Sociolingüística del español en los Estados Unidos

September 29, 2017 | Autor: F. Moreno-Fernández | Categoría: Dialectology, Sociolinguistics, Spanish Linguistics, Hispanic Linguistics
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Descripción

SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ESPAÑOL EN LOS ESTADOS UNIDOS FRANCISCO MORENO FERNÁNDEZ ([email protected]) ISBN: 84-9822-385-7 Madrid: Liceus. 2006

THESAURUS ESPAÑOL, EE.UU., BILINGÜISMO, HISPANO, LATINO, ESPANGLISH, CHICANO, INMIGRACIÓN, FRONTERA, ASIMILACIÓN

ESQUEMA 1. Historia social del español en los EE.UU. 2. La inmigración hispana 3. El español de los EE.UU. 4. Lo latino y el espanglish 5. Presente y futuro del español en los EE.UU. Bibliografía

1. Historia social del español en los EE.UU. La presencia de la lengua española en los actuales Estados Unidos de América se inició en unas tierras que entre el siglo XVI y el XIX pertenecieron a España. Prestemos atención a la siguiente serie de hechos: -

A finales del siglo XVI, Juan de Oñate colonizó parte del actual Nuevo México.

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Tras el descubrimiento de Yáñez Pinzón y Américo Vespucio, Juan Ponce de León llegó a Florida en busca de la "fuente de la eterna juventud" (lo hizo precisamente el día de Pascua Florida de 1513).

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Cabeza de Vaca guió, en 1535, la expedición a tierras de Texas.

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La primera colonia en Arizona se fundó en 1596, aunque Vázquez Coronado había explorado esas tierras sesenta años antes.

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Fray Junípero Serra fundó San Diego en 1769, en California.

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Mucho después de las exploraciones de Hernando de Soto, a quien se debió un conocimiento detallado del Misisipi, Francia cedió a España, en 1760, un territorio cuyo nombre homenajeaba al rey francés: Luisiana.

Todos estos datos nos revelan la antigua y extensa actividad exploradora, colonizadora y fundadora de España durante su soberanía. Pero bien cierto es que explorar no supone garantizar el establecimiento de una lengua. Los territorios poblados estaban separados por enormes áreas deshabitadas. En muchos casos, como el de Florida, la presencia española fue tan poco continua que hoy prácticamente no se conserva ningún vestigio. La independencia de México, proclamada en septiembre de 1821, dejó en otras manos los territorios del Sudoeste de los ahora Estados Unidos. A mediados del siglo XIX, la guerra entre México y los estadounidenses los hizo pasar a nuevos dueños. El momento histórico fue la firma del tratado de Guadalupe-Hidalgo, en 1848. Con ella se

fijó el río Grande como frontera entre las dos naciones. Después, poco a poco, los dominios hispánicos se fueron convirtiendo en nuevos miembros de la Unión. Así pues, el español ha tenido una existencia secular en todos los estados del Sur de la Unión, especialmente del Sudoeste, si bien en Florida el uso del español responde a hechos históricos bien distintos y más recientes. El estado de Florida tiene como principal valedora de la lengua española a la población cubana, en su mayor parte los refugiados políticos y sus descendientes. Cinco siglos de historia han configurado la presencia del español en Estados Unidos. En ella han concurrido unas circunstancias demográficas, sociológicas y culturales que han dado a la lengua una complejidad dialectal y sociolingüística que rara vez se ha podido hallar en los amplios dominios hispánicos. Desde 1528 hasta 1912, año en que Nuevo México pasó a ser oficialmente un estado de la Unión, y desde ahí al presente, la lengua española ha sido pieza decisiva en la historia de los territorios del Sur, sobre todo los del Sudoeste, a los que prestaremos más atención. Proponemos la siguiente periodización. 1.- Periodo de exploraciones: 1528-1596. Los límites de este periodo los constituyen la partida de la expedición de Cabeza de Vaca y el inicio de los asentamientos de Juan de Oñate, a partir de 1596, en el área de Nuevo México. Para explorar la costa de Florida, Pánfilo de Narváez partió por mar desde Tampa, con la mala fortuna de que un huracán hizo naufragar la expedición, de la que solo sobrevivieron Cabeza de Vaca, un africano llamado Esteban y dos más (Obregón: 177-179). El pequeño grupo se adentró en el desierto desde la costa y fue haciendo un recorrido por tierras de Texas (por la zona de las actuales Austin y San Antonio) y de Nuevo México (actual El Paso), hasta llegar a Culiacán (Udall: 49 y ss.). En el camino, fueron encontrando indicios que parecían dar visos de realidad a la leyenda de las siete ciudades de Cíbola, aliciente que llevó a organizar las expediciones de Francisco Vázquez de Coronado a partir de 1540. Desde el punto de vista comunicativo, este periodo tiene dos aspectos de singular interés. Uno de ellos es el de la interacción con los indios, que debió ser por medio de señas y otros signos, como las pinturas, plumas y cascabeles que utilizaba el negro Esteban, que también viajó con Coronado y que ante los nativos representaba el papel de chamán de los expedicionarios. Las dificultades comunicativas se debieron al hecho de no contar con intérpretes (llamados “lenguas”) en los primeros contactos, así como a la heterogeneidad lingüística del territorio: Cabeza de Vaca comentaba las mil diferencias que hay entre las lenguas

de los indios que encontró en su expedición por Texas y Nuevo México (Martinell: 157). El segundo aspecto comunicativo de interés fue la supuesta concreción del mito de Cíbola, especialmente por boca y pluma del fraile franciscano Marcos de Niza: según la leyenda, siete obispos salieron de la ciudad española de Mérida para salvar sus vidas durante la invasión musulmana; con ellos se llevaron valiosas reliquias y en su exilio fundaron las llamadas siete ciudades de Cíbola, en las que se acumularon grandes tesoros de oro y piedras preciosas. Este mito, sin embargo, se derrumbó por completo con los testimonios de Coronado. Una frase de López de Gómara lo resume muy bien: “Las riquezas de su reino es no tener que comer ni que vestir, durando la nieve siete meses” (1552: 304). Un factor que contribuyó a la verosimilitud del mito fue el hecho de que entre los aztecas existiera también una leyenda que hablaba de antepasados que habían habitado siete cuevas (Ramírez Alvarado: 6). Los indígenas americanos pudieron hacer referencia a ello en sus interacciones con los españoles. 2.- Periodo de asentamientos: 1597-1848. Los límites los marcan el inicio de las expediciones de Juan de Oñate y el paso del territorio del Sudoeste de México a los EE.UU., con la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo. Las tierras de Nuevo México, que en esta época incluían las anejas de Arizona, Colorado, Texas y parte de Nevada, comenzaron a ser colonizadas a partir de 1596, cuando partió de México una expedición al mando de Oñate. Como se ha señalado en diversos lugares (Vigil y Bills), los primeros colonos se asentaron en pequeños poblados a lo largo del río Grande y poco a poco se fueron creando otros asentamientos, organizando misiones, ranchos o granjas y fundando ciudades, como Santa Fe (1609). De esos primeros años es la más antigua inscripción que se conserva de una lengua europea en América: está en “El Morro”, data de 1605 y reza, con un tono similar al de tantas otras, “Pasó por aquí el adelantado don Juan de Oñate”. La toponimia también es testigo de una permanencia histórica: Sierra Blanca, Santa Rita, Las Cruces, Hondo, Carrizozo, Socorro, Truchas, Santa Clara, Peloncillo mountains, Río Grande, Sangre de Cristo mountains, Magdalena, Los Álamos, Tierra Amarilla, Mosquero, Portales, Ratón, Manzano mountains, San Andrés mountains, El Paso. Caben destacarse en este periodo varias fechas de referencia, al margen de la fundación del importante enclave de Santa Fe. Así, en 1680 se produjo una sublevación de los indios pueblo que hizo perder el control del área novomexicana a los españoles hasta 1693, en que se inició una recolonización. Por otra parte,

aunque los primeros españoles habían llegado a Texas en 1691, en 1731 se establecieron varias familias canarias, lo que fue determinante para su historia lingüística (Frago: 90 y ss.). En California, entre 1761 y 1823 se fundaron una veintena de misiones, aunque la lengua hablada ya no guarda testimonios de ello. En 1821, con la independencia de México, los territorios españoles pasaron a manos de la nueva República: esto vino a favorecer la expansión de poblados hispanos y la ampliación de las rutas comerciales por el Sur de los EE.UU. Esta época de asentamientos fue especialmente rica y decisiva en la configuración lingüística del Sudoeste de los Estados Unidos. Conscientes de la multiplicidad de factores implicados, nos permitimos, sin embargo, destacar dos dimensiones de consecuencias lingüísticas evidentes: el aislamiento del territorio y los contactos con los indios. En efecto, el territorio del histórico Nuevo México se caracterizó, durante la primera mitad del periodo de asentamiento, por su aislamiento del resto del mundo hispánico, con la excepción relativa de Nueva España: los contactos comerciales se producían apenas una vez al año. Tras el levantamiento de los pueblo, la recuperación de Santa Fe supuso una especie de segunda colonización que aportó gente nueva y renovados usos lingüísticos, aunque la población no fue mucho más allá, en esta época, de las 25000 personas (Vigil y Bills: 3). Los contactos con los indios se produjeron en varios niveles y supusieron un curioso juego de influencias entre las lenguas indígenas y la española. Parece claro que el contacto con los indios en la misiones tuvo que favorecer el aprendizaje del español: los indios papaya colaboraron en la fundación de la ciudad de Béjar, en Texas, muchos de los indios eran bautizados en las misiones e incluso ocurría que los nombres de las tribus se imponían según la misión que tenían más cerca: los diegueños, por ejemplo, estaban asentados cerca de la misión de San Diego de Alcalá, en California. El aprendizaje del español o, como mínimo, su fuerte influencia sobre las lenguas indígenas, no contraviene otra realidad evidente: el método misional de los franciscanos y de otras órdenes disponía el aprendizaje de las lenguas de los indios, para hacerles llegar más directamente el mensaje del Evangelio. En ese aprendizaje fue decisiva la intervención de los intérpretes y traductores, bien porque conocían el español, bien porque sabían alguna otra lengua indoamericana que conocían previamente los frailes. Por eso, tampoco es extraña la influencia de las lenguas indígenas, sobre todo de las más habladas – como el náhuatl – en el español de la zona (Weaver; Kanellos y Esteva-Fabregat: 41-52).

En general, los contactos de la población hispana con los apaches, los navajos y los comanches son bastante antiguos, pero están basados en una relación de rivalidad y de pillaje, para los que fue determinante la incorporación del caballo europeo: en 1837, los comanches todavía hacían rapiña en los asentamientos hispanos. Es probable que, en tales circunstancias, la penetración de la lengua, al no estar basada en la convivencia diaria, haya dificultado el juego de influencias entre el español y las lenguas indígenas, pero el caso es que tanto la lengua de los pueblo, como las de los navajos y los apaches han acabado incluyendo préstamos del español. Es más, dada la lejanía lingüística entre las diversas lenguas indias y, más aún, entre estas lenguas y el inglés, no es descabellado pensar que el español, además de ser lengua del territorio, haya podido servir, en distintos momentos de los siglos XVII al XIX, como lengua franca. Durante la guerra méxico-americana, los soldados estadounidenses se enfrentaron al problema de hablar español. Aprendieron palabras sueltas que incorporaron a su idioma (cigarritos > cigarrettes) y dieron el nombre de “lingo” al resultado mezclado de sus escarceos comunicativos. Un oficial voluntario de Illinois describía así sus problemas con un nativo y su hija (Ochoa): When at fault for a word I take an English one & give it a Spanish ending & pronunciation & make a salaam or two ... If that don’t go, I throw in a word or two of Latin & French, & occasionally a little German , & conclude with “Senora” or “Senorita”. Thus I generally suceed in calling up a smile, & a gentle “Si senor” ... then they let loose a torrent of Castillian on me, & I stand & look knowing, & say “Si Senorita” when I’ve no more idea of what they are saying than if Moses was talking to me in his native tongue Cuando no encuentro una palabra, uso una del inglés y le doy una terminación y una pronunciación a la española y hago una reverencia o dos. Si eso no funciona, suelto una palabra o dos en latín y francés y, de vez en cuando, algo en alemán, y termino con “Señora” o “Señorita”. De este modo suelo conseguir una sonrisa y un amable “Sí, señor”. Entonces, me sueltan una parrafada en castellano y me quedo parado, haciendo como que entiendo y digo “Sí, señorita”, cuando de lo que dicen comprendo lo mismo que si me hablara Moisés en su lengua nativa.

Pero, los contactos entre el inglés y el español han conocido todo tipo de resultados y manifestaciones, principalmente a partir de los periodos que se describen a continuación.

3.- Periodo de anglización: 1848-1912. La cesión del Sudoeste a los Estados Unidos comenzó a esbozar el perfil lingüístico más reconocible en la actualidad. En un primer momento se produjo una expansión de la población hispana, hasta

alcanzar los 60000 hablantes (Abbott: 38), favorecida por la pacificación de los grupos indios y por unas condiciones económicas que alentaban la colonización. El aumento de la población vino acompañado de la apertura de rutas comerciales francas desde México a los Estados Unidos, olvidando el viejo control que la ciudad de Chihuahua ejercía sobre el Camino Real. Sin embargo, esta aparentemente fuerte rehispanización se vio contrarrestada por la avenida de población estadounidense hablante de inglés, primero por razones militares (guerra con México, sometimiento de los indios), después por razones comerciales. En el terreno del comercio, las rutas abiertas con México tuvieron su contrapunto en el desarrollo del Camino de Santa Fe, abierto entre Missouri y Santa Fe desde la independencia de México y unido a otra importante ruta comercial llamada el Camino Español. Por este camino afluyó mucha población anglohablante. Por otro lado, el aumento de los colonos hispanos tuvo su contrapunto en la llegada de buscadores de oro con la fiebre de 1859 en el estado de Colorado. A partir de aquí la prevalencia del inglés se ha dejado notar en todo el Sudoeste, sobre todo a partir de 1912.

4.- Periodo de estatalización: 1912-. El último siglo se caracteriza por una doble y contrapuesta corriente. Por un lado, las instituciones – incluida la escuela y la iglesia – han ido minando la tradicional presencia hispánica hasta reducirla a unos límites exiguos; basten unas cifras elementales: en 1850, la mitad de la población de Nuevo México hablaba español; en 1905 se mantenía esa proporción; en 1970 se redujo al 8.8% (Alvar 1995: 185-186). El punto de inflexión se encuentra a mediados de siglo y su culmen en 1969, cuando se suprime la enseñanza oficial del español. Después, los vaivenes de los programas bilingües – ahora en retroceso – han minimizado su efectividad en el mantenimiento de la lengua. Pero, por otro lado, el Sudoeste ha asistido durante los últimos 25 años a un proceso de rehispanización, sobre todo de raíz mexicana, como nunca había vivido en su historia. Según el censo del año 2000, el estado de Nuevo México es el que tiene una mayor proporción de población hispana de todos los Estados Unidos (42%), con lo que se ha puesto en unos niveles porcentuales similares a los de principios de siglo. En los estados de California y de Texas se concentran más de la mitad los hispanos de todos los EE.UU. Y otro dato: hay lugares con porcentajes de población hispana superiores al 90% (East Los Angeles, CA: 97%; Laredo, TX: 94%; Brownsville, TX: 91%). Además, la media de edad de los hispanos en los EE.UU. es 10 años menor que la del conjunto de la población del país.

Las consecuencias lingüísticas de las dos corrientes comentadas son muy claras. La importante presencia de la lengua inglesa, en un territorio con una historia ya centenaria dentro de la Unión, marca la vida pública e institucional de todo el país, incluido el Sudoeste. Por eso es esperable que el inglés penetre, de un modo u otro, en el español de ese territorio, como también puede hablarse de la penetración del español en el inglés: en Nuevo México son numerosos los hispanismos incorporados, sobre todo relacionados con la naturaleza, la arquitectura, la gastronomía, las creencias y las tradiciones. Por

otra

parte,

la

creciente

e

intensa

presencia

de

población

hispanohablante ha redibujado el perfil lingüístico del Sudoeste: donde había hispanohablantes descendientes de otros hispanohablantes de la tierra, hay ahora hispanos

llegados

hace

poco

con

su

variedad

lingüística

de

origen,

mayoritariamente mexicana. Es cierto que el lugar que ocupa la población hispana es secundario en las jerarquías de prestigio; es cierto que muchas familias hispanohablantes han ido viendo cómo la segunda y la tercera generación perdían el español, en un afán de integrarse menos traumáticamente en una sociedad anglohablante; es cierto que resulta muy fuerte la presión social contra el español por parte de movimientos como el “English Only”; pero no es menos cierto que en el Sur de los Estados Unidos la presencia del español en la vida cotidiana, incluidos los influyentes medios de comunicación, va creciendo de forma incontestable. En

la

actualidad,

el

español

del

Sudoeste

de

los

Estados

es

mayoritariamente un español llegado durante los últimos 40 años en boca de inmigrantes mexicanos. Tanto ha crecido la población hispana, que muchos hablantes del español tradicional del Sudoeste, que habían guardado su lengua en el armario del olvido, se están viendo obligados a sacudirle el polvo para comunicarse con los recién llegados.

2. La inmigración hispana La situación actual del español en los EE.UU. ha sido descrita en varios estudios recientes (Criado 2002; 2003; Morales 1999; Silva-Corvalán 2000; Moncada y Olivas 2003). En líneas generales, los rasgos más sobresalientes de la lengua española hoy día revelan que se trata de la segunda en importancia dentro de la Unión, que es hablada en casa por una población que ronda los 30 millones (no todos los censados como hispanos hablan español) y que es seña de identidad del 13,3% del total de la

población estadounidense, porcentaje que, en Chicago se eleva al 26%, en Nueva York al 27%, en Los Ángeles al 46,5% y en Miami al 66%. Puede decirse que hoy se habla español en todos los territorios de Estados Unidos porque en todos ellos viven personas de origen hispánico que siguen hablando español, aunque probablemente su número sea menor en algunas zonas, como Alaska o Hawai. Sin embargo la huella hispana es especialmente intensa en los estados de Nueva York, Illinois, Florida, Nuevo México, California, Arizona, Colorado, Texas y Luisiana.

Porcentaje de población hispana en los EE.UU., según el Censo de 2000

Ahora bien, las condiciones de uso de la lengua española vienen determinadas por un elemento clave: el bilingüismo. Podría decirse que Estados Unidos es un país multilingüe, si bien para comprender este concepto se deben tener presentes algunas notas de importancia. Por ejemplo, que Estados Unidos no tiene lengua oficial, esto es, que en su Constitución no consta que ninguna lengua disfrute de la protección de la oficialidad. El inglés es lengua oficial de facto, pero no de jure en todo el territorio. Ahora bien, la ausencia de lengua oficial no niega la existencia de una lengua nacional, y ésa es el inglés. Por otro lado, desde 1987 varios estados han decidido

declarar el inglés como lengua oficial interna, en una campaña de "English only" de dudosos resultados, desde nuestro punto de vista: Georgia, Illinois, Indiana, Kentucky, Nebraska, Virginia, California, etc. Sin negar la importancia y el peso del español en el país norteamericano, lo cierto es que el inglés funciona de hecho como lengua oficial y tiene una importancia decisiva en las relaciones laborales y socio-económicas; de ahí que el mantenimiento de las lenguas minoritarias sea difícil y que la asimilación suela acabar imponiéndose. Manuel Alvar ha encontrado en Nuevo México que coinciden tres generaciones de característica lingüísticas diversas: una con preferencia de español, en la que esta lengua se muestra arrinconada y muy influida; otra que domina una lengua española aprendida en la escuela; y una tercera monolingüe en inglés. Los hablantes de mayor edad frecuentemente traducen al español el inglés que hablan sus hijos. Los estudios de actitudes lingüísticas han venido observando con claridad cómo la lengua española y la inglesa distribuyen su uso según la función. De mayor a menor frecuencia, el uso del español se destina a la siguientes funciones: en primer lugar, de forma destacada, para hablar entre padres e hijos, después para rezar, para enfadarse, para decir frases cariñosas, para expresar emociones, para decir palabras groseras y, mucho menos, para escribir cartas, para narrar historias y para hablar con los amigos íntimos. Lógicamente, la distribución de funciones entre las lenguas no es algo que venga fijado por las características de la lengua en sí, sino por las actividades mismas. Podría decirse que la asimilación completa a la cultura anglosajona se produce entre los hispanos cuando los padres apenas hablan con sus hijos en español. Todos estos procesos de asimilación se ven detenidos, no obstante, cuando aumenta intensamente la llegada de nuevos inmigrantes monolingües, sobre todo si son incultos; es lo que ha ocurrido — está ocurriendo — en estados como el de Texas. El uso de una lengua u otra según las funciones que predominan y el lugar que ocupan en las actividades sociales está íntimamente relacionado con las actitudes que las lenguas — y las culturas que tienen detrás — despiertan entre los hablantes. Un conocido estudio realizado por Andrew Cohen con niños implicados en un programa de educación bilingües en Redwood, al Sur de San Francisco, revelaba que los niños que habían participado en el programa bilingüe mostraron una actitud más favorable hacia la cultura mexicana que los que no habían participado, y que la preferencia de los niños por el español comienza a incrementarse a partir del segundo año de escolarización bilingüe. Por otro lado, en un estudio coordinado por J. Fishman y realizado sobre el Barrio de Nueva York se llegó a la conclusión de que los intelectuales se mostraban más idealistas y exigentes que los demás puertorriqueños en relación con el

mantenimiento lingüístico y cultural de lo hispánico en Nueva York. La conciencia y la lealtad lingüística hacia el español aumentan sensiblemente conforme se eleva el nivel socio-cultural de los hispanos. Como dato final sobre las actitudes lingüísticas de los hispanos, conviene saber, según ha señalado A. Morales, que las comunidades hispanas de los Estados Unidos suelen mostrar actitudes positivas tanto hacia el inglés como hacia el español y que los hispanos se ven a sí mismos como bilingües que forman parte de dos países y de dos culturas. El perfil demográfico y sociológico de la población hispana de los EE.UU. sustenta una situación sociolingüística en la que el español es: a) la lengua de la población minoritaria más pujante (crecimiento en torno al 5% anual), por su elevado índice de natalidad y por su baja media de edad (26 años); b) inglés aparte, la lengua más utilizada en el hogar, aun cuando en la mitad de las casas hispanas el nivel de inglés es muy bueno; c) la lengua de sectores de población muy amplios de extracción sociocultural media y baja, especialmente en el Suroeste. d) la lengua de Univisión, la quinta cadena de televisión del país (tras NBC, ABC, CBS y FOX), de Telemundo, incorporada a la potente NBC por razones de mercado, y de CNN en español; e) inglés aparte, la lengua más estudiada en todos los niveles de enseñanza. Estas pinceladas nos dibujan un panorama sociolingüístico en el que el inglés es la lengua principal de las relaciones sociales, económicas y políticas, y es, de igual modo, la lengua de la comunicación escrita. El español es la lengua de la comunicación oral y familiar de amplios sectores humildes de la población, sobre todo en las áreas de mayor concentración hispana (Suroeste, Nordeste, Medio Oeste), aunque en la región de Florida ha alcanzado prestigio y expansión como para acceder a entornos comunicativos elevados (negocios, niveles elitistas de cultura, política) (López Morales 2003). Los hablantes de español en los EE.UU. son, principalmente, los hispanos de origen cubano en Florida, los de origen puertorriqueño en Nueva York e Illinois y los hispanos tradicionales de Nuevo México y Arizona. A ellos hay que añadir los millones de inmigrantes procedentes de México y de otros países hispanoamericanos, distribuidos por California, Texas y otros muchos estados. Actualmente la cifra de hispanohablantes en los Estados Unidos de América supera los 40 millones, aunque

las dificultades que supone distinguir entre hispano e hispanohablante y las cifras de inmigrantes ilegales obligan a manejar con cuidado esa cantidad. Puede decirse, sin embargo, que Estados Unidos es el tercer país hispánico del mundo, después de México y España, aunque en poco tiempo ha de convertirse en el segundo. Los hispanohablantes son entre 7 y 10 veces más numerosos que los hablantes de otras lenguas, exceptuando el inglés. Por otra parte, en el año 2000, de la población hispana, el 58% son de origen mexicano; el 10%, puertorriqueño; el 4,8% centroamericano; el 3,8% sudamericano y el 3,5%, de origen cubano.

Distribución de porcentajes de población hispana, según el censo de 2000. Hay muchas ciudades que tienen más de medio millón de hispanos. Entre ellas destacan Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, San Antonio y Miami, y es que el éxodo de los tres principales países de emigrantes ha sido de unas proporciones considerables.

Población total e hispana en las 10 ciudades más populosas, según el Censo de 2000.

3. El español de los EE.UU. El español de Estados Unidos aún no se conoce bien desde un punto de vista dialectal, en parte porque está en pleno proceso de configuración. El estudio de Espinosa sobre Nuevo México, de principios del siglo XX, ha quedado como un ejemplo sin seguidores, anclado en el tiempo. A él hay que añadir trabajos de alcance limitado y que son claramente insuficientes para el preciso conocimiento de estas variedades. Afortunadamente la obra El español en el Sur de los Estados Unidos (Alvar 2000) está poniendo fin a muchas ignorancias. Henríquez Ureña incluyó el español de estas tierras estadounidenses, concretamente el de Nuevo México, dentro de la ZONA I de su división dialectal, a la que también pertenece el español de México y de América central. Por su lado, Daniel Cárdenas dividió el Sudoeste de los Estados Unidos en cuatro grandes zonas dialectales: Texas, Nuevo México y el Sur de Colorado, Arizona y California. Cárdenas encuentra una importante frecuencia de arcaísmos en el español de Nuevo México, debido a su aislamiento. Frente a este arcaísmo y este aislamiento, llama la atención el enorme influjo del inglés que han experimentado las hablas de California, de manera especial en el léxico y en la sintaxis, y destaca la coincidencia del español de Texas con el de México, debido a la gran inmigración de mexicanos. Debe distinguirse, no obstante, entre el español "histórico" de Nuevo México y el, digamos, "recién importado" de California y Texas, en el que se reconocen caracteres principales de las hablas mexicanas: es el habla de los chicanos. El español tradicional de Nuevo México, Arizona, Texas y el Sur de Colorado es una variedad que, aun en trance de asimilación por corrientes hispanas demográficamente más poderosas, refleja una fonética con algunos rasgos de viejo cuño, como la aparición de una –e paragógica (bebere ‘beber’, papele ‘papel). En general, la fonética novomexicana se vincula – por historia lingüística – a la zona mexicana y centroamericana (Moreno 1993), con algunos rasgos destacados, como el carácter muy abierto de la y, así como su desaparición en contacto con e o i (cabeo ‘cabello’, anío ‘anillo’), o una realización de ch similar a la canaria. También encontramos numerosos usos fonéticos populares (aspiración de F-, como en [húmo, herbír], o diptongaciones vulgares como en [páis, paráiso]. La conjugación verbal ofrece abundantes muestras tanto de arcaísmos (vide ‘vi’, truje ‘traje’), como de usos considerados hoy, en el español general, como

populares o vulgares (hablates ‘hablaste’, vivites ‘viviste’, puédanos ‘podamos’, véngamos ‘vengamos’, quedré ‘querré’, traíba ‘traía’) En el ámbito léxico, es destacable la presencia de dialectalismos (lagaña, párparo, molacho ‘desdentado’), de voces tradicionales compartidas con México (cachetazo, chueco ‘torcido, patiestevado’, halar ‘arrastrar’, mancuernillas ‘gemelos’) incluidos indigenismos (guaraches ‘sandalias’, milpa ‘maizal’, zopilote). A estos indigenismos habría que sumar muchas voces indias de la zona: zacate ‘césped’, zoquete ‘barro’, mitote ‘chisme, cotilleo’, teguas ‘sandalias de piel de búfalo’, tosayes ‘calabazas secas’ o chimajá ‘perejil’. Como es natural, los anglicismos han llegado a ser muy frecuentes, sobre todo después de 1912 (torque ‘pavo’, baquiar ‘retroceder’, troca ‘camión’, sinc ‘fregadero’, choque ‘tiza’). No entramos en las consecuenias del contacto inglés-español en las nuevas generaciones de hispanos. Fuera del Sudoeste norteamericano, el español posee una naturaleza diferente. Canfield sostiene que la lengua española de Miami y su "Saugüeresa" es esencialmente la misma que la de Cuba en 1960, sobre todo la de La Habana. Son, pues, frecuentes las articulaciones laxas, la aspiración de s y de j, la velarización de n final y el cambio de r - l. Sin embargo, es lógico pensar que este español ha cambiado en

consonancia

con

sus

nuevas

condiciones

sociolingüísticas:

préstamos,

transferencias, etc. También puede encontrarse una variedad algo particular de español en la Parroquia de San Bernardo, en Luisiana: esta variedad fue llevada por españoles de origen canario, asentados allí en el siglo XVIII, a los que llaman isleños. Hoy todavía es posible identificar muchos de los rasgos más frecuentes en las hablas canarias. De modo semejante, Manuel Alvar ha hecho referencia a la presencia de hablantes canarios en San Antonio, Texas: la plaza principal de la ciudad se llamó "Plaza de las Islas", porque en 1731 llegaron dieciséis familias de Canarias. Estos colonos, no obstante, fueron perdiendo paulatinamente sus peculiaridades lingüísticas, hasta llegar al habla mexicana de la moderna inmigración. En cuanto al español hablado por los puertorriqueños, hay que comentar que, en conjunto, conserva las mismas características del español de la Isla. Sin embargo la presión del inglés está dando una nueva fisonomía a la variedad caribeña, sobre todo en el habla de las gentes menos cultas: préstamos, incorporación y adaptación de formas como carpeta 'alfombra', rufo 'tejado', etc, incorporación de esquemas sintácticos (tomar ventaja de 'aprovecharse de', ¿cómo te gustó? '¿te gustó?'), alternancia de inglés y español en un mismo turno (Why make Carol sentarse atrás pa que everybody has to move pa que se salga?). A esto se le da el nombre de espanglish, al que haremos referencia más abajo.

A propósito de las variedades del español, cabe añadir que hoy todavía es posible recoger muestras o restos de judeo-español, especialmente en el estado de Nueva York.

4. Lo latino y el espanglish El 5 de mayo de 1862 las tropas mexicanas del general Zaragoza derrotaron al ejército francés, enviado a México por el emperador Napoleón III. Y no por casualidad, en esas mismas fechas (1861), se emplea por vez primera, en Francia, la denominación “América Latina”. Nombre e invasión respondían a la misma estrategia: forjar un nuevo imperio, capaz de oponerse en bloque al poderío expansivo de los Estados Unidos y con el sello distintivo de la latinidad; todo ello bajo la tutela de Francia. La historia es como es y, por mucho disgusto que hayan causado los nombres “América Latina” o “Latinoamérica”, muy especialmente a los intelectuales más identificados con la tradición hispánica, el hecho es que cuentan ya con un siglo largo de uso, un siglo lleno de controversias y diatribas, de argumentos cargados de ideología, de intereses velados o descubiertos. La fuerza de los nombres es enorme, tanta que a menudo se hace depender de ellos esencias e identidades. “Latino” es uno de esos vocablos marcados, maldito para unos, mesiánico para otros. Todo puede suceder cuando se meten en la misma coctelera lengua, cultura, política e ideología. Durante más de cien años, la palabra “latino” ha sido objeto de interpretaciones renovadas periódicamente: primero, sirvió para dar protagonismo a algunos actores secundarios de la aventura de Europa en América (Bélgica, Francia, Italia); más tarde, el nombre “latino” fue adoptado por Estados Unidos para deslucir la fuerza de una América “hispana”; al tiempo, la intelectualidad marxista y liberal del siglo XX vio en la fórmula “latino” un modo de soslayar el eco religioso de la vinculación entre lo hispano y lo católico. Hoy, “latino”, en Norteamérica, tiene sabor a grupo étnico y social desfavorecido, un grupo que sigue haciéndose preguntas sobre su identidad. ¡Y cómo no lo va a hacer, si lleva más de cien años recibiendo atributos y etiquetas que le imponen los demás, según sus propios intereses! Unos intereses empeñados, por cierto, en difuminar su origen hispano y el de toda Hispanoamérica. El resultado conduce, casi inevitablemente, a la aculturación, a empezar de cero, a plantear preguntas originadas en los problemas de otros. En los últimos años, la cuestión del nombre ha vuelto a surgir en los Estados Unidos. Así, la Oficina del Censo ahora

también trabaja con la denominación “hispanic”, que algunos consideran ofensiva, por pensar que se trata de un invento de los anglos cargado de matices peyorativos, aunque es sabido que los nombres se contagian de los valores atribuidos a las realidades que designan. Pero se da un hecho sumamente interesante. La encuesta “2002 National Survey of Latinos”, realizada por el centro “Pew Hispanic” y la Fundación “Kaiser Family”, incluye una pregunta sobre la preferencia entre las denominaciones “Hispanic” o “Latino” y los resultados indican que la mayoría (53%) no tiene predilección por una u otra, que el 34% prefiere el término “Hispanic” y que solo el 13% opta por la denominación exclusiva de “Latino”. Ante números tan reveladores, da la impresión, en primer lugar, de que los juegos conceptuales no consiguen distraer la atención de la gente de a pie sobre lo que es importante y, en segundo lugar, de que los hispanos se sienten cómodos con tal nombre. Otra cosa es cómo se describen a sí mismos, porque la mayoría afirma identificarse con el lugar de origen de sus padres (mexicano, cubano, puertorriqueño), en un número también muy importante se reconocen como “hispanos” o “latinos” – con las preferencias ya comentadas – y solo en la tercera generación es significativa su autoidentificación como “americanos”. La personalidad de los hispanos en los Estados Unidos está forjándose en estos momentos y podemos preguntamos qué quieren los hispanos de los Estados Unidos: ¿hacer tabla rasa de su pasado o identificarse con una tradición hispánica? ¿ignorar lo que los une o apostar por ello? ¿crearse una realidad paralela a la anglosajona o convivir estrechamente con ella? Y hay una pregunta más: ¿prefieren el “espanglish” o el bilingüismo? Porque viene oyéndose con relativa frecuencia que el idioma del futuro en los EE.UU. no será el español, ni siquiera el inglés, sino una especie de mezcla criolla denominada “espanglish”. En materia de lenguas, tales previsiones, tan iluminadas como simplistas, merecen tomarse, cuando menos, con reservas porque, si bien todas las lenguas naturales acusan en su devenir histórico la influencia de otras lenguas, el contacto lingüístico no tiene por qué producir necesariamente la aparición de nuevos idiomas híbridos. Carmen Silva-Corvalán (1994) ha analizado los procesos de simplificación gramatical que el contacto con el inglés produce en el español hablado por los hispanos de Los Ángeles. Ricardo Otheguy y Ana C. Zentella están analizando los procesos de convergencia que se producen entre hispanos de distinta procedencia mediatizados por el contacto con el inglés (Otheguy 2001). Los resultados de las múltiples situaciones de lenguas en contacto son muy variados y están en plena ebullición. En cuanto al espanglish, es resultado de la convivencia de las lenguas española e inglesa, especialmente en los EE.UU., especialmente en la lengua

hablada, si bien el contacto entre ambos idiomas también se produce de manera atópica. Nos interesa ahora la coexistencia de inglés y español en la comunicación oral en los Estados Unidos de América. Y nos interesa sobremanera desde el punto de vista de la lengua española, aunque cada día es más intensa la presión hispana que el inglés está acusando: las conversaciones en inglés de los jóvenes norteamericanos, en lo que se conoce como “Chicano English” o “Mock Spanish”, están salpicadas de “adiós” y “ándale”. Pero, insistimos, nos interesa el espanglish, también llamado spanglés, conocido en algunas regiones como pocho o tex-mex y que algunos bautizan como angliparla. Para explicar las características sociolingüísticas de este espanglish proponemos el siguiente decálogo: 1.- Variedad de mezcla bilingüe. Esta es la catalogación que un sociolingüista daría al espanglish, aunque algunos prefieren hablar de “lenguas entrelazadas”. Desde un punto de vista socio-histórico, el espanglish surge principalmente en el seno de un grupo étnico que se resiste de algún modo a la completa asimilación al grupo dominante. Desde un punto de vista lingüístico, el espanglish está tan diversificado, al menos, como el origen de los hispanos que lo utilizan (mexicano, cubano, puertorriqueño,…) y a esta diversidad hay que añadir la del modo, variadísimo, en que se producen los calcos, los préstamos, las transferencias gramaticales o la alternancia de lenguas. 2.- El continuo español-inglés. Cuando español e inglés entran en contacto, puede crearse un continuo de variedades comunicativas que van desde el español más castizo (pongamos, de los hispanos recién inmigrados) hasta el inglés más característico de una zona. Entre uno y otro, hallamos estadios como estos: «español con préstamos nuevos || español con préstamos y calcos || inglés con préstamos y calcos || inglés con préstamos nuevos». En el centro de la escala aparecería la alternancia de lenguas, cuando existe dominio de ambas lenguas, o la mezcla más errática, si no hay tal dominio. A la hora de interpretar todas estas posibilidades habría que preguntarse en qué punto del continuo se sitúa cada hablante. 3.- El espanglish es español. Cuando lo producen hispanohablantes, el espanglish cabe bajo el concepto genérico de “lengua española”, aunque se sitúe en su periferia. Es cierto que a otros hablantes de español les puede resultar extraño, incluso incomprensible por momentos, pero sigue teniendo el “aire de familia” de la comunidad hispánica. Ese aire de familia es capaz de unir a gente de lugares muy

lejanos; es la marca de un grupo heterogéneo en biología y sociología, disperso por la geografía y hasta por la historia, pero que, bajo muy diversos colores de piel, reconoce un común fondo cultural. 4.- Estudio riguroso. Ante las dudas y polémicas que crecen alrededor del espanglish, lo mejor que se puede hacer es estudiarlo, analizarlo, conocerlo. Las situaciones complejas son precisamente las que requieren mejores diagnósticos. A fecha de hoy, son escasísimos los estudios sobre el préstamo en el español de los Estados Unidos. Me refiero a estudios serios, profesionales, científicos. Las listas de palabras y expresiones recopiladas de oído, tomadas de aquí o de allá, anotadas furtivamente, no sirven. Así no trabaja la sociolingüística ni la lexicografía. Además es injusto que esos repertorios pasen por “diccionarios de espanglish”, cuando no son más que apuntes de aficionados. 5.- Falsa polémica. La controversia creada entre puristas y “espanglishistas” está mal planteada y, además, es maniquea y estéril. Está mal planteada porque no es verdad ni que los defensores del espanglish ataquen los intereses del español como lengua de cultura ni que los puristas sean sensibles a las condiciones socioculturales de uso del espanglish. 6.- El peligro de la prohibición. No se debe denigrar el uso de una lengua porque no se ajuste a una norma de prestigio. Se puede educar, sugerir, enseñar, ilustrar, explicar, justificar, … pero no descalificar sin más. 7.- El peligro de la indolencia. Cada modalidad es adecuada a un contexto y a una situación comunicativa, y en ellos se justifica. Si consideramos que todo da igual, que se puede hablar de cualquier modo en cualquier momento, que no hay que dar mayor importancia a los modelos de prestigio, que la lengua tiene que usarse como le salga a cada uno, se corre el riesgo de incentivar la pobreza expresiva y la estulticia, por no decir el analfabetismo. 8) Las consecuencias del contacto lingüístico no son malformaciones. El espanglish no es infeccioso ni contaminante. Las transferencias entre lenguas vecinas son tan normales como las interferencias en los procesos de aprendizaje de lenguas. La coexistencia provoca dinamismo, compromiso, pugna y, a veces, conduce a la creación de variedades de mezcla. En el mundo hispánico existen

muchas mezclas de este tipo: portuñol, chapurreao, barranqueño, fronterizo, fragnol, cocoliche, media lengua, chabacano, papiamento, palenquero, chamorro. 9) Cada uno habla lo mejor que puede. No hay ningún hablante que utilice la lengua en contra de sus intereses. La educación nos dota de unos recursos expresivos que acaban siendo decisivos en nuestro devenir social. Las personas incapaces de eludir un préstamo crudo o de evitar la alternancia de lenguas son producto de su circunstancia social y lingüística. 10) El futuro del espanglish depende de la escuela y de los medios de comunicación. En el porvenir del español y del inglés en los Estados Unidos habrá dos elementos determinantes: la educación y los medios de comunicación. La gente hablará según los recursos expresivos dotados por la escuela y según los modelos que se difundan desde los medios de comunicación. Definitivamente, el español no es una lengua más en los Estados Unidos de América. Su

implantación

social

va

creciendo,

su

prestigio

elevándose

y

su

uso

diversificándose. En tal situación, los intercambios y transferencias con la lengua inglesa son sencillamente inevitables: el espanglish durará tanto como dure la coexistencia del español y el inglés. Esto no significa, sin embargo, ni que el español vaya a convertirse en una lengua diferente ni que el inglés vaya a desaparecer de la faz norteamericana. Los movimientos del “English only” tienen los pies de barro y las iniciativas como la del pueblo texano de El Cenizo no serán la tónica general: este pueblo, de 7800 habitantes, aprobó en 2001 una ordenanza por la que todos los asuntos municipales debían tramitarse en español. La salida no es el enfrentamiento “English only” / “Solo en español”; la cuestión es encontrar el camino para que el bilingüismo no sea un cuerpo extraño en el tejido social estadounidense.

5. Presente y futuro del español en los EE.UU. El peso actual de la lengua española en los EE.UU. se explica por razones históricas y contemporáneas, entre las cuales merecen destacarse las siguientes: 1. el español es la lengua familiar de 40 millones de estadounidenses;

2. el español identifica a uno de los grupos de población más jóvenes y pujantes en los Estados Unidos, con un ritmo de crecimiento aproximado de 1,4 millones por año; 3. el español interesa a la sociedad estadounidense más joven, como lo demuestra el hecho de que más del 60% de los matriculados en las Escuelas Secundarias elige estudiarlo como lengua extranjera; 4. el español no parece estar condenado a desaparecer en pocos años, tragado por la fauces de la asimilación cultural; 5. todo lo relacionado con la lengua afecta muy profundamente a la identidad de la población de origen hispano; 6. las relaciones de vecindad entre México y los Estados Unidos hacen que su situación sociolingüística sea especialmente rica y compleja. Como consecuencia de las razones que acaban de enumerarse, el español de los Estados Unidos de América puede llegar a ejercer una gran influencia sobre el español utilizado por otros 350 millones de hispanohablantes, en todos los continentes. Si es así, la importancia de este español puede valorarse desde una doble perspectiva: la de su posición dentro de la sociedad norteamericana, como lengua de implantación social cargada de un fuerte simbolismo, y la de su lugar en el conjunto de la cultura hispánica internacional. Partiendo de la situación actual en su conjunto, cabe preguntarse qué derroteros puede tomar la lengua española en los EE.UU., desde un punto de vista lingüístico y sociolingüístico. Y, en un ejercicio de hipótesis y deducción, cabría la posibilidad de pensar grosso modo que existen tres posibles escenarios, que afectarían de modo distinto a la lengua española y su uso social, por más que los visos de realidad de esas hipotéticas circunstancias sean muy diferentes. a) Hipótesis de la asimilación. Durante el siglo XX se utilizó la metáfora del crisol (melting pot) para explicar la asimilación de la población inmigrante a la corriente mayoritaria. Desde esta interpretación, la primera generación mantendría sus señas de identidad, incluida la lengua, y tales señas se verían sustituidas por las prototípicas estadounidenses (anglosajonas) de modo parcial en la segunda generación y de manera absoluta en la tercera. Y, efectivamente, algunas cifras actuales de la población hispana pueden recordar este tipo de proceso: por ejemplo, en 1990, en los estados del Suroeste, los hispanohablantes adultos eran el 86,6%, mientras que los jóvenes suponían el 71,9%, y estas proporciones resultaban más bajas que las registradas en el censo de 1980 (89,3% y 83,6% respectivamente).

No hay que perder de vista, sin embargo, que el porcentaje de hogares estadounidenses en los que se habla español ha pasado del 7,5% en 1990 al 10,7% en 2000, que en los hogares hispanos el uso del español se sitúa en el 80% y que, según el censo del año 2000, la cifra de hispanos jóvenes (menores de 18 años) que hablan español es del 69,86%, en el conjunto de los EE.UU. Es verdad que la proporción de uso del español disminuye cuando se trata de personas nacidas en el país, frente a los inmigrantes, y cuanto más jóvenes son los hablantes, pero no es menos cierto que el proceso de sustitución se ha ralentizado enormemente respecto de lo ocurrido en otras épocas y con otras lenguas. Y no se olvide que, aunque los más jóvenes van haciendo un mayor uso del inglés, hecho natural en una sociedad anglohablante, en la mayor parte de sus hogares se sigue hablando español; y son muchos también los chicanos de cuarta generación que conservan la lengua en el Suroeste (Zentella 1990: 157). Así las cosas, ¿es posible pensar en una intensificación del proceso asimilacionista? ¿qué debería ocurrir para que la población hispana sustituyera el español por el inglés en el transcurso de 30 años? y ¿cómo sería el español residual utilizado en esa circunstancia? Desde nuestro punto de vista, el efecto del crisol solo podría darse con la población hispana, en un grado similar al de la primera mitad del siglo XX, si el flujo migratorio cesara de un modo radical. En esa situación, el español podría ir desapareciendo de la vida privada y pública, con reducción de su presencia en los medios de comunicación social, disminuiría el interés por su aprendizaje (si bien no desaparecería) y, por lo tanto, se reduciría el número de horas de español en las escuelas, se limitarían los registros de uso de la lengua y se intensificarían la influencia del inglés y la mezcla de ambas lenguas. El uso de ese español cada vez más mezclado retrocedería hacia registros orales en dominios familiares y las actitudes lingüísticas negativas por parte de los propios hablantes afectarían tanto a las soluciones mezcladas como a la lengua misma. Este sería el escenario idóneo para una hipotética vuelta al asimilacionismo. No obstante, las probabilidades de que ello ocurra parecen escasas, por la dinámica de los movimientos poblacionales en el orden internacional, más allá de las decisiones que los EE.UU. pudieran tomar en materia de política migratoria. Además, el símil del crisol ha perdido su capacidad para explicar el modo en que se integra la inmigración hispana del último tercio del siglo XX, por cuanto ya no se produce la fusión total en una corriente mayoritaria, sino más bien un efecto “ensaladera” o de yuxtaposición de diferentes identidades. Toda acción que contribuyera a reforzar la imagen, la identidad

o la personalidad étnica y lingüística de la población hispana ayudaría a alejarla de su asimilación como grupo a la corriente mayoritaria.

b) Hipótesis de la diglosia. La segunda de nuestras hipótesis plantea una congelación de algunos trazos sociales y lingüísticos hispanos de la actualidad, ante los que reacciona la sociedad americana para frenar su expansión. La reacción anglosajona podría tener, como tiene, dimensiones de naturaleza política, social, económica y educativa. Por un lado, podría verse reforzada la línea política del “English only”, que iría cerrando espacios públicos al uso del español y provocando, consecuentemente, un deterioro de su prestigio social. Los programas de enseñanza en los que el español recibe un trato preferente como segunda lengua (programas bilingües, enseñanza dual) podrían desaparecer, incluidos los cursos de español para hispanohablantes de las universidades, con la justificación de que, si la lengua no contribuye notablemente a la prosperidad social y económica de los individuos, no merece la pena invertir en su aprendizaje y estudio, ni para los que ya la hablan ni para los que solo hablan inglés. Desde una perspectiva económica, si la población hispana no crece de un modo llamativo ni en sus dimensiones ni en su capacidad económica ni en sus niveles de formación académica, su perfil como sector de mercado sería menos prominente y atractivo. Ante un panorama así, la eliminación del español de la vida social estadounidense aún sería ciertamente difícil, sobre todo mientras continuara la afluencia de inmigrantes hispanos, pero podría ocurrir que el inglés reforzara su status de lengua única para la política, los negocios y la economía, las relaciones laborales, los medios de comunicación con poder de prescripción y para todo tipo de comunicación escrita (lengua de estatus alto), y que el español se viera limitado a las relaciones íntimas de la población hispana, a las conversaciones familiares y de vecindario, siempre en el ámbito de la oralidad, y a las actividades de ocio ligadas al origen hispano (lengua de estatus bajo). Una situación de este tipo, podría caer dentro del concepto de “diglosia”, en su interpretación más amplia y sociológica. El concepto se aplica a aquellas comunidades en las que hay una lengua A de estatus alto y otra lengua B de estatus bajo. En el caso que nos ocupa habría una lengua A para las funciones sociales elevadas y de prestigio (el inglés), a disposición de todos los miembros de la sociedad capaces de utilizarla, y una lengua B para las funciones comunicativas más informales y menos prestigiosas (el español) a disposición de la comunidad hispana que lo mantuviera. La población anglosajona y los grupos asimilados a ella utilizarían el

inglés en todos los ámbitos y para todas las funciones sociales; la población hispana haría uso de la lengua A para ámbitos y funciones formales y de la lengua B en ámbitos orales familiares, de forma semejante a lo que Guillermo Rojo (1985) denominó “diglosia de adscripción”. Desde un punto de vista lingüístico, una situación como esta, por un lado, vendría a consolidar algunas de las características actuales del español en los EE.UU. y, por otro, daría pie a que las soluciones mezcladas, el espanglish, ampliaran sus dominios de uso. En efecto, la fisonomía del español actual en los EE.UU. ofrece caras diferentes según la región de que se trate; así, todo el Suroeste muestra un español con evidentes rasgos mexicanos, en parte por su historia y principalmente por el origen de la inmigración moderna: incluso comunidades en las que se ha utilizado el español desde el siglo XVIII – por ejemplo, San Antonio, Texas, fundado por familias canarias – han experimentado un proceso de redialectalización por el que los caracteres de las variedades originarias se han sustituido por los de un español mexicano más reciente. En el caso de Illinois, el español también presenta evidentes características de origen mexicano, pero en Florida se reconocen rasgos de origen cubano y en Nueva York, de origen puertorriqueño. En la hipótesis de la diglosia, esta zonificación dialectal interna tendería a mantenerse, sobre todo en la medida en que los medios de comunicación nacionales redujeran su influencia y la presencia del español se fuera limitando a emisoras y canales de carácter local. Por otra parte, el prestigio del inglés y la ausencia de una alternativa como lengua A serían un caldo de cultivo ideal para que los hispanohablantes fueran aceptando el espanglish con mayor naturalidad, ante una supuesta falta de referencias externas. Entendemos aquí espanglish como una mezcla de lenguas bilingüe, que cubre un amplio espectro de manifestaciones lingüísticas que van desde el uso del español salpicado de anglicismos, al uso de un inglés salpicado de hispanismos, con presencia creciente de préstamos, calcos, alternancias y mezclas aleatorias a medida que nos situamos en las áreas intermedias de ese continuo bilingüe. Si el español fuera lengua B en una hipotética situación diglósica, los medios de comunicación podrían ir abandonando la búsqueda de soluciones lingüísticas más generales o neutras, en beneficio de otras más acordes con el español hablado en cada ciudad. En las circunstancias descritas, las posibilidades de consolidación del español como lengua de implantación social en los EE.UU. pasarían por una mejora de las condiciones sociales, económicas y culturales de los hispanos, por el desarrollo de unas actitudes positivas hacia los elementos fundamentales de su cultura de origen y,

en definitiva, por el aumento del prestigio social de la población hispana y de su lengua. Actualmente, la situación del español se mueve dentro de los parámetros descritos en este punto, con elementos que apuntan a un posible desarrollo en la línea de nuestra tercera hipótesis, pero también con elementos y fuerzas de signo contrario, que buscan orientar la tendencia hacia un sendero asimilacionista.

c) Hipótesis de la biculturalidad. Si la situación actual llegara a desarrollar por completo, cualitativa y cuantitativamente, algunos de los componentes hispanos más relevantes, podríamos estar hablando de la orientación de la sociedad estadounidense hacia el bilingüismo y la biculturalidad. Esta es nuestra tercera hipótesis de trabajo. La base del proceso que llevaría a un desenlace de esas características podría estar en la combinación de factores como la contigüidad geográfica entre los territorios de origen y de acogida, la concentración geográfica de los recién llegados y la alta tasa de natalidad de la población hispana, además de la baja media de edad. A estos factores, pueden añadirse otros, como los que concurren en la situación de Florida, donde la acomodada posición social de muchos hispanos y el volumen de la actividad económica realizada en español confieren a la lengua un peso cualitativo que no se aprecia en ningún otro Estado, a pesar de que el inglés haya sido declarado lengua oficial. En los últimos años han aparecido algunos elementos nuevos que parecen apuntar hacia un hipotético rumbo de biculturalidad. Para que el itinerario se complete no es necesario que la población esté dividida al 50% entre hispanos y anglos (y grupos asimilados), dado que la relevancia cualitativa puede ser un elemento decisivo, aunque es indudable que el volumen de la población hispana es uno de los elementos clave. La evolución de las estadísticas de los hispanos y de los hablantes de español llegados a Estados Unidos aportan algunos detalles sencillamente espectaculares: en 1940 menos de 2 millones en 1980, más de 14 millones; en 1990, más de 20 millones; en el año 2000, más de 30 millones; en 2005, se han superado los 40 millones y las proyecciones de población realizadas por la oficina del Censo de los EE.UU. prevén que para el año 2050 los hispanos serán 98,2 millones (24,3% de la población total) y que en 2100 serán 190 millones (33% del total). Además, ya desde hoy, por primera vez en la historia, la mitad de los nuevos inmigrantes hablan una sola lengua que no es el inglés.

Evolución de la población hispana de los EE.UU.: 1930-2050. Fuente: Oficina del Censo. EE.UU. Pero, junto al factor demográfico más netamente cuantitativo, se están produciendo otros fenómenos dignos de interés. Uno de ellos es que la población hispana ha comenzado a asentarse fuera de las tradicionales áreas de concentración, haciendo crecer sobremanera la proporción de hispanos en las ciudades de tamaño medio, como Atlanta, Oklahoma City, Washington o Seattle: las regiones intermedias que se extienden entre Florida, Nueva York-Nueva Jersey, Illinois y el gran Suroeste poco a poco se van poblando de hispanos. En segundo lugar, la renta de las familias hispanas sube paulatinamente, dato muy significativo en un país en que las distancias entre ricos y pobres se agigantan año tras año; en este sentido, el modelo socio-económico de Miami puede servir de acicate para las aspiraciones de mejora del nivel de vida de los hispanos. Y, en tercer lugar, la corriente favorable al desarrollo social del español en los EE.UU. está consiguiendo que las familias hispanas que hace unos años preferían no hablar español con sus hijos, para facilitar la adquisición del inglés y su integración en la comunidad anglohablante, aprecien positivamente el uso del español en casa y empiecen a cultivarlo como un valor añadido para sus hijos más pequeños, al tiempo que los hijos mayores no dudan en estudiarlo en la universidad, acogiéndose

a la creciente oferta de cursos de español para hispanohablantes. Todo ello ha de repercutir en los futuros índices de retención de la lengua. En tales circunstancias, podría aumentar aún más la demanda de español en los centros de enseñanza de todos los niveles, habría una mayor conciencia sobre la importancia de un buen uso de la lengua, tanto para la comunicación oral como para la escrita, y las soluciones mezcladas (espanglish) verían reducirse su ámbito de acción. Una situación de prestigio creciente se traduciría en un aumento de la proporción de individuos bilingües y en una necesidad de manejar las dos lenguas en diversos registros y estilos, limitando las posibilidades de desarrollo diglósico. Ello no supondría, sin embargo, la desaparición del espanglish, dado que las alternancias y transferencias de elementos lingüísticos son inevitables en cualquier ambiente de contacto. Tampoco supondría la desaparición de las marcas lingüísticas que reflejan distintos orígenes hispánicos, si bien una mayor presencia social del español iría permitiendo la koinetización o nivelación de la lengua, con aportaciones de los grupos hispanos mayoritarios, sobre todo mexicanos y caribeños, según su entidad sociolingüística. Con el paso del tiempo, lo natural sería que se fraguara y estabilizara una variedad de español característica de los EE.UU. en la que, sobre la base de un español americano, se reunieran elementos de diversas áreas hispánicas, así como componentes derivados del contacto con el inglés, los más difundidos y aceptados por todas las comunidades hispanas de la Unión. Esta variedad recibiría actitudes positivas que permitirían a los hablantes concebir una equiparación del español con el inglés, como instrumento cualificado para la comunicación social. Asimismo esa variedad de español estadounidense sería la utilizada mayoritariamente en los medios de comunicación social. En cierto modo, tal realidad ya está ocurriendo en las cadenas CNN y Univisión, que buscan soluciones neutras o aceptadas de forma general, incluyendo algunos usos que se van haciendo habituales en los EE.UU. Finalmente, conviene recordar que el profesor de Harvard Samuel Huntington (2004), conocido por sus tesis contrarias a la inmigración, ha señalado recientemente que la división entre los hispanos y lo anglos reemplazará a la división racial entre blancos y negros como la fractura más grave de la sociedad estadounidense. Si la hipótesis de la biculturalidad se fuera cumpliendo de un modo paulatino, el debate sociocultural acerca de los hispanos y los anglos, efectivamente, podría adquirir un protagonismo destacado en la sociedad estadounidense de las próximas décadas, pero debería ser

para hallar un punto razonable de coexistencia, como el que está encontrando en la región del gran Miami, donde la lengua se ha incorporado a la vida social para sumar, como un bien activo. El futuro de la lengua española en los EE.UU. estará íntimamente ligado a las condiciones sociales en que se desenvuelvan sus hablantes. La hipótesis de la asimilación solo se barajaría si se produjera un retroceso demográfico y político de la población hispana. Por el contrario, si el peso demográfico hispano y su presencia socioeconómica siguen creciendo a ritmo acelerado, la sociedad estadounidense podría afrontar dentro de poco tiempo un debate sobre su posible transformación en una sociedad bilingüe y bicultural. En estas condiciones, el español adquiriría una mayor estabilidad sociolingüística y podría crearse y difundirse una variedad específica de español de los EE.UU., con elementos de diversos orígenes hispánicos y con transferencias de la lengua inglesa. En caso de que no se produzcan las condiciones adecuadas y favorables para a la expansión social del español, la situación podría fosilizarse en un patrón de diglosia sociológica, que iría en detrimento del prestigio social de la lengua y que favorecería soluciones lingüísticas regionales, más permeables a las transferencias desde el inglés. Ni que decir tiene que el tiempo será quien dicte sentencia para hacer realidad alguna de estas hipótesis o cualquiera de las muchas posibilidades intermedias.

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Este tema se ha sido en parte elaborado a partir de los trabajos de Moreno Fernández de 1996, 2003 y 2004.

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