones de expectativas como surgen y operan los medios de comunicación simbólicamente generalizados. En efecto, para probabilizar estas combinaciones de expectativas se requiere la creación de reglas de atribución que favorezcan la coordinación del actuar y vivenciar entre alter y ego. Son los medios simbólicos los que describen el mecanismo que regula las atribuciones de vivencias y acciones entre alter y ego. De este modo, son los medios simbólicos los que proveen de expectativas complementarias a los individuos participantes en la comunicación. Son los medios simbólicos los que inducen a que alter y ego acepten sus mutuas atribuciones y continúen la comunicación. Ahora, si bien evolutivamente han surgido distintos medios simbólicos (dinero, verdad, poder, amor) cada uno de los cuales es apto para cada una de las combinaciones posibles de las atribuciones de acciones y vivencias entre alter y ego, no toda la comunicación social se orienta en base a ellos. El acoplamiento estructural, las mutuas atribuciones de vivencias y acciones por parte de alter y ego se producen aun en ausencia del operar de algún medio simbólico específico, pero no pueden actualizarse sin la mediación de expectativas. Las expectativas constituyen estructuras, tanto de los sistemas sociales como de los psíquicos, en tanto ambos tipos de sistemas observan la contingencia de su entorno a través de expectativas (y de expectativas de expectativas). Solo las expectativas pueden reducir a comunicación las situaciones de doble contingencia en que inevitablemente se encuentran alter y ego. La teoría distingue dos tipos de expectativas acorde a cómo pueden enfrentarse las posibles decepciones: norma417

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tivas, si se mantienen a pesar de una decepción, y cognitivas, cuando cambian y de ese modo aprenden (Luhmann, 1998a: 18). El concepto de expectativa, que alude a condensaciones de referencias de sentido cuya función es orientar de modo relativamente estable la comunicación y el pensamiento frente a la complejidad y contingencia del mundo (Luhmann, 1991: 297 y ss.), ha sido tratado por la teoría de sistemas sociales al interior de la teoría de los medios simbólicos y, a nuestro entender, no ha sido lo suficientemente destacada su función, al aparecer con mayor relevancia la función de la provisión de reglas para la formación de las expectativas que cumplen los medios simbólicos. Estas reglas de atribución que favorecen la coordinación del actuar y vivenciar entre alter y ego cumplen la extraordinaria función de probabilizar la comunicación, aun en casos en que es extremadamente improbable. Esta particular propiedad de los medios simbólicos aparece destacada en la descripción que la teoría hace de dichos medios, por lo que solo aparecen en calidad de elementos secundarios, transportados por los medios, los «entendimientos comunes, las expectativas complementarias y los temas determinables» (Luhmann, 1998a: 25). Conviene aclarar respecto de la función básica de motivar a los participantes para que tomen parte en la comunicación que cumplen los medios simbólicos, la motivación no se considera una motivación psicológica (internalización de valores) de los participantes, sino que está incluida en el operar propio de los medios. «Los motivos para la aceptación tienen que estar contenidos en la selectividad misma» sostiene Luhmann (1998b: 110). Ello no implica, como podría parecer, que la subjetividad quede subordinada a lo social, ni tampoco que por subjetividad se deba indicar exclusivamente la esfera psicológica, sino que la motivación individual de la que los medios simbólicos dan cuenta permanece en el terreno sociológico, y por ello estos medios resultan una clara ventaja teórica para observar sociológicamente la relación del individuo con la sociedad desde la referencia sistémica de los individuos. Sin embargo, las ventajas de la teoría de los medios simbólicos luhmanniana muestran, a su vez, una limitación. En nuestra observación, la teoría de los medios —al menos en la exposición que Luhmann hace de ella— al enfocarse en destacar los aspectos formales, es decir, los medios simbólicos como mecanismo operativo de probabilización de la comunicaión, presta poca atención a los aspectos sustantivos, esto es, a la variabilidad semántica asociada al operar de los medios simbólicos. Desde lo que llamamos una ‘sociología del entorno’ ello no 418

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facilita observar la perspectiva de los individuos, en tanto para estos son las expectativas como condensaciones semánticas cuya función es orientar de modo relativamente estable la comunicación y el pensamiento, las que inciden directamente en sus vivencias y acciones y en sus particulares acoplamientos. El problema de la continuidad de la comunicación que resuelven los medios simbólicos es un problema que atañe principalmente a la sociedad, mientras para los individuos resulta determinante el contenido de las expectativas, en tanto al proveer estas las distinciones que la sociedad pone a su disposición en el proceso constante de acoplamiento mutuo, orientan la comunicación en una dirección y no en otra. Los medios simbólicos apuntan a complejas estructuras, que al ser descritas en sus aspectos formales no permiten destacar lo suficiente que finalmente se trata de «semánticas positivas del sentido aceptado que maduran en el proceso de la reutilización, de la condensación, de la abstracción» (Luhmann, 2007: 246). En efecto, los medios simbólicos descritos como mecanismo o procedimiento integran los mecanismos básicos de probabilización de la comunicación como son el lenguaje, los medios de difusión y los de masas, que en sí no son suficientes para asegurar el éxito de la comunicación en la sociedad moderna. Empero, la dimensión semántica que conllevan los medios de comunicación simbólicamente generalizados es tratada de manera poco clara, incluso a veces contradictoria. Por una parte, Luhmann hace hincapié en que en el acoplamiento en que operan los medios simbólicos: Los participantes opinan tal cosa; tienen tal cosa en mente. Pero los medios de comunicación no son el contenido específico de dicho estado de cosas, sino instrucciones de comunicación que pueden ser manipuladas y utilizadas con relativa independencia de la presencia o ausencia de tales contenidos específicos (1985: 21. Destacados míos).

En consecuencia, los medios simbólicos, descritos en sus aspectos operativos, parecen hacer abstracción de sus contenidos histórico-contextuales, esto es, de las semánticas que transportan. Sin embargo, por otra parte Luhmann sostiene: «En términos generales, cuando hablamos de los medios de comunicación simbólicamente generalizados, nos estamos refiriendo a instituciones semánticas que hacen posible que comunicaciones aparentemente improbables puedan realizarse con éxito» (1985: 19. Destacados míos). Esta última definición, ¿se contrapone a la indicación de que los medios simbólicos son 419

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un mecanismo operativo que no indica contenido, sino más bien instrucciones cuya función es hacer probables comunicaciones cuyo éxito no resulta fácil de no mediar algún mecanismo facilitador? ¿Cómo pueden, estos mismos medios simbólicos, a la vez ser descritos como instituciones semánticas? ¿No se trata entonces de un mecanismo abstracto, de códigos de preferencia que operan en un nivel propiamente anterior a cualquier semántica? Estas preguntas, solo en apariencia contradictorias, ponen de manifiesto un punto conflictivo de la teoría sistémica general, precisamente la distinción semántica/estructura, que abordaremos en la siguiente sección. Por ahora nos quedamos con una tercera descripción de los medios simbólicos que indica que «los medios resuelven el problema de la doble contingencia a través de la transmisión de la complejidad reducida… de manera que la gente se junte entre sí en un mundo estrecho de entendimientos comunes, expectativas complementarias y temas determinables» (1998a: 25. Destacados míos). En la perspectiva de esta ‘sociología del entorno’, son precisamente estos entendimientos comunes, expectativas complementarias y temas determinables, observados como elementos semánticos, los que permiten profundizar en el vínculo individuo-sociedad desde la referencia sistémica de los individuos. Esta es precisamente la distinción que hemos estado estableciendo en torno a los medios simbólicos: su mecanismo como instrucciones, por una parte, y aquellos contenidos movilizados por el mecanismo, por otra. Es para indicar, dentro de los límites de la teoría, los contenidos que los medios simbólicos movilizan, que utilizamos en forma general el concepto de semántica. Podría decirse que la distinción apunta también a la diferencia entre la dimensión formal de la teoría de los medios simbólicos y su dimensión sustantiva, esto es, su actualización histórico-contextual, reflejada en la semántica, particularmente en las expectativas observadas como condensaciones semánticas. Ciertamente, los aspectos semánticos son recogidos por la teoría de los medios simbólicos; ello a partir de distinguir entre codificación y programación. La teoría postula que junto a la codificación de los medios deben darse condiciones que establezcan las circunstancias de la atribución correcta del valor positivo o negativo del código; condiciones a las que la teoría llama programas (Luhmann, 2007: 282). Mientras la codificación asegura la diferenciación y la especificación de un medio frente a otros, la programación solo puede efectuarse con respecto a cada código específico. Los códigos no cambian pero los programas sí, y son estos los que, según la teoría, organizan la varia420

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bilidad. Codificación y programación se distinguen desde el punto de vista de la invariabilidad/variabilidad, afirma Luhmann (2007: 282). La variabilidad de los programas, empero, apunta a estructuras y semánticas específicas para cada medio simbólico. No facilita la observación de semánticas que puedan repetirse en distintos sistemas funcionales, como por ejemplo, la semántica de la individualidad, y que tienen una importancia central para los individuos en tanto corresponden al postulado respecto a que en toda época el individuo se orienta por la información disponible sobre sí mismo y a partir de esta articula su auto-referencia. Por otra parte, así como los programas de los medios simbólicos no dan cuenta de semánticas que se repiten en los diferentes sistemas funcionales —que podríamos llamar, semántica epocales— la variabilidad que muestran los programas tampoco puede dar cuenta de la variabilidad de los acoplamientos que se producen bajo su aplicación en los diferentes sistemas interaccionales y organizacionales, como tampoco de la viabilidad observable en diversos momentos de la evolución social. Está claro que los individuos no responden de forma estandarizada a las ofertas de inclusión por parte de los sistemas funcionales, como tampoco lo hacen del mismo modo en diferentes momentos de la evolución de la sociedad. Los individuos que se acoplan a la comunicación en los múltiples sistemas interaccionales, organizaciones e incluso directamente a los sistemas funcionales, lo hacen mostrando una variabilidad semántica enorme, pero no infinita. Podemos sostener entonces que, al tratar los medios simbólicos a todas las comunicaciones por igual, no permiten diferenciar la variabilidad ni al nivel individual ni al societal de la comunicación. Esta variabilidad semántica histórico-contextual es la que resulta opaca a la teoría de los medios simbólicos. En síntesis, bajo su descripción formal, los medios de comunicación simbólicamente generalizados y definidos como un mecanismo instructivo, no dan cuenta por sí mismos de las semánticas históricas que ellos mismo transportan. Nuestra observación al respecto es que no depende del código verdad el contenido de las verdades históricamente aceptadas, ni del dinero lo que puede o no ser motivo de transacciones monetarias. Estos elementos pueden mostrar una gran variabilidad, pero tampoco las semánticas asociadas a los medios pueden ser cualquier semántica, en la medida que la sociedad se asegura de que no puedan formarse cualquier tipo de expectativas por parte de los participantes en la comunicación. El asignarle a la semántica solo un papel diferenciado en los programas particulares de cada medio simbólico no logra 421

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explicar la variabilidad epocal de la comunicación en la sociedad moderna —más allá de su descripción en base a la diferenciación funcional— como tampoco la variabilidad de las comunicaciones observables en los distintos niveles de formación de sistemas. Ahora, el tratamiento poco destacado de la semántica por parte de la teoría de los medios simbólicos resulta entendible si se considera el propósito luhmanniano de elaborar una teoría que describe a la sociedad. Ello porque, desde el punto de vista de esta, la variabilidad de las semánticas histórico-contextuales no definen ni alteran la explicación del funcionamiento de la sociedad, por lo que no requieren ser especificadas por la teoría. Las semánticas utilizadas en la comunicación pueden serles indiferentes a la sociedad, pero no así a los individuos, cuya inclusión no responde solo a la relación procedimentalizada descrita en la teoría de los medios simbólicos, sino porque en esta relación operan semánticas que dan forma a ese acoplamiento. Los individuos no responden por igual a un mecanismo que opera semejante para todos, sino que lo hacen precisamente a partir de la variabilidad de semánticas histórico-contextuales que forman parte de tal mecanismo. Dicho planteamiento da origen a nuestra propuesta de una ‘sociología del entorno’ que se propone la observación del vínculo individuo-sociedad, tanto desde la perspectiva de los individuos como del papel determinante que cumple la semántica en la formación de las expectativas, esto es, en las vivencias y acciones de los individuos. Si queremos, entonces, comprender cabalmente cómo operan los medios simbólicos observados desde la referencia sistémica de los individuos como eventualmente aplicar la teoría de los medios simbólicos a la observación empírica, esto es, tratar la teoría de los medios en su dimensión sustantiva, requerimos adoptar una perspectiva semántica.

4. El papel de la semántica en la ‘sociología del entorno’ Todo lo anterior permite sostener que los medios de comunicación simbólicamente generalizados, siendo un mecanismo estable de acoplamiento, incluyen una alta variabilidad de semánticas históricas que los acompañan. Sostenemos que, si bien ambos elementos son separables solo analíticamente, estudiar con independencia la dimensión semántica asociada a estos medios permite identificar allí una particular dimensión de la coordinación social realizada a través de los medios simbólicos. Ello implica que es posible adoptar una perspectiva distinta al estudio de los programas de algún medio simbólico en particular, 422

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como también a los análisis históricos de la evolución de la semántica al interior de un medio simbólico específico, como los estudios desarrollados por Luhmann respecto de distintos sistemas funcionales (1985; 1996; 2004 y 2005). Una observación general de la semántica, transportada por los medios simbólicos como expectativas que orientan la comunicación, permite focalizar el análisis en la variabilidad históricocontextual que acompaña a la estabilidad de los códigos de los medios simbólicos en la coordinación individuo-sociedad. Reconociendo que es evidente que los individuos cambian sus expectativas en los distintos contextos comunicativos que definen los medios simbólicos y los respectivos sistemas funcionales, nos interesa observar la variabilidad de las expectativas, de los temas, de los entendimientos comunes que transportan dichos medios, sin diferenciarlos respecto de cada medio específico. Nos situamos más bien en una perspectiva histórico-contextual cuya observación abarca desde el nivel societal, pasando por cada nivel de formación de sistemas hasta los idiosincráticos sistemas psíquicos que se acoplan a la comunicación. Al respecto requerimos destacar que, si bien los medios simbólicos, como significación generalizada, proveen estructuras que motivan a los individuos a acoplarse a la selección social, la formación de las expectativas en los sistemas, tanto psíquicos como sociales, depende también de sus respectivas historias como sistemas, la que confluye en la reducción de las posibilidades de orientar sus vivencias y acciones. Nuestro intento por desarrollar una particular propuesta de observación de la relación individuo-sociedad a través del análisis semántico y adoptando la referencia sistémica de los individuos, requiere partir por una discusión de la relación semántica-estructura en el contexto de la teoría de sistemas sociales, en particular en referencia a la formación y el mantenimiento de las expectativas. La distinción semántica/estructura ha probado ser una de las contribuciones más novedosas, fructíferas y a la vez polémicas de las propuestas teóricas que forman parte de la teoría de sistemas sociales de Luhmann. Según Stichweh (2006), la distinción que introduce Luhmann entre semántica y estructura es una de las más influyentes propuestas de la teoría sistémica, en tanto facilita las investigaciones sistémicas empíricas permitiendo dejar atrás la tradicional distinción que separa estructura socia,l por una parte, y cultura, historia de las ideas o superestructura, por otra. A la vez, el autor observa una ‘diferenciación tensionada’ entre ambos conceptos y señala ciertas ambigüedades que se traducen en dificultades a la hora de utilizarlo. Por su parte, Passoth 423

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(2010) considera lo que llama el twin-concept de semántica-estructura como una de las propuestas teóricas más interesantes de Luhmann, en tanto ofrece una alternativa a los acercamientos mentalistas o textualistas del estructuralismo y a las teorías interpretativas de la cultura. Destaca este autor que la distinción luhmanniana semántica/estructura no corresponde a una distinción estática, sino que ambos conceptos constituyen los dos lados de una misma forma. Ello ofrece, según Passoth, un amplio rango de combinaciones en tanto que ambos, estructura y semántica forman parte de patrones estabilizados de expectativas. Precisamente en tanto semánticas y estructuras forman parte de las expectativas, es que nuestra ‘sociología del entorno’ parte de la relación entre ambos conceptos. Aparece aquí uno de los temas controvertidos abordados en torno a dicha distinción fundamental; se trata de la cuestión de si la semántica forma parte de la función operativa sistémica o solo dice relación con la dimensión descriptiva. Este problema no surge, por ejemplo, en relación al concepto de auto-descripciones, en que la semántica no hace referencia a aspectos operativos sino solo descriptivos, señalando el lado marcado de una distinción, la referencia de sentido indicada en la auto-descripción. No ocurre lo mismo respecto de las expectativas, que la teoría de sistemas define como las estructuras de la comunicación, pero que pueden ser observadas igualmente como semánticas, al ser su condensación la que da origen a las expectativas como estructuras. El concepto de estructura, cuando alude a expectativas, se refiere a limitaciones respecto de las relaciones permitidas en el sistema. La teoría sostiene que las estructuras se forman a partir de abstracciones de las cualidades concretas de los elementos (pensamientos en la autopoiesis de la conciencia y comunicaciones en la autopoiesis de los sistemas sociales), siguen existiendo y pueden reactualizarse aun si cambian los elementos. De este modo se mantienen constantes incluso si reproducen elementos nuevos. Las estructuras se mantienen solo si se repiten en diversas situaciones operativas (Luhmann, 1991; 2007). El concepto de semántica no aparece requerido para definir las expectativas en su función en la comunicación y a partir de ello surge una dificultad en comprender la relación semántica-estructura. En efecto, dicha dificultad se hace patente cuando las expectativas son definidas como las estructuras de los sistemas sociales y psíquicos, pero a la vez se sostiene que las expectativas son condensaciones de referencias de sentido, esto es, semánticas (Luhmann, 2007). Si observamos con detención, en la operación de la comunicación las ex424

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pectativas —definidas como estructuras— no pueden actualizarse sino como semánticas; las estructuras se actualizan en semánticas, no operan vacías. Podemos así sostener que únicamente en una observación analítica pueden ser observadas abstraídas de sus contenidos; no en una observación empírica. Concluimos, entonces, que en el nivel de la operación comunicativa concreta se diluye la separación entre semántica y estructura, puesto que las expectativas son tanto estructuras como semánticas, más específicamente, estructuras formadas a partir de la condensación de semánticas. Ello es lo que ha llevado a autores como Stäheli a hablar de la «estructuralidad de la semántica» (1998: 319). Sostiene este autor que en tanto las estructuras preparan formas del sentido, que en la comunicación son tratadas como expectativas, se está hablando de semánticas. Por su parte Stichweh (2006) da un paso más al sostener que «todo se construye sobre una semántica», refiriéndose a que, en efecto, las semánticas son parte de la operación de observación, en la distinción misma. Sostiene que la semántica aparece como constitutiva de la propia producción de estructuras y argumenta que en los sistemas, las estructuras como expectativas no cristalizan accidentalmente en la comunicación sistémica y luego se semantizan, sino que se construyen como instrucciones derivadas de semánticas. Concluye que es precisamente la semántica la que orienta la auto-observación y la auto-descripción de la sociedad porque provee de distinciones a dichas operaciones. En consecuencia, si ambas, estructura y semántica, comparten la misma función en tanto expectativas que orientan la comunicación, entonces conforman una unidad que solo admite diferenciación en una observación analítica. El símil de la distinción entre el pensar y los pensamientos puede ayudar a esta comprensión. El pensar es una abstracción que no tiene operación posible sin pensamientos concretos, sin embargo, teóricamente se pueden diferenciar ambos conceptos. Las expectativas como estructuras permanecen en el plano de la teoría, en la descripción formal de los conceptos, pero desde la dimensión sustantiva de la teoría podemos decir que una observación empírica no observa estructuras sino semánticas. Podríamos así utilizar el criterio de la perspectiva de observación para distinguirlas, considerando las expectativas como un dispositivo semántico-estructural que, al ser observado en su dimensión de mecanismo abstracto, puede ser descrito como estructura, y al ser observado en su contenido actualizado puede señalarse como semántica.

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Desde la ‘sociología del entorno’ observamos críticamente que cuando la teoría de sistemas sociales se refiere a las expectativas y las describe como estructuras, al hacerlo así deja sin indicar que las expectativas, aun si funcionan como abstracciones (estructuras), al mismo tiempo solo pueden actualizarse como semánticas. En el proceso comunicativo, las expectativas funcionan en base a semánticas, de otra manera no serían inteligibles para los participantes en la comunicación. Así, cuando se intenta diferenciar semántica de estructura al interior del proceso operativo de la comunicación, la empresa se complejiza resultando prácticamente imposible diferenciarlas. En síntesis, es en el proceso comunicativo, particularmente respecto del concepto de expectativas, donde confluyen inseparablemente semántica y estructura. En este contexto podemos decir que, con la separación entre semántica y estructura ocurre lo mismo que con comunicación y acción: no se pueden separar pero sí distinguir. Son aspectos inseparables de una misma selección, como las dos caras de una misma moneda. Lo que la ‘sociología del entorno’ se propone es observar las expectativas desde la perspectiva semántica. Ello como consecuencia de dos intereses teóricos que exponemos a continuación: En primer lugar, porque el contenido de las expectativas (la semántica) atañe directamente a las vivencias y acciones de los individuos participantes en la comunicación. En palabras de Luhmann: «En cuanto a los sistemas psíquicos, entendemos por expectativa una forma de orientación por medio de la cual el sistema sondea la contingencia de su entorno en relación consigo mismo y la acoge como incertidumbre propia en el proceso de la reproducción autopoiética» (1991: 273). Por ello es que el autor indica que los individuos en toda época se orientan por la información disponible sobre sí mismos (1995: 97), y que se debe interrogar a la semántica por los esquemas de diferencias que la sociedad pone a disposición de la individualización del individuo. Si ello es así, resulta posible realizar una observación sociológica de la individualidad de los individuos, de su particularidad irrepetible. Por cierto esta no resulta posible solo a partir de los esquemas de diferencias que la sociedad pone a disposición en general para todos los individuos; Esa información es la que describe la teoría de los medios simbólicos, diferenciada solo acorde con el problema de referencia que enfrenta cada medio simbólico y el consiguiente sistema funcional con sus particulares programas. Por el contrario, o más bien complementariamente, desde una lectura semántica de los medios simbólicos, que al

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operar igual para todos no logran dar cuenta de la variabilidad de los acoplamientos, es posible abordar, e incluso ordenar, la variabilidad. Desde la perspectiva semántica, la variabilidad puede observarse porque las expectativas, particularmente las cognitivas, se forman tanto a partir de la selección motivadora que aportan los medios simbólicos como de la historia propia de cada sistema acoplado a la comunicación. La teoría de sistemas sociales sostiene que toda operación comunicativa conlleva una función doble: 1) determinar el estado histórico desde el cual el sistema debe partir en su próxima operación, y 2) formar estructuras que permitan reconocer y repetir identidades (condensaciones de selecciones) para confirmarlas en cada nueva situación (Luhmann, 2007: 67). Las expectativas cognitivas —aunque también las normativas— que forman parte de la particularidad histórica de cada sistema son las que le dan la variabilidad a la comunicación —motivada o no por los medios simbólicos— y las que explican lo que podríamos llamar el dinamismo de la comunicación, esto es, la continua búsqueda de aclaración de la comprensión a que lleva el diálogo reiterado: un permanente ir y venir confrontando expectativas. No hablamos de la comprensión como tercera selección del proceso comunicativo, ni del éxito de la comunicación entendido como la continuidad de esta. Las expectativas cognitivas son las que permiten el cambio en las propias expectativas y le dan el dinamismo a las relaciones de continuidad a todos los niveles de formación de sistemas. Este dinamismo y esta variabilidad acompañan el operar relativamente estable de los medios simbólicos, y su observación sistemática podría contribuir al estudio de la dimensión sustantiva de la teoría de los medios simbólicos, complementaria a la dimensión formal que exhibe la teoría al describir a estos medios como un mecanismo instructivo. Desde la referencia sistémica del individuo, entonces, explicar la relación individuo-sociedad implica describir al individuo teóricamente como un sistema psíquico que en forma constante observa su entorno, distinguiendo auto y hétero-referencia, condensando sus referencias y formando así su ‘identidad’. Empíricamente, las expectativas que cada individuo utiliza como forma de orientación para sondear la contingencia de su entorno son únicas e irrepetibles en su particular combinación, pero no pueden ser completamente idiosincráticas al haberse formado en base a aquellas estructuras que la sociedad, como su entorno, le provee para mantener activa su operación autopoiética. Si bien se trata de una auto-socialización, no por ello deja de tener un origen social, por lo que su variabilidad es enorme pero no caótica ni infinita y 427

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puede ser observada sociológicamente. La ‘sociología del entorno’ pueda demostrar, así, que la variabilidad de las comunicaciones es también un resultado del proceso de construcción de lo social, y es, por lo tanto, observable sociológicamente. El hacerlo así es lo que posibilita realizar una observación sociológica de la individualidad de los individuos. Es más, ello no solo es posible a nivel de los individuos particulares, sino también a todos los niveles de formación de sistemas. Se trata de poder leer —e, incluso, sistematizar— las expectativas semánticamente, atendiendo tanto a las particularidades de los individuos como también a la especificidad de cada sistema social, incluyendo el societal. Precisamente, la segunda razón por la que la ‘sociología del entorno’ se propone observar las expectativas desde la perspectiva semántica es que esta observación le permite dar cuenta de la variabilidad de los acoplamientos en todos los niveles de formación de sistemas. Al igual que los sistemas psíquicos, los sistemas sociales operan en base a estructuras de expectativas —cognitivas y normativas— que se mantienen y vuelven a orientar la comunicación una y otra vez, hasta que nuevas aportaciones logren desplazarlas. Tales expectativas, fundamentalmente las cognitivas, no son completamente diferenciadas entre los distintos sistemas funcionales y, en relación a estos, tampoco entre las organizaciones y los sistemas interaccionales al interior de estas. Empíricamente se pueden observar en tanto se repiten en los distintos niveles de constitución de sistemas, como ocurre, por ejemplo, con la semántica de la individualidad, la que a nivel societal apunta, como mencionamos, a la semántica del sujeto en la sociedad moderna y aparece en semánticas que refieren a ella en los distintos sistemas funcionales; el sujeto como empresario, consumidor, profesor, estudiante, etc. Estas semánticas sistémicas que refieren a la semántica de la individualidad, se diversifican en las distintas organizaciones que se forman al interior de dichos sistemas, las que a su vez se diversifican y particularizan a nivel de los sistemas interaccionales. En síntesis, las escasas y más abstractas semánticas condensadas comunes a los diferentes sistemas funcionales —que podríamos llamar, semánticas epocales— se relacionan con una mayor variabilidad de semánticas que conforman las expectativas de los acoplamientos en los diferentes sistemas organizacionales; estas con una mayor variabilidad observable en los sistemas interaccionales y estas con las idiosincráticas expectativas que aportan como contingencia los múltiples sistemas psíquicos acoplados a la comunicación. A su vez, esta variabilidad que se observa en los distintos niveles de constitución de sistemas aparece 428

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cruzada por, y puede también describirse en relación a, espacios y momentos particulares de la evolución social. La ‘sociología del entorno’, si bien se interesa en particular por la variabilidad semántica de las formas en que los individuos se vinculan con la comunicación en distintos contextos históricos, y en ese sentido puede aportar al desarrollo de una micro-sociología sistémica, también puede caracterizar a las organizaciones, sistemas funcionales e incluso a la sociedad mundial, aportando una lectura de ellos en base a las expectativas propias de cada sistema. De este modo, observando las expectativas, fundamentalmente las cognitivas, como semánticas condensadas operantes en la comunicación, se puede atender a la especificidad y variabilidad tanto epocal como individual de tales expectativas, y de las formas sistémicas de inclusión/exclusión. Es precisamente esta variabilidad la que solo puede ser captada desde una observación semántica, esto es, desde el papel que cumple la semántica en la formación y mantención de las expectativas como vínculo entre el individuo y la sociedad. Como señalamos, la función de las expectativas es orientar la comunicación social, y de esa manera forman parte de los medios simbólicos que operan en la sociedad moderna. Propusimos así una complementación teórica a la teoría de los medios simbólicos destinada a incorporar la semántica en la explicación del acoplamiento individuo-sociedad. Mostramos cómo esta permite observar constelaciones de semánticas en las comunicaciones de los diferentes niveles de constitución de sistemas, desde las auto-descripciones societales hasta los sistemas psíquicos, y cómo ellas participan en los acoplamientos sistémicos, facilitados por los distintos medios simbólicos. De este modo, el presente texto esbozó una particular propuesta de observación de la relación individuo-sociedad a través del análisis semántico de las expectativas, que parte adoptando la perspectiva de los individuos en el contexto teórico de la teoría de sistemas sociales. No se trata de proponer una suerte de coordinación paralela ni de identificar estructuras inmutables, sino de la observación del papel que juega la semántica que opera como expectativas en el acoplamiento individuosociedad, tanto motivado por los medios simbólicos vigentes como en ausencia de estos. Las semánticas condensadas, en tanto estructuras de la comunicación, devienen expectativas, sobre todo, cognitivas, y por ello mantienen abierta la contingencia y permiten el cambio. A esta propuesta la hemos denominado aquí ‘sociología del entorno’. Ella intenta complementar la exposición de la teoría de los me429

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dios simbólicos, proveer una forma de tratar la dimensión sustantiva de dichos medios y facilitar la aplicación empírica de la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados. La ‘sociología del entorno’ puede preguntarse, además, por los efectos de la moderna semántica de la individualidad sobre las vivencias y acciones de los individuos y sus expectativas mutuas, tema sobre el cual Luhmann (1985 y 1995) ofrece uno de los aportes más interesantes de la aplicación de su teoría.

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